En algunas ocasiones los escenarios se comen y envuelven a los personajes como ocurrió con el Hotel Overlook de El respllandor y la casona de Amityville, que se encumbraron como exponentes del género de terror. En La posesión de Mary ocurre algo similar pero sin llegar a esos resultados. El director Michael Goie -director de fotografía que realizó algunos capítulos de American Horror Story- centra el ojo de la tormenta en Mary, el velero adquirido porDavid -Gary Oldman-, un capitán que quiere emprender su nuevo negocio y dejar las excursiones turísticas como empleado de una empresa marítima. A pesar que su esposa Sara -Emily Mortimer- no está de acuerdo, acepta finalmente su decisión, y emprenden junto a sus hijas, el novio de una de ellas y el amigo de la familia un viaje inaugural hacia Hamilton, en Bermudas, que se convertirá en una verdadera pesadilla. Con más suspenso que terror, el relato recurre al estilo de las realizaciones del género de décadas pasadas, coloca el acento en el cambio de comportamiento que afrontan los personajes al permanecer a bordo de la embarcación que arrastra un pasado truculento y aprovehca los recovecos oscuros del velero para generar tensión. Los tripulantes no están solos en este barco fantasma que encierra secretos y leyendas. El filme, narrado de manera no lineal, comienza con Sarah contando los hechos ocurridos a bordo y frente a la incrédula Detective Clarkson -Jennifer Esposito-. Entre máscaras de proa, leyendas de sirenas y de una bruja que volverá por los hijos de todos, La posesión de Mary acumula sobresaltos, algunos efectivos, y se encamina hacia un desenlace que no está a la altura de lo que prometía. Gary Oldman entrega convicción a su personaje, un hombre de famiia atormentado por fuerzas que no comprende en medio de un elenco que cumple con las expectativas de una historia liviana con algunos acertados momentos para no quedar a la deriva.
Con una lluvia interminable y con la vidriera de un videoclub con neones como marco se gesta la idea de un robo frente a las puertas del Banco Río en 2005, uno de los casos policiales más audaces que un año más tarde concentrarían la atención de todos los medios. Luego de su paso por la comedia, el director Ariel Winograd transita por el thriller pero el humor siempre está presente en el diseño de los personajes y en las situaciones que se presentan como si fuera una "buddymovie". La película presenta a las cabezas de este grupo que decide vaciar las cajas de seguridad de la entidad bancaria. Luis Mario Vitette Sellanes -Guillermo Francella-, el inversor y el ladrón profesional que estuvo preso en varias ocasiones, es convocado por el cerebro de la operación, Fernando Araujo -Diego Peretti-, un artista plástico que practica taekwondo y descubre su gran oportunidad para salvarse. "Un solo robo bien grande". El team lo completan el técnico -Pablo Rago-, el tornero especializado en abrir las cajas; Rafael Ferro, el hombre de familia que tendrá un traspié después de la operación; Mariano Argento. un delincuente disfrazado de sacerdote y Juan Alari, el conductor del camión. Viernes 13 de enero de 2006. Los francotiradores del Grupo Halcón están a la espera de una orden. El negociador Miguel Sileo -Luis Luque- mantiene contacto permanente con Vitete y también es víctima de sus engaños. Entre la "pareja despareja" protagónica y Sileo se construye el clima de tensión que el relato necesita y que alterna los preparativos previos al gran atraco con el presente que mantiene al grupo y sus rehenes en escenas efectivas y graciosas. La recreación del túnel para el escape, el uso de la música -con el tema Ultraviolento- y un elenco sólido hacen que la película funcione desde el comienzo y se sostenga con interés a pesar de que el público ya conoce el desenlace. En ese sentido, Winograd aprovecha los laberintos del filme inspirado en hechos reales y con el fantasma de los bancos como villanos reales para un producto de género concebido con grandes recursos.
