Relaciones naturales. Proveniente de una familia en la que se respira cine, Nicolás Puenzo es -como se pueden imaginar si no lo sabían- hijo de Luis y hermano de Lucía, ambos directores con trayectoria y peso en el ambiente. Nicolás es también director de fotografía, trabajó junto a su hermana en Wakolda, y en el film de Sergio Bizzio Bomba; lo cual se nota a la hora de apreciar Los últimos. Pero para analizar su ópera prima en contexto, es más adecuado retrotraernos a su anterior experiencia como director (o Co-Director junto a Lucía): la serie televisiva Cromo. Tanto en Los últimos como en Cromo hay un claro mensaje sobre el manejo que hacen las grandes corporaciones internacionales jugando con la salud y la vida de la población. Un mensaje ecologista y, si se quiere, anti capitalista. Nicolás, que además es guionista de ambas, es claramente un realizador preocupado por lo que lo rodea, no pareciera pretender hacer ficción por el solo hecho de entretener. Se relaciona con los temas que trata (los recursos naturales) de modo claro y no teme a la bajada de línea directa. Punto a favor para quien no elige la media tinta. Pero a diferencia de lo que sucedía con Cromo, donde el asesinato de una bióloga guiaba todo el relato (descubriendo el velo detrás de los personajes que rodeaban ese hecho de modo macabro respecto a la contaminación de ríos por parte de una curtiembre), en Los últimos primero está el mensaje de alerta, y alrededor de él se intenta construir un relato acorde a las circunstancias. Ciencia ficción a consciencia: El cine argentino se ha ido animando al cine de género cada vez más a menudo y de modo más cómodo. Cine de terror, acción, policiales y comedias de fórmula vienen siendo en los últimos años moneda corriente. Sin embargo, la ciencia ficción sigue siendo una suerte de debe, salvo honrosas excepciones. El anuncio de Los últimos resultaba auspicioso en ese sentido: ciencia ficción apocalíptica sobre un futuro distópico, un elenco de figuras, y detrás de cámara la familia Puenzo en guion, dirección, y producción, para asegurar un producto de calidad. La realidad es que Los últimos pareciera tomar a la ciencia ficción casi como una excusa, plantea un ¿qué pasaría sí? no muy descabellado, para luego atenerse a una realidad bastante tangible. Para ser claros: la película se ubica en un campo de batalla fronterizo que no existe, pero lo que sucede es bastante tradicional a lo que sucede en cualquier película con campo de batalla que no sea estrictamente bélica. En un futuro cercano, las corporaciones internaciones, junto a los grandes países del Norte, han atacado al Cono Sur en una desatada guerra por el agua (algo que ya se viene advirtiendo desde hace bastante tiempo con cierto asevero en charlas, libros, y hasta documentales). La población ha sido diezmada y el territorio arrasado. Todo es un inmenso campo de batalla sitiado por soldados, cuarteles, y minas terrestres. Yaku (Juana Burga, debutante) y Pedro (Peter Lanzani, cada vez más afianzado y alejado de la estrellita juvenil) son una pareja de refugiados que deben atravesar la frontera y llegar al Océano Pacífico para proteger a Yaku y su embarazo. El trayecto es de lo más complicado y huir no será fácil. En el medio deberán pasar por varios inconvenientes y personajes que pondrán su piedra en el camino, también habrá de los otros. Uno de esos personajes que se cruzan es Ruiz (Germán Palacios), un periodista gráfico o fotógrafo que en un principio pretende usarlos como imagen sensacionalista, para luego, de a poco, ir concientizándose y tomar cartas en el asunto. Ruiz son los ojos del espectador. Huir ¿hacia dónde? No sería la primera vez, ni mucho menos, que la ciencia ficción apocalíptica toma como centro a un grupo de personajes que deben cruzar un tramo en forma de road movie. Sin ir más lejos, la primera Mad Max es eso. Sin embargo, el mayor inconveniente aquí es que Nicolás, Luis y Lucía Puenzo desde el guion, no parecieran saber mucho qué hacer con ello. La historia de Los últimos rápidamente queda chica y la narración se vuelve confusa, apelando a metáforas algo obvias, a una sucesión de tiempos muertos, y a una poética que hubiese quedado acertada en determinados momentos pero que, al ser utilizada de modo permanente, abruma. En Los últimos se habla de la escasez de agua potable, de las grandes corporaciones inescrupulosas, del norte atacando al sur, de la manipulación periodística, y del respeto a la comunidades originarias, sin dejar de lado un ejemplo de la tarea humanitaria de los médicos sin fronteras. Quizás todos esos hechos estén conectados, y es así, pero a la hora de plasmarlo en un guion resulta demasiado y hace que se olvide de hacer avanzar el relato. Visual y técnicamente hablamos de un producto destacado, con planos secuencias, una fotografía inmensa que aprovecha los escenarios desérticos, y un acompañamiento musical acorde a la pesadumbres que se quiere imprimir. Lo mismo podríamos decir del rubro interpretativo. El trío protagónico luce correcto, Burga se amalgama bien con dos actores con más experiencia, Lanzani como dijimos está a la altura de la circunstancia alejándose de sus personajes más conocidos, y Palacios se presenta tan convincente como siempre. En los secundarios, en papeles chicos, Luís Machín, Natalia Oreiro y Alejandro Awada se sobreponen a roles algo arquetípicos y funcionales al momento del guion, con interpretaciones correctas. Pero este esmero técnico y actoral no es completado con algo fundamental: una historia clara que avance correctamente. Conclusión: Nicolás Puenzo en su ópera prima Los últimos está más atento en dejar una postura ideológica que en presentar una narración atractiva. La cáscara de ciencia ficción presenta una palpable realidad apocalíptica que se dispersa en medio de una poética excesiva. Los sobresalientes rubros técnicos y la labor correcta del elenco no alcanzan a apuntalar su resultado final.
