Una vieja fórmula para un joven DJ Con la sabiduría que le da su celebridad, el maduro y consagrado DJ James Reedle (de 37 años) le hace una advertencia al jovencito Cole Carter, de 23: "Imitar es suicida", le dice. Uno ha tomado al otro como discípulo, y por ahora el joven tiene bastante que aprender para abrirse paso entre los candidatos a ingresar en el mundo de música electrónica bailable y lograr la efímera gloria de suceder a su mentor. Hace falta -le insiste el maestro- encontrar la voz propia, personal, alimentada con los sonidos de la vida y de sus experiencias de vida. Pero una cosa es el discurso y otra la coherencia, porque, paradójicamente, en este film la imitación está a la orden del día. Y lo que se imita o más bien se reproduce es esa viejísima fórmula que el cine ha venido explotando cada vez que el cuento gira en torno de un artista. En este caso, en torno del aspirante a DJ. Por un rato, al comienzo, mientras presenta a los personajes principales, esa receta se disimula un poco. Como estamos en el ambiente de fiestas las nocturnas de los clubes, relativamente pequeñas, o las multitudinarias al aire libre, el director debutante Max Joseph puede mostrar algo de lo que ha practicado en su trayectoria como productor, director y escritor de cortos, en su gran mayoría comerciales o videos difundidos en Internet. Por ejemplo, utilizar la animación para ilustrar las visiones del protagonista cuando está bajo los efectos de alguna pastillita, bebida o cigarro, mientras observa a los jóvenes sacudirse estimulados por el machacar de la electrónica. O apelar a las leyendas en un segmento informativo (vía voz en off) sobre la ciencia de ser DJ. Pero, a medida que la historia avanza, todo se va volviendo más previsible y, de a ratos, tedioso. Hay tres asuntos que dominan la modesta historia de Cole: uno, el trío de amigos de toda la vida con los que comparte casi todo, desde el (escaso) trabajo hasta la diversión. El segundo, Reedle, su mentor, que lo seduce con sus conocimientos, su experiencia de hombre de mundo y el infinito y costoso arsenal con que cuenta para ejercer su oficio. Y el tercero, pero no menos importante, la fulminante y presuntamente prohibida atracción que siente por la chica de su mentor. Entre Zac Efron y la sexy Emily Ratajkowski, la chispa no termina de encenderse, aunque ya se sabe que con tales ingredientes habrá amor, conflictos, una pizca de drama elemental que no conmoverá a nadie (imposible con personajes tan poco definidos) y todo lo que cualquiera que haya visto alguna vez en el cine historias de artistas de cualquier especie puede esperar. Incluido, por supuesto, el previsible final.
Bergman íntimo a través de los ojos de Liv Ullmann Mucho tuvo que insistir Dheeraj Akolkar, cineasta de origen indio desde hace tiempo residente en el Reino Unido, para convencer a Liv Ullmann de participar en un documental centrado en su apasionada y tumultuosa relación con Ingmar Bergman. Fervoroso admirador del genio sueco y de la gran actriz a quien el creador de Escenas de la vida conyugal, Gritos y susurros y Sarabanda consideraba su Stradivarius, quería que fuera ella quien, a través de una serie de entrevistas filmadas en la isla de Farö, donde vivieron los primeros tiempos de una historia de amor que duró más de cuatro décadas, aportara la materia viva de este documento que es al mismo tiempo retrato íntimo y homenaje, evocación sincera de los años más felices y los más tumultuosos, delicada aproximación, no intelectual sino humana, a un personaje sensible, complejo, creativo y contradictorio. Y también franca y emocionada memoria de un sentimiento profundo que atravesó fases diversas. Tal evocación responde, claro, a un único punto de vista, el de Liv, y comprende varios capítulos: Amor, Soledad, Furia, Dolor, Anhelo y Amistad. Esa estructura narrativa atiende a una disposición temática y también, aunque más tenuemente, a un orden cronológico que a lo largo de las recuerdos va dibujando el retrato del hombre que -confiesa- le cambió la vida para siempre. Es la suya una mirada cargada de afecto, que conserva viva la memoria de aquel comienzo luminoso, un verano de felicidad plena como nunca volvería a vivir, en la isla donde nació la pasión mientras filmaban Persona y donde Ingmar pronto haría construir la casa que iba a ser su refugio. Pero no oculta las asperezas entre ellos que irían a manifestarse con la prolongada convivencia, lo