Marita Verón, la búsqueda continúa La trata de personas, tema de un documental Susana Trimarco lucha, como lo hacen las luchadoras en serio, por recuperar a su hija, Marita Verón, víctima de la trata de personas, en su caso, de mujeres sometidas a la prostitución. A pesar de no tener respuesta suficiente ni de la policía o de la justicia, lucha porque otras víctimas puedan liberarse de esta nueva forma de esclavitud. Y sigue buscando a su hija. Marita desapareció en democracia, cuando tenía 23 años, el 3 de abril de 2002 en la provincia de Tucumán, donde vivía con su madre y Micaela, su hija de 3 años. Según lo apuntado por el relato de Pablo Milstein y Norberto Ludin, a los pocos días fue vista a tres kilómetros de su casa, tambaleándose como drogada. Después de ese hecho confuso, una prostituta contaría que la joven fue vendida por 2500 pesos a una whiskeria de La Rioja. Susana salió en busca de su hija por todo el país, desafiando a todos aquellos que sospechosamente trataron de obstruir su investigación, convirtiéndose así en un ejemplo de perseverancia. Milstein y Ludlin eluden el didactismo y todos aquellos detalles técnicos o probatorios que son moneda corriente en los informes televisivo de trazo grueso, con subrayado sensacionalista. Para los cineastas es suficiente con retratar a Susana y a su nieta tal como son, una esperanzada en la aparición con vida, no obstante de a ratos víctima también del escepticismo, la pequeña endurecida por una realidad que todavía no logra comprender en relación a su magnitud y mira hacia delante, en tanto sueña con ser profesora de inglés. Elemental pero con algunos buenos momentos (el enfrentamiento del policía honesto, obsesionado con el caso, con quienes intentan tapar lo ocurrido y borrar pruebas, al límite de la locura; la depresión del padre de Marita, que nunca logró salir del pozo), Fragmentos... es un producto que poniendo el tema sobre la mesa con claridad, ayuda a abrir los ojos, cuando es habitualmente ninguneado o tomado con trazo grueso por la TV, con el único fin de lograr rating.
Una noche en el Rijksmuseum Peter Greenaway se propone resolver, como si fuera un médico forense con múltiples recursos audiovisuales a mano, el crimen contenido en La ronda nocturna , el cuadro firmado por Rembrandt Harmenszoon van Rijn, en 1642, dentro de la conocida como "edad de oro" holandesa. Lo hace a partir de 30 puntos, hipótesis que -aclara- sólo podrá resolverse en el número 31. La mayoría del público, dice Greenaway con el toque de cinismo que lo caracteriza, es "analfabeto visual". Durante la proyección de Rembrandt´s J´accuse , complemento de su anterior Nightwatching (recreación de la génesis del cuadro en cuestión) se propone dar herramientas para que el público sea quien, en definitiva, saque sus propias conclusiones acerca del vínculo que existe entre la historia pintada y el desenlace en la vida del artista. Esas herramientas serán las que permitirán ver un crimen para Greenaway tan expuesto como la famosa "carta robada" de Edgar Allan Poe. El cineasta vuelve sobre sus recursos; en este caso para poner sobre la pantalla un espectáculo que le sirve como un PowerPoint a un experto que trata de demostrar que su hipótesis es razonable. El guión de Greenaway es una interpretación particular de la deconstrucción según Jacques Derrida, un tipo de pensamiento que critica, analiza y revisa fuertemente las palabras y sus conceptos, en este caso aplicada a las imágenes. Las recreaciones actuadas por personajes que hablan y confiesan sus angustias de cara a la cámara-espectador, ayudando a dilucidar lo ocurrido, las escenografías ( algunas apenas sugeridas, otras más pomposas), la música como complemento algo más que funcional y muy en especial la fotografía (en alta definición) de Reinier van Brummeler, que trabaja la iluminación siguiendo al maestro de la pintura, construyen un todo armonioso. Para los amantes de las artes plásticas, Rembrandt´s J´accuse puede resultar tan placentera como tocar el cielo con la punta de los dedos y para el resto del público, con conocimientos de arte o sin él, un relato hipnótico sesgado por el género investigativo, que va de lo detectivesco a lo estrictamente documental. Es el principio. Dentro de poco, amenaza el cineasta, le llegará el turno a La última cena , de Leonardo Da Vinci, y las claves de cada uno de sus personajes, relacionadas con la fe cristiana, mientras que para 2012, se meterá en el Guernica , de Pablo Picasso. Habrá que seguirlo.
