Existe algo en los films sobre animales acuáticos que, si no nos conmueve, al menos nos convoca y nos excita. Seguimos esperando un sacudón similar al que nos provocó (y nos sigue provocando) Tiburón, y aunque dicho nuevo sacudón jamás nos llegue por completo, seguimos manteniendo un fiel peregrinaje hacia estos exponentes de celuloide sumergido y dentado. En primer término deberíamos aclarar que este film no se trata de un remake tridimensional del clásico pergeñado por Joe Dante hace más de treinta años. Se trata de un vehículo (fuera de borda) que nos conduce a una grande atrocité de 20 minutos -quizá largos- en el que los simpáticos pecesitos hacen de las suyas en un concurso de Culos Reef amenizado por las arengas del autoproclamado “mejor amigo de Quentin Tarantino” (El inimputable Eli Roth, que muere como merece). Subyacen aquí varias tramas que fluyen concéntricamente entre sí a las cuales quizá no les prestemos demasiada atención si lo que estamos esperando es el ataque de las mojarras superdotadas: Tenemos un enorme lago que sufre un movimiento tectónico considerable dejando al descubierto una laguna subterránea oculta que está plagada de pirañas antediluvianas enormes y sedientas de sangre. Tenemos una sheriff veterana (Elisabeth Shue) intentando descular la naturaleza de tamaña novedad junto a un experto de gafas y barbita. También tenemos dos niños que se escapan del tutelaje permisivo del hermano mayor de uno de ellos y salen a navegar por el lago en cuestión. Y tenemos al hermano mayor, que está completamente en otra, buscando pinchar con la chica de sus sueños ó con alguna de las conejitas protagonistas del próximo hit de un cineasta porno tipo bangbros (Jerry O´Connel, muy pero muy lejos del muchachito rollizo que interpretó en Stand By Me). Estas subtramas aportan poco y nada a excepción de algún flash cárnico de las conejitas en cuestión y alguna participación estelar que ya conocíamos de antemano (Christopher Lloyd). Lo que todos estaremos aguardando será el ataque sobre las playas, momento en el cual la sangre fluye en forma y podremos presenciar un par (o un trío, o un cuarteto) de muertes bastante originales. Es muy probable que este segmento no decepcione a nadie e incluso es probable que la mayoría de nosotros lamentemos que no sea el clímax final del film (el auténtico clímax final resulta flojo en suspenso y bastante predecible en resultado como para superar el frenesí anterior). Alexandre Aja nos ofrece una cinta en la cual podemos echar de menos la audacia de Haute Tension y The Hills Have Eyes, en las que el realizador bretón no tenía ningún drama en cohetear niños y hacer que un demente deforme beba -con fruición y lascivia- litros de leche directamente del seno de una desesperada mamá hot. Piraña 3-D sostiene nuestra atención de modo bastante accidentado hasta el momento cumbre del ataque, y aquéllas incorrecciones previas de Aja (que su momento supimos aplaudir) aquí no van más allá de primeros planos de gente jalando cocaína directamente del depilado bajovientre de alguna mocosa y algún que otro plano largo de un órgano específico de la anatomía masculina siendo masacrado y regurgitado por los simpatiquísimos animalitos. Lo que tal vez no hable de un ablandamiento del director, si no mas bien de sus esfuerzos por adaptarse a un mercado que, a cambio de una calificación sumisa, le ofrece una tonelada de dinero en las taquillas (tal y como sucedió). El efecto tridimensional no nos sobrecoge y lo realmente bueno se limita a primeros planos de tripas (y otras achuras) flotando suspendidas en el agua, tal y como ya vimos en Jaws 3-D, pero aquí lucen mejor. Este mambo del 3-D y su utilización "gratuita" suscitó una simpática pelea entre los productores de Piraña 3-D y el William Wyler del 3-D (James Avatar Cameron), que salió a rasgarse las vestiduras proclamando que el 3-D no está para semejantes pelotudeces. Acusación brillantemente contestada por los productores de Piraña 3-D, quienes se defendieron al grito de “Calláte que vos dirigiste Piraña 2 - El Demonio Del Mar, que es malísima”. Gol. Bonus track obvio: Quienes amamos Tiburón lograremos reconocer a Richard Dreyfuss en la secuencia inicial del film, graznando la misma cantinela que supo graznar en aquél film junto a Robert Shaw y Roy Scheider. Bonus track extraño: En una feria de DVDs truchos en pleno centro de Cochabamba (Bolivia), un plasma de 42 pulgadas repite una y otra vez la secuencia del ataque de Piraña 3-D (cinerip) ante los regocijados transeúntes andinos, que no dejan de aplaudir la sangrienta suerte que corren esos gringos inadaptados.
