Terror detrás del terror La cabaña del terror (The cavin in the woods, 2012) le da una vuelta de tuerca a la trillada fórmula de la casa embrujada, planteando un mundo paralelo más siniestro y fatal. Lo que parecía a simple vista otra película de terror con fantasmas, sorprende y atrae de igual manera. Un grupo de amigos se va a pasar un fin de semana a una desolada cabaña junto al lago en las afueras de la ciudad. Pero algo más grande que un embrujo fantasmal acecha la cabaña, y terminan siendo víctimas de un extraño y sofisticado ritual. Lo interesante de La cabaña del terror es la vuelta de tuerca que propone, de forma interesante y desvergonzada, trastocando los estereotipos del género, no para parodiarlos al mejor estilo Scream (1998), sino para resignificarlos en un experimento científico que tiene como consecuencia la vida de los ocasionales huéspedes así como de la raza humana en su totalidad. Si de realidades paralelas hablamos, La cabaña del terror nos recuerda a Matrix (1999), con una realidad virtual y otra que manipula a la misma. “Titiriteros” dice un personaje en función de los sujetos manipuladores de su suerte, que no sólo los enfrentarán a los fantasmas que habitan la cabaña en cuestión, sino a todos los monstruos del cine de terror en conjunto (asesinos seriales, zombies, vampiros, polifemos, etc.) que aparecerán en escena como resultado del explosivo cóctel en el que derivará la trama. Y no sólo los monstruos aparecen estereotipados, los personajes también: la chica fácil, la virgen, el chico popular fachero, el intelectual y el drogón como un outsider divertido y capaz de ver –o flashear- los distintos niveles de realidad. Cuando se creía que ya todo estaba inventado en materia de cine de terror, La cabaña del terror es esa bocanada de aire fresco necesaria para renovar a un género que venía en decadencia.
Toda acción implica una reacción Basada en la novela de David Mitchell, Cloud Atlas: La Red Invisible (Clud Atlas, 2012) es lo nuevo de los realizadores de Matrix (1999), acompañados en esta oportunidad por Tom Tykwer (Corre Lola corre, 1998). La ambiciosa película de gran carga filosófica, traza seis historias en diferentes épocas con un mismo concepto en común. El resultado son casi tres horas de duración que pueden fascinar así como agotar a quien la mire. Seis relatos en seis épocas distintas a través de seis géneros diferentes: Uno transcurre en el pasado, cuando un compositor homosexual deja a su pareja para ayudar a componer a un prestigioso y anciano músico. El otro corresponde a los tiempos actuales, cuando un editor de libros hace una insospechada fortuna y tras ser perseguido por la mafia se recluye en un geriátrico. En otro, una tribu que vive en comunidad es visitada por seres del futuro mientras son acosados por caníbales. El más extraño quizás sea la futurista en un Estado totalitario en Corea donde un grupo de robots humanoides encargados de brindar servicios a consumidores deciden revelarse al sistema. La última es la de un escritor que entabla relación con un esclavo negro a bordo de un barco. El mayor valor de Cloud Atlas: La Red Invisible es la manera de enlazar las historias como si se tratase de una sola. Porque el film adquiere sentido coral al trabajar conceptual y filosóficamente cada relato, convirtiendo en un gran mega relato con tintes épicos a la película en su totalidad. Para lograr dicha misión hay un detallista trabajo en el montaje, casi perfecto, que genera idea de unidad continuamente. Por otra parte está el elaborado guión cinematográfico que funciona milimétricamente. Hay un gran esfuerzo de los actores en componer distintos personajes en cada relato, algunos muy disímiles entre sí. El caso que mejor refleja lo mencionado es el de Tom Hanks, mostrando un amplio abanico de seres con igual compromiso y credibilidad. El mafioso autor del libro que interpreta es sin dudas su mejor actuación en años. Quizás la mayor duda que cae sobre Cloud Atlas: La Red Invisible sea su explicita reflexión constante acerca de lo visto en pantalla, con frases redundantes que reafirman el mensaje de la historia. Se sabe la noción filosófica/espiritual/trascendental que Andy y Lana Wachowski tienen de la vida: es como si la charla de diez minutos entre Neo y Morpheus en Matrix se prolongase durante más de dos horas. Quien se sienta atraído por el contenido de los diálogos se deleitará profundamente e incluso pueda sentirse frente a una obra maestra. Quien no lo haga, tardará en entrar en la historia y terminará extrañando la acción.
