La cuarta película de Maximiliano Pelosi, segunda ficcional, Mariel espera, retrata de un modo casi intimista la frustración de una mujer de clase acomodada frente el deseo que el dinero no puede comprar. Mariel (Juana Viale) y Santiago (Diego Gentile) lo tienen todo. Son jóvenes, profesionales, se quieren, y acaban de dejar de ser inquilinos para ser propietarios de un lujoso departamento de estilo. La suerte parece estar de su lado, además, Mariel está embarazada. ¿Durará esa buena fortuna? Claro que no. Ambos acuden a una ecografía de rutina y el médico (Claudio Gallardou) les informa que no hay latidos, el feto, el bebé, ha fallecido. ¿Cómo seguir? Mariel debe esperar uno días (dos o tres le dice el obstetra) a que se realice el desprendimiento de forma natural, una intervención quirúrgica puede ser riesgosa. Los días pasan y ese desprendimiento no se produce ¿Cómo seguir? A lo largo de sus películas, Pelosi demostró ser un atento observador de la rutina diaria de vidas que quizás no tengan algo demasiado particular pero sí sirven como botón de muestra sentimental. Desde la historia de cuatro gays judíos en Otro entre otros, su propio casamiento con otro hombre en Una familia gay, o la simpatiquísima historia de esas dos solteronas que intentan arreglarle la vida a sus vecinos en Las chicas del 3°; siempre el foco estuvo puesto en las emociones que atraviesan sus personajes; algo que en Mariel espera, co-escrita por Walter Tejblum, queda traslucido. Mariel vive en un entorno de exigencia, trabaja en una empresa de iluminación dedicada a lo artístico, puja por largarse a una carrera profesional propia, su madre (Roxana Berco) le remarca su noviazgo idílico en comparación a la difícil vida en pareja que le tocó a ella con el padre de Mariel, y Santiago encuentra refugio en concretar la compra del departamento. Quizás desea aferrarse a lo único que podía hacerla feliz de modo natural, aunque ese eso ya está muerto. Más allá de una narrativa que a veces bordea lo melodramático, pero nos hace sentir el vacío interno que siente Mariel, hay una apuesta fuerte por el lenguaje visual. En comparación a su anterior film de ficción, en Las chicas del 3° los planos eran cerrados y coloridos, deliberadamente de tono exagerado; claro, ahí hablábamos de un grotesco. Mariel espera podría ser un opuesto, si bien no abundan los exteriores, los planos son abiertos, de mucha luminosidad, preminencia de colores blancos, en un tono calmo, casi ascético; la sensación que se nos produce es el de la nada alrededor, ese mundo ficcional al que Mariel está atada por sola pertenencia. Juana Viale afronta un protagónico absoluto en un rol exigente, no siempre logra estar a la altura de lo que pudo ser algo conmovedor, más allá de sus limitaciones podemos decir que Pelosi como director de actores logra sacarle buenos momentos y aprovecha los rasgos fisonómicos de la actriz para lograr capturar expresiones que apoyan la narración. Entre los secundarios, Diego Gentile, la talentosísima y camaleónica Karina K como la jefa y competidora femenina, Roxana Berco, Dan Breitman, y hasta una irreconocible Graciela Alfano hacen la diferencia con interpretaciones logradas ajustadas a la exigencia de la propuesta. Mariel espera habla de la maternidad y el dolor de la pérdida de un embarazo, pero también habla de una clase social auto exigida, con estándares inalcanzables y una puja por poderío de clase que puede resultar más desgarradora que el propio aborto. Con momentos cercanos al estilo de “drama francés de autor”, Pelosi presenta una propuesta diferente de su filmografía y se posiciona como un realizador al que siempre habrá que prestarle atención.