Perversa versión de Hansel y Gretel El film abreva en el cuento de los hermanos Grimm Hansel y Gretel , original de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, inspirado en viejos relatos orales, es una historia muy cinematográfica. A tal punto que mientras aquí se conoce, tres años después de su estreno, esta versión del coreano Yim Phil-sung que mete el dedo en la llaga de las convenciones, el norteamericano Michael " Transformers " Bay prepara una versión en 3D que se rodará en marzo de 2011 con estreno asegurado a finales de ese mismo año para regocijo del público pochoclero. Con la perversa oscuridad que caracterizó buena parte de la producción de estos bibliotecarios y recopiladores de historias alemanes, que ellos mismos advertían no habían sido escritas para ser leídas a los niños, Yim Phil-sung aborda la aventura de estos dos niños despreocupados de qué dirán quienes prefieren las adaptaciones al pie de la letra, mucho menos de los que piensan al cine como un entretenimiento excitante resultante de montajes adrenalínicos. En 2002, y en el ensayo Matando monstruos (Por qué los niños necesitan fantasía, superhéroes y violencia imaginaria) , el analista Gerald Jones señaló que "los adultos invertimos tanto tiempo tratando de esquivar nuestras fantasías y sentimientos más hondos que la imaginación visceral y cruda de un niño puede producir en nosotros un impacto perturbador". Y eso es lo que ocurre en esta versión muy libre de Hansel y Gretel , ceñida a la idea medular del relato de transmisión oral, si bien gráficamente distinto, igual de perturbador, producto de poner al espectador adulto de cara a fantasías en extremo oscuras y contradictorias. Esta vez, el protagonista es un adulto de hoy encerrado en una casa, en medio del bosque, dominada por niños que poco a poco convierten ese sin salida en un juego siniestro. La parsimonia con que se desencadenan los hechos, en ningún momento desmedidos, explícitos o de "golpe bajo", molestan mucho más al espectador sensible, que se ha dejado llevar por la fuerte fantasía que propone el cineasta, que un borbotón de sangre saliendo de la pantalla por oficio de un juego óptico. En ese sentido Hansel y Gretel hace cómplice al espectador con una magia menos efectista. Si bien tanto climas como ritmo son funcionales, es importante advertirlo, pasada la hora y media hay que tener mucha paciencia para seguir en juego sin parpadear, o querer salir a tomar un poco de aire fresco. Quizá si el director, también coguionista, hubiese elegido ser un poco menos machacante facilitaría la tarea al espectador, resistir estas dos horas y pico de una manera menos sacrificada y, en consecuencia, permitiría además un mejor disfrute del sesgo de perversión que tanto apasionó a los Grimm hace casi dos siglos y por lo visto sigue -y seguirá- pasando, y mutando, de generación en generación.
