Universo Anderson La nueva película de Wes Anderson, Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna) (Moonrise Kingdom, 2012), sintetiza el particular estilo del director de Los exéntricos Tenenbaum (The Royal Tenenbaums, 2001) en todos los sentidos. Una delicia para quienes gusten de su obra. Cuando Sam (Jared Gilman) decide fugarse del campamento de Boy Scouts, realiza una revolución en su pueblo, y más aún, al descubrirse que Suzy (Kara Hayward) lo acompaña en la aventura. Tal búsqueda genera la movilización de sus compañeros de campamento, junto a su líder Ward (Edward Norton), la policía a cargo del Capitán Sharp (Bruce Willis), y los padres de Suzy (Bill Murray y Frances McDormand). En el medio se tejerán las relaciones de amor entre los niños fugitivos y los adultos irresponsables. El particular estilo de Wes Anderson alcanza uno de sus puntos más altos con Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna): La utilización de reconocidos actores que osan de parodiarse a si mismos, sus movimientos de cámara distantes y rígidos, la representación de la adolescencia como un período de sufrimiento e injusticias, y el particular humor que se desprende de la nostalgia de época (año 1962 en este caso) donde la magia, la leyenda y la imaginación son la posibilidad de escape a un mundo mejor. Con tales elementos Anderson logra uno de sus mejores films luego de incursionar en la animación con El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009) que no pasó por los cines locales. En esta oportunidad, la simetría exageradamente perfecta de planos, funciona argumentalmente como la estructurada formación que reciben los niños en el campamento. Ante tan rígidas disposiciones, no queda más que evadirse: por ello los niños huyen para ser adultos y los mayores escapan para comportarse como niños. Queda en evidencia las falencias humanas con simpatía y pesimismo marca Anderson. Pero Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna) también habla del amor como único componente que otorga poder sobrenatural al ser humano. En la historia en cuestión son los desórdenes climáticos los principales obstáculos que enfrentará el amor de los niños. Las incongruencias de los adultos dan color y textura a un film disfrutable de principio a fin. Claro que para eso hay que introducirse en el universo Anderson.
Futuro incierto Looper-Asesinos del futuro (Looper, 2011) es una pretensiosa película de ciencia ficción que, tras un prometedor comienzo con mucha acción en un mundo futurista, se torna existencialista en su segunda mitad, sin llegar a balancear correctamente dichos cambios de tono. Sin embargo, y aunque Bruce Willis no sea el protagonista como anticipa el afiche, la película crece con su presencia en escena. Joe (Joseph Gordon-Levitt) es un “looper”, un asesino a sueldo que mata personas enviadas del futuro en campo abierto y a quemarropa. El problema surge cuando la víctima es él mismo, interpretado por Bruce Willis. Le perdona la vida (o sé perdona la vida) y ahora deberá escapar porque su jefe capo mafia (Jeff Daniels) buscará eliminarlo. Looper-Asesinos del futuro es una combinación de varios géneros en un futuro apocalíptico. La historia comienza con mucha acción, pero luego vira hacia lo existencialista, poniéndose pretensiosa innecesariamente. El film se torna un melodrama con la aparición del personaje de Emily Blunt y su hijo en la ficción, provocando una caída del ritmo del relato involuntariamente. Hay que reconocer que la película no cuadra dentro de los parámetros hollywoodenses, algo que pareciera ser una buena noticia para las convencionales historias saturadas de efectos especiales. El film dirigido por Rian Johnson se para en la otra vereda pero con un inconveniente que es también su comodín: Bruce Willis. El actor de Duro de matar (Die Hard, 1988) aparece en escena y le otorga frescura a la densidad del relato, pero a la vez su personaje dista del que nos tiene acostumbrados. Quien vea un afiche con Bruce Willis empuñando un arma y entre al cine, saldrá decepcionado. Ahora, quien busque una historia seria, con vueltas de tuerca y un futuro oscuro pero posible, saldrá mas satisfecho. El relato no es del todo original, pues recurre ha varias ideas de clásicos de la ciencia ficción, pero en la piel de un Joseph Gordon-Levitt (50/50) en ascenso, tiene aires de novedoso y hasta resulta atractivo.
