El hotel de los fantasmas El último pasajero (la verdadera historia) se estrenó en el BAFICI del año pasado, pero bien podría haber sido parte de la última edición. Es que, como varios exponentes de la Competencia Argentina (Al centro de la Tierra, Victoria, Guido Models), el del francés radicado en la Argentina Mathieu Orcel es un documental centrado en los avatares de un personaje cargado de particularidades. En este caso, las de Eduardo Gamba pasan por un pasado como trabajador del Boulevard Atlantic Hotel de Mar del Sur, construido a fines del siglo XIX para competirle a la por entonces pujante ciudad de Mar del Plata y cerrado definitivamente a comienzos de los ’90, y un presente que lo tiene como único habitante de la fantasmagórica y derruida edificación. En carácter de qué es otra cuestión, ya que Gamba asegura ser el único dueño, mientras que el resto de los lugareños afirman que en realidad no, que es cierto que trabajó allí durante décadas, pero que hoy es un mero usurpador. Orcel recupera la historia maldita del Boulevard Atlántico (incendios, vaciamientos, usurpaciones, muertes) a través de distintos testimonios, al tiempo que acompaña a su objeto de estudio durante una rutina repleta de soledad y vacío, pero también cargada de los mitos, fábulas y anécdotas de veracidad incomprobable que les narra a los distintos visitantes durante los tours que él mismo comanda ¿Cuánto hay de auténtico en la historia de Gamba? Difícil saberlo, ya que el propio film parece cuestionar constantemente su subtítulo entre paréntesis, dejando de lado la potencialidad de lo que realmente fue para, en cambio, complejizar a un protagonista que, quizás, sea consecuencia de su propia película.
Una comedia de enredos de manual Los francófilos tuvieron un mes inolvidable. Todo comenzó a fines de marzo, cuando el Bafici anunció que el país invitado de la edición que se extenderá hasta el próximo sábado sería Francia, con madame Isabelle Huppert como invitada de fuste y varias decenas de films distribuidos en todas las secciones. Después fue el turno de los preestrenos de Les AvantPremières, que proyectó, entre otros, los últimos trabajos de Michel Gondry (La espuma de los días), Benoît Jacquot (3 corazones), Mia HansenLove (Eden), François Ozon (Une nouvelle amie), los hermanos Dardenne (Dos días, una noche), Roman Polanski (La Venus de las pieles) y Bertrand Bonello (Saint Laurent). La fiesta gala cierra este jueves con el estreno comercial ya no de una sino de ¡dos! películas provenientes de la tierra de Jean-Luc Godard y también vistas en el ciclo. Una de ellas es El cuarto azul, una historia de amour fou contada con la brevedad y la solvencia propia de un director con oficio y conocimiento como el también actor Mathieu Amalric. La otra es Entre tragos y amigos, sobre la cual sólo puede rescatarse la decencia de la distribuidora de omitir la referencia al asado en el título original, ya que llamar así a una somera cocción de churrasquitos y salchichas podría considerarse un agravio a ésta, la tierra de la tira, el vacío y las achuras bien crocantes.El opus seis de Eric Lavaine se presume un retrato y relato generacional sobre un grupete de cincuentones y sus consecuentes vaivenes amorosos y complicaciones emocionales, que inicia cuando uno de ellos, picaflor y cultor de la vida saludable, sufre un infarto en medio de una maratón. La consecuencia es un “ma’ sí” general traducido en el retiro grupal a una casona en las afueras de la ciudad, donde saldrán a la luz algunos secretos guardados y se pasarán factura de lo lindo. Pero Lavaine no busca un drama intimista ni mucho menos un estudio sociocultural de la clase media francesa, sino una comedia de enredos de manual, con chistes en el mejor de los casos mediocres y, en el peor, malos y recontragastados. Como uno con un papagallo en el hospital u otro que dura como dos minutos y surge a raíz del pasado de uno de ellos como estudiante de política en la universidad de la ciudad de Pau. Abréviese política como “po”, pronúnciense la segunda como “po” y dígase todo junto. Comiquísimo, ¿no?