Los caballeros de la mesa redonda; Arturo, Lancelot, y Ginebra; Merlín; Excalibur. Las leyendas que narran la historia del mítico Rey Arturo y sus valientes caballeros se encuentran dentro de las historias medievales que más veces han sido adaptadas a la gran pantalla, aún más que el propio Robin Hood. No nos alcanzaría estas líneas para enumerarlas todas, pero han pasado por todo tipo de géneros y estilos, desde los más fantásticos, a los más realistas, dramáticas, aventureras, románticas, animadas, con un personaje actual que viajaba en el tiempo, en clave paródica; en fin hay reyes Arturo en el cine como para empacharnos, a posibilidad de esta historia que originalmente fue contada de boca en boca y no necesita respetar ningún asevero con una historia real fue inspiración para realizadores de la talla de John Boorman, Antoine Fuqua, Gary Goldman y Don Bluth; y en esta ocasión el inglés Guy Ritchie. Hubo una época allá hace casi veinte años en que Ritchie se hizo de un nombre inmediatamente con su ópera prima Juegos, trampas y dos armas humeantes, eran tiempos en el que el cine inglés y el de gánsteres estaba teniendo un renacer de la mano de estilos ágiles, videocliperos, gancheros, e historias que podían atrapar a un público joven. El tiempo pasó, Ritchie quiso asumir otros riesgos, no le fue tan y pareciera desde entonces querer emprender un eterno regreso a sus fuentes, sea cual sea el material de base con el que cuenta. Lo hizo con los dos Sherlock Holmes, lo hizo con El Agente de C.I.P.O.L., y lo vuelve a hacer en esta Rey Arturo: La leyenda de la espada que probablemente ostente el dudoso honor de ser una de las peores adaptaciones de esta historia… si es que con la cantidad de licencias que se toma se puede seguir considerando una adaptación. El guion, escrito a ocho manos entre el propio Ritchie, Joby Harold (cuyo mérito es haber realizado la curiosa Bajo anestesia), Lionel Wigram (colaborador en El agente de C.I.P.O.L.), y David Dobkin (cuyo prontuario adjudica los guiones de R.I.P.D. policías del más allá y la simpática y bizarra Demencia Macabra); presenta a primera vista el típico relato de camino del héroe. Uther (Eric Bana) y Vortigern (Jude Law) son hermanos, Uther es rey, Vortigern lo envidia, traiciona y asesina, quedándose con el trono y hundiendo al pueblo bajo su tiranía. Arturo es el hijo de Uther, que crecerá hasta convertirse en un líder natural (Charlie Hunnam), y ante la presencia de la mítica espada Excalibur revelará su destino llevar a cabo su venganza y terminar con el malvado Vortigern. A grandes rasgos, la historia es esa. Claro que en el medio están los caballeros, las damas… y una extraña necesidad por evitar nombrar a los personajes clásicos que todos conocemos. Lancelot, Ginebra, y Merlín puede que estén, pero costará un poco identificarlos a los menos hábiles. La espada Excalibur marca su destino, está clavad en la piedra, pero lejos de ubicarse en el centro de la historia (como podría indicar su título) es desplazada como un elemento más, si hasta se decide cortar e lplano de la escena que todos queremos ver en una historia del Rey Arturo y Excalibur. Rey Artur: La leyenda de la espada sería una precuela de la historia clásica, cuenta los hechos previos ¿?, pero, de todos modos, no se entendería así la presencia de algunos datos que deberían ser narrados cuando en una eventual continuación nos cuenten la historia clásica. Ritchie es el de Snatch, cerdos y diamantes, y se empeña en demostrárnoslo en cada escena. Arturo y su grupo funciona como una pandilla, son marginales, sucios y mal hablados, tienen una postura “cool”, y cortes de pelo y vestimentas que nos hacen pensar que realmente la moda es cíclica. La banda sonora (sumamente irritante y anti climática) y el montaje – el elemento clásico del director de RocknRolla que mezcla la ralentización seguida por cámara rápida a puro martilleo visual – también transitan el mismo camino de tono moderno. No es la primera película ambientada en la época medieval que mezcla elementos actuales, recordemos la simpática Corazón de Caballero; pero en esa ocasión la intención era abiertamente realizar un híbrido entre la aventura clásica y la cultura pop; Rey Arturo: La leyenda de la espada, se lleva la aventura clásica a marzo, quizás hubiese funcionado mejor introduciendo un personaje actual en épocas antiguas al estilo de En el nombre del rey 2. Tampoco funciona bien la mezcla entre una historia de gánsteres que quieren retomar su lugar en las calles, con los elementos fantásticos sobrecargados aún para una historia con espadas superpoderosas y hechiceros ancestrales ¿Cuándo vieron sirenas en la historia del Rey Arturo? ¿Era necesario que Vortigern termine siendo tan similar a Darth Vader? La mezcla de tonos, con efectos digitales que tampoco son los mejores, y escenas de acción torpemente realizadas, llevan a una historia dispersa por demás a la que cuesta prestarle atención y comprender lo que está sucediendo. Su duración de algo más de dos horas puede parecer eterna. Rey Arturo: La leyenda de la espada es un film fallido en varios aspectos, quizás se pueda rescatar la interpretación de Jude Law que se divierte con su pérfido personaje, del resto es poco lo que se puede rescatar. Guy Ritchie tiene un estilo muy propio, debería entender que no todas las historias se adaptan bien a ese estilo.
