Remake del film homónimo dirigido en 1979 por Martin Brest y hoy en día bastante olvidado; Un golpe con estilo transita carriles conocidos y ya transitados en muchísimas oportunidades. Pero su estilo amable, ligero, y la ductilidad del elenco tanto protagónico como secundario, son los que la elevan por sobre la media. Joe (Michael Caine) está a punto de perder su hogar por una hipoteca que no puede saldar gracias a una oferta engañosa del banco y la situación laboral actual que apura los retiros en personas mayores y liquida las indemnizaciones. El hombre, que tiene una relación muy cercana con su nieta (Joey King), se encuentra en apuros; y cuando se dirige al banco para aclarar su situación, es testigo del robo del mismo en manos de delincuentes profesionalizados. A Joe le queda picando la idea, y cuando se reúne con sus amigos y compañeros de trabajo Willie y Albert (Morgan Freeman y Alan Arkin), que se encuentran en situaciones apremiantes muy parecidas a las de él, les propone realizar ellos mismos un asalto al mismo banco; solo para recuperar el dinero que la entidad les estafó, y si sobra algo, será para ayudar al prójimo. Sí, es como una Sin nada que perder, pero en la tercera edad, y en clave de comedia obviamente. Joe, Willie y Albert planearán y se entrenarán para llevar adelante el golpe, mientras transcurren sus historias personales que también van conociendo una nueva etapa. Zach Braff (conocido como el actor protagónico de la sitcom Scrubs), se ubica detrás de cámara en una propuesta que, a primera vista, pareciera ser por encargo. Sin embargo, algo se cuela de sus anteriores films como director, Garden State y Wish I Was Here. Si bien ambas se inclinaban más por lo dramático, siempre prima un tono ameno, cálido y luminoso, de buenas intenciones, que permite una media sonrisa permanente; y en esta ocasión, claro, algunas carcajadas. Las comedias con protagonistas de la tercera edad son un subgénero en sí mismo, desde Extraña Pareja, Dos Viejos Gruñones, y Bailando sobre el mar, a Last Vegas, Dirty Grampa, o Tammy; por nombrar unas entre miles. Los gags suelen girar alrededor de sus problemáticas, del retiro, de lo que ya no pueden hacer, de encontrar el amor tardío, enfermedades sobrevinientes, y como vivir esta nueva etapa dignamente. Pero hay diferentes estilos. Algunas propuestas, sobre todos recientes, se inclinan por el tipo de humor joven y ciertamente escatológico, sumado a la ancianidad con una mirada de “viejos depravados” con la senilidad incipiente que colabora (las tres últimas nombradas discurren por esos caminos, tristemente). Por suerte, Un golpe con estilo, evita esa temática casi en su totalidad. Por el contrario, esta será una película que puedan disfrutar las personas con la edad de los protagonistas, pero también los más jóvenes que no busquen un humor guarro. Los chistes son efectivos, hay humor irónico, y muchas líneas de diálogos ingeniosas. Como un humor de la vieja escuela adaptado al ritmo de los nuevos tiempos. Caine, Freeman y Arkin están aceitados, tienen química entre ellos, y también con los personajes secundarios. El protagónico fuerte gira alrededor de Caine, pero cada uno tendrá sus escenas. Los tres están acostumbrados a este tipo de comedias. Algo llamativo es la buena conexión que logra Caine con Joey King, la relación nieta-abuelo, se nota fluida y briosa, logrando momentos muy simpáticos. Lo mismo podemos decir de Anne Margret (una abonada en estas películas) y Alan Arkin, que hasta se animan a cantar. Pero el secundario que se lleva todos los aplausos y hasta es capaz de robarles escenas a los protagonistas es Christopher Lloyd como un amigo de los tres con una senilidad avanzada. Cada aparición suya es hilarante y son lo mejor del film. Se puede notar algún mensaje conservador entre líneas no muy convincente (siempre los extranjeros son los delincuentes, las personas deben trabajar hasta el último día de sus vidas); pero ciertamente no es a lo que se apunta, ofreciendo un entretenimiento liviano, que se anima a plantear la realidad actual de la clase obrera estadounidense. Sin ser una maravilla, Un golpe con estilo es una comedia que logra su objetivo, divertir, y lo hace con buenas armas. No le pedimos nada más.
