Animales sueltos Un hombre habla de amor con jirafas, gorilas y leones. Así como existe la Factoría Apatow en la comedia de Hollywood (por el responsable de Vírgen a los 40 ), hay otra “factoría”, menos respetada pero igualmente prolífica que es la que encabeza Adam Sandler, con películas e nlas que actúa o produce para sus amigos. En este caso es para Kevin James quien, dirigido por Frank Coraci ( La mejor de mis bodas ), protagoniza esta historia acerca de Griffin, un tierno cuidador de un zoológico quien viene de un rechazo sentimental fuerte que lo ha dejado algo deprimido. Años después Griffin sigue en el zoo y no hace más que contarles sus penurias a jirafas, elefantes, leones y primates. En una fiesta previa a la boda de su hermano, reaparece Stephanie (Leslie Bibb), la chica que lo dejó y que ahora lo vuelve a mirar con interés. Ahí es cuando los animales deciden reunirse y, hablando en perfecto inglés (una lástima que la película aquí sólo se vea doblada ya que las voces de Nick Nolte, Sylvester Stallone, Cher y Sandler le otorgan una cuota extra de humor), se ponen de acuerdo para ayudarlo a reconquistarla. Lo que ellos no saben, pero el público sí, es que Stephanie quiere que Griffin abandone el zoo. Ni tampoco ven, como nosotros, que la colega que encarna Rosario Dawson (lo mejor de la película) es una mejor conquista para él. Griffin escuchará a los animales y, luego del shock inicial, cual Dr. Doolittle podrá entablar relaciones con ellos, en especial con un gorila triste y recluído. Hasta la mitad, el asunto podría calificarse como bastante divertido. Pero llegado un punto la trama se estanca en las complicaciones prácticas de “conseguir a la chica” y, como comedia familiar que es, apuesta a un humor físico poco original (con excepción de una escena de baile en la boda). De ahí en adelante, casi es más interesante la amistad entre Griffin y el gorila que su problemática entre dos mujeres que, a decir verdad, uno nunca termina de creerse que puedan estar interesadas por él. Sin apostar del todo al absurdo ni tampoco a la comedia romántica, El guardián del zoológico se queda a mitad de camino y no llega a ser la muy buena comedia que prometía. De cualquier manera, con sus desniveles, encuentra varios momentos de humor inesperados con algunos comentarios de los animales. Bah, al menos en inglés son divertidos. Doblados, ¿quién sabe? «
Por el corazón de Francia Bélica y romántica. No hay duda de que un cineasta como Bertrand Tavernier es de los más recomendables si uno desea ver un filme francés épico, bélico, en el siglo XVII. Es que, a diferencia de muchos pares, el realizador de Capitán Conan viene de una tradición de cine clásico –lleva en la sangre los westerns y filmes históricos de la época de oro de Hollywood, es fanático de John Ford- que hace que este tipo de relatos tengan un clima más de aventura que de pesado drama de época. En La princesa de Montpensier , Tavernier hace lo imposible por insuflar vida y acción a un relato que en manos de otro director sería casi agobiante. No logra, del todo, transformar a esta pelea de cuatro hombres por una princesa en el marco de las guerras religiosas en Francia entre protestantes y católicos en un éxito completo (demasiado larga y centrada en reiterativas intrigas palaciegas, una protagonista no tan carismática como para ser tan deseada), pero logra mantener, al menos, “la llamita ardiendo” por 140 minutos. La princesa... arranca como un filme bélico. La cámara recorre un territorio de batallas y cadáveres. El Conde de Chabannes (Lambert Wilson) entra a una casa y masacra a una familia. Se da cuenta de la bestialidad de sus actos y se convierte en desertor. Se encuentra con el Príncipe de Montpensier, un viejo conocido que va en camino a su boda arreglada con Marie de Mezieres (Melanie Thierry) El Príncipe esconderá al Conde, sin saber que el hombre también se enamorará de su mujer. Pero hay un problema aún peor: Marie está enamorada de Henri de Guise (Gaspard Uliel), un joven guerrero que la cortejaba antes del matrimonio arreglado. Entre disputas territoriales y regresos al campo de batalla se desarrolla lo que se podría interpretar como una historia por la posesión del corazón de la misma Francia, representada en esta rubia inaccesible, caprichosa y por momentos impenetrable. Con quien decida quedarse –o no- parecerá marcar un destino más simbólico que otra cosa. Los 140 minutos son excesivos (y verla en DVD, como se estrena, le quita parte del placer visual que Tavernier le otorga), pero de cualquier manera La princesa... es más ágil y menos pomposa de lo que uno podría imaginar de una novela del siglo XVII de Madame de Lafayette. Sí, claro, tiene algo de “cine de qualité”, pero hecho con el ojo más puesto en la narración cinematográfica que en su origen literario. Algo es algo...
