Espadas, demonios y un héroe atormentado Nada muy novedoso para este apurado film de acción Solomon Kane -sombrero de corona cilíndrica y alas anchas, enorme capa negra, botas altas, aceros varios y pistolas al alcance de la mano-, es un guerrero feroz, un mercenario, un pirata; pero también un hombre atormentado por su sombrío pasado. Uno de esos héroes de leyenda que participan al mismo tiempo de la historia y la fantasía: sus enemigos pueden ser de carne y hueso y luchar con él por la riqueza o por la fe, o seres poseídos por el demonio, zombis que se alimentan de carne humana y hasta el propio Satanás, que quiere cobrarle una vieja deuda. A Solomon, cuya aventura se desarrolla en la fangosa Inglaterra del 1600, lo acechan peligros por todas partes, sobre todo desde que, por razones que no conviene revelar, atraviesa una crisis de conciencia, rompe con el pasado y anda en busca de redención. El guión está basado en este personaje imaginado por Robert E. Howard, el creador de Conan , y responde al género de espada y hechicería que el autor norteamericano contribuyó a definir. Y aunque no trae mucho de novedoso y sigue muy de cerca modelos cinematográficos más famosos, contiene abundante acción y aventura para proporcionar algún entretenimiento. El problema reside en que el film quiere abarcar demasiado (incluidas las traumáticas situaciones vividas por el héroe en la infancia), con lo que la narración avanza a los saltos, quedan muchos cabos sueltos, las sanguinarias batallas resultan espectaculares, pero no siempre inteligibles y los personajes -salvo el protagonista- bastante desdibujados. Tampoco hay tiempo para atender los dilemas morales que acosan a Solomon: así, la conclusión que deja su conducta es, por lo menos, ambigua. Aun con su pretendido acento épico, el film se vuelve monótono y genera escasos picos de emoción. Visualmente, eso sí, la película es bastante llamativa, con su profusión de teas, hogueras e incendios y su variedad de ambientes: de colosales castillos a cuevas misérrimas y de sótanos atestados de zombis a bosques infestados de bandidos. Sorprende más el insólito (grotesco) remate de una escena de crucifixión que los convencionales efectos especiales. Incluido el enorme demonio que, como puede suponerse, también es de fuego.
Una pasión que revela cierto vacío existencial Silvio Soldini y el adulterio en Cosa voglio di più Cineasta sensible, fino examinador de lo que sucede bajo la superficie de la realidad, Silvio Soldini aborda aquí un tema -el del adulterio- que de tan frecuentado ofrece pocos flancos para un acercamiento original y parece estar siempre a un paso del cliché. Con su mirada distante, casi documental, y su aspiración a cierta objetividad, Cosa voglio di più expone el caso de una pasión repentina e incontrolable que altera la vida de dos matrimonios de clase media, pero también procura echar alguna luz sobre los síntomas de una vaga insatisfacción, cierta desazón existencial propia de nuestro tiempo. Anna y Domenico (Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino, ambos excelentes) son treintañeros y viven en una urbanización de los alrededores de Milán. Ella está casada con el bonachón Alessio, manso y siempre bien dispuesto; ambos trabajan y viven modesta pero cómodamente, rodeados de familia y amistades; están empezando a pensar en tener un hijo. Doménico, calabrés de origen, empleado de un servicio de catering, también está casado y en dificultades para mantener a su esposa y sus dos hijos. De todos modos, puede decirse que ambos, Anna y Domenico, llevan una vida razonablemente feliz. Quizás el problema esté ahí, en ese adverbio. Porque cuando Anna y Domenico se conocen -en una fiesta donde ella es invitada y él, camarero-, se enciende una primera chispa. La pasión está empezando a manifestarse y de poco sirve que el azar les dé la chance de detenerse una vez y pensar en el complejo futuro que se les avecina. Pueden más el deseo y la tentación de abandonarse a él, pero también pesan las mentiras, las culpas, el temor a ser descubiertos y a tomar decisiones definitivas. Tampoco pueden borrarse las obligaciones hacia seres queridos a los que no se quiere abandonar, el miedo a hacerles (y hacerse) daño. Y está también el problema del dinero, ya que sostener una doble vida no es para bolsillos flacos. El apetito por vivir una vida más intensa y más emocionante, en tales condiciones, es un espejismo que se agota en el breve paraíso de una visita a Túnez. El caso de los amantes adúlteros no se cierra sobre ellos: Soldini lo expone desde varios ángulos dibujando el perfil de casi todos los personajes afectados, mirándolos con fría lucidez, del modo más objetivo. ¿Hay responsables? ¿Hay víctimas? ¿Será que siguiendo el ritmo que impone el mercado, siempre hay una nueva necesidad por satisfacer? ¿O será que es tan frágil esa suerte de confortable infelicidad cotidiana a que la vida contemporánea nos ha habituado? Son interrogantes que se deslizan sin hacerse explícitos, y es en ellos donde reside el principal interés del film, narrado con la solvencia habitual de Soldini aunque quizá con algún metraje de más. Los actores compensan con su convicción el tono neutro que Soldini eligió para su obra, que está magníficamente fotografiada por el argentino Ramiro Civita.
