LUJOSAMENTE VACÍA Seguramente escucharán a alguno decir que COSMÓPOLIS es una película que hace un acertado retrato del capitalismo o de la sociedad de la información. Probablemente habrá alguien que destaque los crípticos diálogos o las metafóricas secuencias de la nueva obra de David Cronenberg. Quizás haya alguien que diga que hace falta verla varias veces para desentrañar su complejidad filosófica. Y todo los que digan eso estarían mintiendo. Porque la experiencia de ver el film basado en la novela de Don DeLillo sólo puede definirse como tediosa e inútil. COSMÓPOLIS es una presuntuosa película basada en un aún más presuntuoso libro, cuyo monótono relato y sus incoherentes y risibles diálogos ponen tristemente en evidencia la forma desesperada en la que se quiere decir algo sobre el mundo. Sin embargo, es tanto el empeño que se pone en filosofar que cada escena y cada personaje se vuelven insoportables. Súmenle a eso la pétrea caripela de Robert Pattinson en la piel del protagonista y es suficiente para que estemos ante una de las películas más aburridas, vacías y pretenciosas del año. La historia sigue a Eric Packer (Pattinson), un joven y adinerado empresario que recorre la ciudad en limusina con la intención de cortarse el pelo. Va a todos lados acompañado por su guardaespaldas (Kevin Durand), quien constantemente le informa de amenazas a su seguridad. En el camino se encontrarán con numerosas personas que, siempre a bordo del lujoso auto, conversarán con Packer de boludeces que no le interesan a nadie, pero haciéndolas parecer extraordinarias reflexiones filosóficas sobre el capitalismo, el futuro, la sociedad y otras huevadas del estilo. Ah, y ellos siempre hablando de una forma tan estúpidamente enredada que, en comparación, hacen quedar al Arquitecto de MATRIX RECARGADO (THE MATRIX RELOADED, 2003) como Dora la Exploradora. La inexpresividad de Robert Pattinson se manifiesta en cada una de sus escenas, ya sean en las que simplemente habla o cuando intenta hacernos creer que tiene sexo. La verdad que este muchacho haría bien en usar el dinero que cobró por su ¿actuación? para fundar el Centro de Rehabilitación para Actores con Parálisis Facial. El resto del elenco (a excepción de Paul Giamatti) sigue la línea de Pattinson, especialmente la rubia desabrida que hace de su esposa y que ni siquiera tengo ganas de buscarla en IMDB para saber cómo se llama. Los incoherentes diálogos de COSMÓPOLIS son expresados por los actores como si no entendieran lo que están diciendo: los personajes cambian de tema rotundamente, sin ningún tipo de coherencia ni cohesión. Ah, y agárrense porque hay perlitas como la siguiente (y no, el contexto no importa, las frases son igual de malas dentro o fuera del film). Un personaje señala: “Los agujeros son interesantes. Hay libros sobre los agujeros”. Y otro personaje agrega: “Hay libros sobre… la mierda”. Podría haber añadido que también hay películas sobre la mierda. Y películas de mierda. Como COSMÓPOLIS.