Con amigas así... Divertida comedia sobre los caóticos preparativos de una boda. En la comedia hollywoodense a lo largo de la última década se ha generado un espacio cada vez mayor para las llamadas “comedias de amigos”, siendo la factoría de Judd Apatow la principal proveedora de este subgénero que algunos dan por llamar /“bromance”/ (juego de palabras entre /“brothers”/ y /“romance”/ o “romance entre amigos”). *Virgen a los 40* y *Supercool* (por citar algunas generadas por Apatow) o los amigos de *¿Qué pasó ayer?* y tantos más son los ejemplares más conocidos. Pero hasta *Damas en guerra* , producida por... Apatow, parecía que este género no era apto para lmujeres, a quienes se las marginaba bastante en las otras películas y a quienes parecían dejarle el género de la comedia romántica tradicional como su “quintita”. Aquí, el director Paul Feig y la protagonista (y guionista) Kristen Wiig probaron que sí se pueden hacer películas de amigas que no respondan ni al modelo *La boda de mi mejor amigo* ni al de *Sex and the City* . Esto es: una comedia ácida, zarpada, un poco absurda y física (con gags, digamos, algo “ecatológicos”) que, sin dejar el juego de las relaciones de por medio, pone el acento en las amigas. Más que amigas, recién se conocen muchas de las protagonistas de *Damas en guerra* . Son las “damas de honor” de la boda de Lillian (Maya Rudolph), amiga de la infancia de Annie (Wiig), quien debe lidiar con el caos y el descontrol que se desata entre ella (bastante neurótica, solitaria, ácida) y las demás a la hora de preparar la despedida de soltera. Las “demás” son la hermana del novio (la descontrolada y graciosa Melissa McCarthy), la casada que quiere “guerra” (Wendi McLendon-Covey), la inocentona (Ellie Kemper) y, principalmente, la nueva amiga de Lillian, Helen (Rose Byrne), esposa del jefe de su marido, una millonaria que se quiere adueñar de todos los planes, generando infernales celos en Annie... y actitudes que harán que la propia boda corra peligro. Pero salvo por un policía que quiere conquistar a Annie, los hombres casi no aparecen. Y está bien que así sea. Esta es una película sobre y para mujeres, con las que los varones también se identificarán por motivos obvios. Si bien se expresan de diferentes maneras, los conflictos y celos entre amigos no son tan distintos. Lo que sí es curioso en *Damas en guerra* es que, pese a la comedia absurda, el filme no abandona del todo el drama de la protagonista, una chica cuya vida –en otro contexto- podría dar casi para una drama de cine independiente. El caos, el humor físico, la hilarante escena cuando se prueban vestidos o la competencia de discursos a la novia no dejan de lado que Annie está al borde de la depresión. Y que, más que ninguna otra cosa, necesita de su amiga. El problema es que Lillian es la que se casa, lo que no implica que Annie pueda dejar sus conflictos de lado. Feig se las arregla para no mostrar las escenas más obvias, desde eludir momentos claves hasta mostrar al novio como alguien que tampoco parece ser “la gran conquista”. Esas mujeres imperfectas son las que hacen de *Damas en guerra* una gran comedia, mucho más real y palpable que las que traen a chicas glamorosas paseando por Manhattan.
