Secuestro idealista. José Padilha, el afamado director de las películas de Tropa de Élite, está a cargo de esta producción que relata el secuestro con posterior toma de rehenes que se produjo en 1976 cuando un grupo de terroristas tomara el mando del vuelo 139 de Aire France que unía Tel Aviv con París. Daniel Brühl, Rosamund Pike y Eddie Marsan son los brillantes protagonistas de esta historia que fue definida como la misión de rescate más audaz de la historia. “Dos alemanes secuestrando a un contingente de judíos. Reflexiona sobre esa premisa unos segundos”. Si bien hay que adentrarse bastante en esta historia para encontrarse con esa frase pronunciada por uno de los protagonistas, Rescate en Entebbe trata exactamente sobre eso. A mediados de 1976 un grupo de extremistas revolucionarios liderados por los alemanes Brigitte Kuhlmann (Pike) y Wilfried Böse (Brühl) tomó el control, a punta de pistola, de un avión comercial que partió de Tel Aviv con rumbo a París pero que terminó en la ciudad de Entebbe, Uganda. Impulsados por un irrefrenable odio hacia la nación israelí y las injusticias que, según ellos, su gobierno venía cometiendo hacia Palestina, los comandados por Kuhlmann y Böse no solo consiguieron que el avión de Air France terminara en el aeropuerto de Entebbe sino que solo necesitaron de algunos días para tomar contacto con las autoridades de Israel a las que amenazaron con empezar a asesinar rehenes si no cumplían con sus demandas de liberación de los líderes políticos palestinos apresados en Tel Aviv. Desde el punto de vista histórico, la película se presenta como un documento muy fiel del caso en particular que retrata sin descuidar la situación política global que actúa como contexto. Incluso para alguien ajeno al conflicto palestino-israelí o para quien no estuviera al tanto de sus alternativas en los setenta, la obra de José Padilha consigue incluir toda la información necesaria al mismo tiempo que nos introduce en las vidas de los futuros secuestradores del avión. Su origen alemán (ajeno territorialmente a Palestina o Israel), sus convicciones políticas (afines con las de los enemigos de Estados Unidos y el pueblo judío) y sus motivaciones personales son todos elementos fundamentales y desconocidos para la historia que se avecina, más de dominio público. Establecidos estos puntos, lo que sigue, la toma del avión y el posterior secuestro de la tripulación, son momentos que responden más a esa faceta documental de la película así como las escenas que vemos en simultáneo donde los principales líderes políticos de Israel, el Primer Ministro incluido, delinean un plan de acción para lidiar con una situación que, conforme pasan las horas, va adquiriendo cada vez más el cariz de crisis internacional. El análisis político, en términos de ir tocando todas las campanas involucradas y sus decisiones casi en tiempo real, se incluye entre los mayores aciertos de la película. Ahora bien, si el eslogan de venta de la película tiene algo que ver con lo dicho en el primer párrafo sobre “la misión de rescate más audaz de la historia”, por lo menos deberíamos hablar de exageraciones. Si bien la conclusión de este episodio de secuestro tiene tintes extraordinarios, estos responden a un ámbito más bien militar y político desde la toma de decisiones. En la práctica, la situación es resuelta en forma bastante sencilla y las conclusiones que se pueden extraer de esos momentos de máxima tensión tienen que ver con la frialdad con que la película los aborda si tenemos en cuenta que los protagonistas del siniestro no son los “típicos terroristas” sino un grupo de revolucionarios autoproclamados que, a pesar de los actos de violencia que protagonizan, tienen un costado benevolente, humanitario e idealista. El desarrollo de la historia se compadece con esto, por eso los personajes se vuelven inmediatamente interesantes para la audiencia, pero su “mensaje” final o la resolución de sus peripecias no se condicen con esos precedentes. Rescate en Entebbe inicia como una versión algo más seria y política de Argo para paulatinamente ir acercándose a lo que ofrece la abrumadora mayoría de las películas que abordan rescates o misiones militares de este estilo.
