¿Cuáles son los alcances de un escritor reconocido con respecto a su pueblo natal? ¿Alcanza éxito gracias a o a pesar de su pueblo natal? Éstas son algunas de las preguntas que resaltan de El ciudadano ilustre, película argentina que se estrena mañana y que compite en el Festival de Venecia, donde recibió una ovación. Con una simpleza que a ratos nos deja pidiendo más, el filme de Gastón Duprat y Mariano Cohn narra el regreso del escritor Daniel Mantovani a su pueblo natal para obtener un reconocimiento importante, cuya vuelta lo hace a través de la cursilería que despliegan los ciudadanos, amigos del escritor o lectores de su obra. Lo admiran de una manera tan ridícula que es casi sombría. El dúo de directores retrata todo este pequeño mundo entre matices y hechos evidentes. Es lo que le brinda humor a la trama: esta mezcla de fijación y encanto ante Daniel Mantovani. El escritor para su pueblo natal es más que una figura pública, es una figura de la cultura, casi una estrella pop. Desde el ámbito pequeño de un pueblo, Duprat y Cohn van retratando cómo recibe cada sector de una sociedad a una figura de tal envergadura: los groopies, la municipalidad, los amigos. De esta manera, cada uno va desmoronando los alcances de la literatura con sus intereses particulares. Éste quiere cenar con el afamado, otro quiere salir de caza con él, este otro quiere que el escritor escoja un cuadro en particular en cierto concurso. A su vez, Mantovani va derrumbando las expectativas de los ciudadanos con sus propias decisiones. Es decir, se trata de un forcejeo constante que esboza una crítica de cómo funciona la sociedad. A fin de cuentas, el guión junto con el resultado final cuestionan a todas las figuras vinculadas con la historia: al autor, a sus lectores, a sus familiares. Todos terminan siendo como títeres de sus intereses. Ni siquiera Mantovani que es el más cuestionador se deslinda de esto. Por su parte, si bien todo el elenco es sólido, es por supuesto Oscar Martínez, quien destaca con una fiereza taimada. Su Mantovani es un hombre tajante que no se calma con adulaciones, es crítico de sí mismo y de su obra, aunque también la defiende cuando es necesario. Hay un recuento de su vida que le dedican en el pueblo que remite a esta cursilería risible e incontrolable. Sin embargo, con su decisión de regresar, Mantovani se muestra como víctima indirecta de lo que ha escrito del pueblo, sean exageraciones o certezas. Un proceso interesante que rodea la película es la publicación del libro homónimo y escrito por el propio Mantovani, aunque el personaje es evidentemente ficción. ¿O acaso no sea tan evidente? Sea como sea, la edición lo promociona como el único Premio Nobel de Literatura argentino y los espectadores que quieran continuar el proceso que se inicia con el filme, pueden comprar el libro en algunas librerías del país.
Dolores retrata la vida de la protagonista, interpretada por Emilia Attias, en su regreso a la Argentina, mientras transcurre la Segunda Guerra Mundial en Europa. Se muda a la casa donde vivía su hermana y donde ahora viven su cuñado y el hijo de este. Su regreso plantea cambios en cómo se maneja la casa y cómo viven los personajes, quienes permanecen sumidos en una depresión después de la partida de la hermana de Dolores. La película hace un retrato de la época con delicadeza, incluidas las costumbres vinculares del período. Esto empobrece algunas actuaciones y en otros casos las complejiza. Pero en general el resultado consigue, sin mucho melodrama, poner de manifiesto las nuevas posibilidades de la sociedad argentina desde los ojos de esta mujer y su entorno. La experiencia bélica de los personajes moldea su visión del mundo, su interacción en sociedad. Los vestuarios, los diálogos y el diseño de producción están muy cuidados sin sobrecargar la ambientación. Cada objeto tiene un significado resonante para la historia que se cuenta, y esto hace que adquiera mayor relevancia. En particular los diversos tonos de azul que viste el personaje de Emilia Attias reflejan sus maneras de devolverle cierta vitalidad a la casa de su hermana. Las actuaciones son, probablemente, el menor atractivo de la película. Más allá del niño que interpretan los hermanos Mateo y Felipe Flossdorf, el elenco es irregular y no atrapa. Por su lado, Emilia Attias se ve amanerada y no convence en su rol protagónico. Ella comentó en la rueda de prensa, posterior a la proyección para los periodistas, que procuró captar los gestos y las posturas que adquiría el cuerpo en aquella época, pero el resultado resulta forzado. Su capacidad de llevar una escena es visible, pero no se sostiene a lo largo del filme. Guillermo Pfening y -sobre todo- Mara Bestelli destacan de a ratos en las secuencias más intensas y en la tarea de reflejar el conflicto entre las obligaciones hogareñas y las familiares. Al final la película opta por escoger, no el drama bélico sino el drama íntimo contextualizado por la guerra, enfatizando las consecuencias que tendrá en la sociedad argentina. En este sentido, estamos ante un film superficial puesto que no despierta emoción alguna, pero sin duda está bien hecho y retrata con detalle una época importante para el país.