Un test latinoamericano Tres mujeres -en Colombia, Venezuela y la Argentina- piensan que pueden estar embarazadas en esta comedia dramática. Una de esas curiosas coproducciones latinoamericanas que surgen, de tanto en tanto, Día naranja es un filme que cuenta un día en la vida de tres mujeres -en Caracas, Bogotá y Buenos Aires- en la que a todas se les presentan situaciones potenciales de embarazo, ya que todas están con retrasos menstruales. Ese día en el que cada una pensará si será o no madre, y cómo eso afectará a sus parejas y al resto de sus vidas es lo que cuenta esta película con una estética aniñada, medio Amélie , más apta para un público de 12 a 15 años que mujeres que piensan en ser madres. Patricia vive en Caracas y tiene veintipico. Sale con un DJ hace pocos meses y su problema mayor parece ser la falta de dinero. Sol, de Bogotá, se acerca a los 30 y es una artista gráfica, que tiene un novio nuevo, una posible beca al exterior y un amor previo que se le aparece. Por último está Ana (Bernarda Pagés), porteña de treintaypico que diseña ropa (de novias) y prepara un casamiento familiar.. Cada una desarrollará su día hasta llegar al famoso test. Y lo que pasará irá marcando la evolución de esta comedia pretendidamente feminista, pero que apuesta más a un estilo de revista pop para teenagers (clips, collages, situaciones oníricas), como si la directora tuviera diez años menos que las protagonistas. Eso sí, cada viñeta o situación “clipera” está hecha, como toda la película, con el mayor cuidado. Lo que sobra es profesionalismo. Lo que falta es… interés. Como curiosidad, está el dato de que mientras las chicas colombianas y venezolanas son risueñas, sueltas y fiesteras, la argentina Ana es tensión y frialdad permanente. Siendo un filme esencialmente de producción venezolana, da una idea clara de cómo se ven a las argentinas en el resto de América latina. Lo que para ellos es una simpática “alerta naranja”, acá es una “alerta roja” de temer...
Preludio y fuga Santiago Palavecino dirige esta mezcla de drama de amores cruzados y policial de pueblo chico. Las transiciones, los momentos de calma, tensión”, le explica Laura (Martina Gusman) a Sol (Ailín Salas), su alumna de piano a la que está preparando para una audición con “Preludio y fuga de Bach en Do mayor BWV 846”. La chica se esfuerza, pero la mente de Laura parece estar en otra cosa. Acaba de enterarse de que está embarazada, pero su relación matrimonial con Juan (Alan Pauls) no está pasando su mejor momento y no sabe muy bien qué hacer. Se revela, además, en la escena inicial, que ella ya abortó en el pasado. En el drama de pueblo chico que involucra a Laura y a Juan entrarán a jugar varios elementos más que, a modo de las indicaciones de la profesora sobre Bach, hacen que La vida nueva sea una película que mezcla “transiciones, momentos de calma y tensión”. Juan es veterinario, seco, de gesto adusto y pocas palabras. Una noche, merodeando por el pueblo tras una discusión con Laura, se topa con unos adolescentes en plena pelea. Cuando intenta intervenir, uno de ellos, Nicolás, le clava un cuchillo a César y lo deja en coma. El problema es que Nicolás es hijo de Martínez, “capo” del pueblo, que no quiere saber nada con que su hijo aparezca como sospechoso, y presiona y chantajea a Juan para no declarar lo que sabe. Esos dos puntos de partida sirven para dar entrada al tercero y principal. El tío del chico en coma, César, es Benetti (Germán Palacios), un músico de rock que dejó el pueblo para irse a Buenos Aires, pero regresa a estar con su sobrino. El tal Benetti –así son los dramas de pueblo chico- fue pareja de Laura muchos años atrás y el reencuentro, en plena crisis de la profesora de piano, pondrá todo, digamos, en “clave mal temperada”. Policial y melodrama, triángulo amoroso en el que la pelea de dos hombres por una mujer se refleja, cíclicamente, en los problemas que hoy tienen los adolescentes allí (el conflicto entre César y Nicolás es por Sol), La vida nueva no se ahorra conflictos ni subtramas para un metraje que apenas llega a los 75 minutos. Producido por Pablo Trapero –cuyo estilo de ritmo sincopado puede notarse observando las bruscas elipsis narrativas y los momentos de contemplación que siguen a las explosiones-, el filme de Palavecino se asemeja a un “noir” local, con la fotografía brumosa de Fernando Lockett acentuando aún más ese clima ominoso. Si un problema tiene el filme (que a algunos puede resultar bastante molesto) es que, más allá de Gusmán, Palacios y Salas, el resto del elenco está un poco fuera de registro. Esto se complica, en especial, en el caso de Pauls, ya que si bien su personaje es reservado y “corto”, el escritor no consigue darle el peso necesario como para transformarlo en un elemento fuerte en ese triángulo amoroso, más allá de que fotogénicamente rinda como una suerte de Sam Shepard criollo. Con sus defectos, su curioso beat de tensiones y calmas (comparable a como Glenn Gould hace ese mismo “Preludio y fuga”, de Bach), La vida nueva termina siendo un filme más ríspido y fracturado que melancólico y elegante. Menos nostálgico y clásico, pero bastante más perturbador.
