Relaciones (ya no tan) peligrosas El equipo de la aclamada Relaciones peligrosas (el director Stephen Frears, el guionista Christopher Hampton y la protagonista Michelle Pfeiffer) se reencuentra -dos décadas más tarde- para otra historia de época sobre un amor imposible con inevitable destino trágico. Esta versión fílmica de la clásica novela de Colette ambientada en el excesivo y extravagante período previo de la Belle Époque, previo a la Primera Guerra Mundial, describe la tortuosa y apasionada relación entre Lea de Lonval (Pfeiffer), una famosa, poderosa y ya veterana cortesana, y el Chéri del título (el inglés Rupert Friend), un joven que termina casándose con una muchacha en un matrimonio por conveniencia arreglado por su madre (Kathy Bates). El ecléctico director de Ropa limpia, negocios sucios, Alta fidelidad y La Reina narra aquí la película con solidez, los diálogos son filosos, los rubros técnicos resultan asombrosos (el fotógrafo es el gran Darius Khondji y la música está a cargo de Alexandre Desplat), hay humor y buenas actuaciones, pero el film no deja de tener algo de fórmula, de déjà vu, dentro del ya bastante recorrido sendero del cine de qualité basado en relatos literarios.
En Eclipse, personajes más humanos La tercera de las cinco películas que se harán sobre la saga, dirigida por David Slade, es la mejor hasta aquí En esta tercera de las cinco películas que se harán a partir de la popular saga literaria (cuatro novelas) de Stephenie Meyer no hay cambios de protagonistas ni de pueblo ni de historia. Sin embargo, con la incorporación como director de David Slade (en reemplazo de Catherine Hardwicke y Chris Weitz), Eclipse ofrece algunos hallazgos en cuanto a su tono (a sus tonos), su potencia dramática, su nivel actoral y su puesta en escena que le alcanzan para convertirse con bastante holgura en el mejor exponente de la hasta aquí fría, solemne y pomposa franquicia. Slade, cuyos antecedentes incluyen 30 días de noche y Hard Candy , parece haber entendido bastante mejor que sus dos predecesores el espíritu y las posibilidades de la creación de Meyer, con su mixtura entre el romance adolescente de colegio secundario (aquí ya muy cerca de la graduación), el melodrama conservador de los años 50, las intrigas palaciegas con clanes y héroes clásicos, las leyendas indias y el despliegue fantástico a propulsión de efectos visuales propio del género de vampiros y hombres lobo. El nuevo director no sólo le imprime al film una mayor carnadura humana (todo un mérito en una trama con vampiros), más humor (que por primer vez incluye la autoparodia sobre ciertos sesgos absurdos de la saga), un mayor lucimiento de los intérpretes (en especial de esa gran actriz en potencia que es Kristen Stewart), escenas de acción más intensas (aparece ahora un ejército de vampiros malvados) y una narración más ligera y menos estructurada, que incluye entre otras cosas varios pasajes con cámara en mano y un sólido trabajo del fotógrafo español Javier Aguirresarobe. La esencia, de todas maneras, sigue siendo la misma: la exploración del amor y el deseo, del compromiso y las diferencias, aquí encarnados en el triángulo sentimental entre la conflictuada Bella Swan (Stewart) y los dos carilindos aspirantes a su compañía y contrincantes entre sí: el rubio vampiro Edward Cullen (Robert Pattinson) y el hombre lobo indio Jacob (Taylor Lautner). Quienes encuentran esta saga demasiado naïve (casi ridícula en pleno siglo XXI) es probable que lo sigan sintiendo luego de ver este tercer capítulo, pero quienes -aun no siendo fans incondicionales de Bella, Edward y Jake- le den una nueva oportunidad puede que Eclipse resulte una película atendible, incluso una bastante buena. A estos posibles "conversos" está dirigido este noble relato de Slade. A los millones que jamás dejarían de verla esté quien esté detrás de cámara poco pueden importarles estos insignificantes detalles.
