Tres monos, el más reciente trabajo del director turco Nuri Bilge Ceylan (Kasaba, Nubes de mayo, Lejano y Climas), resultó una enorme decepción. No se trata de una película despreciable ni mucho menos (estamos ante un cineasta con sensibilidad, talento y vuelo propio), pero este melodrama sobre un triángulo amoroso con derivaciones policiales y vinculaciones con la política resulta demasiado obvio y alargado. Sin duda, el film menos logrado de una carrera que, hasta ahora, era incuestionable.
Lo que ellas quieren Rodrigo García ha luchado toda la vida contra la carga, el estigma de ser “el hijo de” (en su caso, nada menos que de Gabriel García Márquez). Instalado en los Estados Unidos, ha desarrollado una más que aceptable carrera tanto en cine (Con sólo mirarte, Nueve vidas) como en TV (es el creador de la notable serie psicológica In Treatment / En terapia, con el gran Gabriel Byrne como protagonista). Amor de madres podría haber sido un melodrama insoportable, un culebrón recargado y adoctrinador, y -en ciertos momentos- está cerca, muy cerca de caer en esa moralina, ese espíritu manipulatorio, esa crueldad y ese regodeo con "los grandes temas de la vida" que son el sello del aquí productor Alejandro González Iñárritu. Por suerte, RG es un guionista y director que -más allá de su apego a la corrección política y de su búsqueda trascendental/religiosa- tiene un pudor, una discreción y una sensibilidad que lo diferencian bastante de su colega mexicano. RG vuelve a hacer gala de una gran capacidad para la dirección de actores y para sumergirse en los vericuetos más íntimos (y oscuros) del universo femenino (podría decirse que esta es su gran especialidad). Intentar describir las múltiples subtramas y los diversos personajes de Amor de madres demandaría varios párrafos (muchos colegas lo han hecho en sus críticas) y limitaría bastante las sorpresas que esta ambiciosa película coral tiene reservadas durante sus algo más de dos horas de duración. Sólo anticiparé, entonces, que hay tres personajes centrales interpretados por Annette Bening, Naomi Watts y Kerry Washington (todas con múltiples escenas concebidas para su lucimiento) y conflictos que van desde el embarazo adolescente hasta los martirios de la adopción, así como los traumas propios que provocan tanto las madres dominantes como aquellas que han estado demasiado ausentes. Además, claro, están los hombres (en papeles y con incidencias bastante secundarias), entre los que se destacan el abogado enamorado de su empleada que interpreta Samuel L. Jackson. De todas maneras, queda claro, estamos en un mundo de, con, sobre y para mujeres. Muchas de ellas, no tengo dudas, sabrán disfrutar del compromiso y la espesura emocional que propone este Amor de madres.
Si querés llorar, reí (y viceversa) ¿Qué decir (escribir) sobre esta película de Edward Zwick? ¿Cómo encarar una película tan desconcertante, tan esquizofrénica, tan llena de notables pasajes que entusiasman, pero también de muchos otros que irritan o dan vergüenza ajena? Lo mejor que tiene De amor y otras adicciones es que -contra buena parte de la producción hollywoodense actual- resulta imposible de encasillar ¿Por qué? Porque tiene un poco de todo, porque no se queda jamás en un solo registro y pendula por muy diversos géneros, estilos y tonos. En principio (y ante todo), es una comedia romántica al servicio de dos carilindos y jóvenes protagonistas (los galancitos Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, que aprovechan su fotogenia y sortean con decoro y dignidad varios momentos cercanos al ridículo), pero también es un melodrama lacrimógeno sobre el amor en medio de condiciones adversas (ella sufre del mal de Parkinson), y ¡también! una despiadada mirada sobre la avaricia y las miserias el mundillo de la poderosa industria farmacéutica (laboratorios y médicos incluidos). Hay en este nuevo film del dispar y muchas veces grandilocuente Edward Zwick (Gloria, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego, Contra el enemigo, El último samurai, Diamante de sangre, Desafío) no pocos riesgos, una