EL PASADO Y LO QUE VENDRÁ El pasado puede ser una pesada ancla que empuja hacia el fondo y no deja avanzar. Pero también puede ser los cimientos sobre los cuales construir el futuro. Y OPERACIÓN SKYFALL, la película número 23 de James Bond, es una reflexión en torno a eso, a la misma esencia de un espía que tras 50 años de aventuras cinematográficas se sigue reinventando. El film se planeta qué hacer con un personaje casi convertido en cliché, luego de Bournes y parodias varias. ¿Reinventarse o morir? ¿Vale la pena seguir resucitando? ¿Y qué hacer con medio siglo de misiones, chicas Bond, martinis agitados no revueltos? El pasado también se convierte en un elemento central en la trama, cuando M (Judi Dench) y toda la organización MI6 es amenazada por un terrorista, alguien que quiere que la jefa de 007 piense en sus pecados, en lo que hizo, tal como le dice en un mensaje cuando hackea su computadora. Bond (Daniel Craig), quien había sido dado por muerto en una misión en Turquía al comienzo del film, regresa (resucita) y será el único capaz de detener al villano. La trama también profundiza en la relación entre M y Bond y nos permitirá conocer algo del pasado del protagonista, más allá de la superficie, más allá de sus trajes elegantes. OPERACIÓN SKYFALL (que, nota aparte, es un pésimo título traducido porque en la película no hay ninguna “Operación Skyfall”) regresa a las raíces de Bond, en cuanto creación y en cuanto personaje/persona, algo curioso porque, tras medio siglo, nos damos cuenta de que no sabemos mucho acerca de él y de su historia personal (hasta ahora se había mostrado como un hombre sin pasado). Aquí, 007 es presentado como un agente maduro y experimentado, que prefiere hacer las cosas a la vieja usanza (se afeita con una navaja, por ejemplo). Hay constantemente una tensión con el futuro, con lo que vendrá: así, Bond se muestra algo reacio a trabajar con el nuevo Q, personaje característico de la saga (ese que le da a Bond sus artefactos tecnológicos) que regresa ahora convertido en un joven nerd. En su primer encuentro, 007 le dice que “juventud no garantiza innovación”. El jokerístico villano Raoul Silva (Javier Bardem) también está vinculado al pasado de M y de la organización MI6: tarda en aparecer, pero cuando lo hace, lo primero que llama la atención es su aspecto, más rubio que Bond, sus movimientos amanerados y sus gestos, que mezclan locura y agobio. Es para destacar su presentación, con un largo monólogo mientras camina, y su contradictoria filosofía anti-pasado (“Perseguir espías es tan anticuado”, dice), pero al mismo tiempo es el pasado lo que impulsa su venganza. Lamentablemente sus planes resultan ser algo estúpidos y le quitan fuerza como antagonista. Lo más importante que hace Silva es obligar a los personajes a recordar, a pensar en lo que hicieron mal. Y esto, indefectiblemente, lleva a mirar hacia el futuro: ¿Cómo seguir? ¿Qué cambiar? ¿Qué mantener? Quizás sea simplemente la nostalgia por el festejo de los 50 años del personaje, pero la etapa Daniel Craig, que comenzó con CASINO ROYALE (2006), parece haber tomado un nuevo rumbo. De hecho, en OPERACIÓN SKYFALL no hay ningún punto de contacto con la historia que se venía contando hasta ahora sobre la organización terrorista Quantum. Esto puede verse como un paso atrás, pero fue necesario luego del tropezón que supuso QUANTUM OF SOLACE. Esta es una película que reflexiona sobre sí misma y sobre toda la saga, con varios homenajes a entregas anteriores, como la reaparición de ciertos personajes (por ejemplo, Q) y del famoso auto Aston Martin DB5. Hasta ahora, el Bond de Craig se había parado frente al mundo como un héroe realista, tratando de mostrarse moderno y alejado de los Bond anteriores y sus clichés. En OPERACIÓN SKYFALL, abraza y acepta su pasado: se reconoce, se admite, reivindica su esencia. Bond volverá, como siempre, para seguir avanzando hacia el futuro, pero sin dejar de mirar nunca hacia el pasado.
VALE TODO En una esquina, Will Ferrell. En la otra, Zach Galifianakis. Los dos grosos del humor se enfrentan en LOCOS POR LOS VOTOS (THE CAMPAIGN), una comedia que se ríe de los oscuros manejos de la política y de las campañas electorales, en las que todo vale con tal de sumar votos . Los actores interpretan a dos candidatos que pelean por un lugar en el congreso: el primero es el amoral Cam Brady (Ferrell), quien es el más experimentado con respecto a los manejos políticos y no duda en engañar a la opinión pública si tiene que hacerlo. Cuando creía que su victoria era segura a pesar de una caída en su imagen, aparece el raro e idealista Marty Huggins (Galifianakis), quien está apoyado por dos empresarios con oscuros planes. Es entonces cuando empezará una dura contienda en la que el fin justificará los medios. Ambos competidores se darán con todo: delirantes spots, cámaras ocultas, negociados, insultos en medio de los debates y hasta enfrentamientos físicos para ver quien besa primero a los bebés. A diferencia de otras películas con Ferrell, LOCOS POR LOS VOTOS hace un mayor uso del humor escatológico y deja un poco de lado los momentos absurdos. Mucho tiene que ver el director, Jay Roach , quien demostró su pericia para los chistes fuertes y asquerositos en las sagas de los Fockers y de Austin Powers. Por otra parte, los actores principales parecen estar un poco más ceñidos al guión que en otras ocasiones y se extrañan esas delirantes líneas de diálogo a las que nos tiene acostumbrados Ferrell y que solamente pueden surgir en los momentos de improvisación . En cuanto a las actuaciones, Galifianakis aventaja a Ferrell con su composición: Huggins no parece ser el calco de otros personajes del gordito barbudo, a diferencia de lo que sucede con Ferrell, quien no logra otorgarle a Cam Brady algún aspecto novedoso. De hecho, las mejores actuaciones pueden encontrarse en los personajes secundarios. Si LOCOS POR LOS VOTOS fuera un candidato político, seguramente se destacaría por su simpatía (prefabricada, eso sí), pero no lograría hacer méritos suficientes para ganar las elecciones.
