Un refrito que suena muy desafinado El cambio de los títulos originales para los lanzamientos locales es una (mala) costumbre de las distribuidoras tan vieja como el cine mismo, pero el caso de Pitch Perfect y su secuela, estrenadas aquí como Ritmo perfecto y Más notas perfectas, respectivamente, es cuanto menos curioso, ya que la elección de los términos musicales favorecen la evaluación de sus contenidos. El film de 2012 exhibía, como todo buen ritmo, un ajuste finísimo y premeditado, una armonía generalizada que convertía a ese musical deforme en algo distinto y superior a la sumatoria de sus partes, todas ellas de por sí nobles y buenas. El de 2015, en cambio, tiene algunos chispazos de talento y una serie de chistes que funcionan –si es que lo hacen– sólo cuando se los piensa extrapolados de su contexto, casi como uno de esos solos de guitarra pensados únicamente para el lucimiento del músico de turno.Ritmo perfecto comenzaba con una competencia de canto en la que los Treblemakers se imponían frente a las chicas de Barden Bellas, cuya líder terminaba vomitando a la platea en primer plano, con salpicaduras a la pantalla incluidas. El inicio de Más notas perfectas también tiene a un imponderable como disparador. Surge cuando un desajuste en la coreografía deja en bolas a Fat Amy (Rebel Wilson, cada día más cerca de convertirse en la reversión genérica de Jonah Hill), escena que rápidamente se viraliza en Internet. Pedirle explicitud implicaría desconocer los límites del mainstream norteamericano, pero las imágenes parcialmente blureadas eliminan cualquier atisbo de comicidad, operando además como síntoma de un film más preocupado por replicar la estructura previa y todas sus particularidades internas antes que por ensayar un intento de expansión. Así, ya desde su misma premisa (el grupo de a capella en un mundial de la disciplina) todo huele a refrito. ¿Que no había materia prima para una secuela? ¿Que no es posible contar lo mismo dos veces? Ver los extraordinarios ocho capítulos de Wet Hot American Summer, spin off del film homónimo de 2001, para entender que un universo aparentemente clausurado puede abrirse a fuerza de inventiva, imaginación e ideas.No es casual la referencia a la serie creada por David Wain. Disponible en Netflix desde la semana pasada, ella agrupa a varios de los actores y actrices emblemáticos de la segunda ola de la Nueva Comedia Americana, entre ellas Elizabeth Banks, quien en Más notas perfectas debuta en la dirección de largometrajes después de haber estado al mando de uno de los cortos del film colectivo Proyecto 43. La señorita supo hacer del timing y la conciencia del disparate sus estandartes interpretativos, pero detrás de cámara exhibe una tendencia a lo chicloso, mostrándose incapaz de soltar a sus personajes cuando los remates humorísticos lo requerían, como si no supiera manejar la narrativa fragmentada y paródica demarcada por el film anterior. Que no tendría la perfección anunciada en su título, pero que definitivamente sonaba mejor que esta película desafinada.
Todo por un sueño Una de las revelaciones del últimos Festival de Mar del Plata llega al circuito alternativo porteño. El debut del marplatense Leonardo D’Antoni en el largometraje lleva por título Aventurera, pero bien podría llamarse "Todo por un sueño". Llegada desde Colombia un tiempo atrás (nunca se especifica cuándo), Bea está dispuesta a cualquier cosa con tal de convertirse en actriz. Incluso a acostarse con un productor televisivo que ocasionalmente presencia los ensayos de su grupo teatral. Claro que la búsqueda del éxito conllevará una serie de daños colaterales (la pérdida de su trabajo como cuidadora de ancianas, el incipiente romance con un compañero, la camaradería con su compañera de cuarto) que en principio Bea está dispuesta a asumir, hasta que finalmente empezará a darse cuenta de que las cosas no son como esperaba. Con un protagonismo absoluto de la también coguionista Mélanie Delloye, a quien D’Antoni toma mayormente en planos cerrados, Aventurera es un retrato de iniciación que, a la manera de La vida de Adèle (hay una cierta similitud física entre Delloye y Adèle Exarchopoulos), registrará progresivamente las aristas constitutivas del personaje central, acompañándola a largo de todo el camino. Sobre el final, cierto tono moralista y el sometimiento de Bea a varias situaciones destinadas a adoctrinarla le quitan méritos a un film que, sin embargo, marca un loable primer paso para D’Antoni. Como en el fútbol, nada mejor que debutar llevándose tres puntos de local en el último Festival de Mar del Plata, donde ganó el premio DAC a Mejor Dirección.