En los últimos años, el cine rumano se ha convertido en referencia ineludible de dramas intensos que no le esquivan a la actualidad, a la árida historia del país, y temáticas espinosas que ponen a sus protagonistas en el eje de las discusiones. Graduación es la última película de Cristian Mungiu, quien nos sorprendía hace ya diez años con 4 meses, 3 semanas, 2 días, con la que se convirtió en el último ganador a Mejor director del Festival de Cannes; y en la que vuelve a demostrar que la tradición se encuentra vigente. Así como en el film de 2007, Mongiu se atrevía a tratar el aborto de un modo franco, directo y sin medias tintas; en esta ocasión nos propone un protagonista con el que no nos será fácil empatizar. Adrian Titieni es Romeo, un médico llegando a los 50 años que mantiene una reputación ciudadana de fachada intachable. Casado, y con una hija, Eliza (María-Victoria Dragus) el hombre da consejos e intenta guiar la vida de quienes lo rodean. Determinados acontecimientos hacen que Romeo quiera que su hija vaya a estudiar en una universidad fuera del país, buscando lo mejor para ella. Romeo persiste en la vida de ella, intenta “estarle encima” para que tenga todas las herramientas que Rumania no parece ofrecer. Pero tras esa fachada, hay un matrimonio quebrado; un hombre que mantiene una amante a la que también maltrata, que no es precisamente ético en su profesión, y que mantiene con su hija una relación tirante y de doble moral. Mungiu utiliza a Romeo como un claro ejemplo, botón de muestra de una sociedad que pensada que al terminarse el período comunista de Nicolae Ceaușescu saldría a la luz como una Nación naciente y pujante; y se chocó con la triste realidad que se esconde detrás de eso que se conoce como globalización. Romeo hace rato entró/fue empujado en un espiral del que no puede salir. Es consciente de que mantiene una mentira, pero la sostiene para sobrevivir en esa sociedad que lo exige. Graduación no es un relato fácil, golpea, angustia, y más de una vez molesta. Mongiu retoma algunos temas que ya habían sido tratados en su filmografía, y lo hace de un modo que busca incomodar. Romeo es expuesto en todas sus bajezas, pero el realizador no lo juzga, intenta comprenderlo dentro de su entorno. Quizás la mirada del director, o del espectador, sea la de la hija, que mantiene una cierta inocencia. De tono austero, ritmo lento, y muy dialogada; se exige un espectador acostumbrado a estas propuestas. La utilización de largos planos secuencia, enfatiza el peso de los diálogos y la gravedad de las situaciones. Titieni y Dragus logran interpretaciones remarcables, hay en ellos una química tirante, pero también cercana, muy lograda. La situación que vive Rumania puede ser extrapolada a otros países afectados por este (no)sueño de la prosperidad capitalista; por eso su cine, pese a ser localista, es fácilmente asimilable universalmente. Graduación es otra valiosa muestra de estos valores.
Un universo femenino cargado de provocación, lazos familiares asimétricos, y una propuesta en el que la estética y la teatralidad copan la escena. Moroco Colman lleva su cortometraje de 2010 al largo en Fin de semana, de reciente paso por la 19° edición del BAFICI. Carla emprende el camino de regreso. Se presenta en el pueblo en el que pasó su juventud y del que parece haber huido. El motivo de ese regreso es el fallecimiento del padre de Martina, bastante más joven que Carla, una chica rebelde que no parece estar dispuesta a escuchar de consejos. Carla se quedará un fin de semana en ese pueblo a orillas del río, y tendrá que convivir con Martina en la misma casa. Los roces no tardarán en llegar. ¿Quién es Carla? Es algo que Moroco Colman nunca se dispone a expresar, por lo menos no vivamente; aunque varios indicios indican que es la madre biológica de Martina, que el muerto fue su marido, y que deberá tener una relación de cortesía con quien era la nueva pareja del fallecido. Aunque también podría ser la hermana de Martina, o una amiga muy íntima de la familia, quizás sea que no importa. Lo importante es la relación entre Martina y Carla. La más joven es una chica saliendo (o todavía dentro) de la adolescencia, con una ebullición de hormonas y poco respeto por lo normado. Rechaza todo tipo de control, en especial si provienen de Carla. Carla intenta conectarse con Martina, pero constantemente rebota contra una pared, se alarma ante su estilo de vida, intenta poner algún freno y resulta imposible. Claro, Martina sale con Diego, que es casado y no tiene ninguna intención de dejar de serlo, menos quiere blanquear la relación con Martina, y además es mayor de edad siendo Martina menor. Con el correr del metraje, si no lo intuimos desde el principio, veremos que Carla y Martina no fueron ni son tan diferentes. Fin de semana es un hervidero provocativo, los cuadros están llenos de sexo libre, de ruptura, de transgresión. Siguiendo ese propósito, Colman opta también por una transgresión estética. Diferentes tipos de encuadre, de iluminación, todo girando alrededor de tres relaciones de aspecto diferentes (sería fundamental verla en sala, en pantalla grande). A cada relación de aspecto le corresponderá un estilo de fotografía diferente, no de modo caprichoso, las imágenes acompañarán el estado en el que se encuentra la historia y los sentimientos de sus personajes. Sofía Lanaro como Martina exuda precoz erotismo, una interpretación muy libre y jugada, que juego con Lisandro Rodriguez (Diego) un juego de constante provocación, que llega a picos emocionales realmente altos. Un personaje que vive constantemente al límite de quemarse no es sencillo de abordar, y Lanaro sorprende. Quien no sorprende es María Ucedo como Carla, a esta altura Ucedo se elevó como una de nuestras mejores intérpretes actuales, y en fin de semana sencillamente vuelve a demostrarlo. Carla pasa por diferentes capas, etapas, y en todo momento la actriz de Contra las cuerdas lo sostiene con extrema convicción. Sus duelos con Lanaro y otra grande de la escena como Eva Bianco serán los puntos más alto de esta propuesta. Fin de fiesta pertenece a ese cine independiente con intenciones rupturistas. No extraña que su director provenga del mundo de la arquitectura. La apuesta visual es fuerte y expresa más que los diálogos ya de por sí construidos con corrección. Un film que inmediatamente capta nuestra atención.