“Todos en Lampedusa somos marineros”, dice el amigo de Samuel, el protagonista. A medida que transcurre la película vamos descubriendo que esto no es del todo así. Está previsto que todos sean marineros, sí, pero no todos pueden serlo. Y es en este punto donde se enfoca el filme: los inmigrantes nigerianos o libios que llegan escapando de la guerra o, efectivamente, en Samuel, un chico de doce años que atiende a sus juegos cuando no está en clases. Tanto los inmigrantes de nacionalidad como este pequeño inmigrante, digamos por genética, son el interés de la película. La primera inmigración genera una inquietud por las condiciones infrahumanas en las que se trasladan desde sus países de origen hasta Lampedusa. Es una inquietud que genera desasosiego. La segunda reconoce que puede haber un distanciamiento, por más que sea pequeño, en la tierra propia. Llamémosla una inmigración íntima que la generan razones externas, pero con la que nos podemos identificar y que espejea con la primera, más dolorosa e inquietante. Toda esta búsqueda está entramada con otras vidas anónimas de Lampedusa: una señora que escucha radio y llama al locutor para pedir canciones viejas, entre ellas “Fuego en el mar”, y la abuela y el papá de Samuel. Son vidas que distraen la tensión que genera el descubrir a estos inmigrantes, pero ellas mismas contextualizan cómo se mueve la rutina en la ciudad. El relato está desprovisto de victimización, más bien es un retrato duro que se matiza con el resto de las historias, pero del cual el director nunca escapa. Hay miradas de los inmigrantes cuando se están registrando que revelan mucho más que cualquier palabra que se pueda decir, que superan la barrera del idioma y nos vinculan con ellos a través de la imagen. Así, la película, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín este mismo año, retrata el conflicto y la rutina en Lampedusa de una manera calma, sutil, aguda que permite vivenciar la crisis por la que pasa, no sólo Europa, sino el mundo en cuanto a movilizaciones forzadas de países natales a países cercanos. Entre condiciones penosas y desesperadas, se va revelando una realidad de la que incluso un médico, de los que decimos que están “acostumbrados” a la muerte, no es capaz de asimilar. El documental asoma preguntas urgentes que no tienen respuestas fáciles ni visibles.