El mundo contra mí Esta (anti)comedia romántica narra las visicitudes de un psiquiatra mujeriego al que se le da vuelta la tortilla. En la primera secuencia, vemos cómo inventa mentiras y excusas para manipular a las mujeres y salir así de una relación afectiva para entrar luego en otra. Pero un día, una de sus tantas ex novias (además ex paciente suya) decide iniciarle un juicio que termina con una junta de ética médica revocándole la licencia para atender. Nuesto antihéroe decide entonces casarse con una mujer "moderna y tolerante", tal como él mismo la define, como forma de calmar su adicción al sexo, pero todo termina en fracaso. Ya sin esposa ni trabajo, vuelve a la casa de su madre y -luego de buscar infructuosamente trabajo a través de los avisos clasificados- termina como empleado de su patético hermano en una academia de manejo. Todavía hay más: en medio del proceso de divorcio, su ex mujer le informa que está embarazada y que no sabe si el bebé es de él o de su nuevo novio. Esta producción checa del debutante Jan Prušinovský tiene algunos pasajes inspirados, ciertas observaciones punzantes, pero se sostiene sobre demasiados lugares comunes y clisés de las comedias sexuales y de re-matrimonio (incluso de varias series y películas hollywoodenses). Por momentos, se acerca demasiado al grotesco (con ese espíritu tan propio del cine de Europa del Este) y, por otros, a una sensiblería un poco molesta. De todas maneras, sin ser nada del otro mundo, se trata de un producto menor pero amable, que se puede ver sin demasiadas exigencias y olvidar sin demasado esfuerzo.
Dos a quererse Con El reloj, cortometraje que recorrió buena parte del circuito de grandes festivales (Cannes y Sundance incluídos), Marco Berger se convirtió en una de las grandes esperanzas de la FUC, principal cantera de jóvenes talentos del Nuevo Cine Argentino. Con todos sus logros y sus carencias, su opera prima Plan B (que también tuvo una amplia carrera internacional desde su première en el BAFICI 2009 hasta este estreno en el MALBA) tiene un mérito esencial: no se parece a nada de lo que el Nuevo Cine Argentino, la FUC (y el cine nacional en general) ha trabajado en los últimos años. Bruno (Manuel Vignau) se entera de que Laura (Mercedes Quinteros), su ex novia, está saliendo con alguien e intenta recuperarla sin éxito, hasta que descubre que Pablo (Lucas Ferraro) -el nuevo novio de Laura- tuvo en el pasado un encuentro fugaz con un hombre. Bruno decide poner en marcha, entonces, un arriesgado plan B: seducirlo a él para que deje a su chica y así poder volver con ella. La premisa daría para una típica comedia de enredos más propia del cine indie norteamericano, pero Berger se toma el asunto muy en serio. Gracias al invalorable aporte de los dos protagonistas (verdaderas revelaciones), a una puesta en escena bastante rigurosa (por lo menos hasta los últimos veinte minutos) y a un minucioso trabajo en los diálogos, Berger logra credibilidad en las situaciones -siempre al borde del ridículo- para una historia inquietante y provocativa, especialmente porque no se trata de una simple historia de amor gay edulcorada y previsible. Algunas situaciones que ya habían sido planteadas en El reloj son aquí retomadas, ampliadas y profundizadas por Berger, que trabajó con una economía de recursos (mínimo presupuesto, cámara HD, un equipo técnico limitado), pero sin por eso resentir el interés de su historia. El guión tiene sus puntos flojos (no se sabe, por ejemplo, de qué viven, qué hacen todo el día los personajes) y el interesante relato se resiente por una resolución (tan indecisa como los personajes) que termina alargándose demasiado. De todas maneras, quedó dicho, hay en Berger un gran director en potencia. Habrá, por lo tanto, que seguir muy de cerca su evolución.
Los próximos pasados La directora de Como pasan las horas y Extranjera continúa con su fascinación por los griegos (en este caso el énfasis esta puesto en la tragedia de Edipo) con una climática (por momentos fascinante, por momentos algo distante) historia que arranca con un extraño accidente automovilístico (es notable en su puesta en escena toda la secuencia de apertura), la decadencia de una industria en la zona fabril de Rosario, la crisis de una familia disfuncional, un oscuro affaire y los vestigios (las heridas todavía abiertas) de la última dictadura militar que incluye la apropiación de niños. La propuesta de este cuarto largometraje de Oliveira Cézar es ambiciosa, abarcadora y muy diversa. Con un tono más ligado al policial, resulta un poco más narrativa, menos abstracta que sus dos predecesoras. El resultado final -convincente sólo a medias- se enmarca en la arriesgada línea estética, narrativa y temática que la directora adoptó desde su segundo film, Como pasan las horas (su opera prima, La entrega, es olvidable). La historia es por demás audaz y provocadora, pero el apuntado distanciamiento, cierta frialdad y hasta artificialidad en diálogos y relaciones dificultan la empatía, la identificación (o el rechazo) con las desventuras de los personajes. De todas maneras, no dejan de ser El recuento de los daños en particular y las búsquedas artísticas de Oliveira Cézar en general muy valiosas dentro de un cine argentino muchas veces obvio y declamatorio. Entre lo críptico y lo subrayado, siempre hay un buen espacio para desarrollar propuestas inteligentes.
