La red: Kim Ki-duk y la historia del pescador atrapado entre las dos Coreas Atrapado, como los peces en las redes, con los que se gana el sustento y da de comer a su pequeña familia. Así se descubre a sí mismo una mañana el pescador surcoreano Nam Chul-woo (Ryoo-Seung bum), protagonista de este nuevo film del creador de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera, cuando el azar quiere que su red quede enredada en el motor de su modesta embarcación y lo deje varado en aguas norvietnamitas, allí donde la corriente del río que corre entre una y otra Corea lo arrastra hacia el Sur. ¿Cómo convencer a sus desconfiados y acérrimos rivales del Norte de que todo esto no ha sido sino obra de la casualidad y de que el pobre Nam tiene poco y nada que ver con un espía, como sospechan ahora: lo suyo no ha sido -como suponen los más maliciosos- sólo una estratagema para introducirse en territorio enemigo y husmear en busca de vaya a saber qué valiosos secretos. Nam sólo quiere reparar su nave y volver a casa, donde lo esperan su mujer y su pequeña hija. Como puede apreciarse en una muestra más de la variedad de sus intereses y de su versatilidad formal, en este caso Kim ki-duk apunta a la realidad política de su país. Pero la accidental experiencia del pescador no conduce al gran director coreano a tomar partido por una u otra parte. Al contrario. La experiencia accidental que Nam vive entre sus vecinos del Norte lo presenta frente a situaciones que pueden ir desde un innecesario y brutal interrogatorio hasta la actitud comprensiva y cálida de uno de los encargados de su custodia, que lo protege hasta donde le es posible, sin prestar demasiada atención a las sospechas de algunos de sus jefes. Con el regreso al Norte, Kim-ki-duk prefiere establecer una suerte de juego de espejos: también en el Norte surgen y se multiplican las sospechas. Y son similares. Por algo el hombre ha cerrado fuerte los ojos cuando la situación lo llevó a andar unos pocos metros por las calles de Seúl. No quería ver lo que ellas le mostraban ni quería guardar en la memoria nada que azuzara la curiosidad de los interrogadores que lo esperarían del otro lado de la frontera. Tampoco le interesaba ver tanto derroche ni guardar en la memoria lo que se presume que querría mirar con ojos de envidia. Porque él sabe que lo más valioso lo tiene en su propia casa.
Secretos y rumores en pueblo chico Seiscientos son los habitantes de San José de las Salinas, pequeño poblado en medio de las minas de sal del norte de Córdoba. Lo rescata del olvido el documentalista Lucas Distéfano en este film en el que indaga entre los que vivieron de cerca el asesinato de un jubilado a manos de su propia esposa. El hecho dio origen al primer juicio por jurados en aquella localidad, en el que los dos responsables de la muerte -la esposa y uno de sus hermanos- fueron condenados a cadena perpetua. El film dura apenas una hora, suficiente para que Distéfano pinte el ambiente del lugar, las condiciones en que vive el pueblito y el impacto que causó aquel crimen en un lugar poco habituado a los escándalos.
El reencuentro: encuentro de grandes actrices En principio, dos personajes que se supone que no tendrán nada en común. Al contrario. Todo, empezando por sus personalidades, sus estilos de vida y sus experiencias, ha contribuido a subrayar las diferencias entre las dos mujeres. Y no sólo porque entre las dos ha habido un hombre -el padre de una, el que fue amante de la otra, muerto quizás a consecuencia de su abandono-, sino por la ternura y la delicadeza con que el autor -el guionista y director Martin Provost- construye la historia de su reconciliación. Claro que cuenta con la decisiva colaboración de dos actrices formidables y con la química entre ellas, que se vuelve decisiva con el avance de la relación. Llama la atención que hasta aquí ningún otro cineasta haya adivinado que era tanta y tan perceptible la proximidad que las dos más famosas Catherines del cine francés -Deneuve y Frot, si bien en los titulos el orden se presenta a la inversa- eran capaces de establecer esa estrecha y secreta conexión entre dos personajes que no necesitan valerse de palabras para traducir sus sentimientos aunque no siempre estén dispuestas a exponerlos. Claire ejerce con verdadera pasión su profesión de partera en una maternidad próxima a ser cerrada. No es casual que el film comience con una escena de parto, sobre todo si poco después se sabrá que Béatrice, la que fue amante de su padre, padece una enfermedad incurable. Vida y muerte se alternan aquí, como sucede en la vida y en este sensible relato.