Este jueves se estrena la película animada de Mamoru Hosoda. Con una propuesta visual interesante en torno a la oscuridad del alma, la historia reflexiona sobre el contraste entre el humano y la bestia. El filme se enfoca en los intentos de una bestia llamada Kaede por formar a un protegido humano, Kyuta. De tal forma resulta divertido y por momentos interesante, notar cómo se desenvuelve la trama en relación a conflictos como la educación, los modales y los deberes. La película muestra a las bestias como humanos con un nivel de desarrollo mayor puesto que no están entregados al consumismo exacerbado. El mundo de las bestias ahonda en ideas como la oscuridad y el vacío del alma antepuestas al amor. De esta manera, el guión tropieza ciertos niveles de cursilería, pero no sin antes tocar el fondo de un desprecio por el entorno de Kyuta, que sólo se compensa con quienes ama y lo aman. Entonces, es acá donde la cuestión se vuelve fascinante porque reconoce que es el amor lo que nos forma y lo que nos sostiene. De todos modos, la agudeza de la película recae sobre el vacío del corazón en Kyuta, el cual emociona y brinda momentos genuinos. Los personajes de por sí son interesantes, sobre todo los dos principales debido a que tienen una relación torpe, donde son visibles sus propias soledades y los conflictos con los que crecieron, pero esto no impide que se acompañen y terminen queriéndose. También, la referencia ladeada a Moby Dick de Herman Melville es valiosa porque habla de una lucha interior que espejea con el entorno de los personajes. En cuanto a los secundarios, adquieren su relevancia una vez que vemos lo valiosos que han sido para Kyuta y detallamos en perspectiva el rol de cada uno de ellos en la formación de la paciencia, la picardía y la inteligencia por aplicar en cada situación. Asimismo, el guión no pierde la oportunidad de mostrar escenas de pelea y de formar a Kyuta para el combate, cuyo proceso es lento ya que es él quien aprende y no tanto Kaede, quien logra enseñarle. Así, se convierte en otra de las aristas interesantes de la película: la capacidad del aprendiz, no de superar al maestro, sino de enseñarle a éste cómo cuidar sus movimientos. En este sentido, las escenas de pelea están coreografiadas con agilidad. Por su lado, la música acompaña las escenas brindándoles un tono dramático o más festivo sin destacar del resto de los elementos. Se observa que hay cierto uso de imágenes computarizadas para algunos planos generales donde la ‘cámara’ se mueve rápidamente por el espacio, pero nada que entorpezca la imagen, sino más bien le brinda otra textura. Finalmente, hay planos impresionantes por la poesía que exudan como la ilusión de la ballena azul en medio de la ciudad, que recuerda a una escena similar en medio del océano en Life of Pi (2011) de Ang Lee. Se refieren a imágenes que enriquecen la película aunque ésta no termine de cuajar por cierta cursilería matizada por la sabiduría de los personajes secundarios.
El filme sigue la vida del abogado criminalista Alfredo García Kalb con sus clientes que no trata como tales. Es decir, comparte con ellos fuera de sus casos y juicios, además de reflexionar sobre su situación e, incluso, sobre su compartir. Lo que se observa se convierte en la cercanía de estos enjuiciados que usualmente tildaríamos de ‘villeros’ o ‘chorros’. A Gachassin y Scarvarci no les interesa eso, sino humanizar el proceso judicial, a los cuestionados y al propio abogado. Esto lo logra narrando momentos cotidianos: los viajes con su asistente a ver a sus clientes, reuniones con éstos sobre el juicio o sobre otros temas, conversaciones con familiares, salidas del abogado con sus hijos, juegos con éstos, entre otros. Además, la película entrama esos momentos cotidianos sin excederse de tiempo. Apenas con 75 minutos de duración, se ven instantes muy sencillos de la vida de Alfredo, con los cuales se siente la rutina de él, no sólo como abogado sino como hombre argentino de unos cuarenta años. Asimismo, se alternan épocas que se marcan con la longitud de su cabello para que eventualmente reconstruyamos la película con tales marcas, para que poco a poco entendamos que pasa mucho tiempo para llevar a cabo un juicio y, sobre todo, darlo por terminado. En este sentido, se matiza cierta crítica al poder judicial argentino, en vista de que Alfredo es un personaje real que el filme ficcionaliza. Todos los elementos con los cuales trabajan los directores son muy sencillos. La actuación de García está desprovista de amaneramientos. Es directa y franca con cierto toque de dramatismo cuando es necesario. El resto del elenco trabaja en conjunto con roles pequeños pero valiosos por lo que representan dentro de la historia. En referencia al guión, deja entrever la importancia de cada personaje a la vez que muestra cómo Alfredo los guía entre conflictos y engaños judiciales. Respecto a las decisiones musicales, acompañan la película sin perturbarla, incluso pasa desapercibida. La escena final donde Alfredo pasa las emisoras de la radio de su auto casi distraídamente hace pensar en cómo él pasa por cada caso de sus clientes sin perturbarse, preocupándose por cada uno de ellos sin perder los estribos a pesar de las injusticias. De esta forma, se habla de un proceso judicial que, si bien suele ser complicado en cualquier parte del mundo, se vuelve más engorroso cuando se trata de proteger a los más pobres. El mayor valor de la película es que no se empeña en victimizarlos o hacerlos inocentes. Por lo contrario, se interesa en retratar los recovecos de cada caso, sus complicaciones y sus posibles soluciones, a las que no se llega con facilidad.
