"Más allá de la montaña", de Hany Abu-Assad, apela a más lugares comunes del romanticismo que de la supervivencia para contar la historia de dos personas que se ven obligados a convivir para sobrevivir en la nieve. Alex (Kate Winslet) es una reportera fotógrafa que tiene que tomar un avión a Baltimore porque allí, su prometido Mark (Dermot Mulroney) la espera para casarse. Ben, también debe viajar a Baltimore para integrarse a un equipo de cirujanos. En el aeropuerto hay mucha demora y les ofrecen reprogramar sus vuelos con otras fechas. Por supuesto que no, ambos encuentran una solución, alquilan a medias un avión privado que los llevará a destino. Nada puede salir mal, o sí. El piloto Walter (Beau Bridges) los carga a ellos, carga a su perro de tipo labrador que le hace compañía, y emprende viaje. Pero en el medio del camino, justo cuando están atravesando unas nevadas montañas, Walter sufre un para cardiaco, y el avión se estrella. Alex, Ben y el perro (que no saben su nombre) sobreviven ¿pero por cuánto tiempo en ese paisaje tan alejado de todo? Desde "Viven" y "Naúfrago", pasando por "Voraz", las películas de supervivencia son un subgénero en sí mismo. Pero "Más allá de la montaña", basada en la novela de Charles Martin, le suma un ingrediente fundamental, el romance. Alex sobrevive pero está muy herida, o por lo menos más herida que Ben, así que será él quien deba buscar los refugios y protegerla de que nada le/s suceda. En el medio, estas dos personas desconocidas cruzadas por el destino, crearán un vínculo que se irá fortaleciendo en base a la necesidad y la soledad, pero que puede girar en algo mucho más fuerte. Hany Abu-Assad se hizo conocido cuando su film "Paradise Now" fue nominado a los Premios Oscar a la Mejor Película Extranjera y se convirtió en un éxito mundial. Sin embargo, ya desde aquel film se intuía algo, lo suyo es un cine cosmopolita, y hasta algo (bastante) complaciente. Siguientes films como Omar o El ídolo lo fueron comprobando; y en este, segundo film en EE.UU. luego del más desconocido "The Coulier", corrobora sus aptitudes para pasar desapercibido detrás de cámara. No es que haga una mal labor, es casi un piloto automático, de esos que hubiesen salvado ocasionalmente a Alex, Ben, y el perro del accidente. Más allá de la montaña es un film convencional, no aburre (o es poco lo que aburre), no tiene grandes fallas, y hasta tiene cierta belleza visual en sus escenarios gélidos imposibles de filmar mal. Pero no posee nada que lo saque de una media. La historia repasa todos y cada uno de los clichés y lugares comunes. La supervivencia es medida, olvídense de escenas fuertes, de sadismo, o de grandes momentos de tensión. Todo pasa más por la veta dramática. Desde la primera vez que se miran, uno puede adivinar sin errarle en nada, todo lo que va a suceder con Alex y Ben, solo queda relajarse y sentir el placer de nuestras predicciones hechas realidad. Todas las situaciones son presentadas de un modo adecuado para que el romance entre los dos nazca. Ni siquiera se permite el humor, como en Insólito destino, no explota nunca una veta de opuestos, nunca se llevan mal, siempre ser cordiales el uno con el otro. Hasta el conflicto que hace que ellos dos no se declaren el amor de una (algo en el pasado de uno, y algo en el futuro de otro) es resuelto sin más, como una cascarita que queda cuando la piel ya cicatrizó y solo hace falta rascar un poquito para que saga y deje de molestar sin sangrar ni dejar una mínima marca. Kate Winslet rema todo, otra vez vuelve a demostrar que le pone toda la garra a cualquier papel que se le cruce, tiene talento de sobra, y si Alex no es un personaje plano, es por cada gesto, pose y mirada de ella, una de las grandes actrices de su generación. Idris Elba se muestra tan frío como de costumbre, como si hiciese más tiempo que vive allí entre las montañas tapadas de nieve. Su labor es correcta. Eso sí, la química entre ellos no siempre fluye bien, por momentos pareciera que cada uno actúa por su lado. El perro (que en realidad lo interpretan dos perros) es el detalle simpático y donde depositaremos la mirada cuando la parejita ya nos haya cansado. "Más allá de la montaña" es un propuesta prolija, entretenida, y que entrega lo que ofrece, un romance ente dos seres que ya eran solitarios antes de extraviarse en la montañas. La supervivencia queda algo en segundo plano, pero le da el colorido necesario para que no sea todo tan monótono.