Un drama terrorífico El español Juan Antonio Bayona, responsable de la dirección de El orfanato (2007), se pone tras las cámaras de Lo Imposible (The impossible, 2012) para contar el periplo de una familia acosada por la devastación causada por el Tsunami en 2004, pero no desde el drama sentimental sino apelando a todos los recursos del género de terror actual. El resultado es el mejor film de cine catástrofe de los últimos tiempos. Una familia de vacaciones navideñas en Tailandia es acechada por el más feroz Tsunami acontecido en nuestros tiempos. El apocalipsis se hace presente en las paradisíacas playas sin aviso alguno. La familia, herida y dividida por la aguas, emprenderá la brutal odisea por la supervivencia y búsqueda de sus seres queridos. La pantalla en negro, el sonido crece generando un clima de tensión: la amenaza es inminente. Es el comienzo de Lo Imposible donde la aparente calma y felicidad que vive la familia protagónica es quebrada por el sonido y los movimientos de cámara: planos desde el mar como si se tratara del “plano tsunami” que está preparándose para atacar. Luego con el apocalipsis consumado, tendremos planos de referencia con imagen en movimiento de cada personaje: veremos la destrucción junto a los niños del matrimonio interpretado por Naomi Watts (nominada al Globo de Oro por este papel) y Ewan McGregor. El tsunami separó a la familia, por un lado la madre y el hijo mayor, por el otro el padre y los dos menores. Hay persistentes travellings out que marcan tal separación, mostrando por un lado el alejamiento de un personaje y la soledad en la que queda inmerso el otro. La catástrofe está efectuada audiovisualmente al utilizar éstos recursos del cine de terror contemporáneo, construyendo el miedo al dolor físico y al abandono. No hay sentimentalismos, ni escenas melodramáticas. Que Lo Imposible esté basado en un hecho real es sólo un dato menor para ingresar desde la narración clásica a la historia ingenuamente. La construcción del miedo es el denominador común del film, un miedo inexplicable, arrollador que ataca sobre el centro de la sociedad occidental: la familia nuclear moderna. Bayona emplea una destreza absoluta para manejar los distintos momentos del relato para hacer de Lo Imposible una película conmovedora, impactante y visceral. Su oficio para incluir al espectador dentro de la trama y hacerlo sufrir junto a la familia por los avatares del tsunami es fenomenal. Así, logra que el film interprete de la mejor manera los miedos contemporáneos que el apocalipsis puede traer consigo.
La crisis y los malandras La crisis de valores en los Estados Unidos ha sido representada a través de diversos géneros cinematográficos. En esta oportunidad, es el subgénero de los malandras -entiéndase asesinos, ladrones, timberos, corruptos, drogadictos y todo tipo de personajes dedicados a la mala vida- mediante el cuál Matálos suavemente (Killing them softly, 2012) hace su critica a la situación política (y económica) que atraviesa Norteamérica. La acción comienza cuando dos ladrones de mala monta deciden asaltar una partida de póquer clandestina, desatando en el bajo mundo de la mafia una serie de ajustes de cuentas que involucra a Markie Trattman (Ray Liotta). Para tal labor entra en escena Jackie Cogan (Brad Pitt), un asesino despiadado contratado para “limpiar” el asunto, que a su vez llama a Mickey (James Gandolfini) para que lo ayude. Pero sucede que el contexto político está tan presente en la historia que termina anteponiéndose a la trama de “venganzas”. ¿El fin de la metáfora? Puede ser, porque la nueva película de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) comienza con un discurso de Obama mientras vemos en escena a un drogadicto tambaleante salir de la cárcel. Este contraste es la crítica velada a la sociedad norteamericana que el espectador deberá decodificar. Pero el problema es que la relación entre los discursos y la historia de mafiosos que presenta la película, se irá aclarando con el transcurrir de los minutos hasta dejar absolutamente en claro el mensaje final. Lo que elimina cualquier tipo de reflexión acerca de lo narrado. A propósito de lo mencionado, el espectador que busque una historia del género al estilo Guy Ritchie caerá en la desazón, al ver extensas escenas de diálogo y nostálgicas reflexiones existenciales a cargo de los personajes que describe el film. La intención es mostrar el carácter miserable y marginal de éstos seres, hecho que explica la presencia inncecesaria del personaje de James Gandolfini. Ahora si pensamos la película como una crítica social actual, es válida en sus intenciones aunque sin llegar a profundizar el tema: el contraste entre la política de inclusión de Obama y “los excluídos” protagonistas del film aparece como una ironía latente. Sin embargo, no era necesario derrumbar la sutilidad para exponer el mensaje. Sino ver el caso de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) en función del sueño americano, o la reciente Sie7e Psicópatas (Seven Psychopaths, 2012), por citar sólo algunos ejemplos.