El innombrable. Stacy Title será siempre “recordada” por una de las películas sorpresa de la segunda mitad de los ’90. La última cena sigue siendo admirada por su humor negro y su tono crítico y desfachatado de la doble moralidad de los ciudadanos estadounidenses bien pensantes. Junto con otras inauguró una nueva era del cine indie con un pie adentro y otro fuera de Hollywwod. Pero pasó el tiempo y no supimos más nada de Title, por lo menos en el gran mercado. Hasta ahora, que veinte dos años después se nos vuelve a presentar con Nunca digas su nombre, de algún modo, una antítesis de aquella. Lo cierto es que la directora, en el medio de estas dos obras, realizó otras películas, que la encaminaron dentro del terror, pero la alejaron de los estrenos en sala, y que, créanme, ni siquiera es saludable recordar. ¿Qué podíamos esperar de una directora que supo entregar una película con una mirada ácida sobre la muerte? Nunca digas su nombre, basada en un relato de Robert Damon Schneck, es un film de terror clásico, a su favor no intenta subirse a ninguna moda actual, y presenta un “monstruo” que podría haber funcionado en una saga fructífera. Luego de una escena previa que pareciera encaminarse por esos senderos irónicos, se nos presenta a Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas), y el amigo de ambos John (Lucien Laviscount). Los tres son jóvenes universitarios que consiguen una casa en la que podrán convivir escapando de los gastos del campus. Desde el inicio se nos presenta a Elliot como una persona muy responsable, que quiere formalizar con su novia, y tiene una relación fraternal con John. Es más, su hermano es capaz de encargarle el cuidado ocasional de su sobrina. Todo marcharía perfecto de no ser porque, obvio, en esa casa antigua se esconde un secreto. En el sótano hay una mesita de luz, y en el reverso del cajón de esa mesita, se encuentran escritas cuatro palabras, un nombre, The Bye Bye Man (El hombre del adiós); y que al pronunciarlo – lo hacen durante una sesión de espiritismo, porque sí – desata una maldición que llevará a la locura a quien se entere de ese nombre. The Bye Bye Man se te mete en la cabeza, no podés parar de pensar en él, te hace ver cosas que no son, entrando en una peligrosa paranoia y; además, ese pensamiento permanente lo fortalece, haciéndose presente y llevándote con él. Bye Bye Man (en la piel del multifacético Doug Jones) es un personaje interesante, no es un slasher, no habla, simplemente se presenta, acosa y mete miedo con su presencia. Más allá de las burlas que generó en su estreno en EE.UU. por lo ridículo del nombre; cuando la historia se aboca a sus sustos, gana. Pero Nunca digas su nombre decide centrarse demasiado en Elliot y los problemas que lo aquejan, descuida al terror, y se llena de baches argumentales por todos lados. Más allá de que Elliot se muestra casi como un joven ejemplar, cuesta empatizar con él, lo mismo que con Sacha y John, son personajes planos, y en algún punto, odiosos. Las interpretaciones de Smith, Bonas (cuyo mayor mérito es haber sido novia del Príncipe Harry de Gran Bretaña), y Leviscount, no ayudan en absoluto. Por ahí se puede ver a Carrie Anne Moss, y uno entiende por qué desapareció paulatinamente después de Matrix. La dirección de Title es totalmente falta de inspiración, no hay clima, ni un tono correcto, todo es de manual y desganado. No hay ningún tipo de lectura más allá de lo básico de pongamos a tres personajes torpes a ser asustados por el cuco de turno. Conclusión: Nunca digas su nombre tenía los elementos para meter miedo, para crear un monstruo memorable, y hacernos sentir el terror de sus protagonistas. La serie de fallidos continuos, y una realización plana, terminan por tirar esta idea por la borda.
Ojos bien cerrados. A diez años de su debut con Arizona Sur y seis de La Mala Verdad pareciera que se perfila una constante en el cine de Roca, los lazos parentales. Ya sean más traumáticos o más amenos, padres e hijos siempre están en el centro de la escena; y en Maracaibo es donde esa vertiente se vuelve más explícita. Si en La Mala Verdad afrontaba sin medias tintas el abuso infantil intra familiar; en Maracaibo tampoco le rehúye a las cuestiones ríspidas, debates candentes en la sociedad. Vendida como una suerte de policial o thriller, en realidad Maracaibo se inclina desde sus inicios al drama íntimo; a la observación de un vínculo que quizás sea demasiado tarde para reparar. Gustavo y Cristina (Jorge Marrale y Mercedes Morán) son un matrimonio de clase media cómoda, con un hijo que vive con ellos, Facundo (el ascendente Matías Mayer), saliendo de la adolescencia. Gustavo es cirujano, con algunos recientes problemas de memoria, y un apego por lo que él cree una familia idílica. Facundo estudia en una reconocida universidad privada ubicada sobre Calle Corrientes dedicada a materias artísticas, y se perfila como próspero animador. La vida pareciera ir por los cálidos caminos de la comodidad. Pero una serie de hechos sorprenderán con turbulencia la vida de Gustavo. Accidentalmente descubre que su hijo podría ser gay, y que su esposa ya lo sabía. A Gustavo le cuesta asimilar la idea (¿De que su hijo es gay, o de que las cosas no son como él creía?), y decide salir a caminar para despejarse. Pero al regresar al hogar, dos delincuentes ingresan con él, y en medio de la confusión y el nerviosismo del robo, el más joven de ellos (Nicolás Francella), dispara mortalmente a Facundo. Al ver Maracaibo es imposible que no se nos venga a la menta aquella excelente, y menos recordada de lo que debiese, Vidas Cruzadas de Sean Penn, con Jack Nicholson como un padre que ve su vida paralizada esperando que el asesino de su hija salga en libertad para ajusticiarlo. Gustavo transcurre un espiral que tendrá que ver menos con la venganza que con la culpa por no permitirse conocer mejor a su hijo. Por mantener las apariencias de un vínculo falso. El guion, co-escrito con Maximiliano Gonzales (La Soledad, La Mala Verdad) adopta un ritmo lento y permite una honda descripción de su protagonista; quizás en desmedro del resto de los personajes, como Cristina o el padre de Ricky y segundo ladrón interpretado por Luis Machín, que quedan en un plano secundario. La fotografía de tonos blancos y azulados, y la composición musical acompañan el pretendido tono ascético y triste; con rubros técnicos correctos que acompañan en un nivel de producción alto. Otra sería la película sin Marrale en la piel de Gustavo. El actor de Bomba logra transmitirnos todas sus emociones, nos compra con gestos mínimos, y logra buena química tanto con Morán, Mayer y Francella. El resto de las interpretaciones no desentonan, aunque repetimos, quizás necesitaron de mayor tiempo en pantalla. Conclusión: Maracaibo se presenta como un thriller para mostrarnos un dramático e interesante ensayo sobre la culpa y las apariencias en los vínculos filiales. Con varios aciertos, y algunos asuntos en el debe (como el título, que puede ser algo desacertado), Miguel Ángel Roca logra una propuesta correcta con un elevado nivel técnico, pero sobre todo con una actuación protagónica hipnótica.