Lo que importa es lo de afuera. Amy Schumer interpreta a una atormentada mujer moderna que prácticamente vive para intentar cambiar su apariencia, causa de todos los sufrimientos en su vida. Pero a pesar de sus incontables esfuerzos, será un impredecible giro del destino el que la convierta, de la noche a la mañana, en sexy por accidente. Renee Bennett (Schumer) está rondando los treinta, es soltera, trabaja en una lóbrega oficina, tiene dos mejores amigas con las que comparte todo y desde que tiene uso de razón ha estado disconforme con su cuerpo, lo que le produce serios problemas de seguridad y autoestima. Entre las tantas cosas que decide hacer para combatir esos kilos de más que tanto le molestan, Renee se inscribe en una clase de spinning pero esta termina en tragedia cuando el asiento de su bicicleta fija cede provocándole una fuerte caída con golpe en la cabeza incluido. Sin embargo, la tragedia se convierte en bendición ya que a causa de esa contusión, cuando Renee recupera el conocimiento y se mira al espejo lo que ve es una versión súper mejorada de sí misma. Su aspecto no cambió en lo más mínimo, pero ella se ve a sí misma como la mujer más sexy del mundo. Con una buena labor protagónica de la talentosa Amy Schumer y un buen aporte desde los roles secundarios de Michelle Williams y Emily Ratajkowski, Sexy por Accidente tiene las características de esas películas propias de los noventa o principios de los 2000 que proponían a un personaje protagónico de características mundanas y corrientes con algún tipo de problema (generalmente sentimental) que encuentra aparente solución en un acontecimiento de tintes fantásticos. Quisiera ser grande, Si tuviera 30 o Como si fuera cierto son solo algunos ejemplos de esto. Y si aquellos títulos (a los que podemos agregar las más recientes Cuestión de Tiempo o) sorprendían por su originalidad de premisa, por la simpatía de sus personajes, por las situaciones que se generaban a partir del desencadenante fantástico, por su profundo viraje dramático o por ser realmente grandes representantes del género de la comedia romántica, el problema de Sexy por Accidente es que no tilda ninguno de los casilleros enumerados. Porque si bien Schumer logra imprimirle todo su carisma y simpatía a su personaje, lo que tenemos es una propuesta de protagonista que ya hemos visto hasta el hartazgo, con todos los lugares comunes propios de “la chica que se siente fea” con su amplia cuota de sueños incumplidos a causa de esa insatisfacción física. Y cuando creemos que la cosa va a levantar a partir de que ese personaje de la noche a la mañana se cree la más linda de todas aunque exteriormente nada haya cambiado, la película vuelve a tomar el camino del cliché al mostrarnos a una mujer que no responde a los cánones establecidos de “belleza” participando de un concurso de remeras mojadas, buscando un ascenso en la compañía de cosméticos para la que trabaja haciendo ojitos en la entrevista y teniendo una y otra y otra y otra vez las mismas conversaciones del estilo “yo sé que para ustedes las feas todo es muy difícil” o “no te creas, tampoco es todo color de rosa para mí, a veces ser hermosa puede ser una carga también”. Todo muy predecible, repetitivo y lejísimos de ser gracioso. Sexy por Accidente podría haber resultado simpática hace veinte, veinticinco años. Pero contar una historia que desde el principio sabemos a dónde va a terminar, con chistes obvios, estereotipada de principio a fin y con un discurso final edulcoradamente moralista de una chica que logró todas sus metas, no por ser linda sino por sentirse linda, es retroceder demasiado para un momento en el que el cine y el arte afortunadamente hace rato que se han corrido de esa artificialidad exenta de contenido.
Arrepentirse para aprender. Greg McLean, director de la saga Wolf Creek, es el encargado de adaptar al cine la pintoresca historia de vida de Yossi Ghinsberg, un aventurero israelí que a principio de los ochenta casi pierde la vida en la parte boliviana del amazonas. Protagonizada por Daniel Radcliffe, la película combina la tensión de una historia de supervivencia con la reflexión de un relato de autodescubrimiento. El comienzo, con una narración en off del protagonista que nos ubica en tiempo y espacio, y el hecho de que la historia esté basada en las memorias del propio Yossi Ghinsberg ya permiten avizorar que lo que sigue es un relato donde lo que vale o lo que captará nuestra intriga no son los hechos en sí mismos sino su significado y la forma en que se sucedieron. Las películas basadas en la vida extraordinaria de algún personaje suelen seguir esos parámetros y este caso no es la excepción por lo que la lupa estará puesta en ese desafío que valientemente aceptaron el asiduo al