Misterio en el cajón Una mujer sucede (2011), ópera prima del director oriundo de Bolívar Pablo Bucca, reconstruye la identidad de una mujer fallecida a partir de distintos relatos. La película, basada en la novela de Luís Lozano, comienza con misterio e irá perdiendo tensión con el transcurrir de los minutos por lo convencional de su propuesta estética. Una noche de tormenta, llega un hombre solitario a un desierto pueblo. Sin destino alguno buscará donde hospedarse y resguardarse de la lluvia. En el camino se topa con un velatorio, único y extraño lugar cálido para esquivar el temporal, en el que se vela una mujer de desconocida identidad. El encargado del lugar invita al protagonista a jugar a las cartas sobre el féretro, travesura a la que se sumará un tercer hombre. Surgirá la misteriosa identidad de la mujer tergiversada por el relato subjetivo de cada personaje. La historia es interesante por su propuesta narrativa a partir de los puntos de vista sobre un mismo personaje: la identidad de la fallecida mujer. Cada hombre (Eduardo Blanco, Alejandro Awada y Oscar Alegre) asegura conocer el paradero de la difunta, incluso haber tenido una historia de amor con ella. Los distintos relatos (con Viviana Saccone en el papel de la mujer), lejos de ser realistas, están atravesados por la subjetividad del narrador. El punto fuerte de un film atravesado por la subjetividad, radica en la composición estética de cada episodio, mediante el cual se refleja el interior –anhelos y fracasos- de cada protagonista. Sin embargo Una mujer sucede apela a toda una serie de convencionalismos para escenificar cada visión: los estereotipos retratados -la mujer seductora, el colectivero bonachón, o el escritor pseudointelectual- distan de toda originalidad perdiendo la impronta de misterio que promovía el argumento en un comienzo. Así y todo la película, que tiene un trabajo técnico correcto (aunque televisivo), alcanza su objetivo de establecer un juego de subjetividades para desentramar un hecho, apelando a ese lugar imaginario donde el recuerdo es incluso más válido que la propia verdad.
La vuelta del viejo gruñón En Curvas de la vida (Trouble with the curve, 2012) Clint Eastwood compone a un personaje muy similar al de Gran Torino (2008) -última aparición en cine- pero en esta oportunidad bajo el registro de la comedia dramática. Cuando Gus Lobel (Clint Eastwood), el mejor cazatalentos del beisbol comienza a perder la visión, su hija Mickey (Amy Adams) decide acompañarlo en lo que podría ser su último viaje de trabajo por Carolina del Norte. Ella es una exitosa abogada que deberá postergar su ascenso laboral –asociarse a una importante firma de abogados- para cuidar de su gruñón padre. El viaje acercará a las opuestas personalidades y a la vez restablecerá el vínculo entre ambos, dándoles un giro a sus vidas. Aunque la dirección recayó en manos de Robert Lorenz, Curvas de la vida puede considerarse una película de Clint Eastwood. Está producida por Malpaso, su productora de añares, protagonizada por él y cuenta con un estilo narrativo clásico, propio del octogenario realizador. Clint Eastwood vuelve a componer a un anciano al borde del retiro, malhumorado y muy terco en sus modales como en Gran Torino, papel que le valió la nominación al Globo de Oro. Pero aquí su personaje no se redime religiosamente, pero sí socialmente. En aquella película Eastwood se llevaba mal con sus hijos hasta que éstos lo abandonan. Su relación con el trabajo era sólo a modo de recuerdo y reconocía que su lugar en el mundo había terminado. En Curvas de la vida hay una suerte de redención de todos los males que aquejaban a tal personaje: buscará recomponer la relación con su hija, demostrar que todavía es hábil para su trabajo, y que sigue siendo necesario para las generaciones venideras a pesar de sus problemas de salud. Pero quien realiza la verdadera “curva” dramática en el film es su hija, una soltera treintañera que encuentra el verdadero sentido de su vida al pasar unos días “en el mundo del beisbol” junto a su padre. En ese camino aparece el personaje de Justin Timberlake, con el mismo espíritu de su padre de joven (de hecho apadrinado por él) para resolver el Edipo que arrastraba de pequeña. Curvas de la vida no deja de ser un melodrama sentimental, con amplias escenas de diálogo y construcción de personajes buenos y malos, uno de los puntos flojos del film. Sin embargo tiene el carisma necesario en sus personajes para solventar las obvias resoluciones argumentales.
