Sustos de ayer y hoy. En 1991 Kijo Suzuki publicaba la novela Ringu; pero no fue hasta 1998 con el clásico homónimo del terror japonés dirigido por Hideo Nakata que se desató el furor que durante muchos años fue la moda del J-Horror (Terror japonés). Si bien ya existía una adaptación cinematográfica japonesa de la misma novela hecha para televisión en 1995; no fue hasta el film de Nakata que todos empezaron a hablar de ella, llevando a varias secuelas, spin-off, series de televisión, parodias cómicas y pornos, y remakes en otros países como Corea del sur y por supuesto EE.UU. Hollywood no se hizo esperar y para 2002 ya teníamos La Llamada, dirigida por Gore Verbinski (que casualmente estrena esta misma semana nueva película, La Cura Siniestra) uno de los mejores exponentes de las adaptaciones mainstream del terror hecho en el extranjero, convirtiéndose en un clásico inmediato, y abriéndole las puertas a otras adaptaciones norteamericanas del J-Horror. En 2005 tuvimos secuela, hasta se trajo al propio Nakata para dirigirla, pero todos preferimos olvidarla. Ahora, casi once años después de no saber nada de aquel video que, si lo ves, siete días después te mueres; tenemos más noticias ¿Alentadoras? De la mano del director español Francisco Javier Gutierrez (Tres Días) y tres guionistas (David Loucka , Jacob Estes, y el inefable Akiva Goldsman) intentan retomar una historia que comienza con una secuencia pre-títulos arriba de un avión que, extrañamente nos hará recordar a nuestra Relatos Salvajes. Dos años después, en una feria, una estudiante llamada Skye (Aimee Teegarden) y su profesor Gabriel (Jhonny “Leonard” Galecki) se topan con una videocasetera, la compran, y al revisarla ¿adivinen qué? Tiene un VHS adentro, con una etiqueta que invita “Mírame”. Otro salto de escena, Julia (la italiana Matilda Anna Ingrid Lutz), finalmente la protagonista, debe despedir a su novio Holt (Alex Roe) quien parte hacia la universidad. A los pocos días pierde noticias de él, e investigando llegará al recinto estudiantil en el que nos enteraremos que Holt es estudiante de Gabriel; y que este último se encuentra haciendo una investigación científica empírica relacionada al mito de Samara y lo que se ve en el video. Para ese fin, digitalizó el video (sí chicos, es el nuevo Siglo, ahora los videos se ven online) e invita a varios de sus estudiantes a que vean el video y hagan una copia para romper con la maldición, virilizándolo dentro del campus. Por supuesto, Julia terminará viendo el video, y como ella es alguien especial (vaya uno a saber por qué) descubrirá que la maldición es más fuerte en ella, y que puede ver partes del video que los demás no había visto, hasta las ve en visiones posteriores… en fin. La Llamada 3 intenta retomar el camino de su primera entrega, realizando una investigación, y llevando a los protagonistas a un pueblo oscuro en busca de respuestas. Pero su principal problema es que no se define entre ser un reinicio (que en definitiva no les en absoluto) o una secuela más. En verdad, retoma hechos de la segunda entrega y no es que la ignora, sino que los vuelve a contar, de un modo más o menos diferente pero los mismos hechos, e intenta causar sorpresa con datos que ya sabíamos antes de verla. El desarrollo se inclina más por el misterio que por el terror, y no es un problema de “falta de muertes”, la primera tampoco apilaba cadáveres, pero mantenía una atmósfera inquietante permanente sobre lo que podía llegar a pasar. Nada de eso hay acá, no hay sorpresas, el misterio investigativo es más bien monótono, y hasta se privan de mostrarnos una de las muertes que aunque sea hubiese causado algo de impacto. La fotografía a cargo de Sharone Meir fluctúa permanentemente logrando una total falta de clima, va de tonos oscuros azulados, a soleado sepia, a oscuro verdoso, a… nada. No hay rigor estético de ningún tipo. Las interpretaciones de Lutz y Roe uno las imagina saliendo del casting de algún aserradero; no hay química entre ellos ni con el público, ni transmiten un mínimo de pavor; lo único que podemos hacer es ver lo parecida que es ella a Ellen Page. Ahí está también el inoxidable Vincent D’Onofrio extrañamente parecido a Facundo Cabral, en el momento No Respíres del film. El guion de vueltas y vueltas, se alarga, cuenta lo que ya sabíamos, contiene varios baches internos, y hasta se contradice con lo que vimos anteriormente y con lo que vemos en la propia entrega. Conclusión: La Llamada 3 intenta adaptar una historia que ya era redonda para una nueva generación acostumbrada a otros formatos, y falla atrayendo tanto al público seguidor como a los nuevos curiosos; por una serie de errores difíciles de pasar por alto. Los japoneses siguen sabiendo hacer mejor las cosas, como en la reciente y divertida Sadako vs Kayako; o quizás sea hora de dejar descansar ese video en paz.