Jennifer Lawrence nos hace acordar a Reneé Zellweger. Facialmente hablando, sólo eso. Si actúa mejor que la pepona de Down With Love aún no podemos discernirlo (tampoco es taaan difícil), pero en Lazos de Sangre contamos con un contundente parámetro como para seguir de cerca -y de modo auspicioso- la labor interpretativa de esta muchachita. A la muchachita en cuestión le pasan todas: Un padre adicto al crack que desaparece sin dejar demasiados rastros, una mamá cuyo cerebro ya no carbura (ó carbura en una sintonía diferente a la del resto) y dos hermanitos menores (nene y nena) que tienen el hambre suficiente como para aprender a cazar animalitos silvestres. A este captíulo de Bob Esponja tan tierno y colorido hay que sumarle un tío turbio, una amiga fiel y un grupo de violent femmes dispuestas a silenciar a la muchachita así sea de modo violento y -por qué no- miserable. El silencio imperativo que pretenden generar en nuestra muchacha tiene que ver con las tramoyas de su padre, que evidentemente hizo algo más que drogarse y desaparecer sin dejar prenda. Entre las cosas que hizo se puede contabilizar poner la casa de la familia a modo de fianza para costear su último hospedaje carcelario. Si papá no aparece, se ejecuta cierta deuda que deja en la calle -ó en medio de la ruta, ó en lo más recóndito de un bosque absolutamente espeluznante- a la cría completa. Y el invierno amenaza con congelar todo, inclusive las tripas de las ardillas. Perder el techo no es opción, y se hace imperativo salir a buscar a papá, no tanto para desandar su camino y descubrir sus deseos, pasiones e historia… si no mas bien para terminar con el suplicio hipotecario y enterrar sus descompuestos restos como corresponde. Por que tenemos un mundo de posibilidades para elegir: Quizá lo descuartizaron y se lo dieron de comer a los cerdos del vecino. Tal vez lo mandaron a matar. Probablemente se suicidó. También podría ser que no se murió nada. Andá a saber. Y allí está Ree (Jennifer Lawrence), ajena a todo lo que no sea llegar a la verdad, paseando sin historia por un museo de rednecks de ésos que cuando menos lo esperás pueden tirarte una taza de agua hirviendo en la cara y desfigurarte. Recibirá alguna ayuda (no demasiada, más ambigüa y sugestiva que otra cosa) y transcurrirá las situaciones más miserables y crueles sin perder la lozanía de sus cachetitos. Lazos de Sangre introduce a una excelente y muy joven actriz en un panorama que a los cinco minutos de iniciado el metraje reconocemos absoluta e inquebrantablemente desolador, sin chances de fiesta exceptuando relámpagos de belleza ó de oxígeno traducidos en pollitos jugando sobre vehículos carcomidos por el óxido ó una celebración de cumpleaños con una vieja alucinante (Marideth Sisco, diosa pagana del bluegrass, http://maridethsisco.com) interpretando melodías símil Dónde Estás, Hermano. El resto, depende de cómo se vea: Como una linda laceración en forma de película ó como un ejercicio bastante sado consistente en generar situaciones más y más embromadas (realmente una putada atrás de la otra) hasta lograr que finalmente la preciosa e inquebrantable Ree -a esta altura una escultura de mármol- se largue a llorar como la niña de 17 años que es. Y que Jennifer se gane una -merecida, carajo- nominación al oscar.
