PRENDE Y APAGA CARNE DE NEÓN (2010) brilla más durante sus fogonazos de humor negro que cuando se pone sentimentaloide o se toma a sí misma demasiado en serio. Con su edición vertiginosa, su fotografía cool de videoclip, su potente banda sonora y los ambientes sórdidos en los que se desarrolla la historia, esta película del director español Paco Cabezas remite a los primeros trabajos de Guy Ritchie, especialmente SNATCH (2000). La principal diferencia es que el guión de CARNE DE NEÓN no parece estar tan ajustado y las situaciones se van dando de forma demasiado inconexa. Basado en un cortometraje del mismo nombre, el film cuenta la historia de Ricky (Mario Casas), un joven que vive en la calle rodeado de putas, drogadictos y travestis, y que se entera de que su madre, que lo abandonó cuando era pequeño, está por salir de la cárcel. Entonces, con los ahorros de toda su vida y con la ayuda de sus amigos Angelito (Vicente Romero) y El Niño (Luciano Cáceres), decide abrir un prostíbulo para que su mamá lo administre. Pero claro, no será nada fácil poner en marcha el emprendimiento y las cosas se complicarán bastante cuando entren en escena un mafioso (Dario Grandinetti), policías, productores de cine porno y hasta una inmigrante ilegal embarazada. La película alterna entre fuertes escenas de violencia explícita, muchas protagonizadas por personajes casi caricaturescos, con otras de enternecedor amor maternal, pero sin conectarlas de forma satisfactoria. En cuanto a las actuaciones, hay algunas destacables, especialmente las de Dámaso Conde como la travesti Infantita (uno de los personajes más logrados y bizarros) y de Ángela Molina como Pura, la mamá de Ricky: ambos entregan los mejores gags y los momentos más conmovedores, pero sin buscarlos de forma explícita, como pasa con Ricky. Por su parte, El Chino (Grandinetti), del que podría decirse que es el gran villano, demora mucho en aparecer y sus diálogos suenan muy exagerados, algo que desentona con el estilo más “callejero” de la película. Lo que sucede con este personaje es una muestra de los tropiezos del guión, que abusa de las coincidencias y se desarrolla de forma caótica y, por momentos, vacilante: CARNE DE NEÓN ilumina de forma intermitente.
MAGIA EN ESTADO VEGETATIVO Cuando un papá y una mamá se quieren mucho mucho, llaman a la cigüeña para que les mande casi 3 kilos de babeante ternura. Pero si el pajarraco tiene el celular apagado, y los papás todavía andan con ganas de gastar mucha plata en pañales, no les queda otra que bajarse un tinto y, una vez mareados, ponerse a escribir en muchos papelitos las características soñadas para ese hijo que nunca tendrán. Después, ponen todos los papeles en una caja y la entierran en el jardín. Tras una noche de lluvia… ¡listo! Ya tienen un hijo. Aunque parezca loco, esto es lo que Cindy (Jennifer Garner) y Jim (Joel Edgerton) le cuentan a una empleada de una agencia de adopción con el objetivo de demostrarle que ellos están preparados para recibir un niño en su casa. Así de mágica como suena, LA EXTRAÑA VIDA DE TIMOTHY GREEN (THE ODD LIFE OF TIMOTHY GREEN, 2012), falla en maravillar al espectador al pedirle un descomunal esfuerzo de “suspensión de la incredulidad”. Ok, puede ser que el guión no se moleste en explicar exactamente de dónde sale el pequeño Green. Digamos por un momento que aceptamos eso. ¿Pero que pasa cuando ninguno de los personajes parece demasiado preocupado por el hecho de que un día para el otro los Green tienen un hijo ya crecido? ¿Nadie va a sospechar que el pibe fue comprado en algún país en vías de desarrollo o cosas por el estilo? Por el contrario, la película prefiere obviar todo eso y pasar a lo que según el guionista y director Peter Hedges es lo más importante: mostrar como Cindy y Jim intentan vivir a través de su hijo y así superar sus propias frustraciones. Así, tratarán de demostrarles a los otros lo perfecto que es Timothy, en una serie de momentos que van desde lo patético hasta lo ridículo. No hay ni una pizca de magia en la escena en las que Jim intenta convencer al árbitro del equipo de fútbol para que haga jugar a su hijo (y todo para que el papá de Jim esté orgulloso de él por medio de Timothy) o aquella penosa secuencia (que produce bastante vergüenza ajena) en la que la familia Green canta frente al resto de la familia. Y en el desenlace, (OJO, SPOILERS) la supuesta "enseñanza" que Timothy deja a sus papás no es lo suficientemente acentuada como para justificar lo antes visto (FIN DE SPOILERS). La mayor parte del metraje de LA EXTRAÑA VIDA DE TIMOTHY GREEN no posee un conflicto dramático de peso. Todo parece ser perfecto en ese mundo (algo que es acentuado por una bella fotografía, hay que decirlo) y aquellos problemas que surgen se solucionan sin dificultades. ¿Y el resto de la película? Melodrama y golpes bajos: escenas que buscan como un misil teledirigido la lágrima fácil. En cuanto a las actuaciones, es para destacar la participación de CJ Adams como el chico vegetal, que se planta bien ante el desafío de interpretar un guión mediocre que busca conmover desesperadamente, pero sin lograrlo.