El hombre que corre El alemán Benjamin Heisenberg cuenta la historia real de un maratonista que también era ladrón. El planteo suena absurdo. Tanto que, más de uno, al escuchar la historia podría pensar que se trata de una comedia. Pero no. Nada más alejado que eso es Sin escape , la película del alemán Benjamin Heisenberg titulada originalmente El ladrón y presentada en competencia en Berlín 2010. El filme alemán se basa en una historia verídica que transcurrió en Austria en los ’80, años en los que Johan Kastenberger se convirtió en un famoso maratonista. Lo que nadie sabía es que Johan aprovechaba esa velocidad también... para robar bancos. Era inalcanzable y sus talentos se combinaban a la perfección. Pero, pese a eso, las cosas no eran tan simples. Johan es un hombre solitario que casi no habla con nadie y sus relaciones son mínimas o pasajeras. Se puede decir que correr es una forma de fugarse hacia ninguna parte y que ambas actividades (maratón y robos) son maneras de experimentar la adrenalina de estar vivo y, a la vez, escapar de un mundo en el que no está a gusto. La película tiene elementos de cine de acción, pero con cuentagotas. Un largo robo, extraordinariamente filmado, será la pieza central del relato, la que lance a Johan hacia su mayor desafío “atlético”. Un hombre que ya pasó por la cárcel, que no tiene cómo insertarse socialmente, se ve casi forzado a volver a sus hábitos. Y pese a que intenta detenerse –y hay una mujer que podría ayudarlo-, le es imposible resistirse a la tentación. Sin escape es un silencioso drama sutilmente psicológico en el que casi nada se explica de sus motivaciones. Cualquiera que haya corrido y sentido la sensación que eso provoca –la adrenalina, el silencio, la idea de que uno está en su propio viaje personal- podrá adentrarse en esta historia en la que hay menos explicaciones y más la transmisión de un estado de desesperación, de angustia, pero también de extraña libertad. El título local, igual, es certero. De uno mismo no hay escape, por más rápido que se corra, por más que evitemos enfrentarnos a la realidad. El ladrón/corredor es un ejemplo de esa compulsión a fugarse de todo lo que sea rutina, responsabilidad. Y este estudio “bressoniano” sobre un hombre que huye es la manifestación visual perfecta de esa metáfora.
En la ruta, con un extraterreste Dos fans de la ciencia ficción se topan con un alienígena. Como Platero, Paul es pequeño y suave, aunque no tan peludo. Su cuerpo pequeño y su cabeza gigante dejan en claro que es un alien, hecho y derecho. Pero además de la piel gris, los ojazos enormes, la pelada, ciertos poderes y demás características clásicas, a Paul lo distingue algo muy concreto: habla, putea, bebe, fuma y se rasca como cualquiera. Más que un extraterrestre, parece un nerd disfrazado de alien. Y esa es la conexión que se genera cuando el tal Paul se cruza, en medio del desierto, con dos freaks ingleses que, con sus remeras de Star Wars y su comics bajo el brazo, han ido hasta Comic-Con, la convención anual de todo lo que tiene que ver con los géneros fantásticos. Esa clase de lugar donde miles de personas lloran de emoción si se topan con algún actor secundario de... Galáctica, astronave de combate . Viniendo de la mano maestra para mezclar ironía, acidez y pasión por reflotar ese tipo de géneros del tándem que componen los británicos Simon Pegg y Nick Frost ( Shaun of the Dead, Hot Fuzz : el primero escribe y actúa, el segundo sólo actúa), sumándole la gran elección del director estadounidense Greg Mottola ( Adventureland, Supercool ) para darle un toque americano y “sensible” a la historia (si algo se nota en Mottola es un gran cariño para con sus personajes), Paul no podía fallar. Y no falla. Acaso no esté a la altura de las anteriores (que parodiaban el cine de zombies y las películas tipo Arma mortal ), pero es mucho más graciosa que el 80% de las comedias que circulan. En esta época de tanto rescate de los ’80 (de Super 8 a las publicidades de Volver al futuro ), Paul va a la ciencia ficción alienígenea combinando E.T. y Encuentros cercanos del tercer tipo en la historia de estos dos fans que, en tour por lugares míticos tipo Area 51, se topan con el tal Paul, que no sólo es un alien, sino que habla (con la voz de Seth Rogen) y tiene otros hábitos muy alejados del aniñado modelo de Spielberg. El tipo, además, confiesa que está en la Tierra hace 60 años y que muchas de las cosas que suponemos saber de los extraterrestres vienen de él. Como buena película del género, los amigos, el alien y una recién llegada que se les suma (la genial comediante Kristen Wiig, pronta a verse en Damas en guerra ) deben escapar de un agente secreto (el talentoso Jason Bateman) y dos torpes policías locales, a quienes maneja una voz en el teléfono que pronto sabremos quién es. Como ella, son muchos los cameos, frases, chistes y referencias a la ciencia ficción de los ’70 y ’80. Lo bueno es que más allá del jueguito, hayan conseguido hacer una comedia que funciona por sus propios medios: divertida y burlona, por momentos llena de guiños, pero también tierna y muy humana. Como para llevarse un Paul a casa, ponerle una lamparita adentro y usarlo como velador. Bueno, pensándolo bien, tal vez no...