cine de terror Greg McLean y el querido Daniel Radcliffe, cuyo curriculum mágico ya ni hace falta mencionar. El amazonas boliviano encontró a principios de los ochenta al joven Yossi Ghinsberg buscando la emoción y la aventura. Habiendo concluido el servicio militar obligatorio en su Israel natal, el joven Yossi hizo oídos sordos a la tradición y al mandato familiar que lo conducía inexorablemente a la escuela de leyes para venirse a Sudamérica en busca de escribir su propia historia. Lo que no sabía a la hora de subirse al avión es que esto se haría realidad en la más incómoda y peligrosa de las literalidades. Porque una vez puestos los pies en suelo boliviano Yossi trabará amistad con Marcus, Kevin y Amie, grupo que lo acompañará a recorrer la jungla en busca de la aventura, incluso cuando esta se torna incierta y vaga a partir de un guía local que promete mucho más de lo que cumple. Alejado ya de ese mundo mágico que lo llevó a la fama, Radcliffe viene demostrando con sus elecciones de carrera y sus posteriores desempeños que es un actor completo y capaz de adaptarse prácticamente a cualquier desafío. Historias de terror como La Dama de Negro, comedias ligeras como Solo Amigos, la adaptación de un clásico como Víctor Frankenstein, exóticos experimentos como la genial Swiss Army Man o relatos de enorme compromiso dramático como Los Chicos de Diciembre (enorme película que tal vez pasó algo desapercibida por su estreno en simultáneo con las entregas de Harry Potter) son solo algunos de los ejemplos que ponen al británico como uno de los mejores de su generación y su trabajo en esta, su más reciente producción, no se queda atrás. Una barba exageradamente crecida, la marcada pérdida de peso y su búsqueda personal de quedarse con este papel tras leer las memorias de Ghinsberg son los antecedentes de Daniel Radcliffe para comprometerse totalmente con este personaje, cosa que se nota en pantalla tal vez como la nota más saliente de la película. Sobre la historia vale decir que engancha desde el principio a partir de su tímido pero carismático personaje, los amigos que rápidamente consigue, algunas charlas bastante interesantes a la luz de la luna y ese giro del guía local que promete mostrarle a Yossi y compañía cosas que jamás vieron. En este punto la película propone ese escenario de supervivencia extrema que siempre genera tensión -acá sazonada con toques de terror propios del director- pero que se presenta algo desdibujado a partir de algunos flashbacks y ciertas imágenes coloridas por demás que no consiguen la mejor mixtura de géneros. Una fotografía impresionante, una historia de vida interesante y un protagonista atractivo son los elementos que le dan forma a Jungla, una historia que vale la pena conocer.
Ahora sí estamos todos El mayor crossover en la pantalla grande, como la propia Marvel lo autodenominó, finalmente llega a los cines de todo el mundo. Iron Man, Capitán América, el Hombre Araña, Thor, Hulk, los Guardianes de la Galaxia a pleno y literalmente decenas de otros personajes dicen presente en este cruce que, sin tratarse del final, promete ser el más dramático punto de inflexión en el universo marveliano, si de cine hablamos. Más de veinte películas y cerca de diez series de TV componen el denominado Universo Cinematográfico de Marvel o MCU y Avengers: Infinity War (la decimonovena de las películas con otras tres confirmadas a estrenarse) es por lejos la más ambiciosa, disruptiva y espectacular que hemos visto en la vasta historia cinematográfica de La Casa de las Ideas. Hechas todas las presentaciones y establecidos todos los personajes, el MCU entró en una fase que podríamos denominar de conflicto a partir de que sus grandes eventos (aquellos coincidentes con las películas que empezaron a reunir a varios de los personajes en una misma producción) tuvieron serias consecuencias a nivel global en términos de destrucción, caos y muerte. Nueva York, Sokovia y Nigeria fueron sólo algunos de los focos donde los Vengadores vieron acción que terminaron con considerables daños colaterales, por usar un eufemismo de Steve Rogers. En términos fácticos ésto decantó en una división interna que separó a quienes estaban a favor de que el grupo de superhéroes fuera controlado por un organismo dependiente de las Naciones Unidas y a los que consideraban que su autonomía debía permanecer intacta en lo que se denominó los Acuerdos de Sokovia. Captain America: Civil War, probablemente la más lograda de las películas del MCU en términos de profundidad temática, puso allí su foco con un Tony Stark abrumado por la culpa que acata los Acuerdos y un Steve Rogers asumiendo la responsabilidad y las consecuencias de sus actos pero rechazando el control externo. Ahora, cuando una amenaza