Una película de terror que asusta, y mucho Portadores carece de virtudes y de originalidad Todos los años, más o menos a esta altura de las vacaciones de invierno, aparece un tipo de películas que se suelen definir como "de relleno", que son todas aquellas que los distribuidores suelen tener amontonadas en rincones producto de compras de paquetes que las incluyen entre otros títulos más apetecibles. Es el caso de Portadores, enésima película que aborda el género "virus mortal", que ha tenido algunos ejemplos memorables, como Exterminio . Precisamente, apenas comienza la película, una plaga devastadora se ha extendido por todo el planeta. Cuatro jóvenes amigos se dirigen a una playa del Golfo de México donde pasaron su infancia para refugiarse hasta que pase la epidemia. Cuando su vehículo se descompone en medio de una carretera aislada, dará comienzo una fuga desesperada, en la que se enfrentarán a niños infectados, médicos homicidas y supervivientes fuera de sí. Todos los años, más o menos a esta altura de las vacaciones de invierno, aparece un tipo de películas que se suelen definir como "de relleno", que son todas aquellas que los distribuidores suelen tener amontonadas en rincones producto de compras de paquetes que las incluyen entre otros títulos más apetecibles. Es el caso de Portadores, enésima película que aborda el género "virus mortal", que ha tenido algunos ejemplos memorables, como Exterminio . Precisamente, apenas comienza la película, una plaga devastadora se ha extendido por todo el planeta. Cuatro jóvenes amigos se dirigen a una playa del Golfo de México donde pasaron su infancia para refugiarse hasta que pase la epidemia. Cuando su vehículo se descompone en medio de una carretera aislada, dará comienzo una fuga desesperada, en la que se enfrentarán a niños infectados, médicos homicidas y supervivientes fuera de sí.
El duro ejercicio de la memoria Ex detenidos de la ESMA recuerdan sus experiencias en el centro de detención La reconstrucción de los trágicos acontecimientos ocurridos dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada, tras el golpe militar de 1976, cuando el lugar fue convertido en centro clandestino de detención y tormentos, es el eje de este documental, sostenido en los relatos de varios de quienes estuvieron allí en cautiverio y lograron sobrevivir. Esta vez, el director Claudio Remedi parte del grupo De Boedo Films y Tvpts, principalmente recordado por Fantasmas en la Patagonia , acerca del exilio de los trabajadores del yacimiento de Sierra Grande en 1992, recurrió a la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos y el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos, para que un puñado de sus integrantes -Carlos "Sueco" Lordkipanidse, Enrique "Cachito" Fukman, Andrea Bello y Osvaldo Barros, entrevistados por la abogada Myriam Bregman- relaten cómo era la rutina cotidiana en ese gran edificio del barrio de Núñez. En el film se entrevista a sobrevivientes de la ESMA, quienes hilvanan sus historias al tiempo que recorren las instalaciones. En su relato dan cuenta de sus experiencias y de las contradicciones en las condiciones de cautiverio que sufrieron, mientras allí mismo se continuaba con el dictado de clases a los cadetes y oficiales de la Armada, se torturaba y enviaba a la muerte a más de 5000 personas. Los protagonistas responden también a la pregunta "¿por qué hubo sobrevivientes?", y es en ese momento que la historia cobra un significado diferente del que se ve en este tipo de registros, que es el de la posibilidad de resistencia aún en las peores condiciones de encarcelamiento, con estrategias y redes de solidaridad ocultas que se daban no obstante el sometimiento y el control. Además, abordan una característica que hizo de la ESMA un centro clandestino diferente, porque allí se obligaba al trabajo esclavo (falsificar documentos y pasaportes, por ejemplo), como ocurrió durante el nazismo en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Para destacar, el uso de registros documentales de aquellos tiempos y la música, del grupo La Rocola de Hamelisch.