EL TIEMPO NO CURA NADA Los viajes en el tiempo son un interesante recurso para contar buenas historias de ciencia ficción. Pero meterse con las variaciones cronológicas y sus paradojas puede ser algo muy riesgoso. En LOOPER: ASESINOS DEL FUTURO sólo basta con un manotazo de un enojado Bruce Willis contra una mesa seguido por un “¡No importa!” para que dejemos de preguntarnos acerca de las reglas de este mecanismo en el film . El director y guionista Rian Johnson ha dicho que en esta película no son importantes los viajes en el tiempo en sí, sino las vivencias de los personajes a partir de este recurso. Y en el film, eso queda bien plasmado en ese golpe furioso de Willis, que hace de Joe, un viejo asesino que regresa en el tiempo y se encuentra con su versión joven, interpretada magistralmente por un Joseph Gordon-Levitt con la cara cubierta de unas horribles e innecesarias prótesis faciales. Pero tras un inicio prometedor, la cosa empeora. La película tiene un buen comienzo , en el que se muestra ese mundo en el que trabajan los loopers, cuya tarea es matar a la gente enviada desde un futuro aún más lejano por la mafia. El funcionamiento de estos asesinos a sueldo es explicado por una voz en off del Joe joven, un recurso que, por momentos, resulta redundante e injustificado. Sin embargo, el mundo ideado por Johnson es una construcción sólida y lo suficientemente atrayente como para ser un interesante punto de partida. Por eso es una pena que no haya logrado desarrollar esa buena idea: el comienzo, con todos sus originales detalles, se diluye con la aparición del desabrido personaje de Emily Blunt y el misterioso niño de la granja. Ahí, el guión deriva en una trama ridícula y forzada, tan artificial como las prótesis que Gordon-Levitt usa para parecerse al viejo Willis. Es en ese momento cuando la historia, que había iniciado con fuerza, se estanca. Hay ciertos momentos de sentimentalismo (ej: los recuerdos del Joe viejo) que no encajan y una secuencia casi autoparódica en la que Willis mata a un montón de enemigos, en lo que parece ser una descolgada escena/chiste de THE EXPENDABLES. La decepcionante conclusión del film se siente exigida, como si el director se obligara a cerrar el loop de su propia historia luego de darse cuenta de que estaba algo perdido.