Creer o desenmascarar El director español Rodrigo Cortés, quien cautivó al mundo con Buried/Enterrado (Buried, 2010), vuelve al cine con el thriller sobrenatural Luces rojas (Red Lights, 2012) de la mano de varias estrellas internacionales de la talla de Sigourney Weaver, Robert De Niro, Cillian Murphy e incluso nuestro Leonardo Sbaraglia. Cillian Murphy y Sigourney Weaver interpretan a científicos encargados de desenmascarar a quienes lucran con las actividades paranormales. Curanderos, médiums, psíquicos, todos rozan el fraude y los doctores se encargarán de demostrarlo. Entre ellos se encuentra un predicador de poca monta (Leonardo Sbaraglia) y el psíquico Simon Silver, interpretado por Robert De Niro. Rodrigo Cortés se atreve a un film de grandes proporciones –aunque no descomunales- para mostrar su oficio para el manejo de la tensión del relato. El guión escrito por él mismo desarrolla las suficientes líneas argumentales para despistar al espectador. Bajo la premisa de la existencia o no de actividad paranormal, se construye la persecución al personaje de De Niro. ¿Fraude o semi Dios? ¿Cuestión de creencia o un negocio millonario? ¿Raciocinio o espiritualidad? Las sub tramas parten de dichas preguntas acrecentando el suspenso en el film. El hecho de posicionarse del lado “racional” de lo paranormal, promueve una vuelta de tuerca a los films de eventos sobrenaturales. La estructura de la película es una trama policial a cargo de los protagonistas, que irán atando cabos para desenmascarar a Silver. En el transcurso, el relato detectivesco se fusiona con el sub género de terror dedicado a los inexplicables sucesos. Sin ser un gran film, Luces rojas es un atractivo producto de suspenso, que cuenta con buenas actuaciones y atractivas vueltas de guión, con el agregado extra para los argentinos de ver a Sbaraglia en una producción hollywoodense.
Recalculando Dicen que segundas partes nunca fueron buenas y Búsqueda Implacable 2 (Taken 2, 2012) no es la excepción. Una secuela implica doblegar las ideas fundantes del original y la película producida por Luc Besson así lo entiende pero olvida la cuestión principal: el tema. La trata de blancas articulaba todo el relato de Búsqueda implacable (Taken, 2008) justificando cualquier exabrupto del guión. Aquí el tema es la venganza y el film se convierte en una lisa y llana película de acción. La película comienza afianzando el vínculo entre padre e hija. En esta oportunidad, aprender a conducir es lo que une a Bryan Mills (Liam Neeson) con Kim (Maggie Grace) que acaba de ponerse de novio. Ambos se encuentran en Estambul junto a la ex esposa de Bryan, Leonore (Famke Janssen), para un viaje que junte a la familia pero se topan con el padre de los albanos asesinados en la película anterior que busca venganza. En esta oportunidad los secuestrados son Bryan y Leonore, y Kim ayudará a rescatar a su padre. Las películas de acción construyen la fantasía del héroe. En Búsqueda implacable, un hombre desesperado haría lo imposible por recuperar a su hija adolescente con el fin de convertirse nuevamente en el héroe que supo ser para ella cuando niña. En esta segunda parte el héroe ya se encuentra consumado para Kim: Bryan Mills es el profesional entrenado para despachar a cuanto albano interceda entre él y su familia. Su hija, el tesoro a cuidar antes, funciona aquí de co-equiper para la trama: la persecución con Kim, conductora primeriza al volante, es la secuencia que afianza el vínculo entre padre e hija. El nudo del film pasa por rescatar a su ex esposa Leonore y convertirse Bryan nuevamente en el héroe que supo ser cuando se casaron. Si la primera parte funcionaba era por el tema, la trata de blancas como ya dijimos, pero también por el balance perfecto de los elementos del relato: construcción de personaje obsesivo, factor tiempo para efectuar el rescate, y el amor inconmensurable por su hija, justificaban cualquier inverosimilitud de la trama. En Búsqueda Implacable 2 el balance dista de ser perfecto. Podríamos atribuirle al director Olivier Megaton (Venganza despiadada) la falta de pulso para reforzar el vínculo entre personajes (la primera película fue dirigida por Pierre Morel), pero no, el problema radica en el guión de Luc Besson y Robert Mark Kamen que deja en evidencia las inverosimilitudes bien disimuladas en la primera entrega. Sin embargo Olivier Megaton se destaca en las escenas de acción que le dan el ritmo necesario a la película y, junto a Liam Neeson, el gran héroe de acción contemporáneo que le pone el rostro a este personaje tan atractivo, sostienen un film aceptable que sin estar a la altura del original cumple con su tarea de entretener.