titánicamente superior a este conflicto interno amenaza con acabar con la mitad de la población universal de un plumazo, las diferencias deberán hacerse a un lado. Y allí está el punto de partida de Infinity War. Porque si la comentada división ideológica es lo que hila las películas del MCU en términos más abstractos, las Gemas del Infinito son las que proponen la continuidad desde lo fáctico. Espacio, Mente, Realidad, Poder, Tiempo y Alma son los elementos correspondientes a cada Gema que, por separado, le confieren a su portador control absoluto sobre uno de los seis campos mencionados. Juntas en una misma mano convierten a su dueño en el ser más poderoso del universo y justamente por ahí van los planes de Thanos, un dictador todopoderoso que se jacta de ser el único con la valentía suficiente para acabar con el problema de la superpoblación universal y sus consecuencias en términos de pobreza, hambre y enfermedad. Su método, no tan noble, consiste en hacerse con las Gemas para así tener el poder de erradicar a la mitad de los habitantes de cada planeta poblado. Esta nueva propuesta de los hermanos Anthony y Joe Russo (directores de las dos anteriores de Capitán América y confirmados para la próxima de los Vengadores) gana un pleno en términos de apuesta al ritmo y equilibrio. La película no es tediosa, cuando al inicio nos ubica en tiempo y espacio (tarea titánica si tenemos en cuenta todos esos antecedentes que nos llevaron a este momento en particular) y dosifica a la perfección las distintas líneas argumentales que aportan a la historia un balance perfecto que mantiene al máximo los niveles de entretenimiento en todo momento, organiza los hechos prolijamente y le permite lucirse a cada personaje en un relato que los reúne pero no los amucha. Las escenas de acción proponen un juego para decidir cuál es más espectacular, el porcentaje de chistes es acorde a lo que se puede esperar de Marvel, hay apariciones rimbombantes, giros de todo tipo, amores, desilusiones, sacrificios, cameo de Stan Lee, escenas post créditos y todo con lo que el fanático viene soñando desde hace años. El único apartado nos remonta a ese pequeño asterisco hecho sobre Civil War y su continuidad en esta nueva entrega. Si bien el calificativo de disruptiva se aplica a Infinity War, ésto se debe a lo que ocurre desde los hechos (no definitivos, vale aclarar) pero no desde la psicología de los personajes. En la mencionada cinta del año 2016 lo que rompía los esquemas de lo que podemos llamar “las películas de superhéroes” era que enfrentaba a los buenos contra los buenos. Ponía sobre el tapete el tema del control gubernamental sobre un grupo como los Vengadores y enfrentaba así a dos posturas tan polémicas como válidas, con las ramificaciones que esto conlleva. El personaje del Soldado de Invierno y sus acciones, voluntarias o no, separa de manera casi irreconciliable a Iron Man y a Capitán América desde fundamentos tan profundos como la culpa, la venganza, la justicia, el sacrificio personal, el bien de la mayoría y otros elementos que definen las acciones de estos personajes y sus seguidores. En Infinity War se pierde notablemente esta profundidad de contenido para volver a un esquema mucho más básico de los buenos contra los malos, con apenas algunos pocos atisbos de esos temas, que se abordan a cuentagotas y casi como excepción. Lo que pasa es impactante, sí, pero podría haber sido un poco más si hubiese estado sustentado sólidamente desde la narración.
Un crimen dormido. Basada en Cornelia, la novela de Florencia Etcheves, Perdida es un thriller policial muy dinámico que salta entre dos líneas temporales mientras su protagonista intenta resolver un caso de desaparición que la tuviera como una de sus principales implicadas cuando solo era una niña. La dirección está a cargo de Alejandro Montiel mientras que el estelar elenco está liderado por Luisana Lopilato, Amaia Salamanca, Rafael Spregelburd, Nicolás Furtado, Oriana Sabatini y María Oneto. Luisana Lopilato interpreta de muy buena forma a Manuela Pelari, una investigadora de la policía federal a quien sus amigas conocen como “Pipa”. Y es a través de las amigas de Pipa que la película avanza. O retrocede. Catorce años antes del momento que la historia nos plantea como “el presente”, Pipa hizo un viaje a la Patagonia junto a sus mejores amigas, entre las que se encontraba Cornelia Villalba, personaje que le da nombre a la novela en la que está basada la producción de Alejandro Montiel. Una noche, el grupo escapó inocentemente de la hostería donde se alojaba junto a un joven de la localidad con el fin de ir a bailar a uno de los boliches de la zona. Todas regresaron. Menos Candelaria, que desapareció para no volver. Con base en una fuente tan