Variaciones leves de una misma nota. Desde La Era de Hielo (Ice Age, 2002) y durante sus entregas posteriores, Manny, Sid y Diego, junto con los diversos personajes de cada film, nos han acompañado con sus aventuras por las etapas de la formación del mundo. Y no nos olvidemos de Scrat y su persecución constante en pos de la bellota: siempre la pierde de alguna manera u otra, acaso una posible metáfora del tiempo que se nos escurre de las manos. Es y ha sido, eso sí, un gag muy gracioso para mantener la trama en movimiento y acompañar a los protagonistas. Esta entrega incluye chistes muy divertidos, en particular las alusiones culturales. Posee ingenio y puede ser muy didáctica de a ratos para los niños. De todas maneras, ya se nota a leguas el desgaste de la idea inicial que se inauguró hace catorce años con la primera entrega. La película cansa aunque no tiene una duración extensa. Por otra parte, la música de John Debney cumple su cometido de acompañar la acción entreteniendo con notas apropiadas para cada momento. Quizás en los instantes dramáticos sí se siente una banda sonora reiterativa, como si ya la hubiéramos escuchado antes. Y esto pasa mucho a lo largo de la película: esta sensación de haber visto esta historia una y otra vez antes, con leves variaciones. Como si los guionistas y los implicados en la producción cambiasen apenas superficialmente los detalles, pero no el fondo de todo lo que ocurre. La edición en conjunto de Christopher Campbell, Erin Crackel y James Palumbo se siente de a ratos desajustada en ciertas escenas, pero son detalles menores. En general, lo que cansa es la poca novedad en el guión: el ritmo va y viene según los chistes apilados de los personajes y no desde el valor genuino de los susodichos. En este caso, la trama está empobrecida por una catástrofe de proporciones mayores, pero donde los personajes poco ofrecen en conflictos y motivos. Y en cuanto a empobrecimiento, nos referimos al despilfarro de efectos y el despliegue de artilugios para entretener vía el 3D. Mientras que Pixar, como en el caso reciente de Buscando a Dory (Finding Dory, 2016), abraza la infancia, la evoca y habla de sus dificultades, La Era de Hielo: Choque de Mundos (Ice Age: Collision Course, 2016), también como obra dirigida a la infancia, se enfoca demasiado en la distracción momentánea y poco en los conflictos interiores.
Gemma Bovery busca jugar con la idea de que la literatura es más amplia que la vida con esta propuesta de una (pos)moderna Madame Emma Bovary al cambiarle una vocal al apellido, añadirle una consonante al nombre y, por supuesto, emulando algunos episodios de la famosa novela de Gustave Flaubert. Todo esto resulta muy simpático e, incluso, tontamente gracioso por la ligereza en el tono de la película. Luchini y Arterton lideran la película por caminos paralelos pero distantes. Mientras que Luchini nos previene con sensatez sobre los tropiezos de Bovary para que Bovery no caiga en ellos, Arterton va tentando a los hombres que encuentra a caer con ella en sus errores. Y probablemente sea las relaciones entre hombres y mujeres en la película lo más fascinante de ésta. Los hombres caen entrampados ante sus mujeres y, eventualmente, ante Gemma Bovery. Cometen los mayores tropiezos que revelan, más que inmadurez, una capacidad terrible de ser tentados por una "mujer banal", como lo dice la esposa de Martin. Los hombres casi son reducidos a objetos sexuales, particularmente Hervé (Niels Schneider), que se pelean por la atención de Gemma. Las mujeres son, al menos, más precavidas. Incluso Wizzy (Elsa Zylberstein), quien es la más banal y sólo atiende a su físico, se reservan a preocuparse por sus maridos y atender sus casas y sus trabajos. El ritmo de la película termina por decaer con un final apresurado que reúne los tres puntos de vista de una muerte. Es aquí donde el guión intenta condensar fallidamente tres miradas de la muerte, pero resulta un mero artificio que nada resuelve sobre la historia. Al segundo intento, lo que puede ser una novedad sobre lo que ocurrió, resulta risible. Sin duda, la otra fortaleza del filme es su humor ligero pero puntual. En particular, la relación de Martin con su hijo nos recuerda que todo esto es un chiste, una ilusión de Martin por mantener el interés dentro y fuera de su panadería; una ilusión que lo trae un poco más hacia la literatura y un poco menos hacia la realidad, como en un vaivén parecido al final donde nuestra mirada se pierde poco a poco entre el paisaje y la nieve, entre una conversación equivocadamente graciosa entre un vecino y una nueva vecina. Puede que a fin de cuentas la vida no replique el arte esta vez, pero otras muchas veces sí lo ha hecho.