Hace exactamente dos años se estrenaba una de las películas más taquilleras de los últimos tiempos; pero también, una que integró (casi) todas las listas de peores films de ese año. Cincuenta Sombras de Grey fue objeto de críticas despiadadas, burlas, y hasta una película paródica propia (ver nuestra review AQUÍ) … todo justificado. Como esto es una trilogía y los números mandan es hora de la secuela, Cincuenta sombras más oscuras; y lo mejor que podíamos esperar es que suceda lo que reza esa frase de autoayuda: cuando llegaste al fondo sólo se puede subir. ¿Habíamos llegado al fondo? El lujo es vulgaridad: Cincuenta sombras más oscuras nos ubica tiempo después del final de su predecesora. Anastasia (Dakota Johnson) había huido despavorida cuando Christian (Jamie Dornan) le mostró su lado más oscuro de perversión sadomasoquista. Pero Christian siguió insistiendo con poseerla y no pasarán muchos minutos del inicio para que vuelvan a estar juntos. ¿Listo?, ¿terminó?, ¿asistimos a un cortometraje con final feliz?. No, porque si en Cincuenta sombras de Grey se relucía una falta casi absoluta de conflictos, parece ser que era porque los estaban guardando todos para esta entrega. A la parejita le llueven los problemas por todos los flancos, y deberán enfrentarse a ellos para poder estar juntos. Por supuesto, al hablar de problemas nos referimos a ese tipo de conflictos que se conocen sarcásticamente como “problemas de ricos”; asuntos sentimentales, perfidias y desolaciones amorosas llevadas al extremo de parecer que nada más sucede en ese mundo perfecto construido alrededor. Hubo un cambio de director entre las dos películas, se fue la ignota Sam Taylor-Johnson y arribó el mucho más experimentado James Foley, quien también se encargaría de la culminación de la historia ¿Qué cambios trajo esta rotación? En primer lugar, Cincuenta sombras más oscuras pareciera estar menos centrada en los juegos sexuales de Christian y más enfocadas en los conflictos internos de los personajes, sobre todo de Anastasia, en quien se inclina la balanza esta vez. Las escenas sexuales están cortadas, son rápidas, y montadas al estilo regular de Hollywood de mostrar lo previo y pasar a lo posterior; casi como si tuviesen que estar sin mayores pretextos. En cambio, si hay mayor tiempo para verlos a ambos con caras tristes y afrontando las dificultades que los rodean. Esto podría haber sido favorable, hacer crecer una historia que anteriormente casi no se había desarrollado. Pero el inconveniente es que los dramas que enfrentan no se transmiten al espectador, todo es de por más superficial, inverosímil, y para colmo, resuelto de la peor manera. Las obviedades abundan, como si no hubiese alcanzado con una Steele que se muestra como una chica de hierro, y un Grey que tiene zonas oscuras, ahora aparecen más personajes redundantes como Jack Hyde (Eric Johnson) que sí, posee un lado oculto; o un salón de belleza que regentea la mujer que le enseño las artes sadomasoquistas a Christian (Kim Basinger quizás traída al ruedo por Nueve Semanas y Media) llamado Sclava. Todo tiene que ser remarcado, subrayado, y expuestos para que lo entienda hasta quien exclusivamente ve esa escena. Si la película apunta a un mayor crecimiento emocional, sigue faltando la progresión dramática, no hay explicaciones lógicas para el actuar de los personajes y hasta más de una vez son terriblemente contradictorios. Las cosas suceden porque el guión dice que tienen que pasar, y punto. A favor de Foley – que supo crear un buen clima dramático en At Close Range, y dirigió un aceptable producto semi erótico como este en Perfect Stranger – y hasta del guionista Niall Leonard, los problemas parecen venir de origen, de las novelas en la que se basa. Hay diálogos que son imposibles de remontar, situaciones que nos llevan a traspasar la risa involuntaria, y esa predilección por mostrar un mundo en el que la clase media no existe. Hasta cuando quiere esforzarse y bajar a sus personajes al “mundo real” (como cuando están el supermercado o el trabajo de Anastasia como asistente de una editorial) lo hace con una total falta de competencia que sólo termina confirmando lo anterior. Dakota Johnson y Jamie Dornan siguen sin poder transmitir ni la química entre ellos, ni el carisma de sus personajes; nuevamente ¿culpa de ellos o de lo que les toca jugar?. Como sea, no convencen. Igual suerte corren Basinger (con tres escenas telenovelescamente irrisorias), y Marcia Gay Harden, gran actriz, con mayor tiempo en pantalla esta vez, que no logra remontar a esa madre multimillonaria bien pensante. Conclusión: Cincuenta sombras más oscuras propone avanzar, aunque sea mínimamente, del estancamiento narrativo de la primera entrega; pero lo hace de modo tan torpe y superficial que sólo embarra los logros parciales de la sobriedad de su director. ¿Es mejor que la anterior? Sí. ¿Alcanza? No.