CREER Y DESPUÉS REVENTAR Había bastantes expectativas con respecto al nuevo proyecto de Rodrigo Cortés, un tipo que en su trabajo previo, ENTERRADO (BURIED, 2010), había sido capaz de filmar una gran película adentro de un ataúd y con un solo actor (que encima era el madera de Ryan Reynolds). Su siguiente film, LUCES ROJAS (RED LIGHTS, 2012), es más ambicioso en muchos sentidos. Tiene una historia más "grande", que toca temas trascendentales (la vida después de la muerte, el clásico debate fe versus ciencia y hasta la existencia o no de los fenómenos paranormales) y cuenta con un elenco de nombres importantes: Cillian Murphy, Sigourney Weaver, Robert De Niro, Toby Jones, Elizabeth Olsen y Leonardo Sbaraglia (sí, el argentino). No es malo apuntar más alto, pero el reverso negativo de esa búsqueda se hace notorio en ciertos aspectos, como la presuntuosidad de algunos diálogos, especialmente los de la doctora Margaret Matheson (Weaver), quien junto a su asistente, Tom Buckley (Murphy), se dedica a desenmascarar a los psíquicos, videntes y parapsicólogos que dicen tener poderes sobrenaturales. Cuando el mentalista Simon Silver (De Niro) regresa de su retiro, Buckley intentará convencer a su jefa para que lo investiguen, aunque ella se negará por cuestiones personales. La primera mitad de LUCES ROJAS es superior a la segunda: la buena presentación de los personajes, su mundo y sus inquietudes están bien plasmadas, pero todo se desperdicia con un final sorpresivo pero sin demasiada potencia que no logra aprovechar lo que se había construido hasta ese momento. Es como si el desenlace, a pesar de toda su teatralidad, le quedara chico (qué paradoja) a ese inicio paciente e intrigante que nos hacía tener fe en el cineasta español. Pero como toda burbuja, aunque esta se infle de forma prometedora, se produce el estallido inesperado pero ineludible: en el aire sólo quedan microscópicas gotas de agua flotando imperceptiblemente. Luz roja, entonces, para Rodrigo Cortés: que frene, aproveche y saque el mapa, que elija otro rumbo, porque viene bien, pero podría ir mejor.
ADORABLES CRIATURAS Genndy Tartakovsky, animador y creador de series de TV como “El Laboratorio de Dexter” y “Samurai Jack”, da un firme primer paso como director cinematográfico y demuestra con HOTEL TRANSYLVANIA que, más allá de los formatos de producción (2D o computadora) o exhibición (tele o cine), lo que importa verdaderamente es la originalidad y el talento. Y él tiene ambos. Porque su marca indeleble se deja ver en cada detalle de este film, desde el humor hasta los movimientos exagerados, casi grotescos, de los personajes. La película, poblada por decenas de adorables monstruos, se destaca por una considerable cantidad de gags que funcionan (sobre todo los de humor físico), por el original diseño de las criaturas y por un estilo de animación diferente y muy personal que permite que el ruso se plante ante Pixar, DreamWorks y los demás, y diga, con el pecho inflado de orgullo, “Atentos, aquí vengo yo con lo mío”. Lo que no convence del todo es la falta de fuerza del guión, por momentos aburrido o con elementos trillados, que tiene como escenario de fondo el fantástico Hotel Transylvania, un establecimiento dirigido nada más y nada menos que por el Conde Drácula al que acuden los monstruos cuando quieren descansar de los humanos. . El hotelero vampiro tiene una hija, Mavis, con la cual es extremadamente sobreprotector. Ella, a sus 118 años, está deseosa de salir a recorrer el mundo, pero su padre la mantiene encerrada en el castillo. La vida de todos cambiará cuando un despistado turista humano llegue al lugar por error. Allí, empezarán a sucederse una serie de divertidos y muy delirantes momentos, desde el recorrido por los pasajes secretos del hotel, hasta la fiesta en la pileta, sin olvidar la presentación musical de Frankenstein y compañía, y por supuesto las actividades propuestas por Drácula para celebrar el cumpleaños de su hija, como el bingo y el genial campeonato de “Dígalo con mímica”. Pero así como HOTEL TRANSYLVANIA da mucho por el lado del humor y lo estético, lo que falla es el argumento, principalmente en cuanto a la previsible manera en que se desarrolla la relación entre Mavis y el humano, y el total rechazo que Drácula tiene ante la idea de que su hijita se enamore, con todos los lugares comunes que eso implica. Fue muy acertada la decisión de Tartakovsky de alejarse de lo usual en cuanto a la animación por computadora: él decidió dejar de lado la pretensión de realidad y se concentró en imitar los movimientos exagerados de los viejos cartoons en 2D, recurso que le da mucha personalidad a sus personajes, en cuyos rasgos y gestos también se nota la mano del director. Y así como en la película hay algunos chistes que funcionan y otros que no, hay un personaje que no está a la altura del resto: es una vieja gremlin que come cualquier cosa de un rápido bocado para después decir “Yo no fui”. Más allá de que se trate de una creación fallida, la criatura bien podría ser una representación del director y la forma en que se hizo cargo del proyecto, cuando éste ya estaba en marcha y tras varios cambios de responsables. Esta situación no le impidió a Tartakovsky aportar sus ideas e insuflar a la producción con su estilo, casi fagocitarla con un tarascón gremliniano. Y no hace falta que diga nada: sabemos que fue él.