La ley del deseo Un bienvenido cambio de rumbo (sin perder la identidad) del director de Ausente, Plan B y Hawaii. Plan B era una comedia romántica hecha y derecha con el concepto “chico conoce chica” subvertido por el de “chico conoce chico”. Ausente se construía sobre las bases de un amor no correspondido entre un docente y uno de sus alumnos, erigiéndose así como una tragedia clásica. Hawaii amalgamó esas dos cuestiones tomando una premisa similar a la primera para narrarla con el tono por momentos solapado que preludiaba una explosión de la segunda, convirtiendo otra vez al deseo en una meta pero también una carga. Las tres películas de Marco Berger habían mantenido una serie de recurrencias temáticas y estéticas que, al menos en los papeles, podían quedar atrás en Mariposa. Al fin y al cabo, la sinopsis de su último film, estrenado en la última Berlinale, permitía suponer una vuelta de tuerca sobre su exploración a las relaciones homosexuales, dividiendo por primera vez el peso narrativo en un hombre y una mujer e incursionando en una suerte de “ciencia ficción metafísica”. Sin embargo, Berger construye una nueva exploración del deseo, la tentación de lo prohibido y la complejidad emocional de las relaciones interpersonales, en este caso a través de dos potenciales realidades para Romina (Ailín Salas) y Germán (Javier De Pietro): en la primera, como hermanastros a raíz del abandono de la madre de ella; en la segunda, como dos jóvenes unidos a raíz de una casualidad y su consecuente amistad. Berger recupera la amenidad de su ópera prima apostando a un tono lúdico, algo melancólico y naturalista que remite al mumblecore norteamericano y a Ezequiel Acuña (allí está Salas para materializar los puntos de contacto), al tiempo que se muestra maduro a la hora de crear atmósferas, generar erotismo y delinear a los personajes y sus sentimientos mediante pequeños detalles. Sutil y profundamente honesta, Mariposa es, entonces, el inicio de un nuevo camino para Marco Berger. El primer paso es más que promisorio.
Anatomía de un pueblo Valiosa reconstrucción de la triste historia de Salinas Grandes. Salinas Grandes fue una colonia levantada por la empresa encargada de explotar una serie de salares pampeanos a comienzos del siglo XX. Los conflictos gremiales y los cambios socioculturales de los años ’70 marcaron el principio del fin: el emprendimiento fue cerrado y sus pobladores relocalizados, dejando atrás un puñado de casas que aún hoy permanecen abandonadas, convertidas en fiel reflejo de un país con los sueños desarrollistas quebrados por la realidad de la economía. Los cuadros al sol recupera aquel pasado a través de fotos, material periodístico y el testimonio de aquellos pobladores. Es, entonces, un documental profundamente elegíaco, patinado por la nostalgia de partidos de fútbol, fiestas y modos de vida irrecuperables. Arian Frank entiende el potencial de su materia prima. Las imágenes del presente ruinoso de Salinas Grandes y la tristeza sincera de aquellos hombres y mujeres que fueron parte de aquel lugar configuran la vertiente más sutil y elegante del relato, que se tira de los pelos con otra más obvia y gruesa generada por la inclusión de una voz en off con ínfulas literarias.
Viaje a las raíces Este documental propone un recorrido tanguero de la mano del músico Martín Mirol. Menudo objetivo el de A puro gesto - Un ritual de tango. Tal como asegura la información de prensa, el documental de Gabriel Reich se propone como “un recorrido por la historia y el alma de la música, la poesía y el baile”. Para eso utiliza la figura de Martín Mirol, un argentino que pasó diez años tocando en Brasil, formó la banda De Puro Guapos y volvió al país con sus compañeros para descubrir las particularidades del ritmo rioplatense. Reich se contenta con encadenar testimonios de distintas figuras clave de la movida porteña en distintos bares, peñas y milongas. Y lo hace de forma eminentemente televisiva, disponiendo sus elementos de forma un poco descuidada y perezosa, convirtiéndose así en un documental sólo disfrutable para aquellos entendidos en las particularidades del 2 x 4.