Nostalgia en el burlesque El burlesque es un género bastante transitado en el cine. Existen varios ejemplos conocidos como Go Go Tales (2007) de Abel Ferrara, o Noches de encanto (Burlesque, 2010) con Christina Aguilera. Hoy se suma Tournèe (2010), tercer filme del actor francés Mathieu Amalric, en su faceta de director –también actúa- acompañado en esta oportunidad de legendarias figuras francesas como Miranda Colclasure, Suzanne Ramsey, Julie Atlas Muz y Angela de Lorenzo. La historia nos trae a Joachim (Mathieu Amalric), un devenido productor de televisión parisino, que realiza una gira por Francia con el grupo de bailarinas de striptease New Burlesque que ya pasaron su tiempo de fama. El humor de los números y el atractivo de las chicas conquistan tanto a hombres como a mujeres. En la gira, los escasos recursos llevan a las coristas a vivir en un mundo de fantasía y a Joachim a huir de sus acreedores y enemigos del pasado. Amalric es un reconocido actor no sólo francés por su participación en proyectos de Hollywood. Películas como La escafandra y la mariposa (Le Scaphandre et le Papillon, 2007) y Quantum of Solace (2007), donde interpreta al villano, le dieron al actor proyección internacional. Detrás de cámara, Amalric realizó varios cortometrajes y dos largos previos: Mange ta supe (1997) y El estadio de Wimbledon (2001). Tournèe capta a la perfección el sentimiento detrás del espectáculo, la fantasía, el amor, la pasión, la angustia, y sobre todo el compañerismo entre colegas del mundo del entretenimiento. Sin embargo, por lapsos, el film cae en baches narrativos sumido en la mera descripción. Dicho procedimiento distiende el ritmo del relato perjudicando la fluidez narrativa. A pesar de lo mencionado, Tournèe es un film cargado de buen humor, sexo y situaciones disparatadas, que obliga a querer a los personajes y simpatizar con ellos, a pesar de ser políticamente incorrectos.
Más allá de la religión Compleja, misteriosa y valiente es El cielo elegido (2010), película dirigida por Víctor González que pone en jaque el discurso religioso al contraponerlo brutalmente con la cotidianeidad, a partir de las experiencias de tres curas en situaciones extremas. La historia es contada a través del joven e idealista cura Pablo (Juan Minujín) cuya vida en el seminario se disputa entre las experiencias de su superior Orbe (Omar Núñez) y la sabiduría y desencanto del anciano sacerdote Claudio (Osvaldo Bonet). Una serie de acontecimientos pone en jaque su fe y lo lanza a descubrir una trama de engaños y manipulaciones. Desde los primeros minutos del filme, vemos al cura Pablo frente a una decisión extrema en la que deberá tratar de “encajar” su oficio de sacerdote –y el discurso católico- con una situación extrema en un penal amotinado. Uno de los presos le exige que cumpla con “su trabajo” salvando el alma de un recluso agonizante. Al hacerlo el recluso es fusilado frente a sus ojos. La brutalidad de la escena sorprende tanto a Pablo como al espectador. Si uno piensa la película en su totalidad, encontrará una serie de hechos similares, en donde la vida cotidiana deja inutilizado el discurso religioso y pone en crisis la elección espiritual del joven cura: los affairs de Orbe contrapuestos a su fe ciega, el marketing religioso (donde varios curas asisten a un curso de oralidad para misa) contrapuesto a las necesidad del personaje de Juan Minujín de hablarle espontáneamente a sus fieles, las escenas de sexo con el pasional personaje de Jimena Anganuzzi y la impresionante escena final que, por supuesto, no adelantaremos aquí. En esta poco habitual temática en el cine argentino Víctor González, que previamente había dirigido Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2003) –no estrenada comercialmente- y el cortometraje Destinos marcados (1999), se destaca por su valentía y franqueza a la hora de exponer su visión acerca de la religión en El cielo elegido. Acompañado en la escritura del guión por Huili Raffo, logra dar con una historia fuerte pero personal, donde el dilema espiritual pasa introspectivamente por los personajes. La forma de hacerlo es utilizando una estructura de thriller, con trama de misterio mediante, cargado de manipulaciones, mentiras y fundamentalismo religioso, donde los hechos cobran fuerza a razón de dos componentes esenciales a la naturaleza humana como lo son la violencia y el sexo, que chocan brutalmente con el misticismo de la Iglesia católica. Y vaya si lo hace.
