Una separación y el dinero Especialista en dramas incómodos y reveladores, desde los pequeños pero profundos desencuentros que hieren la convivencia en la vida cotidiana de una pareja hasta el infanticidio, el belga Joachim Lafosse suele declarar que poco le importa ser fiel a la realidad, entre otros motivos porque prefiere sugerir en sus films que la vida es siempre más bella que el cine. Esta vez apunta al final de una relación amorosa, o más precisamente al derrumbe de un matrimonio, y lo hace señalando su manifestación más mezquina. Ya lo anticipa el título original: la economía de una pareja. En esta separación de un hombre y una mujer que han sido felices por algunos años y han criado a un encantador par de gemelas, de lo que se trata no es de una pasión que se agotó o de sentimientos que han ido desgastándose, sino de dinero. Hace tiempo que han decidido el divorcio, pero la diferencia entre sus respectivas situaciones económicas y la necesidad de resolver esas diferencias (ella es la dueña de casa, ya que fue con el dinero de su madre que pudo pagarla, pero él, arquitecto y decorador, la ha valorizado notablemente), sumadas a la convivencia forzada, hacen que la discusión sea constante. Anticomedia romántica por excelencia, el film de Lafosse es duro, desmenuza golpe a golpe esta áspera contienda que no ahorra brusquedades. Son golpes constantes los que intercambian estos dos que en un tiempo fueron una pareja feliz y por eso son más dolorosos. Una breve, fugaz tregua de baile da el único respiro.
Testimonio entre el cielo y el infierno El diario íntimo de una médica francesa que se desempeñó para la Cruz Roja en Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, inspiró a Anne Fontaine la memoria de estos crímenes olvidados, crímenes de guerra a los que no siempre se les ha prestado demasiada atención aunque también integran el frondoso capítulo de los crímenes contra la humanidad que sufrió Polonia en aquellos años. La historia que la médica en cuestión rescata del olvido y que devuelve a Anne Fontaine al vigoroso dramatismo que es el terreno en el que se desempeña con más firmeza y autoridad, es la que vivió la citada médica en 1945 cuando debió ocuparse de atender el regreso a su país de franceses heridos en la contienda, para lo que debe integrarse a una unidad sanitaria en las proximidades de la frontera polaco-germana. En esa circunstancia, su ayuda profesional es requerida desde un convento cercano, aislado en medio de un bosque, un grupo de cuyas monjas han sido violadas por soldados del ejército rojo y una está a punto de ser madre, y no se trata precisamente de un parto normal. La muchacha comprobará enseguida que el mentado ataque (una suerte de siniestro premio que según se cuenta fue autorizado por Stalin como reconocimiento al valor de los soldados) ha sido bastante más grave y la situación, creada, mucho más compleja, no sólo porque las víctimas fueron varias, algunas mortales, y que hay otras monjas embarazadas, sino porque la entrada de la doctora al convento no esta permitida y porque a la vergüenza se suma el profundo conflicto que cada una de las ultrajadas, que han hecho voto de castidad, vive ante la inminente maternidad. No es menos complicada la situación que se presenta respecto del futuro de los chicos que están por nacer y para atender a los cuales la protagonista se decide a tomar el riesgo de frecuentar el convento. Fontaine recupera con Las inocentes el nivel de sus primeras realizaciones. Apoyada en un elenco estupendo en el que tanto brilla su protagonista francesa, Lou de Laage, como las excelentes intérpretes polacas Agata Buzek y Agata Kulesza, su film es duro y contenido, austero y libre de cualquier exceso o apelación emotiva, expone en inteligente claroscuro el tema de la maternidad, habla de la solidaridad y del coraje, y está colmado de merecidos homenajes: a la historia verdadera que el film recupera, a la propia Madeleine Pauliac, cuyo admirable retrato pinta a las mujeres, víctimas obligadas de todas las guerras, y a la solidaridad, sentimiento que domina buena parte del relato. Visualmente vuelve a dar pruebas de la sensibidad de la cineasta.