Con bastante tardanza llega está película de terror, ópera prima de Adam Schindler; y esta vez, el retraso no será un detalle menor. El año pasado una de los films del género más populares y comentados fue No respires de Fede Álvarez. La historia de esos tres jóvenes ladrones que irrumpían en una casa para realizar un “trabajo” simple en el hogar de un ciego que resultaba ser menos indefenso de lo que pesaban, fue celebrada por su gran creación de clima y tensión sin decaer en excesos de sangre. Cierto es que Intrusos se estrenó en su país antes que No respires, pero nosotros podemos disfrutarla varios meses después, más de un año de aquel estreno original; y las similitudes irremediablemente le juegan en contra, veamos. Anna (Beth Riesgraf) es una mujer joven que vive en una de esas casas enormes y antiguas (mucha madera rechinante, vió) sola con su hermano, postrado enfermo terminal que al poco de iniciada la historia fallecerá. Los problemas de Anna no se terminan en la soledad que la invade, sufre de agorafobia, lo cual no le permite salir de las paredes de su casa y no podrá asistir al entierro de su hermano. Pero hay más, con la anuencia del joven delivery al que ella considera algo así como un amigo (Rory Culkin), tres ladrones de poca monta se disponen a “visitar” a Anna y hacerse de una suma importante que acaba de cobrar. Claro, ahí terminan los problemas de Anna y comienzan los de estos cuatro hombres. La mujer tendrá agorafobia, pero está lejos de ser indefensa. Su aspecto y actitud inocente y conservadora, se contradice (en realidad no tanto con lo de conservadora) con la casa llena de trampas y artilugios que posee, sumados a los ataques de violencia que puede tener. Ahora, serán ellos quienes deberán tratar de salir con vida de las garras de esta fémina. Aun salvando las muchas similitudes de premisa con No Respires, repetimos Intrusos salió antes, habrá que ver que esa idea ya se ha visto otras veces, ´por ejemplo, en otra pieza clave del género como lo es Gente detrás de las paredes, con la cual guarda muchas más similitudes que el film de Álvarez. También podríamos mencionar la saga de Saw y en especial The Collector; sin llegar a la porno tortura. Intrusos será una propuesta que se deja ver sino pedimos mucho más que un entretenimiento sin exigencias de ningún tipo. Con su idea se podría haber logrado una mejor atmósfera y creación de clima, jugar con los tonos oscuros, los silencios, y las sorpresas sobre lo que puede llegar a pasar. En definitiva, todo eso que nos mantiene aferrados a la butaca, y que Schindler no llega a lograr, a cambio de una serie de golpes de efecto que cumplen su cometido pro son rápidamente olvidables. Lo mismo sucede con los personajes, se sabe que en estas películas las víctimas suelen ser peones a cazar; podrían haber tenido alguna motivación interesante que nos haga sufrir a la par de ellos, pero en general está bien, están puestos para verlos morir y ver si alguno eventualmente sobrevive. La cuestión es Anna, que tenía todo para ser una gran antagonista, con una gran personalidad, y un sadismo que la haga objeto de culto del terror, que queramos saber más de ella; como el ciego de No respires, o el falso matrimonio de Gente detrás de las paredes. Aquí no sucede, Anna fue creada con un manual bajo el brazo, es agorafóbica, y no le gusta que le roben por eso puso trampas en su casa, nada más. Intrusos llega tarde y no ofrece grandes dosis de originalidad ni una propuesta que quede en el recuerdo, pero para la hora y media que dura, no defrauda en cuanto a producto estándar. Las hay mucho mejores, pero también mucho peores.
Albertina Carri debe ser una de nuestras realizadoras más (sino la más) personales en actividad. Su obra se divide entre trabajos de ficción y documentales en los que gusta de bucear en las formas. Siempre provocativa de los espacios establecidos. Su última incursión en el cine data de 2008, en el mientras tanto creó uno de los mejores festivales locales de cine como lo es el Asterisco, expresó varias luchas sociales como figura del arte y ciudadana con derechos, y despuntó el vicio con algunas series de Tv como la maravillosa 23 pares. Pero era hora de regresar a la pantalla grande, y lo hace con todo, como si hubiese dejado a sus seguidores ahí, aguardándola desde la incursión a su historia que fue Los rubios. "Cuatreros" habla de lo imposibilidad de concreción, de su historia familiar, de cine, y por supuesto, de sí misma, cada fotograma habla de sí misma, y no solo porque lleve una narración en off omnipresente. Hacía tiempo que Albertina quería llevar a la pantalla la historia de Isidro Velázquez, el último gauchillo alzado de la Argentina, según sus palabras. Mítico personaje del Chaco, el padre de Carri oportunamente escribió sobre él; lo cual la habilita para hacer una narración paralela. Porque, en definitiva, Cuatreros no es un documental sobre Velázquez (para eso pueden ver online Isidro Velazquez, La Leyenda del Sapucay de Juan Richieri); es una experiencia que habla sobre la investigación sobre la historia del caudillo, la obra del padre de la realizadora desaparecido junto a su esposa en la última dictadura, y sobre su propia visión del cine. Como si fuese un work in progress que se pierde en su introspección y nos invita a un viaje riquísimo. Si ya conocen sus películas, sabrán que su cine no es el más convencional. Aún en obras como La Rabia o Gémenis, sus ficciones más “lineales”, hay un desafío al espectador en provocar todo tipo de sensaciones encontradas y sugerentes. Cuatreros estará más cerca de No quiero volver a casa y por supuesto, Los Rubios. Hay una necesidad ahí de hacer catarsis con todos nosotros, de buscar el límite y pretender que nos perdamos; bienvenido sea. No será esta quizás, la oportunidad para descubrir a su directora si no se está acostumbrado a un estilo narrativo disruptivo, sin un hilo conductor claro, fijo; quienes busquen la comodidad de lo básico (sin menospreciar) pueden salir descontentos. Quienes ya estén acostumbrados a su modo de expresar, encontrarán una Albertina Carri evocativa, plena, que nos propone dividir la pantalla en cuadros varios sin que nos sea posibles verlos a todos, debemos elegir “una historia” para seguir. Con un relato hablado que por más que esté todo el tiempo, no abruma ni sobre explica, acompaña esa inmensa cantidad de material de archivo propio como si fuésemos un ojo curioso en una intimidad que se quiere, se necesita, compartir. Cuatreros es la obra de una realizadora convencida de sus modos y formas, que nos interpela a modo de retórica, pero tiene ideas muy caras, y una historia tan fuerte que merece ser contada, a los gritos. Para convencionalismos, los demás.