Hay una intimidad en la rutina de Gummi (Sigurður Sigurjónsson) que convierte a este granjero en una pieza fundamental para sentir la dinámica de vida de este pueblo islandés. Tomemos por ejemplo el momento donde Gummi se corta las uñas en el baño o los baños de tina que se da. Hay una tranquilidad en estos instantes que evocan sencillez. Cuando nos cortamos las uñas, nos deslastramos de los excesos corporales, de parte del crecimiento continuo de nuestro cuerpo. En este sencillo gesto, que me recuerda a la escena de El poder de la moda (Moorehouse, 2015) donde también ocurre un corte de uñas, puede esconderse el desprendimiento que termina por ocurrir en la película, seleccionada para competir en los Óscares de este año. Me refiero a un desprendimiento de los conflictos que rodeaban a Gummi, el desprendimiento de una lucha fútil que parecía ser importante. En este sentido, las ovejas son sólo una excusa para ahondar en la rutina de estos personajes. La competencia de las ovejas es un disparador que moviliza a los hermanos hacia la pérdida. Todo el filme se reelabora a partir de esta lucha por conservar las ovejas, pero más allá de esto, son palpables las diferencias entre los diversos granjeros del pueblo y de quienes controlan el cuidado de las ovejas. Parece una lucha mínima que se maximiza a medida que transcurre la historia. Las actuaciones de los actores principales y de los actores de reparto son valiosas, pero es Sigurjónsson quien destaca. Emprende una búsqueda hacia esta rutina íntima de Gummi, hacia las trampas que el hombre hace en la vida para hacerse valer, hacia estos pequeños triunfos cotidianos que terminan por entramparnos a nosotros mismos. La música de Atli Örvarsson y la fotografía de Kristján Loðmfjorðresaltan esta rutina con tonos de un blanco opresivo y planos evocadores como el del desayuno en la cocina con el fondo de verdosas líneas triangulares. Es una opresión que acompaña a Gummi como el blanco de la nieve, en el caso del invierno, devora la vida del campo. Por su lado, la música del órgano resuena como una inquietud por descubrir qué ocurrirá más adelante, en qué terminará este recorrido por la ruta de estos granjeros.
La película de Bellocchio se estrena este jueves en la cartelera nacional y ubica un cuestionamiento de fe entre dos épocas aparentemente inconexas. Por un lado, una Juana de Arco atemporal se niega a confesar su crimen mientras la iglesia insiste en castigarla por tal silencio. Por otro lado, un hombre a quien llaman el vampiro se rehúsa a vender su propiedad en el pueblo para dar prueba del paso de los cambios en donde vive. Así se entrama el filme pero no con pocas complicaciones. El paso de un tiempo a otro es forzado puesto que no hay una fluidez entre uno y otro, y el humor impuesto en la segunda fase es muy evidente como para que funcione. Tal forcejeo se aligera con unas actuaciones que hacen de la película un encuentro amable y donde edad y fe se confunden en pos de una reflexión sobre el tiempo y la sociedad. ¿Qué pesa sobre la sociedad para que el tiempo no la castigue con la duda? ¿Cómo funciona la sociedad como para que las mentiras de un hombre dilapiden el futuro de un pueblo? El filme transcurre entre diversas posibilidades de romances asomadas entre el soldado Federico (Pier Giorgio Bellochio) y las hermanas Perletti (Alba Rohrwacher y Federica Fracassi) o entre él y Benedetta (Lidiya Liberman), además de entre las pruebas de fe de la castigada. Es la dureza de tales pruebas la que hace ésta una película difícil, aunque no termina siendo cruda. Su retrato es sincero y asoma una crítica a la persecución eclesiástica por las decisiones de sus cuestionados. Las actuaciones están al servicio de la historia. Ninguna destaca, sino que se complementan con los giros y acciones de la película. Esto no es un cuestionamiento, sino la capacidad de los actores y del director para conjugar un trabajo mancomunado. Al final, la mayor debilidad del filme es la música que fuerza con decorar cada momento de un tono impostado que poco tiene que ver con lo que ocurre. El drama y la ligereza son retratados aquí con una intensidad innecesaria que más bien empaña el resultado final. De no ser por esto, sería una película enfocada en las pruebas de fe a las que somete la iglesia; son pruebas intensas y que muestran el carácter de pena que tiene la religión para la vida eclesiástica.
