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Luego del incendio de su casa familiar, la directora de este documental, Karin Cuyul, emprende un viaje introspectivo en el que primero descubre que los padres la llamaron así por otra Karin, una detenida y torturada durante la dictadura de Pinochet. A partir de este descubrimiento, la cineasta bucea en su propia biografía y descubre que en su familia había temas de los que no se hablaba, como la pertenencia de sus padres a un grupo de militancia revolucionaria cuya sola mención, con el tiempo, se volvió peligroso. “Historia de mi nombre” apela a curiosos métodos narrativos, basándose en la voz en off de la directora que, ante la falta de material de archivo y otros elementos biográficos debido a un incendio, recurre a las películas caseras de una familia amiga contemporánea a su historia. Las imágenes no tienen mucho peso en comparación con la narración en off, lo que por momentos convierte todo en un extenso videoarte más que en una auténtica película. Con todo, lo que se cuenta tiene su interés, aunque si hubiera apelado a otros elementos visuales habría tenido mas atractivo.
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Varias veces regresó el maestro José Martínez Suárez a Villa Cañás. Una vez, hace diez años, lo hizo para participar en la reinauguración del cine local y hacerles vivir a los chicos esa experiencia que hoy pocos en el interior conocen, y que es participar de una función en una sala enorme, con pantalla enorme, y un enorme griterío colectivo de infancia feliz. El los preparaba para ese disfrute, y cómo recordaba entonces su infancia, su patria, como decía, citando la vieja frase de Rainer Maria Rilke. Solo que en las páginas del poeta eso está cargado de melancolía, y en la voz de Martínez Suárez estaba lleno de santafesino orgullo y alegría. Compañeros de viaje fueron invitados tres amigos y también colegas en el oficio y el sentido del humor: Mario Sabato, que se autodefine “director en Retiro Efectivo”, Christian Bernard y Sebastián Hermida, que fue con su cámara. Suyo es el registro de esos días, el paso del maestro Martínez Suárez frente a la escuela donde aprendió a leer, y ante la cual se descubre la cabeza con respeto; las caminatas por las calles tranquilas, el encuentro con los viejos amigos, las risueñas confesiones al reportaje de las periodistas escolares que lo miran con asombro. Ese viejo tenía más energía, más lucidez y memoria que el más despierto de los niños, y un corazón que se renovaba cada noche, igual que la cabeza. Justo esta semana se cumple su primer aniversario, y es muy bueno encontrarlo de nuevo en este “Cine de pueblo”.
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Este es un excelente policial negro al que su ambiente de western, o de film de aventuras, le da mayor relevancia. Además de director, Francisco D’Eufemia es compaginador de pura cepa, y eso se nota en su pulso narrativo que logra que algunas de las mejoras escenas de “Al acecho” estén perfectamente narradas sin necesidad de que haya diálogo; simplemente, porque el ambiente y las situaciones no lo permiten. Estas tienen que ver con las pesquisas que hace un guardaparques cuando encuentra pistas acerca de que en el parque nacional donde acaba de llegar a trabajar hay cazadores furtivos. Pero lo mejor es que la trama evita los lugares comunes ecologistas sin soslayar el tema. Rodrigo de la Serna, el protagonista, asume su nuevo trabajo sumariado por estar implicado en un caso de “furtiveo”. Él asegura que es inocente y que pronto estará libre de culpa y cargo; su excelente actuación hace que el espectador lo crea inocente, y que está haciendo lo imposible por descubrir a los cazadores. Pero hay un punto clave argumental: encuentra un zorro atrapado en una jaula y aparentemente lo protege, pero no denuncia el hecho. A partir de ese momento la película cambia y se va tornando más oscura y compleja, ya que pronto no habrá manera de tener certeza acerca de la verdadera naturaleza de este antihéroe. En “Al acecho” las apariencias engañan y casi todos los personajes están mezclados en el negocio de la venta de animales exóticos. Negocio que pronto muestra que los que lo llevan a cabo son criminales como los de casi cualquier otro tipo de delito. La trama se potencia con locaciones agrestes bien utilizadas y un gran sentido de cuándo mantener el suspenso y cuándo ir directamente a la violencia. Tiene todo lo que debe tener un buen policial negro, con el agregado de que en vez del típico paisaje urbano la acción se desarrolla en bosques llenos de ruinas de cuarteles militares y mansiones abandonadas. Además hay un sólido elenco y una banda sonora tecno atractiva. “Al acecho” es toda una sorpresa que no hay que dejar pasar.
En 2016 el cineasta Luciano Nacci viajó a Cuba para hacer una exploración documental sin un plan demasiado organizado de antemano. Llegado a La Habana con una cámara y un director de fotografía amigo, no tomó los caminos más esquemáticos para documentar. Por ejemplo, una de las primeras cosas que hizo fue ir al campo a descubrir la vida de los “guajiros”, incluyendo algunos ancianos que aún recuerdan la dictadura de Batista y lo distinta que fue su vida a partir de la revolución (también hay una opinión en contrario, de un entrevistado que prefirió no aparecer en cámara). Pero aunque la política se entrometa siempre en estos ”Caminos de Cuba”, su fuerte son las atractivas imágenes de paisajes urbanos o campestres, y las historias curiosas como las del entrenador de un equipo de béisbol, artistas plásticos, y sobre todo músicos callejeros, expertos en el “son” y el bolero, que narran cosas pintorescas y a veces divertidas, y en todos los casos genuinas. La fotografía y la calidad del sonido son excelentes, y lo más flojo son los no demasiado sustanciosos comentarios en off del director. Lo que no tiene desperdicio es la música que domina todo el film.
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Una joven bonita y simpática va al Palacio San Martín en busca de algún trabajo, conoce a un diplomático joven y promisorio, se enamoran, se casan, mientras cumplen un destino en Guatemala nacen sus tres hermosas hijas, todo parece lindo en este resumen. Viejas grabaciones familiares en VHS corroboran esa impresión. Pero, ya se sabe, muchas veces la gente sonríe para la cámara aunque no tenga ganas. Y con el tiempo y los cambios de países, la mujer que al comienzo era toda luz se va poniendo toda ansiedad, angustia y frustración. Así lo cuenta la autora de este documental, María Silvia Esteve, con una mezcla de bronca y de pena, mientras vemos las imágenes agradables de reuniones, poses y cumpleaños infantiles. Lo curioso es que nos está contando la historia de su propia familia. De cómo, según ella, las imposiciones sociales le cortaron las alas a su madre, las discordancias conyugales minaron la imagen de familia feliz, y el amor materno estuvo a punto de volverse tóxico. También curioso es que las hermanas de la autora tienen una interpretación bastante distinta de aquello que presenciaron juntas. Con honradez, sus opiniones quedan asentadas. Elogiable el tratamiento de las cintas de VHS, intervenidas con particular sentido estético y dramático. Igual cansan un poco la vista.