Hace alrededor de un año nos enterábamos de la noticia del cierre de la productora que el propio Nicholas Spark tenía para llevar las adaptaciones de sus novelas melosas románticas al cine. Para quienes sintieron un vacío en el corazón pensando que ya no tendrían esa cuota anual de miel triste en cartelera; Hollywood sacó otro as bajo la manga, las películas “de mascotas”, específicamente “de perros”. Si bien nunca se dejaron de realizar películas “de perros”, hacía unos cuántos años que no las veíamos a gran escala, como una apuesta fuerte, algo que La razón de estar contigo se propone desde el inicio. Realizada con un manual melodramático a cuestas, A Dog’s Purpose cumple a rajatabla todos los ítems de este tipo de películas. Un tono cálido, paisajes rupestres, personajes carismáticos a los que se los presenta como gente como uno, una pareja modelo, el paso del tiempo, y por supuesto, un perro (hasta en las de Spark, aunque no eran películas “de perros”, siempre hay uno). El dato positivo es que, esta vez, hay el suficiente criterio como para hacer las cosas bien. Hay directores especialistas en suspenso, en terror, en acción, en cine catástrofe, en comedias románticas o no románticas; y el sueco radicado en EE.UU. Lasse Hallström es algo así como el rey – no declarado – del melodrama de Hollywwod. Aquel que inició muy prometedoramente con cintas como ¿A quién ama Gilbert Grape?, Atando Cabos, o Las Reglas de la Vida; paulatinamente se fue inclinando hacia los films de amores imposibles hechos a fórmula; y sumémosle que también es el director de Hachiko - Siempre a tu lado. El hecho de que sea él quien se encargue de la realización, es un acierto. La razón de estar contigo no adapta a Nicholas Spark, pero sí es adaptación del best seller de un tal W. Bruce Cameron; y más o menos, las cosas no varían demasiado. Es la historia de un perro (voz de Josh Gad), o el espíritu de un perro, o como sea, ya verán. La primera vez que lo vemos será como Bailey, un cachorro de labrador (o Red Retriever) “propiedad” de un matrimonio con un hijo, Ethan (en un primer momento Bryce Gheisar). Bailey y Ethan crecerán juntos, pero al perro siempre le aqueja la misma duda ¿Cuál es el propósito de su existencia?, porque los perros, parece, gustan de filosofar tanto como de atrapar pelotas de fútbol americano en el aire. Bailey ayudará a Ethan en distintos tramos de su infancia y adolescencia (K.J. Apa), cuando conozca a Hannah (Britt Robertson), y sufra un quiebre familiar definitivo. Pero, se sabe, la vida canina es más corta que la humana, Bailey ya está demasiado grande, y… ¡Rencarna en otro perro! Así como lo leen, La razón de estar contigo plantea la historia de un perro que se rencarna en otras vidas, siempre recordando todo de sus vidas pasadas, y con la búsqueda permanente del sentido de su existir. Tres vidas más le veremos a Bailey/Ellie/Tino/Buddy, y en cada una actuará como observador de los conflictos de sus dueños. Manteniendo un constante tono ameno y cálido, con escenas para reír, y claro, para llorar (aunque menos morbosas de lo que pudieron ser); la fórmula se cumple a rajatabla, pero bien ejecutada. Hay algunas incongruencias en las entre vidas, y situaciones demasiado azarosas, o forzadas para crear una sensación. Nada grave para quienes quieren ver este tipo de historias. También el mensaje (menos forzado de autoayuda que lo esperable) puede ser algo contradictorio. "La razón de estar contigo" no es la maravillosamente negra Wiener Dog de Todd Solondz, es casi su antítesis; así que no esperen aquí acidez, amargura, ni esas risas entre dientes; esto es un cuento rosa, para toda la familia, con una historia romántica que sabemos cómo terminará desde que arranca, y actuaciones que si no se destacan tampoco desequilibran (Dennis Quaid rinde siempre tan bien para este tipo de propuestas). Tiene todo para ser un clásico perdurable de su especie. Un último párrafo para no eludir la polémica alrededor de ese video aparecido hace unas semanas acerca del maltrato sufrido por el perro de la segunda vida durante la filmación hace casi un año; y el boicot que recibió el film desde su difusión. ¿Realmente creen que este es un caso aislado? ¿Nunca vieron trabajar en serio a los llamados adiestradores caninos? Los animales no deberían ser forzados a realizar NINGÚN acto contra su voluntad, pero vamos, que este no es ni por lejos el único ni el más evidente caso.