"Mark Felt: The Man Who Brought Down the White House" (El informante): asuntos internos Liam Neeson interpreta al hombre que filtró los datos que desencadenaron el famoso Watergate en El Informante, de Peter Landesman, una película tan fría como ajena a los territorios fuera del país en que es producida. El caso Watergate sin dudas marcó la década del ’70 en los Estados Unidos, la filtración de documentos clasificados del gobierno de Nixon denunciando negociados y aprietes varios, hizo desesperar a esa gobernación y terminó llevándola a su declive. Como suele suceder con cada cosa que ocurre en Norteamérica, Watergate y sus consecuencias tuvieron implicancias alrededor del mundo entero. Sin embargo, esto no quita que sus pormenores no dejen de ser un asunto puertas adentro. "El informante", de Peter Landesman, habla sobre el caso Watergate, pero trata de hacerlo lateralmente, a través de una suerte de biopic (pero muy centrado en los años en que esos hechos ocurren) sobre Mark Felt, apodado Garganta profunda, el hombre que pasó toda la información necesaria a los periodistas que destaparon la olla. Mark Felt es interpretado por Liam Neeson, y si algo hay que rescatarle a "El informante", es la presencia del actor de "Búsqueda Implacable" ("Taken") como protagonista. Felt es un hombre traicionado, y con una vida privada que terminará influyendo en varias de sus actitudes. El hecho de que decida filtrar la información no será algo aleatorio. Landesman intentará explicar cuáles fueron esas razones, hurgando en varios aspectos de su vida. Hay que aclarar algo fundamental, El informante se basa en una biografía escrita por el propio Felt, y se sabe que la película cuenta con el visto bueno de sus herederos, por lo que ya podemos ir intuyendo hacia dónde irá la mano. Decir que" El informante" es una abierta carta de amor hacia el sistema político estadounidense es más que una obviedad. La película hace todo el esfuerzo para hacer ver que los hechos oscuros no quedan impunes y que todo sale a la luz. Si bien se intenta darle alguna zona ambigua al personaje, sobre todo en cuanto a sus razones familiares, al final de cuentas, quedará claro que Felt es un típico ciudadano de ese país con la frente en alto. Hay también un adecuado trabajo interpretativo en roles secundarios. Podemos contar a Diane Lane como la esposa de Felt, Tony Goldwind, Kate Walsh, Josh Lucas, MartonCsokas, y hasta Tom Sizemore. Pero el guion le otorga a todos un tratamiento tan esquemático, que sus logros actorales se ubican por encima de lo que la propuesta ofrece. Lo mismo sucede con el Felt de Neeson. Los diálogos son explicativos casi como si mirasen directo al espectador para remarcarle hechos y circunstancias, lo que termina restando muchísima naturalidad. El ritmo narrativo tampoco es el adecuado. Estas películas de fuertes entramados políticos necesitan de algo vibrante para mantenernos interesados. En "El informante", abunda la parsimonia y los datos arrojados al azar. Esto asegura un resultado bastante aburrido. Todos estos inconvenientes que presenta "El informante" se acrecientan al ser presentada puertas afuera. La mirada ajena y lejana que se le dará fuera de Estados Unidos a un film de una temática tan interna, colabora en nada en despertar un mayor interés y en comprender varios puntos que son meramente técnicos. Nos queda Neeson. El actor se sobrepone a varios de sus diálogos de manual, a un lineamiento de su personaje algo superficial. Si Felt tiene carnadura es pura y exclusivamente por su interpretación, cargada de miradas gestos e imposiciones. Liam Neeson, como los buenos vinos, con el tiempo solo mejora. Landesman, que ya tiene antecedentes en films de tono patriótico político como La verdad oculta y Parkland, no mejora mucho lo presentado en aquellos dos films bastante insatisfactorios. No parece conocer mucho de grises y matices, hay acciones justificadas, y otras que no, punto. "El informante" tiene la gracia de poseer un gran interprete protagónico y correctos actores secundarios. Pero los desperdicia en medio de un desarrollo sobre explicativo, fato de ritmo y vigor (lo que sobraba en la gran "Todos los hombres del presidente"), y de escaso interés para quienes desconocen los pormenores. Algo nos queda claro, el autoestima de la ciudadanía norteamericana sigue intacta y altísima.
