La ópera prima de Agustina Macri, Soledad, adaptación de la novela "Amor y anarquía", es un exponente tan estilizado como frío de un tema que necesitaba la pasión de la que el film carece. El cine argentino tiene larga trayectoria en representar historias de lucha y persecuciones sociales. Fuertemente signado por nuestra historia reciente durante la última dictadura militar; pero no abocado únicamente a ese período. "Soledad", de Agustina Macri, escribe otros renglón dentro de esa tradición, y lo primero que llama la atención es la historia escogida. Basada en la novela "Amor y anarquía" de Martín Caparrós, relata la historia real de María Soledad Rosas, una joven, descendiente de Juan Manuel Rosas, que en 1997 fue arrestada en Italia como miembro del grupo anarquista conocido como Squatters. La figura de Soledad rosas se convirtió en mito de la resistencia de lucha para muchos militantes de ese movimiento en nuestro país e Italia, y la película toma eso para contar su versión. Será importante tener algún conocimiento previo sobre la historia real antes de llegar a la sala. De entrada, un flashforward nos adelanta un destino trágico, para inmediatamente devolvernos a los comienzos. Luego de finalizar sus estudios, Soledad (Vera Spinetta) quiere iniciar una vida nueva. Sus padres (Silvia Kutica y Luis Luque) la convencen de aceptar el viaje turístico por Europa que le regalaron, en compañía de Silvia (Fabiana García Lago), una amiga de la familia. El primer destino del viaje es Italia, de casualidad, terminarán en una pensión en la que ella conocerá a Baleno (Giulio Maria Corso), un joven anarquista que luego descubriremos que en verdad se llama Edoardo, o Edo. Rápidamente, Soledad y Edo se enamoran, y ella pasa a inmiscuirse en la rutina de los Squatters, ocupando los edificios abandonados conocidos como El asilo. Soledad decide terminar ahí su tour, abandona a Silvia, y se integra al grupo y su lucha sin saber lo que le esperaría. El gobierno de Italia los culpa del atentado a la creación de un tren bala, y los arresta sometiéndolos a torturas y un juicio de lo más injusto. Soledad Rosas también es juzgada, y ella ni siquiera se encontraba en Italia cuando fueron los hechos. Centrándonos en el título de la novela, "Soledad" cuenta más una historia de amor que de anarquía; y cuando hablamos de amor, entiéndase romance. A través de sucesivos flashbacks e intermitentes intervenciones de una entrevista a su hermana mayor (Florencia Dyszel), iremos conociendo como Soledad y Edo fueron cimentando su amor contra todas las barreras hasta llegar a las trágicas consecuencias pre anunciadas. A Soledad se la presenta casi unilateralmente como una joven rebelde. Tampoco se explaya demasiado acerca de la razón de esa rebeldía. En palabras de sus personajes (no en acciones), sabremos que proviene de una familia de clase media, que se esforzó por darle una educación de elite a su hija, y que buscan que ella tenga un futuro asegurado. A lo que ella responde contradiciéndolos, maltratándolos, ignorándolos, y abandonándolos. La empatía que el film propone para su protagonista reside en que quiere ser libre, y está enamorada (aunque a razón de determinados elipsis, a veces, pareciera un capricho). Como consecuencia, se nos hace difícil como espectadores seguir el trayecto de Soledad Rosas a la par. El romance es apurado, resumido en escenas fugaces, y con alegorías propias del “Basado en una novela de Nicholas Spark”. Ni hablar de un sentimiento de lucha, cuando la misma protagonista se cansa de repetir una y otra vez que no tiene nada que ver, que si no abandona la lucha es por amor a su compañero. Los personajes secundarios aparecen y desaparecen, y abundan las reacciones que, en los hechos reales, habrán tenido un sentido y significado que en el film no existe. Tanto narrativa como estéticamente, Agustina Macri parece haber asumido como inspiración la miniserie (adaptada luego como película de dos partes) "La mejor juventud". Pero allí donde la epopeya de los hermanos separados por cuestiones ideológicas hacía pie en el devenir social a la vez que personal, en "Soledad" el contexto está dibujado apenas como un marco de situación (remarcado con una banda sonora ganchera que se agota con lo visto en el tráiler), y en lo personal tampoco parece poder penetrar mucho más allá del romance. Cuando el año pasado Ernesto Ardito y Virna Molina estrenaron Sinfonía para Ana, uno de los mejores films de 2017, trazaron todos los lineamientos necesarios para hablar de la juventud atravesada por la militancia social haciendo foco también en las cuestiones personales propias de una edad convulsiva. Toda la carnadura, sensibilidad, carisma, pasión, y garra que desbordaba en "Sinfonía para Ana" es lo que no encontramos en "Soledad", que desaprovecha a una Vera Spinetta que da todo de sí, que conmueve con su rostro – junto con algunos secundarios como los de Kutica y Luque que se sobreponen a fuerza de talento a lo escueto de sus pesonajes en el guion –, pero que no alcanza. "Soledad" es una cáscara elegante, cuidada, pero de contenido gélido, distante, y sobre todo ajeno.