Pasión y política Paula de Luque se centra en la primera etapa de la relación entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte. La historia de amor entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte es lo que cuenta Juan y Eva , el nuevo filme de Paula de Luque que elige, con inteligencia, centrarse en el breve período de la relación entre ellos que va desde que se conocieron, en enero de 1944, luego del terremoto de San Juan, hasta el 17 de octubre del ‘45. La inteligencia de la decisión se nota en dos hechos. Por un lado, porque invita a conectar ese período iniciático con lo que después sería la más pública presidencia de Perón -y los hechos más conocidos de las vidas de ambos- sin tener que mostrarlos. Y, por otro, por entrar en un terreno algo más especulativo y dable a la ficción. ¿Quién sabe realmente cómo fue la vida privada de esta mítica pareja? Paula de Luque lleva a buen puerto un filme que, si bien no sorprende, está correctamente organizado desde lo narrativo, bastante bien actuado y no cae demasiado en los clichés (frases célebres, situaciones archiconocidas) que tienden a plagar este tipo de producciones históricas. También, se nota, es una producción de relativo bajo presupuesto que se las arregla ingeniosamente para resolver situaciones épicas -concentraciones de gente- con bastante cuidado. Sí se deja ver en esa relación, tal vez por tener a una directora al comando, una mirada mucho más puesta en la figura de Eva (muy bien Julieta Díaz), quien de a poco demuestra que no teme hablar cuando nadie del círculo que rodea a Perón la invita, ni deja de enfrentar a otras mujeres que rodean al entonces Coronel (desde lo personal a lo político, amantes, secretarias; gran trabajo de María Ucedo aquí) con la fiereza y personalidad que muchos le conocieron. A Perón (Osmar Núñez, alejadísimo de la caricatura) se lo ve tironeado entre el establishment con el que tiene que manejarse y la propia Eva, que ve crecer el odio alrededor de ella y, luego, de ambos. Dividida en capítulos, Juan y Eva tiene, claro, la pátina de película oficial sobre el tema, de hagiografía si se quiere. Pero De Luque se cubre de esa acusación al mostrar flancos discutibles de los personajes que hacen destacar su humanidad y las duras circunstancias que debieron atravesar para que esa historia de amor termine siendo, para muchos, una de las grandes historias del siglo XX.
Un cuento chino, pero sin gracia Intenta contar la vida de dos inmigrantes en la Argentina. Y todo es tedio. Rita es una inmigrante paraguaya que acaba de llegar a Buenos Aires y busca trabajo en una lavandería. Allí conoce a Li, una mujer china que trabaja ahí desde hace un tiempo. Tras una breve entrevista con el dueño del local (Juan Palomino), Rita (Julieta Ortega, con un acento paraguayo que se “centroamericaniza” por momentos) empieza a trabajar y se muda a l cuarto de la casa de un señor viudo y en apariencia amable (Juan Manuel Tenuta).Esta historia sencilla, demasiado sencilla (casualmente con varios puntos en común con Un cuento chino , pero ni siquiera una pizca de su gracia), jamás se aleja del lugar común y de los apuntes más obvios. Rita y Li se van haciendo amigas mientras descubren que su jefe no es tan santo como parece, que el viejito se pasa de rosca cuando se toma unas copas de más, y que hay un par de clientes (Enrique Dumont y Antonio Birabent) que le van echando el ojo a la chica. Por su parte, Li tiene su propio trauma y un sueño: ponerse un restaurante propio.Mientras Rita y Li viven y sueñan juntas, va pasando esta película de Francisco D’Intino que no tiene demasiado para ofrecer, más que un cuentito casi ñoño -casi una obrita escolar- sobre estas dos inmigrantes y un grupo de vecinos (el jefe con lazos criminales, la vieja chusma, el cliente gay, el padre soltero, el muchacho enamoradizo) que las rodean. No hay nada especialmente malo en el filme, pero nada tampoco que amerite su visión. Ni desde la historia ni de la puesta en escena ni de las actuaciones.Rita y Li parece una película de otra época, con cierta corrección política como única diferencia identificable. Y nada más.