La historia es harto conocida: un hombre de estatura normal se pierde y aparece como náufrago en una isla, Liliput, habitada por gente diminuta. Jonathan Swift, el autor de la célebre historia original, dotó de magia y aventuras a su trama, pero no inocencia: había, detrás de los ínfimos liliputenses, una enorme sátira política. Pero eso ocurrió en 1726, año en el que se conoció "Los Viajes de Gulliver", y de ese punto en la historia a éste actual, han pasado (léase, se han perdido) muchas cosas. Una de ellas, acaso la más importante, fue el costado satírico, aquí completamente ausente y sustituido por referencias a la cultura pop actual, así como chistes livianos e inocentes, de esos que quitan una sonrisa sin ofender a nadie. Las críticas, a nivel global, no fueron demasiado benevolentes: se ha dicho que Jack Black repite su papel de siempre (lo cual es cierto, ¿pero acaso actores más "serios" no hacen lo mismo, a menudo en pos de ganar un Oscar?), que la "esencia" del original se ha perdido (es discutible: "Gulliver..." fue siempre una fábula principalmente orientada a los más pequeños, y eso es algo innegable que mantiene esta megaproducción de la Fox), y que el resultado final de esta película es tan pequeño como sus habitantes: puede que así sea, pero desde un principio los realizadores del film no parecen tener mayores pretensiones. Así y todo, las andanzas de este nuevo Gulliver tienen un indiscutible punto a favor, que han perdido muchas producciones infantiles recientes: no traiciona a su target principal (6 a 12 años, seguramente) con implícitos chistes para adultos, no hay muertes trágicas o momentos dramáticos al estilo Disney, ni se hace gala del ya insoportable cliché "para chicos y grandes": aquí los que disfrutan son los niños, y no hay nada de malo en que por una vez alguien piense inocentemente en ellos.
Ajá. He aquí el nuevo film de Sofía Cóppola, esta vez protagonizado por el ex-vampiro (The Deacon) y ex-"beatle" (Stuart Sutcliffe) Stephen Dorff. Nuestro héroe se hace llamar Johnny Marco (Suena similar a Donnie Darko, pero no) y es un superstar con una vida huequita como cabeza con trayectoria de bala. Miss Coppola vuelve a mostrar su muñeca respecto a estos asuntos (la vacuidad de las estrellas, lo rutinario y obsoleto de sus transcurrires, estén o no en la cima de su popularidad) pero durante la proyección pudimos escuchar claramente exclamaciones del tipo ¡Dale, hacé un corte, meté un corte YA!. Así es: Esta vez nos ponemos de ése lado y le damos la razón al grito: La primera mitad de Somewhere no justifica su extensión, ni siquiera con las dos gatitas siamesas que bailan disfrazadas de tenistas para placer (queremos creer, por que no parece estar disfrutándolo) de Donnie Darko, quien durante la segunda mitad de Somewhere puede y debe empezar a relacionarse con su hija de una buena vez por todas y de este modo caer en cuenta (de modo dulzón, casi diabético) que hay cosas más importantes que estar todo el día peinando mandanga, teniendo sexo con gemelas rubias y fans y sacándose fotos publicitarias de tu último y exitosísimo tanque cinematográfico de 100 millones de dólares. Por que, como decía Guille Francella... después de todo, lo que más importa es la familia. Sobre todo si tu viejo dirigió The Godfather Part II. Muy, muy lejos de Virgin Suicides. Dando vueltas por sitios frívolos bastante llamativos en su persona.