Basada en la novela de John Bellairs, "La casa con un reloj en sus paredes", es un antecedente tardío de las adaptaciones de novelas fantásticas infantiles sin mucho nuevo que aportar, tampoco mucho que reprochar. Año 2001, el boom literario del momento escrito por J. K. Rowling, finamente estrenaba su primera película "Harry Potter y la piedra filosofal". El éxito de la novela, y de la posterior película nos traería una nueva moda. Incontable cantidad de libros con niños protagonistas descubriendo mundos fantásticos; incontable cantidad de adaptaciones cinematográficas de estas historias, de antes y de después. Hasta una productora, Walden Media, que pareció especializarse en eso. Digamos, hasta la llegada del nuevo boom, el salto de edad, las adaptaciones de novelas fantástico-románticas adolescentes a partir de "Crepúsculo". A diecisiete años de aquel boom hollywoodense, aparece en cartelera "La casa con un reloj en sus paredes", clara deudora de ese cine. Basada en la novela homónima que John Bellairs escribiera en 1973, y que dio inicio a una serie literaria protagonizada por el personaje principal de esta película, más uno que aquí sólo se presenta, su amiga Rose Pottinger. ¿Qué puede distinguir a "La casa con un reloj" en sus paredes del resto de películas de aquella moda? Los más cinéfilos podrán hablar del sello de calidad que le otorga la productora de Steve Spielberg, Amblin; pero principalmente los comentarios apuntan a su director, el hasta ahora sólo conocido por cine de género ligado al gore (tiene films de acción y suspenso, siempre muy sangrientos y de calificación original R) Eli Roth. ¿Cómo abordaría un director de cine de terror una película de tono infantil? ¿Es esto una novedad? Para quienes se pregunten lo segundo, les recomiendo correr ya a ver algo de Joe Dante o John Landis, y son los primeros dos célebres apellidos que vinieron a mi cabeza. Lo cierto es que a Roth, famoso por el hito de la porno tortura "Hostel", últimamente la fortuna no le estaba sonriendo, "Knock Knock" es de esas películas que en el cable recortan un poquito y se eternizan en la programación de la tarde, y "The Green Inferno", levantó más polvareda antes de su estreno que luego de su presentación oficial festivalera. Su versión de "El vengador anónimo" estrenada este año, algunos la catalogan como lo peor de 2018: el público casi no la vió. Entonces, a probar suerte en otras aguas! Son los años ’50, Lewis Barnavelt (Owen Vaccaro) se dirige a casa de su tío luego de sufrir la muerte de sus padres en un accidente. Jonathan (Jack Black) es el tío en cuestión. Un hombre excéntrico, histriónico (sino no sería Jack Black), dueño de una mansión gótica tan peculiar como su dueño. A su lado vive la Señorita Zimmerman (Cate Blanchett), que mantiene una cosquillosa rencilla con Jonathan. Se insultan inocentemente, pero a la vez se admiran y hacen compañía. Como se pueden imaginar, Lewis es el típico outsider. Nunca queda demasiado en claro que sea un ratón de librería, sí se lo nota (no exageradamente) retraído. Lo cierto es que en el colegio lo rechazan, y sólo se hará con la amistad de Woody (Braxton Bjerken) un chico que aspira a ser el presidente de la clase. De inmediato, Lewis nota cosas extrañas en la casa, además de mucho secreteo entre Jonathan y Zimmerman. La verdad no tardará en llegar. Jonathan y Zimmerman son magos, los objetos de la casa tienen vida, y la misma casa está hechizada. Un tercer mago ex compañero, Isaac Izard (Kyle McLachlan) sufrió una conversión a la magia negra, por lo que debió ser derrotado luego de realizar un terrible hechizo. Antes de morir hechizó el lugar y escondió todo el poder para torturar la tranquilidad de Jonathan en un reloj (¿Peter Pan estás ahí?) del que nadie sabe su ubicación dentro de la mansión. Jonathan le irá enseñando a Lewis (que ni siquiera se sorprende mucho ante la existencia de lo paranormal) los primeros trucos para convertirlo en el legado de la magia. Toda esta larga explicación, prácticamente el espectador la sabe a los diez minutos de iniciado el film, lo que queda es ver cómo sucede, y el camino de Lewis. De hecho, el guion escrito por el televisivo Eric Kripke ("Supernatural", "Timeless") parece más el piloto de una serie de Tv al estilo "Sabrina", o "Charmed" – para niños – . En efecto, La casa con un reloj en sus paredes no desborda en originalidad, tampoco es que hace demasiado esfuerzo por lograrlo. Todos los elementos del post Harry Potter están ahí. Jack Black, y en especial Cate Blanchett serán lo mejor de la propuesta, a puro talento y carisma. Black ya se probó en este tipo de películas (como la más lograda "Escalofríos") y aquí repite sus típico personaje con buenos resultados. Por la ambientación de no podemos verlo tocando la batería ni la guitarra eléctrica, pero tiene un saxo. Blanchett es tan talentosa que hasta con un doblaje al castellano se nota que actúa de maravillas. El jueguito entre ambos es lo que distinguirá a esta propuesta. Kyle MacLachlan tarda en aparecer, pero cuando aparece están querible como siempre. Otro buen aporte. Los niños están bien, tienen carisma; al igual que la gran mayoría de los niños de estas películas. Cumplen. Finalmente, el toque Roth quedará apenas para algunas secuencias sobre el final de la película, algo de terror pasteurizado, y poco más. En realidad, lo suyo es más piloto automático que otra cosa. La nombrada "Escalofríos" (que el mes que viene estrena secuela) tuvo mejores resultados en esto de meter terror para chicos; y ni que hablar de los "Gremlins" revulsivos de Dante. Lo que distingue a un maestro como el director de "Pequeños Guerreros" de alguien tan promedio como Roth. Sólo el éxito dirá si "La casa con un reloj en sus paredes" fue el inicio de una nueva franquicia, o es otro intento infructuoso (que los hubo más que aciertos). Con la muestra de este primer film, no es mucho lo que hay para que quede en la memoria popular, ni siquiera para odiarla. Se deja ver, los chicos la pasan bien, los adultos más o menos también; no mucho más.