buena dosis de audacia que hacen que -por lo menos en mi caso- termine calificando al film de "bueno", más allá de sus múltiples problemas y excesos. Puede parecer un dato menor, irrelevante, pero aquí va uno: que una "chica Disney" como Anne Hathaway acepte someterse a tantos desnudos como aquí ya eleva al film bastante por encima de la mojigatería reinante en el Hollywood actual. El film -ambientado en 1996- está narrado desde el punto de vista de Jamie Randall (Gyllenhaal), un Don Juan compulsivo que termina abruptamente su experiencia como vendedor de electrodomésticos e ingresa a un curso de capacitación de la compañía Pfizer, donde encontrará la posibilidad de dar rienda suelta a sus técnicas de seducción y de saciar su espíritu competitivo y ambicioso. Las cosas cambian cuando se enamora de Maggie Murdock (Hathaway), una atractiva chica de 26 años que hace gala de una adicción al sexo similar a la suya, pero que no quiere comprometerse afectivamente. La película (muy políticamente correcta y algo machista) va desarrollando la historia de amor y, mientras tanto, expone cómo funciona una industria multimillonaria, donde el cinismo y los sobornos están a la orden del día. En principio, la lucha es entre quién gana el mercado de antidepresivos (debe lograr que el Zoloft desbanque al todopoderoso Prozac de los rivales), pero la aparición del súbitamente popular Viagra cambia por completo la situación del negocio, de la compañía y del protagonista, cuyo futuro luce decididamente prometedor. No ahondaremos más en la trama, que tiene un montón de vueltas de tuerca. Por momentos, estamos ante una comedia negra muy bien llevada (con aires de Gracias por fumar, Amor sin escalas o Jerry Maguire: amor y desafío); en otros, ante cursilerías que ya no se animarían a plantear ni los más elementales culebrones y con algunos momentos (¡ay, la secuencia de la erección en el hospital!) decididamente grasas y ridículos. Y no falta tampoco un personaje muy en la línea de la Nueva Comedia Americana como el hermano gordito y reprimido (un nerd, bah) de Jamie. Más allá de todo, termino por recomendar (partes de) esta película, sostenida por dos buenos actores, muchos diálogos punzantes y un puñado de observaciones más que inteligentes y muy mordaces. El resto, quedó claro, es olvidable. Así es este film absurdo y delirante a la vez, brillante en una escena y penoso en la siguiente: tómelo o déjelo. PD: Un aplauso para el gran Oliver Platt, uno de esos actores que son capaces de hacer brillar todas y cada una de las escenas en las que aparecen (aquí como el mentor del protagonista).
Los viajes de Gulliver Un desbordado Jack Black protagoniza esta pobre actualización de la novela de Swift Rob Letterman, director de dos films animados como El espantatiburones y Monstruos vs. Aliens , incursiona en el cine con actores de carne y hueso con esta muy libre transposición de la clásica y satírica novela escrita por Jonathan Swift en 1726 sobre las desventuras de un hombre común en Liliput, una comunidad habitada por gente de 15 centímetros de altura (lo que lo convierte en un gigante todopoderoso). En este caso, es Jack Black el encargado de interpretar a Lemuel Gulliver. Ambientado en la actualidad, el prólogo nos presenta al protagonista: un típico antihéroe, un hombre gris, sin ambiciones y con demasiados traumas, que trabaja desde hace diez años como encargado de repartir el correo en la redacción de un diario. Negador y fabulador, este eterno adolescente obsesionado por los videojuegos está enamorado de la bella editora de la sección Turismo (Amanda Peet), pero a pesar de la simpatía de ella hacia él, no se anima ni siquiera a invitarla a salir. Luego de una serie de enredos, Lemuel recibe un encargo: viajar hasta el Triángulo de las Bermudas para escribir una nota. Luego de soportar una fuerte tormenta, aparecerá en el reino de Liliput, inmerso en todo tipo de conflictos bélicos y románticos, pero dueño de un inédito poder. Hasta aquí el planteo inicial de este film que intenta aprovechar el histrionismo de Black (un actor que sin un director, un