Liberación e independencia Caroline tiene prácticamente todo lo que una mujer francesa de clase media-alta con flamantes 60 años a cuestas podría querer: un marido que la corresponde con devoción, hijas ya asentadas en la adultez, un departamento confortable y mucho tiempo para invertir en sí misma. Pero algo le falta, y ni siquiera ella sabe muy bien qué es. Dentista durante décadas, sus hijas le regalan una inscripción a un club de jubilados para que socialice con sus pares y profesores. Por uno de ellos, el de informática, siente una atracción particular que más pronto que tarde se convertirá en affaire. Así están planteadas las cosas en Mis días felices, que llega a la cartelera comercial luego de su paso por el ciclo de preestrenos Les Avant-Premières. Dirigido por Marion Vernoux, conocida aquí por Nada que hacer (1999) y la coral Reinas por un día (2001), y basado en un libro de la aquí coguionista Fanny Chesnel, el film seguirá la relación entre ambos (Fanny Ardant y Laurent Lafitte), desde las idas y venidas iniciales hasta la concreción física del amorío y las reacciones posteriores, encuadrándose así dentro de dos de las recurrencias más habituales del cine francés -o al menos del que llega comercialmente hasta estas tierras- como son la exploración de la clase más acomodada y la reacción de los vínculos familiares ante la irrupción de un factor que amenaza su statu quo. Una de las primeras particularidades del film es que ese factor amenazante está encarnado por un personaje ambiguo y mujeriego, para quien el sexo es un juego basado en la mera acumulación anecdótica antes que en cualquier atisbo de sentimiento. Así, a través de la esa lógica puramente pasional, Vernoux tuerce la lógica culpógena de la protagonista aplicándola sólo a las potenciales consecuencias sobre el marido antes que a la infidelidad en sí, evitando además juzgarla. Mis días felices, entonces, resulta una película tan libre como su protagonista.
Al borde del (auto)plagio Si Terror en el bosque se hubiera filmado 15, 17 años atrás, el lector encontraría aquí arriba no dos estrellitas y media, sino cuatro. Porque el nuevo film de Eduardo Sánchez tiene momentos de buen pulso, asusta, sabe qué quiere contar y cuáles son las armas más efectivas para hacerlo. El problema es que en la última década y pico corrió demasiada agua bajo el puente del cine de género y aquello que podía sorprender ayer hoy ya es norma: found footage, falso documental, monstruos y/o fenómenos sobrenaturales azotando a un grupo de adolescentes encerrados y con esa pulsión moderna de autofilmarse todo el tiempo ¿Suena conocido? Eduardo Sánchez encuentra su máximo referente en…él mismo, ya que fue uno de los codirectores de la emblemática El proyecto Blair Witch. Tal como ocurría en aquélla, aquí hay un grupo de jóvenes dispuesto a liberarse de la rutina escapándose a una cabaña en medio del bosque. Lo que no saben es que por allí anda Pie Grande (!) con bastante ganas de asesinarlos, desatando así, oh sorpresa, una cacería mortal. Más allá de ciertas incoherencias propias del género (los pibes no sueltan la cámara ni siquiera durante la agonía), Sánchez sabe muy bien cómo crear suspenso con pocos elementos, dosificar la información a través del uso de fuera de campo y generar sustos con herramientas que no por conocidas resultan ineficaces. Se trata de elementos mil veces vistos, pero utilizados de forma paradigmática en la apuntada Blair Witch. Lástima que esto lo hace durante media hora, ya que el resto del metraje se dedica a intentar justificar lo injustificable, estirando el desenlace del grupo a través de una serie de vueltas de tuerca imposibles, hasta decirnos que, después de todo, Pie Grande es apenas un pobre primate rencoroso.