Un depredador entre nosotros En 1987, Depredadorlogró posicionarse como una rara avis dentro de lo que hoy se reconoce como cine ochentoso. Una mezcla de acción y terror, dándole un giro al cine bélico, con ÉL héroe de acción del momento, producción de cine mainstream, historia propia de estilo clase B, y altas dosis de sangre. El resultado fue un ícono inmediato, instalando a su director, reafirmando a su protagonista, y creando un personaje para la posteridad. Pasaron más de treinta años en los que se intentó replicar el éxito y expandir el universo de aquella propuesta. Sin hablar de comics, videojuegos, y afines, contamos dos secuelas y dos spin-off crossover. Cada uno aplicando un nuevo estilo a la franquicia. Ahora es el turno de Shane Black en la silla de director y Fred Dekker como guionista, una dupla que asegura algo: el espíritu de la década original. El depredador es una coctelera. Mezcla la sangre de la primera, con la ciudad de la segunda, pero en un espacio abierto. Le agrega un elemento que hasta ahora se encontraba ausente: un desborde de humor autoconsciente. En definitiva, es todo lo que Alien Vs Deprepador: Requiem no pudo ser… y eso que esos spin-off son dejados fuera del canon. ¿Cuál es el gancho? Ver al depredador en medio de gente común. Ya están aquí La primera secuencia nos presenta la primera marca de su guionista. Al mejor estilo El terror llama a su puerta una nave tripulada por un Depredador colisiona con un satélite y se estrella en nuestro planeta siendo confundida por un meteorito. Un grupo de soldados de élite dan con la nave, y el extraterrestre, como es su costumbre, los liquida. Sobreviviendo solo uno, Quinn (Boyd Holbrook), quien debe tomar una drástica decisión para salvar a la humanidad. Antes de ser apresado por sus superiores que lo responsabilizan por sus acciones, Quinn se traga un mini artefacto y logra enviar a su esposa el casco que traía el extraterrestre. En la ciudad conocemos a Rory (Jacob Tremblay en otro de sus personajes de niño con problemas), autista, introvertido, hijo de Quinn. Como es Halloween hay que ponerse un disfraz… ¿Y adivinen qué encuentra? Cuando la máscara emita una señal de rescate, vendrán más depredadores hacia nuestro planeta ¿Y el que colisionó realmente está muerto? El depredador presenta a un grupo de personas integrado por soldados con problemas de conducta (Quinn es enviado a una suerte de reformatorio de soldados en donde será juzgado), agentes del gobierno, científicos (con Olivia Munn a la cabeza como una bióloga), y por supuesto, Rory. Los depredadores quieren recuperar lo que es suyo, de paso nos toman como entrenamiento y se cazan entre ellos. En el medio, queda toda la diversión. Como dijimos, es imposible verla y no recordar a Night of the Creeps. La pandilla salvaje El gran acierto de Dekker desde el guion es crear personajes variados, que nos preocupan por lo que les sucede y nos divierten con su características. Son peones, pero interesantes. En sus 107 minutos se toma su tiempo para entrar en acción, se detiene, explica, desarrolla, crea clima, y luego arremete con una escena de acción tremenda. Y sigue. No es una secuencia sin fin de cacería, se aleja del estilo actual de asimilar los tanques de acción a un videojuego. Sin necesidad de tirar ganchos vintage, su estilo recuerda al de los films en el que la franquicia fue creada. Hasta introduce a un extraterrestre para que nos encariñemos (E.T. alert). Shane Black se encarga de darle dinamismo, de hacer que la historia fluya, y nos desparrama un gore muy bienvenido. Las escenas de acción no se cuentan en modo cíclico, pero cada vez que llegan dan ganas de aplaudir a la pantalla. No es casualidad que Black se haya iniciado con los guiones de Arma Mortal, ni que Dekker haya actuado en la película original y haya dirigido varios clásicos de esa década. Es más, ambos unieron fuerzas en The Monster Squad, película de la que El depredador en cierta forma es deudora. Holdbrook y Munn tienen química y carisma. Trevante Rodhes compone a un villano que se deja odiar. Los seguidores de Tremblay podrán enternecerse otra vez con su hablar timorato (ojo que ese chico está creciendo y estamos expectantes a sus últimos cartuchos explotando esta veta). El plato fuerte son los secundarios, con un grupo de soldados desquiciados comic relief muy logrados, en especial un Thomas Jane divertidísimo. La franquicia necesitaba una renovación, y El depredador trae el aire fresco para que todavía creamos que Hollywood es capaz de hacer una película que reemplaza el barullo por el entretenimiento desquiciado y violento. Así, vale la pena decir ¡Que vuelvan los ’80!
Atención personalizada Hay películas donde cualquier análisis sesudo parece estar de más. Hotel de criminales es una de ellas. Veamos su premisa: un hotel en el que todos sus huéspedes son criminales buscando refugio del exterior, con fuerzas de seguridad dispuestas al extremo por capturarlos. No suena como algo que vaya a profundizar demasiado, ni a necesitar demasiadas vueltas. No siempre se logra, pero Hotel de criminales lo hace. Entiende todo, ni asoma a tomarse en serio, y gana en su autoconvencimiento de ser diversión al por mayor. Drew Pearce viene del mundo de los guionistas (Misión Imposible: Nación secreta, Iron Man 3), y aquí debuta en la dirección manteniéndose fiel al estilo que ya le funcionó en la escritura. Acción en base a una historia sólida que no necesita de enrollarse en vueltas y giros extraños. En este caso, nos situamos en una Los Ángeles de un futuro inmediato. No tendremos más que unos datos iniciales para ubicarnos. Se llevó a cabo una guerra por los recursos naturales, especialmente agua. El control de la sociedad quedó devastado, reina el caos. Lo que vemos, en sí, no parece muy distante a nuestra realidad, salvo por algún artefacto que nunca será vital para el desarrollo. Dos hermanos (Sterling K. Brown y Brian Henry) realizan un robo a un banco que acaba mal. Ambos logran huir, pero se llevan consigo una pieza que no saben ni sabremos qué es. Están heridos. El destino, el Hotel Artemis. No, no van a asaltar el lugar y tomar prisioneros. Al contrario, allí serán bienvenidos. Siéntase como en casa Luego de este comienzo (algo trillado y desalentador, es cierto), el eje corre hacia el verdadero centro del relato: ella, la enfermera. El hotel de marras está dirigido por una señora mayor que adivinamos no es en sí una anciana, sino una mujer a la que la vida le jugó malas pasadas. Ella fue enfermera, pero ahora, sin título habilitante, sigue dedicándose a curar pero desde otro ángulo. Cura a los huéspedes del hotel que regentea. Al Hotel Artemis no se llega buscando una estadía de relax, ni siquiera a pasar la noche para dormir y descansar. Al Artemis se llega buscando refugio cuando se los quiere apresar y cuando se está herido. La mujer posee tecnología de avanzada para curar heridas de bala, armas blanca, y otras consecuencias de hechos delictivos. Mientras, las paredes protegen con máxima seguridad de un exterior