personaje y una buena historia que lo contengan es afecto a todo tipo de excesos y desbordes) y los dispositivos visuales que permiten confrontar a Gulliver con los diminutos liliputenses. El problema es que ni la sobreactuación de Black ni el despliegue de efectos generados por computadora (que no van más allá de lo que ya se vio en, por ejemplo, Una noche en el museo y que quedan a años luz de una producción como Avatar ) alcanzan a sostener un mínimo interés del espectador. La película repite una y otra vez los mismos gags, obliga al desbordado Black a ciertos parlamentos solemnes y bienpensantes que no lo favorecen, evita el interesante costado político que tiene la obra original de Swift y dilapida los posibles aportes de los buenos actores contratados para los desdibujados papeles secundarios (la princesa de Emily Blunt, el rey de Billy Connolly, el malvado de Chris O'Dowd y el enamorado e inseguro Jason Segel). Así, la película apela a los anacronismos -utiliza con fines humorísticos temas de Kiss ("Rock and Roll All Nite"), Prince ("Kiss") o el clásico "War" en pleno siglo XVIII- o a las referencias obvias a la cultura popular (en casi todos los casos, a éxitos de la 20th Century Fox, productora, claro, de este film, como Star Wars , Titanic o la propia Avatar ). Recursos desesperados como para sostener un film que resulta tan pequeño como las criaturas concebidas por la prosa de Swift.
Tanta belleza para tan poco cine... Dicen que Venecia es una de las ciudades más bellas del mundo. Dicen también que Angelina Jolie es una de las actrices más sexies y fotogénicas del planeta (para mí no lo es tanto, pero no es éste el ámbito para un debate en ese terreno). Y aseguran muchísimas mujeres (no sé qué dirán los gays) que Johnny Depp es uno de los galanes más seductores e irresistible del planeta. Pues bien, cuesta entender, entonces, cómo con los canales y el lujo veneciano de fondo más el aporte de una pareja hiper taquillera como esta, el alemán Florian Henckel von Donnersmarck (el mismo de la exitosa La vida de los otros) haya concretado un thriller romántico sin suspenso ni tensión, ni química ni erotismo. El guión -permítanme la analogía algo obvia- hace agua y se hunde como la ciudad que le da marco: hay unos cuantos misterios dando vuelta, pero el relato es tan chato que al poco tiempo importa bastante poco quién es quién (y quién engaña a quién) y el destino de los cientos de millones de dólares en juego. Que Angelina -en plan femme-fatale pero con su cara siempre fruncida y su actitud seductora demasiado impostado- podría ser cómplice de una confabulación o una agente secreta, que Johnny -incómodo en un papel contenido- podría ser el torpe turista del título o un brilante estafador, que los mafiosos ingleses y rusos pueden ser muy violentos, que la policía inglesa (y la italiana) puede ser bastante inoperante... Nada de eso adquiere el más mínimo interés en este inverosímil relato que resulta un sucedáneo siempre menor de la saga de James Bond, de la del agente Jason Bourne, de la de La gran estafa, de Sr. y Sra. Smith o del viejo y querido thriller hitchcockiano de Para atrapar al ladrón. La película no sólo es chata, también luce avejentada. Y no es sólo porque intente rememorar al cine clásico de espías, sino porque no encuentra nunca el tono. Es demasiado solemne para funcionar como comedia (además, nunca se atreve a incursionar en la sátira, a jugar con el absurdo, a trabajar la ironía) y es demasiado blanda, demagógica, previsible y condescendiente como para hacerlo en el terreno del buen noir. Así, El turista resulta un film completamente fallido, casi al borde del ridículo. Habrá quienes vayan al cine atraidos por los escenarios, por sus carilindos protagonistas o por los antecedentes del director, pero estoy convencido de que la inmensa mayoría saldrá bastante defraudada por una propuesta que, más allá de cualquier análisis teórico, de tecnicismos o de elaboraciones intelectuales, no cumple con casi nada de lo que prometía ni siquiera en plan de entretenimiento liviano, superficial y llevadera.