Una película cruda y perturbadora La carretera, con Viggo Mortensen, es también un tratado filosófico y ecologista Uno de los temas predilectos de Hollywood son las historias apocalípticas: Niños del hombre, Exterminio, Guerra de los Mundos, Soy leyenda, Cloverfield: Monstruo, El día que la Tierra se detuvo y 2012 son sólo algunos de los múltiples ejemplos recientes. En esa misma línea, pero con una apuesta estética y narrativa completamente distinta, se inscribe La carretera , transposición de la novela de Cormac McCarthy ganadora del premio Pulitzer 2007. En las antípodas de Sin lugar para los débiles , adaptación de otro libro de McCarthy que le permitió a los hermanos Coen obtener varios Oscar, La carretera es una película sin la veta irónica de aquel thriller y con una propuesta visual y una estructura formal mucho más arriesgada. En un futuro cercano y bastante reconocible, el planeta ha sufrido todo tipo de cataclismos que han arrasado con prácticamente cualquier vestigio de vida. Casi sin agua y sin comida (la contaminación ha hecho estragos), en medio de un invierno desolador, los escasos sobrevivientes (y aquellos que no han optado por el suicidio) deambulan en grupos armados sembrando el caos y el terror: ya no hay reglas, límites ni moral. Un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo de 11 años (Kodi Smit-McPhee) viajan a pie con un carrito de supermercado cargado con unas pocas pertenencias, entre ellas un rifle con sólo dos balas. A partir de una narración en off (tan lúgubre como el tono del relato) y de varios flashbacks, iremos conociendo la trágica historia que han tenido que soportar. El amor que todavía se profesan y el deseo de sobrevivir incluso frente a las situaciones más extremas son lo único que los mantiene unidos. Tras su debut con el interesante western Propuesta de muerte , el talentoso director australiano John Hillcoat se arriesga aquí en todos los terrenos con muchos más logros que traspiés. A partir de una sólida estructura narrativa que pendula en el tiempo, va deconstruyendo la historia de esa relación padre-hijo y el contexto en el que se desarrolla. A nivel estético, el realizador prescinde prácticamente del color para utilizar junto al notable director de fotografía español Javier Aguirresarobe una paleta dominada por los grises y los tonos sepias a-lo-Alexander Sokurov. El diseño visual a la hora de presentar el universo posapocalíptico de esta fábula es extraordinario (siempre funcional al relato), al igual que la climática banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis. En el terreno dramático, prefiere concentrarse en la construcción psicológica de los personajes y prescinde de las grandes escenas de acción con los habituales golpes de efecto del cine de Hollywood. Y, en cuanto a la dirección de actores, Hillcoat consigue un conmovedor trabajo de Mortensen y de cada uno de los intérpretes secundarios (Charlize Theron, un irreconocible Robert Duvall, Guy Pearce y Molly Parker, entre otros). La película -cabe la aclaración- es cruda, por momentos muy perturbadora en su exposición y reflexión sobre la degradación moral (hasta aborda cuestiones extremas como el canibalismo), pero también resulta un tratado filosófico, sociológico y ecologista con un dejo esperanzador sobre los rasgos de humanidad, sobre los sentimientos más profundos e intensos que surgen incluso en las circunstancias más aterradoras, allí cuando parece que todo está perdido.
La consagración del joven maravilla del cine filipino Sin dudas, la mejor película de todas las que vi de este prolífico e inclasificable joven maravilla del cine filipino. Tras algunas decepciones que me llevé con Now Showing y con algunos films experimentales que se exhibieron en el BAFICI, Independencia me terminó de convencer de que estamos ante un gran director. Esta historia de una familia, ambientada a principios del siglo XIX en plena jungla, y en momentos en que el país está a punto de ser invadido por los norteamericanos, "dialoga" con, por ejemplo, la fábula y las tradiciones del Apichatpong Weerasethakul de Tropical Malady y se asemeja en la utilización de fondos pintados a los frescos históricos de Eric Rohmer), pero Independencia no deja de ser una película única, clásica y moderna a la vez, que remite al cine mudo (mayoría de planos fijos en blanco y negro con saltos de luz y movimientos propios de aquel período silente), aunque al mismo tiempo apela en la mitad a un falso documental de época, incluye una animación fantasmagórica casera o se arriesga sobre el final con destellos de color y de pintura. Una larga secuencia con una tormenta de proporciones "bíblicas" quedará entre lo mejor de su corta pero ya extensa filmografía. La película más "accesible" (si ese término puede usarse en el cine de Martin), más narrativa y mejor producida (contó con financiación francesa y apoyo de todo tipo de festivales y fondos europeos) de un director que, ahora sí, encontró cómo seguir contando la historia de su país de una manera bella y singular.