MÍRENME, SOY UN ENGENDRO Al doctor Frankenstein le salió más o menos bien: junto unos cuantos trozos de cadáveres y se armó un monstruo… que se reveló y le hizo la vida imposible, pero ese es otro tema. El monstruo caminaba, hablaba y hasta quería una novia. En fin, funcionaba. No pasa lo mismo con LAS CRÓNICAS DEL MIEDO (VHS, 2012), un film que es un rejunte de cortos de terror, todos pertenecientes al subgénero de “cámara en mano” o “filmación encontrada”, en el que los pedazos no logran darle forma a algo sólido sino, por el contrario, a un engendro mediocre. Las piezas no están bien pegadas o cosidas: no hay sentido de unión, de cohesión. La película es más bien un amasijo, una especie de zapping de horrores sangrientos: pasamos de una historia a otra sin una justificación verdaderamente válida. Además de eso, las historias no logran sorprender ni asustar, a pesar de algunos breves fogonazos de buen cine de terror. Hay una historia principal que reúne a esta antología de cortos: unos amigos bobinas, mezcla de vándalos, mercenarios y voyeurs, son contratados para recuperar una misteriosa cinta de video de una casa. Al llegar allí, y mientras lo filman todo, encuentran un cadáver y una gran colección de grabaciones en VHS. Para encontrar lo que buscan, tendrán que colocar los casettes en la video y apretar play. Entonces, se convertirán en los espectadores de una serie de historias con vampiros, asesinos y otras criaturas sobrenaturales. Como diría el Doc Frankenstein, vayamos por partes: el primer segmento, AMATEUR NIGHT, relata la historia de un grupo de amigos que quieren filmar una porno con una cámara oculta en unos anteojos. Este es quizás el mejor modo de justificar el formato de “cámara en mano” (o “cámara en ojo”, para ser más exactos), pero la historia no explota recién hasta el final. Después viene SECOND HONEYMOON, que se centra en la relación de una pareja mientras viajan: es el corto que mejor genera climas e incluye una escena violentísima e inesperada, pero deja con ganas de ver más y contiene algunas lagunas en su argumento. El siguiente corto es TUESDAY THE 17TH, el –sin dudas– peor actuado de todos y con uno de los guiones más flojos, pero que utiliza un interesante recurso que juega con el aspecto del villano y el formato VHS: en este vemos a un grupo de amigos siendo acechados por un asesino en un bosque. Luego sigue THE SICK THING THAT HAPPENED TO EMILY WHEN SHE WAS YOUNGER. Para empezar, este está filmado como si fuera una grabación de un video-chat, lo que estúpidamente manda a la mierda todo la onda VHS que la película venía respetando hasta aquí. La historia es intrigante, pero la resolución termina siendo bastante pedorra y las actuaciones no son de lo mejor. Finalmente, tenemos 10/31/98, en el que otro grupo de amigos se pierden yendo a una fiesta de Halloween y terminan en una casa diabólica: el guión es simple pero efectivo, la puesta en escena (notoriamente amateur) deja bastante que desear y los efectos zafan, pero se echa en falta más terror. En fin, LAS CRÓNICAS DEL MIEDO resulta ser una experiencia interesante pero fallida, que al menos tiene el mérito de usar la idea de la antología para tratar de renovar el tan gastado formato de la “cámara en mano”. Lástima que no pase de un experimento.