Un juego conocido. Luego de un respiro (para el público) de siete años, y una rutina de producir una entrega por año, los juegos sádicos están de regreso en una película que perfectamente pudo llamarse Saw VIII o El juego del miedo VIII. Sin embargo decide llevar por título al autor de tales maniobras, Jigsaw ¿Por qué? Veamos. Si recordamos las entregas anteriores (guarda que se viene spoiler para quienes no las vieron), sabemos que el asesino que sometía a todo tipo de ciudadanos a una suerte de juegos de (imposible) supervivencia, era el enfermo terminal de cáncer John Kramer (Tobin Bell) quien tenía como obsesión que todos pagasen cruelmente sus culpas. Tenía… porque a partir de la cuarta entrega este personaje está muerto y, desde entonces, los guionistas se las han ingeniado para hacerlo aparecer sin que sea un ente sobrenatural. Precisamente de esto se trata Jigsaw, de dilucidar si el personaje está vivo o alguien sigue su legado. Exactamente lo mismo que vienen planteando desde hace cuatro secuelas. Como si el tiempo no hubiese pasado: Un hombre aparece corriendo por la ciudad con un detonador de bombas en la mano. De inmediato aparece la policía, lo rodea, y el hombre advierte que los juegos han vuelto a comenzar. Efectivamente, a partir de entonces varios cuerpos irán apareciendo indicando que cada vez son menos los sobrevivientes, y por las pistas halladas todo indica que el autor no es otro que Jigsaw, ¿muerto? hace diez años. Los detectives Halloran (Callum Keith Rennie) y Hunt (Clé Bennett) son los encargados del caso, y cuentan con la ayuda de los médicos forenses Nelson (Matt Pasmore) y Bonneville (Hannah Emily Anderson). Entre los cuatro deberán revelar qué es lo que ocurre, si es que realmente John “Jigsaw” Kramer no murió y sigue haciendo de las suyas, o cuenta con un imitador. En paralelo, veremos un gran juego, con pequeños minijuegos internos (como en todas las de la saga), en el que cinco –muy pronto cuatro– personas se encuentran encadenadas en un lugar que se revela como un granero. Como pueden leer, la mecánica es la misma que las de cualquiera de las anteriores entregas. Hechos en paralelo, un grupo de policías corriendo contra reloj para que los muertos no se sigan apilando, gente que deberá expiar sus culpas del modo más cruento. Tampoco ha variado demasiado estéticamente. La cámara de movimientos rápidos y la fotografía que abusa sin sentido del filtro verde y amarillo, sumado a los golpes de efecto visual, están ahí, todos presentes. Un rompecabezas mal encastrado: Los Hermanos Michael y Peter Spierig vienen de un puñado de películas interesantes que les hicieron ganar prestigio como Undead, Daybreakers y Predestination. Pero Jigsaw es claramente un producto de estudio, y será poca la mano que ellos puedan meter en el asunto. Todo pareciera ser presentado por directores ignotos o principiantes como las seis secuelas que la preceden. Olvídense de una marca visual o narrativa propia. El guion, a mano de Pete Goldfinger y Josh Stolberg (quienes juntos se encargaron de escribir la remake de Sorrority Raw, Piraña 3D, y su secuela) pretende, al igual que las anteriores, construir un entramado ingenioso que desafíe las mentes de los espectadores y los sorprenda con sus vueltas de tuerca. Sin embargo, este entramado presenta no solo agujeros imposibles de eludir, cosas que conducen a una incongruencia total que cuesta creer las hayan pasado por alto. Además, y fundamentalmente, se olvidan que ya hubo siete películas antes, y que los que vayan a ver la es muy probable que las hayan visto todas, o aunque sea a alguna/s de ellas. Jigsaw pretende hacer pasar por sorpresa elementos que se adelantan durante toda la película, vueltas de tuerca muy previsibles, y resoluciones que son calcos de alguna de las entregas anteriores, todo huele a obvio y rancio. Se puede decir que la saga que ha hecho furor con la porno tortura bajó un cambio, pero pequeño, es un poco menos explícita que las últimas, sin regodearse tanto en primerísimos planos, pero hasta ahí. En definitiva, continúa con la misma mecánica de confundir morbo con horror. Conclusión: Jigsaw, de los Hermanos Spierig, no solo no ofrece nada nuevo ni estimulante: desarrolla mal su mecánica, recurre a efectos que ya no causan impacto, y desaprovecha a sus personajes generando nada de empatía ni de un lado ni del otro. Como si nada hubiese pasado en el medio, esta octava parte de El juego del miedo denota puro aprovechamiento y desgano por querer hacer algo superador.
En el Oeste está el agite. Hace trece años se estrenaba Palermo Hollywood una película que venía a darle un giro estético, quizás desde lo comercial, a la mirada que el Nuevo Cine Argentino mantenía de la juventud marginal. Probablemente impensado que cuatro películas después, sea su mismo director quien se anime a entregar el film más fuerte y descarnado sobre la violencia subyacente en el Conurbano Bonaerense; siempre manteniendo una impronta estética destacable. Si algo caracteriza a Corralón es su falta de disimulo, de eufemismos, aunque sí maneja un gran lenguaje metafórico. Algo de herencia del cine de Campusano, mucho de la violencia visual del cine de los ’70. No es un film fácil de ver, menos de asimilar. Pero si se adentra puede ser una experiencia única. Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto) se encargan de los repartos de un Corralón en el Municipio de Moreno, pleno corazón del Oeste Gran Bonaerense. Como si fuese La Naranja Mecánica en un contexto propio y desde la actualidad post moderna, Juan e Ismael son dos personajes que no harán ni el menor intento por caernos bien, si algo de carisma despiertan es por propio carácter contrario. Son diferentes uno del otro, pero son iguales: Mal hablados, guarros, borrachos, desenfrenados, capaces de vociferarles groserías a mujeres desde su camión, pendencieros, permanentemente excitados (sobre todo Ismael). En un inicio, que pareciera más protagonizado por Ismael, Corralón los sigue en esa rutina de trabajo, metiéndose en conflictos menores de alta carga violenta, en una suerte de frenesí impulsivo. Pero lentamente se nos va introduciendo en otra zona, otro nivel. Totalmente borrachos acuden a una casa de familia acaudalada y comienzan a descargar material sobre el cuidado jardín de la señora (Brenda Gandini) que reacciona de un modo histérico. Su marido (Joaquín Berthold) entra en la discusión de un modo más violento, descarga alguna tensión de clase y la cosa pasa a mayores, aunque pareciera haber quedado en ese episodio. Pero no, Juan, que tiene una obsesión con el mundo canino, planea algo, y llevará la agresión a un estrato inesperado. En este segundo tramo, en el que el protagonismo pareciera pasar a manos de Juan, será necesario alguna vez apartar la mirada, distraernos, tratar de descargar la tensión que generan las imágenes que nunca caen en un morbo innecesario; todo es sugestión, alta sugestión. Eduardo Pinto optó acertadamente por una fotografía banco y negro de altos contrastes, como demostrándonos que no es un mundo de grises. Desde un montaje furioso, pero no convulsionante, y una banda sonora que pareciera querer recordar a la nueva ola inglesa, todo inspira transgresión. Planos cerrados, un elenco ajustado y correctamente marcado, más de una vez se plantean duelos escénicos de alto voltaje. Habrá imágenes que quedarán grabadas en nuestra retina. Las interpretaciones del conjunto (al que habría que sumar a Carlos Portaluppi y la ascendente Nai Awada, jugadísima) se manejan en un alto nivel, lo cual es un logro mayor por lo que exigen los personajes. Cáceres y Pinto brillan, entre ellos tienen química, y juegan a la perversión con Gandini y Berthold de un modo más que natural. Sus roles son tan desagradables como queribles, y son capaces de llenarlos de gestos, de miradas, de actitudes que definen sus personalidades. Ambos logran actuaciones al nivel de lo mejor de sus carreras. Conclusión: Corralón genera la dicotomía entre apartar la vista y la irrefrenable necesidad de posar la mirada sobre lo hipnótico. Es atractiva, furiosa, extremadamente violenta –sin ser morbosa– y disruptiva. Con apartados técnicos de gran nivel (más aún para una producción chica e independiente como esta), y actuaciones formidables; estamos frente una de esas propuestas que quedan durante largo tiempo en nuestra memoria.
