“Que veinte años no es nada” reza la estrofa del tango Volver; y es lo que habrán pensado Danny Boyle y el guionista John Hodge a la hora de llevar a la pantalla una secuela de su hit de 1996 Trainspotting, adaptando muy libremente la novela que Irvine Welsh publicó en 2002, titulada Porno, como secuela de su propia novela que inspiró al film original. Los chicos están de vuelta, las calles de Edimburgo también ¿Pero es todo lo mismo? Definitivamente no, aunque no siempre sus responsables se den cuenta. De hecho, la letra completa del clásico de Gardel y Le Pera le caería como anillo al dedo a esta historia. Renton (Ewan McGregor) vuelve a Escocia desde Austria, con más frustraciones que éxitos. Es hora de dar la cara luego de la traición que marcó el anterior final; la reunión con el resto del grupo no se hará tardar. Spud (Ewen Bremmer) continúa tratando de encontrar la salida, en rehabilitación constante, intentando reparar la distancia con su ex mujer y su hijo. Begbie (Robert Carlyle) está en prisión, con más ira que antes, planeando su fuga. Sick Boy/Simon (Johnny Lee Miler) evolucionó, a otro tipo de negocios turbios; ahora se dedica espiar, grabar, y chantajear, hombres que contratan los servicios de una prostituta llamada Veronika (Anjela Nedyalkova). Si bien se le dedicará un tiempo a cada uno de los cuatro, es evidente que la acción principal pasa por Renton y Sick Boy. Este último aún guarda rencor hacia su ex mejor amigo, y tiene un plan para cobrarse revancha, un plan que incluye un nuevo negocio, esta vez, la instalación de un burdel regenteado por Veronika. Así, Boyle y Hodge, el guionista de sus películas más personales, sirven la premisa para volver a instalar a los personajes y exponer cuánto han cambiado las cosas en este tramo que ha pasado. Si bien Trainspottong 2 no tiene exactamente el ritmo frenético de su antecesora, se las arregla para ser muy dinámica, con un montaje ágil, verborrágica, y sin detención alguna. Se intercalan las escenas que grafican situaciones y hay algunas ensoñaciones no tan pesadilléscas como antes, el lenguaje visual está intacto. Lo mismo podríamos decir de la banda sonora, que funciona de manera tan bombástica como la anterior. Lo que cambiaron son los tiempos, esta no es la historia de veinteañeros buscando su destino incierto en medio de una sociedad que no les daba oportunidades; es la historia de cuarentones, o más, que vieron todas sus esperanzas truncadas y están de vuelta, arreglando cómo seguir adelante frente a tanto golpes. Es decir, lo que falta es la cuestión generacional que tenía el film de 1996. En su momento se habló de Trainspotting como la Naranja Mecánica de la generación post punk, aún sus detractores deberán reconocer que fue un emblema para todos los que buscaban un espejo distorsionado de sus vidas cargadas de miserias a pronta edad, con la incredulidad a cuesta. "Trainspotting 2" será un film para los fanáticos, para quienes quieran ver cómo siguieron sus personajes, cuánto han cambiado, pero difícilmente trascienda la esencia del primer film, no tiene destino de clásico propio. Con más momentos dedicados al humor, menos negra pero más triste que la anterior, maneja una fibra emocional, propia de quien mira los tiempos que pasaron y los añora. Aunque esos tiempos no hayan sido los mejores para los personajes, sí lo fueron para el espectador. El puñado de actores sí se encuentra con las mismas energías de antes, todos cumplen muy bien, y hay que estacar otra vez a Robert Carlyle que, quizás por poseer al personaje más carismático, es quién más se luce en los momentos de francas carcajadas. Veronika será el personaje puesto para ejemplificar lo que fueron nuestros protagonistas y ya no son, es la veinteañera, con destino incierto, que quiere salir del pozo en el que está, y pareciera abusar de otras drogas, ya no químicas, tecnológicas. Hay mucha melancolía y momentos de emoción que no estaban tan remarcados anteriormente. Pero hay algo que hace ruido, la historia tiene una necesidad de trazar paralelismos permanentes, como consciente de su dependencia de lo que pasó, intenta calcar hechos; e hilando fino, este recurso resta verosimilitud ¿Qué posibilidades hay de vivir otra vez lo mismo con (algunos) rostros distintos? Trainspotting 2 tendrá sus momentos de fiesta para los seguidores, para los que querían más; sin dudas la festejarán. Pero a la hora de las cuentas, no sabremos cuán necesaria era esta secuela.
