El perdurable encanto de Heidi Toda una leyenda popular extendida por muchísimos rincones del planeta la de esta nena de los Alpes suizos que por enésima vez llega a la pantalla para revivir una historia nacida a fines del siglo XIX, conocida por chicos y grandes y, por lo que parece, inagotable. Es natural que tan reiterada frecuentación (son innumerables las versiones a que ha dado origen la novela, el best seller suizo por excelencia, y no sólo en el cine sino también en la televisión, en el teatro, en el musical, los films de animación, y hasta hay un parque temático en Suiza), genere en el espectador cierta aprensión. Pero no le lleva demasiados minutos al director suizo Alan Gsponer atenuar ese escepticismo. En principio porque desde el comienzo está clara la seriedad con que ha sido encarada la producción, no sólo por la fidelidad al contenido de la novela -a pesar de que necesariamente ha debido reducirse, ya que el original ocupó dos tomos- sino también por el cuidado con que se han reproducido los escenarios en que transcurre la historia, Ninguna sospecha de cartón pintado asoma en el film. Los paisajes son los mismos en los que los concibió Johanna Spyri, en el cantón de los Grisones: primero la cabaña en lo alto de los Alpes en la que el abuelo ha elegido recluirse y de cuya presencia (al principio huraña, más tarde cálida y protectora), disfruta la huerfanita Heidi, una nena dulce y risueña que termina conquistándolo. Igualmente disfruta de la imponente vista de las montañas y de la atención de las cabras de Pedro, su inseparable amigo pastor. No menos convincente es el escenario (sin duda ha sido impecable todo el trabajo de ambientación), cuando para la pequeña y sensible chiquita enamorada de la naturaleza las cosas cambian bruscamente: la tía que un día la depositó en manos del abuelo paterno contra la voluntad de éste ahora debe trabajar en la ciudad, y es la oportunidad para que la chica pase por nuevas experiencias, viva en una suntuosa mansión, conozca la escuela y perfeccione sus modales desempeñándose como dama de compañía de una chica de su edad, Klara, postrada en una silla de ruedas. Ya se las arreglará la protagonista para volver a sus añoradas montañas y para no perder el contacto con su rubia compañera. Como puede verse, la adaptación es muy fiel a la estructura de libro, inclusive en su pintura de una sociedad clasista. Y que más allá de señalar sus visibles contrastes también desliza algunos apuntes que descubren que en la historia de Spyri cabe cierto espíritu ligeramente crítico en la observación de varios personajes, desde un abuelo de conductas independientes hasta una abuela capaz de comprender la nostalgia de una niña por su mundo rural y sus libertades. Entre los aciertos de la película, es justo señalar el del casting, especialmente en los casos de Anuk Steffen, una Heidi tan vivaz como espontánea y conmovedora, y de Bruno Ganz, inmejorable abuelo, a pesar del menoscabo que supone que en nuestro medio todas las copias sean presentadas en versión doblada al español. Méritos similares pueden destacarse en la música de Niki Reiser y en la estupenda fotografía de Mathias Fleischer.