¡LIBERTAD, LIBERTAD, LIBERTAD! En su nuevo film, Quentin Tarantino deja en claro que la libertad se paga con litros y litros de sangre, que mancha las paredes como si fuera salsa de spaghetti. El director muestra, sin restricciones, toda la crueldad de la que es capaz el ser humano. Y de paso, claro, homenaje a uno de los géneros que más lo influyó en su carrera: el western. Sin embargo, la película no es sólo cabalgatas y tiroteos. Hay, también, una puesta en escena con momentos casi líricos (plantas de algodón salpicadas de rojo), grandes secuencias de humor (la discusión de los encapuchados hace reír hasta las lágrimas), escenas construidas con paciencia en base a diálogos afiladísimos y, principalmente, un grupo de actores que brilla con sus interpretaciones. Pero hay uno que sobresale, por naturalidad y carisma, y ese es sin dudas Christoph Waltz en el papel de King Shultz, un cazarrecompensas alemán que sorprende con su manera tan formal de hablar y con su capacidad para mostrarse -casi siempre- en control de la situación. Es este hombre de barba canosa y vestimenta gris quien una noche fría, en medio de un bosque, se presenta ante dos traficantes de esclavos y les ofrece realizar una transacción. Sucede que Schultz necesita ayuda para capturar a tres hermanos y el único que los conoce de aspecto es ese esclavo a quien busca, uno cuyo nombre empieza con una D que no se pronuncia: Django (Jamie Foxx). Los bandidos se niegan a realizar el negocio y Schultz, con una habilidad asombrosa, les paga con balas certeras. Una vez que Django queda libre de sus cadenas, se une al alemán en el negocio de la cacería de recompensas. Cuando la particular dupla llega cabalgando a un pueblo, todos los habitantes quedan asombrados: es que nunca habían visto a “un negro a caballo”. Vale la pena aclarar que la palabra usada en inglés es “nigger”, cuyo sentido es mucho más despectivo que el de “negro”. Así como los pueblerinos, impactados ante lo inconcebible, los espectadores de DJANGO SIN CADENAS atravesarán por varios momentos de sorpresa y horror ante lo que verán a partir de ahí en la pantalla. No deja de ser curioso como, más allá de las exageraciones que caracterizan al cine de Tarantino, la crueldad de los señores sureños hacia sus esclavos sucedió en realidad: los latigazos y las humillaciones no son una hipérbole. Y no hay forma de tratar un tema así sin suavizarlo. El director lo entiende y filma con crudeza, porque esos fueron tiempos crudos. Y cuando pensábamos que no podíamos ser testigos de más brutalidad, entonces aparece el sádico Calvin Candie (un Leonardo Di Caprio desatado, aunque exagerado y gritón en algunos momentos). Él es un millonario sureño algo loco y fanático de las peleas de esclavos, a quien nuestros héroes se acercan, escondiendo sus identidades, con el objetivo de rescatar a la esposa de Django, Broomhilda (Kerry Washington), quien está cautiva en Candyland, la plantación de Candie. Allí conocerán a Stephen (un inmenso Samuel Jackson), un intimidante anciano que fue esclavo y ahora maltrata a otros negros como si él fuera un blanco. Todos estos personajes confluyen en la mansión de Candie, en donde tiene lugar una escena en el comedor en la que a Tarantino le basta con sus actores y los diálogos para crear una tensión creciente de manera magistral. La resolución, totalmente explosiva, apabulla. DJANGO SIN CADENAS tiene momentos que se extienden más de la cuenta, en un claro regodeo de Tarantino con sus personajes, con su historia y sus diálogos. Es como si el director se negara a resumir aquí o allá por su ego o por un simple enamoramiento de su propio relato. Parece justo que él decida no limitarse en una película que, más allá de un homenaje, resuena como un impactante grito de libertad. La película retrata tiempos difíciles y violentos, en la que la mayor batalla, la más heroica, se da en el interior de los personajes: parece imposible que alguien escape de su pasado (se muestra que muchos bandidos intentan llevar vidas normales con nuevas identidades, hasta que Schutlz y Django les dan caza) y de su futuro, ya sea por decisión propia o porque otros los han atado (Candie se pregunta en un momento por qué los negros no se rebelan y matan a los blancos). Pero de vez en cuando aparece alguien que lucha contra todo eso, ese “uno en diez mil”, que entiende que para romper las cadenas de los otros, primero debe romper las suyas.