A esta altura decir que Marvel Studios tiene una fórmula propia para realizar as adaptaciones al cine de sus personajes del cómic no es ninguna novedad. Muy probablemente, Guardianes de la Galaxia sea el ejemplo más puro de esa fórmula que mezcla una edición rápida, personajes gancheros, colores llamativos explotando en nuestros ojos, múltiples referencias a la cultura pop y, sobre todo, la filtración constante de comedia. En este sentido, el Volumen 2 de la saga que se inició con el exitoso film de 2014 ofrece lo que se espera de ella, ni más ni menos que una más, aunque quizás con algunos excesos. En el primer film esta banda era presentada como un grupo de rebeldes que terminaban uniéndose contra su voluntad en un equipo de acción en defensa del universo. En esta segunda entrega, que repite a James Gunn detrás de cámara y en el guion, el aspecto rebelde y quizás ambiguo – acercándolos a algunos a ser villanos reconvertidos – de sus personajes no es tan notorio, por lo que las diferencias con la línea principal de super héroes de Marvel, Los Vengadores, es bastante menos notoria. Todo comienza con Star Lord (Chris Pratt), Gamora (Zoe Saldana), Drax (Dave Bautista), Rockett Racoon (voz de Bradley Cooper), y Baby Groot (voz de Vin Diesel) cumpliendo el encargo de entregar unas baterías en el planeta regido por Ayesha (Elizabet Debicki con casquete y dorada a lo Goldfinger). El intercambio sale correctamente, pero Rockett Racoon, básicamente porque sí, decide robarse algunas baterías, por lo cual serán perseguidos por Ayesha y los suyos durante buena parte del film. Paralelamente, o conjuntamente, trasladan a Nebula (Karen Gillan), villana y hermana de Gamora, a la cual tienen prisionera en la nave y expectante a una traición para poder liberarse y cumplir con su venganza. Paralelamente, o conjuntamente, se cruzarán con Ego (Kurt Russell), especie de Dios creador de materia, un celestial, quien resulta ser el padre de Star Lord/Peter Quill. Como si esto fuese poco, en buena parte del film, Rockett Raccon se separará del resto y vivirá otra historia junto a Yondu (Michael Rooker). Sí, a Guardianes de la Galaxia Vol. 2, le cuesta hacer pie. Presenta varias historias que se relacionan unas con otras, pero se anejan por carriles separados, por lo que, extrañamente, en gran parte de sus más de dos horas de metraje, pareciera no tratarse de nada más que de mostrar a sus personajes haciendo algo. Ayesha, que se supone es la villana, o es lo que se nos muestra durante casi toda la película, desaparece prontamente, para pasar a otra cosa, y luego volver, y volver a desaparecer, y volver. Así, nunca se encuentra a la altura de las circunstancias. Hay química entre los personajes, es innegable, aunque esta vez, a diferencia de la primera, las acciones son más solitarias que de conjunto. Se agradece también que el personaje de Yondu haya crecido, siempre da gusto ver a Michael Rooker, aunque sea pitufado. Kurt Russell, Karen Gillan, y Pom Klementieff (como Mantis en empática que vive junto a Ego) sacan buen provecho de sus personajes y se acoplan bien al conjunto. El resto será otra vez cuestión de gustos. El ritmo resulta anti climático, cada escena debe ser cortada por una línea humorística que de tan esperada ya no es tan efectiva. Se genera emoción, se lanza un chiste y nos vuelve a donde estábamos; los villanos intentan sugestionar, hacen alguna pavada para que nos riamos; los momentos de acción son musicalizados con canciones gancheras de onda retro (la marca de fuego de la saga) que le restan vértigo, y otra vez, se muelen a golpes, pero no pueden evitar lanzar un gag atrás del otro. La épica, para otra ocasión. Al ser una secuela se evita de presentar a la mayoría de los personajes, rápidamente se los pone en situaciones, y se cae a una serie de relatos en los que se supone que los mismos ganarían en profundidad. Lo cierto es que hay un tramo importante en el que solo vemos gags, situaciones que no conducen a ningún lado, y la acción se hace esperar a un final que recién alcanza un buen climax promediad los últimos diez o quince minutos. Guardianes de la Galaxia tiene sus fans, y Marvel aún más, a ellos irá dirigida esta película que lejos de innovar se siente cómoda en la fórmula habitual. Para el resto que querríamos ver algo diferente, tendremos que seguir esperando una vez más.
