De la audacia al conservadurismo En 1998, HBO estrenó una serie que durante los siguientes 6 años se convertiría en ícono de una generación (las mujeres solteras de treintaypico), de una ciudad (Nueva York) y de un modo de vida (la exaltación del consumismo, la moda y el lujo). Lo hizo casi siempre con inteligencia, mordacidad y sin culpas (lo puedo decir porque vi prácticamente todos los capítulos). Una década más tarde (cinco años después de su final en la pantalla chica) llegó la inevitable película, mucho más conservadora y menos divertida que el original televisivo. A pesar de que a nadie pareció gustarle demasiado, de que las ya avejantadas, estereotipadas e insufribles Carrie (Sarah Jessica Parker), Samantha (Kim Cattrall), Charlotte (Kristin Davis) y Miranda (Cynthia Nixon) aparecían como una suerte de triste autoparodia de lo que fueron, el film se convirtió en una cita obligada para la salida entre amigas y, por lo tanto, el éxito comercial fue arrasador. Apenas dos temporadas más tarde, arriba esta "apurada" segunda entrega con el mismo cuarteto protagónico y el mismo guionista, director y productor: el mediocre -siendo muy generosos- Michael Patrick King. Luego de la flojísima primera parte, era lógico presuponer que esta secuela iba a ser aunque más no fuese algo mejor. Le alcanzaba con poco, pero no. Todo aquí luce menos espontáneo, más artificial, más prefabricado que nunca. Una acumulación de one-liners sin onda, remates propios de una sit-com de cuarta categoría, bromas físicas que nunca funcionan, una sexualidad para preadolescentes, actuaciones desbocadas, un artificio que ni siquiera tiene una vuelta de tuerca irónica, un horrible despliegue narrativo y visual (“artrítico”, según la exacta definición del incombustible crítico Roger Ebert), conflictos y situaciones estúpidas, una mirada conservadora sobre el matrimonio y la maternidad, y un mal gusto pocas veces visto a la hora de ¿satirizar? al mundo árabe (buena parte del interminable metraje transcurre en Abu Dhabi). Se podria seguir con una enumeración sin fin (hasta los cameos de Liza Minnelli, Penélope Cruz y Miley Cyrus son espantosos). No vale la pena. Estoy en pareja desde hace 16 años con una feminista, tengo un enorme respeto por las luchas y reivindicaciones de ellas en pos de la igualdad de género, pero después de ver esta película -con personajes que alguna vez fueron símbolo de la independencia y la desinhibición de la mujer- tengo ganas de convertirme en el más rancio y elemental de los machistas… O en musulmán.
Parte de la religión El director de La vida de Jesús, La humanidad y Flandres continúa con su cine austero (de indudable espíritu bressoniano) y con su apuesta provocadora al narrar esta vez la historia de una joven parisina de clase acomodada -hija de un político y ministro- obsesionada hasta la autoflagelación por su vocación religiosa. Quizás menos sórdida que sus trabajos anteriores, pero no por eso menos inquietante en su exploración del misticismo, del fanatismo religioso y de las tensas, conflictivas relaciones entre lo cristiano y lo musulmán, Hadewijch es una de esas películas que dividen aguas y que están destinadas de manera casi inevitable a la polémica más encarnizada (y bienvenida). Luego de ser rechazado su ingreso a un convento de clausura por las monjas a cargo, Céline (Julie Sokolowski, otro interesante descubrimiento actoral de Dumont) se relaciona con Yassine (Yassine Salihine), un muchacho árabe que la corteja y que poco a poco la va acercando a su hermano mayor Nassir (Karl Sarafidis), uno de los líderes de la comunidad ligado a un grupo de musulmanes fundamentalistas. El film ofrece algunas escenas de notable profundidad e inteligencia psicológica (exponen la "iluminación" y cierta autoconciencia de la protagonista), que permiten ir acompañando con iguales dosis de fascinación y angustia el derrotero de esta joven. Sin cargar las tintas ni caer en la obviedad o el subrayado, con el habitual rigor de su puesta en escena, el realizador francés se sumerge en cuestiones candentes como la descontención (desconexión) que sufren muchos jóvenes, mientras analiza las vinculaciones entre religión y terrorismo. Tras su paso por el reciente BAFICI, su estreno comercial resulta una verdadera rareza que merece ser celebrada.