Cuando el amor está a la vuelta de la esquina Un film sobre segundas oportunidades hecho con honestidad brutal. Las cosas no andan del todo bien para Félix y Meira. El (Martin Dubreuil) vagabundea sin saber muy bien qué hacer mientras aprovecha las bondades del caserón heredado de su padre recientemente fallecido, mientras que ella (Hadas Yaron, de La esposa prometida) es víctima no sólo de los mandatos de su marido, un judío ultra ortodoxo al que no ama, sino también de todos y cada uno de los ritos, tradiciones y costumbres impuestos por esa religión. Ambos se cruzarán repetidas veces en el barrio y empezarán a llamarse la atención, desatando una serie de sentimientos recíprocos. El franco-canadiense Maxime Giroux (Demain, Jo pour Jonathan) dedica buena parte de la primera mitad de su opus tres a la presentación de la dupla protagónica, construyendo una especie de comedia romántica de ritmo acompasado, hecha a pura sordina. Silenciosa y sutil, Félix y Meira (película) es, en ese sentido, muy parecida a la relación de Félix y Meira. Ya sobre la segunda mitad, el film pegará una vuelta de campaña desplazando la faceta religiosa y multicultural del centro temático y cambiando su punto de vista (el marido de Meira adquiere un protagonismo impensado) hasta convertirse en un relato sobre segundas oportunidades mucho más oscuro y cáustico, pero que jamás juzga el accionar de los personajes. La aparición de ciertos elementos forzados y el aumento del peso metafórico de la puesta en escena a medida que se aproxima el desenlace nublan el resultado de una película que, sin embargo, apuesta a la honestidad. Con sus personajes y, sobre todo, con los espectadores.
Habría que resetear la PlayStation Que sus detractores respiren tranquilos: Pixeles no es una “de” Adam Sandler, aun cuando el actor interprete a su habitual tipo “melanco”, sin suerte, siempre al borde de la explosión, encorsetado en la adolescencia y renegado del mundo adulto. Hecha la aclaración, el último estreno “para toda la familia” de estas vacaciones de invierno podría definirse como una buena idea diluida en algún momento de su producción. El film del veterano Chris Columbus (un ajeno al universo sandleriano cuyo CV incluye, entre otras, Papá por siempre, Mi pobre angelito, Nueve meses y las dos primeras Harry Potter) se contenta con enhebrar guiños, referencias ochentosas y algún que otro chiste cuanto mucho eficaz, desechando de raíz la posibilidad de apropiarse de las normas de los videojuegos. El resultado es una revalidación geek fugaz, precaria, predecible y tanto o más inofensiva que los arcade que tanto se entronizan.El hijo dilecto de la cantera de Saturday Night Live es aquí Sam Brenner, uno de los máximos talentos de los fichines en los ’80 devenido en cuarentón que se gana la vida instalando equipos de audio y televisión. En aquellos años y vaya uno a saber por qué, la NASA envió al espacio un video de él y sus amigotes jugando al Space Invaders, Donkey Kong, Pac Man y Centipode sin suponer que hoy, pleno 2015, una comunidad alienígena lo interpretaría como una señal de guerra y enviaría un batallón dispuesto a conquistar la Tierra. ¿Una fábula distópico-progresista estilo El libro de los secretos, Sector 9 o Chappie? ¿Nuevo exponente de la ciencia ficción crepuscular después de Oblivion: El tiempo del olvido, Elysium y Después de la Tierra? ¿Crítica a los usos y abusos tecnológicos en línea con Black Mirror? Nada más lejos: los invasores desafían a los terrestres a un torneo de videojuegos, disparatada excusa narrativa para reunir a la gamer band, incluido a Cooper (Kevin James), convertido ahora en ¡presidente de Estados Unidos!Basada en un cortometraje del francés Patrick Jean de apenas dos minutos de duración, Pixeles relega la estructura del reseteo y los continue a un rol casi decorativo, convirtiendo a los videojuegos en tema antes que forma. Todo lo contrario a Al filo del mañana, aquel film que a través de un Tom Cruise loopeado en una batalla alcanzaba una notable transducción del pulso gamer y fundía la lógica de los universos compuestos por ceros y unos con el poderío visual y sonoro del cine mainstream contemporáneo. Poderío visual que aquí hay de sobra en una serie de escenas “rompan todo” dignas de una de Marvel y con epicentro, claro está, en Nueva York. El resto es un licuado de aventuras, comedia y un ribete romántico cortesía del personaje de Michelle Monaghan. Sus pecas firmes y ojazos azules conforman las mejores noticias de un film que tenía mucho para ofrecer, pero elige no hacerlo.