Sucede de vez en cuando, que, ante tanta corrección política, surge una película en temporada de premiaciones, que sigilosamente logra meterse entre las candidatas en varios rubros, incluyendo el de Mejor película; sucedió con Fargo, con Her, con Nebraska, por citar algunos casos; y es el caso de "Sin nada que perder", que, entre otras premiaciones y categorías, compiten en los Premios Oscar a Mejor Película. Su director es David Mackenzie, de quien hasta ahora en nuestro país solo habíamos visto ese paso en falso que resulta ser Amante a domicilio; pero aun en aquella, cuando el delirio femenino maduro por Ashton Kutcher se corría, podíamos ver una subtrama sobre una sociedad en decadencia moral y económica. Esa misma decadencia, mucho más explícita y corrosiva es la que expone el guion de Sin Nada que perder, firmado por Taylor Sheridan (Sicario). Tanner Howard (Ben Foster) acaba de salir de prisión y se topa con la dura realidad del contexto, las oportunidades se acabaron para todos. Decide regresar al hogar de su familia para encontrarse con su hermano Toby (Chris Pine), separado con un hijo. Mamá Howard acaba de fallecer y el plan de Toby será dejar en herencia a su hijo el terreno familiar en el que parece, hallaron petroleo. Pero hay un problema, las famosas estafas que los bancos realizaron con las hipotecas que desataron la crisis de 2009 y aun hoy pesan. Tanner y Toby deciden unirse en un raid delictivo para juntar el dinero que les permita saldar la hipoteca, y lo harán robando sumas mínimas, sin violencia mayor, en las sucursales del mismo banco que los estafó. La otra arista de esta historia estará en los dos policías, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), que investigan el caso del robo a los bancos e intentan darles captura a los ladrones. Las áridas locaciones de Texas servirán de contexto para desplegar una historia en la que no parece haber buenos y malos, cada uno arrastra su desgracia y puede hacer daño en busca de su salvación. El desarrollo será similar al de una road movie sin necesidad de un gran despliegue, más centrado en una correctísima creación de personajes. La historia avanza de modo lento pero contundente, haciendo que nos compenetremos con cada uno de ellos. En esta creación de personajes, las interpretaciones juegan un factor fundamental y los cuatro dan todo de sí. Entre Foster y Pine hay química de hermandad, rivalidad y dolor, son opuestos y son iguales; los actores se comunican con miradas y componen sus personajes detalladamente llevándose puros aplausos. En el juego entre Bridges y Birmingham, claramente el guion inclina la balanza hacia Bridges quien compone a un policía a punto de retirarse, rencoroso, xenófobo e irascible, actuando como una suerte de comic relief tan efectivo como incómodo; el actor de Trom lo compone con esa naturalidad tan propia desde su creación para Crazy Heart. Birmingham actúa como co-equiper, y no desentona. Es difícil ponerse en el lugar de Tanner y Toby, su justicia hará sufrir a otros, pero también, en su camino, ayudan a quienes se encuentran pasando circunstancias similares a las de ellos, actuando una suerte de redención invertida. Asimilarlo al film argentino de Marcelo Piñeyro que da título a esta reseña no costará demasiado, aunque en el caso de los personajes de Sbaraglia y Alterio la balanza estaba mucho más inclinada y no se llegaba al nivel de corrosión social que presenta el guion de Sherydan. Todo es preciso, y juega su rol para que no podamos despegar los ojos de la pantalla. Desde una fotografía socia y paisajista, un montaje suave y ágil sin recaer en momentos abruptos, hasta una banda sonora que acompaña perfectamente la situación en cada momento. Simplemente no hay fisuras. Uno sale de ver Sin nada que perder con una profunda amargura, pero no por haberse cruzado con un producto fallido, todomlo contrario, porque Mackenzie y Sherydan logran traspasarnos toda la realidad palpable que quieren demostrar, de modo asertivo y contundente, sin dejar lugar para los grises y las medias tintas. Un hermoso mazazo, eso es sin lugar para los débiles, y ojalá se lleve cuento premio se le cruce por delante.