Choque generacional en Israel Este film es toda una curiosidad inesperada en un momento como el que viven actualmente israelíes y palestinos. Y no lo es sólo por la historia que desarrolla, no demasiado distinta de la que podrían vivir padres e hijos en cualquier época, dado que lo que se dirime es el futuro del menor, un chico que está llegando a la adolescencia y debe decidirse entre seguir los mandatos de la familia o asumir su propio camino, aunque eso signifique tomar un rumbo distinto del que ha marcado por años la tradición familiar. Para el padre y el abuelo, la tradición se impone: no hay otro camino posible sino el que ya viene señalado. Hasta el apellido que llevan él y sus descendientes alude a su condición de criadores de pavos. El muchacho los detesta y, como tantos otros jóvenes de su edad, se muestra rebelde. Prefiere los motores, la mecánica. Y no sólo quiere dedicarse a ellos, sino que también exhibe un talento natural para abordar la tarea. La tensión entre padre e hijo se hace cada vez más evidente, sobre todo cuando llega para pasar una temporada de vacaciones un tío soltero -hermano del padre- que vive en los Estados Unidos, donde lo ha acompañado la fortuna. Bastante menos respetuoso de las tradiciones, tampoco él se ha sometido al mandato. Además se muestra mucho más sensible a las preferencias del sobrino. Habrá conflicto entre padre e hijo. Si la sangre no llega al río es porque la madre es la figura comprensiva que siempre se alza entre los dos en el momento oportuno. El film narra la sencilla pero emotiva historia sin hacer demasiado hincapié en lo sentimental y con la suficiente seguridad en la graduación de los climas. La sostienen en especial los dos excelentes actores que protagonizan el desencuentro entre generaciones: el padre, Navid Negahban, y el hijo, Asher Avrahami. Es de destacar el preciso trabajo de casting: todo el elenco es impecable.
Una curiosa comunidad disidente Nada se parece a un film italiano actual en este rincón de la península donde el alemán Wolfgang ha instalado su pequeño reino familiar en el que las mujeres son mayoría. Fábula, fantasía, documental, imaginación, vida real, en fin: todo cabe en este cuento singular entremezclado con la poesía de una autora que con sólo dos films en su haber ya exhibe un estilo y un lenguaje propios. Aquí está la esposa, que fue presuntamente a quien él siguió enamorado cuando la conoció de joven y decidió que allí, en ese impreciso límite entre Umbria, Lazio y Toscana -como la propia autora del film se encarga de ubicarlo-, podrían vivir su sencilla vida de apicultores, criar a sus pequeñas hijas y mantenerse alejados de un mundo que -juzgan- está por terminarse. Wolfgang no ha sido padre de un varón, pero no lo lamenta. Están sus tres hijas y entre ellas está Gelsomina, la mayor, la predilecta, que a los 12 años es capaz de ordenar los trabajos y distribuir los abundantes quehaceres cotidianos en ese hogar de campo. Y hasta tiene la vista necesaria y los dedos finos para quitarle uno por uno los aguijones que los insectos le han clavado en la espalda cuando vuelve de regreso a casa al cabo de esas largas jornadas de verano. El cariño que une a Wolfgang y Gelsomina es mutuo y entrañable. Y constituye sin duda uno de los sentimientos que el film expone de modo más conmovedor. La cultura y las tradiciones se conservan así y así se transmiten, de padres a hijos. Y se defienden con todas las fuerzas. Tal como Alice Rohrwacher lo pinta, el día a día de la familia campesina transmite ese calor del hogar con una sinceridad que parece filtrarse en las imágenes tanto como en los rostros de los actores. No cuesta suponer que son muchas las experiencias vividas de niña por ella (y por su hermana Alba, la actriz que encarna a la madre), y que han inspirado muchos momentos que el film recrea con delicadeza singular. Esta curiosa comunidad disidente, cuyo padre está convencido de que el nuestro es un mundo llamado a desaparecer, ha elegido apartarse, mantener distancia. Precisamente para salvar a los chicos: Gelsomina, Marinella Caterina y Luna. Como si su modesto paraíso del campo, ese donde es necesario trabajar tan duro y a toda hora, fuera su propia arca de Noé. Allí se refugiarán los chicos, crecidos en íntimo contacto con la naturaleza, mientras tanto el mundo de esas felicidades de cartón pintado siga avanzando como avanzan esas "maravillas" que desde el comienzo del film están vendiéndonos los engañosos milagros de la televisión, con sus concursos, su hada blanca de ficción y sus premios, que pretenden celebrar los valores de la tradición y rescatarlos en su pureza. Valores que perduran tanto en la dulce miel que entregan las abejas como en la mirada franca, noble y luminosa de Gelsomina, sobre todo ahora, cuando empieza a descubrir el amor en el inesperado compañero que le ha traído el azar y que prefiere expresarse en silbidos antes que con palabras.