Una araña en el ventanal. Una mosca en el mantel de la cocina. Estamos entre insectos atrapados por la rutina de dos naciones en guerra; seres que no pueden huir de su entorno y sobreviven con los restos. Jelena e Ivan, 1991. Al borde de una guerra que los merodea, ellos retozan en la playa. Él toca trompeta y ella lo incita a que siga. Son felices y poco más importa. Es su música lo valioso y con lo que lucha para huir. Natasa y Ante, 2001. Mismos actores, otros personajes. Son los ecos generacionales conjugando el mito del eterno retorno. La guerra quedó como una huella, como un amor violentado que tienta pero que no mata. Las víctimas de la guerra duelen. Marija y Luka, 2011. Mismos rostros, otros personajes. Ecos sordos que recorren el país en busca de una identidad posible. La música y el agua siguen compensando las ausencias y las preguntas de la guerra. La playa vuelve a ser el lugar de reunión aun para las respuestas que no se consiguen. Aparece la droga, aunque ya se habían asomado los fármacos como dependencia para las carencias psíquicas. Así, la película no responde a las preguntas de entre quiénes es esta guerra. Disuelve causas y luchas en una búsqueda más íntima y, por lo tanto, más difusa. Los mismos actores representan a los personajes enamorados a lo largo de tres décadas, asomando la posibilidad de generaciones que se vuelven a encontrar. De todas maneras, tal reiteración disminuye el efecto final del reencuentro. El silencio pierde fuerza y lo que queda es desear que termine así. La banda sonora conduce entre sorpresas las acciones principales del film. A ratos va hilando la trama con casualidades, otras veces la va acompañando. Bajo el Sol (Zvizdan, 2015) puede catalogarse como una película de guerra porque se enmarca en una, pero lo conflictivo se reduce a eventos cotidianos, discusiones y desacuerdos de partes. Lo inquietante viene con la incertidumbre de qué ocurrirá con ellos, estos seres atrapados por las consecuencias del conflicto bélico, seres enmarcados entre sombras. Finalmente, es este amor que brota al margen el que persiste. Es un amor ignorante, al menos por el momento, del pasado reciente. Es un amor inocente porque no pide respuestas al entorno.