El debut en la dirección del actor Andy Serkis, famoso por poner su cuerpo para personajes motion capture, Una razón para vivir, antepone lo humano por sobre lo romántico. ¿Ironía? Andy Serkis es un famoso actor que participó en roles importantes y hasta protagónicos en varios de los tanques más taquilleros de Hollywood de los últimos quince años. Sin embargo, es probable que no todos le conozcan la cara. Como Gollum en El Señor de los Anillos, Snoke en las nuevas Star Wars, o César de la última trilogía de El Planeta de los Simios, Serkis es probablemente el actor con más trayectoria y sin dudas el más conocido en prestarle su cuerpo a los personajes realizados a través de captura de movimiento. Podríamos decir que el actor tienen en su haber una larga trayectoria en personajes no humanos o deshumanizados. Sin embargo, a la hora de su debut detrás de cámara, Una razón para vivir, dirige con el foco puesto en el triunfo espiritual de lo humano. asada en la historia real de Robin Cavendish, un ex militar y joven empresario que en 1958 es diagnosticado con poliomielitis, iniciando una dura batalla que lo llevaría a dar su ejemplo alrededor del mundo. Robin (Andrew Garfield, que se luce cada vez que se aleja de las grandes producciones como en este caso), se enamora perdidamente de Diana (Claire Foy); viven una hermosa historia de amor, se casan y esperan a su primer hijo, Jonathan. Pero a Robin, un joven muy vital y enérgico, le diagnostican poliomielitis, lo cual irá provocándole parálisis. Diana renuncia a todo y se encarga de cuidarlo y poder brindarle todo lo que esté a su alcance para que Robin se sienta lo menos atado posible. Sin embargo, Robin irá por más e intentará transmitir al mundo un mensaje de esperanza. El guion, a cargo de William Nicholson, un legendario de Hollywood con títulos como Sarafina, Tierra de Sombras, Una mujer llamada Nell, Lancelot, Gladiador, y Los Miserables; profundiza como era de esperarse en sus manos, la veta dramática. Una razón para vivir no escatima lugares comunes, ni sorprende con una gran originalidad. Que habrá golpes bajos, los habrá, sin embargo el tono es bastante más cálido de lo que podría haber sido en otras manos más manipuladoras. Probablemente sea el escrito de un experto como Nicholson el que haga la diferencia. Una razón para vivir bien pudo recaer en el típico film dramático para adolescentes (y un poquito más) tan de moda. Los ingredientes están todos. La parejita joven y carismática, el romance con muchísima miel, y el impedimento de una enfermedad que pondrá todo tipo de trabas. Todo huele a caldo de cultivo para esas películas del exponente “basadas en el Best Seller de – Nicholas Spark, por nombrar al autor más conocido –“ Una razón para vivir opta por; si bien dejar al romance en el centro de los hechos, nunca deja de ser una película profundamente romántica; prestarle mayor atención a la experiencia de vida, en mostrar cómo ambos se interpondrán a las durísimas adversidades que les toca. Logrando así una lección humana ¿De manual? Puede ser, pero encantadoramente presentada. Serkis debuta como director mostrándose como alguien atento a los detalles. Las películas de época suelen tener estas características, la reconstrucción es un pilar fundamental. Una razón para vivir muestra los años ’50 de un modo para nada sobrecargado, lo hace con sutileza, pero atento a los detalles, a los objetos que se usa, los modismos y las formas. La narración es fluida, atrapa y conmueve. Otro aspecto importante estará en las interpretaciones, Serkis logra que ambos protagonistas se vean aceitados, que los diálogos sean rápidos y que realmente haya un acercamiento entre ellos desde la piedad y el profundo amor. Andrew Garfield se compenetra en su personaje y trasmite no solo el padecimiento de la enfermedad, sino esa fortaleza de espíritu. Claire Foy también se luce correctamente aunque sabe que las miradas estarán puestas en Garfield. Una razón para vivir es un drama íntegro, con lugares comunes y una narrativa tradicional. Las buenas intenciones y la capacidad para asumirse como una historia humana de superación, esta vez alcanzaron
Sentimientos animados. Si las biopics son un género en sí mismo, muchas veces sirven para retratar vidas que -según los realizadores- fueron excepcionales. Descubrir a la persona detrás del accionar o arte que lo hizo conocido, descubriendo que es una vida propia de alguien destacado. Dorota Kobiela y Hugh Welchman en su ópera prima Loving Vincent deciden ir por una suerte de camino contrario. Poner al artista en el foco, y a través de su arte dibujar a la persona. Dibujar. Precisamente Loving Vincent se trata de un film animado, no un documental sobre el pintor: una obra pictórica basada en las obras del homenajeado. Al cine de animación históricamente se lo asoció a los mal llamados “dibujitos”, al cine infantil más comercial. Lateralmente, existen producciones como Loving Vincent que demuestran que el cine de animación es eso pero también muchas otras cosas, inscribiéndose en una elite de obras para adultos con una técnica exquisita. Utilizando una técnica similar a la rotoscopía, los directores convocaron a más de una centena de artistas que se ocuparon de pintar al óleo cada uno de los fotogramas de la película, realizada con actores como modelos vivos. Por supuesto, estos artistas imitan las técnicas que hicieron famoso al homenajeado, el postimpresionismo. Una carta y un personaje: Más allá de esa técnica, que si bien no es la primera vez que se utiliza, sí es novedoso que se lo haga de este modo. Hay una historia detrás, y