De amor, lucha, esperanza y oscuridad. Una frase muy común entre quienes adoptan una postura detractora del cine argentino es la de “siempre se habla de la dictadura militar”. Más allá de la liviandad, escasa fundamentación, y poco asidero con la realidad de esa frase; el modo más sencillo de responderla es con una sola letra: ¿Y?. Sinfonía para Ana es una de las más perfectas muestras de que el tema no está para nada agotado, que siempre hay nuevas formas de abordarlo, y que sigue provocando una sensación fría de impotencia, dolor, y emoción cuando es bien llevado. Basada en la novela homónima que, a su vez, se inspira en hechos reales, cuenta la historia de Ana (Isadora Ardito), una adolescente de menos de quince años que concurre al Colegio Nacional Buenos Aires. Junto a Isa (Rocío Palacin), ven pasar los años complicados que se viven en ese entonces, siguiendo a una compañera mayor que decide militar políticamente. Claro, son los inicios de los años setenta y todavía hay un gran desconocimiento sobre lo que estaba por suceder. Ana e Isa tienen los ojos de la inocencia, mantienen un compromiso político social pero no dejan de ser adolescentes, y mucho de lo que les interesa pasa por esa vertiente. Lito (Rafael Federman) es un compañero que milita aunque no en la Juventud Peronista como ellas: milita en la Izquierda, y lo que a priori no parece un conflicto para que él y Ana inicien un romance, pronto se transforma en una división difícil de superar. Ficción documentada: Molina y Ardito son una pareja de cineastas con amplia trayectoria en el mundo documental. Trabajos exquisitos en la materia como Moreno, Corazón de fábrica, o Raymundo enriquecieron las salas cinematográficas con una forma única de abordar a esos personajes. Su forma narrativa pasa por un lenguaje estético poderoso, por eliminar las típicas entrevistas y armar una historia desde la documentación, con el uso prominente de la voz en off. Todo fue trasladado a la ficción en Sinfonía para Ana, convirtiéndola en una película con un estilo de narración para nada usual, atrapante. Ana realiza grabaciones, escribe un diario y cartas para su amiga Isa. También es Isa la que le escribe desde algún hecho posterior a Ana; y hasta habrá inserts de textos de algunos de los personajes masculinos. En base a esos escritos y tomas audiovisuales es como se estructura Sinfonía para Ana, casi a la suerte de un collage, por supuesto, cercano a un documental. Las voces en off son más fuertes que los diálogos, hasta pueden llegar a ser casuales. Ardito y Molina saben que desde la primera persona, desde la experiencia personal, nadie puede contar mejor una historia, su historia. Los directores narran la historia del país durante esos años, a sabiendas de lo que va a venir. La visión de una adolescente y sus conflictos personales les servirá para trazar paralelismos, jamás forzados o interpuestos. Es inevitable que la vida personal de Ana se viera manchada por lo que sucede en su entorno. Ana y Lito pudieron tener un romance como cualquier otro. Pero Ana no solo tiene el miedo típico de la primera vez sexual: los suyos comienzan a ser perseguidos, la militancia política está cada vez más cerrada y extrema, y ellos dos quedan en medio del fuego. A las influencias de sus compañeros para sospechar de Lito, habrá que sumar la aparición de Camilo (Ricky Arraga), al principio una pareja de fachada dentro de la JP, después… veremos. A medida que la historia del país se oscurece, la vida de Ana se cierra más y más, y la esperanza de que todo termine bien se hace cada vez más difusa. Desde el alma: No es casual que Ardito y Molina hayan realizado para TV la maravillosa miniserie documental El futuro es nuestro, sobre la lista de desaparecidos del Colegio Nacional Buenos Aires. Al ver Sinfonía para Ana, más allá de la novela de Meik, queda traslucido que ellos saben de lo que hablan, y es algo que los compenetra. Sinfonía para Ana es una película emotiva, y más dolorosa a cada paso que da, sin apelar a golpes bajos. Si algo provoca un cosquilleo en el film, es porque la historia de nuestro país es así de penosa y no hay otra forma de narrarla que siendo fiel a lo ocurrido. El ritmo siempre es fluido; más allá de un pequeño bache imperceptible en la primera aparición de Camilo, siempre se sigue más que con interés, con pasión. Molina y Ardito se encargaron además de la dirección general y de la adaptación de la novela a guion, del montaje y de la dirección de arte y cámaras. En conjunto con la dirección de fotografía de Fernando Molina logran planos de una belleza única. Capturan momentos que cuentan una historia en sí misma. Sin lugar a dudas estamos frente a una de las películas con mejor despliegue visual de los últimos tiempos, sin necesidad de enormes artilugios ni efectos, simplemente talento. El hallazgo visual se complementa en emoción con una banda sonora precisa, que pega directo en el alma. Mariana Carrizo actuando y entonando una de sus coplas, y la secuencia en la que suene Cuando ya me empiece a quedar solo de Sui Generis, complementándose todos los elementos, son sencillamente un regalo al corazón, escenas para la posteridad, magia cinematográfica pura. Sinfonía para Ana, además, sorprende con una dirección actoral ajustada, en el que todo el elenco, tanto jóvenes como adultos, expertos (entre los que podemos contar a Rodrigo Noya, Sergio Boris, Manuel Vicente y Vera Fogwill, entre otros) y debutantes, se lucen acoplados, transmiten las emociones de sus personajes, logran que podamos “verlos” mientras hablan en off con una cadencia particular cargada de sentimientos. Y aún los villanos que apoyan a los militares no se ven exagerados (algo común en este tipo de propuestas). No hay un punto en el que el film flaquee. Conclusión: Sinfonía para Ana transita el necesario camino de la memoria desde una perspectiva personal, no tradicional. Su estructura en viñetas de recuerdos, acopladas a un correcto uso de la voz en off, la fluidez narrativa, la belleza de la fotografía, su banda sonora, y el puñado de interpretaciones que transmiten lo que viven sus personajes, convierten al debut en ficción de Ernesto Ardito y Virna Molina en una de las mejores películas sobre los años más duros y oscuros de nuestro país.