que, sumado al carácter posesivo del hombre (sus celos enfermizos en especial y su voluntad de imponerle el aislamiento que deseaba para sí), contribuiría a un lento y progresivo deterioro del vínculo. A falta de documentos -salvo fotografías personales, recortes periodísticos, tramos de detrás de escena de distintos rodajes, los libros de memorias de Liv y las cartas que Ingmar le enviaba firmando con pequeños corazoncitos rojos-, para ilustrar las variadas fases de esa relación fuera de lo común y a veces dolorosa, Akolkar eligió incorporar largos tramos de diferentes films de Bergman. Y lo hizo sagazmente encontrando cuanto de la vida de la pareja está contenido en sus películas, con lo que se suma a quienes consideran que suele haber una estrecha relación entre la obra de un artista y su vida personal. Asimismo, Liv confiesa que muchos sentimientos que experimentaba en la vida al lado de un hombre egoísta que a veces era violento ("en el plano psicológico", aclara) podía canalizarlos a través de sus personajes. A través de los ojos, las palabras (incluidos los trechos de Senderos, su libro de memorias) y los recuerdos de Liv Ullmann este documental cuenta, sin falso pudor, 50 años de una vida marcada por el amor, los celos y más tarde la pura amistad que la ligó para siempre con uno de los más grandes creadores del cine. Cuando se encontraron, ella tenía 25 años e Ingmar, 46. La tensa pareja de la que en 1966 nació la única hija de los dos, Linn, hoy escritora, sólo duró cinco años. Pero el profundo vínculo entre ellos, incluso el profesional -ahí están, si no, las elocuentes escenas de Sarabanda-, siguió mucho más. Hasta la muerte de Bergman, hace ocho años, en Farö, un día después de la última visita de Liv. Esta Liv de setenta y pico, con más arrugas y el encanto de siempre, a la que es un placer volver a ver en la pantalla.
Animación para los pasajeros del Arca Si perder el último tren de la noche puede ser un serio problema para los pasajeros habituales del servicio ferroviario, cuánto más grave -y peligroso- puede resultar el trastorno para los estrafalarios animalitos que por culpa de la burocracia corren el riesgo de no ser admitidos en el arca que Noé construyó laboriosamente para sobrevivir al inminente diluvio. Eso es lo que pasa con unos cuantos de los bichos animados de esta producción multinacional que llega desde Europa. A la rareza de su consorcio creativo (en su concreción aportaron dinero, esfuerzo y profesionales Alemania, Irlanda, Bélgica y Luxemburgo) Uuuy! ¿Dónde está el Arca? suma otras particularidades. Además de las clásicas parejitas de toda clase de animales que suelen protagonizar esta epopeya bíblica en todas las recreaciones tradicionales, aquí hay unas cuantas especies desconocidas que nadie ha visto jamás -nestrianos y grimpas, entre ellos- y que sería imposible describir en palabras porque no se parecen a ninguna otra. Una oportunidad especial para los artistas involucrados en el proyecto: debían crear mundos y personajes sin referencia alguna: pura invención. Tal vez porque la propuesta exigía concentrarse en ese aspecto de la tarea -con resultados por lo menos no excesivamente imaginativos ni estéticamente atractivos o simpáticos- no atendieron demasiado a la confección de la historia y debieron buscar inspiración en más felices experiencias ajenas, de Buscando a Nemo a La era de hielo. Aquí también hay chicos perdidos o acechados por el peligro ya que aun habiendo logrado embarcarse a pesar de las restricciones, el nestriano más pequeño y la menor de las grimpas cayeron por la borda y ahora sus padres andan buscándolos desesperadamente mientras los chicos conocen a otros seres -no todos tan benignos como Obesín, esa especie de babosa del tamaño de una ballena, ni tan malvados como los Griffin-. También pueden anotarse como singularidades que en esta relectura del Génesis no se mencione a Dios, Noé ni siquiera aparezca y que en el crucero exclusivo en que se ha convertido el Arca (una de las pocas ideas ocurrentes del libreto) las parejas que viajan las integren padres e hijos, lo que impediría absolutamente cumplir con el propósito del viaje, que era asegurar el futuro de las especies. En fin, puede que los chicos más pequeños, a quienes se supone está dirigido el entretenimiento, no reparen en estos detalles, pero tampoco hay que suponer que sabrán disculpar el escaso brío del relato y la dosis más bien módica de humor.