Quédate conmigo El director de la promisoria Buenos Aires 100 km propone ahora un universo mucho más cerrado y concentrado con la relación que se establece entre un joven de La Pampa (Martín Piroyanski), que intenta sin suerte costearse sus estudios de medicina en Buenos Aires con trabajos precarios, y una solitaria y frustrada jubilada (Adriana Aizenberg), que vive entre la soledad y las manías/fobias de la vejez. Cuando Marcelo está a punto de volverse, derrotado, a su provincia, su vecina lo convence de quedarse en su departamento y tener, así, alguien con quien charlar. La anécdota, por cierto, es bastante menor y las viñetas que traza el director pendulan entre el costumbrismo y una exaltación algo obvia de la comunicación, del entendimiento más allá de las diferencias de edad y de intereses. Los dos intérpretes son lo mejor del film y principales responsables de sostener la discreta propuesta de Meza.
Hortensia tiene 53 años y trabaja como empleada doméstica (en verdad, es una mujer orquesta) en una finca catamarqueña ubicada en el poblado de El Puesto. Esta mujer se ocupa con envidiable capacidad de los olivares, de los frutales, de los asados, de la leña, de la limpieza, de la cocina, del mantenimiento y hasta de ahuyentar murciélagos. No recibe un sueldo (obtiene 150 pesos de un plan social), aunque de vez en cuando obtiene ingresos con alguna venta ocasional (unas aceitunas, una mermelada, una torta). El joven director cordobés Matías Herrera Córdoba sigue a la única y gran protagonista con rigor y con capacidad para ubicar la cámara a una respetuosa distancia (y conseguir siempre muy buenos encuadres), pero al mismo tiempo Criada da una sensación de déjà vu, como si esa combinación entre el documental observacional y la puesta en escena "algo" ficcionalizada ya fuera una marca, un sello (¿un karma?) del Nuevo Cine Argentino. Las comparaciones con el cine de Lisandro Alonso son inevitables pero, más allá de los insoslayables valores narrativos, estéticos y técnicos del film (una buena carte de presentación para su director, otro exponente de la interesante movida del cine cordobés), es hora de pedirle algo más, una vuelta de tuerca, alguna sorpresa, a un modelo ya demasiado transitado.
Belleza a cualquier precio Con su transposición de Otelo y con otras dos incursiones en el universo de Oscar Wilde (Un esposo ideal y The Importance of Being Earnest), Oliver Parker se fue consolidando como uno de esos directores especializados en películas de época basadas en obras de grandes autores. Con esos pergaminos en su lomo, El retrato de Dorian Gray -sin ser una película desdeñable- resulta una pequeña decepción. El film no tiene ningún elemento que desentone demasiado, pero esa “corrección” es también su talón de Aquiles. La película no sorprende, no se arriesga y todo se mantiene en un medio tono contenido que –cuando todo explota- ya resulta demasiado tarde como para recuperar el favor del espectador. La trama es por demás conocida y tiene que ver con ese pacto con el Diablo que un joven hace para mantenerse joven y bello por siempre, tal como aparece en la pintura en la que ha sido retratado. Así, el protagonista del título (un insípido Ben Barnes) irá pasando con el correr del tiempo del inocente muchacho del inicio a un despiadado hombre que disfruta de su impunidad y de la decadencia ajena, con el gran Colin Firth (lo más interesabnte del film, aunque lejos de sus mejores trabajos) como una suerte de cínico mentor y consejero. El relato es muy cuidado desde lo visual, tiene un buen despliegue de CGI y efectos de maquillaje, pero no agrega demasiado y es rápida, fácilmente olvidable. Una película correcta y menor, especialmente si se tiene en cuenta que de un director como Parker y de un elenco como el aquí reunido podía (debía) esperarse bastante más.