La rubia tarada. Mariana (Antonia Zegers), tiene más de cuarenta años, es hija de un poderoso empresario que la subestima, está casada con un arquitecto argentino (Rafael Spregelburd) que prefiere trabajar antes que prestarle atención a ella, regentea una galería de arte, y se somete a un tratamiento para quedar embarazada. Como su vida es bastante aburrida y desabrida de atención externa, ocupa otro poco de tiempo libre tomando clases de equitación. Su profesor es Juan (Alfredo Castro), quien tiene un pasado como ex coronel durante la época de la dictadura pinochetista. Como el afecto no es algo que sobre en la vida de Mariana, comienza a fijarse en Juan, con quien desarrolla una especie de relación que tampoco es sana, casi de devoción y sometimiento. Un buen día al coronel lo buscan por su participación en la desaparición de personas, y Mariana comienza a abrir los ojos… si es que no los tenía abiertos de antes pero hacía la vista gorda. Mariana es burguesa y lleva una vida vacía, y la directora Marcela Said la expone lo más que puede de ese modo; es un personaje con el que cuesta crear empatía alguna. A partir de ese hecho, comenzará una escalada que llevará a descubrir que su propia familia se enriqueció económicamente durante esos años, y no precisamente en negocios apartados al gobierno de facto. Somos cómplices los dos: Los perros es el segundo largometraje de ficción de Marcela Said (El verano de los peces voladores), pero antes de dedicarse a la ficción encaró un documental titulado El mocito, en el que sutilmente narraba los horrores de la detención de personas durante el gobierno de Pinochet, mediante la figura de un militar que tenía la tarea de servir café en las sesiones de tortura. O sea, era un observador. Mariana también es una observadora, pero a diferencia de aquel documental, esta vez Said no se anduvo con tantas sutilezas. En algún punto, esta mujer nos hace recordar a la Alicia de Norma Aleandro en La historia oficial, pero a diferencia de aquella, Mariana no inspira ninguna compasión, ella misma es cómplice desde el silencio. A diferencia del argentino, el cine chileno no tiene una gran trayectoria en revisar la historia de esos años. Desde ese punto, Los perros es un film valiente, sobre todo por su punto de vista. No juzga tanto a los militares (que está claro su actitud es condenable) como a los civiles que participaron de la dictadura aunque sea apoyándola. Pero en ese afán por querer tratar un tema delicado y poco tratado, recae en alegorías y metáforas algo obvias y previsibles. Las características de la personalidad de Mariana están remarcadas casi al borde del cliché, como si el chiste ese del agua oxigenada penetrando en el cerebro de las rubias fuese cierto. Todo lo que gira alrededor de ella termina sirviendo para el mensaje que la directora pretende dejar. Mariana es una clase social, un sector de la sociedad, y no hay medias tintas ni titubeos en dejar en claro cómo son. La fotografía de Georges Lechaptois capta momentos interesantes en planos amplios, como si ciertas tomas fuesen una escena en sí misma. Antonia Zegers se carga un protagónico difícil y sale correcta del desafío. Mariana pasará por varios vaivenes y Zegers nunca desentona. El resto del elenco, con Castro a la cabeza, acompañan con convicción. También habrá que remarcar que Said mantiene siempre un ritmo parejo y atractivo, no tiene grandes momentos dispersos, y es clara en su propósito (aunque en determinados momentos le juego en contra). Conclusión: Los perros indaga sobre una parte de las dictaduras latinoamericanas a la que durante varios años se prefirió mantener oculta; más aún dentro del cine chileno. Las interpretaciones, su ritmo, y su potente fotografía, apuntalan algunas flaquezas en los remarcados y excesos de alegorías. ¿Mirar y dejar pasar es tan grave como cometer? Ese es el quid de la cuestión.
La experiencia de la muerte, una y otra vez. En 1990, una película reunía a la mayoría de los actores de moda de ese momento y que reinarían en gran parte de los años venideros, alrededor de una historia de género, simple, pero con los elementos necesarios para hacerla muy atractiva. Kiefer Sutherland, Julia Roberts, Kevin Bacon, Oliver Platt, William Baldwin, y hasta Hope Davis, se juntaban con un equipo técnico que incluía a Joel Schumacher en su mejor forma en la dirección, Jan de Bont en la fotografía, y nuestro Eugenio Zanetti en el diseño de producción, para lograr Línea Mortal, un film que quedó en el recuerdo de varios como de lo mejor del suspenso bordeando el terror de la primera mitad de esa década. Veintisiete años después llega Línea Mortal: Al límite, remake libre que solo hace que extrañemos más a aquella, principalmente porque nada de ese talento se encuentra aquí. Dirigida por Niels Arden Oplev, Línea Mortal: Al límite acumula una serie de fallidos desde muy temprano en su inicio. Esta historia de un grupo de estudiantes de medicina que experimenta con la vida más allá de la muerte, trayéndose algo peligroso consigo, no solo no aporta nada nuevo (hay otros films como Resucitados que también transitan este camino), sino que lo aborda de un modo totalmente falto de inspiración. ¿Dónde está Sueiro cuando se lo necesita?: Luego de un secuencia previa a los créditos iniciales, trágica y trillada, asistimos a una doctora. Posteriormente veremos es una estudiante de medicina, que al intervenir en la reanimación de una mujer que estuvo algunos minutos muerta, lo primero que le pregunta -antes de saber cómo se encuentra- es si vio algo, alguna luz, mientras estuvo fallecida. Este