FUSILAR AL ESPECTADOR En una escena de RESIDENT EVIL 5: LA VENGANZA (RESIDENT EVIL: RETRIBUTION), la protagonista, Alice (Milla Jovovich), le está enseñando a disparar a otro personaje: “Es como una cámara”, dice sujetando un arma para hacer un juego de palabras entre “disparar” y “filmar”, que en inglés se dicen igual: “Shoot”. Del mismo modo, puede pensarse que para el director y guionista, Paul W. S. Anderson, filmar es igual a disparar. Y con esta quinta entrega de la saga –una de las peores–, el cineasta demuestra que él siempre tira a matar. De aburrimiento. Es que en esta nueva secuela hay poco y nada para rescatar: se trata de un film predecible, repetitivo y tedioso. ¿La historia? Intrascendente, minúscula: ahora, Alice debe escapar de unas instalaciones de Umbrella en las que estaba capturada. Así, irá atravesando escenarios virtuales que simulan diferentes locaciones. Al mismo tiempo, un grupo de rescate liderado por Leon Kennedy (Johann Urb) intentará sacarla de allí. El resto es lo de siempre: zombies, mutantes deformes, clones, explosiones, tiros, patadas y mucha cámara lenta. Y, como siempre, el final abierto y exagerado, casi una burla al espectador, da a entender que, lamentablemente, hay intenciones de que esto siga.. Los nuevos personajes, algunos muy queridos por los fans de los videogames en que esta saga se basa, no aportan nada: simplemente están allí como para que Anderson pueda decir: “Sí, hago aparecer a todos los personajes del juego”, pero podrían tener cualquier otro nombre y no importaría, porque tienen cero desarrollo. De las actuaciones ni hablar: Bingbing Li haría bien en devolver lo que cobró, porque como Ada Wong no hace más que repetir sus líneas sin ningún tipo de expresión. Johann Urb como Leon no se queda atrás y nos entrega una penosa interpretación, que hace juego con la vergonzosa caracterización del personaje. La única que se la banca es Milla Jovovich, como ya lo había demostrado antes, y que se merece el lugar de heroína de acción que se ha ganado. La actriz principal pega de lo lindo y se defiende desde lo interpretativo. Lástima que haya quedado en el medio de un desastroso guión plagado de arbitrariedades y ridiculeces. Los ejemplos abundan: Ada Wong se infiltra en una base en medio de la nieve usando un vestido (claro, tenía que usar la misma ropa que en el juego, no importa si se caga de frío o si es incómodo); el equipo de rescate liderado por Leon tiene balas infinitas; los soldados de Umbrella son más boludos que los Stormtroopers y sólo sirven para recibir balazos; (CUIDADO CON EL SPOILER) el Licker gigante rapta a la chiquita para meterla en un capullo (?) pero al resto de los personajes sólo los mata; en fin, así podría seguir y estaría contando toda la película (FIN DE SPOILER). No sólo hay pobreza en la construcción de la historia y de los personajes, sino en todos los aspectos de este film. Por ejemplo, ni siquiera se tomaron el trabajo de diseñar algún monstruo nuevo como enemigo final. Así, se siente como si RESIDENT EVIL 5: LA VENGANZA hubiera sido hecha con pocas ganas, porque no es más que una acumulación de secuencias tontas que sólo busca asombrar con el despliegue de efectos especiales, aunque está muy lejos de lograrlo: los muchos fallos de esta película son las municiones con las que Paul W.S. Anderson fusila al espectador de forma desaforada.