Isabelle Huppert y un viaje de reinvención Fugarse, desaparecer sin dejar rastros, cortar todos los lazos, borrarse del mundo, recomenzar de cero, inventarse otra vida, otra identidad. ¿Quién no ha tenido alguna vez, aunque fuera fugazmente, esa fantasía? Benoit Jacquot toma la idea de la novela de Pascal Quignard (y parcialmente su desarrollo) para emprender esta exploración sobre la identidad y la fuga y hurgar en los pliegues más inatrapables de la interioridad del ser humano. Pero no se trata de un film de indagación psicológica: se asiste a las acciones (las de la protagonista, que es quien tras vivir un hecho que se supone perturbador, empieza a hacer realidad aquella fantasía de la huida absoluta, la huida de todo), y de ellas se infieren los cambios en su estado de ánimo, pero no hay explicaciones: casi todo pertenece al universo de lo no dicho. Y sin embargo, a pesar de toda esa ambigüedad, se sigue su progresivo andar rumbo a no se sabe dónde (y a toda marcha), con el mismo interés con que se sigue la de un fugitivo, sin que se sospeche la presencia de un perseguidor. Hay algo del hechizo de los sueños en su aventura. Nadie domina ese lenguaje tan lleno de misterio como Isabelle Huppert, que aquí hasta cambia de rostro y de cuerpo a medida que va avanzando en su viaje de reinvención. Ann, la cotizada pianista que una noche sigue a su marido, lo ve entrar en una casa y besarse apasionadamente con otra mujer y casi en el mismo momento se tropieza con un viejo amigo al que conoce desde que era chica, fue antes Éliane, tuvo un padre músico que dejó a su familia para siempre y un hermano que murió joven. Cuando descubre la traición no hace una escena, pero inmediatamente rompe con su marido y poco después empieza a liberarse de todo lo que la encadena: deja la música, vende los pianos, la casa, los muebles, apenas se despide de su madre, ya casi ausente. El recobrado amigo la ayuda a desaparecer. Cruza varias fronteras en todo tipo de vehículos y sólo se detiene en una villa italiana poco accesible en lo alto de un monte sobre el mar. Encuentros e incidentes menores y un fugaz regreso a Bretaña ilustran sesgadamente sobre los sentimientos de esta mujer emotivamente frágil pero dueña de firme voluntad. El lenguaje fracturado, abrupto, a veces abstracto de Jacquot responde al ritmo de este viaje emotivo que no está totalmente desarrollado en términos narrativos e invita a leer entre líneas y por eso puede resultar frustrante para algunos. Huppert es, como siempre, fascinante.