será el tono que maneje Línea Mortal: Al límite, y desde ese instante, todo irá cuesta abajo. La doctora en cuestión es Courtney (Ellen Page), estudiante aplicada que por un hecho personal está obsesionada con saber qué hay más allá de la muerte… aunque este hecho personal, en sí, no tenga nada que ver con ese misterio. En el sótano del hospital ella preparó todo un equipo para poder escanear la actividad cerebral durante los instantes en que fallecemos pero todavía hay actividad mental. Su idea es provocarse la muerte, experimentar, y luego ser resucitada mediante RCP. Para eso convence sin muchos argumentos a un grupo de estudiantes que parece sacado del United Colors of Benetton, a saber: tenemos al rubio Jamie (James Norton), a la afroamericana Sophia (Kiersey Clemons), al latino Ray (Diego Luna), y a falta de una asiática está la trigueña Marlo (Nina Dobrev) que bien podría pertenecer a los pueblos originarios. A medida que avance el film irán experimentando con la muerte. Más cuando noten que hacerlo les trae una apertura mental tal que hasta pueden recordar cosas que no sabían o no estudiaron. Lo que no saben y pronto descubrirán es que, además de funcionar como droga deshinibitoria, el experimento trae acarreado consecuencias que pueden ser fatales cuando comiencen a tener visiones demasiado vívidas. La muerte les sienta…: Línea Mortal: Al límite es más que un remake innecesario, lo cual hasta sería debatible. Tampoco importa si es digna o indigna de su original. Sus problemas son estructurales. Los guionistas Peter Filardi y Ben Ripley construyeron una historia poco sólida, con demasiados agujeros y poco incentivo para taparlos, sumado a diálogos que cuesta creer se los hayan planteado en serio. Si a menos de media hora de iniciada ya se nos dibujó una sonrisa permanente, no será gracias a la astucia de la película, sino a la incesante catarata de errores que terminan por causar cierta gracia paródica, irónica. El director Niels Arden Oplev, que dirigió la correcta Los hombres que no amaban a las mujeres, aquí se muestra falto de inspiración. No hay ninguna línea estética a seguir, ni siquiera funciona a base de golpes de efecto, no remarca bien los momentos de tensión. Para lograr baja calificación, carece de sangre en momentos necesariamente sangrientos, y la banda sonora es completamente aleatoria. Interpretativamente tampoco hay demasiado para aportar, con actores como Page o Luna que sabemos están por encima de este tipo de propuestas, pero que aquí se ven atados a la imposibilidad de darle algo de verosimilitud a sus diálogos y acciones. Conclusión: Línea Mortal: Al límite termina causando más gracia que temor pese a su voluntad. El conjunto de escenas inconexas, diálogos indecibles, hechos inverosímiles, y personajes planos, no la dejan salir jamás del coma en que se ubica a los pocos minutos de haber empezado.
Suspenso desde la base. Una carretera perdida, una mala opción para tomar un atajo, una casa en el medio de la nada, una pareja, un accidente, y una dueña de casa con dobles intenciones. Elementos típico de una película de terror o suspenso que La señora Haidi llevará a un plano local. Con la creciente ola de cine de género salido de nuestro país, podemos toparnos con argumentos que intentan atraparnos desde la originalidad, las ingeniosas vueltas de tuerca, y los elementos que las hacen llamativas desde lo diferente. También podemos encontrarnos películas que apuntan a lo tradicional, a las estructuras conocidas bañadas de un sabor local para hacer el tópico distintivo. La señora Haidi muestra sus influencias de modo bastante directo. No costará mucho encontrar sus referencias a poco de iniciado el film, por lo que el camino que transitará será el de la tradición que respete el género muy “al uso nostro”. Daniel Alvaredo, en conjunto con el guionista Osvaldo Canis, tienen como antecedentes dos películas, Paternoster y El peor día de mi vida que si algo tienen en común con esta es su tratamiento local de los géneros, casi a modo costumbrista. La construcción de diálogos, la cercanía de las puestas, y el modo en que las historias se estructuran, apuntan a la identificación con nuestra idiosincrasia, lo cual ayudará a que el resultado final tenga otro color para el espectador. Desde Misery a Carrie, podemos encontrar detalles aquí y allá, pero todo desde una mirada muy local. La anfitriona los está esperando: La señora Haidi cuenta la historia de una pareja, Pablo y Mara, interpretados por Guillermo Pfening y María Abadi. Ambos llegan a una casa en medio de una carretera perdida sin nada alrededor. Por ahí se escuchará que alguien quiso tomar un atajo y le salió mal; lo típico. En esa casa, como único refugio, aguarda la señora Haidi (María Leal), una mujer que en un principio se presentará amable, aunque siempre extraña. La casa está plagada de simbología religiosa, lo mismo que la anfitriona, que lleva una cruz de tamaño considerable colgada de su pecho. Ella acusa haber sido enfermera hace varios años y tener todavía todos los conocimientos en la materia de modo muy fresco; lo cual será útil para esta pareja de accidentados. También dice tener un marido, aunque el hombre no aparece. A medida que avance la historia, Haidi mostrará sus verdaderas intenciones, Pablo deambulará por la casa tratando de averiguar los secretos que se esconden en ella, y deberán idear un plan de fuga del lugar. No respires: Si el guion de Canis transita caminos conocidos del suspenso, la puesta de Alvaredo y el debutante Rafael Menéndez se juega por sacar provecho del espacio cerrado que presenta