La Era de Hielo 4: Los cataclismos del pasado Históricamente los largometrajes de animación mainstream dirigidos al público infantil han reproducido una y otra vez la estructura prototípica de las fábulas moralistas con vistas a educar a los pequeños en tanto consumidores, transmitirles algún mensaje orientado hacia “el lado luminoso de la vida” y garantizar que los padres se queden con la conciencia tranquila en lo referido al combo pedagogía/ entretenimiento (aunque -por supuesto- no nos engañemos, la mayoría de los adultos se conforman con el segundo eslabón del díptico). Durante las últimas décadas, el mercado experimentó una reconversión oligopólica en la que todos los estudios hollywoodenses luchan entre sí con sus respectivos tanques infantiles...
Pacificando al país… Si vamos a llamar a las cosas por su nombre conviene señalar que Robert Redford no entregaba una buena película desde la lejana Quiz Show (1994), aquella pequeña maravilla que superó holgadamente a Gente Como Uno (Ordinary People, 1980) y que desde entonces ha permanecido como el punto máximo del californiano en su rol de director. Sólo basta recordar bodriazos como El Señor de los Caballos (The Horse Whisperer, 1998) o Leyendas de Vida (The Legend of Bagger Vance, 2000) para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en cuanto al tono acartonado y la profusión de estereotipos. Por suerte siempre quedó latente la posibilidad de redención y a decir verdad ya venía siendo hora de que escuchara a su corazoncito de centro izquierda: luego de la fallida Leones por Corderos (Lions for Lambs, 2007), típico producto coral de la década pasada que de tanto diálogo hueco terminaba diluyendo sus intenciones cuestionadoras para con la administración de George W. Bush, hoy es el turno de El Conspirador (The Conspirator, 2010), otro ambicioso ejercicio político que en esta ocasión combina el thriller judicial y el drama histórico para denunciar los atropellos legales, el oportunismo y la sed de venganza. Aquí se mete con el proceso seguido a Mary Surratt, la única mujer acusada de ser parte de la conspiración para matar al Presidente Abraham Lincoln, al Vicepresidente Andrew Johnson y al Secretario de Estado William H. Seward: en 1865, durante la etapa final de la Guerra Civil, se la arresta por ser la propietaria de la pensión donde se planearon los atentados y de inmediato se constituye un tribunal militar para juzgar a los 8 detenidos. Así las cosas, Frederick Aiken (James McAvoy) es el abogado que debe defender a Surratt frente a un gobierno decidido a obtener una condena ejemplar para “pacificar a la nación”. Una vez más con un elenco repleto de luminarias (Tom Wilkinson, Danny Huston, Kevin Kline, Robin Wright, Evan Rachel Wood, Justin Long, etc.), Redford demuestra su oficio sacando a flote un guión estándar que no agrega nada nuevo a los géneros considerados pero que funciona a la perfección como alegoría ponzoñosa con respecto a las violaciones a los derechos humanos en la Base Naval de Guantánamo. La pulcritud y cierto automatismo vuelven a ser los factores que impiden que el relato escale aún más y gane como obra cinematográfica, a pesar de ello la propuesta resulta gratificante y cumple sus objetivos…
La dialéctica del contraste. Sólo muy de vez en cuando llega a la cartelera porteña una anomalía tan gratificante como Drive (2011), en esencia una suerte de neo film noir que toma prestada la imaginería visual de los convites de acción de la década del 80...
Sobre la transmisión demoníaca Por más que ya nadie los reclame desde hace muchísimo tiempo, hoy nuevamente tenemos ante nosotros un mockumentary de terror que más que infundir algo de vitalidad al subgénero lo único que hace es confirmar su agotamiento temático y formal. Como suele ocurrir en el ámbito cinematográfico, los coletazos de un producto exitoso se extienden en demasía hasta el punto de la saturación y ponen en perspectiva el trayecto que permitió llegar a esta situación: de hecho, cuando nos topamos con un exploitation berreta de otro exploitation berreta es sin dudas un signo irrevocable de que es momento de detenerse. Así como El último Exorcismo (The Last Exorcism, 2010) era una mixtura muy poco original de las imbatibles El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) y El Exorcista (The Exorcist, 1973), la insípida Con el Diablo Adentro (The Devil Inside, 2012) funciona como una extrapolación directa de El último Exorcismo pero con detalles varios sustraídos de El Exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) y El Rito (The Rite, 2011), miembros recientes de la familia de las posesiones satánicas. Una vez más un guión básico y previsible cede todo el peso del relato al dispositivo de la enunciación. La trama gira alrededor de las tribulaciones de Isabella Rossi (Fernanda Andrade), cuya madre María (Suzan Crowley) asesinó en 1989 a tres personas durante su propio “ritual de purificación”. Un par de décadas más tarde, la joven considera propicio entrevistar a su progenitora junto a un camarógrafo con el fin de comprender las motivaciones detrás de los crímenes: por supuesto que la señorita descubre que María continúa arrastrando el mismo problema y eventualmente decide encarar un nuevo exorcismo con la ayuda de dos sacerdotes renegados que se dedican a “examinar” los casos rechazados por el Vaticano. Se podría decir que la segunda mitad, más aguerrida y compacta, compensa en gran parte unos primeros minutos bastante flojos en cuanto a un planteo dramático vetusto y cierta torpeza para elegir las excusas de la “transmisión demoníaca”. La edición está bien y las escenas en cuestión poseen una impronta clasicista aunque lamentablemente el convite no escapa de la típica medianía de los estereotipos progresivos y las buenas intenciones nunca plasmadas del todo. El realizador William Brent Bell no cuenta con la imaginación visual suficiente como para potenciar un elenco enclenque y una historia plagada de clichés…
Todas tus maquinaciones… A lo largo de la historia del cine podemos identificar dos modelos prototípicos en lo que respecta a los thrillers de espionaje y su planteo estético: por un lado están las propuestas “de acción” que se sustentan en la imagen lustrosa del protagonista, las secuencias de persecuciones, las señoritas con poca ropa y un recorrido...