LA APARIENCIA LO ES TODO No es muy común que lleguen películas noruegas a los cines argentinos. Esta se estrena aquí por estar basada en una novela best-seller, por contar en su elenco con Nikolaj Coster-Waldau (Jamie Lannister en “Game of Thrones”) y porque pronto tendrá versión hollywoodense. Más allá de todos estos “atractivos”, lo cierto es que CACERÍA IMPLACABLE (HEADHUNTERS) es, en el fondo, un intenso thriller con un personaje principal interesante, interpretado con solvencia por el paliducho Aksel Hennie. El film trata sobre Roger, un cazatalentos de una importante compañía que esconde bajo una máscara de elegancia su otro “trabajo”: para mantener su lujoso estilo de vida, se dedica a robar valiosas obras de arte que después vende en el mercado negro. Según su filosofía, la reputación y el dinero son lo más importante, ya que le permiten, por ejemplo, que su hermosa esposa le siga dando bola. La vida de Roger cambia cuando conoce al misterioso Clas Greve, un ex - mercenario que tiene en su poder una antigua pintura que podría valer varios millones. Así, Roger se prepara para cometer un nuevo golpe, hasta que todo se va al carajo. Ahí iniciará una cacería con varias vueltas de tuerca y algunos momentos de humor negro bien logrados. Hay ciertos giros argumentales algo forzados, sobre todo al final, pero se trata, en resumen, de un film de suspenso que se sigue con interés. Uno de los puntos fuertes de CACERIA IMPLACABLE es el protagonista: Roger, para quien la apariencia lo es todo, es un personaje bien construido, tanto desde la interpretación como desde los diálogos y acciones. Las variadas situaciones por las que tiene que atravesar son también bastante llamativas y, por momentos, uno no puede más que aplaudir al actor por todas las cosas que se tuvo que bancar en la filmación, desde (OJO, AQUÍ NO ME QUEDÓ OTRA QUE METER UNOS CUANTOS SPOILERS) ponerse en bolas en medio del frío, hasta sumergirse en mierda (obvio que que no era mierda de verdad, pero ustedes entienden la idea) (FIN DE SPOILERS). El resto de los personajes no son tan atractivos, pero la culpa es del guión, que no los desarrolla lo suficiente, aunque las el resto del elenco sale bien parado. Es decir, si van a ver CACERÍA IMPLACABLE sólo para tener otra dosis del Lannister, quizás salgan un poco decepcionad@s. No quiero cerrar este texto sin antes desarrollar algo que mencioné antes: los mayores problemas del guión están en esos giros argumentales forzados, como la resolución precipitada de la historia, y la inclusión de ciertos elementos demasiado necesarios para el argumento, por ejemplo (CUIDADO CON EL SPOILER) el gel de transmisores GPS (FIN DE SPOILER), que resultan ser recursos demasiado postizos. Los momentos de humor negro y las escenas sorpresivamente crudas son quizás algunas de las marcas que señalan que estamos ante un film que no viene de Hollywood y que por eso se anima a mostrar un poquito más de lo que estamos acostumbrados a ver.
LA OTRA CARA El co-director de [REC] (2007) y [REC] 2 (2009), Jaume Balagueró, demuestra con MIENTRAS DUERMES que España es capaz de darle al mundo películas capaces de horrorizar o por lo menos de incomodar al espectador, algo que a Hollywood le cuesta cada vez más lograr. El nuevo film del cineasta europeo se diferencia de sus trabajos anteriores en cuanto a que se trata de una propuesta de suspenso creciente (los otros eran exponentes del terror más puro), con un inquietante personaje principal. Resulta muy interesante la manera en que este thriller retrata momentos que convierten en cotidiano el horror: las atrocidades se vuelven algo de todos los días y lo anormal se convierte en normal. En MIENTRAS DUERMES se ve la otra cara de la rutina diaria, del mismo modo que el protagonista tiene dos caras, la que muestra al mundo y la real: César (Luis Tosar) es el encargado de un edificio. Se muestra amable y servicial con los vecinos, pero en realidad esconde una personalidad desequilibrada. Es un hombre que se siente incapaz de ser feliz y está obsesionado con una vecina, Clara (Marta Etura), a la que espía constantemente. La película, al principio, muestra de forma dosificada esos pequeños gestos y detalles que revelan la locura de César, huellas que irán apareciendo con mayor fuerza a medida que pasan los minutos. Las dos caras de César también se plasman gracias al buen