Power Rangers fue una serie de televisión estadounidense, creada en 1993, que causó el delirio de los pre adolescentes sobre todo de la década del ’90, y que tomó como partida adaptar (y utilizar alguna escena) la serie japonesa Super Sentai. ¿Importa esto demasiado? No, porque la versión que nos llega ahora a la pantalla grande, si bien toma elementos de las dos primeras temporadas, las clásicas, decide huirle al camino del homenaje directo, contando las cosas desde el principio para una nueva generación. Cinco estudiantes de la escuela secundaria del pueblo Angel Grove descubren de casualidad que su destino está a punto de cambiar. Por diferentes hechos fortuitos, Jason (Dacre Montgomery), Billy (R.J. Cyler), Kimberly (Naoomi Scott), Trini (Becky G.) – a la que insisten con llamar Didi –, y Zack (Ludi Lin); terminan una noche inmersos en unas profundas cuevas en las que encontrarán una serie de gemas de colores. Una para cada uno, roja, azul, rosa, amarilla, y negra respectivamente. Esas rocas los harán poderosos, y casi inmediatamente llegarán hasta el refugio en el que se encuentran Zordon (Bryan Cranston), y el robot Alpha 5 (voz de Bill Hader), el guía y protector del poder que aguarda en esas rocas y su ayudante. Pero hay un por qué de ese llamado del destino. Una sexta gema, la verde, se encuentra en posesión de la malvada Rita Repulsa (Elizabeth Banks), que despierta de su eterno letargo y planea conseguir todo el oro que pueda para convocar al monstruo Goldar y de este modo encontrar una piedra fuente de vida que le dé el poder máximo. En el camino no dudará exterminar a todo Angel Grove. El grupo de los cinco deberá unir fuerzas para derrotarla, y finalmente comprenderán que para hacerlo deben alcanzar un estado superior de mórfosis que los transforme en los Power Rangers, defensores de la humanidad. Como ven, la historia no es un ramillete de originalidad y vueltas de ingenio. Es algo muy simple, que no exige ni tiene demasiada lógica, y sirve de pretexto para poner a todos los personajes en acción. Sin embargo, durante la primera hora, el conjunto de ¡cinco! guionistas se empeña en desviar nuestra atención. La presentación de los chicos, parece salida de alguna serie juvenil trillada, incurre en lugares comunes, clichés muy gastados, y chistes de gusto muy dudoso, más para el público al que esta propuesta va dirigida. Los actores que los interpretan y los personajes en sí, tampoco ayudan, son bastante planos, unidimensionales, y lo más preocupante, no parecieran hacer lo que vinieron a hacer, enfrentarse con los malos. Por suerte, a partir de la segunda hora todo mejora, los guionistas finalmente entienden que esto es un grupo heterogéneo con poderes, que pelean contra monstruos gigantes, villanos ridículos, y que pueden conducir unos robots gigantes… y que así está bien. Cuando la acción se enfoca, hasta mejoran las historias de los personajes (no los actores, pero pasan a no importarnos tanto), hasta los chistes mejoran. Cada uno tendrá una historia detrás que los llevó a ese destino, y el mensaje es claro y bien intencionado, la amistad es lo que los hará fuertes. Los super poderes ya los tienen, ahora deberán aprender a ser amigos. Si entendemos que Bryan Cranston está limitado a ser una cara gigante que habla solemnemente, comprenderemos que su interpretación es correcta; probablemente Zordon sea el personaje que más gano en su adaptación a esta nueva historia. Tiene una historia, un propósito general y personal ambiguo, y un buen actor detrás. Elizabeth Banks se divierte siendo Rita, y aunque este sea el personaje más diferente a lo que recordamos de la serie, es lo mejor de la película. Sus intervenciones son simpáticas, divertidas, pero también logra meter miedo, repetimos, teniendo en cuenta el target de edad al que apunta la película. Dan Israelite, que ya viene de un proyecto de adolescentes en un entorno fantástico como Project Almanac, aquí logra plasmar correctamente el mensaje de unión y amistad desde las imágenes. A la hora de la acción permite que el ritmo no caiga, pero las escenas se entiendan, esto no es Transformers. Otra vez, como si la primera hora fuese otra película, en ese tramo, se abusa de un montaje ligero y entrecortado, casi videoclipero, que puede llegar a confundir y abrumar, y hasta se remata chistes de forma musical cual programa de sketchs. Power Rangers comienza mal, y termina siendo mejor de lo que pudo ser. Acierta en no anclarse en el pasado, en imponer su noble mensaje, en ser filmada de un modo tradicional, y en haber convocado a un puñado de actores con talento para los roles adultos. Después de las dos horas que dura (bastante para este tipo de películas), nos quedamos con ganas de que siga; eso tiene que ser un mérito.