al que apenas vemos. Desde ese punto, el hotel de Hotel de criminales ofrece una estadía como ninguna otra. El huésped de honor Una vez instalados en el lugar, conoceremos a sus habitantes; y allí Pearce jugará al ¿Quién es quién? o al Clue. Dentro del hotel, sus huéspedes son una fauna variopinta de personajes bien delineados, todos criminales de diferente personalidad pero que entre ellos manejan una delgada camaradería vigilada por la enfermera, quien a su vez hace de una cuasi madraza. La primera escena dentro del hotel, con la enfermera recorriendo las habitaciones, es para aplaudir. Gangsters, estafadores de alta y poca monta, mujeres fatales, matones, en el Artemis hay de todo. Puntualmente, lo que la historia cuenta es una noche en la que todo estalla. El Artemis se maneja con ciertas reglas que, por ejemplo, impiden el uso de armas y hasta insultos dentro del lugar. Pero esa noche empezarán los problemas. Cae un mafioso mayor, al que sí o sí habrá que atender. Desde afuera, el hijo de este busca pleitos. También por primera vez cae una policía con quien la enfermera tiene una deuda del pasado. El hilo fino que maneja la armonía va a cortarse en medio de sucesivos cortes de luz. La armonía del lugar Hotel de criminales plantea varias aristas pequeñas y las confluye todas en una historia coral cuyo centro es una enfermera que, interpretada por Jodie Foster, se convierte en un gran personaje. El secreto de la actriz de Taxi Driver es creerse el personaje. Jodie actúa con su cuerpo, con su forma, y hasta con el modo de caminar. Es imposible no querer a esta mujer, que a su vez, infunde respeto. El resto de los personajes son llamados con un nombre secreto asignado en referencia a una ciudad turística, entre los que contamos con actuaciones de Sofía Boutella, Jenny Slate, Charlie Day, Jeff Goldblum, y un sorprendente Dave Bautista. Acompañan bien y saben aprovechar las posibilidades que los mismos le dan. Quizás el único que desentone sea Zachary Quinto en un rol algo incómodo para él. Hotel de criminales no abruma con una catarata de escenas de acción, pero las escenas de acción que tiene conquistan con buenas coreografías más un interesante y bienvenido salvajismo. La fotografía acompaña la puesta entre noir y apocalíptica, entre ruinosa, de neón y aire de tugurio. La atmósfera que plantea el film es otro de sus puntos altos. La ópera prima de Drew Pearce, Hotel de criminales, no se va a ubicar entre las mejores películas del año, tampoco quiere hacerlo. Es un gran entretenimiento con aires de estilo clase B y buenas armas para jugar. Si a esa simpleza de su original propuesta le sumamos buena acción, buenos personajes y actuaciones acorde, el resultado es una bocanada de aire fresco dentro de la cartelera pochoclera.
Tercer documental de Pablo Zubizarreta, "No viajaré escondida", recorre la vida Blanca Luz Brum, rindiendo un perfecto homenaje a su figura. Hechos que se acomodan solos azarosamente. La misma semana en que se estrena la hollywoodense "La esposa", con Glenn Close como una mujer que a su edad avanzada se cansó de ser ninguneada como literata por su esposo Premio Nobel, se estrena en los Espacios INCAA (Incluido el capitalino Gaumont), y en el MALBA, No viajaré escondida, de Pablo Zubizarreta; trabajo documental sobre una figura femenina injustamente escondida en nuestra historia oficial. Toda la fuerza que a la superficial película de Björn Runge le falta (los invito a leer su reseña en este mismo sitio), la encontraremos en este documental narrado con pasión y garra de lucha, muy acorde con la presencia de lo que fue Banca Luz Brum. Para quienes no la conozcan, Blanca Luz Brum fue una poetisa, escritora, pintora, periodista, y también política nacida en Uruguay a principios del Siglo XX. Tanto su variada obra artística en la que, como vemos, abarcó varios rubros; como su vida pública, se vio atravesada por la coyuntura social, como una habitante de Latinoamérica. Participo en diferentes movimientos políticos, integró diferentes vanguardias artísticas; siempre ligada a las ideas de izquierda y el comunismo como bandera principal. Blanca es una cabal muestra de la importancia del rol femenino en la formación de nuestra región. Siempre estuvo ahí, al frente, y sin embargo, son pocos los registros actualmente de ella. En Perú, se convirtió en la heredera artística de José Carlos Mariategui, integrando el grupo de la revista "Amauta"; en Chile formó parte del Frente Popular durante la época gobernante; fue la musa de Siqueiros para el famoso mural pintado en el sótano de la casa de Natalio Botana, habiendo integrado el grupo de muralistas comunistas mexicanos; y en Argentina fogoneó el mítico 17 de octubre peronista además de ser Secretaria de Prensa del General. Su vida privada también guarda aspectos de avanzada, polémicos para la época. Con muchos amantes, libre, siempre a tono con la conveniencia de lo que sucedía en la región. ¿Podría decirse que usó a los hombres para posicionarse? No sé, lo cierto es que nunca fue sombra. La historia las escriben los que ganan, y la presencia de Brum fue desapareciendo de los libros oficiales, en medio de tragedias y persecuciones políticas. Por eso mismo, No viajaré escondida adquiere una importancia vital en vista a los momentos de lucha feminista vividos en la actualidad. La historia de Blanca Luz se reconstruye de a pedazos, tal como fue “extraviada”, y se la confunde con su propia ficción literaria ¿Qué es realidad, qué es mito? Quizás Blanca Luz Brum fue un mito viviente. Zubizarreta (quien ya realizó los destacables "4 de julio: la masacre de San Patricio" y "Grete – La mirada oblicua") se vale del poquísimo material de archivo existente, de entrevistas a historiadores, y de una ficcionalización teatral, acompañado con la voz en off de Mercedes Morán como la propia Blanca relatando su autobiografía. El director amalgama armoniosamente los diferentes registros, como un collage, dejando la marca de esos faltantes que formaron parte de la vida de Brum. No viajaré escondida se vive como un misterio a descubrir que atrapa al espectador, y por eso mismo, no conviene adelantar demasiado, como un buen film de suspenso. En buena medida hace recordar a "Yo no sé qué me han hecho tus ojos", el formidable documental sobre Ada Falcón. Y hablando de casualidades, no es casual que una de las directoras (junto a Raúl Manrupe) de aquel documental, Lorena Muñoz, luego haya hecho otro trabajo sobre el mural de Siqueiros. No viajaré escondida pondera el rol de la mujer, y se cruzan necesario puentes entre el antes y el ahora. Enarbola banderas de izquierda desde los ideales que nunca mueren, y deja bien en claro que no se puede escindir las luchas. La lucha femenina tiene también mucho que ver con la lucha de los desprotegidos, de los desclasados. Poética, potente, atrapante, inspiradora, y arrolladora, No viajaré escondinda es una de las mejores películas documentales del año. Su visión para seguir avanzando, para comprender que las luchas nunca se pierden, es obligatoria.