Garfield y sus amigos contra la malvada Vetkis Aventuras del conocido gato gruñón, ahora en 3D Con más de 30 años de vida en tiras de diarios primero y luego en programas de televisión y varias películas, ese gato gruñón, voraz, vago, travieso, egocéntrico y sarcástico que es Garfield conquistó por igual a grandes y chicos. En los últimos tiempos, la franquicia derivó también en varias producciones concebidas en principio para ser lanzadas de manera directa en el mercado del DVD. Sin embargo, el repentino auge de las salas digitales 3D hizo que en el algunos países -como ahora la Argentina- el más reciente de estos films, Garfield y el Escuadrón de las Mascotas , llegue a los cines. Dirigida por Mark A. Z. Dippé -responsable de varios de estos últimos largometrajes sobre el popular gato-, Garfield y el Escuadrón de las Mascotas es un intento por combinar elementos propios de la comedia de enredos, de la ciencia ficción, del cine catástrofe y de las historias de zombies, sin descuidar -claro- el espíritu del cómic, que es el verdadero origen de los personajes creados por Jim Davis. El resultado de esta mixtura de elementos propios de tan diversos géneros es bastante digno. La película no es particularmente sorprendente ni ingeniosa y su propuesta visual -más allá de ciertos logrados efectos en 3D- tampoco es demasiado impactante, pero la película tiene un ritmo que no decae y consigue un tono simpático y ligero que lo hace atractivo para los más chicos (para los mayores de 10 años puede resultar demasiado obvia y elemental). En esta historia futurista, Garfield y sus amigos reciben la visita de Garzooka, un superhéroe que trata de rearmar el Escuadrón de las Mascotas del título con ellos -que tienen el mismo ADN de los anteriores integrantes- para así combatir a la malvada Vetkis, que intenta dominar el universo con una poderosa arma creada por un científico. La película tiene algunas ideas interesantes (como la relación que se establece entre la historieta y la trama de esta ficción) y algunas secuencias que se resuelven con piloto automático. De todas formas, más allá de que el extraño carisma de Garfield en su versión gráfica nunca se haya podido trasladar en toda su dimensión a la pantalla grande, este regreso de uno de los gatos más famosos del mundo en versión 3D resulta accesible para el público infantil y para los adultos que han crecido con este personaje y que ahora deberán acompañar a sus hijos o sobrinos.
Soy leyenda Experto en épicas históricas (1492: La conquista del Paraíso, Gladiador, Cruzada), Ridley Scott se ocupa ahora de recuperar un personaje legendario como el de Robin Hood. En verdad, la película es una suerte de "precuela", o mejor, la historia del personaje antes de convertirse en el célebre outlaw, en el fugitivo/bandido/justiciero/héroe popular que sembró el terror de ricos y poderosos en los bosques de Sherwood. Robin Hood es aquí todavía Robin Longstride, un arquero del ejército del rey Ricardo Corazón de León (Danny Huston) que regresa con más pena que gloria de las Cruzadas por Tierra Santa. Luego de asolar pueblos y arrasar castillos, el mandatario muere en combate. Robin y sus secuaces logran rescatar la corona que había sido tomada por el cruel Godfrey (Mark Strong), un espía al servicio de los franceses, y se hacen pasar por caballeros para regresarla al castillo real en Londres. El nuevo rey es Juan (Oscar Isaac), un torpe, patético, prepotente, despiadado, tiránico, traicionero y codicioso líder que lleva a Inglaterra al borde de la guerra civil entre fines del siglo XII y comienzos del XIII con el creciente ahogo impositivo que genera para pagar las deudas de tantas aventuras bélicas y que dispara la ambición expansionista de Felipe de Francia. Como en toda buena (y algo previsible) épica, hay aquí espectaculares escenas bélicas de masas a-la-Corazón valiente, algunos chispazos de humor y una subtrama romántica entre el Robin de Russell Crowe (un convincente actor físico para este tipo de tanques) y la bella Marion (Cate Blanchett). Como siempre, hay también un veterano sabio (y en este caso además ciego) a cargo del veteranísimo Max Von Sydow. Cine de alto impacto y entretenido, aunque también elemental (con bastante lugar común) y construido sin demasiada sutileza, Robin Hood tiene los méritos y falencias que podían preveerse. En este sentido, cumple en todo sentido con lo que promete.