para hacerlo casi ominoso. Canis es también el director y dramaturgo de la obra teatral todavía en cartel Isla negra, habiéndola apreciado se puede llegar a la conclusión que sabe hacer uso de historias en una única locación, transformar lo que pudo ser estático en algo opresivo. Uno de sus mayores atractivos será ver a María Leal jugando a esta villana totalmente perversa y desquiciada. La actriz, de extensa carrera televisiva y teatral, no tanto cinematográfica, es reconocida por sus personajes dulces y armoniosos, algo totalmente distinto de lo que le veremos hacer aquí. Haidi es sádica, controladora, y cree tener razón para hacer lo que hace, ella es la mano ejecutora de Dios. Lo más similar que le vimos hacer a esta actriz, es la contrafigura de Susú Pecoraro en la recordada telenovela Mujeres de nadie en la que casualmente también componía a una jefa de enfermeras religiosa, perversa, y fuera de control. Casi que esta actual Haidi podría ser una continuación del personaje aquel. Guillermo Pfening luce convincente como el hombre de la pareja que también guarda un secreto, y que oficiará de las piernas del grupo siendo que su mujer se encuentra acostada en pos de las curaciones de esta anfitriona enfermera. La historia es simple pero a la vez atrapa, el interés no decae, y pese a presentar algunos detalles ninguno es lo suficientemente importante como para derrumbar sus logros. Sí denota un ritmo algo abrupto: algunos instantes del film hubiesen necesitado de alguna escena extra para que el espectador los asimile mejor. Conclusión: Una correcta puesta de clima opresivo, mucha tensión, una historia simple y tradicional contada con tintes locales, y una sobresaliente labor de María Leal, son las mejores armas de La señora Haidi, una propuesta que atrapa desde las reglas más básicas del género.
Dos que se dan al amor. El rostro de una mujer ajada por el tiempo abre la escena. Delicia (Beatriz Spelzini) sufrió un accidente que la dejó renga y se presenta como la enfermera que deberá cuidar del hombre mayor y ciego que compone Hugo Arana. Ambos personajes vienen golpeados por la vida, aunque poco sepamos de sus pasados, el haber vivido se nota en sus rostros. En Delicia, el director Marcelo Mangone dedica mucho tiempo a observar los rostros de sus personajes, en especial de sus protagonistas. Como si sus gestos transmitiesen más que sus palabras. Algo de razón tiene, mucha. El hombre es hosco y su ceguera no ayuda. Vive encerrado y quizás esa no salida al mundo exterior se deba a la mala relación que tiene con su hija, con quien debe iniciar un reencuentro. Delicia, de alguna forma, será la llave para que las cosas empiecen a cambiar, aunque ella también lleve sus pesares. La de Delicia es una historia de amor simple, y no hay ninguna intención desde el guion de María Laura Gargarella en complejizarla, más allá de algún vericueto ya bien adentrado el film. A Gargarella parecen gustarles los romances de personas mayores: es la guionista de Tokio, aunque en el fondo cueste reconocer el glamour noïr jazzero de aquel film en el costumbrismo clásico de este. Sin embargo, puede entreverse que los personajes con una vida ya vivida que buscan una segunda chance, y alguna redención, son los que le agradan. De Mangone recordamos la subvalorada e injustamente poco recordada La demolición. Y sí, hay algo de su estética teatral aquí, también del impulso narrativo a través de la composición de imagen, que parece simple pero trasluce una historia en sí misma. En cierto modo, estos dos seres mayores podrían haber formado parte de ese film sobre un empleado a punto de jubilarse que se atrinchera en una fábrica; ese grito de todavía querer vivir. Dos actores y una forma de ver la vida: Casi todo lo que sucede en Delicia puede adivinarse, no se trata de un film de grandes sorpresas. Sin embargo, habría que preguntarse si esa previsibilidad no fue buscada intencionalmente. Delicia es una propuesta sencilla, porque la vida de sus dos protagonistas busca el detalle en las cosas simples. La cámara abunda en primeros planos, encuadres simétricos y planos secuencias. Tampoco su estructura es del todo lineal, convirtiéndose en una suerte de viñetas de vida. Este estilo, llamativo, además de restarle el aire teatral impuesto por las pocas locaciones y los pocos personajes, le suma una comprensión en los detalles de gestos, colores, y formas. También resulta llamativo la no claridad de un espacio tiempo en el que todo se desarrolla. Casi como en el film Hortensia (aunque en menor grado), el escenario se carga de un estilo retro, pero pareciera por otro lado ser actual. Por último, otro de sus aciertos (y ciertamente el mayor) es depositar todo el peso de la historia en sus dos protagonistas. Beatriz Spelzini no tuvo la suerte en su carrera para protagonizar más, pero ¿recuerdan El gato desaparece? Bueno, de ese pedazo de talento actoral hablamos. Spelzini actúa con su mirada, con gestos mínimos, y un decir muy propio, Delicia es querible en su cuerpo y voz, y como espectadores deseamos arroparla. ¿Se puede decir algo más del talento de Hugo Arana? La ternura que puede transmitir el actor de La historia Oficial es única. Su personaje mantiene una gracia cercana al humor negro, y aunque deba ser parco inspira emoción. Entre ambos hay química y se nota que nace algo progresivamente. Algo que el film aprovecha depositando toda su fuerza en ellos. Conclusión: Delicia es un drama melancólico, simple, y con notas inspiradoras. Su estética detallista y la potencia de sus protagonistas lo son todo para redondear un resultado cumplidor.
