“La vida de Anna” nos presenta una película de carácter social e intimista, al mejor estilo dardenne. El foco en esta ópera prima de ficción, de Nino Basilia -que deviene del documental- radica –justamente- en la simbiosis de la guionista, directora y también fotógrafa, con la actriz, quienes demuestran cómo -sin tanto despliegue técnico- se puede construir un relato honesto sobre una mujer que intenta mantener la integridad –como pocos- ante una sociedad corrupta que no está interesada en el destino de los ciudadanos. Aquí, una madre soltera de treinta y cinco (35) años sueña con emigrar a Estados Unidos para darle una mejor calidad de vida a su hijo autista, pese a que trabaja día y noche. La protagonista, pese a sus grandes reveses, entiende que la solución a sus problemas, no está regida por el afuera, o por las posibilidades del estado que tienden en acallar al individuo como un evidente plan macabro donde el remedio parece natural y adelantado. Por el contrario, da cuenta que el no buscar una salida inmediata, la ubican en un nivel de protesta más efectivo adonde no está sola, y donde el coraje abre caminos desconocidos que son parte de su identidad y que no encontraría en otro lugar que no sea el propio. Es una oportunidad de conocer una parte de Georgia, país euroasiático que desde mil novecientos noventa y uno (1991) formó parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que guarda similitudes con el cinismo y la violencia que rige en todo el mundo, y que son la receta perfecta para la reflexión.
Calabria es una sencilla y profunda roadmovie que sin tanta pretensión, nos hace reflexionar sobre de dónde venimos, hacia adónde vamos y qué pasa en el medio, o sea, sobre el desarraigo, la muerte y el amor, que no es poco. Con una música hipnotizante interpretada por uno de los protagonistas, colocan al espectador sobre un plano más aterrizado, aunque sublime de la acción para aplacar la ansiedad que el común de la gente experimenta cuando se sienta frente a una butaca. Aquí, dos compañeros de trabajo –un gitano serbio y un portugués- que trabajan en una empresa funeraria, deben conducir mil cuatrocientos (1400) kilómetros en auto y cruzar las fronteras de Suiza hasta Italia, específicamente a Calabria, con los restos de un trabajador inmigrante, como ellos. La ruta, plagada de túneles, nos invita a cerrar los ojos para reflexionar sobre lo que nos sucede en nuestro interior, como también, la intimidad en el plano más recurrente de ellos sentados en el auto frente a la ruta, pero con la cámara adentro, lo que produce un acertado paralelismo con la posición de nuestras butacas. Con esta película, este director deja entrever su vasta experiencia en retratos documentales y demuestra cómo su conocimiento está al servicio de un relato que lo plantea como la no ficción.
Otra película que intenta renovar lo que El proyecto de la bruja de Blair inauguró hace ya veinte años, pero esta vez con una magnitud de recursos que tiran por tierra cualquier intento de aproximación. La tecnología lo único que hace -en este caso- es estropear el concepto de terror psicológico más que abrir la imaginación del espectador, quien no sabrá si reír o dormir, porque hasta se anticipa con alevosía el susto que deviene. Me cuesta entender aún, cómo es que la propuesta fue el ver a los protagonistas gritando de susto frente a cámara y cómo es posible que no se den cuenta que para querer a los personajes, primero hay que conocerlos en otras circunstancias que no sea su personalidad egoísta. Quien escribió la película no sólo fue escueto en diálogos que pudieron haber sido la contracara de lo absurdo de las situaciones que fueron creadas en innumerables películas. Me pregunto, ¿en qué público estuvieron pensando? La solución para mejorar un material de un hospital psiquiátrico que verdaderamente existe y que guarda una de las leyendas urbanas más populares sobre situaciones paranormales en un recinto, hubiera sido, el haber administrado la información durante el relato y ser más atrevido en tomarse las licencias necesarias para hacer más atractivos la cantidad de momentos vacíos. En definitiva, no hace falta que seas un asiduo espectador de películas de terror, el juego con la oscuridad y la lentitud de las linternas, te dejará seguir comiendo pochoclos a lo tonto.
Una película se convierte en obra de arte cuando quien la ejecuta entiende al cine como el espejo donde nos descubrimos a nosotros mismos. Sin lugar a dudas esta obra de arte, enaltece al cine al llevarnos de la mano por una serie de capas que combinan de manera orgánica, una viseral historia de amor, inspirada en los padres del propio director, y atravesada por el comunismo y el exilio en plena guerra fría. Sin embargo, no es otra historia de amor frustrada por las circunstancias que rodean a los personajes; Paweł Pawlikowski (polaco, ganador del oscar por IDA a mejor película extranjera) está más interesado en el viaje emocional de los personajes a quienes hace cargo de sus decisiones. Su enorme capacidad de convertir el contexto social, político y espiritual en escenarios, donde sus personajes construyen su vida, le permiten ir más allá de los miedos personales de sus protagonistas y elaborar un ensayo soberbio de cómo el amor es el arma más poderosa que construye y destruye todo. En ese contexto, donde se vislumbra una crítica a la sociedad intelectual parisina con impecables diálogos que se dan el lujo de la comicidad, despertará interés también a quien esté obsesionado con la política, con Dios o con la maravillosa música que te hará terminar de caer rendido a sus pies. Seguramente al público polaco no dejará pasar desapercibida el terror estalinista de ésa época. Sin duda, su marca personal de autor radica en su enorme sensibilidad para entrelazar estos dos aspectos: lo superficial y lo profundo. La mejor película que veré este año.