Antes de caer en la tentación de cambiar el título del film por uno más familiar y obvio como, por ejemplo, Walter versus La Pandemia, debemos aceptar que aquél entrañable dormilón telefónico que parió Daniel Hendler está presente aquí sólo de a ratos, pues en el resto del mambo podemos deleitarnos observándolo jugar frente al espejo, bajándole un par de cambios a Jazmín Stuart (embarazadísima), jugando con armas de fuego y afeitándose como un verdadero redneck. La trama nos dice que el crecimiento sustentable ya pasó a ser una fábula ó un chiste agresivo, y el planeta entero se encuentra bajo un colapso virósico aparentemente perpetrado por las grandes potencias, aquéllas que básicamente han decidido que ya somos muchos y queda poco morfi y medicamentos. Entonces, armas químicas para casi todos y a otra cosa (*) Esto no parece perturbar el microcosmos de Coco y Pipi, que cargan el changuito en Carrefour y pagan con débito para obtener descuentos considerables mientras fantasean y se boicotean el sueño de hipponear en las sierras de córdoba y acomodan las latas de tomate en su espacioso semipiso. (*) Un vecino de Coco y Pipi (interpretado por Yayo Guridi, bien por él) es quien aparenta tener la posta respecto a lo que está pasando afuera (calles vacías, algunos muertos y el edificio entero en cuarentena) y es él quien sostiene la hipótesis del ataque químico generalizado para reducir drásticamente la población mundial. Pero el edificio (ahora sellado y aislado del afuera) cuenta con una pequeña comunidad que traerá más de una complicación al hermético transcurrir de Coco, Pipi y (si se quiere) Yayo. Porque hay dos vecinos facsistas que hacen simbiosis entre sí y quieren cohetear al más veterano de los inquilinos (¡Federico Luppi con anteojos Poncharello!) porque tiene una pequeña y sospechosa tosecita. Fase 7 contiene (además de una trama entretenida y un puñado de gags dignos de aplauso) la posibilidad de observar a Hendler en un registro un poco más exacerbado de su paranoico usual, además de deleitarnos gratamente con el rol secundario del ya mencionado Yayo (bienvenidas sus salidas fáciles y su grosería, sí), y de un alucinante showdown a oscuras entre Luppi, Hendler y Yayo en el garage del inmueble. Y la mención (es opinión) casi constante a un Eternauta que ya está pidiendo a gritos su versión cinematográfica de una buena vez.
La niña en realidad se llama Mariana, pero ha decidido ser Gloria. Sucede que en el mundo de los adultos, pleno de preocupaciones y golpes bajos, no hay suficiente espacio para los deseos y necesidades de un niño. Deseos y necesidades que serán cubiertos y cumplidos (en mayor ó menor medida) por mamá Natalia Oreiro y papá Lautaro Delgado, pero aún así, Gloria presenta desórdenes de carácter y trastornos de conducta que ponen en jaque tanto la psicopedagogía creadora de la directora de su escuela privada (Lola Berthet) como la paciencia de su maestra de psicodanza (gol de Violeta Urtizberea). Es que, básicamente, el universo de la niña se halla muy distante de todos los inconvenientes que parecen plantear(se) los adultos, y Francia nos ofrece una perspectiva poderosa e impactante -pero también fresca y simpática- que intenta matrimoniar ambos mundos (niño y adulto) y mostrarnos la forma en la cual uno afecta (y modifica) al otro, a través de la puntual y genuina voz cantante de Gloria/Mariana/La Hija de Israel Adrián Caetano, una damita que se devora la pantalla, y no precisamente por su notoria y bonita dentadura. "Costumbrismo" que no es tal, situaciones que nos aproximan a lo básico por sobre lo accesorio (amén de un plano secuencia maravilloso que expone el festejo decadente de una familia de posición económica harto holgada) y un psicólogo recién recibido que nos ofrece un acertijo de dudosa resolución para repasar por las noches (antes de dormir) y así despejar la cabeza. Todo eso es Francia, quizá el film más oxigenador del festival hasta el momento.