Vuvuzela cinematográfica Para los amantes del fútbol, las vuvuzelas que abundan en las tribunas del Mundial de Sudáfrica son una verdadera desgracia. Las tan mentadas trompetitas impiden escuchar a la persona que está al lado (pregúntenle sino a Demichelis en el gol de Corea del Sur). Alguien incluso sugirió prohibirlas, pero la incontinencia del público local hace que sea imposible eliminar lo que es ya un hábito social. A algunos les parecerá ridícula esta analogía, pero esta versión cinematográfica de Brigada A, la popular serie televisiva de los años ’80, es algo así como una vuvuzela cinematográfica: la idea es construir una incesante, interminable, ampulosa catarata de set-pieces a puro CGI en la línea de la saga de Misión: Imposible (o de James Bond) y nada más. No importa la historia, no importan los personajes, no importan la verosimilitud, ni la justificación. Todo sea por generar adrenalina, impacto y velocidad. Así el resultado es bastante similar al de una cornetita sonando muy cerca de la oreja: aturde. Si el análisis “artístico” sólo puede llegar hasta aquí (queda por desmenuzar qué secuencia de acción es más o menos espectacular que la otra), en términos ideológicos la película es también penosa: empieza burlándose de los mexicanos (todos sucios, feos y malos) y luego seguirá sin dejar títere con cabeza. Uno podría buscarle la vuelta (por el lado de la incorrección política), pero no estamos ante un film de Quentin Tarantino sino frente a uno de Joe Carnahan (Narc, calles peligrosas y La última carta). Por lo tanto, no hay aquí atisbo de fina ironía sino que se cae en la reivindicación de estos mercenarios ¿con onda?, en el elogio de la guerra como arte y profesión. Al menos, hubiese sido más interesante en términos visuales si la dirección hubiese recaído en alguno de los hermanos Scott (Ridley o Tony), que aquí figuran como coproductores. En la comparación, los cuatro personajes de esta Brigada A modelo 2010 (Liam Neeson, Quinton Jackson, Bradley Cooper y Sharlto Copley) resultan menos inspirados y simpáticos que sus antecesores. Por más que se esfuerzan en lucir cancheros, en muchos momentos terminan hundidos en el patetismo por las ridículas situaciones o insufribles diálogos que tienen que sobrellevar. Ni que hablar de la bella Jessica Biel, único personaje femenino con un mínimo de peso dentro de este mastodonte testosterónico y pirotécnico, que no pasa de ser un mero objeto decorativo. Algunos dirán que estamos ante un cine pochoclero (lo cual es cierto), sin grandes aspiraciones intelectuales y con el único objetivo de entretener. A mí, más allá de las explosiones o de las persecuciones aéreas, terrestres o navales que hay cada 30 segundos, la película no sólo no me interesó sino que me terminó abrumando e irritando. Puede que algunos disfruten de esta vuvuzela cinematográfica que no deja de atronar ni un segundo. Yo prefiero un cine de Hollywood que -sin descuidar la contundencia de sus imágenes- también tenga algo que decir y se preocupe además en cómo decirlo. Christopher Nolan, James Cameron, Steven Spielberg, Guillermo Del Toro, Peter Jackson, David Fincher, el apuntado Tarantino y muchos otros directores son ejemplos de que no sólo es ruido y vértigo lo que la Meca del cine puede ofrecernos en la actualidad. PD: ¿Lo mejor de la película? Una simpática escena en la que se burlan del boom del 3D.