En torno de una mesa está reunido el grupito de delincuentes, más charlatanes y pintorescos que despiertos, protagonistas de este film paraguayo que llega precedido por el éxito de 7 cajas y mezcla comedia negra con acción, tiros, humor, sexo y sangre. Integran la banda del Brasiguayo, un obeso capomafia de la triple frontera, y entre ellos los resentimientos y las envidias que alimentan un plan de traición. La llegada de un yanqui dispuesto a invertir dólares en tierras que dedicará a la producción de marihuana es un engañoso hilo conductor: el film quiere ser coral y sigue las andanzas de cada personaje. Los escenarios bien aprovechados, la naturalidad de los actores y el uso del habla cotidiana (el film se exhibe con subtítulos) ayudan a disimular los altibajos.
Tensión y nervio en un vigoroso thriller Quienes conocen el cine de Denis Villeneuve (Incendies, La sospecha, El hombre duplicado) ya saben de la sobrecogedora tensión que es capaz de imponer a sus relatos, de la depurada concepción de sus imágenes (en este caso con el aporte invalorable del maestro Roger Deakins) y de la precisión de su montaje (aquí, a cargo de Joe Walker), factor decisivo para la generación de un suspenso que administra con probada destreza. También, claro, de la intensidad de sus oscuras historias de una violencia no necesariamente sobrecargada, si bien en una escena clave en el comienzo de este relato sobre la guerra contra el narcotráfico hay imágenes de estremecedora crudeza. Cierta ambigüedad moral y la voluntad de proponer desenlaces que desafían las normas de Hollywood son otros elementos que cabe esperar del realizador canadiense. "Qué estoy haciendo yo aquí?", se preguntará más de una vez Kate Mercer (Emily Blunt, excelente), y tiene por qué. Como agente del FBI en Arizona asignada a casos de secuestros, ha asumido la misión de liberar a rehenes de un poderoso cartel en la zona próxima a la frontera mexicana, pero lo que allí descubre (la impresionante escena clave aludida) es mucho peor y terminará comprometiéndola como voluntaria, a ella y a su compañero, con la excusa de perseguir a terroristas cuyas bombas están matando norteamericanos, aunque en realidad se trata de la guerra contra el narcotráfico. Lo que no le dicen es que sus métodos distan bastante de lo admitido por la ley, que poco respetan la justicia y las jurisdicciones en las que ella cree ciegamente, y que el acuerdo que ha asumido (quizás en una decisión demasiado ingenua) podrá forzarla a traicionar sus valores morales y éticos. El comando especial es dirigido por un agente del gobierno bastante sospechoso (Josh Brolin) y también lo integra un presunto fiscal de origen colombiano más misterioso todavía (Benicio del Toro), que además tiene razones personales para involucrarse en esta operación conjunta de la CIA, la DEA y el FBI. No hay mayores diferencias entre los que están de un lado y otro de esta especie de guerra clandestina. Los narcos pueden amar y proteger a sus familias; los agentes federales torturar y matar sin titubear. La siempre peligrosa idea de que el fin justifica los medios sobrevuela la película, pero Villeneuve parece preferir distraerse de ella y dar preponderancia a la calidad formal de un film que desde su concepción apuntaba alto (por algo compitió oficialmente en Cannes) y que no admite tiempos muertos. El canadiense supo extraer lo mejor de cada uno de sus colaboradores, desde el libro firmado por un actor, Taylor Sheridan, que hace un más que interesante debut como guionista, hasta el músico islandés Johan Johansson, que mucho contribuye al tenso clima del relato, y por supuesto todo el magnífico elenco encabezado por el brillante trío central. Algo para destacar y que también lo diferencia de la producción habitual de Hollywood: Villeneuve no se pone límites a la hora de exponer la violencia, pero tampoco la celebra.