EL SHOW DE LOS PECADOS Dos horas. Ese es el tiempo que la directora Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal se toman en LA NOCHE MÁS OSCURA (ZERO DARK THIRTY) para retratar de forma minuciosa la investigación que permitió al gobierno de Estados Unidos encontrar a Bin Laden, el líder de la organización terrorista Al Qaeda. Recién entonces, se muestra el intenso operativo de (aproximadamente media hora de duración) que muchos querían ver. La tensa secuencia en la que los militares yanquis abaten al barbudo en su casa-escondite en Pakistán está filmada de forma contundente y realista, sin concesiones: los fogonazos de inhumanidad, de bestialidad, se mezclan con cierto aire de satisfacción velada, como si una especie de “había que hacerlo” sobrevolara el final de la película, pero al mismo tiempo esta no se permitiera el festejo desmedido ni la heroicidad. Si bien el preámbulo (el camino para llegar al operativo) se vuelve por momentos demasiado pesado o lento, este inicio es una preparación necesaria para poder sentir en el último tramo del film todo el nerviosismo y la ansiedad que sufre la protagonista, la agente de la CIA Maya (Jessica Chastain), quien es la principal responsable de haber encontrado a quien se consideraba como el culpable máximo del atentado del 11-S. Sólo de este modo, una situación de la que ya todos conocemos el desenlace (es decir CUIDADO, SPOILER Bin Laden muere FIN DEL SPOILER), puede vivirse con verdadera intensidad dramática, algo que Bigelow logra resolver con maestría. Es quizás en los dos primeros tercios en los que el film tambalea un poco: la historia de la agente Maya, una mujer tratando de salir adelante en un mundo de hombres (prácticamente una metáfora de Bigelow en Hollywood), es un recuento de las operaciones e investigaciones que permitieron dar con Bin Laden. Al principio, el método usado para obtener información es la tortura, que se muestra como un mal necesario para que EEUU pueda “hacer justicia”, lo que convierte a LA NOCHE MÁS OSCURA en una especie de confesión sin arrepentimiento, un show con los pecados de una nación. Por ejemplo, se muestra que con la llegada de Obama al poder, la violencia cómo herramienta para recabar datos es desterrada (el presi lo anuncia en los medios), pero al mismo tiempo, el operativo para acabar con Bin Laden resulta ser una operación secreta e ilegal en un país extranjero en la encima se asesina a personas inocentes: una llamativa incoherencia política que da bastante en que pensar. Maya, se va transformando con el paso de los minutos: al principio, recién llegada al campo de batalla, se la ve impresionada y asqueada por los brutales métodos usados contra el enemigo. Pero después se va endureciendo hasta enceguecerse en pos de su objetivo: así, su vida su vida se reduce a tratar de encontrar a Bin Laden. Sin embargo, LA NOCHE MÁS OSCURA no se aprovecha demasiado esta interesante idea, la de la guerra transformando a un personaje. Este concepto podría haber acercado a Maya al protagonista de VIVIR AL LÍMITE (THE HURT LOCKER, 2008), el anterior trabajo de Bigelow, pero es algo que se va dejando de lado mientras nos acercamos al tan esperado desenlace en pos de retratar con sobriedad los entretelones de la operación. La interpretación de Chastain es muy sólida, especialmente en las escenas del comienzo, cuando se la muestra fuera de lugar, o en el cierre, cuando sufrimos junto a ella toda la expectación por esa cacería final.