Postales del norte La película Mensajero (2011) tranquilamente podría haber sido una exposición fotográfica porque su director, Martín Solá, toma de excusa una historia mínima –el trabajo en las salinas- para producir una estética del norte argentino mediante el uso del blanco y negro, la composición simétrica en cada plano y los contrastes entre luces y sombras. Rodrigo es el mensajero de un pequeño y humilde pueblo de La Puna. Entre los trabajos posibles en la comunidad, el más cotizado es el realizado en las salinas al que decide abocarse en un mesiánico viaje donde se funden los cuerpos humanos con el paisaje de montañas. A partir de una serie de planos en su mayoría fijos, Mensajero logra captar la grandilocuencia del escenario natural y lo funde con el rústico trabajo humano. La naturaleza se impone planteando un tiempo y espacio específico dentro del cual el hombre deberá subsistir. Así, las nubes invaden el cuadro hasta provocar un fundido en blanco que marca el tiempo del relato y da paso a otro espacio. Martín Solá, realiza una construcción plástica de la imagen, proponiendo cuadros estéticamente bellos del norte argentino. El trabajo de composición promueve un estado onírico del tiempo y espacio, desde una simetría en el cuadro inquirida por la posición de cámara mientras que el contraluz entre luces y sombras, marca el viaje del protagonista que comienza en la oscuridad de su vivienda para salir al luminoso mundo de las salinas. Mensajero dimensiona aquello que cuenta, como si la historia se viera distorsionada y perdida en ese alucinante espacio natural. Martín Solá, capta su perfección en la elaboración detallista de una estética adecuada a las circunstancias.
Traficantes por naturaleza Oliver Stone tiene en su obra dos tipos de películas: aquellas con claro mensaje patriota, donde entran también los films sobre presidentes norteamericanos, y las películas estéticas, donde prima la narrativa con gran uso de violencia pero desde un atractivo esteticismo clipero. Salvajes (Savages, 2011) se encuandra dentro de esta última categoría aunque sin profundizar ni en la violencia, ni en el recurso estético. Dos amigos tienen un negocio: trafican marihuana. Como pequeños empresarios, se dan el lujo de manejar a su modo la distribución del producto. Cuando se resisten a aceptar un trato propuesto por el cartel de droga mexicano, su novia (a la cual comparten) es secuestrada y comenzarán sus problemas. Deberán crear ua estrategia tal que les permita salirse con la suya y recuperar a su chica. En Salvajes prima el desequilibrio. El matón que interpreta Benicio Del Toro, mexicano malo y exageradamente ridículo, es un exceso en si mismo. El actor que supo interpretar al Che Guevara, parece no tomarse nunca en serio a su personaje inclusive riéndose de su composición. En ese mismo registro, aunque no tanto, están John Travolta y Salma Hayek. El estereotipo que envuelve a dichas criaturas es superado por el guiño al texto estrella que supieron construir los actores en cuestión a lo largo de sus carreras. Todo es exageración como sucedía con los personajes de Asesinos por naturaleza (Naturals born killers, 1994) o Camino sin retorno (U-Turn, 1997). Pero el problema es que ni los protagonistas –bastantes limitados en sus caracterizaciones- ni los demás personajes siguen ese registro, dejando el tono autopródico de lado en la construccion de la historia. Queda entonces un relato policial con algún que otro resquejo de imágenes oníricas olvidadas en transiciones del relato. Es decir, esos colores que ambientaban la atmósfera de Asesinos por naturaleza y daban al film un clima de extrañeza y perturbación, en Salvajes es apenas un dato de color rápidamente olvidado. La historia de Salvajes en si carece de ritmo, hay demasiadas escenas de diálogo para que se luzcan los actores de renombre, que interfieren en la fluidez narrativa. Sus apariciones son necesarias a nivel dramático pero no ayudan a enriquecer la acción de la historia. Y la película intenta ser de acción. Si algo caracterizaba al cine de Oliver Stone era su claridad de ideas. Algo que en Salvajes es difícil determinar.