El segundo film de Gonzalo Tobal, "Acusada", traspasa el thriller, el drama, y el género “judicial”, para interpelar al espectador sobre nuestra propia mirada de los hechos. Eterna disputa entre el cine industrial/comercial, y el cine “de autor” ¿Pueden ir de la mano? La idea de que al público masivo hay que ofrecerle siempre el mismo producto de molde, sin mayores riesgos, prolijo y estilizado; aquello que ya se probó, funciona. Cada tanto, hay películas que se permiten desafiar esa encrucijada. Casos recientes, "Relatos salvajes", "Al final del túnel", y en menor medida "Zama" (que no respetaba tanto los cánones de un cine comercial). "Acusada", segundo trabajo del director de "Villegas", Gonzalo Tobal, entraría en ese selecto grupo. permanentemente pendulando entre una historia compleja, actual, incómoda, con un lenguaje visual propio; y a la vez, ofreciéndolo en un envase popular, de figuras reconocidas, tónica y producción del cine más industrial. Ese juego, es el mayor atractivo de Acusada, y sale ganando por goleada. No será difícil encontrar paralelismos con hechos reales en lo que cuenta "Acusada". Dolores Dreier (Mariana ”Lali” Espósito) es una joven de 21 años que, por lo que sabemos, es la principal sospechosa y única acusada del asesinato de su mejor amiga, hace dos años y medio atrás; luego de una noche en la que volvían de bailar y había corrido el alcohol junto con otras sustancias. Es el momento del juicio, y la vida de Dolores está atravesada por la mediatización y la subjetiva mirada de la opinión pública. Sus padres, Luis y Betina (Leonardo Sbaraglia e Inés Estévez) controlan todo lo que hace, segundo a segundo, qué ve, con quién se junta, qué dice, cómo actúa, todo. Su abogado, Ignacio (Daniel Fanego) es el que da las directrices de cómo debe ser el comportamiento de Dolores, mientras intenta elucubrar las estrategias que favorezcan a su defendida. En el medio Dolores, que no deja de ser una adolescente, los amigos de ella y un posible novio, el hermano menor al que los padres descuidan, la madre de la víctima; y por supuesto, nosotros, que seremos tan manipulados como los que siguen el caso de Dolores por los medios. A Tobal y Ulises Porra (que colabora en el guion) no les interesa tanto hablar del crimen en sí, como del juicio y todo lo que rodea la causa. Prescinden de flashbacks (salvo de la escena del crimen), y de hacer de la víctima un personaje más. Todo lo que sabemos, lo sabemos de boca de alguno de los involucrados, y será cuestión de creerle o no. En definitiva, Acusada nos interpela sobre cuánto de lo que vemos y creemos es real, cuánto hay de manipulación, y cuánto nos dejamos llevar por ponernos a opinar sin saber. Habla de los juicios previos, de los medios como principal alegato, de la banalización del sistema judicial, y de la necesidad de tergiversar la realidad para llegar al centro del conflicto. Hay una familia que se destruye y deconstruye a medida que se acerca el Día D, hay secretos, hay cosas que se dicen sin expresarlas verbalmente; y muchos, todos, personajes con dos o más caras. Acusada no para de arrojar interrogantes ¿Cuántas veces fuimos manipulados? ¿Qué es lo que les interesa a los padres de Dolores? ¿Está bien que Dolores quiera seguir llevando su vida de adolescente? Entre todos esos planteos, el más secundario, termina siendo si es inocente o culpable. No importa, porque el foco está puesto en otro lado, e igual querremos saberlo. Tobal esconde información y maneja los hilos sutilmente. Hay diálogos que suenan más rimbombantes y ampulosos que otros, y una tensión que va en un crescendo permanente (más allá de un pequeño y necesario estancamiento en el segundo acto para permitirse retomar vuelo sin apabullar). Hay alegorías, que a algunos les pueden resultar obvias, pero que a la propuesta le sirven, mucho, para mantener ese diálogo entre el autor y el público amplio. Hay un gran manejo del control en todos los rubros. Así como Luis, Betina e Ignacio digitan cada aspecto de la vida de Dolores y nuestra percepción; Gonzalo Tobal, digita cada aspecto de su film para que fluyan en perfecta armonía. Una banda sonora medida, no invasiva; un gran trabajo en la fotografía de la mano de un riquísimo lenguaje visual en el que debemos prestar atención no sólo a las palabras, sino a los gestos y movimientos. Por último, Tobal se luce como un artesano director actoral. Como una gran puesta de tablero de ajedrez, o teatral sin encerrarse. Cada personaje está ahí por una razón, cada escena tiene un justificativo, cada diálogo es preciso; manejando los tonos de las relaciones. Lali Espósito hace su propia apuesta. Alllí donde pudo descansar en su popularidad de estrella pop y seguir incursionando en el cine dentro de una propuesta liviana y acorde a su público adolescente. Se la juega, opta por un film para Mayores de 16 años, y un personaje que la expone como una presunta asesina, y como un lobo con piel de cordero, un puma entre la sociedad, o una inocente juzgada por un estilo de vida que no difiere del de muchos otros jóvenes, con la diferencia de que no terminan en hechos como el de ella. Juega con sus gestos, con su rictus, con su voz y su impostura, y sorprende. Si bien no es su primer trabajo, se trata de una revelación. Leonardo Sbaraglia y Daniel Fanego vuelven a demostrar sus inmensos talentos. Son anguilas en el agua, convencen en sus personajes, y logran adueñarse de muchas escenas. Inés Estévez y Gerardo Romano (como el fiscal) no logran lucirse tanto, no por falta de talento – se ven sus destellos – sino por un guion que no balancea tan bien a sus personajes, y les da menos espacio que a los de Sbaraglia y Fanego. "Acusada" tiene todo para llegar al público grande, un ritmo trepidante sin abrumar, un lenguaje directo y conciso, una perfecta dinámica e identificación con la realidad, y un excelente acabado técnico en la producción: A su vez, mantiene la mano creativa de Tobal como un autor atento y destacado, que no hace concesiones, y expone su propia óptica. Arriesgada y más profunda de lo que parece, "Acusada" toma cabeza como uno de los títulos más interesantes y logrados del cine industrial argentino en los tiempos más inmediatos.