Luego de cuatro años, Israel Adrián Caetano, regresa al cine con una adaptación de la novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, a la que, una vez finalizada la filmación cambió el título por el de El otro hermano. De esta manera se adentra en el cine de género manteniendo su particular mirada. Daniel Hendler interpreta a Cetarti, personaje urbano que llega al pueblo de Lapachito, Chaco, para reconocer los cadáveres de su hermano y su madre, asesinados brutalmente por la pareja de la última, un policía de la zona que luego del hecho se suicidó. Leonardo Sbaraglia es Duarte, un compañero del policía y asesino, que acompañará a Certarti en los trámites del reconocimiento y cremación de los cuerpos. Duarte tiene una personalidad extrovertida y avasallante, y no dudará en proponerle a Certarti usar sus contactos para que este pueda cobrar un seguro por las muertes, haciéndolo pasar como discapacitado. También se unirán en un conflicto por la vivienda. La anterior pareja del asesino interpretada por Ángela Molina, y el hijo de esta, querrán reclamar por lo que creen que les corresponde. El otro hermano es un relato sucio, el avance de la historia pliega y repliega capas de misterio enrarecido en el que se derivará en hechos que en un primer momento pueden parecer insospechados. Como lo demostró en su filmografía anterior, y en sus trabajos televisivos, Caetano, que se encargó de adaptar co-escribiendo el guion junto a Nora Mazzitelli, tiene una visión muy particular de lo que se podría denominar gente fuera del sistema. Los personajes de sus obras suelen ser marginales, de códigos y moral dudosa, y no temen embarrarse en bajezas; y El otro hermano está lejos de ser una excepción (como lo pudo ser Francia). Certarti es un ex empleado de la administración pública, despedido directamente por no ir a trabajar. Tiene el plan de emigrar a Brasil, y necesita conseguir dinero, rápido y fácil. No hay demasiados pruritos a la hora de aceptar los negocios turbios de Duarte, ni en vender todo lo que pueda de la casa que ocupaba su madre y su hermano, relacionándose con un revendedor (Pablo Cedrón), también de escasos principios. Marta, esa mujer carcomida por el abandono, y su hijo; también pertenecen a un bajo mundo en el que ella supo ser la belleza del pueblo y ahora luce totalmente abandonada y codiciosa, y él solo piensa en dónde puede conseguir porro. Y mejor ni hablemos de Duarte… Pero El otro hermano es también un relato sucio en cuanto a sus resultados, la historia, que irá mutando e intenta de este modo atrapar al espectador en un espiral de misterio sorpresivo, presenta más de un bache, asuntos que no tienen una resolución lógica, y una construcción de personajes que van del trazo grueso a la mera imposición del guion. Cetarti, nunca termina de encajar en la historia más que como un observador. Mientras que la historia deriva en algo bastante diferente a lo que se expone en un inicio, Cetarti no entra en esa historia derivada que incluirá a otros personajes como una mujer que acaba de cobrar un dinero importante interpretada por Alejandra Fletchner, y que terminará por ser el centro de lo que se ve. Mientras, sin demasiada relación alguna, el supuesto protagonista (por imposición de tiempo y espacio) se limita a desprenderse de todo lo que puede en transacciones de baja calaña con el revendedor, y a acomodarse al estilo de vida que Lapachito parece ofrecer como única salida según la visión de Caetano. Recién en el muy último tramo, el personaje cobra sentido. Lo mismo podríamos decir de Marta. Con rubros técnicos cuidados, y una música incidental correcta – aunque termina perdiendo efecto por insistente – El otro hermano presenta un rigorismo formal que lo acerca a los más ambicioso, por lo menos en cine, de su director. Aquí podremos encontrar a los Coen de fines de los ’80 y principios de los ’90; a El Clan de Pablo trapero; y hasta alguna lejana inspiración de Spaguetti Western, las inspiraciones son notorias. También es de destacar el rubro interpretativo; salvando un Daniel Hendler al que, como siempre, cuesta sacar de sí mismo, y quizás no sea la mejor elección para el papel; el resto, está en un nivel altísimo. Sbaraglia, Cedrón, Molina y Fletchner logran caracterizaciones que terminan siendo, por lejos, lo mejor de la propuesta. El otro hermano es un thriller fallido, su guion presenta una estructura con fisuras notorias, una construcción de personajes con falencias, y un ruido ideológico por lo menos llamativo. Los aciertos en materia técnica e interpretativa no alcanzan para cubrir el lado negativo, por el contrario, refuerzan la idea de una oportunidad perdida.