Realidades contrapuestas Luego de la comedia Sofacama (2006), y de un breve aporte al largo colectivo D-Humanos (2011), Ulises Rosell vuelve a las líneas documentales que trazó con su obra más reconocida, Bonanza (En vías de extinción) (2001). El Etnógrafo (2012) es la historia de John Palmer, un antropólogo norteamericano que se adentra en la cultura wichi. Mezcla de documental antropólogo con ficción, El etnógrafo ingresa en la realidad de John Palmer, que llegó a la comunidad wichi con el fin de dar apoyo humanitario y terminó quedándose a vivir con ellos, incluso formando familia y teniendo hijos con una mujer de la comunidad. Sin embargo, John Palmer sigue siendo distinto y no sólo por el lenguaje, su educación y moral cristianas lo posicionan en otro lugar desde donde tratará, sin éxito, de brindar soluciones. Ulises Rosell plantea una crisis de lenguaje y formas de vida entre el "gringo" y los nativos wichis en una Salta ahogada en la pobreza. El hombre y protagonista de esta historia está instalado hace tiempo en el pueblo originario, e incluso vive con una mujer de la comunidad y sus hijos. Este elemento produce un doble cuestionamiento de identidad en el espectador. Por un lado, el personaje analista se convierte en "analizado" junto con los wichis. Por otro lado el mismo espectador ocupa el lugar de observador, identificándose por sus costumbres burguesas, más fácilmente con el gringo oriundo de norteamericana, que con los wichis que son argentinos. El Etnógrafo cumple con su función reflexiva acerca de la identidad, y la imposibilidad de cambiar realidades preestablecidas. La situación de los pueblos originarios, la mirada burguesa sobre el tema y las costumbres identitarias argentinas son puestas en crisis a partir de la película.
Ese extraño hombre de la playa La ópera prima de Laura Citarella, Ostende (2011), es una atractiva propuesta que apela a la construcción del suspenso a partir de la tensión generada por un interesante juego con los puntos de vista. De esta forma mantiene atento al espectador a lo largo de todo su metraje. Laura (Laura Paredes) llega a la ciudad balnearia de Ostende y se aloja en un desolado hotel. Sola y sin mucho que hacer, comienza a observar a un extraño hombre que se pasea con dos mujeres por la playa. La relación entre estos personajes le disparará a Laura una serie de conjeturas así como al espectador la duda sobre lo que sucede o podría llegar a suceder. Así como si se tratase de un film de Chabrol, Laura Citarella va manipulando al espectador a través de un interesante manejo de la información. No sabemos mucho desde la butaca sobre lo que sucede pero todo está inferido, todo puede pasar o al menos eso se sugiere. Este juego, acentuado por los puntos de vista –lo que se ve y lo que no se ve- generan un misterio desconcertante y sugestivo. Todos lo elementos de la película van dejando pistas induciendo hipótesis que no se llegan a confirmar ni refutar, sin embargo la tensión se acrecienta a medida que la curiosidad invade a la protagonista. Hay un par de referencias cinematográficas tomadas de Alfred Hitchcock (es difícil construir suspenso sin tomar algo del maestro), sobre todo en el plano final que aquí no develaremos. Citarella sabe cuando mover o dejar quieta la cámara, o cuando desprenderse del punto de vista de su protagonista para automatizar la mirada. Ostende no es una película genialmente construida pero demuestra un amplio manejo de los recursos narrativos del suspense. Sonidos fuera de campo, fueras de foco y una inteligente construcción de los puntos de vista para crear misterio allí donde parece no suceder nada.