Fuocoammare es un poderoso documento de la crisis de los refugiados Quince mil es apenas el número oficial con que suele calcularse el número de seres humanos que han encontrado su tumba en el Mediterráneo, producto de los innumerables naufragios en los que suele concluir la constante migración de pueblos de África y también de Medio Oriente, que huyen de las guerras, del hambre y de tantas otras catástrofes que han venido sucediéndose en los últimos años. Gianfranco Rosi, el cineasta italiano nacido en Eritrea, formado en Nueva York y premiado en Venecia y Berlín, entre otros festivales, se instaló dos años atrás con su cámara en la isla de Lampedusa, cuando aún no se habían "inaugurado" otros trayectos alternativos y el mar era la vía casi inevitable y engañosamente más accesible para quienes desafiaban todos los riesgos en el empeño por aproximarse a Europa con la esperanza de hallar un lugar donde vivir mejor. El problema de los inmigrantes, si es que así puede llamárselo, llevaba en la isla entre Malta y Túnez muchos años. "Somos pescadores y como tales aceptamos todo lo que el mar nos trae", explican los isleños. Pero Rosi, que no duda en calificar esta tragedia como la más grande que ha debido enfrentar Europa desde la Shoah, no se limita a la tragedia de los migrantes, en la descripción de cuya dureza no elude imágenes fuertes (¿cómo lograrlo ante esta realidad?), pero sí elude cualquier sensacionalismo y descarta apelaciones sentimentales. El asunto es político y son los políticos -y no el cine- quienes deberían abordarlo en busca de una solución a semejante crisis humanitaria. La unidad del film, en todo caso, proviene de lo que transmite: si se lo observa en detalle se percibe que ante todo es un film sobre sensaciones, sobre emociones, sobre encuentros, sobre gente y sus historias. Y en lo posible, claro, un urgente llamado de alerta. En Fuocoammare es la sencilla y callada vida de los habitantes de Lampedusa, con sus tradiciones y sus hábitos de siempre, la que ofrece naturalmente su contraste con la terrible situación de los que lograron sobrevivir a las penurias del aventurado viaje. Y entre los isleños, en especial, la figura de Samuele, un muchacho de 12 años y su familia, con su padre pescador que le enseña el oficio, sus obligaciones escolares, los juegos con la honda que comparte con un amigo y hasta las pequeñas molestias que le acarrea su "ojo perezoso". En el film, los caminos de los residentes y los que buscaron refugio jamás se cruzan. Es más: Samuele parece ignorar a los migrantes, si bien el film no deja de apuntar sutilmente algunos cambios que han experimentado los isleños desde que la crisis de los migrantes alcanzó en los últimos meses su nivel más dramático. Mientras, Rosi y su admirable editor observan Lampedusa y yuxtaponen muy diversas pinceladas que conforman un reflexivo retrato de la isla y de una tragedia ante la que muchos muestran similar indiferencia: repetidos y angustiosos rescates en las sobrecargadas embarcaciones, recuperación de cuerpos ya sin vida, de emigrantes que han huido de Siria, Nigeria, Eritrea y otros países de África y Medio Oriente, pero también algunas escenas con el DJ de la radio local ("Fuocoammare" es, precisamente, una vieja canción siciliana que alguien pide para dedicarla a su esposo), la charla con el viejo médico que se confiesa superado por la reiterada y durísima tarea de examinar cadáveres, las rutinas de Samuele y los suyos entre casa, algún diálogo infructuoso entre alguien que espera ser rescatado de un lugar que no sabe precisar o el relato no menos horroroso de un accidentadísimo trayecto desde el norte de África. El film no oculta el espíritu solidario que se hace visible en Lampedusa, pero habla también -siempre sin subrayados innecesarios- de cierta indiferencia perceptible en torno de esta tragedia de nuestros días. Y he ahí seguramente su más dolorosa evidencia.