Psiquis y sangre. Nicolás Tuozzo se perfila como un director de énfasis ecléctico. A su ópera prima Próxima Salida, suerte de emblema del cine de denuncia social de principio de siglo, le siguió la experimental Horizontal/Vertical; y ahora, ocho años después, se atreve al cine de género desde la superproducción con Los Padecientes, un film bien diferente a sus anteriores trabajos. ¿Film por encargo? No sabemos. Los Padecientes pareciera tener más la impronta de su creador en las tintas novelescas, el psicoanalista Gabriel Rolón, famoso además de escritor por ser durante años el co-equiper de Alejandro Dolina en su clásico radial de medianoche. En efecto, tal como lo hacía Tesis sobre un homicidio con el derecho, Los Padecientes plantea un homicidio y un “encargado” de resolverlo que no pertenece al ámbito policial detectivesco, sino al del psicoanálisis. Pero esa no es la única similitud con el film de Hernán Goldfrid. Benjamín Vicuña es Pablo Rouviot, un reconocido psicoanalista, con varios libros escritos y fama popular, que perfectamente podría ser un alter ego del propio Rolón, aunque el personaje de ficción pareciera ser más académico. Por recomendación de su amigo y también psicoanalista José “El Gitano” Heredia (Pablo Rago), es visitado por Paula Vanussi (Eugenia “La China” Suarez), hija de Roberto Vanussi (Luís Machín), un hombre tan acaudalado como poderoso que recientemente fue asesinado. Paula no necesita de Pablo sesiones de terapia, lo necesita para que visite a su hermano Javier (Nicolás Francella), acusado de ser el asesino de su padre, actualmente internado en una clínica psiquiátrica en un coma inducido, y firme su dictamen de inimputabilidad. Si ya de por sí el pedido es extraño, cuando Pablo investigue la historia de los Vanussi, visite a la hermana menor de trece años Camila (Ángela Torres) y descubra qué había detrás de Roberto, sospechará que Javier puede no ser el asesino. Todo se complicará aún más cuando comience a recibir amenazas para abandonar la investigación. Pablo Rouvier podría ser aquel Roberto Bermúdez que interpretó Ricardo Darín, ese hombre que se ve obligado por las circunstancias a cumplir un rol de detective que no es el suyo, y para ello utiliza sus dotes de eximio profesional, allá derecho, acá las ciencias de Lacan. También comparten el tener un director que no viene del mundo típico del cine de suspenso, la sospecha de que hay algo engañoso, y una elegancia –y cierta frialdad– en la puesta en escena. Pero hay otro film del cual Los Padecientes es aún más deudor, Testigo Silencioso de Bruce Beresford. Pero mejor será que eso lo descubran ustedes mismos viendo la película, aunque advertimos las similitudes abundan. Los Padecientes respeta la fórmula, no intenta innovar en el género y se limita a algunas escenas cargadas de tímida osadía sexual para apartarse del suspenso más “light”. También se anima a plantear un tema de constante actualidad, que puede servir para reabrir el debate de consciencias, aunque es cierto que el cine argentino no es la primera vez que habla de ello, y hasta se animó a hacerlo de modo más crudo y franco. La fórmula que aplica Los Padecientes más de una vez trastabilla. En su primera mitad hay algunas situaciones mal resueltas, inverosímiles, o demasiado anticipadas, hasta si uno es cruel puede ser inducido a la risa involuntaria; todo ello no hace más que apartarnos del clima. Luego, en su segunda mitad, cuando se adentre bien en el suspenso clásico, la propuesta se encarrilará y alcanzará el tono justo aunque en la resolución persistan detalles sin demasiada lógica. Por otro lado, hay en todo momento alguna dificultad en el traslado al mundo cinematográfico. Se sabe, las novelas y el cine no son el mismo lenguaje, y aquí más de una vez se recae en explicaciones, frases, y remarcados que en un escrito quedan bien, pero en el cine, con las imágenes y los personajes cobrando vida, suenan a reiterativo y superficial. Similar sucede con el ambiente psicoanalítico que a veces alcanza momentos didácticos como si los personajes le hablasen al espectador y no entre ellos. Si los que están hablando entre sí pertenecen al mundo psiquiátrico ¿para qué se repiten teorías, postulados, y prescripciones médicas que se supone ambos ya conocen? Otra vez, en el recurso literario puede quedar bien, en el cine suena extraño. A nivel interpretativo el film funciona entre un Benjamín Vicuña correcto sin más, Eugenia Suarez algo limitada en sus dotes interpretativas; pero mejora en los roles secundarios con Nicolás Francella apartándose lo suficiente de lo que comúnmente le vemos hacer (como ya lo demostró en la reciente Maracaibo), muy logradas composiciones de Luís Mchín (capaz de remontar cualquier barrilete) y sobre todo de Ángela Torres que alcanzará picos dramáticos muy fuertes. Pablo Rago en un rol más relajado es otro apunte de lo mejor del film. Conclusión: Con tropiezos narrativos parciales, una apuesta visual muy correcta y dinámica, e interpretaciones variadas y algunas muy logradas, Los Padecientes es un film de resultado aceptable, que se anima al cine de género desde la alta producción y no teme a exponer una temática dura con sexualidad parcial. Para aquellos que busquen un buen entretenimiento sin más, cumple sin que le sobre demasiado.