Pretenciosa, confusa y fallida variante del mito de Edipo Inés de Oliveira Cézar apuesta fuerte y pierde Si hay algo que molesta a cualquiera que esté abierto a nuevas y -mejor todavía- desafiantes propuestas cinematográficas tanto de contenidos como de formas, de discursos y recursos, es cuando un cineasta promete un futuro interesante y, más allá de sus buenas intenciones, aquella posibilidad termina disolviéndose en un mar de pretensiones. Eso es lo que le ocurre a Inés de Oliveira Cézar, que tras un volantazo al cine convencional (con el que debutó hace casi una década), demostró con Como pasan las horas un talento y una sensibilidad prometedoras. En su anterior experiencia, Extranjera , la cineasta creyó poder recuperar Ifigenia en Aulide , de Eurípides, a su manera. El resultado fue, por decirlo en una sola palabra, discutible. Pero esa incursión no parece haber sido suficiente. Ahora, al abrevar en Edipo -toma a una mujer que acaba de enviudar y que en su juventud supo estar comprometida en lo político, en plena dictadura militar en cautiverio, y despojada de su hijo recién nacido- deviene pretenciosa. La mujer que, endurecida por el tiempo, está al frente de un taller metalúrgico familiar en crisis, enfrenta el desembarco de un joven auditor impuesto por los acreedores, un joven ambicioso que de la noche a la mañana se hará cargo del lugar e intentará hacerlo funcionar aún poniendo en riesgo las vidas de los operarios. La relación entre la mujer y el visitante deviene carnal, pero aún así poco clara. Y el relato se oscurece hasta impedir ver qué es lo que realmente ocurre entre estos personajes que transpiran amargura. Con temas que recuerdan a otro cine independiente local, pero sin demasiada fortuna, todo se hace moroso a más no poder, con situaciones muy traídas de los pelos. El guión hace agua hasta convertirse en lo que es: abrumador y angustiante, pero sin demasiada coherencia. En este punto es importante destacar que Eva Bianco y Santiago Gobernori, protagonistas de este producto sesgado por lo pretencioso, fatalmente aburrido y peor aún, confuso, resuelven situaciones complejas con convicción, esfuerzo insuficiente para dar sentido y justificación a la propuesta. Una pena.
Entre los sueños y la resignación Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, con una gran interpretación de Natalia Oreiro Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, es decir, a aquel que no alardea de esos tics que suelen valorarse como imprescindibles e incuestionables para lucir esa categoría, y a pesar de sus muchas veces fanfarrona distancia con buena parte del público. Para el cineasta uruguayo, autor de obras como la transgresora Pizza, birra, faso , clonada hasta el cansancio desde entonces, y del excelente western urbano Un oso rojo , las historias con gente común metida hasta las rodillas, o más aún sumergida en dramas que tienen que ver con las puestas a prueba de la vida y cómo se puede sobrevivir a ellas, lo siguen entusiasmando. Francia es, afortunadamente, una historia de gente común. La anécdota que sirvió de base a este cuarto largometraje como autor en solitario es mínima: Mariana (Milagros Caetano), una niña en edad escolar, cuenta en primera persona el mundo de sus padres (Natalia Oreiro y Lautaro Delgado), separados cuando ella todavía era muy pequeña, y cómo a partir de una circunstancia (él acaba de abandonar el departamento de su actual pareja y piensa que una alternativa es alquilarle un cuarto a su ex), su idea de familia puede, si eso es posible, cambiar en positivo. La perspectiva de la cámara pasa a ser la de la pequeña Mariana, a quien no le gusta el nombre que le pusieron sus padres y prefiere que la llamen Gloria, como el título de la famosa canción de Laura Brannigan. Así, Mariana -o Gloria-, con sus auriculares siempre listos para escabullirse de lo malo, recorrerá el pasado y el presente, la violencia que siempre asoma entre Cristina y Carlos, las historias de unos y de otros, y el amor incondicional que ambos sienten por ella. Desde su mirada se ven también los esfuerzos de sus padres por salir de la angustiante situación económica, el viejo amor entre ellos que a esta altura parece una ilusión óptica, sus pocas alegrías y muchas tristezas más allá de que Gloria siempre los sorprenda con una sonrisa compradora. Oreiro confirma no sólo su versatilidad, ya descubierta por el cine en sus últimas películas, sino además su rigor para papeles que implican un compromiso cada vez más grande. Si bien la historia es narrada por el personaje de la niña, que se calza a medida Milagros Caetano (hija del director), es Cristina, es decir, Oreiro, quien a su vez mejor aparece recortada en el relato. Escenas como la del parto y la de la descompostura tras un exceso de alcohol son memorables. Sobresalen también Delgado como Carlos, el padre que a pesar de su inestabilidad emocional y laboral sabe cómo poner los puntos sobre las íes en una reunión en el colegio de su hija, y Daniel Valenzuela, que se destaca con su impar psiquiatra, que de atender en un hospital público termina, muy feliz, asistiendo a policías. Caetano vuelve por sus fueros y lo hace sin vueltas, como él mismo dice "desde cero", pero con la experiencia a cuestas de grandes títulos de la pantalla local, una buena manera de que el público pueda reconocer, una vez más, que todavía le queda mucho por andar.