Este guionista y director argentino demuestra que las historias están al servicio de una premisa clara sobre la sociedad y el ser humano, como si todo lo que hacemos es la consecuencia de quienes somos. En este caso, sobre la hipocresía dentro en una comunidad, como los mecanismos violentos que co-existen y que aquí se suscitan como el germen de un estado dictatorial que vivió la Argentina posterior al relato. La película que transcurre por el año 1974 y se ocupa de esa naturaleza que pudimos ver en “Relatos Salvajes” sin ahondar en un tema ya conocido -o bien desarrollado en otras películas de manera más evidente- y que es ésa cicatriz que nuestro país aún cuestiona. El humor negro y el estilo que transita ROJO, también deja entrever el sello autoral que esperamos de una cinematografía nueva que logra atmósferas y que no subestima al espectador. La inteligente elección de Alfredo Castro Gómez, actor chileno, que denota una comprensión acabada del material, potencian a un Darío Grandinetti en una de sus mejores actuaciones, sino la mejor, y deja claro lo que sucede cuando dos grandes figuras tienen la oportunidad de trabajar juntas. El premio al mejor director que logró esta película en el Festival de San Sebastián demuestran cómo estamos ante la presencia de un artista responsable sobre lo que cuenta, cuando cuenta.
Una película que habla sobre el poder que tiene el estado sobre la libertad de los ciudadanos no debería ser sólo una anécdota. La película “In the Name of the Father” (Irlanda, 1993 – AKA En el nombre del padre) de Jim Sheridan (adaptación de dos novelas y basada en hechos reales también) podría haber dado una dirección a este cuento que se detiene para hablar de lo mismo, como si el espectador no hubiera entendido lo que pasa (en diálogos, en imágenes, en voz en off, en el futuro, en el pasado, la hermana en un psicólogo). En tal caso, lo que pasa, no se sostiene porque no sabemos a ciencia cierta qué hacen los personajes, además de pelar cables. Le hace honor al libro donde se basó esta historia real y donde también reinan las preguntas. La propuesta carece de algo que es la materia prima y que la podría diferenciar de las demás, no es ilusión o falta de amor, es algo que varias películas del cine argentino no quieren entender, la fuerza de una pluma. Lo mínimo que uno espera de una ópera prima es la voz del autor, que tenga el coraje de hacer propio el material, y que le otorgue la suficiente madera al protagonista porque un diálogo sin background es incongruente y no emociona, aunque es redituable cuando tienes un director de fotografía que sabe interpretar la atmósfera de las situaciones y el control de los espacios. (5/10)
Me niego a catalogar a esta película como dentro del género de terror contemporáneo. Seríamos más benevolentes si la juzgáramos como un homenaje a DEAD OF NIGHT (1945) dirigida por cuatro directores y que se caracterizó por ser una cinta con episodios. Ése terror inglés, que productoras como AMICUS, se destacaron en desarrollar con guionistas de la talla de Robert Block (Psicosis) y que ni siquiera mostraba una gota de sangre. Más allá de eso, aquí hay una mal interpretación sobre el manejo del suspenso. Los personajes se acercan a la oscuridad sin miedo y no entendemos el porqué, a tal punto que es forzado. ¿No es mejor que tenga miedo y que deba enfrentarlo? Desde ya, no es algo que diga yo, grandes maestros del suspenso han demostrado que para lograr ésos momentos, el espectador debe saber más que el protagonista. El protagonista es uno de los escritores y directores que adaptó este material desde su propia obra teatral. Este dato nos otorga una pista sobre el porqué los personajes están sujetos a ciertos trazos gruesos que en la pantalla debieron ser adaptados. Difícil salir de algo que seguramente en teatro resulta favorable. No te preocupes, si te duermes, te despertarán los típicos efectos de películas de terror, como esos videos que te mandan por whatsapp. Atento a la imagen final, la que tendrá un acento poético, lo mejor para mi gusto. Aunque… te anticipo, Martín Freeman (Sherlock, Fargo) volverá a fastidiarnos con sus manierismos actorales a los que nos tiene acostumbrados, tan predecibles como estudiados. No te hagas ilusiones con el tráiler estilo David Fincher.