Había una vez un director cuya ópera prima prometía una visión negra e irónica del American Way Of Life. Peter Berg debutaba en el cine allá por 1998 con Malos Pensamientos, la película que demostró que Cameron Diaz era más que una rubia tonta, la que trajo de regreso a Christian Slater por un rato, la que nos contó como un grupo de amigos de suburbio tratan de ocultar un homicidio culposo en una despedida de solteros con tal de mantener un status quo. Claro, a esa ópera prima tan prometedora le siguió algo bien diferente, salvando simples productos de aventuras como El Tesoro del Amazonas o Hancock (y a esta había que releerla entre líneas), Peter Berg se dedicó a ser una suerte de Michael Bay con un poco menos de presupuesto y ruido, un poco. Un puñado de films de manual que imprimen un patriotismo a ultranza por sobre la historia, que acumulan clichés y, sobre todo, una deliberada trilogía que lo unió al actor Mark Whalberg, y que con Día del atentado parece llegar a su fin. El sobreviviente, Horizonte Profundo y Día del Atentado comparten en común un director, un protagonista, estar basadas en hechos reales que revisan personajes heroicos de la ciudadanía común estadounidense, y hacerlo con el mayor trazo grueso patriótico posible además de una imponente puesta en escena. En esta ocasión se sigue la historia del atentado ocurrido en la maratón de Bostón de 2013. Antes de cruzar la meta, detonaron dos explosivos caseros que causaron casi trescientos heridos y tres muertos. El film de Berg, con guion escrito a cuatro manos (incluyendo la del propio director), sigue la fórmula clásica que ya nos presentó en Horizonte Profundo, los personajes antes del hecho, la maratón en sí misma, y el foco principal en la investigación posterior para dar con los responsables. Durante cuatro días se dio caza a los responsables que terminaron siendo los hermanos Tsarnáev. Para este fin, se recurre tanto a personajes reales como ficticios, los que pondrán un mayor énfasis a lo que se pretende presentar. Nuevamente nos referimos al anterior film de su director, un elenco grande y de nombres llamativos intentan hacer la diferencia. A Whalberg se le suman J. K. Simons, Melisa Benoist, Kevin Bacon, Michele Monaghan, y John Goodman entre un largo etcétera que intenta contar la historia desde diferentes ángulos. Los personajes que interpretan a los policías e investigadores si bien se presentan de modo diferentes, todos tienen carisma. Se apunta a mostrarlos como personas reales, a presentarlos en un entorno, y lejos de ser superhéroes. Ya no son los años ochenta, ya no se nos presenta a esos héroes solitarios frente al mundo, ahora prevalece el trabajo en equipo y hasta se permiten ser imperfectos… aunque los villanos siguen siendo tan extranjeros y ridiculizados como siempre. Durante sus más de dos horas (que, aunque tienen dinamismo se sienten y se pudieron achicar) hay un intento por no ser tan explícito con el patriotismo, se lo muestra solapado, entre línea. Sin embargo, sobre el final, y en los momentos en los que se olvida de ser disimulada, las líneas de diálogos patrióticas e imágenes alegóricas pueden sobrepasar cualquier verosímil. Su apartado técnico es discreto y hay escenas de acción que se destacan por su articulado manual. Puede resultar entretenida si se toman los recaudos necesarios, pero nada que perdura en nuestra memoria, su medio término no colabora. Día del atentado es prolija, no llega a aturdir, pero fuerza todas las tuercas para causar emoción y que nos den ganas de besar la bandera, lástima que no sea nuestra bandera.