La primera incursión hollywoodense del director sueco Björn Runge, "La esposa", es un drama que intenta llevar el candente mensaje feminista a un público mayor, apoyándose en un dúo interpretativo que es pura potencia. … hay una gran mujer...¿Y por qué no a la par? Basada en el best seller de Meg Wolitzer, "The wife" aborda el rol del género femenino dentro de la sociedad, del mundillo literario académico, y también en los juegos internos de una relación establecida. ¿Es posible hacer una deconstrucción y, en perspectiva, revisar los roles impuestos? Esa quizás sea el interrogante que aqueja a Joan Castleman (Glenn Close), esposa desde hace varias décadas del escritor Joe Castleman (Jonathan Pryce). Durante años Joan calló. Se dedicó a ser la figura decorativa detrás del intelecto de la familia. Joe es un patriarca hecho y derecho. Ejerce su poder sobre cada miembro de su familia, su esposa, y sus dos hijos, David (Max Irons) y Susannah (Alix Wilton Regan). Joan no solo soporta esa posición de su marido, la avala, apoya, y pareciera hacer todo para que así sea frente a la vista pública. Claro, en soledad es otra cosa, pero se debe mantener el statu quo. El escenario abre con el anuncio desde Suecia sobre la premiación de Joe como Nobel de literatura. El matrimonio de ancianos festeja, hasta tienen sexo, pero de inmediato comenzamos a percibir los gestos de Joan. Al igual que sucedía en "Big Eye" de Tim Burton, Joe se está llevando un crédito que no le pertenece. El espectador lo intuye certeramente desde el primer momento, aunque se explicite más adelante, por más evidente que sea. Joan se condenó a sí misma a soportar ser una sombra, un adorno, por esa admiración hacia su hombre, por el que peleó por poseer. La esposa nos habla de feminismo. Pero no lo hace mediante el lenguaje de la lucha social. Tampoco pareciera apuntar al target generacional que se animó a poner los reclamos feministas en boca de la opinión pública mayoritaria. No, La esposa le habla a esas mujeres como Joan. Tanto la puesta de Runge, como la adaptación de Jane Anderson, manejan un ámbito elegante, amable, de ritmo no lento pero sí calmo, y en un primer tramo cargado de sutilezas. La esposa es lo que prejuiciosamente se conoce como “cine para la tercera edad”, como una "Hotel Marigold", pero con visión feminista en el medio. La historia se maneja en dos tiempos. Mediante constantes flashbacks, recorreremos la historia de cómo Joan y Joe se conocieron, siendo ella su estudiante en la universidad. Él estando casado, y ella introduciéndose de a poco dentro de esa familia. Cómo ella pasó de ser una mujer con carácter, e ir apagándose, hasta un lugar en el que su esposo la ningunea como escritora, la destrata, la relega a charlas banales con otras mujeres “de sociedad”, y hasta su hijo le quita peso a su opinión. Entre esos dos tiempos, a medida que avanza, "La esposa" va perdiendo algo de fuerza, y lo sutil comienza a volverse más obvio, previsible y reiterativo. Sin embargo, hay que decirlo, nunca llega a desbarrancar. Para cuando el secreto ya sea revelado en la historia, aunque el espectador ya lo sepa, La esposa tomará algunos tintes melodramáticos innecesarios, que quizás se justifiquen en la mirada del público al que apunta. Pero que restan profundidad narrativa. Inteligentemente, Runge se apoya en sus protagonistas. Pryce y Close actúan mediante técnica y química; logrando conexión inmediata. Era esencial creerles la farsa del matrimonio, y lo logran. A Joe había que odiarlo, y lo hacemos, tarea cumplida para Pryce. Hay una observación también sobre la mirada de la persona de tercera de edad de acuerdo al género; la mujer es una viejita decorativa, el hombre adquiere sabiduría y prestancia sensual. Pero quien se lleva las palmas es Glenn Close, mediante su gestualidad permanente, su decir, y su caminar, casi que podría no hablar (y ahorrarnos algunos diálogos rimbombantes) y la aplaudiríamos igual. Si desde el segundo cero sabemos que algo huele mal en esa apariencia feliz, es gracias a ella; y ni siquiera hace falta que le dediquen puros primeros planos, se destaca aún en escenas abiertas. Christian Slater, como el insistente biógrafo no autorizado de Joe también logra una interpretación contundente, pese a que su personaje no está perfectamente construido. Para quienes tienen conceptos más avanzados, progresistas, "La esposa", puede no sumar un gran material innovador en sus planteos. Su público serán esas mujeres que aún se encuentran en la posición de su protagonista y necesitan ver que nunca es tarde para recuperar el rol que se merecen. Si Joan es su espejo, bienvenido sea el aporte de "La esposa".