Persiguiendo sombras. A simple vista La Dama de Negro (The Woman in Black, 2012) presenta de antemano la posibilidad de despejarnos las dudas en cuanto a las aptitudes y/ o capacidades concretas de sus dos máximos responsables...
Masacre esta noche. No podemos más que celebrar el estreno en el triste circuito comercial local de Penumbra (2011), la nueva realización de los inefables Adrián y Ramiro García Bogliano: pese a que a nivel internacional los hermanos ya han sido ampliamente reconocidos por la originalidad y el desparpajo de sus aproximaciones al horror más salvaje de corte ochentoso, en Argentina recién con su producción anterior Sudor Frío (2010) lograron colarse en una cartelera siempre en estado catatónico y dominada por mamotretos televisivos, bodrios artys festivaleros y esas “películas excusa” construidas para cobrar el subsidio del INCAA...
La sacarina del espectáculo A lo largo de su trayectoria como comediante Diego Capusotto ha demostrado ser un engranaje fundamental en proyectos colectivos de tono absurdo e inclinaciones irónicas como los recordados Cha Cha Cha, De la Cabeza y Todo por Dos Pesos: cada uno de aquellos ciclos fue sin dudas tanto un representante de su época en términos sociales como una maravillosa parodia de los puntos más ridículos del “vivir argentino” del momento. Cuando finalmente se lanzó en solitario con Peter Capusotto y sus Videos, ya sin Fabio Alberti de coequiper, las expectativas eran elevadas y los recursos mucho más que escasos. El producto resultante no sólo lo posicionaba como un humorista extraordinario para el lamentable nivel de la escena nacional sino que además ponía en evidencia cuanto se podía alcanzar cuando se dejaban de lado la lógica del rating, la imbecilidad y la repetición perpetua: combinando videos musicales y sketchs cómicos, la propuesta funcionaba como un oasis dentro de una televisión -cada vez más devaluada y patética- que desconoce la originalidad. Tanto es así que la influencia y acidez metadiscursiva también se han sentido en el ámbito rockero, otro triste enclave que durante la última década ha caído en desgracia. Luego del reconocimiento popular, la edición de los DVDs, los premios recibidos y hasta la publicación de un libro alegórico, estaba casi cantado el rodaje de una película con los personajes más celebrados por un público reducido pero extremadamente fiel. Peter Capusotto y sus 3Dimensiones (2012) cuenta con la distribución de Buena Vista y la dirección del infaltable Pedro Saborido, suerte de compañero de correrías en una etapa que muchos consideran la cúspide de su carrera. Aquí reaparecen clásicos absolutos como Bombita Rodríguez, Micky Vainilla, Violencia Rivas, Jesús de Laferrere y el gran Pomelo. Sin embargo no estamos ante un simple vehículo para el lucimiento de Capusotto sino que más bien debemos hablar de un film autónomo con una premisa orientada hacia una continua paráfrasis con eje en la denuncia de izquierda de la omnipresencia contemporánea del entretenimiento, del cual la tecnología 3D es apenas la “punta del iceberg”. Haciendo alarde de una enorme lucidez e inteligencia, la dupla dispara un sinfín de dardos contra la preponderancia de los medios masivos de comunicación, los distintos desfasajes en relación al devenir cotidiano local, la ignorancia del ser humano promedio y el macro conformismo. A rasgos generales se puede afirmar que el convite es similar al programa televisivo aunque sin el componente musical, con un mayor presupuesto y hoy aludiendo más a la “sacarina del espectáculo” que a los vaivenes y estereotipos de la cultura rock (aún así se extraña el increíble archivo de Marcelo Iconomidis). Se agradece la oportunidad de tener una obra argentina de esta envergadura para disfrutar en salas cinematográficas: si fuera por el resto del panorama todo sería costumbrismo bobalicón, mamotretos mainstream, sonseras artys festivaleras y/ o “películas excusa” para cobrar el consabido crédito del INCAA…
La información es poder. Así como Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) es sin dudas el modelo por antonomasia de biopic posmoderna, gran parte del género en cuestión ha deambulado desde entonces por dos inevitables reduccionismos en lo que a retratos de figuras públicas se refiere: por un lado tenemos los films que exacerban la vida profesional del protagonista proponiendo un recorrido sumario por su carrera y por el otro están los que se concentran en la esfera privada bombardeándonos con metáforas que vienen a dar cuenta de tal o cual aspecto de su carácter. Sin embargo también es posible encontrar representantes de una tercera posición que pretende ofrecer una combinación balanceada de las dos vertientes anteriores...