Delicias de la vida cotidiana Después de algún tiempo de silencio cinematográfico que se habrá hecho demasiado prolongado para los que guardaban el buen recuerdo de Harry, un amigo que nos quiere bien, Dominik Moll vuelve a exhibir dotes para la comedia en esta Noticias de la familia Mars que no le deja a su protagonista, que tiene el sí fácil, mucho margen para el descanso. que es lo que precisamente él fue a buscar. No hay mucha posibilidad de encontrarlo si se observa a quienes lo rodean ahora que su mujer se ha ido a trabajar lejos y lo ha dejado al cuidado de los chicos (adolescentes y cada uno con sus mañas). Y por si eso fuera poco, se encuentra con otros regalos inesperados: el peor, un antiguo compañero de trabajo que un buen día se escapa de la clínica psiquiátrica a la que fue a parar por muy justificables razones aparece y se instala en su casa. A los que se suman el insoportable perrito gritón que le endilgó una amiga y sus dos padres, ya finados (toque sobrenatural), venidos del más allá a repartir consejos. En fin, todo un festival de desequilibrados. Que son, por lo visto, la especialidad de Moll. No es para morirse de risa, pero tiene originalidad, entretiene y divierte.
Encomiable trabajo sobre la memoria En el centro de este valioso y valiente documental está el equipo argentino de Antropología Forense, a cuya incansable dedicación y empeño tanto se le debe por haber contribuido a rescatar y reconstituir alguna parte de uno de los capítulos más oscuros y aciagos de nuestra historia: la desaparición de personas debida al funesto accionar de la dictadura militar. Pero si bien el film gira en torno del trabajo admirable llevado adelante por el equipo, también pone el acento en quienes dejando a un lado esas amargas memorias, colaboran con ellos y apuntan preferentemente al lado humano de la tragedia. Beraudi y sus colaboradores saben sacar provecho de la potencia expresiva que el cine sabe extraer de los rostros y de las voces.
Amistades construidas sobre secretos Siete amigos de la infancia y sus parejas, cuando las hay, se reúnen en una noche veraniega, con eclipse incluido. A alguien se le ocurre preguntarse cuántas parejas terminarían deshaciéndose si alguno de sus integrantes tuviera la desdichada ocurrencia de espiar el celular del otro. Eso es lo que sucede en esta comedia que expone algo más que cierto parentesco no demasiado ingenioso con El nombre del hijo. A pesar de unos cuantos diálogos acertados -los que exponen alguna gracia más que los que intentan las pinceladas críticas sobre vicios y virtudes de los italianos-, la originalidad no va mucho más allá. Lo que se pone en marcha es un juego en el que se ven más o menos involucrados. Todos tienen algo que ocultar. La amistad confidencial tiene patas cortas en estos casos y los aparatitos con que la tecnología nos ha beneficiado para colaborar con esa libertad limitada no son precisamente discretos. El problema aquí, que lo hay, es la acumulación. Son muchos guionistas, incluidos algunos actores que también hicieron su contribución. Hay por supuesto algunos aciertos, de ahí que los italianos hayan celebrado tanto la película, señal de que en varios casos los apuntes han dado en el clavo: el juego de masacre, que se multiplica a medida que se aproxima el final, explica parte del enorme éxito del film en su país.
Todo para ser felices: la paternidad recuperada Aunque está acercándose a la cuarentena, está casado y tiene dos hijas, Antoine no es un tipo hecho para la vida familiar, más allá de la opinión que puedan tener los que acostumbran a emitir juicios tan impertinentes respecto de los sentimientos ajenos como el que da título a esta comedia liviana que por lo menos sabe evitar tanto las pretensiones moralizadoras como los resbalones hacia lo sentimental. Al fin, Antoine, que un buen día se reconoce incapaz de renunciar a las libertades de las que disfrutaba y aspira a recuperarlas, sin considerar que cambiar de vida resulta bastante más complejo que cambiar de canal o de modelo de iPhone. Sobre todo ahora que su mujer ha aceptado la separación y que, sin ella en casa, él deberá, temporariamente, hacerse cargo de los chicos. Las cosas no le serán fáciles, pero también la forzosa readaptación tendrá su costado positivo: la relación padre-hijas ganará con ella (que beneficia también el renovado vínculo con su ahora ex esposa), sin que ello signifique ceder a la tentación del fácil final feliz. Pero eso sí: al grato film de Gelblat no le faltan pinceladas certeras sobre la vida en la sociedad de hoy.