Con bastante retraso llega uno de los films animados que más sorpresa causó en los últimos años, por lo menos en esta región del mundo. Anina de Alfredo Soderguit, es el film uruguayo que hace cuatro años tuvo el honor de participar en el festival BAFICI, tanto en la competencia BAFICITO como en la Competencia Internacional. Basada en la novela de Sergio López Suarez, es una pequeña película que habla de una niña con una “maldición”, su nombre es tres veces capicúa (Anina Yatay Salinas) y piensa que además es horrible. Sus padres intentan convencerla de que es hermoso y su abuela le arma un listado de los nombres más feos del mundo. Pero los niños son crueles, y Capicúa es el mote que recibe todos los días en el patio cuando va al recreo. Una niña, Yisel, a quien Anina no soporta, termina un día provocándola luego que ella le tirara su sándwich al piso. Anina le dice Elefante y ahí la pelea. Son convocadas a la dirección al otro día con sus padres y la directora les da un sobre lacrado y una semana en suspenso del castigo acorde a la situación. Y ahí comienza verdaderamente el filme, porque no hay nada peor para un chico que el “no castigo”. La ansiedad de no saber qué pasará en el futuro los planes que elucubrará para saber qué puede contener el bendito sobre. Película con un aura y atmósfera reconocibles (las calles, los colectivos, las milanesas con papas fritas, las viejas chusmas, la maestra mala, la buena, el patio, la lluvia), “Anina” aboga por una simplificación de los procesos y un retornar a lo simple. La maestra mala (Srta. Agueda) grita y canta “la letra con sangre entra” o “castigo y sanción para todos” y Anina la enfrenta, y ahí se convierte en la heroína de sus compañeros y comienza a empatizar con Yisel. Hermana de otros personajes entrañables del cine y la TV como Madelaine, Matilda y Olivia, Anina reflexiona sobre la niñez y el aprendizaje sin golpes bajos y con un enorme amor al cine. Los trazos de su animación son tan simples como entradores, Hay algo de dibujo a crayón, de pegado de papel, de pura infancia. Es difícil saber su aceptación en otras partes, verla en este rincón del planeta es viajar directamente a los recuerdos de nuestra infancia. Pero también hay algo que atraviesa lo generacional, su purísima inocencia la convierte en ideal tanto para niños (más bien chicos) de ahora como los que atravesaron esa edad hace ya varias décadas. Tierna, graciosa, reconocible, preciosa, tenemos otra oportunidad de ver Anina en salas, créanme, hay que aprovecharla.
Calladito y sin levantar mucha polvareda, el noruego André Øvredal viene construyendo una carrera cinematográfica sólida y de mucha expectativa en el futuro. Con dos títulos previos, Future Murder y Troll Hunter (Trolljegeren), sobre todo este último resultó una sorpresa vox populi y alcanzó rápidamente un status de culto entre los seguidores del género. Su mezcla de tensión, relajada con humor y un estilo tradicional a la hora de filmar (más allá de que Troll Hunter simulaba ser un documental, o metraje encontrado) lo posicionan como uno de los realizadores con los sustos más efectivos de la actualidad. En La Morgue (The Autopsy of Jane Doe), Øvredal vuelve a dejar su marca, habiendo cambiado la amplitud del bosque por los espacios completamente cerrados. ¿Habrá algún lugar más propicio para el terror que una morgue? Películas como Nightlife o la reciente El cadáver de Anna Fritz parecen demostrarlo. Tommy y Austin son un padre y un hijo que se dedican a esa labor, es más, la morgue pareciera quedar en la propia casa que habitan. Tommy (Brian Cox, inoxidable) está entregado a su trabajo, toma un rol de cuasi profesor e intenta explicarle a su hijo (Emile Hirsch ¿este chico envejece o se va haciendo más joven?) todos los secretos de la profesión. Probablemente le sirva para escaparse de la realidad de la muerte de su esposa. A Austin no le queda otra que seguir a su padre y no abandonarlo en su labor, más allá de posicionarla por encima de la relación con su novia (Ophelia Lovibond). Pero esa noche no es una noche más. El cadáver de una mujer ha sido encontrado desenterrado en el sótano de una casa, en el cual el matrimonio habitante también yace muerto. En plena rutina, y minutos después de que Austin decida quedarse esa noche con su padre, llega un último trabajo; el cadáver de esa mujer desenterrada, la que llamaran Jane Doe (modo de nombrar a las mujeres de las cuales se desconoce su identidad). Tommy y Austin comienzan con la autopsia, pero pronto notarán que este no es un cadáver más, bajo su piel, en el reverso, posee extrañas inscripciones antiguas… el terror ya comenzó casi sin que nos diésemos cuenta. Al ser prácticamente solo dos personajes (después hablaremos de ese prácticamente), el guion de Ian Goldberg y Richard Naing permite el desarrollo de ambos. Tommy y Austin tiene motivaciones propias, reales, entre los dos hay una real conexión de padre e hijo, y se siente a entrega de Tommy por lo que hace. En pasos de sutil comedia, ambos se harán querer, sin apurar la historia, y cuando nos queramos acordar, ya entramos en el peor de los terrores. Ambos deberán enfrentarse a esto que no terminan de comprender, a lo que intentan encontrarle una explicación racional que difícilmente tenga; y así, se alcanzarán picos dramáticos, sencillos pero efectivos por haber dedicado tiempo previamente a que los conozcamos a ambos. Brian Cox y Emile Hirsch se divierten en sus roles, crean una conexión real, y terminan siendo atípicos personajes en una película de terror. Pero hay un tercer personaje, esa Jane Doe, interpretada con logrado mutismo por Olwen Kelly, un cadáver, inmóvil, pero que mete miedo, y mucho, por todo lo que hace/no hace. Hace dos años, una de las críticas que se le hacía a la película de la muñeca Annabelle era su infructuoso intento por crear pavor con un personaje que nunca se movía y que solo hacía crear caos alrededor. Øvredal lo logró con su Jane Doe, cuando las cosas malas comiencen a suceder, mejor aferrarse a las butacas, porque golpes de efectos no faltan, y son realmente efectivos. En este punto, podría equipararse al clásico de culto Patrick, con una curiosa remake entregada hace unos años. Conclusión: La Morgue acierta en no apurar su ritmo, en introducirnos correctamente a los personajes y lentamente meternos en el terror con un clima creado paulatinamente. Respeta las fórmulas, pero sabe hacerle las modificaciones adecuadas del caso para que luzca original. André Øvredal entregó otra pequeña gran película de terror que bien vale la pena descubrir, como esta no llegan todos los días.