Un italiano que sabe reírse de sus defectos Tomar en broma los defectos propios. Exagerarlos hasta la caricatura. Con un ligero propósito autocrítico, sí, pero antes que nada con la finalidad de reírse y hacer reír. El cine peninsular lo supo hacer inmejorablemente en los tiempos en que brillaba la commedia all'italiana, quizá con una mirada más afilada y cáustica en el retrato satírico de la realidad, en el dibujo humorístico de los personajes y en la aguda ironía que podía aplicarse a los cambios de costumbres de la época, con cierta herencia visible del neorrealismo. El mundo que hoy observa Checco Zalone (Luca Pasquale Medici según sus documentos), venido de la Puglia y dueño de una popularidad a la que contribuyeron la música y su múltiple condición de cantautor, actor cómico y showman de TV y que consolidó el cine con los arrolladores éxitos de sus films Cado dalle nubi, Che bella giornata y Sole a catinelle, ninguno estrenado aquí y todos dirigidos y coescritos, como éste, en colaboración con Gennaro Nunziante. El cuarto -y el que superó todos sus récords anteriores (y también el de Avatar)- es este ¡No renuncio!, que en Italia convocó a más de 9 millones de espectadores. Un debut tan demorado puede tener sus desventajas, pero también sus beneficios, sobre todo los que acompañan a un actor cómico a cuyos recursos no estamos habituados. Checco Zalone es aquí un casi cuarentón al que la vida le sonríe. Ha conseguido todo lo que hasta ahora se propuso. Es empleado municipal, lo que supone un generoso número de privilegios. El más importante, según lo ha aprendido en casa y de los certeros consejos de un veterano senador con años de experiencia en el Estado, constituye su condición de empleado municipal, es decir, un puesto fijo asegurado de por vida. Tiene muy poco que hacer: como pertenece a la oficina municipal de Caza y Pesca, todo lo que está obligado a hacer es sellar las autorizaciones que la gente presenta sin moverse de su escritorio. Vive con sus padres, lo que le asegura casa y comida además de los mimos y la adoración de la mamma (y los de una novia que ya desistió de llegar alguna vez al registro civil). Todo el mundolo envidia. Hasta que una inoportuna reforma de la administración pública lo pone en foco. Nadie más apropiado que él, soltero, sin nadie a su cargo, sin compromisos de familia, sin especialización alguna, para que pueda aplicársele la movilidad laboral. Puede no aceptar la indemnización, o pedir sumas disparatadas. Pero tiene que luchar contra el empecinamiento de una superior capaz de inventar cualquier traslado, el más lejano, el más incómodo para trastornarle la vida y hacerlo aflojar. Con lo único que no cuenta es con la invencible versatilidad del empleado, capaz de adaptarse a cualquier molestia con tal de conservar su empleo. Y como en este caso, el empleador es el mismísimo Estado el nuevo destino que le ofrezcan puede estar en cualquier parte. De toda Italia, e incluso más allá. Por ejemplo en alguna base polar o en el África ecuatorial. Buena parte del film se centra en esa incansable persecución. En el principio, a muy buen ritmo, las situaciones cómicas y los chistes se suceden. Y el humor satírico se sigue sosteniendo a pesar del brusco cambio que el guión impone en la parte central, con el inesperado encuentro que vincula al protagonista con una científica hiperliberal con la que se cruza entre la nieve y los osos polares. Sólo en la parte final el tono cáustico afloja un poco y cede a un happyend biempensante, quizá para que todos salgan del cine con una sonrisa, aunque el cambio de tono resulte un poco forzado y relativamente convencional. Lo importante es que ¡No renuncio! consigue entretener y divertir un buen rato sin tener que perdonar los muy pocos baches que se perciben sobre todo cuando va acercándose el remate. Y que todo esto se logre sin recurrir a la vulgaridad ni la grosería que tan frecuentemente asoma en las comedias. Checco Zalone puede no estar a la altura de los grandes actores cómicos de la tradición italiana, pero su eficacia y su considerable ingenio están más allá de toda duda.