Historia de vida en un entrañable documental Se destaca la espontaneidad de los protagonistas El primer acierto que hay que atribuirles a los tres directores de este pequeño y entrañable film documental es el de haber sabido descubrir a su personaje en Rubén, un hombre soltero de 77 años, ex empleado bancario que hace casi treinta, y por razones que se desconocen, permanece prácticamente recluido en su casa-departamento de Bernal. El segundo, haber logrado que Rubén, cuya vida social se reduce al trato con sus tres sobrinos (y con una vecina que le hace las compras y las apuestas de quiniela y con quien se comunica a través de la medianera), les permitiera acceder a su refugio y dejara, como si se tratara de participar de un juego, que la cámara recogiera sus testimonios (sus rezongos) o fuera testigo de algunas de sus conversaciones. El tercero, y seguramente el más destacable, es el ánimo comprensivo, solidario y respetuoso con que abordaron el compromiso. La cámara busca no interferir, evita subrayados e ironías y sabe retirarse a tiempo cuando se está entrando en terreno de intimidad. Así, resulta lleno de verdad y de vida el retrato de este personaje que siempre tiene un no a flor de labios (sobre todo cuando la familia quiere convencerlo de dejar el encierro) y en quien se mezclan la melancolía tanguera, el pesimismo, cierta amargura, un humor a veces ácido, mucha espontaneidad y alguna picardía, sobre todo en las bromas sobre fútbol con el sobrino varón (al fondo de cuya casa vive) o durante la esotérica sesión de tarot lacaniano que le propone su sobrina mayor. Esa sesión encadena los sucesivos momentos -un cumpleaños, varias charlas, la visita del médico, en los que se tropieza una y otra vez con la mención del Manija, "ex primo, ex amigo", como él dice-, que vive en Rojas, donde ambos nacieron, y por el que manifiesta un callado rencor. El Manija seguramente sabrá el porqué del aislamiento. Aquí el film, que ya ha ganado la necesaria oxigenación con un par de secuencias en las que brilla la excelente música de Gustavo Dinzelbacher y Sebastián Coll, extiende la mirada para seguir la amable conspiración que los sobrinos del protagonista han concebido con el fin de reaproximar a los dos que en otros tiempos fueron amigos inseparables. Y otra vez exhibe su pudoroso respeto. Otro mérito al que hay que sumar el clima de humana calidez en que se desenvolvió la realización del film y que se percibe en la desenvuelta espontaneidad de todos los "actores". Es natural que al final la ternura venga mezclada con sonrisas.
Ocupación, vida plena y felicidad Pensioners, Inc. narra la historia de una fábrica en la que los jubilados son mayoría Bertram Verhaag, polaco de Sosnowic, estudió sociología y economía y antes de licenciarse en cine en Munich trabajó tres años en el departamento de desarrollo urbano de esa ciudad. Es probable que esa formación y esa experiencia hayan decidido su orientación como documentalista: lleva realizados unos noventa films para el cine y la TV, en los que examina desde muy distintos ángulos cuestiones que tienen que ver con las condiciones de vida en el mundo contemporáneo, donde tanto influyen la tecnología como los avances científicos y los intereses económicos. Pensioners Inc . apunta a la situación de los mayores, y lo hace poniendo la atención sobre una empresa que fabrica agujas hipodérmicas y tubos para laboratorios en Needham, cerca de Boston. Vita Needle (así se llama) encontró la forma de aprovechar el potencial de muchos jubilados deseosos de mantener una activa vida laboral y social y consiguió no sólo satisfacer esas necesidades, devolverlos a un mercado que los desechó como innecesarios, remediar su soledad y darles la oportunidad de aprender cosas nuevas y enseñar las muchas que saben, sino también duplicar la producción de la firma. Naturalidad En las escenas que recoge Verhaag con tanta naturalidad como para que la cámara no interfiera como una intrusa, se entiende el porqué: lo explican el jefe y los empleados -el promedio es de 74 años, pero hay desde muchachos de cuarenta y pocos a una infatigable veterana de 96-: allí no hay competencia feroz ni presiones; se trabaja con alegría, por la satisfacción de hacerlo bien y en medio de pares con los cuales se puede compartir la obligación y el diálogo. Cada uno elige días y horarios; el puesto está asegurado de por vida y el proceso de fabricación nunca se interrumpe porque está organizado en pasos breves y sucesivos, tareas cortas que varios pueden desempeñar, de modo que siempre hay quien pueda asumirlo cuando el otro no está porque tiene día libre o porque ha ido al médico o a ver a los nietos: sólo hay que contar con suficiente personal y organizarlo. Tampoco hay jerarquías. Todos son, simplemente, trabajadores: un ingeniero espacial, un profesor, una telefonista que empezó con centrales primitivas y hoy se entiende con computadoras, una obrera manual. Alguien reflexiona: "Es importante que quien gusta de trabajar pueda hacerlo". Otro acota: "Si me quedara en casa, no duraría un año. Trabajando aquí siento que me alejo de la muerte". Se los ve felices. Pensioners Inc . da testimonio de una experiencia ejemplar y no le hacen falta discursos sobre la humanización del trabajo para mostrar que algunos comportamientos erróneos de nuestra sociedad pueden modificarse con un poco de imaginación.