Luego de Abrir puertas y ventanas, con la que arrasó en varios festivales, y hasta consiguió el Leopardo de Oro en Locarno, el juego que se expone en La idea de un lago parece ideal para la realizadora, corriéndose mínimamente de su eje narrativo para otorgar mayor profundidad. El cine de la ausencia: Pozo de Aire se trata de un libro de fotografías y poemas publicado en 2009 por Gaona en el que recopila experiencias propias de unas vacaciones en el Sur de la Argentina cuando ella era una niña, antes de que su padre se convirtiera en uno de los 30000 desaparecidos. Guadalupe podría ser Inés (Carla Crespo) la protagonista del film. Inés se encuentra en estado de embarazo avanzado, separada del padre de su bebé (Juan Barberini), con quien no logra cortar. Ese momento movilizador la lleva a revisar su propia historia, su pasado, que se conecta permanente con el presente. Inés es fotógrafa y planea realizar un libro de fotografías y poemas – que expone a cámara como si se tratase de una sesión – que hablan de su familia, en especial de su padre. Todos estos recuerdos, más la necesidad de recurrir al Equipo Argentino de Antropología Forense la/nos conducen a una serie de flashback a modo de video hogareño de unas vacaciones en Villa La Angostura, que terminarían siendo el momento en que Inés (de niña interpretada por Malena Moiron) vea a su padre antes de ser secuestrado por la Dictadura Militar. Si ya vieron Abrir puertas y ventanas, sabrán que Mumenthaler rehúsa de las líneas narrativas tradicionales. Hay un cine, que algunas voces llaman festivalero, de qualité, o de elite (con menor o mayor desidia cargada en esas expresiones); y el de Milagros pareciera inscribirse en este. Puramente estético, con un guión fragmentado que se va construyendo más por lo que se ve en los detalles que por lo que se dice o se muestra en planos generales; la historia se irá contando paulatinamente sin una necesidad de avanzar hacia un rumbo fijo; más enfocado en sensaciones que en concreciones. Por si no captaron la indirecta, aclaremos, aquel que busque carriles tradicionales y básicos (en el buen uso del término), no los encontrará en La idea de un lago. Mumenthaler no necesita caracterizar sus personajes con líneas fuertes para que tengan personalidad. Los contrapuntos entre Carla Crespo y Rosario Bléfari como esa madre/esposa que sigue sufriendo la pérdida y espera, y se niega a realizar el estudio en el equipo de antropología, son lo mejor del film en cuanto al armado del guión. Las interpretaciones de ambas son precisas sin necesidad de sumar muchos matices. La idea de un lago se recuesta en una fotografía bellísima, plagada de detalles. Los flashbacks son presentados como reales videos hogareños en Súper 8, presentando una recreación de época exacta desde la imagen, el sonido y los diálogos; alejándose de lo sobrecargado. Hay escenas que juegan con lo onírico, como ese Renault 4 flotante, o las linternas en la noche, de gran impacto visual, aunque algo ajenas con el resto de la película, más sobria. Por último, hay que decir que sobrevuela una temática que ya ha sido transitada muchísimas veces por el cine argentino, sobre todo estos últimos años; pero lo hace alejado del ángulo histórico-político, casi como si fuese una excusa (aunque el tema siempre está, aún sin hablarse en esos gestos y miradas) para hablar de las sensaciones y emociones de los personajes presentes. Conclusión: La idea de un lago es un film intimista, de una historia mínima, quizás pequeña para su contexto; cargado de imágenes que llegan mucho más que los diálogos, e interpretaciones sutiles y logradas. El cine de Milagros Mumenthaler está formando a su público que puede que no sea el más amplio, pero siempre está deseoso de experiencias nuevas.