nutrida de elementos como es una novela, la película aprovecha muy bien ese origen para construir sus personajes de manera muy sólida. La protagonista de la historia, su grupo de amigas a quien dejó de frecuentar desde la desaparición de Cornelia, el oficial encargado de la fallida búsqueda que ahora ascendió a jefe de policía, una brillante hacker que ayuda a Pipa en sus investigaciones, un colega dentro de la fuerza que la confronta permanentemente y una organización criminal internacional que parece estar implicada en el asunto son los complejos componentes de una trama que no para ni un segundo mientras va y viene entre sus dos líneas temporales, no solo de manera equilibrada y sólida sino generando el suspenso y la intriga con cada escena. En términos narrativos, tal vez las dudas aparecen cuando, catorce años después del suceso que marcara la vida de Pipa, las pistas para retomar la investigación empiezan a caer como en avalancha. Una foto que esconde más de lo que muestra aparece en la misa conmemorativa por Cornelia, un enigmático aviso anónimo es publicado en todos los diarios y la madre de la desaparecida decide hacerle una visita a Pipa en su trabajo para pedirle que aproveche su profesión de policía para buscar a su hija. “Nunca dejes de buscar”, reza el slogan de la película cuando parece que eso es exactamente lo que hizo Pipa cuando la madre de su amiga la aborda, solo para que sean las pistas las que la busquen a ella. Indicios misteriosos que parecen trazar un camino a cuentagotas estilo Hansel y Gretel, personajes dormidos que reaparecen al unísono, una organización todopoderosa que llamativamente no es rival para una investigadora boicoteada por sus traumas del pasado y sus colegas del presente son solo algunos de los intrincados elementos que le dan forma a una trama que parece tomar lo mejor de distintos casos célebres pero que reunidos en una sola intriga parecen demasiado.
Cuando los muertos llaman. Segunda película del director coreano Jung Huh, quien se mantiene en el género del terror como ocurriera con su ópera prima, Las Escondidas. Una familia en crisis, una mudanza forzada y apariciones inexplicables serán los ejes de esta historia protagonizada por Jung-ah Yum, Rin-Ah Shin y Hyuk-kwon Park. La película comienza con un hombre y una mujer a bordo de un auto que es conducido en la mitad de la noche por una solitaria carretera de contornos boscosos. Un perro se cruza por su camino y, tras golpear contra el parabrisas, queda moribundo sobre el asfalto. El hombre abandona su posición como conductor, recoge al perro y se dispone a meterlo en el baúl, acto que nos permite ver que el maletero ya tiene un ocupante: una mujer completamente maniatada y bañada en sangre. La secuencia introductoria concluye con el mismo hombre encerrando a la secuestrada en un pequeño cobertizo escondido en el bosque. Sin hacer demasiadas presentaciones y recurriendo poco al diálogo, Mimic presenta un buen inicio, cargado con la cuota de suspenso y oscuridad que todo buen film de terror debe tener. Sin embargo, sus formas a la hora de hilar ese inicio con la trama central que lo sucede son algo más cuestionables. Hee-yeon debe mudarse lejos de Seúl junto a su esposo, hija y madre ya que un entorno menos urbano puede favorecer a esta última en términos de salud. Resulta que sus facultades mentales e incluso su capacidad de habla se vieron seriamente comprometidas desde que su nieto, hijo menor de Hee-yeon, desapareciera estando ella a cargo. Los problemas se agravarán para esta familia cuando reparemos en el hecho de que aquel misterioso cobertizo de la escena inicial está situado a pocos metros de su nuevo hogar. Hay pocas cosas que quedan claras. El vínculo de la pareja inicial y la chica secuestrada es una línea argumental que nunca se cruza con la de la familia de Hee-yeon, no se desarrolla por sí misma y tampoco tiene que ver con el origen de las anomalías que circundan al bendito cobertizo. Lo único que sabemos de él es que está “embrujado”, por ponerle un adjetivo infantil. Ahora bien, si la trama central compensara esto, vaya y pase. Pero tampoco. Cinco años pasaron desde la desaparición del hijo de Hee-yeon cuando ella decide mudarse junto a su madre y será la aparición en medio del bosque de una nena perdida lo que reavive su instinto maternal que la empuja a retomar una búsqueda que parece inútil. El corolario de esta endeble narrativa lo conforma una vieja leyenda mística que involucra a un espíritu capaz de imitar voces humanas, un mago que es poseído y su pequeña hija. Pocas escenas de terror, compensadas por un suspenso confuso, investigaciones truncas y explicaciones estériles hacen de Mimic una pobre representante del vasto y elogiable cine coreano de horror.
