Que a François Ozon es un tipo al que le gustan los juegos es algo que ha quedado sobradamente demostrado a lo largo de su desigual filmografía. Tanto si se trata de experimentar hasta desdibujarlas con las fronteras de los géneros como de desconcertar al espectador con diversos juegos de espejos, Ozon es uno de esos directores que se complace en jugar al despiste: tan pronto ves una obra suya que te parece una maravilla como te resulta absolutamente indiferente e impropia de un tipo de su talento la siguiente. Como si estuvieran hechas por tipos diferentes o por un esquizofrénico brillante que a ratos se olvidara de tomar su medicación. Por suerte para todos, en San Sebastián nos ha tocado disfrutar del mejor Ozon que hemos tenido en años y acaso el mejor de toda su filmografía. Dans La Maison es una obra brillante que aprovecha con muchísima habilidad un punto de partida no especialmente novedoso: un profesor de literatura descubre entre la pandilla de lerdos adolescentes incapaces de escribir dos frases seguidas inteligibles – al parecer en los institutos de Francia también abundan en estos especímenes y no solo en los nuestros – a un joven singular capaz, con la sola fuerza de sus palabras, de construir una narración absorbente y altamente adictiva...
Like Father, Like Son es de esas perlas de otros festivales que siempre pueden arreglarte el día. Sobre todo porque era jugar sobre seguro: cuatro veces van ya con ésta que el japonés Hirokazu Kore Eda pasa por Donosti – debió ganar la Concha de Oro al menos dos veces: con Still Walking que se fue de vacío de forma incomprensible y con Kiseki, que ganó Mejor Guión – y la gente es tan consciente de eso que cada vez que el amable director aparece para presentar una película la ovación y el cariño del público resultan abrumadores. Si encima no tiene la presión de concursar, pues mejor que mejor. Like Father, Like Son es una más de sus películas con niños de por medio. En este caso niños intercambiados al nacer en un hospital cuyos padres son informados del fallo cuando ya tienen cinco años, dejando a su arbitrio la decisión de volvérselos a cambiar cual cromos o quedarse como están...
Comencemos por el final. Andaba el personal acreditado de este 61ª Zinemaldia pelin mosqueado ya hoy con la distribuidora de La Vie D’Adèle, Palma de Oro de Cannes y ganadora del Gran Premio Fipresci de la crítica internacional, que había tomado la cuestionable decisión de limitar a un único pase – y no de prensa – la posibilidad de ver una de las películas más importantes del año. A las 23:30. Como quiera que la peli de Kechiche dura tres horitas de nada eso obligaba tanto a buscarse la vida para conseguir una entrada como a prepararse para dormir más bien poco. Sin embargo, los que tomamos la decisión de aceptar el órdago y trasnochar nos vimos recompensados con una obra descomunal que sin duda estará entre las propuestas más fascinantes que podremos ver este año. Se harán a si mismos un favor si ese lógico recelo que puedan tener a priori por los casi unánimes elogios que llegaron de Cannes el pasado mayo lo dejan bien aparcadito y se disponen a disfrutar de la brutalmente honesta historia de amor que nos han regalado Kechiche, Léa Seydoux y ese animal cinematográfico de nuevo cuño que responde al nombre de Adèle Exarchopoulos, capaz de devorar la pantalla a bocados...
El cine de Alex De La Iglesia siempre ha tenido fervientes partidarios y furibundos detractores. No es algo nuevo, precisamente: es algo común cuando uno pertenece a esa raza de cineastas personales, libres y con un reconocible universo propio que ha alcanzado el suficiente estatus como para hacer básicamente lo que le dé la gana sin atender a poco más que lo que le pide la víscera. Y digamos que la víscera de Alex de la Iglesia está bastante inflamada en los últimos años como sabe bien quien viera en su momento Balada Triste de Trompeta. Los que nos sentamos en el Principal a la espera de ver Las Brujas de Zugarramurdi sabíamos que íbamos a estar delante de una nueva comedia frenética, brillante y excesiva. Y el realizador vasco no solo respondió a las expectativas sino que las desbordó. Por los dos lados. Digámoslo claro: Las Brujas de Zugarramurdi es un desmadre. Pero resulta irresistible de puro delirante. La historia de estos tipos que atracan un Compro Oro vestidos como estatuas vivientes, secuestran un taxi para ir al norte y se topan con unas brujas vascas con poderes que pretenden despertar a su diosa para sojuzgar a la Humanidad es algo que resulta incluso difícil de escribir para cualquier cronista desde la sinopsis. No digamos ya entrar a analizarlo. El mejor consejo que se le puede dar al futuro espectador que quiera disfrutar de la gozosa celebración de lo freak que ha parido De La Iglesia es que deje los prejuicios en la puerta del cine. Porque si no lo va a pasar ciertamente mal. Dicho esto, servidor es que ya desde los tiempos de Acción Mutante y El Día de la Bestia...