Amor en tiempos de guerra Aunque ha sido un asunto repetidamente frecuentado por el cine, el drama de la guerra que a comienzos de la década del 90 estalló en la ex Yugoslavia encuentra en el croata Dalibor Matanic una visión diferente y novedosa en Bajo el sol. La integran tres historias de amor que transcurren en una misma zona rural, cerca de la costa dálmata, en tres épocas diferentes -poco antes del estallido del conflicto, cuando éste llega a su fin, en 2001, y más tarde, cuando se ha restablecido la paz-, bajo una mirada que aunque apunta al futuro deja percibir las heridas que ha dejado la terrible contienda y que aún no han cicatrizado. No se aborda el tema de la guerra sino a través de las consecuencias que ésta ha dejado, tanto en los territorios por donde pasó como en el espíritu de los humanos, en una mezcla de dolor, angustia, culpa, esperanza y redención. En una decisión que no puede sino calificarse como brillante, el director y guionista confió a la misma dupla de actores -los talentosos Tihana Lazovic y Goran Markovic- los papeles de cada una de las tres parejas, y lo mismo hizo con algunos de los principales personajes secundarios y en cierta medida con los escenarios naturales. Las repeticiones -también de los conflictos- están a la vista. Las guerras, la religión y la política han alimentado el odio que divide a las naciones balcánicas, opina Matanic, y por eso en los tres capítulos de su ficción le opone a la intolerancia lo que juzga su más eficaz antídoto: el amor. Sobre todo el amor limpio de los jóvenes. Como Ivan y Jelena. Cuando el film comienza, el conflicto heredado y actualizado por cada generación está por abrir un nuevo capítulo, quizás el más sangriento de todos, y la pareja veinteañera ya ha decidido escapar a Zagreb, donde por ahora la presión familiar no será tan intensa y donde la unión de una serbia y un croata no suponga todavía un pecado imperdonable. La violencia, ya anunciada por las tropas que han visto pasar en una jornada aparentemente idílica, anticipará los negros días que están por vivirse. En el segundo tramo, diez años después, la devastación de la guerra (y el dolor de las pérdidas) ha dejado sus marcas. Natasha y su madre vuelven a lo que quedó de su hogar. Hay mucho que recuperar y hace falta un hombre que se encargue del trabajo más pesado. El que podrá asumirlo es, otra vez, un enemigo. La madre podrá perdonar, pero para la hija, el gentil Ante es, sigue siendo, sobre todo un croata, quizá uno de los que no hace mucho mataron a su hermano. Y si no puede ocultar la tensión que esa presencia masculina le genera, serán los cuerpos los que hablen por sí mismos. En el tercer relato han pasado otros diez años; la guerra terminó y el que vuelve a su pueblo después de tanta ausencia y con la excusa de una fiesta que allí se celebra es Luka. Si la visita es tan corta que apenas le da el tiempo para una breve visita a sus padres es porque lo aguarda alguna cuenta que ha quedado pendiente del pasado. Es Marija, la muchacha serbia a la que abandonó cuando aún no había nacido el hijo que esperaba de él. El alboroto de la rave quizás intente tapar la voluntad de vivir una nueva vida o de reconstruir la que la guerra interrumpió. Lazovic y Markovic son intérpretes tan notables que saben imponer sutiles diferencias en el dibujo de cada personaje. Supieron conferirle a cada uno una personalidad diferente, un rasgo individual que quizá se hace más visible en la actriz debido al fuerte carácter que el guión proporcionó a los personajes femeninos. Hay un gran trabajo físico, virtud que comprende también al resto de los actores y del que el realizador, que sigue muy de cerca cada matiz, supo sacar inmejorable provecho. Igual mérito debe reconocerse en el propio Matanic, que sabe diferenciar las atmósferas, el ritmo narrativo y la intensidad dramática de cada una de estas conmovedoras y austeras historias.