Allen y el crimen perfecto Que un catedrático de la fama y el prestigio de Abe Lucas, de quien mucho se habla antes de que se produzca su esperado arribo a Braylin, juzgue que gran parte de la filosofía, la asignatura en la que se lo considera una autoridad, es "masturbación verbal", ya anticipa su pesimista y escéptica visión del mundo. Sus admiradores, profesores y alumnos de esa (ficticia) universidad de Rhode Island, le encuentran justificativo. Los rumores dicen que el hombre (Joaquin Phoenix) ha sufrido duros golpes recientes: su esposa lo abandonó por su mejor amigo; en Irak presenció la muerte de otro al pisar terreno minado; su espíritu solidario que antes lo llevaba cerca de las víctimas de catástrofes se ha diluido al parecer en un nihilismo que ahora le permite jugar a la ruleta rusa en medio de una fiesta juvenil. Es cierto que abusa del alcohol, atraviesa una crisis existencial y un bloqueo creativo que le impide terminar su nuevo libro sobre Heidegger y el fascismo. Es, digamos, otro álter ego, en más de un sentido, del propio Woody, incluidas ciertas formas de exhibicionismo. Semejante personalidad -a la que suma una sabiduría que derrama a su paso entre citas y menciones de Kant, Dostoievski, Kierkegaard, Husserl, Gauguin, Simone de Beauvoir y la poeta Edna Saint Vincent Millay, entre muchos otros- no puede sino generar un atractivo romántico entre las mujeres. Aquí son dos las que lo rodean: Jill (Emma Stone), la alumna más brillante del curso (rendida en principio ante su brillo intelectual), y Rita (Parker Posey), una esposa infeliz madura y voluptuosa que vanamente espera rescatarlo de su depresión con un poco de sexo. Hasta aquí todo parecería dirigirse a una de esas comedias de enredos amorosos típicas de Woody, aunque en este caso el humor es más oscuro que risueño y el ánimo del protagonista, en quien nada en la vida es capaz de despertar energía o excitación y además padece una (¿temporaria?) impotencia, envuelve toda la situación y también opaca el ritmo del relato, quizá porque el gran humorista confía en que sus diálogos (que a veces parecen una sucesión de aforismos) le conferirán una buscada profundidad. Durante una comida con la joven Jill, con quien la amistad ha crecido a pesar de las prevenciones del profesor y del desagrado del tolerante novio de la chica (Jamie Blackley), una conversación oída por casualidad cambia el rumbo del cuento y el ánimo de su protagonista, y en cierta medida le inyecta algún interés extra a la historia que había venido evidenciando su deshilvanada construcción. El tema ahora es el crimen perfecto, que Allen ya trató con menos fatiga y mayor precisión en Crímenes y pecados y Match Point. Y no faltará tampoco otro de sus asuntos predilectos, la intervención del azar. Además, por supuesto, de las predecibles reflexiones y los dilemas morales que la posibilidad del crimen suscita. El giro repentino puede resultar más o menos eficaz a los efectos narrativos, como se ha dicho, pero se ve bastante forzado en cuanto a la coherencia en la conducta de los personajes. Sin que esto pueda adjudicarse al trabajo de los actores principales, especialmente Phoenix y Stone, que logran suministrarles a los suyos cierta humanidad. Las flaquezas, en casi todos los casos, son atribuibles a un guión generoso en clichés y que repetidamente debe recurrir a las voces en off, por lo general para anticipar lo que los personajes materializarán en la escena siguiente. Por supuesto, Hombre irracional no carece de méritos -entre ellos están también la estupenda fotografía de Darius Khondji y la impecable ambientación de Santo Loquasto-, pero sin llegar a aplicarle el sambenito de refrito, como ha hecho alguna implacable crítica norteamericana, este film, sobre todo al llegar a las proximidades del desenlace, se vuelve previsible y deja la sensación de que Woody está, apenas, copiándose a sí mismo.
Una noche de tropiezos y risueñas sorpresas En más de un sentido, es una noche de perros la que pasan los dos protagonistas de esta comedia, que remite a la llamada nueva comedia americana y -con las imaginables distancias- a Después de hora. Lo es porque todo lo que estos buddies locales imaginan como anhelado recreo hecho de cerveza, relajación y alguna conquista amorosa termina siendo una sucesión de equívocos, a la que ellos contribuyen tomando "en préstamo" un Mercedes-Benz. Y que se prolonga en una madrugada en la que todo lo que puede salir mal sale peor. Pero también lo es en sentido más literal, porque los trastornos en que se ven envueltos terminan mezclándolos con narcos, armas y riesgos de vida. Todo en tren de comedia y más allá de los altibajos en un tono negro bastante risueño, aunque algunos enredos luzcan forzados y el final, un poco apresurado.