Resistiré (para seguir viviendo) ¿Cómo abordar desde el cine de hoy temas muy complejos, arduos, controvertidos y a la vez ya bastante transitados en el pasado? ¿Cómo construir una película que genere empatía sin caer en lo banal o lo superficial a la hora de elaborar conflictos psicológicos de una dimensión y una profundidad casi extremas? Sobre estas peligrosas aguas se mueve esta nueva película de Farji y -aún con sus problemas, con sus desniveles, con algunas decisiones artísticas que seguramente generarán polémica- la directora de Cielo azul cielo negro y Cuando ella saltó logra sacarla a flote cuando muchos podían intuir un seguro hundimiento. A partir de un guión basado muy libremente en el caso real de la hoy diputada nacional (y nieta restituida) Victoria Donda, Eva y Lola se arriesga con una doble historia: la de Eva (Celeste Cid), una joven artista que sigue conviviendo con el fantasma (todavía demasiado presente) de su padre desaparecido; y la de su amiga y colega Lola (Emme), que se debate entre conocer la verdad o seguir bajo la sombra de un militar apropiador (Jorge D´Elía) con el que ha crecido. En una apuesta que a mí no me convence del todo, Farji y su coguionista Victoria Grigera Dupuy deciden abrir otras subtramas (como la que protagonizan dos seres solitarios, temerosos y hambrientos de amor encarnados por Alejandro Awada y Victoria Carreras) y esa coralidad es la que a mi gusto desvía la atención y no permite profundizar del todo en las múltiples facetas y aristas de las dos historias centrales. La película tiene algunas escenas tan bellas como superfluas (generalmente vinculadas a la relación amorosa entre Cid y el talentoso Juan Minujín, cuyo tono parece de otro film) y unas cuantas de enorme solvencia y caudal emotivo (como la cena navideña en la que Eva escucha las anécdotas sobre su padre). Celeste Cid -tal como ya lo había demostrado en una comedia romántica como Motivos para no enamorarse- ratifica su "romance" con la pantalla grande: su belleza, su carisma y su ligereza para sobrellevar incluso los momentos más pesados en términos melodramáticos hacen disfrutable cada una de sus apariciones. Esa "chispa", ese brillo, es el que en la comparación disminuye el lucimiento de Emme (la gran revelación de El niño pez), que de todas formas sale bastante airosa de un personaje difícil en todos los terrenos. Con la ayuda de sus actrices y el aporte de un verdadero dream team técnico, Farji concreta una película que está lejos de ser redonda, pero que tiene unos cuantos buenos pasajes, un acabado visual muy logrado y una honesta propuesta destinada a la discusión sana, profunda y descarnada.
Cazador cazado No hay duda de que Roman Polanski es uno de los directores europeos más importantes de las últimas cinco décadas, pero lo cierto es que sus problemas judiciales han desviado (y desvirtuado) la atención y la valoración respecto de su cine. Presentado con su realizador ya encarcelado en la competencia oficial del último Festival de Berlín -donde Polanski fue distinguido con el premio a la mejor dirección-, este intenso y atrapante thriller político narra la histora del ghost writer (o escritor fantasma) al que alude el título (reivindicatorio trabajo de Ewan McGregor), que es contratado para escribir la autobiografía de un ex primer ministro británico demasiado parecido a Tony Blair (Pierce Brosnan), que al mismo tiempo es acusado ante la justicia por crímenes de guerra. Esta película de clara progresión hitchcockiana (hasta la banda sonora remite a títulos como Intriga internacional o La ventana indiscreta) describe cómo el personaje de McGregor va descubriendo durante su investigación oscuros secretos del ex premier que involucran abusos de la CIA y del MI5, a partir de algunas pistas que había dejado su predecesor en la escritura del libro de "memorias", que aparece muerto en la playa durante la primera escena del film. Algunos podrán ver en este nuevo trabajo del director de El bebé de Rosemary o Barrio Chino un buen ejercicio de estilo o un sólido exponente de género a-lo-Jason Bourne (como si ése fuese un mérito menor), pero en mi caso reivindico a El escritor oculto como un film potente, atrapante e inteligente en su entramado político o incluso en sus extensos diálogos. Y más valioso, en la comparación, que ese cine "importante" en el que Polanski incursionó con la sobrevalorada El pianista.
Devaluado regreso de la pesadilla En 1984, Wes Craven -uno de los guionistas y directores más talentosos e influyentes que incursionaron en el cine de terror- estrenó Pesadilla , película de bajo presupuesto sobre un sádico asesino serial con el cuerpo quemado y filosas extremidades. El film se convirtió en objeto de culto para varias generaciones y el personaje de Freddy Krueger (y el actor Robert Englund) ingresó de lleno en el imaginario popular. Luego de varias secuelas -la gran mayoría de ellas olvidables-, Hollywood preparó un nuevo reciclaje con un generoso presupuesto (27 millones de dólares, casi 20 veces el del film original) y un amplio despliegue de efectos especiales para desarrollar en términos visuales las pesadillas de los jóvenes y carilindos protagonistas en las que irrumpe el siempre sanguinario y vengativo Freddy. El problema (uno de los tantos) es que ya no están Craven ni Englund (reemplazado aquí por Jackie Earle Haley, otro actor que ha construido su carrera a partir de inquietantes personajes de perversos y despiadados en films como Secretos íntimos, Watchmen o La isla siniestra ), que el guión de Wesley Strick y Eric Heisserer es un cúmulo de estereotipos y lugares comunes, que la narración del director Samuel Bayer es elemental incluso dentro de un género basado en convenciones, golpes de efecto y guiños como el terror, y que los veinteañeros de esta remake resultan inexpresivos? hasta cuando gritan perseguidos por las filosas garras de Freddy (hace 25 años aparecía en el film original nada menos que un jovencísimo Johnny Depp). Sí, hay cuerpos mutilados, vísceras y baños de sangre. Sí, hay sórdidas escenas en un colegio, en una cárcel, en una cafetería o en un depósito. Sí, hay vistosas imágenes generadas por computadora que construyen un universo alucinatorio y pesadillesco para estos jóvenes que deben luchar como pueden para mantenerse despiertos y evitar enfrentarse en sus sueños con el omnipresente Freddy. Puede que esa oferta resulte suficiente para que algunos miles de adolescentes decidan compartir el ritual de someterse al festival de sensaciones primarias que ofrece esta Pesadilla resucitada. De cine, lamentablemente, esta vez hay poco y nada.