Si hay algo que tienen en su contra los filmes de este género es que ya sabemos de antemano que va a ocurrir una catástrofe. Esto nos da a nosotros como espectadores una ventaja y una desventaja a la película. Ésta parece reducida a una serie de fases redundantes hasta que ocurre lo esperado. Incluso tenemos al protagonista principal que dice y repite lo que está por ocurrir pero nadie le cree. En otros casos hay sus excepciones, pero todas estas condiciones ocurren en Bolgen al pie de la letra lo que le resta fuerza a la historia y, sobre todo, a la primera parte de la película, a pesar de uno que otro plano interesante que simboliza la mudanza de Kristian (Kristoffer Joner) y de su familia. Después todo se convierte en una persecusión por la supervivencia: no sólo por huir de la ola, sino también por no morir ahogados después de que la ola pase. Y es aquí donde los efectos visuales cumplen su cometido y son creíbles. Además las decisiones de los personajes para sobrevivir son bastante sorprendentes porque parecieran llevar a una vía sin salida. Sin embargo, posteriormente la película vuelve a caer en las casualidades de las películas de su género; facilidades como una linterna bien ubicada o unos golpes que se escuchan perfectamente a pesar de la distancia (y el agua) entre quienes los hacen. Todo esto da para un final dramático y prolongado que cansa un poco porque sospechamos que será un final feliz. A fin de cuentas, a pesar de sus buenos efectos, ésta es otra película de desastre que no destaca de las otras. Incluso aunque sea noruega, se nos fue presentada con doblaje en inglés así que, entre los requisitos del género y el idioma, pasaba por una película norteamericana. Si bien es cierto que es el primer filme de desastres hecho por Noruega y que fue escogida para representar al país ante los Óscars, no mantiene un suspenso ante lo que pueda ocurrir y la acción de la parte intermedia se desvanece en un drama. Siempre queda imaginar la desolación que se debe sentir en estos casos donde la naturaleza arrasa una ciudad y uno es de los pocos sobrevivientes, pero el filme en sí no invita a estas reflexiones sino que se centra a poner en movimiento la trama hasta llegar a su final complaciente.
"¿Son humanas?", pregunta Raulo en un momento de la película. Y nos reímos por lo que implica la pregunta. En este pueblo, nadie parece humano pero todos lo son y sufrirán por ello. El filme, planteado en código de sátira, busca burlarse de las costumbres de esta pequeña villa donde la rutina no pasa de repartir leña, comer, bañarse, beber en el bar y recibir los placeres sexuales de Roberta, hermana de Raulo. Estos son seres humanos en sus necesidades más primitivas y es la visión de Diment, respaldada por las actuaciones y los aspectos técnicos, la que indaga en las complejidades de tales necesidades. Pero el humor pronto se deja a un lado o lo continúa en un tono muy sutil y la película toma la ruta del drama. Se compadece de los entuertos de Raulo y Roberta antes de que se desate el toque final y macabro. Es aquí donde uno se pregunta cuál es el eslabón podrido: ¿el que termina soltando el cartel, esta familia o todo el pueblo? Hay tres maneras de responder a esa pregunta y todas son válidas. Bastaría razonar que el eslabón podrido es el humano, pero esto sería tomarse demasiado en serio la trama. Durante toda la película, destacan la música sencilla, vestuarios detallados y la fotografía opaca. La música de acordeón y guitarra de Sebastián Díaz dan personalidad a esta historia pueblerina con toques de humor. La fotografía de Fernando Marticorena destaca los cielos y los árboles como si fueran los únicos testigos de este descenso por la locura de esta familia. Y los vestuarios coloridos resaltan cada personaje ahondando un poco en lo que los distingue a cada uno. Es en la edición donde el ritmo se debilita un poco porque, a pesar de su breve duración, hay escenas que se extienden y se vuelven reiterativas como las tomas finales de los asesinatos. Reciente ganadora de Mejor Película (Competencia Iberoamericana) y Mejor Actor para Luis Ziembrowski en el Fantaspoa (Festival de Cine de Género en Porto Alegre), otro fuerte de ella son sus actuaciones por más que puedan ser vistas como excesivas. Marilu Marini interpreta a Ercilia, la madre bruja y psicótica, con fiereza. Ziembrowski sigue los pasos de su personaje con el mismo detenimiento para su inocencia y malicia. Su aparente tranquilidad asoma sus inquietudes también. Así, todo el elenco enlaza esta película de "pueblo chico, infierno grande" que logra varias risas pero lo que más tiene es sangre, el equilibrio que pocas películas de terror alcanzan.