Uno de los proyectos que más tiempo tuvo Hollywood en bandeja en los últimos años, finalmente llega a su estreno. La adaptación del clásico oriental Ghost in the Shell tiene aciertos, pero no evita caer en todos los lugares en que suelen caer este tipo de proyectos. Kōkaku Kidōtai, tal su título original, fue un manga creado por Masamune Shirow, originalmente publicado entre 1989 y 1990, que derivó en otra serie de mangas, series de televisión de animé, OVA’s (capítulos largos, o mediometrajes animados para video), y por supuesto, la película animé de 1995, dirigida por Mamoru Oshii, que derivó en dos películas más – un spin off y una precuela –. Una de las películas que más influenció en la llegada del animé en occidente, que junto a otras instaló una moda cyberpunk (acá tuvimos a nuestra Cybersix) y devoción por la cultura japonesa… y que, de hecho, recién logró un estreno especial en salas de nuestro país hace algunas semanas, aprovechando el estreno de la adaptación estadounidense. A grandes rasgos, lo positivo de GITS 2017, será poder ver una adaptación de acción real de la historia que cautivó a fanáticos y cinéfilos desde la animación. Lo negativo, ese pensamiento hollywoodense de creer que el público no entiende. La Mayor Mira Killian (Scarlett Johansson) es una creación cibernética, la cual tuvo un pasado humano, pero tras un accidente, su cerebro fue trasplantado a una unidad robótica simili humana. Es algo única en su especie. En el futuro en que se desarrolla la historia, la robótica ha avanzado a límites inimaginables, los humanos pueden remplazar partes de su cuerpo con partes robóticas, pero nada como Mira, un cuerpo totalmente robótico, con mente humana. La Mayor trabaja como soldado para actuar frente a los criminales de alto rango, sus altas capacidades la hacen prácticamente indestructible e invulnerable. Una serie de ataques terroristas son los que ponen en peligro a las corporaciones que gobiernan este futuro, especialmente, a la propia corporación que creó a Mira. Alguien o algo está controlando la mente de quienes poseen algún trasplante robótico, o manejando los circuitos de los robots al servicio del hombre; y los utilizan para cometer graves atentados para desestabilizar el orden actual. Cuando Mira sea conectada a uno de los robots para descubrir quién se esconde detrás de este plan, algo en ella cambiará, y comenzará a preguntarse por su propia existencia, su ser, su origen. Los que conocen la historia real, pueden notar que, con algunos cambios, el argumento original se mantiene. Esto será así, con algunos personajes agregados que uno podría entender para alargar el metraje original que no alcanzaba la hora y media, durante el primer tramo. Luego, a la hora de comenzar con las resoluciones y agrandar la premisa, definitivamente se aparta de lo que conocíamos, y ya será cuestión de cada uno, cómo lo tomará. Lo cierto es que, 2Ghost In The Shell: Vigilante del Futuro", puede ser una historia diferente que se inspire en el manga/animé, pero lo que sí alerta, es la necesidad de sobre explicar, subrayar, y simplificar todo. Ya sea mediante placas informativas, diálogos que cumplen funciones redundantes, o la extracción de cuestiones filosóficas para pasar a un plano más terrenal científico, esta versión estadounidense permanentemente se explica a sí misma y no tiene el vuelo espiritual original. Visualmente es una obra de alto impacto para los estándares de Hollywood (no es necesario invertir en la copia 3D), habrá varias escenas – repetimos, sobre todo en la primera mitad – que nos trasladarán a la obra de Mamoru Oshii, aunque le huye a la oscuridad de aquel, y el tono clásico de cyberpunk ya no estará tan presente, en remplazo de tonos blancos y grises más plásticos. No esperen la violencia ni la insinuación sexual de aquella, esto es Hollywood, y para sus estándares, es aceptable. Rupert Sanders imprime dinamismo, su trabajo es correcto, aunque algo impesonal. Scarlett Johansson intenta imitar algunos movimientos robóticos e inexpresividad emocional, aunque no siempre lo logra, quedando su labor en un medio tono, su desempeño es correcto. Entre quienes la acompañan, Juliette Binoche pone cara de ¿dónde está mi cheque? (la misma cara que puso los pocos minutos que aparece en Godzilla), Batou es el personaje que más se parece a su origen en la piel de Pilou Asbæk; y es un placer ver a Takeshi Kitano interpretar a Aramaki. Después de todo, esta no es una propuesta para bucear en grandes interpretaciones. Gosth In The Shell: Vigilante del Futuro probablemente deje más satisfechos a quienes no conozcan la obra original, y estén interesados en una obra de ciencia ficción tradicional con algún planteo más allá. Para los seguidores, hay guiños, podemos escuchar recién en los créditos finales el soundtrack coral de Kenji Kawai, y alguno de los cambios nos pueden parecer interesantes. Pero ni el clima ni la profundidad que nos conquistó están acá.
El oscuro camino de los sueños. El término hipersomnia acuña un trastorno del sueño que produce somnolencia profunda y extensa, ocasionando también repetidos intervalos de sueño diurno. Esto le sucede a Milena (Yamila Saud), una joven actriz, ambiciosa, que audiciona para una obra teatral en el que deberá interpretar el papel de una sufriente prostituta. Milena se entrega completamente al papel y, sin embargo, siempre pareciera que debe hacer algo más, su director Federico Del Pino (Gerardo Romano) le exige un mayor compromiso, y hasta la expone a extrañas situaciones de incómoda sensualidad. Debe lidiar con las complicaciones de su personaje, con un novio (Nazareno Casero) que no entiende esa atención full time; y para mayores problemas comienza a tener episodios de sueños muy vívidos. Cuando lee el texto de la obra; se duerme. Entra en personaje y cae rendida; y al hacerlo entra a otro espacio; es otra mujer, con otra historia y otro pasado, pero el mismo cuerpo. Una joven que, junto a otras, se encuentra secuestrada y es víctima de la trata de blanca. Milena ya no sabrá cuál es la verdad, o si todo es simplemente un sueño, o una pesadilla. Así como con Naturaleza Muerta había un mensaje en contra del maltrato animal y el consumo de carne, en Hipersomnia – con guion en colaboración con Federico Rotstein, director de la reciente Terror 5 – las vejaciones sufridas por las víctimas de trata construyen un fuerte alegato en medio de una clásica estructura de género que terminará de configurarse con la placa informativa final. Desde Sudor Frío de 2010, no habíamos tenido otra película que se asomara al terror, y tuviese la producción de quienes hacen cine de alta gama en estas tierras. Grieco utiliza inteligentemente esta posibilidad para conseguir una propuesta provocativa y altamente impresionable. Hipersomnia hace gala de un gran despliegue técnico en pos del dinamismo del montaje y la atracción de una fotografía que incomoda con los planos conseguidos. Sí, los más débiles alguna vez deberán mirar al costado de