El juego del miedo. La presencia del productor Jason Blum, quien cumpliera esa función en las nominadas al Oscar Whiplash y ¡Huye!, es el mayor argumento para esperar buenas cosas de Verdad o Reto, film de terror con algunas historias de amor en el medio como había en la citada producción de Jordan Peele. Seis amigos de la universidad que se encuentran cursando su último año deciden pasar el receso de primavera en Méjico con el objetivo de que ese último springbreak sea el más memorable de todos y le dé cierre a su período universitario de la mejor manera. Pero en medio de los festejos, Olivia, protagonista del relato, es seducida por el carismático Carter quien le propone que ella y sus cinco amigos lo acompañen a un lugar muy especial que realmente vale la pena. El grupo, influenciado por Olivia y su interés en Carter, acepta, por lo que es guiado por este carismático joven a una iglesia abandonada en la que terminan jugando al infantil “verdad o reto”, también conocido como “verdad consecuencia”. Los participantes toman turnos para retarse entre sí a elegir entre revelar algún secreto embarazoso o realizar alguna tarea de lo más ridícula, por lo que la gran promesa de diversión de Carter termina dejando bastante que desear. Algún interés romántico oculto entre los miembros del grupo de amigos, secretos de la infancia bastante ridículos y un provocativo beso entre Olivia y su amiga Penélope parecen ser lo más especial del juego. Hasta que le toca a Carter, quien elige “verdad”. “¿Cuál fue el verdadero motivo por el que nos trajiste acá a jugar a este juego?”, le preguntan. “Porque el juego es real”, responde Carter. “Fui retado a traer a un grupo de extraños e iniciarlos en este juego, en el que si decís mentiras al elegir ‘verdad’ o no cumplís cuando optás por el ‘reto’, el castigo es la muerte”, agrega. Al tratarse de una película de terror con temática adolescente, la premisa puede aceptarse como no tan infantil, incluso resulta interesante cuando, antes de enterarse del riesgo mortal que corren, uno de los amigos de Olivia, luego de que ella en su turno elige “verdad”, le hace una pregunta de tipo moral y ella termina eligiendo sacrificar su vida y la de los otros cinco con tal de salvar a la humanidad, lógicamente en un escenario hipotético. Pero el juego, tal y como advirtiera Carter, es muy real y las muertes no tardan en llegar. Al igual que los problemas de la película. Lejos de explotar esa rectitud moral de la protagonista y que el juego la obligue a replanteársela por ejemplo, Verdad o Reto propone una liviana trama de caprichos adolescentes injustificados mezclados con muertes inverosímiles y una explicación demoníaca de lo más enclenque. Y eso desde una mirada general. En términos específicos de género, la película no solo resulta predecible y para nada aterradora en los momentos que esperamos sean “de miedo”, sino que incurre en contradicciones dentro de su propio universo. Algunas características del macabro juego al que se someten los protagonistas, su reglamento por así decirlo, en un inicio plantea situaciones muy difíciles de resolver que realmente movilizan a los personajes para luego, acercándose al final, ese mismo escenario del inicio sea resuelto muy rápidamente y casi sin esfuerzo. Esos tambaleos argumentales sumados a personajes sosos, románticamente caprichosos y de accionar injustificado terminan de redondear un relato lleno de baches, que no asusta y que, para colmo de males, es resuelto de la peor manera.
Monstruo contra Roca. Basada en el popular videojuego, Rampage es la nueva producción del director Brad Peyton quien, como ocurriera con San Andreas y Viaje 2, vuelve a trabajar junto a Dwayne Johnson, el actor mejor pago de Hollywood. Con efectos visuales espectaculares y La Roca renovando su rol de salvador del mundo, la película se perfila como el blockbuster del mes también gracias a un buen elenco secundario que incluye a Malin Akerman (Watchmen), Naomie Harris (Moonlight), Joe Manganiello (Justice League) y Jeffrey Dean Morgan (The Walking Dead). La talentosa genetista Kate Caldwell (Harris), motivada por la enfermedad terminal de su hermano, ha logrado desarrollar una técnica de edición genética revolucionaria que, traducida en una toxina administrable en forma de gas, está llamada a realizar milagros en la medicina moderna. Sin embargo, cuando la perversa multinacional para la que la doctora Caldwell trabaja la aparta de su propio proyecto para usar su toxina como un arma biológica, no solo el hermano de Kate muere y ella queda en la calle, sino que un desastre generalizado se desata. Rampage: Devastación sigue los pasos de las películas clásicas del cine catástrofe para presentarnos, parsimoniosa pero dinámicamente, los cimientos de una estructura que sus monstruos se encargarán de destruir posteriormente. Porque después de su premisa, lo que sigue es el desencadenante que pone en marcha la acción y, como no podía ser de otra manera, este tiene que ver con una falla en la seguridad de los encargados de manejar la potente toxina que lo originó todo para que esta afecte, en puntos bastante remotos de los Estados Unidos, a tres animales distintos que rápidamente experimentarán cambios a nivel genético, léase crecimiento desmesurado que da como resultado un gorila, un lobo