La historia de una niña que quiere ser feliz En su film, Sylvie Verheyde vuelve a la década del 70 París, 1977. Stella (Léora Barbara) es una niña, hija de los dueños de un bar y pensión de poca monta, donde la gente bebe, fuma, juega a las cartas y al metegol, canta, baila y creen ser felices por un rato. Ella convive con todos ellos. Va al colegio pero es pésima alumna. Es una buena jugadora de póquer, sabe preparar cócteles y también puede discutir de fútbol con el que más. En el colegio, con sus compañeros, vive el oprobio de maestros impresentables y violentos. Digamos que la infancia de Stella (y aquí aparece el gran tema recurrente del cine francés desde siempre) es la infancia sacudida por un mundo que no incluye a los niños entre sus planes. "Sé jugar con las máquinas y las reglas del billar, sé las letras de las canciones, quién es sincero y quién miente, sé cómo se hacen los niños, sé de sexo... pero en lo demás soy pésima", asegura como relatora de su historia, porque Stella es un relato en primera persona, una historia que tiene como protagonista a esta niña que navega por estas aguas más o menos turbulentas de un entorno al que debe adaptarse y al que no puede cuestionar desde su lugar de impotencia. Stella hace lo que puede por convertir en felicidad un mundo que nada tiene que ofrecer a una niña como ella. Quizá por eso encuentra refugio en la amistad con Gladys (Mélissa Rodrigues), una compañera argentina, exiliada con sus padres en Francia, con la que comparte parte de sus aventuras cotidianas. La cámara de Verheyde no sólo recorta a Stella en ese mundo en el que trata de integrarse sino particularmente a su entorno. Lo hace con una mirada casi documental, teñida de cierta resignación, subrayada por la voz de la protagonista, una excelente interpretación de la debutante Barbara (tenía doce años cuando trabajó en esta película), no menos eficaz el de Rodrigues y al grupo de argentinos que interpretan a sus padres, con un puñado de detalles (sus profesiones, la militancia política) que ayudan a entender mejor aquel microcosmos. Verheyde rescata la vitalidad de los niños a pesar de cualquier contratiempo (incluso el abuso), su transparencia, su manera de observar el alrededor, su curiosidad por descubrir. Lo hace con igual pureza, con entrañable cariño y comprensión por sus criaturas. Stella no quiere crecer a la fuerza, pero no tiene otra salida. En ese sentido, su esfuerzo mayor es leer nada menos que a Duras y a Balzac. Verheyde, mientras tanto, hace honor al mejor cine francés.