Finalmente, la última bomba de Piñeyro pasó por BAFICI para demostrarnos lo podridas que se hallan nuestras instituciones (la policial y la judicial) y lo avispados que deberíamos de estar para no caer bajo ciertos tentáculos que se desprenden de ambas. La Masacre de Pompeya, vista según Piñeyro, resulta en la corrida infernal de un individuo que se muestra asustado ante un Peugeot 504 con personas amenazantes -itaka en mano- en su interior. El individuo acelera su vehículo por que se siente a punto de ser robado, y desde el Peugeot 504 surgen disparos. Diecinueve disparos. Quizá más. Uno de estos disparos le parte la mandíbula. En la corrida, el individuo atropella a personas que mueren tras el impacto. Una vez que su vehículo se detiene, del Peugeot 504 surgen cuatro hombres (¿civiles?) que le disparan aún más tiros. El individuo no muere en el acto, pero muere en vida: Se le imputa resistencia a la Ley, y varios homicidios agravados. Treinta años preso. Entonces Piñeyro recoge los testimonios, los mapas y las brújulas mientras intenta explicarse los hechos (con esa cuerda tónica que deja retrogusto a envidiable superioridad, cuerda que la mayoría de las veces suele gustarnos) y llega a la inevitable conclusión de que La Masacre de Pompeya fué Masacre, sí, pero perpetrada a raíz de accionares policiales enfermizos. Provoca cierta clase de incomodidad (cuando no estupor) observar en pantalla ciertas obviedades, y cómo dichas obviedades pasaron desapercibidas (intentamos ser benignos) por los jueces que decidieron con su fallo los próximos oscurísimos treinta años del individuo de marras. Piñeyro, pues, nos introduce en su mundo ultrapragmático de revisar todos los detalles que hacen ruido (incluso detalles de dicción en Magistrados Públicos que, tras el fogoneo de Piñeyro, nos resultan inadmisibles) y nos ofrece un festival de impunidad en el que un testigo clave que sale por Telefé Noticias asegurando falsedades no es ni más ni menos que un compinche histórico de ciertos bestias que deambulan por la Comisaría 32va. El Rati Horror Show! no será obligatoria (mucho menos si ya estamos hartos de escuchar una y otra vez lo que ya venimos sospechando hace rato), pero sí sumamente clara en sus postulados. De modo que si queremos seguir envenenándonos con ciertos elementos enquistados en una institución concebida para Servir y Proteger, entonces adelante con este mazazo que, por si fuera poco, incluye momentos de distención muy bienvenidos entre tanta oscuridad. Los aspectos formales y técnicos del film serán mejor explicados a través del siguiente diálogo, que se sucedió luego de la proyección, entre Piñeyro y un espectador anonadado. Espectador: ¿Por qué utilizaste el recurso del Cine dentro del Cine, mostrándote en cámara mientras llevabas adelante el proceso de montaje del documental? Enrique Piñeyro: Por que soy extremadamente narcisista y me encanta verme en pantalla diciendo cosas.
Apocalymbo El mapa de films que se mofan del género zombie es mas bien extenso: Desde la sólida Shaun of the Dead hasta la simpática Doghouse, pasando por la delirante Stacy: Attack of the Schoolgirl Zombies y la gloriosa The Return of the Living Dead, algo ha destacado a estos films respecto a las propuestas serias y políticamente cargadas de George A. Romero ó de –no tan políticamente cargadas ni tan serias- Dany Boyle. Sus concepciones presentan novedades que refrescan al género y no se quedan en la burla básica y tensan la cuerda ofreciendo algún que otro elemento interesante. Zombieland pertenece a éste mapa que nos concierne y sin embargo ocupa un sitial particular en el mismo, pues aquí el zombie no es objeto de burla ó de originalidad. Es un zombie prototípico de fines del siglo XX: Hambriento, cabrón y veloz. Son los vivos los que reciben las pinceladas interesantes, a través de la pluma bipartita