Vicios y virtudes del cine latinoamericano Esta nueva película de los directores de Cochochi y Jean Gentil tiene algunos de los mejores y peores atributos de la producción regional pensada para el gusto del circuito festivalero. Dólares de arena (México-República Dominicana-Argentina/2014). Dirección: Laura Guzmán e Israel Cárdenas. Elenco Geraldine Chaplin, Yanet Mojica y Ricardo Toribio. Guión: Laura Guzmán e Israel Cárdenas, sobre la novela homónima de Jean-Noël Pancrazi. Fotografía: Israel Cárdenas y Jaime Guerra. Música: Benjamín De Menil, Ramón Cordero y Edilio Paredes. Edición: Andrea Kleinman. Distribuidora: Tren Cine. Duración: 80 minutos. Sala: BAMA Cine Arte (Diagonal Norte 1145) y desde el jueves 30 en el Espacio INCAA - Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635). Hay dos películas en Dólares de arena. La primera es menos eficaz y más cercana al canon festivalero sobre lo que es –o debería ser– Latinoamérica para los europeos: un terreno selvático, con prostitución y hombres y mujeres siempre dispuestos a sacar cualquier atisbo de ventaja. Allí está Naolí, por ejemplo, una joven dominicana que junto a su novio intentan ganar unos billetes a costa de servicios varios. Entre ellos, el de prestar su cuerpo de tez trigueña a los turistas que invaden la costa isleña. La segunda película, en cambio, tiene un grado de intimidad notable, en gran parte gracias al trabajo de Geraldine Chaplin en la piel de Anne, una francesa sin demasiado qué hacer en su tierra natal y enamorada de Naolí. Coproducción entre Argentina, México y República Dominicana, Dólares de arena levanta vuelo cuando sus directores, Laura Guzmán e Israel Cárdenas, ponen la cámara al servicio del cuerpo de Chaplin con una naturalidad arrolladora. Ver si no aquella escena de cama en la que las piernas de las mujeres se enredan y remarcan el contraste generacional, racial y sobre todo social y cultural insalvable. Por su parte, los diálogos de Anne con otros turistas devenidos amigos develan un grado de fragilidad y soledad construido por la actriz con sutileza, de forma casi imperceptible. Así, oscilando entre la rutina desolada de una y la búsqueda de algo parecido a una entelequia de la otra, Dólares de arena terminará encarando varios de los peores defectos del cine regional, pero también algunas de sus máximas virtudes.
Una comedia romántica para los sub-20 Como en Bajo la misma estrella, también basada en un libro del especialista en literatura juvenil John Green, Paper Towns mantiene el punto de vista adolescente de su predecesora para contar una “love story” más amena y menos trágica. La sinopsis y el origen de Bajo la misma estrella invitaban a fruncir la nariz pensando lo que podría ser: un melodrama lacrimógeno, facilista y pleno de golpes bajos centrado en el romance de dos adolescentes con cáncer y basado en una novela para jóvenes adultos cortesía del amo y señor del subgénero, John Green. Pero lo que había, en cambio, era una aproximación mesurada, prolija y desprovista de prejuicios a los sentimientos bautismales contada desde la altura emocional y cultural de la parejita, siempre con la enfermedad en un área emocionalmente secundaria. Segunda adaptación de un libro de Green, Ciudades de papel mantiene inalterable el punto de vista de su predecesora para contar una love story más amena, menos trágica y no muy original. Lo que es original –al menos para los cánones de Hollywood, y salvaguarda la integridad de un film que sabe muy bien a quiénes les habla y cómo hacerlo– es que los chicos y chicas de la película piensan, se mueven, sienten y sobre todo se preocupan por cosas propias de... chicos y chicas de 18 años.Vaya uno a saber si es un impedimento creativo, una decisión ideológica o una imposición del “negocio”, pero a los CEO del oeste norteamericano les encanta tratar a los sub-20 como seres incapaces de discernir. Quizás así se entienda un espíritu de adoctrinamiento que atraviesa a un cine mayormente entendido como medio de transporte de valores civiles y morales y que encuentra su síntoma más emblemático en el puritanismo clerical de la saga Crepúsculo. Pero hay otros, los menos, que se oponen a esa concepción considerando a los adolescentes como adultos en formación, cargados de particularidades y con problemas y preocupaciones distintas a las de los adultos. Distintas; no peores, ni inferiores, ni muchos menos dignas de menosprecio. Uno podría