Una mirada a la independencia y la soledad "Soy tu inspectora ideal porque no tengo una vida", reconoce la bella Irene en algún momento, no sin un dejo de amarga ironía. A los 40 años es una mujer bella, elegante, independiente y libre de toda clase de compromisos, salvo los que le impone su trabajo como inspectora de hoteles cinco estrellas. Como tal, viaja sola y se hospeda, de incógnito, en los hoteles más caros y sofisticados del mundo. Su equipaje, claro, debe estar siempre listo y en él nunca deben faltar, entre muchas otras herramientas de trabajo (como la laptop en la que anotará minuciosamente si el lujoso establecimiento que examina esta vez ha cumplido con todos los requisitos establecidos), los guantes blancos para comprobar que ningún polvillo haya opacado el brillo del mobiliario ni el termómetro para verificar la exacta temperatura del vino que trae el room service, el cronómetro para verificar que no exista demora alguna en el cumplimiento de estos u otros servicios y ni qué hablar de la atención que debe prestarle al trato gentil, educadísimo que debe exigirse del personal hacia los huéspedes. Irene conoce al dedillo su trabajo y a él se consagra con exclusividad. Su discreta elegancia hace que todos -pasajeros y personal- la crean una huésped más. Irene casi no tiene más familia que una hermana, casada y madre de dos chicas. Ella ha permanecido voluntariamente soltera y es difícil que el ejemplo que ese matrimonio le ofrece la haga arrepentirse de su decisión, aunque cuando vuelve a Roma -a veces, pocas- les dedique unas horas. Y el hombre que alguna vez fue su pareja se ha convertido ahora en un amigo, que para colmo está a punto de casarse con otra ex y ser padre. A Irene se la ve como ella quiere ser y estar donde quiere estar, pero cabe preguntarse si alguna vez cavila que ha pagado un alto precio por su libertad. Quizás el anonimato que debe asumir y el trabajo escrupuloso y obsesivo que desempeña la han llevado a canalizar alguna callada insatisfacción, si bien el ocasional encuentro con una antropóloga mayor que viaja sola como ella y está afectado por el mismo forzado nomadismo pueda acercarle una visión anticipada de su futuro. Y tal vez el inesperado desenlace de ese breve contacto, sumado a otros hechos -como la inminente paternidad de su amigo y las triviales y eventuales rencillas con su hermana-, conforme un cuadro que sacuda su organizado mundillo personal y la obligue a tomar conciencia de su situación. ¿Tan próxima está la ansiada libertad de la soledad? Para su bello film, Maria Sole Tognazzi elige la sutileza y la sugerencia. La historia es simple, pero no previsible; descarta cualquier altisonancia y retrata con trazos delicados y diálogos que suelen ser jugosos la crisis de la mediana edad gracias a personajes que se ven reales y tienen en la dulce Margherita Buy y todos los demás intérpretes inmejorables.
Es cine de superacción a la noruega Terremotos, volcanes, tornados, tsunamis, erupciones, huracanes, inundaciones, aludes, avalanchas. Con su voz estruendosa, la naturaleza suele recordarnos de vez en cuando nuestra pequeñez en el universo. Siempre atento al espectáculo y, por cierto, con una intención bastante más utilitaria, el cine (Hollywood en particular) ha sabido prestar especial atención a esos y otros fenómenos naturales, al punto de haber desarrollado un formato que algunos llaman género: el cine catástrofe. Sin pretender oponerle una franca competencia (al menos no en términos de inversión), la industria noruega intenta con La última ola introducir alguna modificación al atender un poco más a la perspectiva humana y bastante menos a la espectacularidad de los efectos que suele proveer la computadora. Lo que logra con esa variación, que también incluye cierta merma en su carácter grandilocuente, es que el tsunami que está en el centro de este relato, sin perder su efecto estremecedor, se perciba como más creíble y por eso mismo, en cierto sentido, más inquietante. Mucho tiene que ver en ello el escenario real de Geiranger, la pequeña ciudad turística en un fiordo del oeste de Noruega, con la siempre amenazante presencia del Akerneset, el gigante rocoso cuyos desprendimientos causaron más de un desastre en el pasado. Precisamente en aquel que derivó en tsunami en 1934, destruyó la ciudad de Tajford y mató a 40 personas se inspiró Roar Uthaug para concebir esta historia. Como entusiasta del cine catástrofe, su propósito era combinar elementos de ese "género" con los de la realidad de la situación noruega, cuyos majestuosos paisajes favorecen, sobre todo en la primera parte, el lucimiento del fotógrafo John Christian Rosenlund, al mismo tiempo que Uthaug emplea un tiempo igualmente generoso al desarrollo de los personajes. Aquí no hay, como es habitual en el formato explotado por Hollywood, breves historias que pintan a cada uno de los personajes que se verán involucrados en el esperado desastre (como tampoco hay estrellas de distintas épocas para encarnarlos), no porque falten algunos clichés, sino porque han sido utilizados con moderación, y también con considerable inteligencia. Casi todo gira en torno de una familia: la del geólogo que está punto de mudar de trabajo