y un lagarto gigantes. Si bien ese comienzo pseudo científico se sostiene, la cosa empieza a decaer en términos introductorios cuando nos presentan a la otra pata de la historia, o sea los buenos. Dwayne “La Roca” Johnson interpreta al benévolo Davis Okoye, un verdadero pan de Dios que trabaja en un santuario para la vida silvestre y cuyo mejor amigo no es otro que George, el gorila albino que será alcanzado por la ya mencionada toxina. ¿El resto de la historia? La compañía de los malos no puede permitir que un proyecto en el que invirtió millones de dólares se vaya al tacho, por lo que emite desde su sede central en Chicago unas ondas raras que solo los monstruos pueden oír para atraerlos y así obtener muestras de ADN que salven su investigación. Los monstruos van a Chicago y su detención, al margen de la armada estadounidense y su ilimitado poder bélico, solo puede ser concretada por un hombre. Adivinaron. La Roca. Vale agregar que, como era de esperarse, la película solo se sostiene mientras los monstruos están en pantalla rompiendo todo. Al inicio, cuando parece que el desastre se está por desatar, el guion hace un válido intento por darles a sus personajes algo de relieve, cosa que no consigue tal vez a excepción del agente Russell, cuyo carácter ambivalente en un contexto de buenos contra malos muy marcado le da espacio a lucirse a Jeffrey Dean Morgan. El resto es lo que cualquiera puede avizorar ante una película de estas características que, a favor, tiene el bendito don de entretener a partir de sus espectaculares efectos especiales y no defraudar en términos de destrucciones masivas y peleas épicas. Un pequeño giro risueño sobre el final (en contraposición con la inacabable caterva de chistes malos de la Roca) y un par de escenas que bordean lo bizarro son las únicas notas discordantes en una producción que ofrece exactamente lo que promete.
Cree en el pasado, sueña en el futuro. Juan Carlos Menaglia y Tana Schémbori, luego del éxito sin precedentes que tuviera su obra 7 Cajas en el cine paraguayo, vuelven con una propuesta de similares características reincidiendo ambos una vez más en el guión y la dirección. Los Buscadores es una historia de aventuras juveniles que mezcla los mitos del pasado con las esperanzas del futuro. En las afueras de Asunción hay un barrio de humildes recursos llamado Chacarita y allí será donde conoceremos al intrépido Manu (Tomás Arredondo), un adolescente que divide su tiempo entre la escuela secundaria y su trabajo como repartidor de diarios. Un buen día, el abuelo de Manu le regala un viejo libro de historia que, oculto en su portada, revela una antigua fotografía y un todavía más viejo mapa. Consultando con su amigo Fito (Christian Ferreira) y con Don Elio (Mario Toñanez), el sabio del barrio (y también dueño del cíber de la zona), Manu llega a la loca conclusión de que ese mapa revela el lugar donde yace la plata yvyguy, que en guaraní quiere decir literalmente “el tesoro enterrado”. Con características similares a lo que Menaglia / Schémbori propusieran en 7 Cajas, esta nueva película propone una aventura adolescente cuyos personajes pueden ser encontrados en cualquier rincón de Asunción exhibiendo ese afán por tener un futuro mejor y escaparle a la pobreza que azota a buena parte de la región. Con persecuciones por oscuros callejones, pistas que llevan a otras pistas y sinnúmero de pintorescos personajes que se cruzarán por su camino, Manu, Fito y Don Elio nos invitan a dar una vuelta por el actual Paraguay pero sin dejar de remontarse a la historia guaraní. Gracias a una dinámica sucesión de escenas introductorias, la película capta la atención del espectador desde el minuto uno cuando retoma el viejo mito urbano que cuenta que durante la sangrienta guerra de la Triple Alianza que casi deja al Paraguay sin su población masculina adulta, decenas de tesoros conocidos como la plata yvyguy fueron enterrados con el fin de ser rescatados una vez finalizada la guerra. Y parece que el abuelo de Manu estaba tras uno de ellos, tarea que quedó trunca por un viejo altercado con su mejor amigo y que ahora su nieto no dudará en retomar. Con apenas dos películas en su haber, la dupla Menaglia / Schémbori ha logrado hacerse con un estilo muy característico que combina el espíritu pintoresco de las locaciones donde elige filmar con guiones que sorprenden en cada escena a partir de los giros que experimentan sus personajes. Bandas sonoras que tienen mucho del estilo folklórico sudamericano mezclado con el ritmo que se necesita para ambientar escenas de acción acompañan cada momento del relato que, desde el punto de vista técnico, sabe muy bien cómo incluir planos en cenital (recurso que se luce especialmente en Los Buscadores para darle real dimensión a la ciudad y al mapa que guía a los protagonistas) y otros tantos donde los actores aparecen en el centro del encuadre, rompiendo un poco la famosa regla de los tercios para aportarle intriga y suspenso a los momentos de mayor expectativa. Ilusiones, tradiciones, amoríos, historias olvidadas y un ritmo que jamás para dicen presente en la nueva obra de Juan Carlos Menaglia y Tana Schémbori que, como ya vimos en la altamente recomendable 7 Cajas, es una prueba más de la altísima calidad que el cine independiente tiene por estas latitudes.