La familia desunida. ¿Cuánto estamos dispuestos a condenar a nuestros padres por los errores de crianza cometidos? Esta será la incógnita que rondará alrededor de las más de dos horas de metraje de El castillo de cristal, y el ejemplo que expone sí que es extremo. Todo comienza en 1989, Jeannette (Brie Larson) es una periodista dedicada a las notas de color, muy exitosa, y a punto de cerrar un trato que la convertirá en aún más exitosa. Una yuppie orgullosa de serlo, y comprometida con otro chico burgués. Podríamos decir que la vida le sonríe. Sin embargo, todos tenemos tierra que queremos esconder bajo la alfombra, y en el caso de Jeannette viene por el lado de sus padres. Le aterra la idea de que su prometido conozca a sus padres, y cuando empecemos a conocerlos entenderemos, en parte, el por qué. A través de una serie de flashbacks y de un viaje permanente entre el pasado y “el presente”, sabremos de la historia de los Walls, un matrimonio con tres hijos. Rex (Woody Harrelson) y Rose Mary (Naomy Watts) son lo opuesto a lo que es su hija en la actualidad, liberales de izquierda, que intentan inculcarles a sus hijos valores por afuera del capitalismo, la unión familiar ante todo, y aprender a vivir con lo mínimo apreciando los pequeños detalles. Todo eso suena hermoso, pero la cara oculta, es que Rose Mary, y sobre todo Rex, someten a sus tres hijos a una vida de duras penurias, comenzando por económicas, siguiendo por físicas, y culminando en espirituales. Un mundo perfecto: Rex definitivamente es quien lleva los pantalones en la familia, Rose Mary (que también tiene lo suyo en ser una madre descuidada) es una sometida. El hombre los lleva de un lado al otro, escapando de las deudas y los problemas, sin tener nunca un hogar físico. Es un borracho empedernido, que manipula a los miembros de su familia, les miente y les oculta cosas si el cree que es para su bien. Ni siquiera es capaz de defender a uno de sus hijos ante un hecho gravísimo y sí, imperdonable. Jeannette será la hija que más se enfrente a su padre, la que intentará proteger a sus hermanos y hasta a su madre, aunque en el ir y caer una y otra vez de esta, perjudique a sus hijos nunca abandonando a su marido. Pero Rex también incentiva a sus hijos a que sean lo que quieren ser, construye alrededor de ellos, una fantasía que intentará ocultar las penurias económicas que llevan; sería complicado decir que el hombre no quiere a su familia, a su modo. Rex quiere que su hija sea escritora, la incentiva a desarrollar su creatividad, y último que querría sería verla convertida en un aparato del sistema, o en una escritora de trivialidades, justo. Según el cristal con el que se mire: Así, El castillo de cristal deposita al espectador en una zona difícil, yes en donde se diferencia de la similar Capitán Fantástico. En el film con Viggo Mortensen, nadie podía negar que el hombre era amoroso con sus hijos y que le enseñaba buenos valores, lo único cuestionable era el estilo de vida cuasi hippie. Acá no es tan sencillo. Sin embargo, lo que aclara el panorama es saber que los personajes son reales, y que lo que se ve, salió de la propia pluma de su protagonista, la principal víctima, que también conlleva esa dualidad. El film tensa los momentos emotivos, será casi imposible no llorar en algún tramo, y la recreación de época siempre es precisa. Pero el valor fundamental son las interpretaciones. Brie Larson demuestra una vez más tener firmeza en el drama, expresa mucho con sus miradas duras. Naomi Watts vuelve a entregar otra de esas interpretaciones que nos recuerda lo gran actriz que es, por más que a veces insista en taparse con productos menores y desvalidos. Quien se robe todos los aplausos será Woody Harrelson, uno de los actores más talentosos y menos reconocidos de Hollywood. Rex produce rechazo y ternura en partes iguales, y todo se lo debemos a su soberbia interpretación. Conclusión: El castillo de cristal de Destin Daniel Cretton, es un drama difícil, que no termina de sacar sus conclusiones, por más que la historia tenga un final concreto. Habrá alguna connotación extraña en asociar la vida libre con aspectos negativos, pero siempre se ampara en ser la visión de la autora. Deja que sea el espectador quien comprenda o no a sus personajes. La corrección de la puesta y lo sobresaliente de las interpretaciones terminan por cerrar el cuadro.