¿Qué le sucede a Lee Chandler? Kenneth Lonergan vuelve a demostrar sus grandes dotes para la composición dramática en Manchester junto al mar; una película que se presenta en frasco chico, con un contenido inmenso. Candidata a seis premios Oscar en la ceremonia que se celebra este domingo, entre los que contamos Mejor Película, dirección, guion original, y actuación protagónica de Casey Afffleck y secundarias de Michelle Williams y Lucas Hedges. Es la historia de Lee (Affleck), conserje de un edificio al que, claramente, le cuesta conectar con las personas. Lee lleva una sombra a cuestas, todo el tempo pareciera estar triste y no tener mayores dotes de empatía. Un día, recibe una noticia movilizadora, su hermano falleció, y debe volver a su natal Manchester. Ahí, no solo debe hacer frente a la terrible situación; debe hacerse cargo del “legado” que le dejó su hermano, su sobrino Patrick (Lucas Hedges), con quien tiene una NO relación, complicada. "Manchester junto al mar" se va construyendo a base de flashbacks constantes que nos llevan a distintos momentos de la vida de Lee y los suyos, además del presente. Lonergan ya se había presentado como un gran constructor de personajes en aquellas dos pequeñas grandes obras como "Puedes contar conmigo" y "Margaret"; y esta no es la excepción en absoluto. Lee es un personaje riquísimo, con una sombra y un misterio a cuestas ¿le sucedió algo en el pasado o es solo su forma de ser? Pero no es solo Lee, Lonergan rodeó al film de grandes secundarios que solo nos hacen querer que estén más tiempo en pantalla. Patrick es un adolescente normal, con todas las preocupaciones típicas de la edad, a las que hay que sumar, una madre abandónica (atención a la gran escena con la nueva familia de la madre), un pare recientemente fallecido, y una incertidumbre total sobre el destino de su futuro. No podemos olvidar a Randi, el personaje de Michelle Williams, que prefiero no develar, pero que cuenta con escasas, pero claves escenas. Lonergan logra transmitir permanentemente las emociones de Lee, y si en los primeros minutos parece una comedia incómoda, pronto se adentrará bien adentro del drama. Todo sin necesidad de golpes bajos, quizás solo un remarcado demasiado fuerte por parte de la banda sonora. Tanto Affleck, como Hedges y Williams merecen sus sendas nominaciones. Affleck realiza una interpretación metiéndose de lleno dentro de su personaje, hay pesar y apatía en cada uno de sus gestos. Hedges es sin dudas una joven promesa y tiene grandes escenas de duelo actoral con Affleck. Williams logra algo impensado, si no fuese por ella, Randi es posible que sea un personaje más; pero cada vez que aparece, las emociones vibran, hasta estallar en LA escena del film. Todo se resignifica pasada la primera hora del film, cuando el misterio sobre Lee y los suyos sea revelado. Hasta ese momento, la narración juega ritmos lentos y quizás algo aletargados, más para una duración de casi dos horas y medias, que sí, pudo ser más breve y concisa. Pero ese volantazo, resignificará lo que habíamos visto y cargará de potencia el tramo final. "Manchester junto al mar", tiene algunos detalles menores a mejorar, pero sin dudas estamos frente a uno de los dramas más potentes y sutiles de la temporada; vale la pena compenetrarse en él.