Fábula zapatera que no llega a ninguna parte En tus zapatos es la primera película en la que Adam Sandler no hace enteramente de Adam Sandler desde La esperanza vive en mí (2006). Es decir, en la que este hijo dilecto de la cantera de Saturday Night Live no escupe chistes de dudosa eficacia en todas y cada una de sus escenas, ni tampoco interpreta a un adulto que nunca quiso serlo, ni reniega constantemente de su condición y las responsabilidades acarreadas por el paso del tiempo. Al contrario, luce extrañamente melancólico, tímido, reservado y mesurado en su comicidad, ajustándose a un guión que se esfuerza por encorsetar sus diatribas desaforadas, sus explosiones emocionales, su pulsión por el grito y el desubique. El actor con cara de huevo es aquí Max, cuarta generación de una tradicional familia de zapateros neoyorquinos que, al igual que el personaje de Paul Giamatti en Win Win, trabajo anterior como director de Thomas McCarthy (The Station Agent, The Visitor), divide su rutina entre la soledad, sus deberes diarios y una vida emocional escasa, limitada al cuidado de su madre enferma y a algo parecido a una amistad con el peluquero de la cuadra (Steve Buscemi).El combo se completa con las consecuencias de un trauma no resuelto con su padre abandónico (Dustin Hoffman) y un par de apuntes sociales y económicos vinculados a los negociados inmobiliarios en el barrio neoyorquino, mapeando así una potencial ruta pedregosa centrada en los avatares dramáticos del protagonista. Ruta que inicialmente el film opta por evitar. Esto porque el guión, coescrito por el propio McCarthy y Paul Sado, desviará hacia la fantasía cuando Max descubra que puede cambiar su apariencia por la de los clientes con tan solo calzarse sus zapatos, siempre y cuando hayan sido reparados con una máquina centenaria. Ante esto, lo primero que hará él es someter el hechizo a la satisfacción de sus caprichos y a una serie de picardías infantiloides (irse sin pagar, manejar autos ajenos, flirtear con chicas), dándole a este período del film un humor zumbón y medio pavote cercano al “sandleriano”.Los problemas comienzan sobre la mitad del metraje, cuando En tus zapatos parezca recordar aquello de “ponerse en la piel de otro” que se dice en un prólogo situado a comienzos del siglo pasado, poniendo en el centro de la escena un concepto de responsabilidad hasta ese momento ausente. Tal como ocurría en Click: perdiendo el control, una de las peores películas de Sandler, el film de McCarthy deja de lado la comedia más pura para empujar a su protagonista a una sucesión de actos atravesados por la idea de aplicar su descubrimiento para el bien común (el develamiento masivo de una tramoya económica/criminal), la redención familiar (¡ay!, esa escena con la madre) y el saldado de cuentas ajenas antes que para el divertimiento personal. Sobre el final llegarán las explicaciones y enseñanzas para Sandler, a quien, queda claro, la maduración forzada e impuesta no le sienta para nada bien. 5-EN TUS ZAPATOS (The Cobbler/Estados Unidos, 2014)Dirección: Thomas McCarthyGuión: Thomas McCarthy y Paul Sado.Duración: 98 minutos.Intérpretes: Adam Sandler, Ellen Barkin, Steve Buscemi, Dustin Hoffman y Cliff Smith.
Ese asunto recurrente llamado amor A esta altura, las películas basadas en libros de Nicholas Sparks son un subgénero que hace pocos honores al cine: El viaje más largo se suma a una larga serie de melodramas románticos cuyo bajo costo de producción le garantiza a Hollywood una ganancia fácil. Los estrenos de Lo mejor de mí y El viaje más largo separados por poco más de un mes certifican algo que hasta ahora había sido una sensación: las películas basadas en libros de Nicholas Sparks son un subgénero aparte dentro del melodrama romántico. Negocio redondo para la industria por su bajo costo de producción y la consecuente facilidad para recuperar la inversión, la filmografía Sparks, con la mojapañuelos Diario de una pasión como buque insignia, está hilada por una propensión a las historias de largo aliento temporal; núcleos narrativos trágicos y lacrimógenos centrados en amores contrariados e imposibilitados por los contextos sociales y/o personales de sus protagonistas, normalmente interpretados por actrices y actores de madera aunque invariablemente peinados, hermosos, curveados y fotogénicos. Además, siempre, más temprano o más tarde, ellos se romperán la boca bajo la lluvia –deben ser las películas con más precipitaciones de la historia del cine– aun cuando la escena comience con un sol que raja la tierra, como si Estados Unidos estuviera atravesado, de Norte a Sur, de Este a Oeste, por un clima tropical digno de una ficción de García Márquez.El viaje más largo no es la excepción a ninguna regla; más bien lo contrario, una validación perfecta que opera desde la sobrecarga de todos sus componentes fundamentales. Y es justamente esa conciencia de sus alcances y limitaciones, su apuesta deliberada por el inverosímil y la exageración ilustrada por su puesta en escena, su tonalidad fotográfica y esos parlamentos imposibles cargados de absolutismos (este cronista contó nueve veces la palabra “amor” o alguno de sus derivados en noventa segundos), la que le insufla un aire de honestidad a un film que no será bueno, pero al menos sabe lo que quiere contar y cómo. Sobre todo