OBSESIÓN POR LOS DETALLES La importancia de los detalles es una idea que se repite varias veces a lo largo de TESIS SOBRE UN HOMICIDIO, un co-producción argentino-española protagonizada por Ricardo Darín. Se nota que el director, Hernán Goldfrid, también tuvo en cuenta ese concepto en la realización de la película, de gran calidad técnica y buena generación de climas. La sólida puesta en escena le presta atención a todos esos pequeños componentes que le otorgan al film una pátina de sobriedad, que se mezcla con momentos de una confusión brumosa que sirven para retratar el estado mental del protagonista: el especialista en derecho penal Roberto Bermúdez (Darín) se involucra en la investigación de un crimen sucedido en la Facultad de Derecho, a metros del aula en la que enseña. Él se lo toma como un reto personal y, luego de investigar un poco y de reflexionar, tiene motivos para pensar que el culpable es uno de sus alumnos, quien es además un admirador suyo e hijo de un amigo. La obsesión germina en la mente de Bermúdez y se esparce por su cuerpo, como una enfermedad, nublándolo todo. El prestigioso profesor, convencido de que el asesino matará de nuevo para demostrar su idea de la Justicia, hará todo lo posible para proteger a quien cree que podría ser la siguiente víctima, una chica llamada Laura Di Natale (Calu Rivero). El guión, escrito por Patricio Vega, se basa en una novela del mismo nombre y aunque hay –obviamente- similitudes a grandes rasgos, la adaptación sigue un rumbo diferente a la del material original: mientras que en el libro la historia se relata desde dos puntos de vista en forma intercalada, el film se centra en Bermúdez. A favor, esto permite un mayor uso del suspenso, pero al mismo tiempo genera algunos inconvenientes: por ejemplo, el involucramiento de Bermúdez en el caso se siente forzado, algo que en la novela no pasa porque ésta se relata en primera persona. Darín, por su parte, cumple con su papel de académico cínico en una interpretación similar a lo que nos tiene acostumbrados, pero sin sorprender. También es buena la composición de Ammann como el intrigante Gonzalo, aunque no pasa lo mismo con Calu Rivero, que brinda una actuación poco expresiva. TESIS SOBRE UN HOMICIDIO profundiza menos que el libro en las reflexiones acerca de la justicia -algo entendible- para centrarse más en el componente del thriller, aunque llamativamente hay varios momentos en los que a la trama les cuesta avanzar, especialmente después del descubrimiento del cadáver en la Facultad de Derecho. En comparación con la novela, la estructura del film también busca desarrollar más el conflicto interno del personaje con respecto al seguimiento del crimen. Sin embargo, el juego de paranoia propuesto sólo se aprovecha cerca del desenlace y de manera menos ambigua de lo que parece. Eso sí, el apresurado final corta con la tensión generada de manera abrupta, algo que seguro dejará con ganas a más de uno.
LOS ÁNGELES Y LOS DEMONIOS FUERZA ANTIGÁNGSTER (GANGSTER SQUAD) tenía todo a su favor para ser una gran película, empezando por su género (¿a quién no le gustan las películas de la mafia?). Segundo, su director: Ruben Fleischer había demostrado su pericia con la genial ZOMBIELAND (2009) y con la divertida y subvalorada 30 MINUTOS O MENOS (30 MINUTES OR LESS, 2011). Pero claro, ambas son comedias: la cuestión era ver si el cineasta se bancaba el desafío de contar una violenta historia de mafiosos y policías situada en 1949 en Los Ángeles. Un tercer aspecto llamativo del film es su elenco, encabezado por Josh Brolin, Ryan Gosling, Emma Stone y Sean Penn. Y sin embargo, todo ese potencial es desperdiciado a causa de un guión predecible y por momentos muy trillado, un guión que no permite que la película despegue de su chatura. Quizás haya ciertos aspectos para destacar, como la excelente ambientación y el vestuario, pero al mismo tiempo hay otros elementos negativos, como esas enormes secuencias de acción que no transmiten ningún tipo de pasión por lo que se está contando (como la deslucida persecución, el tiroteo en Chinatown o el obvio combate final). El resultado de esta lucha interna entre sus pros y sus contras, sus ángeles y sus demonios, es una producción no del todo lograda, incapaz de generar algún tipo de emoción, más allá -claro- del calentamiento global que genera Stone. Los problemas del guión arrancan con sus estereotipados personajes, que no están demasiado desarrollados y que siguen motivaciones bastante obvias. Los heroicos policías que conforman el Escuadrón Antigangster son reclutados por el incorruptible O`Mara (Brolin) en una secuencia bastante pobre y sin complicaciones. Casi todos los agentes de la Ley son definidos con burdos trazos y no son más que una cara, un nombre y alguna característica diferenciadora (el “cowboy” pistolero-bigotudo, el negro con navaja, el nerd familiero, el mexicano gracioso y medio inútil, etc.). El film le dedica algo más de tiempo al joven y descreído Jerry (Gosling), pero la composición no está del todo lograda: algo raro pasa con su voz y sus gestos, que lo hacen ver como un lánguido y dulce nabo. Además, el burdo disparador que lo impulsa a sumarse al grupo de policías se ve venir desde varios minutos antes de que suceda. Por otra parte, la interpretación de Sean Penn como el jefe mafioso Mickey Cohen es exagerada y demasiado teatral, lo que no permite que el villano sea la pieza central que todo relato necesita.