Esto que voy a decir ahora va a sonar un poco extraño, pero lo cierto es que de vez en cuando necesitamos que se nos recuerde por qué amamos el cine. O mejor dicho: necesitamos recordar cómo y de qué forma empezamos a amar el cine. La respuesta está, como tantas otras cuestiones, en la infancia, cuando de repente un día miramos una pantalla y vimos en ella algo que no solo no habíamos nunca visto antes sino que ni tan siquiera nos imaginábamos que existiera, algún espectáculo prodigioso que nos hiciera amar esa experiencia y querer reproducirla una y otra vez de miles de formas distintas. Viene esto a cuento del enorme impacto que ha generado Gravity, el impresionante thriller espacial que nos ha presentado Alfonso Cuarón con George Clooney y Sandra Bullock como dos astronautas a la deriva a 600 km de la Tierra cuando un accidente provoca la destrucción del transbordador espacial en el que viajaban...
Arbitrage, que en España se llamará El Fraude pretende en que nos identifiquemos con uno de estos peces gordos de las finanzas que en su afán de querer tragar mucho más de lo que puede digerir se va metiendo sucesivamente en una serie de líos que van desde lo extramatrimonial hasta lo criminal mientras intenta no acabar con sus huesos en la cárcel y negociar una salida airosa del callejón sin aparente salida al que le ha conducido su avaricia. O su simple forma de navegar en tan procelosas aguas porque lo que viene a decir la película de Nicholas Jarecki es que todo en esta vida es negociable, comprable o vendible, aun lo más íntimo...
Por ejemplo, la hermosísima directora y actriz libanesa Nadine Labaki, una habitual de Donosti donde ya triunfó en su momento con la simpática Caramel, presentó ¿Y Ahora Donde Vamos? película mucho menos inocente y mucho más valiente de lo que su tono ligero y complaciente puede transmitir mientras describe las cuitas de un pequeño villorrio perdido en las montañas en el que musulmanes y cristianos tratan de convivir mientras en el resto del país las guerras religiosas provocan cientos de muertes.
Mezclando géneros Con Desapareció una Noche (Gone Baby Gone) y Atracción Peligrosa (The Town), Ben Affleck demostró sobradamente a los numerosos detractores de su faceta interpretativa que tiene por delante una carrera mucho más interesante como director: tiene buen ojo para elegir sus historias, buen dominio del pulso narrativo, sabe mucho de elegir un buen casting y cómo dirigirlo y lo que es más importante, va revelando poco a poco un cierto estilo autoral que le permite asumir nuevos riesgos con cada nueva proyecto que afronta. Siempre me ha parecido un tipo inteligente (y mejor actor de lo que la gente cree: basta ver sus trabajos en títulos tan dispares como Chasing Amy o Hollywoodland) y la película que ha proyectado aquí fuera de concurso, Argo, viene de nuevo a confirmarlo...
El sexo (y el magnífico cine) como adicción. (Zabaltegui – Perlas) Estábamos sobreaviso tras su paso por Venecia, donde era la gran favorita para hacerse con ese León de Oro que fue a parar a las manos de Sokurov, que la nueva película de Steve McQueen, ese que en su momento nos estremeció sobremanera con Hunger, aquella terrorífica película sobre los presos del IRA y las huelgas de hambre, que Shame iba a ser uno de los platos fuertes de las perlas de Zabaltegui este año, que esta historia de ese atractivo adicto sexual incapaz de reprimir sus instintos que no solo se folla con notable dedicación...
Fresnadillo tras las huellas de Shyamalan Si a alguno le quedaba el más mínimo resquicio de duda sobre si se dejaría notar la influencia en la programación de José Luis Rebordinos, nuevo director del Festival Internacional de Cine de San Sebastián en su 59 edición tras varios años ejerciendo de asesor del equipo de programación y muchos más como director del hermano pequeño y freaky del certamen, la Semana de Cine Fantástico y de Terror, este debió disiparse según se enfrentaba a la película de inauguración de este año, Intruders de Juan Carlos Fresnadillo, obra de género a más no poder con la que el canario, plenamente integrado en Hollywood – recuerden 28 Meses Después – nos ha ofrecido su particular visión del cine de fantasmas. O no, según se mire...