y de ciudad (irá ahora a una empresa petrolera) después de haber dedicado años a vigilar el comportamiento de la montaña vecina y estar alerta ante cualquier irregularidad, tarea en la que lo secunda un experimentado equipo de especialistas. Con Kristian también están por viajar su esposa, la serena y sensata Idun, y los dos hijos de la pareja, un adolescente que no se despega de sus auriculares y una nena que no se despega de su osito de peluche. Todo irá alterándose en la medida en que aparezcan signos de que algo anormal puede suceder. Uthaug es fiel a su propósito: en su film no abundan los grandes golpes de efecto, pero sí hay una tensión creciente: como subrayó un crítico norteamericano, todo en el tsunami que el film reproduce se ve como un cataclismo natural, escalofriante, pero real, lo mismo que las reacciones de los personajes, incluidos los cuatro miembros de la familia, que -alguna concesión puede perdonársele al film- son sorprendidos por la catástrofe cuando están separados en lugares diferentes; la madre con el adolescente, el padre con la hija menor. Pero se agradece que, sin perder la tensión, se hayan ahorrado los grandes efectos visuales y las exageraciones en nombre del gran espectáculo y se haya preferido recrear la catástrofe tal como sucedería y tal como la ciencia lo pronosticaría. Un bienvenido realismo que gana en verosimilitud.
Crónica de una familia distinta Rara aborda el tema de las llamadas "nuevas familias" -en este caso, una integrada por dos mujeres y las dos hijas de una de ellas- desde la perspectiva de las menores, en especial de la mayor, una preadolescente que a los cambios propios de esa etapa de su crecimiento debe sumar los que devienen del medio que la rodea, no siempre dispuesto a aceptar con naturalidad la existencia de una familia conformada de un modo tan diferente del orden convencional. El tema le fue inspirado a la directora y coguionista Pepa San Martín por un caso real: la jueza Karen Atala, la primera y única que en su país había declarado públicamente su homosexualidad, demandó en 2004 al estado chileno ante la Corte Internacional de Derechos Humanos cuando la Justicia le quitó, apuntando a su condición sexual, la custodia de sus hijas. El caso terminó con un fallo que formuló diversas recomendaciones al Estado. Pero este no es el tema central del film. Que está lejos de constituir una obra sobre litigios judiciales. Es más: la querella, iniciada por el padre de las chicas, no se ha iniciado cuando el film de San Martín termina, si bien en el retrato de la vida cotidiana del grupo, que incluye también al padre (y a la nueva esposa de éste) ya se lo ve, por ejemplo, sospechar de que los presuntos problemas escolares de sus hijas se deben a la situación en que viven y que juzga anormal. La vida cotidiana de las chicas, con sus rituales, sus diversiones y sus preocupaciones se parece a la de cualquier familia. San Martín es suficientemente sutil como para que las manifestaciones de prejuicio y homofobia -que las hay, claro- se cuelen muy cautelosamente en esta lograda crónica de familia. Nada de mensajes explícitos y aleccionadores ni mucho menos, de discursos que cuestionen y condenen las convenciones y los prejuicios de la sociedad chilena, si bien no hacen falta subrayados para que se aprecie la distancia que suele haber entre lo que se dice y lo que se hace. La observación de las conductas de las chicas -y en especial muchas conversaciones entre ellas dos o con sus amigas- resulta más que ilustrativa de los sentimientos que las animan y la situación en que se encuentran. Para la adolescente, verdadera protagonista del film, no es fácil sobrellevar al mismo tiempo tantos cambios e ir percibiendo de a poco que en la escuela, y aun entre sus amigas más próximas, la comunidad encuentra raro lo que para ella supone lo normal: vivir en su casa de siempre y con su hermanita, con la que a veces oficia de madre, y desde la separación de los padres, con sus dos mamás, la propia y la amiga íntima que ella ha traído a vivir en casa; el mundo familiar se extiende en ocasiones al padre y a su nueva esposa. Con ellos, las chicas pasan breves temporadas. La mirada inteligente y sensible de San Martín sabe descubrir en pequeños y precisos detalles las tensiones que palpitan detrás de la aparente concordia. Es mérito del guión, muy libremente tomado del caso de Atalay y de una dirección que obtiene admirables rendimientos de todo el elenco, y en especial del sector más joven: Julia Lubbert, la adolescente, y la pequeña Emilia Ossandon.