"Buena idea, mala ejecución" asegura uno de los personajes de esta propuesta de terror apuntada al público adolescente que recuerda a la saga Destino final -no se puede burlar a la muerte ¿o si?- y Llamada perdida, con una presencia diabólica que resulta amenazante. La hora de tu muerte utiliza una aplicación de celulares como la disparadora de una historia que si bien no se despega de la media de las producciones del género de terror, logra momentos de tensión y no se toma demasiado en serio todo lo que ocurre. Quinn -Elizabeth Lail, de la serie You- es una joven enfermera que intenta recomponer la unión familiar luego de la muerte de su madre, es muy dispuesta y lista para su trabajo y sufre el acoso de su jefe -Peter Facinelli-, un médico del hospital. Cuando Quinn descarga la aplicación "Countdown" pone en marcha una lucha contra el reloj que puede predecir el momento exacto de su muerte en días, horas, minutos y segundos, involucrando de esta manera a su joven hermana y también uno de sus pacientes del nosocomio antes de someterse a una operación. Ya se verá por qué. Sólo le quedan tres días de vida y es imposible detener o borrar la aplicación. Con esta premisa, el director Justin Dec entrega un producto livano que concentra su clima más inquietante durante la primera parte, gracias a una presencia diabólica, una suerte de Parca oscura y acechante que deambula por los pasillos y las zonas clausuradas del hospital. La trama incluye una leyenda con una gitana, un sacerdote -vaya casualidad P.J. Byrne, uno de los actores que moría en la sala de masajes de Destino final 5-, todos atrapados en esta mirada sobre la dependencia tecnológica, con el tema del acoso como novedad, y con una maldición de la que parece no se puede escapar. El resultado es entretenido, acumula sobresaltos y la protagonista convence con su padecimiento en un desenlace que, obviamente, deja abierta la puerta para una segunda parte.
Con los ecos de la recordada La vida es bella, de Robert Benigni, el director neozelandés Taika Waititiconstruye una sátira sobre en nazismo que funciona más al comienzo que en su desenlace pero permite el lucimiento de sus peculiares criaturas. Como si se tratase de su efectiva comedia de horror Casa Vampiro -What We Do in the Shadows, de 2014-, su nueva creación se sitúa en un pueblito durante el final de la Segunda Guerra Mundial. Al niño Jojo -Roman Griffin Davis- le aseguran "Te convertirás en un hombre" cuando es reclutado por las fuerzas nazis, es entrenado y obligado a matar a un conejo ante la burla de sus compañeros. El niño forma parte de las Juventudes Hitlerianas y está dispuesto a combatir al enemigo en una Alemania nazi que es real pero también fruto de su frondosa imaginación. Jojo vive junto a su madre -un papel episódico de Scarlett Johansson-, tiene un amigo imaginario: Adolf Hitler -encarnado de forma payasesca por el propio realizador Waititi- y a su gracioso amigo Yorki -Archie Yates-, su inseparable compañero de aventuras. La trama incluye además a Elsa -Thomasin McKenzieuna-, una niña judía que vive recuída en su casa y con quien comienza una relación. La gracia tapa la desgracia de los hechos bélicos y, en algunos casos, la chispa se apaga más rápido de lo esperado. Sin embargo, el peso del relato recae en el pequeño protagonista y un entorno peligroso que se convierte en una amenaza constante como el villano de turno, el Capitán Klenzendorf -Sam Rockwell- y su mano derecha Finkel -Alfie Allen-. La historia acumula situaciones graciosas pero está lejos de ser una genialidad, pero si acierta en la pintura de época, la figura crepuscular de un Hitler que pierde poder y una radiografía infantil ante la muerte y la destrucción. Entre la formación de la "raza aria", la quema de libros, granadas y amistad, la película se ve con agrado y expone un panorama gracioso de una época negra con escenas potenciadas por canciones de Los Beatles.
Con el espíritu de los policiales clásicos de la década del setenta, Nueva York sin salida propone una historia de acción a la que le falta espectacularidad y coloca el foco de atención en una conspiración. El policía Andre Davis -Chadwick Boseman, el actor de Pantera Negra- es un policía de Nueva York al que le encargan la investigación de la matanza de varios policías luego de un feroz tiroteo en una vinería que esconde cocaína. Durante la búsqueda de los delincuentes se cierran por primera vez en la historia de Manhattan todos los puentes que acceden a ella para localizar a los culpables. En su espinosa investigación Davis está acompañado por la Detective Frankie Burns -Sienna Miller-, que le impone su superior, el Capitán McKenna -J.K. Simmons- y también se despliega la historia de los fugitivos, Michael Trujillo -Stephan James- y Ray Jackson -Taylor Kitsch- en esta trama sombría que juega en medio de escenarios nocturnos mientras se encamina hacia un falso desenlace. En Nueva York sin salida todo se adivina rápidamente y el peso recae en el convincente protagonista que arrastra la muerte de su padre mientras comienza a sospechar de todo su entorno. Si bien las escenas de acción son vertiginosas y eficaces, el clima de suspenso se debilita aún en su secuencia final desarrollada en el subte. No hay espectacularidad en cuanto al cierre de la ciudad y ese atractivo argumental queda relegado simplemente a una persecución entre el gato y el ratón, el hombre que busca redención y que es policía por ADN. Su prometedor comienzo se contrapone con un desenlace deslucido que deja sabor a poco.