Raíces populares No es fácil hacer cine infantil fuera de las esferas de las grandes producciones de Hollywood. A las problemáticas habituales de contar con otros niveles de presupuesto, se le suma repensar cómo llegarle al target adecuado. Un público acostumbrado al bombardeo de consumo extranjero, con un estilo muy propio y neutralizado. La ecuación es: ¿se cede a intentar hacer películas con el estilo impuesto, o se sigue intentando crear un sello propio? Al cine argentino, que avanza a paso firme dentro del cine de género, todavía le cuesta el cine infantil y adolescente, intentando resolver la dicotomía entre el copiar y ser fiel a nuestra cultura. Una muestra de ello es Yanka y el espíritu del volcán. Realizada en 2014, Yanka y el espíritu del volcán es un intento por acercar la mitología de nuestros pueblos originarios a un film para el público amplio. Más específicamente, la mitología mapuche. Ya de por sí esta intención es de valorarse. Para encontrar un antecedente inmediato (Patoruzito no cuenta) habrá que remontarse a casi veinte años atrás con esa rareza que fue El secreto de los Andes, o la mezcla retrofuturista de Cóndor Crux. En menor medida, el año pasado Mi mamá loraincursionaba aleatoriamente. Por esta simple razón, Yanka y el espíritu del volcán representa todo un desafío en sí mismo. Aventuras en Copahue Yanka (Maite Lanata) es una adolescente de trece años en crisis desde el momento en que su padre (Gastón Pauls) decide casarse con una nueva mujer (Laura Azcurra). El temor a que se pierda la memoria de su madre (Aymará Rovera) la conflictúa y comenzará a tener una serie de sueños en los que parece que está la llama. Yanka decide responder a ese llamado, se escapa del casamiento y viaja junto a su abuelo (Hugo Arana) hasta Copahue, en donde el llamado se hará aún más fuerte. Allí, ellá descubrirá la verdad sobre su madre y el collar con tres piedras que le regaló. Su madre desapareció en el bosque de Copahue, y Yanka está convencida de que aún puede estar con vida. Abello plantea un viaje iniciático para una protagonista que cada vez se va sintiendo más parte del lugar; y a su vez, debe sortear todo tipo de dificultades. Habrá aliados y enemigos. Kú (Juan Palomino) será el enviado por Pillán –representado como una masa de fuego– para frenar los planes de Yanka, aunque este mismo parece más obligado que convencido a hacerlo. Lihuén (Ezequiel Volpe) es un adolescente cuyo propósito al inicio es distraerla, pero terminará ayudándola; y Chucao (Enrique Dumont) será el duende de bosque con buena fe, pero embustero. No es difícil encontrar paralelismos en la historia de Yanka y el espíritu del volcán con Laberinto de Jim Henson. Desde la primera escena en la que veremos a Yanka con un vestido lleno de tules y volados, se huele la inspiración, que nunca pasa de ser eso: un punto de partida para hacer su propio camino. Abello le imprime el suficiente ritmo al relato, pero sabemos que esta propuesta apunta a un público menor a la mayoría de edad, sin necesidad de abusar de los chistes, ni de referencias a la cultura actual (más allá de una banda sonora algo intromisiva, suerte de folclore rockero). Peleando contra el presupuesto y algo más No se puede negar que Yanka y el espíritu el volcán haya tenido buenas intenciones. Pero constantemente se la ve peleando contra determinadas limitaciones que exceden sus ambiciones. Si bien se ambienta en la actualidad, Yanka y el espíritu del volcán parece más de una vez un film hecho hace treinta años. Con escenarios naturales abiertos, variado diseño de vestuario y diálogos de estructura clásica –que parece hablarle a los jóvenes de esa época más que a los actuales–. Al contrario de perjudicarla, este clima la favorece; y cada vez que se arrime más a un estilo actual (como en los FX digitales) es cuando más flaquezas mostrará, o más impostado suene su tono. Por último, hay determinados errores (continuidad, verosimilitud) que se hacen algo difícil pasar por alto. Yanka y el espíritu del volcánparte de una buena idea, buenas intenciones, y el fin noble de acercar lo autóctono a un público acostumbrado al consumo extranjero. Las limitaciones que complican su propuesta ambiciosa y varias fallas indisimulables opacan un resultado final promisorio.
El iraní Asghar Farhadi reunió a un dreamcast iberoamericano en "Todos lo saben", un drama que bordea el thriller para terminar hundiéndose en conflictos del corazón. Con ocho títulos en su haber, Asghar Farhadi, es un director que se diferencia de otros pares iraníes por su tratamiento de conflictos familiares utilizando el contexto de su país para abordar problemáticas universales, tal como sucedió en sus conocidas y laureadas "La separación" y "El viajante". En "Todos los saben" se anima a salirse de su tierra, pone su arte en pos de una producción con elenco iberoamericano, mayoritariamente español, y se ubica en el interior de aquel país para narrar una historia con mucho de condimento latino, en la que se lo presiente más que por encargo, ajeno. Esta es una historia de pueblo chico, infierno grande. Todo comienza con Laura (Penélope Cruz), que vive en Buenos Aires junto a su esposo Alejandro (Ricardo Darín) y sus dos hijos, y regresa a su pequeño pueblo español por el casamiento de una sus hermanas. El casamiento es todo un evento en un pueblo en el que todos se conocen, y además, la familia de Laura parece ser la que mueve los hilos del lugar por haber sido dueños de los viñedos más grandes. Todo se dispone para pasar una temporada inolvidable, y de algún modo lo será. Al casamiento asiste también Paco (Javier Bardem), ex pareja de Laura, y actual dueño de los viñedos, casado con Bea (Bárbara Lennie). La fiesta transcurre bajo total normalidad, rememorando viejos y dulces recuerdos, hasta que sucede un corte de luz. En medio del tumulto, la hija mayor adolescente de Laura desaparece, secuestrada. A partir de entonces, "Todos lo saben" virará hacia la historia de ese secuestro, haciéndose luego en escena el propio Alejandro. En verdad, a Farhadi no parece interesarle tanto el hecho policial del secuestro. Si bien lo ubica en el centro del relato, el film se abocará en tratar todos los asuntos internos de esa familia que se desatan a partir del secuestro. Como lo adelanta su título, en la familia hay muchos secretos, rencores, hechos del pasado sin resolver, y este caos servirá para traerlos todos a la mesa. Laura sufre, llora, intenta conseguir el dinero del rescate y el único que puede ayudarla es Paco, aunque eso signifique tener que remover cómo hizo él para adquirir las tierras a bajo costo; episodio que esa familia está lejos de perdonarle. Por otro lado, Bea anda de acá para allá preocupándose porque ella y su marido no pierdan la posición que tienen, y de algún modo controlando el acercamiento entre Laura y él. Alejandro tarda en entrar en escena, como esos personajes que en una serie siempre son nombrados, pero recién aparecen cuando el raiting lo necesita, promediando los últimos capítulos. Por supuesto, cuando llegue, traerá sus conflictos a cuesta. Mucho sol, pieles bronceadas, el pintoresquismo de un pueblo chico, hombres de camisa y pantalones de vestir (si fuese invierno estarían con traje), y mujeres de vestidos soleros y pechos turgentes si es posible sin corpiño. Farhadi hizo una telenovela, un culebrón condensado. Allí donde en sus anteriores películas predominaba la emoción real, cierto drama profundo, y el contexto se sentía tangible; aquí predomina el cotorreo de alcoba, las puertas que se abren justo para interrumpir algo, la gente que oye detrás de una puerta, y las pasiones que se quieren frenar pero los corazones arden. Con un poco más de jolgorio y banalidad (y más música, aunque la hay, y bastante), Todos lo saben podría ser "Mamma Mía"; en eso de un pueblito en el que él único problema parece transcurrir por ver si los corazones sanan, y resolver viejos entuertos parentales. También podría ser "Un paseo por las nubes", de haberse tomado las cosas con más liviandad. En uno u otro caso, el resultado sería mejor. Al servicio de esa telenovela, Farhadi construye diálogos imposibles, e introduce personajes de un verosímil endeble como un policía detectivesco que saca conclusiones internas (todas acertadas) de no se sabe muy bien dónde. También descuida el hecho policial, al que nunca le imprime nervio, lo adelanta de modo evidente, y lo resuelve sin el más mínimo interés. En el elenco, en el que también contamos a Inma Cuesta, Sara Sálamo, y Eduard Fernández; sobra el talento, aunque lidian con personajes que no ayudan. Por supuesto, Cruz y Bardem tienen química, como cuando Nancy Duplaá y Pablo Echarri hicieron "La Leona"; son un matrimonio que se entiende. Pero individualmente se repiten, y para verla llorar a ella más de dos (innecesarias) horas, mejor ver una de Almodóvar. Por su lado, Darín, llega tarde y nunca termina de encajar dentro de un elenco que le es tán ajeno como a Farhadi esta película por encargo. Todos lo saben tenía el potencial para ser un drama profundo y desgarrador, o aunque sea, plantear algunas líneas dramáticas interesantes. La superficialidad del melodrama telenovelesco, y la torpeza para resolver varias cuestiones fundamentales, terminan creando una película demasiado pequeña más allá de su interminable duración.