Guarda con el muerto La comedia negra es un género poco transitado por el cine argentino. O al menos no tan frecuentado por actores y guionistas como la comedia costumbrista o el melodrama. Sin embargo y en esa lógica, Ni un hombre más (2012) es un interesante ejercicio negro que logra sus objetivos al comprender el registro en tono y forma. Ricky (Juan Minujín) y Karla (Valeria Bertuccelli) son una pareja en plena fuga tras secuestrar a un hombre y recibir la recompensa. Tras sufrir un accidente con su auto, caen en una hostería de mala muerte en medio de la selva de Iguazú. En ella se encuentran con Charly (Martín Piroyansky) quien al enterarse de la situación intentará quedarse con el motín. Cada personaje que aparece en escena, lejos de tener buenas intenciones, caerá en la tentación o en la tumba. Su director Martín Salinas, realiza un claro exponente del género apelando a sus protagonistas: los actores entienden rápidamente el registro de actuación necesario para componer a sus personajes. Piroyansky, Bertucelli y Luis Ziembrowski, se desenvuelven en el género con mucha comodidad y explotan sus facetas para el humor. El relato acompaña a los actores con acciones que se van sucediendo una tras otra, aumentando la tensión y la comicidad con las muertes afianzadas. Porque Ni un hombre más es ante todo, una comedia de enredos. Su enredo con la muerte le permite desplegar a su director los límites de la miseria humana encarnados en sus personajes (comparados en el relato con reptiles, en clara alusión). Con dichas virtudes, la película de Salinas, que no llega a ser una obra genial, se presenta como una comedia negra atractiva e ingeniosa, a la altura de su elenco.
Políticamente incorrectos Protagonizada por dos “pesos pesados” de la comedia americana contemporánea, Locos por los votos (The Campaign, 2012) trata desde el cinismo, la parodia y desfachatez, la campaña política sin escrúpulos que llevan a cabo dos candidatos al congreso. Con grandes momentos, la película decae sobre el final en la innecesaria reivindicación de sus personajes. Cam Brady (Will Ferrell) está en campaña para renovar su mandato como congresista. Lejos de ser un político capaz, es además un adicto a los affaires. La figura del congresista pierde popularidad, y los magnates corporativos (geniales John Lithgow y Dan Aykroyd), deciden salir a buscar un nuevo candidato que los deje hacer sus negociados. Aparece en escena Marty Huggins (Zach Galifianakis), un nerd querido en su pueblo por su ingenua conducta, que deberá realzar los valores republicanos. La batalla no tendrá códigos como anticipa el refrán que da inicio al film. Locos por los votos se presenta como una comedia disparatada y burlona sobre los agentes del poder, ganando en la representación de los estereotipos visualizados en las campañas: debates orquestados, besos a bebés (una de las mejores escenas de la película) y prototipos republicanos: nombrar reiteradamente a Jesús, la apología al uso de armas, la postura con los inmigrantes, etc. Hay un par de aciertos a tener en cuenta en la representación de los políticos norteamericanos que muestra la película: son tipos idiotas, están manejados por las corporaciones, y sólo esperan que los medios o su asesor político les digan que hacer. Son incapaces de tener un pensamiento propio y carecen de cualquier tipo de ideales. Están enmarcados en un primitivismo preocupante. Pero la película dirigida por Jay Roach (Austin Powers, La familia de mi novia), se encuadra en la comedia americana clásica y pierde sobre el final su carácter trasgresor, redimiendo a sus personajes y reestableciendo valores. Sin embargo el film maneja muy bien los tiempos y, con lapsos que rozan la genialidad, logra ser un entretenimiento grato. Eso si, el mayor atractivo de Locos por los votos sigue siendo ver en escena a Will Ferrell y Zach Galifianakis en una suerte de duelo humorístico-actoral, cuyo único ganador será el público.