tampoco opta por el camino tradicional del biopic. Loving Vincent revisa los últimos días de vida de Van Gogh, ubicando la acción principal luego de su muerte. Un año después de fallecer el pintor holandés, en 1891, Joseph Roulin, cartero habitual de él, recibe una carta que Vincent le escribió a su hermano Theo poco tiempo antes de morir. Joseph le encarga a su hijo Armand que localice a Theo y le entregue la misiva, pero Theo falleció. Armand inicia un viaje en el que intentará dar con la viuda de Theo, y en el trayecto irá descubriendo distintas personas que de un modo u otro influyeron en la vida de Vincent Van Gogh, replanteándose quién sería el más adecuado que posea la carta. Kobiela y Welchman, como se suele hacer tradicionalmente, utilizarán los colores para los hechos “actuales”, y el blanco y negro para los flashback de la vida de Van Gogh vistos a través de las experiencias de los entrevistados por Armand. Este recurso, que en cualquier film se ve modo regular, con la técnica de animación de Loving Vincent pasa a ser un recurso técnico bellísimo. Los diferentes tonos, el fluir de la imagen, y el paso de los trazos coloridos a los grises llenan la pantalla de sensaciones vivas. La forma por sobre el contenido: Si bien, como aclaramos, hay un hilo narrativo detrás de Loving Vincent, sus directores se inclinaron claramente por prevalecer las formas de su película, esa maravillosa técnica que entra por los ojos y transmite todo tipo de sentimientos. Lo que cuente sobre Van Gogh no será ningún descubrimiento para quienes conozcan algo de su persona. Se presenta como un homenaje al artista e intenta demostrar algo que ya es bastante conocido: que poseía una personalidad y una historia de vida bastante tortuosa. Signado por los abandonos y los fracasos del reconocimiento artístico (fue apreciado luego de su muerte), lo que Arnold descubra a través de los diálogos será precisamente eso, que Van Gogh canalizó su dolor a través de su arte. Esta sencillez para presentar la acción en parte también juega a favor de Loving Vincent al humanizar al homenajeado, no intentar el rebusque de que sea alguien excepcional con características formidables. Conclusión: Dorota Kobiela y Hugh Welchman debutan en el cine con Loving Vincent, un homenaje al gran artista que fue Vincent Van Gogh, desde su arte y construyendo otra obra de arte impresionista. Si bien el equilibrio entre historia y fotografía no es del todo balanceado, consigue atrapar por la sinceridad de su relato y por lo subyugante de sus imágenes. Una experiencia como pocas en una sala de cine.
Desterrados. El nudo argumental principal de Thor Ragnarok se desarrolla teniendo a sus dos protagonistas como expulsados de su tierra de origen, Asgard, cayendo en un planeta salvaje del que deberán huir para salvar a su terreno de la destrucción. Algún paralelismo podemos trazar con la historia de Taika Waititi. Además de poseer algún record de humor por segundo, las películas de Marvel se caracterizan por contratar -tanto delante como detrás de cámara- a profesionales de cierto prestigio… para exigirles que se adapten a su modelo. Esto vuelve a suceder en Thor: Ragnarok. En las interpretaciones vamos a tener “el placer” de ver a Cate Blanchett, Mark Ruffalo, Benedict Cumberbatch, Jeff Goldblum y Anthony Hopkins (entre algún otro talentoso) cumpliendo con los cánones del autodenominado MCU (Marvel Cinematographic Universe) de componer personajes clichés y encorsetados (en todo sentido); si bien, por lo menos, parecieran divertirse durante el rodaje. Algo similar sucede detrás de cámara, esta vez con Taiki Waititi. Aunque en este caso, el asunto de la diversión está más en duda. Waititi dirigió tres películas maravillosas en su Nueva Zelanda natal, películas de género que juegan a la comedia de un modo delicioso, muy original y divertido. Habiendo saltado a la fama con el boom mundial de Casa Vampiro, Disney/Marvel se lo trajo para sus arcas. El resultado, si bien tiene ese componente de película de género jugando a la comedia, está lejos de los resultados antes obtenidos. El director de Hunt for the Wilderpeople se da hasta el lujo de hacer alguna referencia a su propia filmografía, quizás extrañando tiempos de mayor libertad. Hollywood lo limita y le impone la misma fórmula que Marvel viene aplicando a cada una de sus películas con la excusa de estar todas integradas por una gran red (ese MCU). Más allá de algunas variaciones (más propias de la características de cada personaje), cuesta diferenciarlas unas de otras. Historia de tres hermanos: Thor Ragnarok toma las bases de algunas líneas del cómic sobre el Ragnarok (la destrucción del mundo asgardiano según la mitología nórdica) creado en los ’80 por Walk Simonson, le adosa en partes el mítico Planet Hulk, y dibuja el resto. Lo que da por conclusión lo siguiente: Una muerte pone en una encrucijada a Thor (Chris Hemsworth) y Loki (Tom Hiddleston), quienes en ese momento descubren que tienen una hermana, Hela (Cate Blanchett). Por supuesto, Hela es codiciosa, poderosa y vengativa, y solo querrá algún tipo de venganza. A esta altura debería sonar alguna cortina musical de Paz Martinez para indicar el fin de un capítulo, pero sigamos. Hela desea el trono de Asgard y por eso destierra a Thor y Loki, quienes terminan del otro lado del universo, en una suerte de tierra sin ley aunque bastante tiránica. En este momento, en Saakar harán su aparición el Gran Maestro (Jeff Glodblum) que los someterá a tener que enfrentarse en una suerte de lucha de gladiadores, y Hulk (Mark Ruffalo), convertido en el máximo de los