Levántate y anda Hace ya algo más de un cuarto de siglo, una pequeña película sobre la relación mentor-discípulo con todos los clisés del género deportivo (con la redención y la fuerza del espíritu como principales ejes) se convertía en un inesperado éxito con destino de culto. La Karate Kid de 1984 duraba nada menos que 126 minutos, fue dirigida por John G. Avildsen y encabezada por Pat Morita y Ralph Macchio. Esta remake dura aún más, ¡140 minutos!, tiene a Harald Zwart (La Pantera Rosa 2) como realizador, y a Jaden Smith (hijo de Will Smith y Jada Pinkett Smith, coproductores de la película) y al gran Jackie Chan (ya con 56 años en el lomo) como protagonistas. Sin embargo, contra todos los pronósticos, este reciclaje incluso amplificado resulta un más que aceptable producto dentro de las convenciones e inevitables lugares comunes del caso. Las principales variantes -además de los 14 minutos de más, claro- tienen que ver con que Dre (un Jaden Smith con trencitas afro), el niño de 12 años que es el gran héroe del relato, se muda con su madre Sherry (Taraji P. Henson) desde la decadente Detroit a la pujante Beijing para que ella trabaje en la industria automovilística china (no veremos una sola imagen de eso). Ya instalado en ese desconcertante destino, Dre se enfrenta a los abusos de Cheng (Wang Zhenwei), lider juvenil de su colegio y luchador aventajado de una escuela de kung fu que enseña muy malas artes; y se enamora de Mei Ying (Han Wenwen), una bella violinista que intenta ingresar a la Academia de Artes local. Cuestión que el protagonista se ve obligado a inscribirse en un torneo y -como no sabe nada de artes marciales- terminará siendo entrenado por Mr. Han (Chan), un viejo maestro caído en desgracia (carga el trauma de un accidente automovilístico que devastó su familia). O sea, la mejor manera de una recuperación conjunta. En el medio, por supuesto, tendremos escenas en la Gran Muralla, en la Ciudad Prohibida y en la Villa Olímpica como para apreciar el esplendor turístico y económico del lugar, pero más allá de pintoresquismos y arquetipos varios, la película no sólo se sostiene en buena parte de su extenso metraje sino que lo hace con bastante soltura y nobleza. Los fans de Jackie Chan extrañarán sus ya míticas coreografías (igual hay un par de momentos para su lucimiento) y fuerte dosis de nostalgia y déjà vu aflorarán en varios momentos. Esta Karate Kid, tan sencilla y superficial como la anterior, sigue siendo también igual de efectiva.
El regreso de Woody y Buzz Lightyear En Toy Story 3, los juguetes de siempre, ahora acompañados por Barbie y Ken, deben luchar contra el engañoso y despótico oso Lotso Toy Story (1995) y Toy Story 2 (1999) fueron las películas que presentaron en sociedad la enorme categoría creativa de Pixar y significaron una revolución en términos de animación digital. Más allá del gran éxito comercial (el cowboy Woody y el guardián espacial Buzz Lightyear se convirtieron en personajes insoslayables del imaginario popular), ese díptico se convirtió en un clásico del cine de los años 90. Más de una década después -y luego de haber concebido otras joyas como Monsters Inc., Los Increíbles, Ratatouille o WALL-E- , Pixar se animó a retomar aquella saga sobre los queribles juguetes del niño Andy. La apuesta parecía segura en términos monetarios (quién no querría reencontrarse con estos personajes, encima ahora con todo el despliegue tecnológico y el plus de las salas digitales 3D), pero también conllevaba el riesgo de frustrar a un público cada vez más exigente y menos dispuesto a admitir productos "en serie" que alimentan franquicias y fórmulas demasiado trajinadas. En este sentido, puede sostenerse con toda convicción que Toy Story 3 es un nuevo triunfo artístico del equipo liderado por John Lasseter, hoy mandamás de la animación de todo el grupo Disney. Esta tercera entrega transcurre en la actualidad y, por lo tanto, Andy ya no es un niño de 6 años sino un adolescente de 18 que está a pocas horas de abandonar la casa familiar y trasladarse a la universidad. El joven debe vaciar su habitación y el dilema pasa entonces por dónde ubicar sus viejos juguetes. Si bien decide llevarse a Woody al college y dejar al resto en el ático, finalmente todos terminarán en una guardería liderada por un oso cariñoso llamado Lotso y llena de ávidos niños. Lo que en principio aparece como un destino ideal para ellos se convertirá pronto en una prisión, un infierno en el que el aparentemente dulce y encantador Lotso se transformará en despótico dictador. Los múltiples personajes de los dos primeros capítulos quedan reducidos aquí a una docena, aunque ahora se agregan otros y hasta tienen una participación importante (y bastante justificada en términos dramáticos) la mismísima Barbie y su compañero Ken. Los encargados de comercializar el merchandising, por supuesto, estarán de parabienes con semejante inclusión. Más allá de algunas escenas de persecuciones que alargan un poco la narración promediando el relato, el trabajo de Lee Unkrich (codirector de Toy Story 2, Monsters Inc. y Buscando a Nemo ) es impecable; la película tiene ritmo, belleza, sensibilidad, humor (físico y en sus diálogos), intensidad, emoción y hasta elementos propios de los más diversos géneros, desde el western hasta el cine de terror. Como siempre, los creadores de Pixar utilizan la tecnología (y los efectos 3D) de manera sutil, funcional, sin estridencias. Para ellos, se sabe, lo esencial es siempre contar una buena historia para todos los públicos. Y en este esperado regreso de Buzz y Woody a la gran pantalla lo han conseguido una vez más.