si se la compara con Lo mejor de mí, una ridiculez involuntariamente cómica de tan mala.Protagonizada por Britt Robertson y Scott Eastwood (sí, el hijo de Clint, con rostro anguloso y expresiones recias calcados de papá), y filmada como casi siempre por un director con ciertos pergaminos en el desarrollo de historias clásicas (en este caso George Tillman Jr., el mismo de la fábula de superación Hombres de honor), la historia es más o menos la de siempre. En este caso, un chico de publicidad de Marlboro medio bruto, campesino y jinete de rodeos con un pasado reciente del que mucho no habla –y que a la larga se le volverá en contra, obvio– que le tira los galgos –o los toros– a una rubia facultativa tan linda como responsable, amante del arte y en vísperas de una pasantía laboral. Parafraseando el título de otro de los estrenos de esta semana, la bella y la bestia... también bella. Flirteo de rigor, histeriqueos mutuos y los chicos están enamorados.Pero para el besazo lluvioso faltará bastante, tanto como la mitad de la película que transcurre dentro de la película y que comienza cuando la parejita vuelve de su primera cita y salva de una muerte segura a un anciano accidentado. A él y también a una caja con cartas fechadas hace 70 años en las que se narra una historia amorosa iniciada en las vísperas de la Segunda Guerra. A partir de ahí, El viaje más largo seguirá el derrotero emocional de ambas parejas, alternando pasado y presente (otra marca Sparks) y tirando por la cabeza del espectador moralejas, paralelismos y un par de escenas de alcoba en penumbras y cámara lenta, cuestión de que se entienda que se trata de amor y no calentura. 5-EL VIAJE MAS LARGO (The Longest Ride /Estados Unidos, 2015)Dirección: George Tillman Jr.Guión: Craig Bolotin, sobre una novela de Nicholas Sparks.Duración: 138 minutos.Intérpretes: Scott Eastwood, Britt Robertson, Melissa Benoist, Jack Huston, Oona Chaplin, Alan Alda.
Una franquicia con signos de cansancio El agente Hobbs yace en un hospital con pierna y brazo enyesados después de caer de un quinto piso cuando recibe la visita de Dominic Toretto para debatir acerca de cómo proceder ante la irrupción del malvado de turno. A Hobbs no parece importarle demasiado el protocolo policial; está cegado por el espíritu de venganza. “Voy a pegarle tanto que va a desear que su madre nunca hubiera abierto las piernas”, dice. Queda claro que la sutileza, la complejidad, el realismo y la sofisticación no son parámetros aplicables a los personajes de Rápidos y furiosos 7. Ni a ellos ni a ninguna de las películas de la saga, ésta incluida. Construidas sobre la base del placer férrico, rabiosamente analógicas y con un fetichismo manifiesto por el crujir de las chapas y el movimiento, las primeras Fast & Furious supieron ser un cúmulo de misoginia –característica no del todo olvidada– y bólidos tuneados –ídem–. Hasta que en su quinta y mejor parte pegó un volantazo salvador desplazando a los autos a un segundo plano para convertirse en una de las franquicias de acción más autoconscientes y estimulantes del cine contemporáneo. Pero ahora los primeros síntomas de agotamiento ya están a la vista.Atravesado por un tono elegíaco producto de la muerte de Paul Walker, uno de sus protagonistas, en plena etapa de rodaje, y con una escena final alusiva sorprendentemente emotiva para un universo narrativo vaciado de emociones, el film, ahora con James Wan (El juego del miedo, El conjuro) ocupando el sillón de director, es más de lo mismo. Más en el sentido literal: más delirante, más musculosa, más absurda, más hueca, más cosmopolita (la trama va de Emiratos Arabes a República Dominicana, de Japón a Estados Unidos) y más despreocupada por su lógica argumental. Esto porque calca la excusa de siempre con el único fin de volver a unir al grupo de conductores y ponerlos al volante. Esa excusa aquí tiene la forma de un pelado con cara de pocos amigos, de puño fácil y patada siempre lista para ser revoleada muy parecido a ese emblema del cine físico moderno que es Jason Statham. El ex transportador es un agente del servicio secreto británico retirado por la corona cuando dejó de ser funcional a sus intereses, y que ahora está con bastante ganas de moler a palos a los responsables de la muerte de su hermano, asesinado en el film anterior por el grupete protagónico.Rápidos y furiosos 7 deja el regusto de un menú fast food regurgitado y no demasiado distinto a los anteriores. Menú compuesto por escenas “dramáticas” en las que los personajes intentan humanizarse escupiendo sus sentimientos con una rusticidad alarmante, y otras destinadas a torcer cualquier lógica física, gravitacional y biológica. Así se entiende que un auto atraviese ¡tres! edificios sin que Toretto (Vin Diesel, más pétreo e inexpresivo que siempre) sufra un rasguño. O también que Hobbs (Dwayne Johnson, cada día mejor comediante y más cerca del Guinness por sus bíceps tamaño Kohinoor) derribe un dron con una ambulancia para después empuñar él solito una ametralladora más grande que la pantalla. 6 - RAPIDOS Y FURIOSOS 7 (Furious 7, Estados Unidos/2015) Director: James Wan.Guión: Chris Morgan y Gary Scott Thompson.Duración: 137 minutos.Intérpretes: Vin Diesel, Paul Walker, Jason Statham, Dwayne Johnson, Michelle Rodriguez, Jordana Brewster, Tyrese Gibson.