Caos y abusos tras la liberación de Berlín "¿Cómo seguiremos viviendo?", pregunta y se pregunta a sí misma la protagonista ahora que la guerra terminó, su marido ha vuelto y entre las ruinas, que no son solamente las que están a la vista, sólo queda un enorme vacío. No hay respuesta. No se puede volver atrás: la guerra ha dejado sus marcas en todo, desde el alma de los que han logrado sobrevivir hasta el sentido mismo de palabras como amor o moral. Con Anonyma , el cine alemán indaga otra vez en zonas dolorosas de su pasado, más precisamente en los últimos días antes de la capitulación, cuando las tropas soviéticas ya han comenzado a tomar Berlín y con ella a sus mujeres, que son violadas y esclavizadas como si fueran botines de guerra. El film está basado en el diario que una de ellas (anónima, periodista y con conocimientos de ruso) llevó en esos días para dejar registro de las atrocidades de que fue objeto y del modo que halló para conservar un mínimo de libertad (la de elegir a quién entregarse) y sobrellevar la situación hasta el previsible final del conflicto; así, se convirtió en la compañera de un oficial ruso que la puso a salvo de los ataques de la tropa. La compleja relación que se establece entre ellos ocupa el centro del relato, que el director Max Färberböck adaptó cuidando de mantener la desolación emotiva que según parece viene del original, pero presumiblemente incorporándole también algunos agregados en busca de ecuanimidad: suele aludirse a la perversión nazi, de cuya barbarie fueron testigos o víctimas muchos integrantes del Ejército Rojo. Por otro lado, la crueldad de las escenas del comienzo es compensada sobre el final con algunos apuntes que sugieren algún ánimo de reconciliación, difícil de imaginar en los textos de Anonyma. Cuando éstos fueron publicados, en 1959, indignaron a los lectores, que acusaron a la autora de difamar a la mujer alemana; el rechazo fue tanto que Anonyma prohibió cualquier reedición hasta después de su muerte. El film no avanza demasiado en el arduo asunto de la moral en tiempos de guerra, pero reproduce los hechos sin excesos ni sentimentalismos aun en los tramos finales, cuando cobra más intensidad emocional. A Nina Hoss se debe buena parte del vigor expresivo del relato, y también es excelente el trabajo de Evgeny Sidikhin.