Eggsy está de regreso con más e iguales aventuras en Kingsman: El círculo dorado, de Matthew Vaughn, una secuela que repite no solo la fórmula de su anterior, sino que hasta copia algunas de sus escenas. En 2014, finamente el comic creado por Mark Millar y Dave Gibbons fue llevado a la pantalla grande. Kingsman: El servicio secreto si bien no fue un éxito rotundo, acaparó la mirada de un grupo importante de público que la convirtió en culto. Ese culto, y el murmullo (bastante exagerado) de que la primera era una maravilla, fueron la llave para esta secuela tres años posterior, manteniendo al equipo técnico, y a buena parte de su elenco, sumado a otro paseo de estrellas recién llegadas a esto que parece será franquicia. Así, Kingsman: El círculo dorado es probable que apunte a capturar a aquellos que no vieron la primera entrega, porque quienes la hayan visto, notarán que están viendo algo muy, demasiado, parecido. El argumento se dispara casi al inicio del film. Un atentado hace peligrar a las oficinas de la Agencia Kingsman, Eggsy (Taron Egerton) y Merlin (Mark Strong) sobreviven e inician una investigación. Esta investigación los lleva hasta Kentucky, donde descubren otra agencia similar a Kingsman, creadas en paralelo, los Stateman. Kings, States, Ingleses, yanquis ¿Entienden el chiste? En fin. Así como el primer film se tomaba su tiempo para la formación de Eggsy en agente secreto, este nuevo lo hace para presentar a esta nueva agencia, y sus diferencias superficiales con Kingsman. Sin embargo, una presentación de gemelos nunca va a ser tan interesante como el camino del héroe. Ambas agencias deben unirse para enfrentar a un enemigo común, un grupo de villanos liderados por Poppy (Julianne Moore, cuando actúa en tanques para después hacer cosas independientes mucho mejores), que también cumplen con el tono retro y absurdo de la película. En efecto, la saga de Kingsman es una parodia a los films de espionajes. Pero la primera entrega por lo menos mantenía algo de fuerza narrativa como para ser considerada un film de espionajes. Esta secuela ya está a un paso de ser Top Secret en cuanto a su seriedad, pero no mantiene ni un poco de su gracia. Las escenas de acción, sumado a la mínima historia que da pie a ellas, vendrían a ser Kingsman: El servicio secreto 2.0. Son básicamente iguales en desarrollo pero más espectaculares y mucho, pero mucho, más inverosímiles, y eso que la anterior no se apegaba a ningún rigor realista. El elenco, plagado de estrellas, es desaprovechado por acumulación, sumando una suerte de cameos que no tienen demasiado sentido para el público joven al que se apunta (el chiste de Elthon John ya se vió en Los Simpsons). Como siempre, Vaughn rescata su labor con un buen apartado técnico y un ritmo frenético que transforma todo en simpático. Pero allí donde Kingsman: El servicio secreto se veía como una adaptación al cine de la serie animada James Bond Jr., esta no ofrece casi nada nuevo, y lo poco que hace está más cerca de ser Cody Banks. Es una secuela decididamente en piloto automático. Los fanáticos acérrimos de la primera entrega que se quedaron con ganas de más, estarán de para bienes, pero deberán ser sólo aquellos que querían más de lo mismo sin necesidad de nada nuevo. Aquellos que busquen, no digo nuevos horizontes, una nueva historia; o pretendan algo más que un ejercicio de estilo en medio de un guion chato, no lo van a encontrar esta vez.
La ópera prima de Martín Musarra, "Mi mamá Lora", resulta un hallazgo al presentar un elemento completamente fantástico dentro de un ambiente habitual y salir más que airoso del desafío. La familia de Juana (Valentina Marcone) es una familia como cualquier otra, con sus costumbres, rutinas, y valores; salvo por un pequeño detalle, que ella, casi accidentalmente, está por descubrir. Argentina tiene una más que interesante herencia en lo que a cine infantil se refiere. A diferencia de otros géneros, (casi) siempre se diferenció por trasladar a la pantalla raíces propias, marcar la diferencia con lo que puede ser un mercado global, llevando una narrativa con el peso de nuestra idiosincrasia. "Mi mamá lora" cuenta una historia fantástica, pero el modo y el ámbito en el que lo hace es ineludiblemente local. Conocemos a Juana, que acaba de cumplir once años y su familia sabe que tiene que revelarle un secreto oculto. Pero temen hacerlo por las graves consecuencias que puede acarrear, por lo que siguen ocultándolo. Esa decisión de mantener el secreto culminará cuando Juana descubra una lora, y resulte que esa lora no es más ni menos que su madre Ana (Natalia Señorales) transformada en el ave. Desde ese momento, un mundo nuevo se abre frente a la niña que comprenderá que su familia viene de un legado ancestral que le permite a sus miembros convertirse en animales. Pero eso no es todo, Juana contará con tres días para ayudar a su madre a volver a su forma humana, y para colmo hay un grupo de villanos que quieren impedir ese cometido. Si así leído puede sonar disparatado, el gran logro del film de Musarra es la naturalidad con la que asume su veta fantástica. En medio de la vida normal de una nena de once años, con todo lo que eso implica, sucede este hecho extraordinario, que sí, altera el eje, pero no varía su forma de ser y relacionarse con el entorno. "Mi mamá Lora" nunca olvida que su protagonista tiene once años, y que a esa edad, lo que nos rodea se ve desde una óptica diferente. No lleva la acción a un plano adulto, ni maneja una idealización que impediría la identificación. El término a utilizar quizás sea el del realismo mágico. También posee la virtud de abordar el género sin subestimarlo, si bien se trata de una comedia, y la atraviesa una fábula con moraleja(s) incluida, no trata al público al que se dirige como si fuesen seres con capacidades de comprensión diferentes o menores. El desarrollo va a atrapar a los niños, pero también a los adultos que acompañen, o por qué no, se decidan a ir solos. Tanto en el guion de las también debutantes Paula Mastellone y Diana Russo, como en la dirección de Musarra, el ritmo no decae, siempre hay algo que despierta nuestra interés, y aunque el clima derive en lo paródico propio del género infantil, nunca parece ser abordado a la ligera. Con apenas ochenta minutos de duración, no obstante, hay el tiempo necesario para la presentación de escena y desarrollo de personajes, todos con motivaciones entendibles. Cuando el film se plague de animales, la incorporación habrá sido tan lógica que creeremos su verosímil. Sin manejar un gran presupuesto, la fotografía de Cristian Ferreira Da Cámara aprovechando los escenarios naturales del litoral, sumada a la suave música de Yair Hilal, crearán el clima adecuado para que este film transmita belleza pacífica. La incorporación de animación similar a la de los libros de cuentos clásicos, también calza a la perfección y se amalgama con soltura a la acción real. Todo es simpatía alrededor, con buenos mensajes de compañerismo y familiaridad, y una transición que no traiciona al género. Acogedora, Mi mamá lora es una gran sorpresa de cartelera, Musarra da comienzo a su filmografía con un film diferente a la vez que tradicional, autóctono y enternecedor. Una propuesta para todas las edades de la que nadie saldrá descontento.