Un ama de casa en plan de venganza La adaptación de la novela de Claudia Piñeiro es una suerte de híbrido entre un drama de alcoba clasista y el policial más clásico y plenamente consciente de su contexto. Pero el final simplista, apresurado y obvio tira por la borda lo construido en la hora y media anterior. La primera escena de Las viudas de los jueves mostraba tres cuerpos flotando en la pileta de una mansión dentro de un country. Betibú abría fuego con un largo plano secuencia, otra vez en un barrio cerrado, que culminaba con el hallazgo de un cadáver en una de sus unidades funcionales. Tuya arranca con una mujer estacionando el auto en la puerta de su casa –doble piso, lujosa pero no ostentosa– y una policía saliéndole al cruce, signo inequívoco de una anomalía puertas adentro. El trío de películas basadas en libros de Claudia Piñeiro muestra similitudes temáticas y narrativas, develando así una suerte de obsesión de la escritora por aquella nueva clase alta prohijada por el modelo neoliberal y las reacciones ante una implosión interna inminente. Claro que si el film de Marcelo Piñeyro estaba centrado en radiografiar a sus personajes y el de Miguel Cohan en develar los nombres detrás de la muerte, la tercera adaptación a la pantalla grande, en este caso en manos de Edgardo González Amer (El infinito sin estrellas, Familia para armar), amalgama ambas vertientes adosándole una bienvenida pátina de humor negro, erigiéndose así como un híbrido entre un drama de alcoba clasista, con todas las miserias relacionales empujadas al placard, y el policial más clásico y plenamente consciente de su contexto.Las cosas marchan muy bien en la vida de Inés (Andrea Pietra). O al menos eso cree ella: basta ver la relación casi unilateral con Ernesto (Jorge Marrale) o la nula comunicación con la hija de ambos (Malena López), que por si fuera poco oculta un incipiente embarazo accidental, para entrever que la imagen de su mundo externo está bastante alejada de lo que verdaderamente es. Hasta que, tal como ocurría con los amigotes de Las viudas..., la protagonista se estrola contra la realidad, materializada en este caso en una carta dirigida a su marido. ¿Qué tiene escrito? Un corazón en rouge y una firmante anónima que se hace llamar “tuya”. Inés no interpela; al contrario, se apropia del estilo gélido del hogar y actúa como si nada hubiera pasado, iniciando en paralelo una investigación personal para descubrir la identidad de la amante. El film tiene el tino de no explicitar los motivos de su elección, pero la ubicación de la pareja en una franja económica de media tirando a alta y la evidente comodidad de ella con sus lujos y beneficios adquiridos invitan a pensar en el qué dirán y el temor a la pérdida material como dos variables insoslayables.Hasta aquí, entonces, Inés luce como un ama de casa simple, superflua y sin intereses definidos, una de esas mujeres con mucho tiempo libre que ni siquiera ella sabe dónde invertir. Es, en fin, casi una “boluda total”, tal como la definió Piñeiro en la entrevista del suplemento Radar publicada el último domingo. Todo cambia cuando una llamada y la posterior huida de Ernesto, excusa previa mediante, llevan a Inés a seguirle los pasos, observando un asesinato que ella ayudará a encubrir, desplazándose así del rol de víctima al de victimario y adquiriendo un matiz de complejidad y oscuridad del que carecía hasta ese momento. Puntazo a favor de Andrea Pietra, que no actúa su personaje, sino que lo habita con convicción y seguridad. Sin embargo, Tuya tira por la borda gran parte del trabajo constructivo previo con un desenlace no fallido o ilógico, pero sí simplista, apresurado y demasiado obvio para la comedia negra que había sido durante la hora y pico anterior. 6-TUYA Argentina, 2015Dirección: Edgardo González AmerGuión: Edgardo González Amer, sobre el libro homónimo de Claudia Piñeiro.Duración: 90 minutos.Intérpretes: Andrea Pietra, Jorge Marrale, Juana Viale, Ana Celentano y Malena Sánchez.