Fresco de adolescencia Graciosa y tierna, fresca y colmada de verosimilitud en su pintura de una etapa de la vida (la adolescencia), en la exageración de cuyo retrato el cine suele buscar el efecto reidero y el chiste fácil antes que la autenticidad, Le nouveau no sorprende por la presunta novedad del tema que trata sino en todo caso por la forma en que lo hace: dejando atrás los lugares más comunes del género y apoyándose sobre todo en la precisión de sus pinceladas. El ambiente en que la historia transcurre es precisamente el de una escuela secundaria; el protagonista, un chico de 13 años que acaba de cambiar de ciudad (de Le Havre a París) y, por supuesto, de colegio, con todos los problemas que acarrea ingresar en un grupo ya establecido, y su hilaridad proviene de lo reconocible de las situaciones que presenta ¿Quién no recuerda haber armado listas al proyectar una reunión? ¿O haber colaborado por ejemplo en esos correos clandestinos que atraviesan el aula de mano en mano con mensajes más o menos secretos? ¿Y cuántos han sabido de quienes se las ingeniaban para colarse en una fiesta organizada por los más cancheros de la clase, tipos tan envidiados por su popularidad como detestados por el mismo motivo? ¿Y quién que haya sido "el nuevo" aunque solo fuera una vez, no sufrió alguna broma pesada de parte de la misma banda? Esas y otras situaciones parecidas que contiene Le nouveau en medio de un clima de ligera diversión avivarán la nostalgia de muchos espectadores y al mismo tiempo, más allá de sus pequeñas crueldades, también despertarán su ternura. Rosenberg (él también fue un "nuevo" como el tímido Benoit de su película), habrá querido evocar aquellos momentos (los del primer enamoramiento, de una linda chica también recién llegada, pero de Suecia),o de cuando supo descubrir que en medio de una pequeña comunidad que se mostraba hostil al principio, había tres o cuatro compañeros que podían ser sus pares -marginados como él, aunque por razones diversas: un grandulón ingenuote y un poco tonto, una tierna chica minusválida, un charlatán sabelotodo-, que le compensarían la desazón del primer frustrado romance. La afinidad, al fin, no se revela de inmediato. Y bien puede ser que de ella nazca una futura amistad. Sin duda, además de un realizador sensible e inteligente que tiene muy fresca en la memoria la experiencia adolescente (acaba de cumplir 37 años) el film se ha beneficiado por el gran trabajo de su equipo de casting. De los intérpretes -todos, pero en particular Réphaël Ghrenassia y Joshua Raccah- depende en buena medida la natural empatía que se genera con la platea, y el clima fresco del espíritu adolescente. De la propia historia del cineasta, y de la de Benoit más sus nuevos amigos, incluido el tío juvenil que le da una mano al protagonista, se desprende que lo importante, al fin, es despreocuparse de la opinión de los otros y saber disfrutar de lo que la vida ofrece.