Cuando los ángeles se pelean a brazo partido En el film de Scott Stewart hay un mensaje esperanzador Antes de los títulos, una voz en off asegura que la decisión de desatar el Apocalipsis tiene una explicación sencilla: "Quizá Dios se ha cansado de tanta mierda". La cosa se pone complicada en Paradise Falls. En una parada de ruta en el medio del desierto coinciden hombres y mujeres bastante diferentes entre sí, aunque todos están al filo de ser derrotados por la vida. La joven camarera del lugar, a punto de convertirse en madre soltera, encierra en su vientre una mínima esperanza de evitar el fin de los tiempos. Lo que de inmediato ocurrirá en ese lugar será aterrador: aparecerá de la nada una anciana que come carne cruda, camina por las paredes cual alimaña y destroza carótidas; un heladero que muta a arácnido, un sinfín de automóviles conducidos por ¿zombis? que tienen como meta destruir al niño por nacer. También un ángel con una misión, que se resiste a la oscuridad resuelta por su Jefe celestial. Lo que sigue es casi un aquelarre con cuestionamientos de cada uno de estos desconocidos, confesiones que permiten ver a auténticos humanos reconociendo sus errores y aceptando que es posible ser mejores. Legión... es la historia de este grupo conducido por un ángel tozudo, y bien munido de ametralladoras, dispuesto a demostrar que hay esperanzas. "Los perros de la guerra han sido desatados", le dice poco antes el arcángel Gabriel al soldado Michael, quien, en secreto, guarda la esperanza de redimir a la especie humana de los pecados cometidos. Pero, ¿podrá lograrlo? "Tú le diste lo que pedían, y yo lo que necesitaban", le retrucará Miguel a Gabriel, en la batalla de ángeles final. La idea de Legión... es muy fuerte. Dentro de los cánones de un cine híbrido es acertada y quizá marque un hito dentro del rubro fantástico sui generis , en el que se mezclan entretenimiento con fe crepuscular. Esto impone cambiar el juicio de "acertada" por el de "sorprendente", más allá de sus metas obviamente religiosas. Buenos encuadres, efectos que no necesitan demasiada grandilocuencia sino un buen manejo de la iluminación, ritmo sostenido e interpretaciones convincentes dentro de los cánones del género y un final en el que Dios desafía a estos luchadores, completan una historia que, por suerte, da mucho más de lo que prometía.
Un superhéroe con poco combustible El relato de Juan Sasturain fue llevado a la pantalla grande en este film como una caricatura del mundo del cómic En la Buenos Aires ultraseca del 2030, Rubén Martínez (Juan Minujín), joven basurero que vive en una villa, descubre en un baño de la estación Constitución que al apretarse con una mano los genitales y al grito de su apellido al "vesre" (como la ya mítica marca de depósitos de sanitarios), se convierte en alguien que puede volar. Pero no es lo único que hace. Al ser descubierto en primera plana por un periodista (Luis Luque) y de esa forma observado con atención por el presidente Olgo Orozco (Daniel Fanego), su vida cambia por completo. Primero se unirá a un viejo científico empeñado en cambiar el curso de las aguas (y recuperarlas para la gente), a la hija del veterano que retorna del exilio con un secreto bien guardado a cuestas, y a Fumetti, un dibujante de cómics (Daniel Santoro). Más tarde será nombrado ministro y se verá comprometido con los oscuros intereses del empresario español (Jordi Mollá) que comercializa el agua potable con tarjetas magnéticas. La adicción a las drogas inducida por el reportero llevarán al superhéroe con nombre capicúa a un centro de rehabilitación de gente con poderes especiales en Miami, donde conocerá a un par suyo en decadencia (Steven Bauer), que hará amistad con él, pero en verdad es un agente secreto. La adaptación del original de Juan Sasturain acerca de un superhéroe que durante los festejos del Bicentenario choca con el Obelisco, si bien con algunos altibajos importantes en materia de diálogos y de cierta falta de ajuste a la hora del montaje, conserva algo del espíritu de cómic que el autor le imprimió al original, pero no alcanza la meta por completo. Lo mismo ocurre con los actores elegidos para recrear sus personajes caricaturescos, desde Minujín y Luque hasta Fanego (el mandatario cínico hasta el caracú). Los efectos hacen juego con esta obra "a la Argentina" que siempre parece atada con alambre y su final, como era de esperar, suena a paradoja o burla, depende de cómo se lo mire. Así y todo, y como las buenas intenciones no se filman, los "peros" superan a las virtudes. En suma, Zenitram es nada más un chiste a la criolla acerca de cómo sería un superhéroe argentino, y como tal, apenas hace cosquillas.