Un extraño cóctel de géneros Estoy de vuelta, bastardos." Pronunciadas en un escenario apartado e inhóspito, tales palabras anuncian que quien ha llegado regresa tras muchos años, en busca de un ajuste de cuentas con el pasado, de redención o de venganza. Parece un western, pero quien llega no carga armas sino una máquina de coser y lo que anuncia es apenas, en el fondo, una primera muestra de la facilidad y el desparpajo con que Jocelyn Moorhouse (Amores que nunca se olvidan, En lo profundo del corazón, La prueba) cambiará de género y de tono a cada rato a lo largo de dos horas de proyección. Y al mismo tiempo demostrará que quizá la idea de reaparecer como directora después de casi veinte años de dedicarse a colaborar con su marido (P. J. Hogan, el de El casamiento de Muriel y La boda de mi mejor amigo) no fue demasiado feliz. Es cierto que la extraña mezcolanza (western spaghetti, melodrama sentimental, comedia negra, humor disparatado o grotesco y algún apunte de tragedia) provienen del original literario (un gran éxito en Australia), pero también porque la realizadora, que no se caracteriza por su rigor, no siempre logra armonizar materiales tan discordantes y --quizás entusiasmada por el talento de su notable elenco, secundarios incluidos--, toma rumbos diversos, lo que no sólo extiende el relato en busca de un final, sino que éste, tras varios intentos, resulta caótico y bastante forzado. El atrevimiento de Moorhouse -_-con sus esporádicos aciertos y sus desbordes, se verá-- va bastante más allá del desfile de extravagante alta costura en el imaginario ambiente rural de una Australia de los años 50. Allí llega Myrtle "Tilly" Dunnage, la mujer que de pequeña debió dejar el poblado acusada de haber causado la muerte de un chico y terminó haciendo carrera en Europa como diseñadora de modas. En su tierra, nadie la espera; ni siquiera su madre, que a la humillación sufrida a por su familia a causa de la presuntamente falsa acusación de Tilly, respondió viviendo apartada de todos, en absoluto estado de abandono y sin memoria. La mayoría -incluso las que al poco tiempo se convertirán en futuras clientas cuando descubran que gracias a sus virtudes para la costura pueden ganar el atractivo que nunca tuvieron-- sigue culpándola por el pasado. Con excepción de un muchacho joven, Teddy (Liam Hemsworth), que terminará enamorándose de ella, en uno de los muchísimos cambios de rumbo que el guion emprende hasta enredarse entre tanta confusión y tanta necesidad de justificar conductas que a veces divierten y a veces desconciertan. Al frente del elenco, y a pesar de personajes que andan a los tumbos como quiere el guion, se lucen, como siempre, Kate Winslet, como la protagonista, y (casi desconocida) la admirable Judy Davis, a quien no veíamos desde que acompañó a Woody Allen en A Roma con amor.
Disparatado e incongruente Un complejísimo éxito quirúrgico (un completo trasplante de memoria de un cerebro a otro resuelto casi tan fácilmente como una operación de amígdalas) es indispensable para que la rebuscadísima intriga de Mente implacable pueda desarrollarse. Pero ya se sabe que la CIA todo lo puede, incluso recuperar los secretos que uno de sus agentes, sin proponérselo, se ha llevado a la tumba, y que el espectador puede tener tanta buena voluntad como para tomar en serio ésa y otras "originalidades" que a esta altura tienen más de atrevimiento que de novedad. También se sabe que hay directores que con sus incoherencias (¿o serán distracciones?) son capaces de ir añadiendo a lo largo de cerca de dos horas de proyección nuevas incongruencias, algunas tan artificiosas o disparatadas que, en lugar de acentuar la tensión o el suspenso que haría presumir un caso relativamente vinculado con la ficción científica, producen risas involuntarias. Que todo esto suceda en un film con un elenco tan cotizado como éste que encabezan Kevin Costner, Gary Oldman, Tommy Lee Jones y Ryan Reynolds resulta tan inexplicable como la propia historia si es que puede llamársele historia a esta interminable y confusa suma de equívocos que escribieron Douglas Cook y David Weisberg y que Ariel Vromen empeoró a fuerza de querer convertirla en un film de acción, para lo cual ayudan, por ejemplo, la presencia de un hacker conocido como "el Holandés" y una enorme suma de dinero proveniente del pago de un rescate. En realidad, el mayor (tal vez el único) enigma que propone la película se refiere al motivo por el cual el notable elenco aceptó comprometerse con este olvidable producto.