Los actores, lo mejor de un melodrama La luz es la del faro que guía a los navegantes desde una remota isla australiana donde confluyen dos océanos y el aislado escenario donde un ex soldado de la Primera Guerra Mundial busca la soledad para recuperarse de las heridas morales que le dejó la dolorosa experiencia bélica. Ningún refugio será más apropiado para el hombre que el que el azar le ofrece en el regreso a su país: el faro se ha quedado sin cuidador y Tom podrá ocupar su lugar. Pero el azar también decide ofrecerle una inesperada y bienvenida compañía: la bella y encantadora Isabel, que le propone matrimonio y cuyo mayor sueño es llegar a ser madre. El amor no tardará en unirlos, como lo dispone el destino, y tampoco, como quiere el melodrama, que es terreno tan caro al director Derek Cianfrance, en someterlos a duras y reiteradas pruebas y a dramáticos dilemas. La historia proviene de una novela de M. L. Stedman, quizá tan sobrecargada de giros dramáticos que parecen haber empujado al director y adaptador a imponer a su relato una excesiva contención y, fruto de ella, a despojarlo de la emoción pedida por los múltiples caminos a que conduce el complejo melodrama y que el guion intenta desarrollar, esta vez sin la misma fortuna que lo acompañó en Blue Valentine y Cruce de caminos. Tras un primer período de felicidad más allá de las duras condiciones de vida en ese inhóspito rincón del mundo, los infortunios que la pareja ha enfrentado ya han sido varios (incluida la frustrada maternidad de la muchacha) cuando el destino vuelve a desafiarlos; la corriente ha acercado a la rocosa costa un bote en el que yace un hombre moribundo y junto a él un bebe de algunas semanas. Para Tom, no hay otro camino que notificar a las autoridades, pero ¿cómo negarse al desesperado ruego de su mujer si las circunstancias parecen ofrecerle ahora una suerte de reparación a su reiterado e inconsolable duelo? No es difícil imaginar la riesgosa decisión que toman y que tendrá con el tiempo sus dramáticas consecuencias, ya que la madre de la criatura existe y no está lejos. Tampoco cuesta imaginar que el hecho tendrá derivaciones lacrimógenas, a pesar de que Cianfrance busca moderar los excesos. Drama sobre la maternidad y la responsabilidad, sobre los llamados lazos de sangre, sobre la lealtad y el perdón, sobre la lealtad y la traición, La luz entre los océanos tiene sus mejores valores en el sector interpretativo, en especial en los trabajos de los protagonistas: Michael Fassbender, Alicia Vikander y Rachel Weisz. También merecen ser destacadas tanto la cuidada ambientación como el que de los escenarios sabe hacer la admirable fotografía de Adam Arkapaw.
Estampas sobre Julio Bocca y su ballet Hace ahora seis años, más precisamente en junio de 2010, y tras haberse retirado de los escenarios en una despedida multitudinaria celebrada al pie del Obelisco, Julio Bocca fue puesto al frente del Ballet Nacional del Sodre en Montevideo por designación directa del entonces presidente uruguayo, José "Pepe" Mujica. Del revolucionario crecimiento del organismo en estos años y del prestigio y la popularidad que ha sabido ganar -no sólo en su país, sino también a nivel internacional se tienen frecuentes noticias. Pero no es ese proceso que algunos definen como milagroso el propósito central de este film documental dirigido por Juan Álvarez Neme, sino el retrato conciso, meticuloso y abarcador de la labor cotidiana de todos sus protagonistas, lo que incluye no solamente a los artistas o técnicos, sino a trabajadores de todos los oficios en medio de una actividad que nunca se detiene. Así, lo que se muestra va mucho más allá de las clases y los ensayos de los bailarines o la elaboración, de ropas y decorados; hay también otros aspectos menos artísticos y más vinculados a lo administrativo o a problemas de orden práctico. En todos los casos es visible el compromiso que cada uno -costureras, limpiadoras, pintores, carpinteros, albañiles, músicos y, claro, bailarines pone en su tarea. Tal vez esté allí parte del secreto del sostenido éxito que los acompaña. Bocca puede ser -lo es, claro el nombre más convocante del "elenco", pero aquí se lo verá tantas veces en un escritorio como corrigiendo un movimiento, definiendo las características de un personaje o resolviendo problemas prácticos. El Ballet del Sodre presenta sus propias versiones de los espectáculos que ofrece, incluso los que ha llevado en giras internacionales. De ahí que el film incluya imágenes de la que los llevó en 2014 a España.