La bestia debe morir Muy rara vez un proyecto típicamente mainstream encuentra un equipo creativo y técnico capaz de explotar con sabiduría las posibilidades que su misma esencia ofrece: todos los que vimos Los Hombres que no Amaban a las Mujeres (Män Som Hatar Kvinnor, 2009), la adaptación cinematográfica sueca del best seller mundial de Stieg Larsson, sabíamos que pronto llegaría la versión norteamericana de la historia y hasta conjeturábamos que pocos en Hollywood respetarían los detalles escabrosos, la mayoría los evitaría con rapidez. Ahora bien, el anuncio de que David Fincher sería el realizador encargado de semejante tarea trajo mucho alivio considerando sus antecedentes y la aspereza del material de origen. Hoy con los resultados a la vista podemos afirmar que La Chica del Dragón Tatuado (The Girl with the Dragon Tattoo, 2011) es un verdadero ejemplo de lo que ocurre cuando los factores involucrados funcionan en consonancia logrando que prevalezca no sólo el conjunto en tanto “todo armónico” sino también aquella inteligencia formal que desde el inicio ha sido una de las “marcas registradas” más envidiables del director (de hecho, el film comienza con una extraordinaria secuencia de CGI que presenta a seres humanos de una consistencia símil alquitrán en constante proceso de destrucción). Nunca se subraya lo suficiente el talento de Fincher a la hora de narrar una cacería articulando el devenir visual. Nuevamente tenemos una estructura dividida en dos partes bien específicas: en la primera conocemos a los dos protagonistas principales, el editor en crisis de la revista Millennium Mikael Blomkvist (sale Michael Nyqvist, entra Daniel Craig) y la investigadora freelance y heroína psycho punk Lisbeth Salander (Rooney Mara reemplaza a la increíble Noomi Rapace). Mientras que él acaba de perder un juicio contra el turbio empresario Hans-Erik Wennerström, ella por su parte sufre de abusos sexuales a manos de su nuevo tutor legal Nils Bjurman (Yorick van Wageningen). Llegando a la segunda mitad ambos se encuentran y trabajan en conjunto para resolver un caso que prácticamente le cae del cielo a Blomkvist. Bajo la fachada de redactar sus memorias, el multimillonario Henrik Vanger (Christopher Plummer) lo contrata para indagar en el macabro árbol familiar con vistas a descubrir al asesino de su sobrina Harriet, una adolescente cuya misteriosa desaparición durante una velada en la isla propiedad del clan lo ha perturbado por más de cuatro décadas. El guión de Steven Zaillian cuenta con varios puntos a favor que lo diferencian de su predecesor: más allá de que por suerte se evitó el traslado a suelo estadounidense y se mantuvo el contexto original, estamos ante un relato de índole clasicista mucho más balanceado y con menos componentes de denuncia aunque sin perder la contundencia y el tono hardcore de la saga. Por supuesto que mención aparte merece esa sutil “sustitución de temperamento” que se implementó en el desarrollo de personajes propiamente dicho: si en el convite pasado Mikael era un poquitín naif y Lisbeth extremadamente furtiva, ahora se produce un enroque en el que el primero pasa a ser más rudo y la segunda sorprende con atisbos de “salidas emocionales”, señalemos en contraste esa crudeza fundamental que aún conserva. Al igual que en Red Social (The Social Network, 2010), aquí Trent Reznor y Atticus Ross vuelven a brillar con una banda sonora de ribetes industriales combinando ambient, programaciones in crescendo y mucha perspicacia hipnótica en la línea del Ghosts I-IV de Nine Inch Nails. Sin dudas Fincher entrega una nueva adaptación de la novela más que una simple remake: con un gran respeto y paciencia para con la trama y sus móviles, el cineasta logra esquivar la polémica imponiendo su criterio en la construcción de una Salander distinta (con rasgos más “femeninos” si se quiere) y en la pequeña modificación introducida en el desenlace (que por cierto reproduce el final concebido por Larsson). Desde la apertura con Immigrant Song de Led Zeppelin a cargo de Reznor y Karen O hasta el cierre con Is Your Love Strong Enough? de Bryan Ferry por How to Destroy Angels, la premisa central continúa orientada hacia el ajusticiamiento de esos monstruos enquistados en el poder político y económico…