UNA FIESTA EN MEDIO DE LA NADA A veces es hora de parar un poco. De desconectarse y simplemente dedicarse a festejar. Y que mejor manera de descansar que retirarse a una cabaña en medio del bosque: es allí, en esta especie de oasis, donde el director Drew Goddard y el co-guionista Joss Whedon, se ponen cómodos, se echan en reposeras al sol y se dedican a compartir su amor por el cine de terror. Su película, LA CABAÑA DEL TERROR (THE CABIN IN THE WOODS, 2012), funciona a modo de homenaje descomunal y festivo, como una apiladora autoconsciente de clichés y estereotipos que asusta y hace reír al mismo tiempo. Y así como THE EXPENDABLES emocionó a los fans de la acción, los seguidores del horror (y todos sus sub-géneros) estarán más que contentos con este film original y disparatado en el que nada es lo que parece. Con más sustos al comienzo que sobre el final, la trama no deja de mutar: es en el último tercio, que avanza a pura intensidad, donde todo se descontrola de forma bizarra y delirante. Lamentablemente, este es uno de esos casos en que no se puede analizar demasiado el film sin arruinar sorpresas de la trama. Sólo diremos aquí que el punto de partida es todo un lugar común: cinco amigos parten rumbo a una alejada cabaña y, tras el esperable encuentro con el lugareño tétrico, finalmente llegan al lugar elegido para distenderse y pasarla bien (o sea: tomar, fumar marihuana, ponerla, etc.). Una vez allí, como es de esperarse, despertarán sin querer una fuerza sobrenatural que empezará a acecharlos. Mientras tanto, se nos irá mostrando en paralelo la historia de lo que parecen ser dos técnicos u oficinistas que están trabajando en algo que no se entiende muy bien al comienzo. De a poco las piezas irán encajando y lo que en un principio parecía más de lo mismo se revela como algo totalmente inesperado. Siempre canchera, siempre pícara, LA CABAÑA DEL TERROR arranca inquietando para después, en total complicidad con el espectador, otorgarle un sentido a todos los lugares comunes del género. Whedon y Goddard ofician a modo de anfitriones en una celebración que busca, más que nada, satisfacer a los fans del horror, en una clara referencia al gigantesco misterio que se oculta detrás de todo lo que sucede en el film. Y es saludable que, en tiempos de sequía para el terror, al menos haya espacio para aplaudir, recordar, emocionarse y gritar con todas esas películas que nos obligaron a dejar la luz prendida en los últimos años. Una fiesta en medio de la nada, digamos.