la pantalla. Las chicas forman un grupo heterogéneo, cada una con personalidades diferentes, que se sienten obligadas a confiar entre ellas, a apoyarse para sobrevivir; pero también que desconfían de quién puede traicionar. Hay quienes están más “acostumbradas”, quienes ejercen una función de liderazgo, y quienes toman una actitud sumisa. Todas son posibles presas de una amenaza que en un comienzo es invisible, pero pronto tomará la peor de sus caras en un sádico ser – con alguna lograda reminiscencia a Leatherface – llamado El Jardinero, que disfruta de torturar a las jovencitas. El ritmo nunca se detiene, estamos frente a una propuesta que muta constantemente, que se permite vetas de drama en medio de una historia que plantea el suspenso y el terror cercano al gore con sexualidad abierta y latente. En más de una ocasión el espectador se puede sentir desorientado, puede plantear hipótesis sobre lo que sucede, que luego quedarán desechadas. A la hora de atar los cabos, todo cobrará sentido dentro del terreno fantástico que desde el inicio conocemos. Las referencias son palpables, podemos encontrarnos con algo de Sucker Punch, La doble vida de Verónica, La mosca en la ceniza, y Hostel; pero en ese combo prima una gran originalidad a la hora de resolver las escenas. No hay dudas que Gabriel Grieco es uno de nuestros mejores exponentes en cuanto al cine de género, no les teme a las imágenes fuertes y jugadas, pero a la par maneja un sentido de lo popular que permite que esta propuesta pueda ser disfrutada por el público amplio. En esta ocasión, además, se muestra como un sólido director de actores, manejando un elenco de varias personalidades con personajes difíciles, y todos en perfecta armonía. Las labores interpretativas en general son correctas y compenetradas. De ese conjunto sorprenden Jimena Barón y Candela Vetrano por sus escenas intensas; y Vanesa Gonzáles entregando el personaje con más capas y despliegue emocional, siempre convincente. En el elenco “adulto”, hablar de la solvencia de Chucho Fernández y Daniel Valenzuela para este tipo de propuestas resulta redundante, ambos saben cómo meter miedo, conocen el género, y entregan lo mejor de cada uno, son las figuras que no pueden faltar. Peter Lanzani con un personaje lleno de sorpresas, y Fabiana Cantilo demostrando que puede ser una actriz muy competente, entregan también los mejores momentos de la propuesta. Conclusión: Hipersomnia es una propuesta cuidada, de valores estimables, y resultados más que óptimos. Para muchos de los que hace años “la pelean” desde el cine de género de modo independiente, puede ser el puntapié necesario para que las puertas de las grandes producciones finalmente se abran sin prejuicios. Tal como lo había hecho anteriormente, Grieco nos presenta una de las mejores propuestas de terror sin resignar el gusto por los localismos. Nos corresponde a nosotros, público, acompañar tamaña osadía.
Un nuevo capítulo se escribe en este plan de Disney por llevar a la acción real varios de sus films animados más memorables. Luego de los resultados no del todo convincentes de Maléfica, la lección fue aprendida con los correctísimos resultados de Cenicienta, El libro de la selva y Mi amigo el dragón. La fórmula del éxito pareciera ser ¿Para qué cambiar lo que ya está bien? Este axioma queda más al descubierto que nunca en esta adaptación que llega a copiar planos enteros del clásico de 1991 dirigido por Gary Trousdale y Kirk Wise. No, esto no es una relectura del clásico cuento francés (cuya versión más famosa pertenece a Jeanne Marie Leprince de Beaumont), como podíamos decir de la adaptación de 2014 en manos de Christophe Gans; es básica y sencillamente una visión con personas de carne, hueso y CGI del film que a principio de los noventa hizo historia entre otras cosas al ser nominado a los Premios Oscar como mejor película. ¿Si el film original duraba 84 minutos y el nuevo sobrepasa las dos horas, qué es lo que cambió? En primer lugar, habría que decir que incorporaron las escenas que ya se habían incluido en el nuevo corte animado extendido; pero principalmente lo que se incorporan sin más canciones y extensiones de los recordados cuadros musicales. De todos modos, aunque la historia sea igual, aunque haya planos que se copian… no todo es igual, veinticinco años no pasan en vano. ¿Habrá quién no conozca la historia? Veamos, un príncipe arrogante (Dan Stevens) es maldecido por una hechicera en medio de una gala operística en su mansión. El hombre es convertido en bestia, y los habitantes en objetos; podríamos hacer el chiste de los apellidos, pero, en fin. El príncipe debe enamorarse y ser recompensado antes de caer el último pétalo de la rosa, o todos quedarán en sus nuevas formas. El tiempo pasa y el relojero Maurice (Kevin Kline) se pierde en el bosque, en medio de una tormenta, y termina siendo capturado por la bestia. Su hija, Bella (Emma Watson) va en su búsqueda y terminará salvando a su padre intercambiando lugares. Hasta aquí todo es igual, los pequeños cambios vendrán de la mano de los personajes secundarios, - tendrán que verlo por ustedes mismos – y un crecimiento en el desarrollo de Bella que, si se quiere, se adapta mejor a estos tiempos. La Bella y La Bestia 2017 no solo es más humana por tener actores en lugar de animación, intenta que sus personajes posean algo más de carnadura. No va en detrimento del film de 1991 (difícilmente esta nueva versión llegue a ser el clásico que es esta), simplemente al ser aquel un producto animado, hace que todo sea un poco más caricaturesco, irreal, simple. Las formas de La Bestia parecen más humanas – fíjense en los ojos –, Bella tiene razones más importantes para quedarse en la mansión, los aldeanos tienen más razones para actuar como actúan, y el tratamiento del romance es más paulatino y comprensible. Son cambios delicados, casi sin notorios, pero que modifican en el conjunto. Bill Condon viene demostrando una gran ductilidad en las puestas desde sus inicios (recordemos la correcta Candyman 2), y aquí tiene un caramelo en sus manos. La Bella y La Bestia se ve inmensa, preciosa, entra por los ojos y conquista. Es imposible no tararear las canciones, las conocidas y las nuevas, la sonrisa de oreja a oreja se dibuja al instante. Hay humor, hay gracia, y hay verdadera emoción que hasta nos puede llevar a alguna lágrima. En cuanto a las interpretaciones, por favor, repito, por favor, busquen una versión con audio original; el trabajo de voces de actores de la talla de Emma Thompson, Ian McKellen, Ewan McGregor, Stanley Tucci, y Audra McDonald, entre otros, es sencillamente magnífico. Stevans y Watson tienen química, y esta última se cree a su personaje, lo hace suyo. Luke Evans y Josh Gad como Gaston y LeFou hacen un show aparte muy gracioso. La Bella y La Bestia es otro acierto en elmundo de Disney. A simple vista no aporta nada demasiado nuevo, pero como dijimos al principio, lo que ya está más que bien, no hay que cambiarlo, simplemento adaptarlo.