El debut como directora de la también guionista Constanza Novick, El futuro que viene, explora el universo femenino a través de la amistad entre dos amigas según pasan los años y los vaivenes de la vida. La frescura y cierta irreverencia en la puesta compensan un guion por momentos estático. ¿Quién entiende a las mujeres, quién sabe de los secretos que se esconden en el corazón de una mujer? Probablemente nadie mejor que otra mujer, su mejor amiga, más si es una amiga de toda la vida. A la vez, esa mejor amiga puede ser la más dura de las rivales; sino pregúntenle a Flor y Romina, las protagonistas de "El futuro que viene", promisoria ópera prima de la más conocida como guionista Constanza Novick ("El camino", "¿Sabés nadar?"). Historia narrada durante tres etapas, como si fuesen los actos de una obra teatral, todo comienza en la pubertad o temprana adolescencia. Flor y Romina son compañeras de colegio y mejores amigas. La vida de ámbas, de clase media capitalina, es diferente. Romina es hija de una peluquera que vive su vida libre y coqueta, sale por las noches, le enseña a su hija a arreglarse, y es casi todo lo que una niña quiere ser cuando sea grande. Flor atraviesa un momento complicado con el matrimonio de sus padres en mal estado, y una madre más “convencional”, o según la lente, aburrida. Desde se momento podemos ver que Flor vive su vida a través de la vida de Romina, una constante que se repetirá en las diferentes etapas. Duerme más en casa de Romina que en la suya, y hasta Romina relega el enamoramiento con un compañero del colegio, porque a Flor le gusta más. Elipsis mediante, Flor (Pilar Gamboa) regresa de México escapándose de su novio dramaturgo que cree que la engaña con otra actriz. Aterriza en casa de Romina (Dolores Fonzi), casa y con un bebé. Si bien la situación económica de Romina ya no parece ser la que era, y hasta podríamos decir que los roles se invirtieron, no será tan así, Flor sigue siendo el espíritu libre que Romina debe cuidar, aunque las grietas se empiecen a notar. El último acto nos llevará a una actualidad en la que ambas tienen hijas en la misma edad de ellas cuando comienza la historia, y otra vez, Romina parece estar ahora viviendo la historia de su madre, pero Flor aparece con reproches. Si pensamos en películas con amistades femeninas no podemos eludir el ícono y modelo a seguir de "Eternamente amigas", clásico de Garry Marshall con Bett Midler y Barbara Hershey. Las similitudes entre ambas películas no son escasas, a grandes rasgos, Pilar Gamboa podría ser Bette Midler y Dolores Fonzi Barbara Hershey. Sin embargo, lo que varía definitivamente en el film de Novick es el tono de las situaciones. Allí donde Eternamente amigas caía en el melodrama, en la lágrima y en The wind beneath my wings, "El futuro que viene" opta por un tono de comedia, dramática, pero fundamentalmente comedia. Determinadas escenas y diálogos pueden hasta resultar algo descolocantes por su humor algo burlón, paródico, y absurdo, pero en definitiva descomprimen la situación expresada. La puesta en escena opta por el detalle de época para diferenciar bien las diferentes etapas sin especificar un año puntual. Podemos intuir que son los fines de los años ochenta, los inicios del nuevo siglo, y la actualidad. Las referencias son varias y hasta divertidas, como un diálogo evocativo a "Clave de Sol". Pilar Gamboa y Dolores Fonzi tienen mucha química de amigas reales en pantalla, si miran y pareciera que comparten secretos. Los destaques son parejos, si bien el ritmo del relato lo lleva Romina/Fonzi, es Flor/Gamboa el personaje estridente, verborrágico, y por lo tanto el más atractivo en cuanto a desarrollo; repetimos, no así en ductilidad, siendo que ambas se lucen por igual. Por supuesto, los personajes masculinos, como el marido que compone Esteban Bigliardi quedan relegados, no por falta de talento (que sobra en este actor), sino porque estamos frente a un film femenino. El ritmo del relato no siempre es parejo, y hasta a veces pareciera que la historia queda algo chica. Se entiende en una propuesta que apunta más a las emociones, y estados de ánimo entre los dos personajes, que a grandes sucesos relevantes. El tono simpático y relajado serán lo que hará que el film nunca decaiga ni aburra. "El futuro que viene" es una película simple y a la vez querible, que intenta mostrar un universo en el que otras mujeres puedan verse reflejadas, sin golpes bajos ni grandes momentos de bajada de línea moral. En definitiva, cada chica es como es, y lleva su feminidad como puede.