gladiadores. Thor, que no cuenta con su martillo, debe regresar a Asgard antes de que sea tarde. Una y otra vez: El guion de Thor Ragnarok, escrito a seis manos por Eric Pearson, Craig Kyle y Christopher Yost, no abunda en originalidad ni mucho menos, se limita a ser lo básico y esencial para desarrollar las escenas que quiere en un marco harto conocido. En lo que sí abunda es en pseudo humor. Thor Ragnarok -como cada una de las películas del MCU- se nota más preocupada por incorporar todo tipo de guiños y gags (donde puede y como sea) que en construir algo sólido. Su misión principal es ser un fan service, y lo hay para todos los gustos de la cultura pop. Estéticamente hay reminiscencias al Flash Gordon de Dino De Laurentis y a algún producto estilo clase B de esa década, pero solo en su envase y no en su espíritu (todo lo contrario de lo que podíamos decir de un producto estrenado la semana anterior como Geo-Tormenta). Hay links a los cómics, a las otras películas del universo marveliano, una música que suena a tecno ochentoso pero del feo (muy feo), y hasta a la propia filmografía del director como mencionamos antes. Todo aquel que quiera que le den una palmadita confortable en la espalda, la va a tener. Los actores parecen divertirse, y los de gran trayectoria cumplen aun sintiéndose en un grado bastante menor al habitual. Waititi no se toma muy en serio su labor y lo que hace es una obra sobrecargada, exagerada, y hasta algo burda. En cierto punto, este tono desprejuiciado favorecerá a la asimilación del resto de lo que tiene para ofrecer. Una sosa montaña rusa de chistes viejos, escenas de acción no del todo logradas (aunque comprensibles) y una sobrecarga de CGI hasta en lugares innecesarios. Las tres películas de Thor, diferentes entre sí, cumplen con una extraña trilogía de ser lo menos inspirado de una factoría que no cuenta con demasiada inspiración; como si no supiesen qué hacer con el personaje. Conclusión: Thor Ragnarok pudo haber aprovechado a su director Taika Waititi y aprovechar esa veta humorística que tanto les gusta para hacer un producto libre y bizarro (en el uso anglosajón del término). Lamentablemente la industria se impuso una vez más, lo que da por resultado otra película plástica y desangelada. Fanáticos incondicionales del MCU, vayan por ella.
Una nueva entrega en la longeva saga de la casa embrujada. Amityville: El despertar, de Franck Khalfoun, apunta a un producto de bajo presupuesto, correcto, sin abrazar el estilo clase B. El 13 de noviembre de 1974 se escribía una de las páginas más famosas de la historia del crimen. Ronald DeFeo asesinaría en la medianoche a sus padres y cuatro hermanos mientras dormían. Un año después, la familia Lutz se mudaba a vivir a la casa de los crímenes, en Amityville, Nueva York, y duraría sólo 28 días en ella. Los sucesos “ocurridos” fueron retratados por el periodista Jay Anson en la novela de 1979 que inspirara a la película cumbre de casas embrujadas . "Aquí vive el horror" ("The Amityville Horror") del mismo año. Aunque varios años después se comprobó que todo fue un fraude, la historia de George Lutz empezando a ser poseído demoníacamente e intentando asesinar a su familia, como le habría sucedido a Ronald DeFeo, es el caso más famoso de hogares con un poder siniestro. En el cine, Amityville llevó a once películas oficiales, una de ellas un remake de la original en 2005, y varias apócrifas que aprovecharon su nombre aunque poco tuviesen que ver, como la estrenada hace pocas semanas "El origen del terror en Amityville" (aunque en honor a la verdad la relación con la saga fue solo un invento del título local, no original). Bueno, para ser ciertos, las propias películas oficiales – repetimos, salvando el remake – tampoco es que tengan demasiado que ver con los hechos documentados. A partir de la tercera entrega, todo fue un disparate que, si de algo vale la pena, es por su jocoso espíritu Clase B deliberado. Por eso, lo primero que habrá que rescatar de esta "Amityville: El despertar", es que intenta llevar las cosas otra vez al plano de liarlas con los orígenes, aún a cuestas de perder el espíritu “berreta” que ya era su marca registrada. Joan (Jennifer Jason Leigh, remando lo imposible) es una madre soltera que se muda con sus tres hijos a la casa de marras. Juliet (McKenna Grace) es la niña menor, y Belle (Bella Thorne) y James (Cameron Monaghan) son los mayores y gemelos. James se encuentra en un coma vegetativo hace años, a causa de un hecho en el que Belle tuvo algo que ver. Por eso, la relación de la adolescente con su madre no es de las mejores. Joan vive para cuidar a su hijo postrado, y no puede perdonar a su hija, a la que trata de un modo algo abusivo (Oh Jennifer, qué bien te siguen saliendo los roles de villana). Belle, gracias a sus compañeros comienza a interiorizarse de la historia de la casa. A la par, su hermano “milagrosamente” comienza a mostrar signos de mejoras, y ella sospecha que no es nada bueno. "Amityville: El origen" fue una producción con muchísimos problemas, es más su guion original en nada se parece a lo que terminó siendo. Filmada en 2014, estuvo tres años en gateras esperando para su estreno, y eso se nota a la hora de visualizarla. Se presenta como un film de presupuesto escaso, con pocos recursos, y modesto. Pero también como una película coherente de sus limitaciones. A diferencia de las últimas películas de la saga, pretende adoptar un tono serio, alejado del espíritu Clase B (ridículo divertido deliberadamente), y más apegado al de las dos primeras entregas. Es más, la historia pareciera ser una