Polina: narrar el idioma del arte No es un típico film de danza, aunque ese es el tema; aquí podría decirse que se la ve en profundidad, desde adentro. Como puede verla alguien que, como Angélin Preljocaj la conoce, la vive, la crea y la transmite en todas sus facetas. Como cabe al talentoso creador de quien muchos recordarán su famoso dúo Le Parc, que creó en 1994 para la Ópera de Roma y conocimos aquí no hace mucho cuando Alessandra Ferri y Herman Cornejo lo bailaron en el Colón. El admirable creador francés y su esposa, la cineasta Valérie Müller, han concebido esta suerte de homenaje a quienes se consagran a la danza, partiendo de una ficción que tuvo un origen poco habitual: una novela gráfica de Bastien Vivés sobre la historia de una chica rusa que de muy pequeña sueña con ser bailarina y, como la mayoría de las que comparten ese sueño aspira a una formación clásica y logra ingresar en el riguroso mundo del Bolshói. Conviene aclarar que aquí, teniendo en cuenta quiénes son sus autores, es natural que la mirada sea más profunda y que no asomen los clásicos estereotipos y lugares comunes. El film se interna en ese mundo con la seguridad y la autoridad que le confieren sus hacedores, el terreno que exploran les es propio: el de la creatividad, en el que nada puede serles ajeno. Por eso, los hallazgos emergen tan naturalmente del registro de la cámara, que acompaña a Polina y al resto de los artistas mientras ellos descubren cómo sus vivencias humanas alimentan, transforman y liberan un lenguaje propio, más libre.
Dos noches hasta mañana: encuentro en Lituania Marie-Josée Croze, la actriz canadiense premiada en Cannes 2003 por su trabajo en Las invasiones bárbaras, es la protagonista y uno de los puntales -el otro es Mikko Nousiainen- de esta producción lituano-finlandesa. Ella es una arquitecta francesa que ha llegado a Vilna, capital de Lituania, para reciclar, con un criterio más acorde a las necesidades de los usuarios de hoy, los espacios comunes de un prestigioso hotel de la ciudad. A poco de llegar, su mirada se cruza con la de un desconocido algo más joven, con quien no tarda en intercambiar algunas palabras. Pocas, porque ella dice no hablar inglés y no hay aparentemente otra lengua en común con el muchacho. Sabremos después que tal engaño no es sino una primera barrera que ella levanta para proteger su intimidad, y sabremos también que será otro lenguaje, el de los cuerpos, el que tenderá el puente que las circunstancias favorecen. Un volcán en erupción con su lluvia de cenizas interrumpe el tránsito aéreo. No habrá vuelos, ni el de regreso a París que ella espera ni el que debería llevar a Dubai al muchacho, que es DJ y tiene allí un contrato que cumplir. La emergencia los obligará a compartir la misma habitación. Y permitirá al joven cineasta finlandés Miko Kuparien exhibir no sólo la delicadeza con que es capaz de describir el encuentro, sino también la que emplea para observar las pequeñas diferencias que irán destapándose a medida que la convivencia se prolonga.
Dos mujeres y la vida en pareja A Maria Sole Tognazzi, la interesante autora de Viajo sola, ningún personaje parece seducirla más que el de la mujer independiente. Vuelve a abordarlo ahora y lo lleva a un ejemplo diríamos más "extremo" no porque en su ánimo esté la voluntad de escandalizar sino porque prefiere precisamente lo contrario: descartar por completo el innecesario y vulgar subrayado que tantas veces viene asociado al humor vinculado con la homosexualidad y en todo caso poner el ojo en la normalidad de personajes y situaciones cotidianas, similares a las de cualquier pareja. Cinco años llevan conviviendo Marina y Federica, y a pesar de que se las ve hacerlo en armonía, muestran personalidades bien diferentes. Para Federica, arquitecta, ésta es su primera experiencia homosexual y se diría que no logra aceptarse del todo en ese rol si bien nadie pondría en duda el cariño que siente por su compañera, ya ex actriz. Federica ha estado casada, tiene un hijo ya adulto y nunca se muestra tan segura de sus elecciones y tan liberada del qué dirán. Marina, en cambio, más segura en sus elecciones y más experimentada, es dueña de un carácter más decidido y un espíritu más abierto, pero está claro que juntas han logrado cierto equilibrio, a pesar de que no faltan entre ellas algunas disidencias. Son las que generarán una crisis cuando Federica ceda a una reminiscencia del pasado (un viejo amor) y ponga en cuestión la solidez de la relación.