Tati es una jovencita de 13 años que crece en un ambiente hostil y es el punto de partida de la opera prima de Sabrina Blanco, que pone su foco de atención en esa etapa de transición plagada de dificultades. El escenario es la isla Maciel, donde Tati -Nicole Rivadero- hace lo que puede: convive en una casilla con un padre ausente que trabaja como remisero, llega tarde a clases, sufre el maltrato por parte de un grupo de compañeras y ayuda en un merendero del barrio. La botera expone un mundo marginal que está a la vuelta de la esquina y donde, a pesar de todas las dificultades que se presentan, se convierte en el escenario para que ella pueda mantener una ilusión o un deseo: ejercer el oficio sólo realizados por hombres, aprender a remar en el agua podrida que traslada a los esporádicos viajeros a cruzar el Riachuelo. En medio de este camino repleto de espinas, Tati se relaciona con un chico y atraviesa su despertar sexual entre la exploración y el rechazo en esta historia que con mínimos elementos logra plasmar una realidad impiadosa. La aparente inercia emocional del personaje central sirve como un escudo de protección ante las complicaciones de su entorno. Ella es valiente cuando debe serlo -enfrenta a unos ladrones de bicicletas- y descubre a la encargada del merendero junto a su padre. Tati es sinónimo de lucha y perseverancia mientras intenta encontrar su lugar en el mundo bajo la mirada austera, precisa y emocionante que propone el relato, que no esconde en ningún momento su costado integracionista -las mismas chicas que la rechazan la dejan participar luego de una coreografía-. Cuando de remar se trata...
El director de Caño dorado y Corralón, Eduardo Pinto, aborda una historia en la que reviven el espíritu violento y salvaje del campo. Mara -Sofía Gala Castiglione-, Luz -Analía Couceyro- y Tini -Paloma Contreras- eligen la estridencia de una disco en la ciudad y emprenden luego un viaje en auto hasta La sabiduría, la estancia que las separa unas tres horas de la Capital y que servirá de refugio para sus emociones. Sin señal en los celulares, aisladas, y con ganas de explorar un mundo desconocido y lejano, el trío no encuentra la paz que esperaba. Ese es el punto de partida del filme que juega con el género de terror y suspenso y en el que está presente el choque de culturas. Las tradiciones de los pueblos originarios confluyen en una perversa cacería. Acorde a los tiempos de mujeres empoderadas, con la venganza como móvil de la trama, se enciende la mecha de esta historia que deja vulnerables a las protagònistas frente a la bestialidad del hombre, representada en imagenes por un toro salvaje. Entre la neblina, los paisajes desolados y los cielos estrellados, Mara y Luz se sumergen, sin saberlo, en la boca del lobo cuando Tini desaparece luego de una mateada con la peonada. Así comienza este viaje pesadillesco que marca una vuelta al pasado cuando la mujer era despreciada y los indios perseguidos. El primer tramo del filme se extiende en la presentación y desarrollo de los personajes -hay una madre encarnada por Leonor Manso que advierte el peligro que se avecina-, mientras la segunda logra crear los climas adecuados y la violencia no tarda en estallar. Desde el patrón -Daniel Fanego- hasta su hijo, el peón -Lautaro Delgado Tymruk,- constituyen una detestable casta de poder. Hay violación, rituales con hierbas, corrupción policial y una sensación de peligro inminente que se contagia con el correr de los minutos. La estadía bucólica se transforma en un verdadero campo de espinas. Sofía Gala Castiglione, bien respaldada por el elenco, es una mujer de armas tomar cuando su vida y la de sus amigas corre peligro, y se carga la película al hombro con convicción.
Se agradece una película protagonizada por personajes de la tercera edad en el actual panorama cinematográfico y con esta historia clásica que reúne romance crepuscular, estafa y misterio. Bajo la dirección de Bill Condon y guión de Jeffrey Hatcher, inspirado en la novela homónima de Nicholas Searle de 2015, El buen mentiroso tiene el mérito de tener una pareja protagónica de lujo: Helen Mirren e Ian McKellen -quien trabajó con Condon en Dioses y monstruos- como dos ancianos que se conocen por internet y se citan para encontrar una segunda oportunidad en sus vidas. Ambientada en Londres y Berlín de 2009, Roy -McKellen- esconde sus verdaderas intenciones porque es un viejo estafador que engaña a incautos con supuestas inversiones que multiplican sus ganancias. Sin embargo, cuando encuentra a la adinerada viuda Betty -Mirren-, a quien ve como la presa ideal para sus planes, comienza a tener otros sentimientos por ella. Ambos no tienen nada que perder en esta nueva etapa de sus vidas: Roy tiene un hijo y Betty lo perdió en un accidente automovilístico. "El iluso se une con el desesperado" en esta trama que transita con comodidad por el romance otoñal -la primera cita en el restaurante y la salida al cine para ver Bastardos sin gloria- y deja lugar al engaño en su segundo tramo. Aunque se puedan adivinar algunas situaciones, la película cumple por la química que se genera entre ambos, el desarrollo de los personajes y las situaciones que los empujan hacia un desenlace que recurre a los flashbacks para dar otra vuelta de tuerca. La tercera pata importante del relato recae en Steven -Russell Tovey-, el nieto de Betty que protege y no ve con buenos ojos la llegada al hogar de la nueva "conquista amorosa" de su abuela. En esa ciudad vertiginosa también hay tiempo para que Roy despliegue su segunda vida debajo de su mirada compradora y casi angelical que lo relaciona con un mundo marginal y peligroso, rodeado de abogados, sospechosos y hasta un sangriento "accidente" en el subte. Los móviles, las identidades y la -des-confianza se pondrán en marcha con el correr de los minutos en este efectivo juego de las apariencias engañosas.