Todas las caras del conflicto El documental Errantes (2011) demuestra que los puntos de vista son fundamentales para comprender un conflicto. En este caso, el problema habitacional que tiene la Capital Federal focalizado en los habitantes de La Lechería ubicados en la zona de La Paternal ordenados a ser desalojados y reubicados en el barrio de Mataderos. La negativa de los vecinos, la influencia de los medios y la ausencia del Gobierno de la Ciudad son claves para entender la complejidad del asunto. De manera muy inteligente, el documental dirigido por Diego Carabelli y Lisandro González Ursi, nos adentra en el conflicto mostrando primero la destrucción edilicia. Toda una declaración de principios de las políticas habitacionales de la ciudad. Rápidamente se da paso a los registros televisivos del tema: cámaras y comentarios que estigmatizan la pobreza. Recién luego nos adentramos en la vida de los habitantes de La Lechería. La Lechería se era una antigua fábrica abandonada que fue ocupada en 1979 y albergaba 85 familias hacia 2008. El lugar se encontraba en condiciones paupérrimas de vivienda junto a las vías del Ferrocarril San Martín. Por orden judicial el asentamiento debía ser desalojado y los habitantes, organizados bajo la cooperativa “Los bajitos”, lograron que el gobierno porteño les otorgue un terreno en el barrio de Mataderos. Al momento de la mudanza aparece otra cara del conflicto: los antiguos vecinos de Mataderos que se resisten a la llegada de los nuevos habitantes. Intercede la policía y la situación que parecía una solución se termina agravando. Es interesante escuchar los argumentos de los vecinos “en internet dicen que son mala gente” auguran, dejando en claro la influencia discriminadora de los medios de comunicación. La película, luego de darle el tiempo y el espacio para que el espectador comprenda los deseos y frustraciones de los habitantes de La Lechería, vuelve a los registros televisivos del caso para mostrar así la construcción de la opinión pública que llevan a cabo los medios de comunicación y que reiteran como voz propia los vecinos de Mataderos. Después de la condescendiente Elefante blanco (2012) era necesaria una mirada que abarque todos los puntos de vista de un conflicto ligado a la marginalidad para comprender el alcance y condicionamientos sociales de los hechos. Errantes proporciona de esta forma una mirada inteligente y profunda sin quitarle complejidad al problema habitacional de la Ciudad de Buenos Aires pero también a la marginalidad condenada socialmente por los medios y políticas gubernamentales porteñas.
Suma de incongruencias Las mujeres llegan tarde (2011) de la debutante Marcela Balza, presenta una serie indefendible de problemas relacionados con el guión, la dirección y el desarrollo dramático del conflicto. Así y todo, cuenta con un envidiable reparto de reconocidos actores. Miguel (Rafael Spregelburd) baja de un barco y entra a un casino portuario. Ahí conoce a Gabriela (Andrea Pietra) que le da una suma importante de dinero para que se lo cuide. Él viaja a un pueblo y se hospeda en un hotel dirigido por Regina (Marilú Marini) y su hija Fernanda (Erica Rivas) que necesitan dinero para saldar una hipoteca. Cuando se enteren del dinero que trae consigo Miguel parece llegar la solución pero comienzan los problemas. ¿Puede una película con un elenco que incluye a Rafael Spregelburd, Andrea Pietra, Enrique Dumont, Guillermo Pfening , Eduardo Pavlovsky, Susana Evans, Mike Amigorena y Martina Gusmán, no estar a la altura de la circunstancias? Si, el film escrito y dirigido por Marcela Balza falla justamente donde no debería fallar: historia, diálogos y acción dramática. Los actores resuelven a duras penas frases inverosímiles, y la construcción de drama y suspenso es tan distante que la película no trasmite el efecto buscado. Pero el mayor problema es la falta de recursos visuales para desarrollar la historia: todo está en el orden de lo textual. Todo se dialoga, se explicita, se dice. No alcanza con mostrar un robo sino que a continuación está la reafirmación verbal de tal hurto. Cuestión que le quita todo misterio y tensión a lo narrado. Ni hablar de las resoluciones “telenovelezcas” donde un personaje espía situaciones en el fondo del plano. Las mujeres llegan tarde avanza sin ritmo y a los tumbos y cierra peor con un plano final abrupto e incomprensible. Pero quien haya llegado a esa altura ya nada lo sorprenderá.