Arabes en los EE.UU. y un cálido retrato de mujer Amérrika, una mirada humana sobre la inmigración Amérrika. No poder pronunciar correctamente el nombre del país al que se han mudado debe de ser el menor problema que enfrentan los inmigrantes que llegan a los Estados Unidos desde Medio Oriente, sobre todo si lo hacen, como los protagonistas de este sensible film, en un momento en que el país del Norte vive en alerta permanente ante la amenaza terrorista y está a punto de desembarcar en Irak para derribar a Saddam Hussein. En esa tierra en la que han depositado sus esperanzas, los dos palestinos recién llegados de Cisjordania -una madre divorciada y su hijo adolescente- encontrarán hostilidad, intolerancia, racismo. Pero desde el principio se advierte que la directora Cherien Dabis (norteamericana hija de jordanos) no cargará las tintas del drama y que ha encontrado para su film, inspirado en situaciones que vivió de cerca, un tono más leve del que suele esperarse en una película con esta temática. En Amérrika prevalece lo humano: en la mirada de Dabis sobre los personajes -la robusta Muna, cálida, vital, optimista, inolvidable en la composición de Nisreen Faour-; en las pinceladas iniciales sobre la dura rutina diaria de quienes residen en los territorios ocupados y trabajan en Israel o en la descripción de las experiencias cotidianas de los inmigrantes árabes en la zona rural de Illinois donde albergan a los viajeros la hermana de la protagonista (la notable Hiam Abbass, ya vista en La novia siria ) y su cuñado, el médico al que Yussuf Abu-Warda confiere callada ternura. Muna trae fatiga y frustración, pero confía, aun cuando con el inicio de la guerra en Irak la hostilidad recrudezca y todos la sufran en carne propia, desde el muchacho, en el ámbito estudiantil, hasta el médico, que ve reducirse cada vez más el número de sus pacientes. Con todo, la mujer seguirá luchando, aunque deba cambiar la sucursal bancaria de otros tiempos por la cocina de un local de comida rápida y aunque tenga que sobrellevar ciertas reacciones rebeldes de su hijo cuando las cosas no van tan bien como ellos las habían soñado desde lejos. Que entable una relación amistosa con un hombre judío que actúa como el buen samaritano y es el director de la escuela de su hijo añade una nota de concordia que, fiel a su estilo desprovisto de cualquier discurso, Dabis evita subrayar.
Un triángulo de cuatro al estilo escandinavo Secretos de matrimonio y un extraño experimento ¿Puede haber una solución racional cuando el problema es fruto de una pasión? Las dos parejas adultas involucradas en esta especie de triángulo de cuatro que propone Jorgen Bergmark creen que sí. Y por eso ponen en práctica, hasta donde pueden, un arriesgado plan que han elaborado más o menos por consenso. El planteo es sencillo y al mismo tiempo provocativo, y su propósito, examinar las conductas humanas cuando enfrentan un conflicto originado en las oscilaciones del corazón. Son dos matrimonios ligados por la amistad entre los hombres, Erland y Sven-Erik. El primero y su esposa de años, May, representan algo parecido al matrimonio modelo y actúan como consejeros de parejas en crisis en las reuniones que realizan en el templo pentecostal y a las que suele asistir el segundo con su flamante esposa, Karin. Pero en una fiesta de cumpleaños, Erland conoce a la mujer de su amigo y la atracción mutua es inmediata, casi fulminante. La chispa no tarda en encenderse. No les queda otra salida que reconocer lo que les sucede y contarles la verdad a los respectivos cónyuges. Ahí llega la solución racional a la que el título original se refiere, probablemente con cierto sarcasmo. La propone Erland, líder natural del grupo por carácter y por ser el más versado en conflictos matrimoniales, al menos en teoría: vivirán todos bajo el mismo techo y respetarán ciertas reglas estrictas de conducta, con las que buscan evitar que alguien salga herido. La liberalidad sueca y la fría racionalidad ayudarán a dominar celos, dolor o frustración, suponen. Y también que la relación adúltera no durará demasiado y todo podrá volver a la plácida normalidad del principio. Seguir este curioso experimento de convivencia le permite a Bergmark indagar -entre el humor y el drama- en los conflictos que viven íntimamente los personajes, las arduas pruebas que cada uno debe afrontar para adaptarse a la nueva situación y las tensiones, manifiestas o no, que crecen entre ellos. Todo ese tramo, favorecido por la sutileza con que el realizador desnuda a sus criaturas y apuntalado por el trabajo de cuatro actores admirables, es el más jugoso del film y el que estimulará la discusión. El desenlace, en cambio, resulta tranquilizador, pero no demasiado convincente.