El actor y comediante Dax Shepard, se pone al hombro la anunciada versión cinematográfica de la serie de TV que, durante 6 temporadas, mostró la labor de la patrulla motorizada de California, hablamos de CHIPS. Cuando decimos ponerse al hombro, hablamos en serio, Shepard protagoniza, dirige, escribe y produce esta versión que, se podrán imaginar, se inclina rápidamente por la comedia. ¿Cuánto quedó de la serie para los fanáticos? Poco más que el nombre de los personajes protagonistas, el entorno, y que uno es rubio y el otro es morocho latino. Veamos, Michael Peña interpreta a un agente del FBI, que trabaja en operaciones encubiertas y suele arriesgar la vida de todos sus compañeros con tal de conseguir un objetivo. Luego de una operación que no sale tan bien, es enviado a realizar una investigación por el robo de autos lujosos a gran escala, y en el que parece, la propia policía motorizada de California está envuelta. Deberá hacerse pasar por un agente novato, y se le otorgará el nombre de Frank Poncherello, o “Ponch” como pasará a llamarse. Enlistado en esa fuerza, conocerá a Jon Baker (Dax Shepard), un ex acróbata del motocross que se enlista en la fuerza para impresionar a su esposa algo materialista (Kristen Bell). Ambos son designados en equipo a patrullar las calles, y a la par, Ponch deberá ingeniárselas para continuar su investigación y hacer que Jon colabore con él. Chips no es graciosa. Es un gran, gran problema si se plantea una comedia y esta no es graciosa. Son muy pocos los chistes que haciendo un gran esfuerzo pueden sacarnos una mueca de sonrisa; y algunos son muy desagradables o crueles. Peña y Shepard no tienen buena química, no está balanceada claramente Ponch tiene más espacio, y resulta que es un personaje bastante odioso, se insiste en su característica de adicto al sexo pero a un límite totalmente reprochable. Hay algunos gags que pese a no causar impacto la primera vez se los estira, se los repite una y otra vez, causando menos impacto. Por supuesto, si es una comedia, analizar la trama policial no tiene sentido, es más de relleno. El guion presenta baches argumentales notorios, no hay progresión alguna, y repetimos, no hace el menor esfuerzo por congeniar a sus protagonistas que, en la serie esa camaradería era o mejor que tenía. Todo se resuelve rápido y sin embargo parece eterna, son demasiados los espacios en los que no sucede nada. El montaje que nunca encuentra un tono, y utiliza la cámara lenta de forma aleatoria, no colabora. Es poco lo que puede destacarse de Chips, en los secundarios podemos encontrar a Vincent D’Onofrio, que supo ser un actor respetable, pero ahora lo solemos ver en este tipo de propuestas. Con toda certeza Chips es una propuesta fallida, no homenajea a su original; no aporta comicidad ni una buena trama de misterio. Atrasa en su concepción machista y vulgar; y presenta a dos personajes que lejos están de ganarse al público. Consejo, online o en packs de DVD´s pueden encontrar todas las temporadas de la serie, mejor recordarla así.