de Rhett Reese (aportó lo suyo en el guión de Monsters Inc.) y Paul Wernick. Un mozalbete simpático y benigno (que tiene la particularidad de emitir más del 80% de sus líneas de diálogo en off para saciar su parloteo superador personal y para divertirnos a nosotros, sus ávidos espectadores) nos introduce en Zombieland, una América arrasada por zombies en la cual la disciplina es la única bandera que nos puede mantener con vida. Disciplina manifiesta a través de simpáticas reglas (en una secuencia inicial muy chula) que, de no cumplirse, ameritan muerte segura. Nuestro héroe deambulará por allí cumpliendo las reglas (e incorporando algunas nuevas) hasta cruzarse con un hipertrofiado BillyBoy (Woody Harrelson), que no sabe nada de reglas pero que, oh casualidad, también ha logrado mantenerse con vida. La química fluye entre ambos (a fuerza de piñas y malos entendidos) y Zombieland nos regala otra pareja dispareja para el olimpo cinematográfico freak, a la altura de Tommy Lee Jones y Will Smith en Men in Black, pero con menos lustre y sofisticación. El muchachito quiere cerciorarse de que su familia (hasta ese momento, inexistente en su cerebro) esté con vida, y a BillyBoy no le importa a dónde dirigirse siempre y cuando al llegar allí haya golosinas, entonces emprenden camino hacia la Nada, pues ya sabemos que las chances de encontrar parientes vivos en una epidemia de zombies es harto escasa. En el camino acoplarán a dos Femme Fatales con sus propios planes e intenciones, y el destino final los encontrará a todos en un parque de diversiones atestado de zombies. Adelantar las cuestiones ó acciones que hacen que nuestra pareja dispareja acople a dos damas en su derrotero, y por qué todo concluye en un gran parque de diversiones, sería arruinar más de la mitad de las gracias que despertará Zombieland sobre quien decida dirigirse a su sala de cine favorita en busca de un film de zombies jodón. Sólo podemos adelantar que BillyBoy en realidad no es tan abstruso como parece, y que -obviamente- las intenciones del muchachito no son otras que pinchar con Wichita (una de las femmes), por más que dichas intenciones queden cubiertas por su galantería de joven cool lastimoso. Promediando el film nos llega un cachetazo de frescura (quizá innecesario, pues el film se sostiene de modo genial y avanza sin mayores inconvenientes) a través de la participación especial de un actor lo suficientemente idolatrado como para justificar la reacción de Woody Harrelson ante su presencia. A nivel “novedad zombie”, el film aporta poco y nada. Excepto una secuencia de créditos espectacular colmada de planos en cámara super-lenta. No exageramos al decir que nunca vimos a un zombie vomitar tan lento y tan lindo. La carencia de aportes originales a la composición morfológica o psicológica del zombie nominal no debería ser un inconveniente si dejamos la ortodoxia de lado y disfrutamos la composición morfológica de los personajes (sobre todo de Emma Stone, algo así como una Goldie Hawn joven, tamaño pocket y morocha) y la psicología de los mismos (sobre todo del muchachito y la muchachita). Woody Harrelson, ya lo sabemos, es completamente inimputable y lo amamos. Además aquí hace todo (muy) bien. Busquen una sala con aire acondicionado y transcurran un momento grato con Zombieland. Bonus Track - Los personajes de Zombieland no tienen nombre ni apellido. Sus apodos corresponden a los sitios de los cuales provienen. Si Zombieland transcurriese en Argentina, los personajes podrían llamarse Paternal, Calamuchita, Carapachay y Floresta sin ningún problema. =) - Woody Harrelson homenajea, a su modo, al excelente film Deliverance de John Boorman. - El freak Jack White tiene un breve cameo de diez segundos (se lo come un zombie). - La banda sonora del film es, además de ecléctica, efectiva y bonita. Incluye Metric y ¡Hank Williams!