continuación directa de aquellas… pero consciente de que esas películas existen al igual que la novela. Los amigos de Belle le presentan las dos primeras películas, el remake, y la novela, y hasta se entusiasman de poder ver la primera película en la casa real en la que sucedieron los hechos. Este metalenguaje de la película dentro de la película será uno de los puntos más atractivos de la propuesta. Belle es un personaje algo estereotipado, Bela Thorne no logra sacarse el aspecto de “rubia porrista”, por más dark, rimmel y labios negros que quieran pintarle. En los contrapuntos con Joan, Jennifer Jason Leigh gana por goleada. El director Franck Khalfoun mantiene una filmografía aceptable en el género con títulos como P2 y el remake de Maniac, pero aquí se ve limitado por la producción, y lo que logra es un clima muy sugerente, lúgubre, y algún que otro susto típico de golpe de efecto. Por último, la historia presenta giros, algunos más interesantes y mejor planteados que otros. Hasta algo durante los créditos finales que, bien interpretado y conociendo cómo se dieron los hechos reales, resulta ingenioso. "Amityville: El despertar" es un film de terror promedio, mejor de lo que se podía esperar por todas las complicaciones que tuvo, pero también algo insuficiente por algunas ideas que maneja y que pudieron llegar a mejor puerto. Los Lutz mintieron , pero sus mentiras no paran de generar material.
Un puñado de mujeres, una venganza, un encargo, y toda la violencia que se pueda encontrar en una película; son los insignias de "Pendeja, Payasa y Gorda" de Matías Szulanski. El año pasado, Matías Szulanski se encontraba presentando su ópera prima Remplazo incompleto, la cual jugaba con un humor negrísimo y hasta incómodo alrededor de la muerte. Como si la necesidad de filmar le corriese por las venas, ya cuenta con su segundo opus, "Pendeja, Payasa y Gorda". Si bien ambos trabajos presentan marcadas diferencias, sobre todo en los tonos; no es extraño marcar varios paralelismos. El humor negro, lo cuasi caricaturesco, y el amor por el under, dicen nuevamente presente. Pendeja, payasa y gorda es una película descarnada, trash, y salvajemente divertida. Una de esas producciones que no se ven todos los días en la gran pantalla. Pendeja, Payasa, y Gorda; no son las características de una mujer, son tres mujeres. Empecemos por Natalia “La gorda” López (Mirta Wons, triunfante), una capo mafia que debe conseguir un riñón para su hermano, un sicario de poca monta que también trabaja para la otra mafiosa, Hernández (Claudia Schijman). Para esto, contrata a dos chicas, Pendeja (Ana Devin) y Payasa (Florencia Benitez). Ellas deben retirar un cadáver de la casa de Martín (Germán Tripel), otro que trabaja para ambas mafiosas, y extirparle los órganos. Por supuesto, todo será complicaciones. Estas dos féminas jóvenes tiene personalidades contrapuestas. Pendeja es más inocente y hasta algo “quedada”. Payasa es el rostro del feminismo, fuerte, aguerrida, madre, y peronista. Entre la dos hacen un buen balance. Es imposible enumerar la cantidad de referencias que maneja Pendeja, Payasa, y Gorda. Todo un catálogo de amor por el cine estilo clase B y directo a video está ahí. Algunas películas que son obras de culto popular, y otras para más memoriosos. Lo más llamativo de "Pendeja, Payasa, y Gorda" es, sin lugar a dudas, su estructura narrativa. No hay una construcción lineal de hechos. Presentada en capítulos que mantienen una conexión entre los personajes, pero narrativamente independientes, va y viene en el tiempo, manejando los tiempos de un modo flexible. Por momentos pareciera que hay cosas que no tienen que ver con nada. Paciencia, al final todo cobrará sentido. Es inevitable decir que este modo en que es estructurada nos trae a la memoria Pulp Fiction: Tiempos Violentos. El mundo de los mafiosos del bajo mundo con sus códigos (pero trasladado a la idiosincrasia local), y la violencia extrema, gritan a rabiar una admiración por la segunda película de Tarantino. Pero tampoco deja de lado el amor hacia Corman y su estética deliberadamente barata y sucia, incoherente; y a Russ Meyer y sus Faster, Pussycat! Kill! Kill! Y Supervixens. El mundo de Pendeja, Payasa y Gorda es el femenino, el de las mujeres fuertes empuñando armas y tomando las decisiones. Una referencia local inmediata podría ser la gran Madraza estrenada este año. Pero a diferencia de ese film, aquí no son mujeres abriéndose camino en un mundo de hombres; este es un mundo en el que las mujeres son las que pisan fuerte… la cabeza de los hombres, como en un film de Meyer. Cierta estética camp, aunque sucia, y trash punk, también nos lleva a Russ Meyer o al John Waters de los inicios. Mirta Wons se luce como La gorda Natalia, los mejores momentos corresponderán a ella. Pero también se destacan el resto de las actrices femeninas, Devin, Benitez y Schijman. Todas entran al juego que promete la película, y cumplen con lo que propuesta pretende. Los hombres, si bien no están en un nivel actoral bajo, quedan relegados en el guion. "Pendeja, Payasa y Gorda", resulta una bocanada de aire fresco en la cartelera. Una de esas películas que nos sentimos orgullosos puedan acceder a un estreno en salas. No tiene ningún reparo en mostrar lo que quiere, no hay límites, ni narrativos, ni estéticos; y a esa anarquía responde con un resultado destacado. Matías Szulanski demuestra ser un realizador atento a los detalles y con una gran claridad a la hora de saber qué es lo que quiere contar. Pavada de mérito para alguien que en poco tiempo ya se anotó dos películas a tener en cuenta.