Aprovechando al máximo la franquicia de "El conjuro", "La monja", es otro spin off sin alma ni preocupación por crear una mínima historia alrededor de los sustos. Cuando en 2013 James Wan incursionaba en el cine de exorcismos con "El conjuro", probablemente no sabía las puertas que abriría a todo un universo expandido sobre esa película “basada en un hecho real”. No solo hablamos de secuelas, que ya va encaminándose la segunda; sino una serie de spin off sobre algunos personajes que en la película apenas eran mostrados. La muñeca Annabelle ya tuvo dos películas (de resultados como mínimos dispares), y ahora le toca el turno a "La monja", el personaje que ya apareció en "El conjuro 2", y en la escena post créditos de "Annabelle 2". El nombre del personaje ya lo dice todo, un espectro, más bien un demonio, disfrazado de monja, que causa el espanto de los personajes. Como dijimos, ya la vimos en "El conjuro 2", que hasta nos dijeron que era el demonio Valak, la vimos un poquito más en "Annabelle 2" para saber que estaba en un convento en Rumania ¿Qué más nos queda saber en su película individual? A la luz de los resultados finales de "La monja", no quedaba nada. Comenzamos con footage, o material extraído de la segunda entrega de la saga, como por si alguno llega sin haber visto la película. La Sra. Warren que presiente la muerte del marido en manos de "La monja", descubre su nombre, la extermina. Un largo flashback nos llevará hasta Rumania en donde dos monjas, una anciana y una joven, se deben enfrentar a algo que tienen guardado detrás de una puerta. Conflicto, batalla, un poco más de barullo, la monja más joven debe ser la que termina con todo el asunto, pero algo sucede que termina suicidándose… o no, porque eso tiene muy poca pinta de suicidio. Desde el Vaticano se enteran del suicidio, y convocan al Padre Burke (Demián Bichir), que oh casualidad, trae consigo un pasado en el que un exorcismo le salió trunco. Burke decide llamar a una novicia para que lo ayude a investigar, la Hermana Irene (Taissa “soy la hermana de la que hace a la Sra. Warren pero no digamos nada del evidente parecido idéntico” Farmiga), que parece que tiene alguna conexión sobrenatural, o algo así, no importa; el hecho era poner a un hombre adulto, y a una novicia joven medio pizpireta. Luego de una secuencia presentación de Irene que parece robada de "Esperanza Mía", ambos viajan hasta Rumania, en donde se encontrarán al campesino que encontró a la monja suicidada. Un personaje tratado con tal desdén que ni siquiera tiene nombre durante buena parte de la película, es simplemente Franchute (Jonas Bloquet), aunque él grite ser francocanadiense. Este trío forma un team para investigar qué es lo que pasa en la abadía rumana, topándose con otras monjas, que, por supuesto, de espaldas, se parecen mucho al demonio, así que… Nada más, esa es toda la historia de "La monja"; y lo de formar equipo es una forma de decir, porque ni bien lleguen al convento, los tres se van a separar y van a investigar y ser sobresaltados individualmente. Porque a falta de historia, lo que sobran son los jump scares sin sentido. ¿Vieron esos videos de YouTube en los que se muestra una escena de rutina, como un viaje en ruta, o gente caminando por su casa, y de golpe algo interrumpe en el medio de la pantalla? Bueno, "La monja" se siente como una sucesión de esos videos, siempre alrededor del mismo personaje, y la mayoría de las veces abusando del susto falso. Es cierto, la cinta contaba con la contra de que al personaje ya lo conocíamos, por lo que no habría sorpresa sobre su aspecto. Es más, los primeros diez minutos, nos lo muestran un montón. Pero por lo menos, pudo tener la decencia de crear una historia alrededor, o poner algo de clima o atmósfera que nos introduzca en el juego. Nada de nada, simplemente exprimir al máximo al personaje. El poco desarrollo de terror que tiene es robado de otras películas menos ambiciosas y más interesantes; el más evidente "Cuentos de la Cripta: La noche del demonio". Por el resto, el terror clerical, y la figura de una monja para causar miedo no es para nada algo nuevo (hasta hay una película española de Filmax con Belén Blanco, del mismo nombre y mucho mejor que esto), así que también roba de aquí y de allá. Personajes estereotipados y bastante odiosos (repetimos, Franchute, que encima intenta ser un comic relief, es insufrible), la no historia, y el abuso de los mismos recursos para causar algo de susto (que no es lo miso que terror, un ¡Buh! desprevenido no es lo mismo que clima de tensión, pavor y ahogo permanente); son la moneda corriente de esta película que ya amenaza con secuela propia. Corin Hardy tiene como único antecedente en dirección la también impresentable "Los hijos del diablo". Aquí se limita a introducir algo de dirección de arte en juegos de colores en contraste y puestas de coreografía (como un cúmulo de monjitas que vistas desde arriba forman una cruz invertida, y cosas así). Elementos que sin el contexto adecuado son la nada misma. "La monja" es una producto a desgano, pensado con el sólo propósito de ser una película que se tenía que hacer, y sin el más mínimo intento de superar la mediocridad. Cuando en vez de aferrarnos a la butaca, comenzamos a bostezar, y nos alegramos de que sea cortita, es que algo anda muy mal en Rumania.