Gore y tensión para despedir bien el año Hoy en día, con las animosidades de la mayoría de la gente en estado de franco aumento, convendría realizar charlas-debate en torno a Eden Lake, sólo por el simple hecho de molestar a los demás y generar más desconcierto, si al fin y al cabo para eso estamos. ¿Cómo reaccionar ante un grupete de auténticos cacos que turban el idílico fin de semana que planeaste junto al amor de tu vida? Bastante alejados de aquéllos simpáticos cacos que amenizaban el video-clip Señor Kioskero, de Intoxicados -con sus remeras “caco 1” y “caco 2”- los cacos de Eden Lake son jovencitos sajones de un pasar económico digamos más o menos bueno, aprovisionados de tecnología, buena indumentaria y perros de raza. Jenny (La colo Kelly Reilly) y Steve (Michael Fassbender) se presentan como una sólida pareja actual -convencionalismos mediante- y discuten por tonterías mientras emprenden camino hacia una reserva forestal con un bosque hermoso, pajaritos, y un lago estupendo. La idea de Jenny respecto a un fin de semana amoroso poco tiene que ver con carpas y fogatas, pero la idea parece girar en torno a ponerle onda a la relación, de modo que Jenny accede con un poco de recelo al rapto boy-scout de Steve, pero sin perder la sonrisa. A poco de hallarse asentados en el lago de marras, disfrutando del cinturón lacustre (la playa del lago, digamos), nuestros héroes recibirán la inesperada y poco grata visita de un conjunto de adolescentes con muy pocas pulgas, dispuestos a molestarlos desde el vamos ya sea con su música hip-hop a todo volumen, su perro de 114 kilos que no deja de ladrar y arremeter, ó sus vocablos soeces explicitados a viva voz. El asunto se torna interesante (para el espectador) cuando uno de los jóvenes pela un largavistas y se pone a disfrutar de las amenas curvas de Jenny. Y se vuelve un poco más picante y entretenido cuando, luego del esperable enfrentamiento entre el macho Steve y los jóvenes, éstos deciden irse de la playa no sin antes ajusticiar en forma a uno de los bienes personales más apreciados de Steve. La situación perderá toda clase de control cuando Steve decida (acompañado por la siempre comprensiva Jenny) continuar el enfrentamiento con el grupo, que a esta altura ya no presenta interés en discernir con cautela el impacto de sus actos. El desmadre comprenderá torturas, muertes y feroces cacerías entre los sobrevivientes de ambos elementos en conflicto. Eden Lake nos recuerda (a la ligera, claro está) a Lord of the Flies por el simple hecho de presentar a un grupo de púberes conformando una mini-sociedad que no escatima en resolver sus inconvenientes más profundos con inusitada violencia. En aquélla isla desierta, los púberes no contaban con absolutamente nada más que ellos mismos (además de cascadas y cocoteros). Aquí, en Eden Lake, los púberes son cinco ó seis gomas que cuentan con un entorno protector (bastante hostil) colmado de hermanos y tías cuarentonas; entorno al cual volver cuando se les pasa el mambo destructivo. También cuentan con celulares de última tecnología que utilizan como medio de registro para sus locuras hardcore. El director James Watkins pifia en apelar a un tip quizá innecesario como justificación extra en el desborde de los jóvenes (el plano de un crío obligado a inhalar popper por otro), pero el resto es -mal que nos pese- puro y duro thriller, gato y ratón en su máxima expresión (inversión de roles incluído), con algunos permisos gore, una femme fatale en potencia (leer bonus track) y la innegable cuota de incomodidad y alarma que nos podría generar el hecho de que una película como ésta se proyecte en Capital Federal. No exageraríamos al decir que luego de Eden Lake, algún que otro afiebrado pedirá a los gritos que se agilicen los procesos judiciales ó el accionar policial ó que -directamente- se baje la edad de imputabilidad. Bonus Track: - La colorada Kelly Reilly ya hizo de las suyas en Puffball, y allí expuso del todo sus curvas, si es que el factor cárnico aportado por el plano mirón los dejó con deseos de más. - Junto con Chugyeogja (Hong-Jin Na), Eden Lake presenta uno de los finales más hijos de puta de los últimos años. Finales que no presentan ninguna clase de merced con el espectador cómodo que piensa sabérselas todas, ése que quizá todavía no se entera que incluso en géneros tendientes a los finales no dichosos pero corolarios y tranquilizantes (como el horror) ya podemos empezar a despedirnos del modelo de final feliz y anestésico al que estamos acostumbrados. Auspiciosa señal.