OTROS MUNDOS “El mundo no está en tus mapas ni en tus libros. El mundo está ahí afuera”, le dice Gandalf (Ian McKellen) a un Bilbo (Martin Freeman) que no se decide a emprender una aventura. Y con toda la humildad del mundo, voy a disentir con el mago: creo que hay un mundo en cada relato, en cada novela, en cada película. Y a diferencia de Bilbo, que al principio tiene miedo, nosotros no necesitamos que nadie nos convenza para recorrerlos, y menos a este en particular: el director Peter Jackson ya nos había conquistado con la trilogía de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS (THE LORD OF THE RINGS) y desde hace varios años que somos muchos los que deseábamos regresar a la fantástica Tierra Media, ese mundo mágicamente vasto creado por JRR Tolkien. La espera se tornó casi insoportable y, finalmente, volvimos: EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO (THE HOBBIT: UN UNEXPECTED JOURNEY), ese viaje tan esperado, cumple con las expectativas. Mucho tiene que ver la maestría con la que Jackson nos guía por esos paisajes fascinantes rodeados de magia, personajes queribles, impactantes efectos visuales y una potente banda sonora. Y como toda expedición, esta comienza en algún lado: a la apacible aldea de Bolsón Cerrado llegan un mago y 13 enanos que pondrán patas (peludas) para arriba la hasta entonces tranquila vida del hobbit Bilbo Bolsón. Juntos partirán hacia tierras salvajes con el objetivo de reclamar el reino de Erebor, ahora ocupado por un monstruoso dragón. Pero el camino no será nada sencillo. La primera entrega de esta nueva trilogía (que son precuelas de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS) adapta en casi tres horas las primeras 120 páginas de la novela en la que se basa. Sabemos que ha sido muy cuestionada la decisión de Jackson de filmar tres películas con un libro de menor extensión que cualquier volumen de la trilogía del Anillo y, hay que reconocerlo, la sensación de que el relato ha sido estirado se nota en ciertos pasajes: la extensión no es problema cuando se lee, pero en una película la situación es diferente. La llegada (y presentación) de los enanos a Bolsón Cerrado se extiende demasiado, aunque tiene muy buenos momentos humorísticos. Algo similar pasa con la visita a Rivendel, una pausa quizás necesaria para que el resto de la película avance fluidamente después. También hay ciertos elementos de la historia (como las escenas de Radagast y lo de “el mal que está cobrando fuerzas”) que se sienten demasiado inconexas con la aventura de Bilbo, pero son cuestiones que se explorarán en las dos secuelas que nos faltan ver. La actuación de Martin Freeman es sencillamente genial: su Bilbo es conmovedor, gracioso e incluso valiente cuando tiene que serlo. Quizás la escena en la que mejor se note la capacidad del actor es durante el encuentro con Gollum, personaje también interpretado de manera impecable por Andy Serkis con la técnica de captura de movimiento. Ambos se lucen en un duelo de acertijos que es uno de los momentos más logrados del film. Ian McKellen nos regala otra de sus brillantes interpretaciones como Gandalf, personaje que logra emocionar (y mucho) sólo con la voz y esa mirada de mago viejo que tanto dice (destaco la conversación entre él y Galadriel, en la que explica porqué eligió al hobbit como compañero de aventuras). En cuanto a los enanos llama la atención de que a pesar de la película sea bastante extensa, los guionistas no se hayan tomado el trabajo de desarrollarlos mejor como personajes (sí, ya sé que en el libro pasaba algo así y son varios, pero si hacés una película tan larga podrías explorar un poco más sus personalidades, que te cuesta): sólo Thorin (Richard Armitage) y Balin (Ken Stott) tienen sus momentos, y en menor medida Dwalin (Graham McTavish), Fili (Dean O`Gorman), Kili (Aidan Turner) y Bofur (James Nesbit). El resto están prácticamente de relleno o en el rol de comic relief. Los fanáticos de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS se emocionarán hasta las lágrimas con las muchas referencias a aquella trilogía que aquí encontrarán, desde algunos temas musicales hasta ciertas escenas o pequeños momentos muy reconocibles. Pero aquí quiero detenerme para mencionar el que creo que es uno de los pocos puntos en contra de la película: de vez en cuando, las referencias pasan a convertirse en meras repeticiones de secuencias ya vistas en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Como ejemplos de esto se pueden mencionar las escenas en la Ciudad de los Trasgos (que son bastante similares al escape de las Minas de Moria en LA COMUNIDAD DEL ANILLO) o la peligrosa marcha por las Montañas Nubladas (que remite al momento en que la Comunidad del Anillo atraviesa el Paso de Caradhras). Aunque la culpa de esto no es de Peter Jackson, ya que estas situaciones ya estaban en la novela “El Hobbit”, se echa en falta algo de sorpresa o la sensación de asombro que generaron en su momento LA COMUNIDAD DEL ANILLO y sus continuaciones. En EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO también se destaca el brillante uso del 3D (uno de los mejores que vi): la técnica suma mucho cuando se quiere generar la sensación de profundidad y en los primeros planos de trolls, trasgos y otras bestias. Además, están muy logrados los escenarios, los set-pieces y el diseño de la mayoría de las grotescas criaturas que amenazan a nuestros héroes. Teniendo en cuenta que las dos secuelas que nos faltan por ver se filmaron prácticamente en simultáneo, es seguro que todos estos aspectos positivos se mantendrán. Sólo queda esperar una historia con un ritmo más intenso y con mayor cantidad de momentos que sorprendan. Ahora es tiempo de tomar un descanso en el camino: en un año veremos cómo siguen las andanzas de Bilbo y compañía. Pero ¿qué hacer hasta entonces? Hay otros libros, otras películas, otros mundos por recorrer: vayan, viajen si quieren, pero sepan que siempre, en algún rincón de su mente, estará la Tierra Media aguardando, latente, como un anillo mágico que espera ser encontrado.