Amable retrato de familia El film rehúye los formatos conocidos y propone veracidad y ternura Cinco jornadas decisivas en la historia de una familia como tantas otras. Ni una disfuncional de esas que tanto frecuenta el cine contemporáneo, ni una que sirva de modelo. Porque este film que se llevó tres premios César y confirmó los buenos pronósticos que había merecido Rémi Bezançon con su ópera prima, Ma vie en l´air (2005), carece, felizmente, de algunos ingredientes clásicos de este tipo de historias: por ejemplo, almíbar y moralejas. Tiene, en cambio, frescura, sinceridad, cierto encanto. Bezançon adopta un medio tono que favorece al relato y le permite abordar temas dramáticos, sentimentales o risueños sin caer en la apelación lacrimógena, el exceso de azúcar o la caricatura. Los cinco capítulos abarcan doce años de la vida de los Duval (1988-2000) y coinciden con otros tantos momentos críticos, vividos por cada uno de sus integrantes. Son ellos el padre, taxista, lacónico, fumador empedernido y víctima aún de la invariable descalificación de su propio padre; la cariñosa madre, que no resigna al paso de los años y aun añora a la jovencita hippie que fue hasta ayer; el hijo mayor, independiente y de fuerte carácter, cuyo abandono del hogar ocupa el primer episodio; el hijo menor, rockero, sensible y tan inconstante como desorientado, y la pequeña rebelde que hace sus primeras y dolorosas experiencias en el amor. Ni film coral ni relato en episodios ni fábula narrada al estilo Amélie , hay un poco de todo de eso en Amor de familia , que sin embargo rehúye los formatos conocidos y propone un retrato amable pero veraz, gracioso y discretamente tierno. El mérito corresponde tanto a un libro que sabe ser inteligente sin alardear y consigue hacer emocionantes los pequeños conflictos cotidianos (sobre todo los que se viven en la adolescencia) como a un elenco que se gana de entrada la adhesión del espectador. Y, por supuesto, al dinamismo y la delicada sensibilidad de Bezançon, dueño de un estilo tan personal como accesible. Son infinitos los atractivos de la banda sonora, en la que se cruzan Janis Joplin, Blossom Dearie y Lou Reed, entre muchos otros.
Sólido drama policial con buenos actores Atracción peligrosa confirma las virtudes del intérprete como director en este retrato de un barrio de Boston Salvo por el premiado guión de En busca del destino , que coescribió con Matt Damon, la fama de Ben Affleck siempre se debió más a su apostura física que a su limitada capacidad expresiva. Pero la imagen se alteró bruscamente hace unos tres años, cuando su sólido debut como director de un perturbador drama sobre la misteriosa desaparición de una chica de cuatro años ( Desapareció una noche ) mereció el entusiasta elogio de la crítica. Ahora, The Town (increíblemente rebautizada aquí como Atracción peligrosa ) no sólo confirma su pericia como narrador: también disipa dudas respecto de sus dotes interpretativas en un personaje que carga con el mayor peso. Es cierto que este viaje de exploración por el interior del mundo del hampa no aporta demasiadas novedades a una temática que ha sido explotada con tanta lucidez por Scorsese, Tarantino o Michael Mann, y que la novela de Chuck Hogan que le dio origen no desborda originalidad ni desecha clisés y lugares comunes, pero la realización es de una solidez incuestionable. Arranca a puro ímpetu, apenas se ha informado que en Charlestown, la zona de Boston donde transcurre casi toda la historia, hay más robos de bancos y transportadores de caudales que en todo el resto de los Estados Unidos. Uno de esos violentos asaltos -el enésimo que concretan los enmascarados profesionales encabezados por Doug McRay (Affleck)- pone en marcha la acción y da claro testimonio de la autoridad con que el ahora cineasta se mueve en el terreno de la acción. Se la apreciará también en otros momentos, de las persecuciones a la gran batalla en torno de un estadio de béisbol. Pero tendrá desafíos más complejos porque el film, además de seguir los vericuetos de la pesquisa policial y de aludir a las fricciones que crecen en el interior de la banda, apunta en otras direcciones: por un lado, la descripción de la dura realidad en Charlestown, de la que provienen casi todos los personajes, incluido algún investigador; por otro, los conflictos íntimos del protagonista, seriamente agravados cuando, ocultando su identidad, inicia una relación con la joven gerente del banco que fue su rehén. No sobra originalidad y tampoco demasiado rigor en el dibujo de los personajes, incluidos los dos centrales, pero Affleck mantiene la tensión y tiene el apoyo de actores notables como Jeremy Renner, Rebecca Hall, Chris Cooper, Pete Postlewaite y Blake Lively.