ser Greg Mottola, el hombre detrás de la melancolía arrolladora de Supercool y Adventureland. Los otros, Scott Neustadter y Michael H. Weber, guionistas de la imprescindible The Spectacular Now (2013) y nada casualmente responsables de las adaptaciones de Bajo la misma estrella y Ciudades de papel.La firma en común permite entender el diálogo temático (la incertidumbre sobre el futuro, la construcción identitaria, la búsqueda de pertenencia), además del comportamiento natural de los personajes y el tono agridulzón pero no grave de los tres films. Porque, ¿qué es el fin del secundario si no el fin de una era personal? Como el díptico de Mottola, el opus dos de Jake Schreier (el mismo del directo a DVD Un amigo para Frank) es un relato de iniciación situado en esa etapa de quiebre entre la niñez y la adultez. Allí están Quentin (Nat Wolff), sus dos amigos medio aparatos (otra vez Supercool como referente) y también Margo Spiegelman (la modelo británica Cara Delevingne), vecinita y amiga de la infancia del primero y distanciada de él en algún momento de la pubertad sin que existieran razones concretas. Hasta que una noche reaparece, y vuelve a irse.Ella, muy pilla, deja una serie de pistas para aquél que esté dispuesto a encontrarla. El, muy enamorado, seguirá todas y cada una de ellas, aun cuando deba recorrer dos mil de kilómetros en un par de días para volver en tiempo y forma al baile de promoción. ¿Otra película con cierre en un baile de promoción? Sí, y a toda honra, ya que Neustadter y Weber no escriben desde el paternalismo supuestamente sabelotodo de la adultez, ni mucho menos desde la idea de cómo piensa un adulto que piensan y sienten los adolescentes. Híbrido entre coming of age y road movie, Ciudades de papel tiene la convicción de acompañar la aventura de Quentin y el grupete retratándola con la trascendencia otorgada por ellos, mirándolos de frente y entendiendo sus padecimientos, dudas y vacilaciones. Lástima que los guionistas y Schreier no olviden que se trata de una propuesta mainstream y se obliguen a incluir una serie de metáforas obvias, con la del título como máximo exponente. Eso y un desenlace demasiado preocupado por clausurar unívocamente todas las aristas del relato diluyen la potencia de un film que no se anima a ser aún mejor.
Cenizas del pasado Documental de observación que ofrece un retrato impactante y demoledor sobre las consecuencias humanas de las erupciones del volcán Chaitén. Refugiados en su tierra (Argentina/2013). Dirección, guión y edición: Fernando Molina y Nicolás Bietti. Con los testimonios de Juan Nail, Hortensia Muñoz, Héctor Navarro, Ingrid Ovando, Edgardo Fuentes, Bernardo Riquelme y Juan Santana. Fotografía y cámara: Fernando Molina. Sonido: Nicolás Bietti. Duración: 96 minutos. Apta para todo público. En el Espacio INCAA KM 0 – Gaumont (Rivadavia 1635), a las 11.40 y 19.40. Los intertítulos iniciales contextualizan en tiempo y espacio la acción de Refugiados en su tierra (2013). Esto es, durante fines de la década pasada y comienzos la actual en cercanías del volcán Chaitén, cuya erupción desató un sinfín de desastres naturales (ceniza, lluvias, crecidas de ríos) que dejaron en ruinas al pueblo cercano. En medio de este contexto, el gobierno chileno ofreció a los habitantes una serie de beneficios para refundarlo en un terreno menos hostil ubicado a cien kilómetros. Algunos se fueron; otros, en cambio, eligieron permanecer allí, prácticamente aislados, sin agua corriente ni suministro eléctrico. Sobre ellos, sus rutinas, sus dilemas y sobre todo la sensación enunciada en el título gira la ópera prima de los barilochenses Fernando Molina y Nicolás Bietti. Rodado durante cuatro años en el sur de Chile, Refugiados en su tierra es un documental de observación que apela a varias herramientas habituales del subgénero -cámara no intrusiva e invisibilizada entre los protagonistas, retrato naturalista de sus cotidianeidades- hasta convertirse en un retrato demoledor, impactante, atravesado por partes iguales de nostalgia, impotencia, dolor, dignidad y sentido de pertenencia. Si el film no es del todo redondo es porque algunas secuencias montadas con un sentido redundante (uno de los habitantes se pregunta si existe Dios y la cámara muestra una imagen cristiana en la pared, un pescado “suspirando” sobre el final) y ciertos abusos de primerísimos primeros planos cierran las puertas a la reflexión del espectador.