Nuevamente se pone en marcha el juego del "gato y el ratón" con el marco de una mansión gótica -no es casual que la coproductora sea la mítica Hammer- y con una serie de persecuciones que funcionan como crítica a sórdidos placeres aristocráticos. Boda sangrienta comienza con una cacería en el pasado en la que están involucrados niños y salta al presente con una boda prometedora. La joven novia Grace -Samara Weaving- se integra a la excéntrica familia de su nuevo esposo Alex -Mark O’Brien- pero pertenecer a Le Domas tiene sus riesgos. Al casarse, ella deberá cumplir con una tradición que se convierte en un juego mortal y tiene la mala suerte de sacar la peor carta. Este es el punto de partida de la película dirigida por Tyler Gillett yMatt Bettinelli-Olpin -quienes vienen de VHS y Heredero del diablo- que deambula entre el pasado explicando gustos y emprendimientos de la familia y un presente sangriento con un clan muy parecido a una secta que parece salida del mismísimo infierno. El rostro de la siempre eficaz y reaparecida Andie Mc Dowell se convierte acá en la amenazante madre Becky junto al marido Tony -Henry Czerny- y lideran a un grupo de psicópatas que se lanzan armados a cazar a su presa. También es de temer la tía Helene -Nicky Guadagni-... El relato, que recuerda a Huye! - salvando las distancias - donde el novio afroamericano conocía las verdaderas intenciones de los padres y de su prometida, se sumerge en una combinación de comedia negra con suspenso y terror ambientada en los lúgubres pasillos de la mansión en cuestión. Hay una escena -muy lograda- desarrollada en la cocina de la casona que también trae sus fantasmas como en el viejo Hotel Overlook. Si bien los directores ponen el acento en las persecuciones, la desconfianza y el tono oscuro en la primera parte, escogen luego algunos gags que desdibujan la peligrosidad de algunos personajes pero el clima de tensión se mantiene hasta el final. Boda sangrienta no es una genialidad y echa mano a recursos ya vistos, con estética gore incluída, pero mantiene la intriga con esta mujer ingenua de armas tomar, enfundada en su roto y manchado vestido de novia acompañado por zapatillas, que no duda en transformarse en una cazadora cuando de sobrevivir se trata.
La época del año es propicia para esta comedia agridulce que muestra el periplo navideño de la protagonista bajo la dirección de Paul Feig y con guión de Emma Thompson, quien también se reserva un simpático papel en la película. Last Christmas: Otra oportunidad para amar tiene un prólogo ambientado en la Yugoeslavia de 1999 y la acción salta a Londres en 2017. La suerte no parece acompañar a Kate -Emilia Clarke-, la hija de una familia húngara que intenta encontrar su lugar en el mundo mientras es expulsada de la casa de sus amigos por cometer "errores" involuntarios, es fan de George Michael, prueba su talento musical en audiciones y trabaja en un negocio navideño bajo las órdenes de su estricta jefa Santa -Michelle Yeoh-. Como caído del cielo, Kate conoce a Tom -Henry Golding- y su vida da un vuelco significativo. Con este planteo, el filme acumula gags eficaces mientras despliega sus aristas integracionistas -el clan progresa en un ámbito desconocido y la hermana rompe convenciones familiares- y de amor por el prójimo -Kate colabora con un grupo de indigentes- en tiempos festivos y se reserva la cuota emocional con una vuelta de tuerca en el tramo final. Amable, entretenida y con buenos papeles secundarios -la madre encarnada por una Emma Thompson avejentada y anacrónica, y la jefa comprensiva-, el relato deambula al compás de la playlist de George Michael e imprime su atmósfera angelical. Hay cánticos y show navideños, pista de hielo y un jardín secreto donde se refugian los amantes en cuestión en esta propuesta que resulta amena y en la que la labor de Emilia Clarke lleva con carisma el peso del relato. No hay regalos ni sorpresas en esta comedia con aires de clásico pero enciende las luces de todos los adornos al mismo tiempo.