Los países franco parlantes dan batalla en el ajustado mundo de la animación con Bailarina; una película cuya mayor riqueza se encuentra en tener un target bien definido. Los operaprimistas Éric Summer y Éric Warin son los encargados de llevar a la pantalla grande esta producción Franco-Canadiense de la casa Gaumont, una de las más importantes de la filmografía francesa. Si bien no se trata de un film de princesas, típico estandarte del estudio del Ratón Mickey como lo es la reciente Moana, el guión escrito por Summer; Carol Noble, y Laurent Zeitoun no parece querer apartarse mucho de las fórmulas prestablecidas para este tipo de films. Es la historia de Félicie (en el original, voz de Elle Faning) una niña huérfana que vive en un hogar mixto regido por monjas de un convento. En los pocos tiempos libres que le quedan entre las tareas de aseo asignadas, y aun durante ellas, Félicie sueña con ser una bailarina de ballet profesional. Por supuesto, ante los malos ojos de los guardias y religiosas encargadas. Félicie cuenta con la ayuda de Victor (voz original de Dane DeHaan), un compañero del orfanato con sueños de convertirse en un gran inventor; que la ayudará a emprender un gran escape. Bailando por un soundtrack: Instalada ya en las calles del París de 1880, una serie de coincidencias y malentendidos la llevarán a formar parte como estudiante de la academia de Ballet, tomando la identidad de una niña malcriada Camille (voz original de Maddie Ziegler); y quedando bajo la tutela de Odette (voz original de Carly Rae Jepsen), empleada doméstica de la pérfida madre de Camille y ex estrella del ballet. Bailarina es un clásico film apuntado para las nenas. Su estructura de cuasi melodrama que nos hace recordar a los ejemplos locales de las tiras de Cris Morena, demuestra una clara intención de captar la atención de las niñas que sueñan lo mismo que Félicie, o casi. Será la participación de Víctor y la historia paralela que lo envuelve (que nos traslada a la construcción de monumentos históricos tradicionales), lo que nos relaje de esa veta más sobrecargada “de rosa”, con tintes de humor disparatado y algo de vuelo creativo. Por lo demás, lo que va quedando es un impulso por vender una banda sonora, que, como el film, se inclina por voces en inglés. Cualquier ocasión servirá para iniciar un fondo musical (los personajes no cantan) de ritmos actuales y muy vendibles, pero pocos gancheros o memorables, similar al tono que elige la película, que se ambienta en el Siglo XIX pero adopta un estilo más bien moderno. Félicie es un personaje con el que ese público podrá identificarse, y aunque todo lo que la rodee suene demasiado azaroso, en definitiva, los sueños están rodeados de ese halo de mística. La animación es fluida y ya no se puede hablar de un abismo de diferencia de técnicas entre estas producciones de corte (semi) independiente y las propuestas de grandes estudios (hasta que viene la nueva de Disney/Pixar y nos deja con la boca abierta desterrando este postulado). Todo apunta a esa paleta amable pero que también demuestra la tristeza del melodrama con colores algo opacos, y el clasicismo de la época en que se ubica y el arte que “homenajea”. Vale mencionar que para las escenas de ballet se tomaron las capturas e movimiento de dos bailarines clásicos de Francia como Aurélie Dupont y Jérémie Bélingard. Conclusión: Bailarina no está destinada a ser un clásico como el estilo de baile que expone; pero ante tanta oferta actual de cine de animación en cartelera, hay que decir que no subestima a los espectadores con algo de menor calidad ni realizado sin el más mínimo criterio. Acá hay intenciones de hacer las cosas bien. Adultos y niñas pueden abandonar la sala con la idea de que se pudo dar más, pero satisfechos.
Segundo opus luego de la onírica El Hada Buena (Una Fábula peronista), La Valija de Benavidez es, ante todo, una fresca renovación en el cine de género nacional. Cuatro personajes serán los que muevan la historia como el motor que impulsa las acciones. Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) es un escultor que desconfía de su propio talento. Perseguido toda su vida por la sombra de su padre, un eximio y reconocido pintor; le debe sumar ahora un quiebre en la relación con su pareja Lisa (Paula Brasca), también artista y profesora de arte. La historia, contada a modo de flashback, nos presenta a Benavidez abandonando la casa que comparte con Lisa, con una valija en mano. Su destino será la casa de su psiquiatra, Leopoldo Corrales (Jorge Marrale), quien también trató a su padre, y pareciera tener algo que ver en el mundillo del arte ¿una suerte de mecenazgo? No sabemos bien por qué Pablo eligió ir a la casa de su psiquiatra, qué poder ejerce este hombre sobre él, y sobre todo ¿Qué paso con su valija? De a poco, el escultor entrará en una suerte de ¿ensoñación? (son demasiadas las dudas a responder) que lo llevará a perderse dentro de esa mansión siendo presa de Corrales en un juego que se deberá ir aclarando y que tiene mucho de fantasía o realidad paralela. Basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, con guion de la propia Casabé y Lisandro Bera; La Valija de Benavidez toma al género fantástico, el thriller, y la comedia negra, con la intención de mezclarlos y deformarlos. Quienes hayan tenido el placer de ver El Hada Buena, sabrán que su realizadora mantiene una visión muy particular (como propia), jugando con un estilo narrativo y estético, único, cercano al absurdo. Si en aquella oportunidad arremetía contra los preconceptos mantenidos sobre un movimiento popular en su época de esplendor; aquí utiliza el mismo tono exagerado para realizar una crítica tan acertada como mordaz al mundillo del arte y sus “admiradores”. Una que haría quedar a El artista de Cohn-Duprat con la boca abierta. Serán Benavidez y su psiquiatra (acompañado por una serie de fieles secuaces) quienes manejen el hilo de ese juego de gato y ratón, pocas veces mejor explicitado. Pero también Lisa es un personaje central, con intereses propios. El cuarto personaje que tracciona este relato será Beatriz Donorio, crítica de arte, organizadora de eventos sociales donde la clase puede adquirir lo último en obras de arte de vanguardia. Beatriz, en la piel de Norma Aleandro, es un lujo que se da este film de corte independiente. Pero eso no quiere decir que la actriz de La Historia Oficial vaya a menos; por el contrario, lo hace propio, y entrega una interpretación riquísima, divertida, malévola, casi que pide una película propia. El avance irá confundiendo al espectador que más de una vez no sabrá qué es lo que está viendo, Casabé tiene la intención de no hacer un producto más. Pero nunca lo abandona, mantiene un ritmo constante, que puede parecer lento por tramos, pero siempre es hipnótico y en constante evolución, hasta que llegue el momento de las resoluciones, que llegarán de modo sorprendente. Pfening, Marrale, Brasca, Aleandro, y el resto de los actores expresan la diversión que imprime el film; no hay sobresaltos en las performances, todos mantienen un tono justo y logrado para sus exigencias; brillando, como lo dicho, la reina Aleandro. De recursos ajustados pero muy bien aprovechados, La Valija de Benavidez es un claro avance en el cine independiente de género local; su deseo de innovar, de plantear una crítica concisa, ácida y eficaz; amalgamando la posibilidad de un relato para el público amplio sin resignar ni un centímetro de la mirada propia; la ubican cómodamente entre los estrenos (luego de un paso por varios festivales locales) más interesantes de la temporada.