El mítico productor y guionista Dean Deviln hace su debut como director en "Geotormenta", cine catástrofe y ultra patriota que gana terreno al no asumirse en serio. En 1992, el director alemán Roland Emmerich aterrizaba definitivamente en Hollywood con Soldado Universal, convirtiéndose en uno de los pilares del cine pochoclero patriota en la meca del cine. Detrás de todo “gran hombre” suela haber, en este caso, otro “gran hombre”, y ese es Dean Devlin. Productor y guionista (junto con Emmerih) de los productos que convirtieron al director de Moon 44 en un encumbrado por el gusto de romper edificios y mostrar banderas estadounidenses flameando sobre el fuego. Devlin puso la firma en cosas como "Día de la independencia" 1 y 2, "Stargate", "Godzilla 1998", la mencionada saga de "Soldado Universal"; y ahora le toco a él sentarse en la silla de director. "Geotormenta" tiene todos los elementos que hicieron de Devlin una marca, pero potenciados como si fuese una batalla final. Todo el cine catástrofe en una. Ubicada en un futuro cercano, la voz en off de un nena nos avisa que en 2019 una serie de catástrofes climáticas asolaron a nuestro planeta. Advertidos por la gravedad de esto, la ONU comienza a idear un plan para contrarrestar lo que podría llevarnos a la destrucción. Es así, como con el mando del ingeniero Jake Lawson (Gerard Butler) se crean una red de satélites dirigidas desde una estación espacial que permitirá controlar todo el clima (¿Lógica? ¿Qué significa esa palabra?). A esto se lo conoce como El pequeño héroe holandés. Este sistema queda en manos de los Estados Unidos, quienes se comprometen a dentro de tres años pasar el mando a una comisión conformada por diecisiete países. Elipsis mediante, al cabo de esos tres años, sucesos climáticos devastadores ocurren en distintas partes del planeta, y se le suma una muerte dentro de la estación espacial. Jake, que había sido despedido por su propio hermano agente del gobierno Max (Jim Sturgess) por insubordinado, debe volver a la actividad para descubrir qué es lo que sucede con el pequeño héroe holandés y revertir lo que está causando antes de que sea demasiado tarde. El cine catástrofe suele tener la característica de contar con un elenco numeroso de figuras en roles secundarios; y acá los tenemos a Abby Cornish, Andy Garcia, Ed Harris, Eugenio Derbez, Daniel Wu, Alexandra Lara, y hasta a Mare Winningham, intentando escapar de lo que serán tornados, tormentas de hielo, terremotos con lava, tormentas eléctricas, tsunamis y olas gigantes, tormentas de arena, granizo mortal, y otro tipo de catástrofes todas juntas. Sí, "Geotormenta" no se anda con chiquitas y tira toda la carne al asador. Como si fuese una película de sábado a la tarde para el canal SyFy o la productora celebérrima Asylum, el film de Devlin mete todo junto y deja de lado cualquier tipo de cordura o sentido común. En el medio "Geotormenta" se convierte en un film de cuasi espionaje e intrigas políticas, porque alguien hay detrás de lo que sucede con el pequeño gran holandés y el clima, y los buenos deberán descubrir quién es, y los malos harán villanadas varias para ocultarlo. No esperen ningún tipo de profundidad, todo está al nivel del puro entretenimiento. Ese es el secreto de un producto como Geotormenta. Sus diálogos son indecibles con un grado mínimo de seriedad, sus escenas sobrepasan el ridículo, y hasta es probable que tanto CGI climático sature. Pero la película es autoconsciente de eso, y se divierte en exponerlo casi a un grado paródico. Los mensajes son patrióticos a un nivel insuperable que nos retrotrae a ese cine de acción de los ochenta de un solo hombre peleando contra miles de vietnamitas y rusos. Es cine estilo Clase B con presupuesto, tómelo o déjelo. Gerard Butler tiene experiencia en este tipo de productos, y hasta se está transformando en un referente de ellos. "Geotormenta" tiene mucho de la saga "Olympus/London Has Fallen" con sus conspiraciones globales y la inverosimilitud ante todo. Pero él hace de Jake Lawson un personaje querible. Como Christopher Nolan, Devlin también crea un científico ingeniero que vive en el campo, pero a diferencia de Interestelar, acá no importa si nos lo creemos o no, es gracioso y está bien que así sea. "Geotormenta" es de esas películas que no resisten demasiados análisis, se la acepta como son, o se las descarta. ¿Pero alguien puede esperar otra cosa de algo con ese título?