Un festival de equívocos Por una vez, el millonario protagonista de este desdichada comedia presta atención al pedido de su hija y para su cumpleaños le regala lo que ella quiere: un gato. De esa conducta, inesperada en un tipo como él que sólo tiene tiempo para su empresa y su gloria personal, y del rebuscado accidente que padece, deriva la serie de catástrofes presuntamente graciosas que pudieron concebir cinco guionistas y dirigió sin mayor brío un Barry Sonnenfeld que en los 90 (El nombre del juego, Hombres de negro) pareció sí tenerlo. Mi papá es un gato, en cambio, es un verdadero festival de equívocos comenzando por su condición: se trata de una coproducción franco-china hablada en inglés, pero entre nosotros también presentada en versión doblada al español. Veamos: hay quienes creen a esta altura que basta con que los animales hablen para resultar graciosos. Poco importa que esta vez no se trate de animales de dibujo animado y que las voces suenen desde la imagen de un gato real, pero con la voz de Kevin Spacey en su idioma. Mucho menos si lo hacen en español neutro, quizá porque se pensó que el film podía interesar al público infantil, otro equívoco. La historia es tan desvaída y tan carente de ingenio -todo se reduce a las intrigas de poder que se mueven en torno del gobierno de la poderosa firma, ahora que su dueño está encerrado en un felino, y en los desastres que el micifuz puede generar en casa- que encontrar un chiste eficaz en los diálogos en la hora y media de película es empresa ilusoria. Y el propósito didáctico poco agrega; al contrario: se supone que el film quiere satirizar a muchos padres de hoy siempre embebidos en sus trabajos y en el progreso de sus empresas, y poco atentos a sus hijos, que aun así los aman con incomprensible devoción. No es lo único incomprensible. Que Spacey, Garner y Walken se hayan comprometido con este producto sólo demuestra que hay muchos actores dispuestos a trabajar en piloto automático sólo pensando en el cheque. Es de suponer que ninguno de ellos -ni tampoco los que asumen papeles secundarios- se preocuparán demasiado si la mención de este título desaparece de su currículum.
Sólo para fans de la cumbia pop uruguay Buena onda, ritmos pegadizos, sin otra pretensión que divertir a la gente, hacerla bailar, pasarla bien y compartir ese ligero entretenimiento; eso se proponen estas dos populares bandas que entusiasman a los teens y que sin haberlo soñado se convirtieron en un fenómeno entre el público más joven no sólo del Uruguay, su país, sino también del nuestro y del de buena parte de Latinoamérica. Era en un comienzo, dicen, una excusa para reunirse y divertirse juntos, pero lo que se inició como juego de amigos (por señalar un inicio puede hablarse de un par de estudiantes de Comunicaciones, Fernando Vázquez y Camila Rajchman) que crearon Rombai y luego, junto con el ya existente grupo Márama, liderado por Agustín Casanova, pusieron en marcha este éxito popular que ha tenido en menos de dos años un crecimiento vertiginoso, más allá de los inevitables cambios. La formación actual no está clara, pero se sabe que es Vázquez quien compone el repertorio, que Camila, según explica ella misma en el film, dejó el canto para ensayar otros caminos y que por su parte Agustín aporta las habilidades vocales que ya lucía en Márama. Lo demás lo hicieron las radios, los boliches, las discos, YouTube, las repetidas giras, la TV vía Tinelli y las actuaciones en vivo, Gran Rex y Luna Park incluidos. Apenas se alude a través de breves escenas que no intentan exponerlo con claridad, ni mucho menos explicarlo, al proceso vivido por las bandas desde sus comienzos, excepto que se tomen como tales las pocas escenas que se dedican a los inicios de las tres figuras centrales. Nada que desconozcan sus seguidores, a los que de todos modos les importará sobre todo verlos en acción. Y ese es material que abunda, ya que el film está ocupado en buena medida por el registro de sus recitales en el Luna Park. Es lo que sus fanáticos, no necesariamente sólo teens, esperan. Algunos títulos: "Noche loca", "Bronceado", "No te vayas", "Locuras contigo", "Loquita".