Una de las sagas más exitosas del mundo del cine, la saga más exitosa basada en videojuegos; nos está anunciando el final. Es la sexta y ¿última? Entrega de Resident Evil. Iniciada allá por 2002 – recordar que acá, plena crisis, su primera entrega llegó directo a video pese a ser un éxito –, RE se apartaba de la historia del videojuego creado por Capcom con un espíritu propio, personajes diferentes, y un resultado que, si bien no la convertían en ninguna maravilla, cumplía su cometido de film de acción y terror con zombis y un escenario cerrado destructivo. También creaba una heroína, Alice. Pasaron otras cuatro películas, la historia fue variando de película a película, hasta llegar a este punto que, como nos prometían al final de la entrega anterior, sería la batalla final por la supervivencia. Si bien se trata de una saga que fue mutando (más que el T-Virus), que cambió de director en dos oportunidades, y que no se tomó nunca muy en serio; hay una mínima lógica que toda historia episódica/continuada debe mantener, más aún, siendo que el guionista de las seis películas es el mismo, el propio Paul W. S. Anderson; realizador de la primera, cuarta, quinta, y esta sexta entrega que nos trae. Aquí lo llamativo, Resident Evil: El Capítulo Final, parece haber sido escrita sin haber visto, las partes previas; y más, sin leer las páginas previas de su propio guion mientras va avanzando. Las inconexiones han llegado a un punto extremo. La historia es de por más sencilla y no se pide otra cosa; Alice (Milla Jovovich, inoxidable) ha sido traicionada en su batalla en Washington (el punto que nos prometía el anterior final) y se encuentra vagando por el desierto apocalíptico en busca de más venganza. En ese trayecto, primero será contactada por La Reina Roja (Ever Anderson) el otrora perverso programa de seguridad del edificio de la Corporación Umbrella que ahora, le brinda un dato fundamental, en El Panal – el mencionado edifico que en alguna entrega vimos explotar en pedazos – se encuentra una única muestra (por supuesto) de antídoto para el T-Virus central en la historia de la saga, que convierte a los humanos en zombis y luego en monstruosidades varias. Alice deberá volver donde inició toda la historia no sin antes rencontrarse con viejos conocidos, los villanos Dr. Isaacs (Iain Gleen) a quien ya creía muerto – esto por lo menos más o menos lo explican – y Wesker (Shawn Roberts); y la aliada Claire Renfeld (Ali Larter) de quien hace rato no sabíamos nada, y de pronto aparecerá sin demasiadas explicaciones liderando a un grupo de soldados rebeldes. Este es todo el argumento, más algún intento en vano de sorpresa como para darle un supuesto final a la historia general. Decir que tiene momentos ridículos, que puede causar risas involuntarias, y que los actores son puestos a expresar emociones que parecieran incapaces de alcanzar por lo menos en este contexto; estaría siendo de más; no se le pide a esta historia ningún tipo de peso dramático, ni menos seriedad o solemnidad. Las escenas de acción cumplen el ritmo de esa edición salvaje y aunque no guardan la mínima verosimilitud (otro punto que tampoco se le exige) están bien hechas, aprovechan la posibilidad del 3D, y al fin y al cabo es lo que los seguidores vienen a ver como plato principal. Lo que sí se le exige, repetimos, es ese mínimo respeto a los seguidores que fue construyendo hace casi quince años. ¿Qué pasó con el resto de los personajes que quedaron en la quinta entrega? Todos importantes por otro lado. ¿Cómo se puede volver a un lugar que ya había quedado claro que desapareció? ¿Cómo se le puede dar un inicio al virus totalmente diferente al que mantuvieron durante varias películas en una escena icónica de la saga? Y más, mucho más, que no podemos decir sin adelantar detalles. Con algún interés estético que la aparta de lo plástico de las dos anteriores y las acerca a la tercera entrega; pudo haber algún interés en realizar algo creativo, en superarse. Resident Evil: El Capítulo Final sabe que tiene su público fiel que ya no le pide más que lo que ya entregó, y se los da, y al mismo tiempo los subestima, siendo capaz, probablemente, de ni siquiera cumplir con su promesa principal, la del título.