Historia de un amor en pleno naufragio No hace mucho, Margaret Mazzantini expresó: "Siempre escribo sobre seres que tienen fallos y faltas", agregando que eso es lo que nos hace más humanos. Además de ser la autora dela novela de la que derivó este nuevo film de Sergio Castellitto, Mazzantini es la mujer del actor-director, al que algunos recordarán como el nieto enternecido que en La familia (Ettore Scola) se apiadaba de su abuelo Gassman, sometido a dieta rigurosa, y le convidaba un plato de la pasta que estaba comiendo y lo había visto mirar con callada envidia. Esta, la quinta realización de Castellito y también la tercera oportunidad en que se basa en un libro de su esposa, tiene como protagonistas a Delia y Gaetano, que, como humanos que son, también exponen fallos y faltas. Han fracasado, por ejemplo, en su matrimonio. Ya llevan tiempo separados y se han reunido en un restaurante para definir qué harán con las vacaciones de sus dos hijos pequeños ahora que llega el verano. Todo el film transcurre en ese ámbito, donde, como es imaginable, habrá más discusiones que acuerdos, algunos estallidos de ira y varias manifestaciones de rencor. Pero también habrá lugar para algún recuerdo y, como en toda pareja en la que hubo amor, alguna evocación de días más serenos. El costado sentimental de la historia no ha sido descuidado por el director. En la novela de Mazzantini -que encabezó durante ocho meses la lista de best-sellers en Italia, vendió cerca de 4.000.000 de ejemplares y fue traducida a 45 idiomas, esa larga conversación incluye una suerte de viaje al pasado en el que al mar calmo sigan las tormentas y se alternen las alegrías y las riñas, los reclamos y la nostalgia de días más felices. Escenas de una pareja, en fin, desde el principio nacida de la atracción de los opuestos, además de la mutua ayuda y de la voluntad de ver en el otro algo más de lo que se dice. Él es un tipo común, nacido de una pareja simple de Ostia, y se gana la vida escribiendo para la televisión o para algunas revistas, pero aspira a convertirse en escritor. Ella, de una clase más acomodada, es nutricionista y en su pasado sufrió de anorexia. Ya no son una pareja sino dos que se amaron y ahora están heridos e ignoran cómo recuperarse. Nadie se salva solo, dice el título de la película, y por eso la escena de la comida y el film entero necesitarán de la intervención de terceros personajes, en este caso un hombre mayor, muy charlatán y algo entrometido, que se suma con su mujer a la mesa de los jóvenes (ninguno llega a los 40) en conflicto, les confiesa que está enfermo de un cáncer terminal y les pide que recen por él. En lo formal, el film quizá demasiado apoyado en los diálogos, probable herencia de la novela, visualmente tiene una pulcritud un poco publicitaria, pero tambien dinamismo y el tono agridulce que la historia pedía. Castellitto cuenta con el atractivo de dos muy buenos actores como Riccardo Scamarcio y Jasmine Trinca (la hija de Nanni Moretti en La habitación del hijo), del que sabe explotar su expresividad corporal, y una columna sonora a la que se suman muy bellos temas de Lucio Dalla y Tom Waits. En suma: el film no añade mucho a un tema tan transitado como éste, pero se ve con considerable agrado.