Si hay algo que atrapa de The Dressmaker, traducida aquí como "El Poder de la Moda", son las actuaciones de tres de los actores del elenco. En primer lugar, está Kate Winslet que nos tiene acostumbrados a roles tan diversos que tiene tiempo sin sorprendernos por más que suele brindarnos buenas actuaciones aún en su peor momento. Pero lo cierto es que se entrega con encanto, armada con un vestuario divino que seduce. Su humor es delicado y los momentos dramáticos de su actuación están afinados con mucho detalle. Hay incluso un guiño con su desnudez, tan frecuente en sus personajes, que aquí da risa. Después están Judy Davis y Hugo Weaving que destacan con mucho tino para el humor sin descuidar el drama. Davis interpreta a la madre de Myrtle y lo hace a un ritmo preciso para los chistes ácidos a la vez que atiende al drama de una mujer abandonada. Weaving interpreta al sargento del pueblo que esconde (y goza de) un secreto apasionante. Y el actor no edulcora los momentos más conflictivos, sino que los afronta con una franqueza fascinante. Atrás no queda Sarah Snook quien interpreta a la feucha Gertrude con matices a pesar de su cambio drástico. Y sin duda, Liam Hemsworth no es más que una cara (y cuerpo) linda, pero la directora lo aprovecha sin tapujos y destacando su sencillez. Son las actuaciones las que le dan dimensionalidad a personajes que, en papel, podrían ser caricaturas. El guión, adaptado de la novela homónima de Rosalie Ham, da vueltas, y muchas, sobre una misma idea de la venganza replanteada desde distintas maneras. Y los personajes no son mucho más que esbozos de una misma idea. Esto hace que la película, que va a ser distribuida en Estados Unidos por Amazon Studios, se sienta lenta a ratos. Pero no impide el disfrute. Ahí está la tremenda química entre los actores mencionados y el resto del elenco, un vestuario para recordar y escenas valiosas. En particular, el vestuario de Marion Boyce y Marion Wilson, inspirado en diversos diseñadores, busca que Myrtle destaque del resto pero no los opaque. Hay momentos para que cada mujer del elenco resalte y esto hace la historia más fascinante en su búsqueda de empoderar, aunque sólo sea por un instante, a las mujeres (y a los hombres) del pueblo. Por su parte, la música de David Hirschfelder también está muy cuidada. Explora a través de diversos instrumentos las particularidades del pueblo y no sólo acentúa los momentos más tensos. También ameritan mención los decorados de Lisa Thompson, en particular los de la casa más cuidada del pueblo donde las paredes relucen de empapelado floreado o de colores brillantes. Retrata así, con detalle, las manías de los personajes que la ocupan. Ésta es, al final, la historia de un reencuentro con un momento en la infancia de Myrtle.
El documental, reciente ganador del Mejor Filme en la sección ItaliaDoc en el Festival de Bellaria y ganador en la categoría de Mejor documental italiano en el Festival de Torino, habla de este ser solitario Mario de Marcella que vivió por más de sesenta años en una cueva y que se comunicaba poco con los demás habitantes del pueblo. Así, la película muestra a este hombre a través del testimonio y las conversaciones de un grupo de amigos que lo conocían. Nos vamos formando una idea de él, un esbozo, a partir de los chismes y de lo que se decía de él. El documental se va convirtiendo así en un registro dudoso de la vida de este hombre puesto que lo contado por estos vecinos es lo que recuerdan y saben de oídas, no porque conocieran su historia directamente. Así, con una narración basada en estos chismes del pueblo, el documental indaga en la relación de cada cazador con Mario de Marcella. A ratos una reflexión sobre la relación de cada hombre con su entorno, a ratos un contraste entre lo que es una leyenda y lo que es un chisme, la película entrevista a estos hombres pero también permite que su rutina hable por ellos. Y cuando hablamos de rutina, me refiero también a la naturaleza que los rodea. Los sonidos del bosque se entremezclan con la música del saxofón y otros instrumentos de la música de Vittorio Giampietro que invitan a sentir la soledad profunda. [Posible spoiler en el párrafo siguiente] "Hay huecos que esconden serpientes", dice el narrador. Y es lo que sospechamos que se esconde en ese hueco a oscuras donde algo de arrastra. Hueco y serpiente que nos hacen pensar en la mamá de Mario, en sus chismeadas brujerías, y también en la serpiente como animal ponzoñoso que nos inquieta desde la oscuridad del inconsciente. Y es a este inconsciente al que nos termina llevando la película; inconsciente ya no oscuro sino luminoso como el de una clínica; inconsciente que yace de espaldas en una cama. ¿Es éste Mario quien habla? ¿Es él en realidad?, nos preguntamos. Y después de tanto que nos han hablado de él, tanto que nos han dicho que hablaba poco, este final nos cuestiona las certezas que teníamos en torno a Mario y sólo queda la duda. Finalmente, entre planos que contrastan a los cazadores con la naturaleza y una edición muy fluida que enlaza con precisión una toma con la anterior, éste es un documental que reflexiona sobre la soledad en este ambiente rural desde el punto de vista del otro. No es el solitario quien habla, sino quien ve al solitario. Y como en un espejo, vemos al ser humano deformado con respecto a otros.