Es sólo una carrera contra el tiempo, pero me gusta Un thriller sobre un tren que lleva vagones cargados con material tóxico y explosivo corriendo -sin conductor a cuestas- a más de 100 kilómetros por las vías de Pennsylvania con el peligro inminente de generar una catástrofe humana y ecológica en plena ciudad. Nada más (y nada menos) que eso es Imparable, otro tour-de-force narrativo de ese reconocido artesano (para algunos, incluso, un autor dentro de las lides hollywoodenses) que es Tony Scott. Tras narrar una tensa historia ambientada en el subterráneo neoyorquino como la remake de Rescate del metro 123, el hermano de Ridley Scott y responsable de títulos como Top Gun, Escape salvaje, Enemigo público y Déjà vu regala otro film a puro vértigo, tensión y adrenalina con un protagonismo algo más repartido, pero con la siempre convincente presencia de su actor-fetiche Denzel Washington. El film -construido con el habitual virtuosismo para el encuadre o la edición, y con esa estilización visual que es la marca de fábrica de TS- propone otra épica de hombres comunes de la clase trabajadora estadounidense devenidos en héroes al toparse con circunstancias extraordinarias. Estos losers golpeados por la vida (tanto el personaje de Denzel Washington como el de Chris Pine están inmersos en sendas crisis familiares) deberán enfrentarse a la burocracia del sistema y de los poderosos (sus arrogantes patrones) y, a partir de su rebeldía, de su valentía y de su capacidad para la improvisación y para apartarse de la ortodoxia, lograr su reivindicación, su redención. Imparable es un relato clásico, con un guión “de manual” y hasta si se quiere “menor” en términos de previsibilidad, pero indudablemente efectivo. Más allá de ciertos lugares comunes y de los insoportables “chivos” a la cadena de noticias Fox (“hermana” de la productora del film), tiene todos los atributos para convertirse en uno de esos entretenimientos tan dignos como finalmente reivindicables.
Perdidos en Los Angeles Ganadora del León de Oro de la Mostra de Venecia 2010 y elegida como apertura del Festival de Mar del Plata, esta nueva película de la talentosa directora de Las vírgenes suicidas, María Antonieta, la reina adolescente y Perdidos en Tokio describe con una apuesta tragicómica las desventuras de un excéntrico galán de Hollywood y la relación con su hija preadolescente. Aclaro que me gustaron mucho las tres películas previas de Sofia Coppola y que disfruté bastante de la visión de este cuarto largometraje suyo, pero al mismo tiempo me pareció un film algo calculado, un poco impostado, demasiado cool, al que se le notan bastante las "costuras" y que repite un poco la fórmula de Perdidos en Tokio (es una suerte de Perdidos en Los Angeles). Es cierto que, para los estándares actuales del cine comercial norteamericano, Somewhere, en un rincón del corazón es una película árida, audaz, casi experimental (los atisbos de humor más convencionales son inmediatamente cortados con pasajes de una sequedad brutal y tiene un tono casi minimalista), pero Sofia se ha creido demasiado el lugar de directora indie-fashion y, en esta mirada algo sobradora sobre las miserias, banalidades, absurdos y vacío del star-system de Hollywood, por momentos (véase la escena de la conferencia de prensa) se va al otro extremo y resulta algo patética. De todas formas, esta incursión en la intimidad de una estrella de cine llamada Johnny Marco (Stephen Dorff) y la relación con su hija de 11 años a la que casi no ve y menos entiende (notable aporte de Elle Fanning) tiene pequeños-grandes momentos, una puesta en escena llena de ideas, recursos narrativos muy creativos y observaciones entre graciosas y punzantes. Si en Perdidos en Tokio apelaba a un hotel nipón hipermoderno como locación principal, aquí la hija del gran Francis Ford concentra buena parte de la acción en el legendario Chateau Marmont de Los Angeles. Allí, Johnny -con su brazo enyesado, las exigencias del estrellato y las carencias afectivas que lo aquejan- intentará conectar con Cleo, en medio del desenfreno sexual, de la superficialidad y de la fugacidad de su vida. Un film lleno de ingenio y de talento, es cierto, pero no del todo convincente. Por lo menos, no lo suficiente como para hacerse merecedor a uno de los reconocimientos más importantes del cine mundial como el León de Oro de Venecia. Igual, vale la pena acercarse al íntimo, desafiante y en varios pasajes cautivante universo cinematográfico de Sofia.