Stephen Frears suele emocionarnos varias veces con historias sobre mujeres en etapas de su vida cercanas a la vejez. Así hizo con The Queen (2006) donde una excelsa Helen Mirren mostraba las vicisitudes de la Reina Isabel II. Así hizo también con Chéri (2009) donde una cuidadosa Michelle Pfeiffer desnudaba los gestos de sus arrugas para develar su vida. Así hizo también en Mrs. Henderson Presents (2005) y Philomena (2014) donde una Judi Dench diversa nos mostraba los descubrimientos de una mujer anciana en clave de comedia y drama, respectivamente. Y así hizo, ya con roles de mujeres en diversas etapas de su vida, en Dangerous Liaisons (1989) donde también Michelle Pfeiffer, junto a Glenn Close, Uma Thurman y John Malkovich, luchaban entre juegos perversos por un hombre. Esta vez vuelve a mostrarnos las inquietudes de una mujer anciana, a través de resultados menos favorables, con Florence Foster Jenkins (2016). Y tal la vejez la afrontan con una entereza sin igual. Por otro lado, las consecuencias del canto “sincero” (como le dice su esposo) de la señora Florence son para sorprenderse y reírse nerviosamente de una voz poco agraciada. La flaqueza del filme consiste en que no indaga en este apoyo que le da el esposo, interpretado por Hugh Grant. No lo indaga como conflicto y esto puedo significar que, en la vida real, el esposo no tenía problemas por consentir los deseos de Florence de regalar sus dotes artísticos al público. Pero lo cierto es que, puesto así, hay una llaneza en los personajes. No indagar en esta omisión por mostrar sus dotes hace de la película una comedia más, con momentos valiosos de mucha risa, pero sin el descubrimiento de ciertas verdades que nos suele brindar Frears en otras ocasiones. Ahora, la entrega total de Meryl Streep y de Simon Helberg forcejea con estas conformidades del guión. Por un lado, Streep está atenta a las excentricidades y la sensibilidad de Florence. Mientras más la ridiculiza su vestuario, su voz y sus expresiones cuando canta, Streep consigue una manera de brindarle franqueza al personaje. De alguna manera dice “ésta soy yo, Florence”. Por otro lado, Simon Helberg, quien interpreta al pianista Cosmé que la acompaña, consigue ser, digamos, el alivio cómico (comic relief) ante tan catastrófica voz, con gestos muy apropiados para lo que escucha. Juntos hacen un dúo de trabajo artístico que condensa los esfuerzos de la dirección por darle otra fuerza a la historia. Finalmente, la música de Alexandre Desplat, con quien el director ha trabajado previamente, sintoniza la historia con una riqueza encantadora. Ya otra veces este compositor nos ha precisado las imágenes que transcurren con música que encanta a los oídos. Así, Florence Foster Jenkins flaquea en cómo desarrolla su historia, pero sus aspectos técnicos y las actuaciones principales la elevan a ratos a algo más agudo.
A través de primeros planos que nos enfrentan con cada personaje y sus palabras, y un narrador que nos guía por sus acciones; la película nos lleva por la dinámica familiar de Gregorio (Marcelo Zygier) con Juana (Jenni Merla), su mujer, y su perro Tom. El filme inicia con un reconocimiento a la directora belga Chantal Akerman, a quien admite no llegarle ni a los talones. Pero con un resultado tan magullado, es difícil ver la referencia y no distraerse con los detalles, sobre todo las actuaciones lánguidas y la narración reiterativa. El gran problema de la película es su manera de retratar tal dinámica a través únicamente de primeros planos. Éstos desnudan las pobres actuaciones por parte de todo el elenco; pobres puesto que parecen obligados a estar adormecidos mientras dicen sus diálogos. Los primeros planos los limitan en vez de detallar sus matices y explorar la variedad de sentidos que hay, incluso, en la miseria y el absurdo. Un primer plano sostenido como secuencia puede ser muy enriquecedor, como en el caso de la escena de la carta en una película como Luz de invierno (1963), y su efecto en solitario es tan poderoso como el resto de la película, pero hay que saber cuándo cortar. Y esto le falta a Reemplazo Incompleto, más agudeza para extraer lo que sobra. Además, la manera de narrar en voz todas las acciones menos los diálogos reduce las posibilidades del guión. El aburrimiento arremete ante tanta narración omnisciente, aún a pesar de la breve duración del filme, apenas 62 minutos. La historia está filmada en Súper 8 mm. Esta textura de la imagen le brinda un tono de improvisación a las secuencias, de estarse preparando para algo mayor que nunca termina de ocurrir porque Gregorio siempre está compensando sus errores con errores aún mayores. Y así, todo transcurre entre fallos que parecen no ser más que comunes y corrientes detalles. Por su parte, la música, un tanto desordenada en sus sonidos, recuerda a ratos a las notas de Birdman. (2014). Tal asociación hace pensar por un momento en que todos se merecían un mejor resultado. Hay momentos donde el concepto reluce por lo que pudo ser: una propuesta a reflexionar sobre el absurdo mundo contemporáneo que busca consumir soluciones desesperadas y distanciadas ante el sufrimiento.