Hombre de mar. No es ninguna novedad decir que el cine muchas veces se utiliza como máscara para transmitir algún mensaje que trasciende la barrera de lo narrativo. Mensajes político-sociales, religiosos, y en este caso ecologistas. El cine argentino tuvo varios ejemplos de películas que, de un modo más directo o encubierto, sirvieron para transmitir “enseñanzas” a favor de la protección de flora y fauna. Sin irnos demasiado lejos, Gigante de Valdés y Bahía Mágica, se presentaron como fuertes exponentes en esta materia, aún con resultados por lo menos discutibles. El Faro de las Orcas, co-producción con España, insiste en la materia; y en los papeles tiene buenas armas. La novela de autobiográfica de Roberto Bubas en la que se basa y la adaptación de Lucía Puenzo entre otras firmas; la dirección de Gerardo Olivares que ya cuenta con experiencia en cine paisajista y con animales en el medio; y un dúo protagónico de actores de fuste acompañados de fuertes secundarios. A veces, las fórmulas exactas, fallan. Joaquín Furriel es Beto Bubas, el encargado de un aislado faro en la Península de Valdés. Solitario, el hombre tiene una conexión especial con las orcas, en particular con una. Esa conexión le permite establecer un contacto cercano que, como en el pasado trajo algún inconveniente, actualmente tiene prohibido al igual que cualquier poblador o visitante. Las imágenes de Beto con las orcas dieron la vuelta al mundo, y llegaron hasta España, a los ojos de Lola (Maribel Verdú) y su hijo autista Tristán (Joaquín “Quinchu” Rapalini). Tristán no expresaba emociones hasta que lo vio a Beto y su orca por la televisión. Convencida de que puede ser de gran ayuda, Lola llega a la Península junto a su hijo en busca de Beto. Es imposible no encontrar similitudes entre El Faro de las Orcas y las múltiples adaptaciones que han tenido en el cine las novelas de Nicholas Spark, en especial Mensaje de amor. Mujer sola de cierta fortaleza que esconde fragilidad, con un hijo, una zona desconocida y alejada para ella; un hombre en principio hosco, pero protector de los suyos. Un romance que se supone de opuestos. No hace falta que Furriel y Verdú demuestren su talento, ambos son figuras convocantes, y más allá de su belleza física, se sabe que les ponen el cuerpo a sus personajes. Aquí, la excesiva miel que se desprende de cada fotograma, y ese tono entre lento y distante que plantea (tal vez propio de la autora de Wakolda), atenta en más de una ocasión con la química entre los personajes, a veces lograda y a veces no. Sus interpretaciones tienen destellos, pero no son constantes. Ana Celentano y Osvaldo Santoro necesitaron de mayor espacio, nunca terminan de ser más que un relleno compuesto por buenos actores. El niño Quinchu Rapalini convence aún sin necesidad de llevar el autismo a un extremo. La cámara capta la belleza natural de nuestra Patagonia, y se amalgama bien con las escenas de orcas (que tampoco son tantas); pero también, queda flotando una idea de ¿cuál es el agregado que la lente le hizo a lo que de por sí es bellísimo de filmar con una cámara estática? Quizás, El Faro de las Orcas se hubiese beneficiado en un formato documental repasando la vida del Beto real; más de una vez pareciera haber una puja entre los dos estilos, y la narración dramática no llega a progresar lo suficiente ni a despertar el interés que debió despertar. Es más, el “conflicto” pareciera ser algo difuso. Cuando sobre el tramo final pareciera alcanzar el ritmo necesario, un final abrupto e irresoluto nos deja con expectativas de más. Conclusión: Quienes busquen un drama romántico de manual sin la necesidad de escapar a los clichés, encontrarán en El Faro de las Orcas una propuesta que ofrece sus momentos, que puede colmar sus expectativas de estar casi dos horas (aunque parezcan más) pasando un momento agradable junto a su pareja. Los que busquen algo más, deberán seguir buscando.