Seis para triunfar El mejor y único método para lograr escapar del escarnio divino al que puede someterte un individuo como Jigsaw sería, a esta altura de las cosas, transitar por la vida (y de por vida) con una capsulita de veneno alojada en tus encías, para morderla y liberar su elixir autoejecutor segundos antes de formar parte de los ingeniosos juicios de moral y redención que nos invita a jugar el oscuro personaje interpretado por el siempre bienvenido Tobin Bell. El personaje de marras, ya fallecido, se guarda para el -hasta ahora- final de la saga una bienvenida pieza de resistencia: Someterá a juicio al máximo ejecutivo de una empresa de medicina privada, simpáticas entidades que juegan a la ruleta con el bienestar y malestar de la gente utilizando el juramento hipocrático como bolita. Probablemente Jigsaw observó la Sicko de Michael Moore y decidió dejar de lado la denuncia simpaticona para encarar directamente al dueño de un gran emporio de salud privado y exigirle que le pague un treatment novedoso para el cáncer que lo aqueja. El ejecutivo se negará y Jigsaw le escupirá un par de verdades (a los gritos), tirará su copia de Sicko al demonio y diseñará un parque temático colmado de situaciones-límite para que el ejecutivo aprenda a ser bueno de una vez por todas. ¿Cómo logra un fallecido hacer todo esto sin siquiera mosquearse? A través de flashbacks, claro está. Lo suficientemente bien puestos como para no generar demasiada confusión (aunque sea casi una orden haber visionado las Saw previas para no perderse la mayor parte de los confites importantes). Jigsaw dejó cartas, indicaciones y audios con reglas a seguir, tanto para el sargento Hoffman como para Jill. Amanda, que se nos manifiesta completamente recuperada (en secuencias que abandonan el flashback para mutar hacia una mamúa feroz de metadona) también recibirá alguna indicación oportuna. Hay en Saw VI otros personajes, quizá menores en su dimensión protagónica pero vitales para el desarrollo del circuito. Cada uno de ellos gemirá por su vida e intentará conservarla, ya sea mediante ruegos ó lipoaspiraciones muy poco higiénicas ó a través de una muy tétrica e intensa “Rulesita” (conjunción perfecta Ruleta Rusa y Calesita, quizá la mejor secuencia del film). Recordemos que John Kramer muta en Jigsaw por que su concepción de la injusticia es tan potente que precisa exprimir hasta la última gota de vida de tu cuerpo para que te conviertas en una masa de voluntad frenética sin dirección puntual, bailando entre dos opciones muy puntales (matar ó morir) que podrían generar en tu persona un cariño más sincero y respetuoso respecto a todo y a todos. Los métodos utilizados pueden resultar extremos y gráficos, pero siempre mantienen cierta coherencia freak entre crimen y castigo. Algo así como castigar a un músico abusador de menores tirándole un piano encima desde un décimo piso. Por eso Jigsaw meterá en el juego a una periodista sensacionalista: Por detenerse en los aspectos morbosos de su obra y no precisamente en su titánica misión. Y por que, de un modo u otro, la dama de pelo oxigenado resultará útil en el desenlace del film, que no adelantaremos aquí. Intentando dejar de lado el magnífico móvil que lo motiva (y también el hecho de que sus trampas y artefactos funcionan de maravilla) podríamos decir que Jigsaw es la versión triunfante de Willie E. Coyote, aquél mamífero narigón que hizo lo imposible por atrapar al Correcaminos y nunca lo logró. Sólo faltaría que las maquinarias de Jigsaw fueran fabricadas por ACME y que las secuencias en las cuales dichas maquinarias se ponen en funcionamiento sean apuntaladas en lo musical por la alucinante melodía “Powerhouse” de Raymond Scott. Si la saga Saw les es familiar, adelante con Saw VI. Y si la saga no les es familiar y tienen ganas de desconcertarse con 30 minutos de flashbacks extraños y escenas de tortura muy ingeniosas (y frenéticamente montadas), adelante también. Probablemente no defraude ni a familiares ni a extraños. Bonus Track - Desde la productora Twisted Pictures, responsable de la saga, adelantaron que Saw VII, prevista para el año próximo, será la última parte de las macabras aventuras del amigo Jigsaw. ¿Les creemos?