Callar para sobrevivir John Krasinski, luego animarse a dirigir dos películas en el género de la comedia en 2009 y 2016, finalmente se anima a cambiar al terror en esta obra que además co-escribe y protagoniza junto a Emily Blunt, su esposa en pantalla y fuera de ella. Más conocido por su trabajo como actor en títulos como Enamorándome de mi ex, Licencia para casarse o Dreamgirls, John Krasinski lentamente le va dando rienda suelta a su faceta de director. Su debut desde detrás de las cámaras fue marcado por la comedia dramática de 2009 Brief Interviews with Hideous Men aunque tuvieron que pasar siete años para que reincidiera en The Hollars, película del mismo género pero con un elenco de mayor renombre que incluyó a Margo Martindale, Richard Jenkins y Anna Kendrick. Y este año, buscando nuevos horizontes por lo menos en materia de género, llega esta propuesta que se contrapone totalmente a las anteriores y que si no estuviéramos al tanto de la mencionada carrera del Krasinski director, bien podríamos suponer que corresponde a un experimentado especialista del cine de terror. Un lugar en silencio está ambientada en un cercano futuro de características apocalípticas. El año es 2020 y el mundo es un lugar desolado debido a la invasión de unas criaturas cuya única ambición parece ser acabar definitivamente con la raza humana. No sabemos de dónde vinieron, si son de este planeta o no, tampoco se sospecha que cuenten con un nivel mínimo de inteligencia como para establecer algún tipo de comunicación. Lo único que se sabe de ellas es que son ciegas pero, en contrapartida, tienen un sentido del oído altamente desarrollado por lo que los pocos sobrevivientes del ataque inicial están forzados a vivir una existencia de silencio prácticamente absoluto si no quieren ser salvajemente devorados. El primer acierto de la película consiste en presentarnos a sus personajes principales en ese ambiente que caracterizará al resto de la historia: el silencio absoluto. Mediante la comunicación no verbal que entablan junto a una serie de portadas de diarios que dan cuenta de los monstruos y el factor auditivo que es clave, rápidamente y con total simpleza John Krasinski logra sumergirnos en un mundo tan opresivo como inminentemente peligroso. Esto terminará de quedar claro en esa misma etapa introductoria cuando la pareja conformada por Evelyn (Blunt) y Lee (Krasinski) puede solamente atestiguar cómo un inocente viaje a un abandonado supermercado de la zona es interrumpido por la tragedia. Casi no hay diálogos y ya sabemos mucho sobre esta pareja, sobre el mundo que les tocó para criar a sus dos hijos y sobre los improvisados sistemas de seguridad que le fueron añadiendo a su casa de campo desde que la humanidad fuera invadida hace más de un año. Con esa simpleza que antes mencionaba al hacer referencia al inicio de la película, el resto de la trama no pierde esa cualidad mientras nos acercamos al inexorable momento en que esta familia deba enfrentarse a los monstruos pero sin descuidar el aspecto narrativo que, siempre en silencio y con lenguaje de señas, logra notable profundidad dramática al poner el foco en las consecuencias psicológicas que ese viaje trunco al supermercado supuso para los protagonistas y cómo estos deben lidiar con eso mientras se hacen un tiempito para esquivar a incontables bicharracos de dos metros que se los quieren comer. Tal vez con el único lunar que puede ser el uso de la música incidental y típica de las películas de terror para una historia que ya de por sí genera miedo a partir de su uso del silencio como elemento narrativo, Un Lugar en silencio no solo es una obra que le hace justicia a las buenas representantes de su género sino que se erige como una producción muy completa que interpela al espectador desde múltiples ópticas, como hacen las buenas películas.