Un tropezón no es caída Daniel Auteuil es un gran actor. Y no sólo eso: es de esos intérpretes que brillan por igual en el drama "serio y adulto" como en la comedia "liviana y pasatista". Y no sólo eso: es de esas presencias (como la de su compatriota Mathieu Amalric) que logran que una película crezca aunque el resto de los rubros esté muy por debajo de su nivel. Algo de eso ocurre con Dos en uno, una comedia de fórmula, sin grandes hallazgos y con unos cuantos lugares comunes. Sin Auteuil sería un producto rápidamente descartable. Con él... bueno, se disfruta un poco. DA interpreta a Jean-Christian Ranu, un contador de poca monta, un solitario patológico, un ser traumado en todos sus poros, un típico perdedor que apela a la mentira y a la negación para poder sobrevivir. Su vida cambia -y cómo- cuando ingresa a su cabeza el espíritu de Gilles Gabriel (Alain Chabat), un cantante medianamente popular de la canción romántica de los años 80 que (supuestamente) ha muerto en un accidente automovilístico causado por Jean-Christian. Ambas personalidades -claramente opuestas entre sí- deberán aprender a convivir en un mismo cuerpo/cerebro. Y ese es el punto de partida para esta comedia no demasiado eficaz (la proporción de gags logrados sobre gags intentados es baja), pero que al mismo tiempo no llega a indignar. DA construye un personaje digno del patetismo de un Santiago Segura, pero esta combinación entre humor guarro "español", fórmula fantástica hollywoodense y costumbrismo francés no resulta gran cosa. De todas maneras, seguimos "bancando" a DA: un tropezón no es caída.
Cuando Francia copia (mal) a Hollywood Como thriller de espías con traiciones cruzadas, secretos diplomáticos, narcotraficantes asiáticos, terroristas árabes y mujeres fatales, Sangre y amor en París es un subproducto muy poco convincente. Como comedia de compinches (buddy-movie en la jerga cinematográfica), este proyecto ideado por el francés Luc Besson y protagonizada por John Travolta y Jonathan Rhys-Meyers es poco graciosa y nada sorprendente. La "química" humorística entre ambos es casi nula. A partir de una fórmula trillada (uno puede adivinar todo lo que vendrá a los pocos minutos y encima las resoluciones son "de manual"), de diálogos escritos con copy & paste, con actuaciones deslucidas (el personaje "cool" de Travolta es lo menos cool que se ha visto en mucho tiempo), con escenas de acción tan profesionalmente concretadas por Pierre Morel (Búsqueda implacable/Taken) como intrascendentes en su resultado, Sangre y amor en París -más allá sus torpes referencias a La conversación, Bullit o Contacto en Francia- es como una mediocre película hollywoodense... hecha en Francia y con dinero del todopoderoso (y poco creativo) Besson. No hay nada para destacar en este film menor, efímero y, por lo tanto, rápidamente olvidable.
No quiero volver a casa Esta pequeña, austera y encantadora (sin demagogia) opera prima de Sofía Mora ganó el premio principal de la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata 2009. En blanco y negro y pantalla ancha, esta joven directora -con algo del cine de Celina Murga- narra las vivencias de la preadolescente Franca (logrado trabajo de Belén Poviña, una revelación a tener muy en cuenta) y de su hermano menor Guido (un menos convincente Elías Maidanik) durante las horas posteriores a la muerte de su padre. Mientras su madre se encierra a llorar y la casa se inunda de familiares y amigos para el velorio, ellos deciden salir del hogar y pasear por una plaza, una iglesia y una casa vecina, donde encontrarán a un chico obeso que se sumará a ellos. El film describe con sensibilidad los miedos, contradicciones, juegos, imaginaciones, misterios y prejuicios de los dos chicos, aunque algunos diálogos aparecen sobreescritos o no alcanzan la naturalidad deseada. De todas maneras, una película más que auspiciosa de una nueva realizadora que se suma al muy interesante panorama femenino del cine argentino.