Estados alterados y al borde del ataque Si las mujeres de Almodóvar estaban al borde del ataque de nervios y tenían sus motivos (gracias a los cuales todo lo que les pasaba resultaba gracioso), las que aquí quieren ilustrar con sus deshilvanadas y embrolladas historias qué es eso que llaman amor están lejos de gozar de un estado anímico más estable y menos alterado. Al contrario: en la vida de a dos según ellas (o mejor, según la autora del film) no cabe demasiado amor, aunque la palabra se oiga a menudo, y en cambio desborda de conflictos, agresiones, choques, rupturas. desvaríos. Los motivos pueden ser los de siempre: el desgaste de la convivencia, los celos, los malentendidos o simplemente la inmadurez y la inseguridad que cada uno trae consigo. Lo grave es que este despistado y frenético cuadro (apaciguado al final sin mucha convicción) es además superficial y confuso y desecha el humor. Los actores hacen lo que pueden.
Erotismo y ciencia ficción a la lituana Esta Aurora lituana es, como la del ballet, bella y durmiente, pero no ha sido víctima de ningún hechizo, sino objeto de un experimento científico, como consecuencia del cual conocerá el amor, aunque suceda en el territorio de los sueños, en el de las mentes o, si se quiere, en el más poético de los espíritus. Del lado de la realidad hay un equipo científico experimentando la posibilidad de establecer vínculos entre cerebros humanos mediante una compleja tecnología, operación en la que tienen decisiva participación un juvenil voluntario asistente de los expertos, con su rapado cráneo cubierto de electrodos, y una hermosa muchacha en estado de coma. Humanos al fin, cederán a la pasión y permitirán a la talentosa Buozyte discurrir sobre sexo y deseo entre provocativas y embriagadoras escenas no siempre fáciles de descifrar, aunque dueñas de una gran sugestión.
Señalado por muchos como el más famoso secuestro del siglo XX, el caso que tuvo como víctima al magnate cervecero Fred Heineken en 1983 se reconstruye sin demasiado brillo ni imaginación, pero con bastante fidelidad a los hechos reales en esta producción rodada en Amsterdam por el sueco Daniel Alfredson, conocido por las adaptaciones de los capítulos 2 y 3 de la trilogía Millenium. No agregará demasiado a su currículum esta película que se dedica a retratar, paso a paso, el golpe para secuestrar a uno de los empresarios más poderosos de Europa y obtener un rescate millonario en dólares, encarado no por una banda con gran experiencia profesional, sino por un grupo de amigos en pésima situación financiera y cuyo rasgo más sorprendente es el atrevimiento con que se proponen una misión que está visiblemente por encima de sus fuerzas. La película sigue a los secuestradores desde el principio, es decir cuando vuelven a fracasar en su intento de conseguir un préstamo bancario y, en consecuencia, planean el gran golpe que resolverá de una vez por todas sus urgencias monetarias. Que el final ya sea conocido no es impedimento para el suspenso; sí lo es el andar irregular que Alfredson impone al relato -de pronto cansino, de pronto vertiginoso, además del relativo aprovechamiento que hace tanto de la relación entre los amigos-compinches como de la que se entabla con el empresario cautivo tras la concreción del demorado secuestro. Anthony Hopkins asume el papel de Heineken con su habitual autoridad, pero quizás aparece excesivamente sereno. La lineal historia no aburre, lo cual, habida cuenta de la superficialidad de la pintura de los personajes y de la tensión discontinua, no carece de mérito. Además, los exteriores de Amsterdam y sus alrededores añaden algún atractivo visual. Pero ya da una pista de los relativos aciertos de la película que el meollo de una historia como ésta, donde la acción y el suspenso son elementos necesarios, parezca querer concentrarse en una sentencia que Hopkins repite un par de veces: "En el mundo sólo existen dos modos de ser rico: teniendo mucho dinero o teniendo muchos amigos. Pero nunca los dos".