EL VASO MEDIO VACÍO Hay quienes dicen que el alcohol es el perfecto “lubricante social”: con un par de copas encima, una aburrida reunión puede convertirse en la fiesta del siglo. Claro que una cosa es lo que ve el borracho y otra cosa es la realidad: al día siguiente, masticando la resaca, el post-ebrio siente que se divirtió como nunca, aunque sus sobrios compañeros de juerga (quizás algo envidiosos) afirmen que la noche anterior no fue gran cosa. Y el film LOS ILEGALES (LAWLESS) se asemeja, durante casi todo su metraje, a un borracho molesto, que se cree más de lo que es y se pasea por la pista (o la pantalla) ostentando esa falsa sensación de seguridad que le brinda su elenco y el rótulo de estar basada en una historia real. Uno de los personajes principales, Forrest Bondurant (Tom Hardy), también está embriagado de su propia leyenda: tras haber sobrevivido a guerras y epidemias se cree inmortal (además de que, como efecto secundario, se la pasa mascullando y balbuceando). Y es él, imponente y silencioso, quien lleva adelante el emprendimiento familiar: la fabricación y venta de licor, algo que en la época y el lugar en que se desarrolla la historia estaba prohibido por ley: la década del 30’, en Estados Unidos. Forrest es ayudado por sus dos hermanos, Howard (Jason Clarke) y el pequeño e inútil Jack (Shia LaBeouf). El negocio de estos tres campesinos barderos marcha bien, hasta que llega a su pueblo un funcionario de la ciudad que quiere su parte. Pero guarda, porque los Bondurant no cederán a la presión. La historia de LOS ILEGALES arranca bien, especialmente con la llegada del despiadado “villano”, el afeminado y raro Charlie Rakes: el personaje es llamativo, pero por momentos la composición de Guy Pearce bordea la caricatura y se siente como si el actor no estuviera del todo cómodo en su papel o no lograra encontrar el tono adecuado. Luego, el argumento decae un poco, junto a la desaparición de Rakes y en coincidencia con las aburridas historias de Jack intentando impresionar a sus hermanos o de Jack tratándose de levantar a la insulsa Bertha (Mia Wasikowska) o cualquiera en la que aparezca Jack. Probablemente sea Hardy el actor más sólido del elenco (Forrest también es de los más interesantes), pero lo cierto es que el resto no tiene demasiadas oportunidades de brillar a causa del guión: la bella Jessica Chastain hace lo que puede con un personaje pobremente escrito (ok, al menos se pone en gomas) y la participación del grandioso Gary Oldman como el gángster Floyd Banner apenas pasa de un cameo. Por otra parte, es interesante notar lo poco que ha crecido Shia LaBeouf como intérprete: desde los inicios de su carrera no ha hecho más que hacer del “nabo buenito”, rol del que no parece demasiado preocupado por alejarse. ¿Y el personaje de Jason Clarke? “¿Quién?”, se preguntarán ustedes. Exacto. El otro de los Bondurant está tan desdibujado que a veces parece que son dos hermanos nada más. El desenlace es violento y llega sin demasiadas complicaciones: sin embargo, el final podría haber sido algo más oscuro y menos edulcorado. Pero bueno, es hora de apurar el trago: en síntesis, LOS ILEGALES es una película visualmente atractiva (algo logrado gracias a un muy buen trabajo de ambientación y fotografía) pero posee un guión demasiado básico, tibio, olvidable, que no fluye correctamente y que presenta unos cuantos lugares comunes, especialmente las penosas subtramas románticas. Algunos verán el vaso medio lleno, otros lo verán medio vacío. Una cosa es segura: no sufriremos la resaca.