Lina Wertmüller, una voz singular Sólo dos directoras merecen un homenaje: Leni Riefensthl y Lina Wertmüller, según el siempre provocativo juicio del crítico norteamericano John Simon. A él, a quien se señala como responsable de la "canonización" de la realizadora italiana en los Estados Unidos en el año (1977) en que su film Pascualino Siete Belllezas fue candidato a cuatro premios Oscar (incluidos los correspondientes a mejor dirección y mejor guión), pertenece una de las voces del mundo artístico que dan su testimonio sobre la poliédrica personalidad de la autora italiana. Ella, nacida en Roma en 1928, inició su carrera en el cine como asistente de Fellini en 8 y medio, y poco tiempo después se reveló como directora en Los zánganos (I Basilischi), retrato sonriente y amargo de un sur al que volvería en numerosas oportunidades durante su carrera. Irreverente, mordaz, contestatario, provocador, es el cine de Wertmüller, siempre fiel a esa vena irónica y grotesca e inequívocamente popular que mostró desde un principio y que aun con sus visibles altibajos supo imponer una marca personal en todas sus manifestaciones artísticas, que además de películas abarcan trabajos para teatro y televisión, canciones y cuanto vehículo expresivo haya despertado su interés y a veces encendido su creatividad. Para proponer el retrato de una personalidad tan compleja y tan polifacética era, pues, necesario contar no sólo con la propia creadora, que aporta videos, recuerdos, reflexiones y opiniones, además de imágenes inéditas y canciones escritas por ella, sino también con la mirada de alguien íntimamente ligado a su obra y a ella misma como Valerio Ruiz, su colaborador de los últimos ocho años. En Detrás de los anteojos blancos (otro sello distintivo de esta mujer singular), Ruiz la acompaña en esta suerte de viaje por los lugares donde transcurrió su vida y desarrolló su obra, extensa y múltiple, o los que simplemente ocupan un lugar significativo en su biografía, sin que falte en ella la figura de quien fue su gran amor, el notable escenógrafo Enrico Job. A ese recorrido, claro, deben sumarse -material muy presente en el film- los testimonios de quienes son o han sido sus intérpretes o los seguidores de su obra. Algo así como un viaje por su vida y por su carrera, expuesto de un modo próximo al de un relato de ficción en el que intervienen Giancarlo Giannini, Martin Scorsese, Harvey Keitel, Mariangela Melato, el citado Simon, Rita Pavone y otros nombres bien conocidos, y cuyas presencias suponen un atractivo extra para los admiradores de Wertmüller y del cine italiano. Lo mismo que las imágenes de sus títulos más destacados: Mimí metalúrgico herido en el honor, Amor y anarquía e Insólito destino, además, claro, de Pascualino. Probablemente no habrá sido deliberado, pero la acumulación de testimonios, no siempre demasiado sustanciosos o reveladores del universo artístico de la cineasta parece heredar un rasgo definitorio de su carácter y del estilo que impuso a su obra, tanto en sus momentos más logrados como en los menos recordables: el exceso. De lo que no queda duda es de su voluntad de que la suya haya querido ser siempre una voz diferente, atrevida y personal, y de la multiformidad de sus talentos.