trabajo de fotografía e iluminación, que juega con las luces y sombras del edificio en el que vive y trabaja el protagonista. También resulta bastante interesante el uso que se le da a la radio, que sirve para reforzar esa dualidad: César, que se despierta a la madrugada (todo es oscuridad), escucha esos programas de radio nocturnos en los que la gente comparte sus penas y, especialmente, aquellas causadas por la soledad (uno de los grandes temas del film). Clara se levanta cuando ya ha salido el sol (los ambientes se llenan de luz cálida en estos momentos), con música movida y locutores que le ponen mucha onda para así ayudar a los oyentes a que salgan de la cama con todas las pilas. Es gracias a un impecable Tosar que la película mantiene el interés. Es más, resulta difícil creer que sea la misma persona que interpretó al preso Malamadre de CELDA 211, una composición totalmente diferente a César. En MIENTRAS DUERMES, el actor consigue que su personaje genere una extraña fascinación, algo fundamental si se tiene en cuenta que el guión se cuenta desde el punto de vista del victimario y no de la víctima, como suele ser costumbre, aunque tampoco es un recurso totalmente novedoso (lo usó Alfred Hitchcock, por ejemplo). Así como en [REC] y su secuela se utilizaba la oscuridad para asustar, MIENTRAS DUERMES aprovecha bien otro de los grandes miedos: las horas de indefensión del sueño. También se juega con otros conceptos, como la ya mencionada soledad y la búsqueda de la felicidad, aunque desde un enfoque retorcido. Si hay algo que caracteriza a este film es el suspenso, que irá aumentando progresivamente hasta llegar a un clímax narrativo que no está a la altura de la acertada manera en que el director fue construyendo todo lo anterior, de forma pausada, con paciencia. Se trata de un final sin sorpresas, algo decepcionante, pero que, al menos, deja esa sensación inquietante que no cualquier película puede lograr.
UNA DE JASON STATHAM Jason Statham se ha convertido en un héroe de acción bastante solicitado. El pelado es groso y sabe pegar, pero labura tanto dentro del género que corre el riesgo de que su currículum se llene de films similares. Así, como a algunos les cuesta diferenciar un chino de otro o a un pelado de otro (imagínense un chino pelado), las películas de Statham ya se empiezan a parecer demasiado entre sí. EL CODIGO DEL MIEDO (SAFE) incluye tiros, patadas, piñas y un protagonista pelado y silencioso con cara de malo. Nada nuevo. El guión trata sobre Mei (Catherine Chan), una chinita superdotada (con mucha capacidad para recordar números y hacer cálculos) que es secuestrada por la mafia de su país y llevada a Estados Unidos: allí, los criminales asiáticos se aprovecharán de sus capacidades. Mientras tanto, el ex-luchador de MMA (Artes Marciales Mixtas) y ex-policía Luke Wright (Statham) se va a vivir a la calle: es que el tipo quedó muy deprimido porque la mafia rusa mató a su esposa en venganza por haber arruinado una pelea que estaba arreglada. Entonces, los caminos de Mei y Luke se cruzan y juntos tendrán que escapar de los chinos, de los rusos y de policías corruptos. Con esta premisa, bastante parecida a la de ALGUIEN SABE DEMASIADO (MERCURY RISING, 1998), se desarrolla EL CÓDIGO DEL MIEDO, film con un ritmo vertiginoso y varias secuencias de acción que no aportan nada nuevo al género. Aunque la interpretación de Statham es convincente (da de esos golpes que parecen doler de verdad), el pelado hace el papel de siempre. La chinita sale bien parada en su debut actoral: se banca los largos minutos en pantalla al tratarse de uno de los personajes principales del film (aunque queda algo olvidada en el último tercio), lo que la obliga a mostrar una amplia gama de emociones, algunas de gran intensidad como el miedo y la tristeza. Hay algunos intentos del director y guionista Boaz Yakin por ofrecer algo diferente desde lo visual, como una larga escena en la que Mei es secuestrada de un auto: la cámara se queda adentro del vehículo y gira una y otra vez para mostrar el tiroteo que sucede afuera. Se trata de un acertado recurso con el que el cineasta lograr transmitir toda la intensidad del momento. Pero ese detalle de estilo es apenas un rulo solitario en la desértica superficie creativa de esta película, que está tan desprovista de originalidad como su protagonista de cabello.