No hace falta que presentemos a Fernán Mirás; su trayectoria en la actuación tanto de cine, como teatro y televisión, habla por sí sola. El peso de la ley lo afronta a un nuevo desafío, arriesgado, que podría dejarlo en el más directo oportunismo; su ópera prima como director y guionista. Siempre que un actor de cierta fama da el paso detrás de cámara, existe una suerte de prejuicio sobre cuánta de esa “fama” utiliza para aferrarse al nuevo proyecto, y cuánto de profesionalismo persiste en alguien que se ubica en ambos lados. Bueno, desterremos dudas, El peso de la ley es una de las mejores propuestas dramáticas de denuncia de los últimos años en el cine nacional. Con un guion co-escrito por el también productor, y abogado, Roberto Gispert; se toma un caso real ocurrido hace más de treinta años como botón de muestra para una postura sobre diferentes cuestiones que están en el debatir regular de la sociedad, principalmente el accionar del Poder Judicial y todos sus engranajes. Pero no es solo la solidez de un guion sin fisuras lo que hace a El Peso de la Ley la gran propuesta que es. Mirás se rodeó de un equipo técnico de máximo rigor; y tuvo a su alcance un elenco sobresaliente, compenetrado con sus personajes y, sobre todo, creíbles. Claro que ninguna de estas piezas funcionaria sin el director de orquesta que encastre todo correctamente. Sin regodearnos en una ampulosa puesta de época, nos ubicamos en los primeros años de la vuelta de la democracia en nuestro país. Gloria Soriano (Paola Barrientos, arrodíllense ante ella) es una abogada, defensora oficial, que el día que se recibió en la Facultad de Derecho sufrió un “percance” con el ascensor que la dejó renga. Desganada, superada por la cantidad de expedientes, y frustrada ante la triste realidad de creer nunca haber defendido a un inocente; llega ante ella un caso que no pareciera tener nada de particular, es más, hasta se ve casi resuelto; simplemente a ella, por alguna razón, le interesa. En el pueblo El Olvidado, un barrendero, El Gringo (Daniel Lambertini) es acusado de haber violado a su compañero de trabajo, Manfredo Doméstico (el propio Fernán Mirás) de aparente deficiencia mental. Quizás lo que llame la atención de Gloria sea que la fiscal del caso es su ex profesora Mercedes Rivas (María Onetto), alguien a quien considera intachable, pero que entrega una acusación por doce años de prisión en solo una carilla. Ese llamado de atención despierta algo en Gloria que creía dormido, y la lleva hasta El Olvidado en donde la esperan algunas sorpresas. Mientras tanto, por los pasillos de Tribunales, Rivas hace su juego, que incluye la manipulación al juez de la causa Marcelo Ferrera (Darío Grandinetti). Probablemente sea la posibilidad de haber contado con un abogado en los escritos y basarse en un hecho real (que según palabras del director es mucho más grave de lo que se ve en pantalla, y para pruebas puede observarse en la página web de la película); lo cierto es que El peso de la ley juega siempre las cartas de la honestidad y la verosimilitud. Más allá de optar por un acertado tono cercano a la comedia (ese humor irónico y carismático tan propio de la personalidad de Mirás); todo lo que se ve no hay dudas de que puede ser real, de que las cosas pueden haber sido tal cual se muestran. A diferencia de, por ejemplo, El Secreto de sus Ojos, aquí no hay seres épicos que luchan en un océano sucio. La propia Gloria y su secretario (Darío Barassi), pertenecen a ese mismo engranaje en el que las cosas se dejan pasar en el que hace rato se bajaron los brazos, y en el que luchar por una salida rápida es más fácil que hacer su trabajo tal cual marca la ley. La gente del pueblo, más allá de sus actitudes, serán las víctimas de este sistema. Pero no todo se circunscribe a la esfera de lo judicial, a medida que avance el relato, el abanico se irá abriendo hacia otras esferas; los obvios prejuicios porteños hacia la “gente del interior”, las tradiciones de esos pueblos que tienen sus mecánicas internas y hasta, sin spoilear, un relato LGBT diferente a lo que se acostumbra y de una interesante sensibilidad. La banda sonora acompaña en momentos precisos con sinfonías de Bach que aportan a ese clima entre sereno y cercano a la comedia, como si la visión de la protagonista no pudiese creer lo que enfrenta. La fotografía aprovecha los escenarios abiertos de Nechochea para recrear El Olvidado, pero cambia cuando se traslada al ámbito judicial para expresar el encierro y la falta de respiro y claridad de ese lugar. Planos y contraplanos, picados, metáforas alegóricas, Mirás se vale de recursos de extrema profesionalidad para hacer que su película también se exprese en imágenes y le otorga un ritmo dinámico que no decae y hasta apasiona. Prueben no gritar de impotencia frente a la escena de la pericia psiquiátrica. Ya hablamos de Barrientos pero es importante remarcarlo, estamos frente a una de nuestras mejores actrices en la actualidad. Gloria es un cúmulo de tics sutiles, maneja un vocabulario real, y una forma de ser sincera. Barrientos la ama y lo transmite a la pantalla; es un gran personaje en una gran actriz, de fuerte compromiso con la pantalla. Pero no está sola; ya se sabe, si María Onetto se quiere hacer odiar, la vas a odiar, Rivas es el conjunto de todo lo que el común de los ciudadanos creemos que está mal en la justicia. Es soberbia, arrogante, oportunista, corrupta, y antepone su propio interés de ascenso por sobre la posibilidad de hacer justicia. Grandinetti quizás necesitó de algo más de tiempo en pantalla, o es lo que nos hubiese gustado, porque el juez que interpreta sorprende por ser diferente a todo lo que le vimos interpretar, tiene características visibles, pero jamás caen en un estereotipo o exageración. A este trío lo acompaña un sólido elenco en el que también se destacan el mencionado Barassi, Pacha Rosso, Jorgelina Aruzzi en otro rol brillante, Mirás que también luce convincente en un personaje de gran ternura y de difícil composición, y un conjunto de actores marplatenses que no presentan dificultades, todos están en su justa medida a pedido de lo que pide la propuesta con una dirección actoral notoria aceitada que fortalece la química entre ellos. No alcanzan los elogios para una película tan sorprendente como El peso de la ley; que no necesita de ser ampulosa, que se da el lujo de ser declamatoria y arrojar duras sentencias, que ofrece algunos duelos actorales memorables; y sobre todo que nos deja pensando y planta muy firme frente a algunas denuncias que bien pueden trasladarse a la actualidad vivida en estos días. Excelente. Imperdible.