Si hay un problema central en el filme Algunas chicas es el de no enfocar los problemas de los personajes. Los confunde reuniendo a todas las chicas en días de distracción, juegos y travesuras. De vez en cuando reflexionan sobre algún sueño o sobre algún recuerdo de la adolescencia, pero no hay un problema de raíz que conlleve a la acción final de Celina (Cecilia Rainero). Ni siquiera hay un problema preciso que las vincule a todas. Y aún cuando el cine de hoy en día tienda a dar pocas explicaciones o dejar cabos sueltos, hay una vaguedad constante en esta película que termina por empobrecerla. Pero tal vez no se trate de plantearnos el vínculo entre ellas como un 'problema'. Plantéemoslo como una incertidumbre, un vacío que las define y las reúne pero que la película no logra darle vuelo. ¿Intenta la película esbozar una crisis generacional a través de Celina, Paula, Nené y María? Podría ser, sólo que no habría muchas causas esbozadas. En esto las actuaciones son competentes y creíbles, sin embargo no tienen la fuerza que requeriría un drama de mujeres que, en el fondo, siguen siendo chicas. Huyen de sus vidas particulares para distraerse y quedarse perdidas. El guión no les da carne a las actrices para que creen personajes dimensionados con los que podamos tener empatía. Son artificios de cada escena, diálogos sobre insatisfacciones imprecisas que desembocan en lo que a ratos nos asoman tales conversaciones. Pero ni los sueños ni las distracciones de estas chicas disparan imágenes a las que aferrarse ni quedarse pensando. Finalmente, son los aspectos técnicos de la película los que enriquecen la película a ratos. La fotografía de Fernando Lockett seduce con planos de tonos fríos aunque, en ciertos momentos, el sol resplandece antes de que venga la noche y es ahí cuando nos vemos tentados a pensar que estas chicas mujeres están al borde de una crisis como cuando el animal al que le dispararon por error gime y su eco resuena por todo el bosque pero ninguna lo encuentra. Y en este mismo sentido, si bien la música de Agustina Crespo pudiera pasar desapercibida, resalta ciertos momentos tensos de la película así como lo hace la edición de Delfina Castagnino y Andrés P. Estrada. El momento final está intensificado por una cámara atenta que sigue a los personajes en los que están a punto de descubrir. Y aquí radica la posible fortaleza del filme: en seguir a todos sus involucrados hasta el momento final de la crisis, desde su llegada a la casa de la infancia de Celina pasando por sus sueños y fiestas hasta el momento final. La falla es no sostener tal crisis con un drama más profundo.
El filme, con la fotografía de Sol Lopatin* que parece sacada de un comercial televisivo, emula a la perfección paisajes atractivos que nos tientan a los espectadores como a los personajes. Son ambientes que, vistos como lugares turísticos, atraen a la mirada. Y ésta es la mayor fortaleza de la película. Va de Argentina, a Chile y Colombia con una fluidez y atención a los paisajes que atrapan. El problema reside en que ahí se queda la película: es una postal de estos amantes que coinciden en diversos lugares, amantes consumistas y consumidos por la aparente pasión. De por sí las actuaciones acartonan los encuentros entre los personajes. No hay química sino una excusa para los encuentros amorosos. No hay drama sino diálogos comunes que no llevan a momentos que interesen. Benjamín Vicuña, Guillermina Valdez, Hugo Silva y María Eugenia Suárez se encuentran ante personajes que cometen los errores típicos en el amor y que dicen las mismas palabras de los amantes torpes. No son personajes enfrentados por ellos mismos, sino por circunstancias que olvidaremos con facilidad. De tal manera, el guión no es más que una excusa para enredar el hilo, tensarlo y, a ratos, distenderlo. No es una trama orgánica, sino un artificio para que siga en movimiento la acción; un movimiento aparente que apenas se ve aliviado por la música y uno que otro toque de humor brindado por quien interpreta la amiga de Abril (Suárez). Incluso el final no hace más que complicar sin razones sustentables la película. Quiere dejar en suspenso la trama, aunque todo parece "destinado" a que haya un final feliz. Será un final feliz que satisfaga a los protagonistas sin que haya mucho conflicto ni diálogos que nos hagan pensar. Por otro lado, la música resalta el melodrama con tonos que recuerdan a rato a la composición de Michael Nyman para The End of the Affair (Neil Jordan, 1999). Es una música que empantana el fluir de la película con un ritmo que desentona. Lo que terminamos viendo en el filme es la serie de encuentros y desencuentros de estos amantes para enamorarse, amantes que no se diferencian de gente común a pesar de lo bellos que son. A fin de cuentas, serán amantes olvidados por los mismos paisajes que visitan. *Es un placer ver mujeres en la escritura del guión y tras la cámara entre oficios tan llevados por la mirada masculina.