El otro puntero de la pantalla Cuenta la historia del despertar político de un alumno. Roque atraviesa los pasillos de la facultad como un forastero recién llegado a un mundo apocalíptico en pleno caos. Ve paredes con pintadas que no comprende del todo, gente que va y viene pegando carteles y escucha diálogos que lo dejan frío. En realidad está más interesado en las chicas: en una compañera de cursada, primero, y luego en una profesora adjunta que milita en una agrupación (llamada “Brecha”) a la que empieza a frecuentar hasta involucrarse de lleno en la política universitaria. “La Walsh, La Vertiente, Prisma, La Juntada, Contrahegemonia”, cita la voz en off que, de tanto en tanto, organiza el relato. Para Roque (Esteban Lamothe), esas referencias no significan demasiado. Pero Santiago Mitre, director que debuta “en solitario” con este largo, va a ir velozmente metiéndonos en tema. En plan de seguir a Paula (Romina Paula), Roque se descubre como un inteligente operador político. De hecho, lo descubre Acevedo (Ricardo Felix), profesor y cerebro de esa agrupación, cuando Roque hace una jugada inteligente que le permite a Brecha una “salvación política”. Roque se convierte en el puntero de Acevedo. Pero ambos tienen un interés común: Paula. El juego crecerá cuando lleguen las elecciones del Rectorado. Roque, el provinciano, acaso no tiene la “labia” de sus compañeros, pero es resolutivo. Cuando un amigo suyo se roba la plata de la fotocopiadora, hace las conexiones necesarias para hacerlo zafar. Usa a un compañero de facultad para hacer andar rumores que lo benefician. Y Acevedo lo nota. Y Paula también. Ahora, ¿quién juega con quién? ¿Hasta dónde se puede llegar con la rosca, la devolución de favores? ¿Hay un límite moral, ético? El estudiante se mete en este mundo y en estas preguntas, pero jamás desde un lugar dogmático o en forma de debate. Como su protagonista, Mitre analiza en acción: son los hechos, las miradas cruzadas –en cómo Paula camina al lado de Roque y luego hace unos pasos para no dejar solo a Acevedo, en un llamado telefónico de un locutorio- donde la película cuenta de verdad. La captura es casi documentalista. Cualquiera que haya atravesado una universidad pública se sentirá transportado. No sólo por el bullicio político permanente, sino en las fiestas, los diálogos, los detalles que Mitre incorpora y que le dan ese toque de verdad que la película tiene en casi todo su metraje. La más claramente guionada escena final dará lugar a debates, pero queda claro que ese final es más abierto y enrarecido de lo que parece en primera instancia. Como Pizza, birra, faso , Mundo grúa o Historias extraordinarias , la película de Mitre es un hito del joven cine argentino. En este caso, porque habilita la entrada de un cineasta de esta generación a un universo que parecía vedado: poder conjugar ese ya dominado realismo cotidiano con una historia atrapante, tipo thriller, donde las piezas y los elementos funcionan a la perfección. Un párrafo aparte merecen los actores. Si el universo y el tono pueden ser pensables como un combo entre los mundos de Mariano Llinás y Pablo Trapero (el primero colaboró en la historia, el segundo es parte de la producción, pero trabaja con Mitre en sus propias películas desde Leonera), la dirección actoral es un mérito sin deudas aparentes. Lamothe, Paula, Felix, además de Agustín Rittano, Julian Larquier Tellarini, Valeria Correa y todos los demás, hacen de El estudiante no sólo una película intensa y atrapante, sino creíble en cada uno de sus diálogos. El estudiante es una película de iniciación, de aprendizaje. Es sumergirse en un mundo extraño hasta aprender a dominarlo.