Viaje con destino conocido El primer jueves de marzo se estrenó en la Argentina Alma salvaje, nuevo film del reconocido director Jean-Marc Vallée (Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados) con Resse Witherspoon en la piel de una mujer ajada por su pasado y dispuesta a redimirse a través de una caminata a lo largo de la costa oeste norteamericana. La película se estructuraba como una road movie, abasteciéndose de un tendal de personajes secundarios que aparecían y desaparecían según tuvieran o no algo que enseñarle a la protagonista; es decir, un personaje, una enseñanza. Héctor, en busca de la felicidad tiene varios puntos de contacto, pero su resultado es peor. Fabulesca en su tono, atravesada de punta a punta por una filosofía new age –incluso desde el intento de aprehender lo inaprensible planteado en el título–, con un guión moralista y adoctrinador, la película de Peter Chelsom no duda en arrojarse de cabeza a las aguas de la autoayuda mediante el paralelismo evidente entre el viaje geográfico y el “interno”. Viajante y objetivo se aclaran desde el título original. Héctor (Simon Pegg) es un psiquiatra inglés con una vida predecible y ordenada, pero al que le falta algo. “No puedo aconsejarle a mis pacientes sobre la felicidad cuando yo no sé si existe”, le dice su mujer (Rosamund Pike) cuando le plantea un plan de viaje que incluirá tres continentes. Como en Comer, amar, rezar, cada posta resonará con un significado particular. Poco importan las vivencias durante el recorrido, el inverosímil generalizado de la premisa (todos, hasta el africano más iletrado, hablan perfectamente inglés) o la parábola emocional del protagonista. Al fin y al cabo, Héctor, en busca de la felicidad es un viaje en el que solamente importante la llegada a un destino prefijado de antemano.
Sean, relájate y goza El síndrome Liam Neeson encontró en Sean Penn a una nueva víctima. La nómina de afectados dispuestos a pasar de las mieles de la reputación y el prestigio al barro del cine de acción incluye, claro está, al protagonista de La lista de Schindler que, desde la saga Búsqueda implacable, reparte piñas, patadas y balazos en cuanta película pueda, pero también a Kevin Costner (de Danza con lobos a 3 días para matar) y Pierce Brosnan (El aprendiz, las de Bond). El problema es que Penn es incapaz de divertirse con su trabajo ni mucho menos sacarse el método actoral de encima y su gravedad impertérrita termina afectando a una película que hubiera sido mucho mejor con menos del protagonista de él y más del de Javier Bardem. El español es el cabecilla de un grupo de mercenarios que anda por el mundo camuflándose detrás de una ONG para asesinar políticos y empresarios molestos para la concreción de los negocios de una multinacional. Una de esas víctimas es el Ministro de Minería del Congo, y la responsabilidad de disparo fatal recae en Terrier (Penn). El operativo culmina bien (o al menos para ellos, ya que el asesinato desata una guerra civil), pero Terrier debe abandonar inmediatamente el continente, dejando atrás a su novia (la italiana Jasmine Trinca, protagonista de Miele), una doctora de la ONG que desconoce su oficio. Dirigida por Pierre Morel, habitual secuaz de Luc Besson y responsable de Búsqueda implacable, The Gunman: El objetivo continúa ocho años después. Allí está Terrier intentando lavar su conciencia poniéndose al servicio del organismo humanitario cuando un grupo armado llega al campamento con la idea de aniquilarlo, obligándolo a encarar una nueva huida, pero ahora con el objetivo de saber quién le puso precio a su cabeza. Lo que encuentra es a su ex jefe convertido en un poderoso empresario casado con….su ex novia. Desatado y tanto o más exagerado que su villano de Operación Skyfall, el español encarna el potencial delirante de una película tan predecible como entretenida y eficaz, pero que falla al mutar el placer coreográfico de la violencia estilizada por la moralina bienpensante de una denuncia altruista.