El gran cuento del campeón caído que vuelve a renacer frente a todos los pronósticos. Un día alguien va a escribir la historia de M. Night Shyamalan y probablemente sea similar a un relato épico situado en Hollywood. El director de Sexto Sentido hizo que rápidamente todos posaran la mirada sobre él y lo consideraran poco menos que un genio del suspenso con tan solo aquella historia del psicógo y el niño que ve fantasmas. Pero poco a poco, ese fuego se fue apagando, y a un puñado de películas celebradas, les siguieron un espiral que casi logra sacarlo del mercado. Casi, porque aquel camino de regreso que se inició en 2015 con Los Huéspedes, se confirma como finalmente consagratorio con el estreno de Fragmentado. Tres compañeras, Claire (Haley Lu Richardson), Marcia (Jessica Sula), y Casey (Anya Taylor-Joy), son raptadas en el estacionamiento del colegio. El captor (James McAvoy) las encierra en una habitación y pareciera querer cumplir algún deseo, pero, sobre todo, aguardar. ¿Qué es lo que diferencia a esta película de otros miles sobre personas secuestradas que deben huir de su sádico captor? ¿Se acuerdan de Irene y Yo, y mi otro Yo? El captor sufre de un trastorno psiquiátrico, o como lo ve su psiquiatra (Betty Bucley), un don, que le permite dividirse en varias personalidades; para ser más exactos, veintitrés. Así, el hombre, que en realidad se llama Kevin, se presentará ante las chicas y su doctora con diferentes actitudes, haciéndolo imprevisible. De las veintitrés personalidades, mayoritariamente conoceremos cuatro; Dennis (el captor), Patricia (una mujer que parece cubrir a Dennis), Hedwig (un niño de nueve años que le teme a los otros dos), y Barry (diseñador de modas, amable y atribulado, la cara simpática para su doctora). Pero hay más… "Fragmentado" es una verdadera caja de sorpresas, la gratificante característica es que no sabemos hacia dónde puede ir. Hay un juego de gato y ratón basado más en la inteligencia que en lo físico, en el que Casey tomará un claro protagónico. La historia se cuenta en tres planos entre el secuestro, la doctora que deberá descubrir la verdad detrás de su paciente, y la historia de la niñez de Casey que la formó en la chica extraña pero sobreviviente que es hoy. Esta fragmentación del reato hace que nuestro interés jamás decaiga, siempre estemos atentos sobre lo que sucede, y más de una vez, aferrados a la butaca sobrepasados de tensión. Desde la fotografía hasta la composición musical enorme, todo invita a un ambiente claustrofóbico, de gran suspenso; y como gran obra del género, el espectador será invitado a que también deduzca, y sea parte del misterio. Anya Taylor-Joy realiza una composición muy precisa, y se afirma como ideal para este tipo de personajes extraños. Pero, por supuesto, quien se lleva todas las miradas es James McAvoy, en una interpretación enorme, no hay otro calificativo. Cada una de las personalidades de Kevin, y hasta el propio Kevin, es una persona distinta, y McAvoy lo entiende así. Todo tienen tics y características diferentes, y puede pasar de una a otra instantáneamente. Sobre el final, algunas vueltas parecerán enroscar el argumento más de lo necesario, llevándolo por caminos no tan convincentes; pero una escena final, para aplaudir de pie, vuelve a resignificar, y a darle total sentido a eso que hasta ese momento no convencía tanto. "Fragmentado" es el regreso triunfal de un director que supo ser un nombre puesto entre lo mejor de la cartelera; y aquí, confirma que ese toque no está perdido. Será difícil que este año encontremos otra obra de suspenso que la supere.
Cupido Monstruorizado. Hace ya un par de años que la juguetera Hasbro decidió producir películas basadas en sus productos, tales como juegos de mesa, línea de muñecos, o cualquier cosa que puedan haber fabricado de ante mano (de eso hablábamos en ESTA NOTA). Hasta ahora, y habiendo comenzado con Transformers, podemos decir que los resultados de esas películas no han sido los mejores (no, no nos hagan acordar de Battleship), o por lo menos, que les ha ido mejor – en cuanto a calidad, porque en taquilla hay que reconocer que siempre les había funcionado – cuanto más se alejaron de limitarse a presentar el producto a vender y las “cualidades” del mismo; caso la primera Transformers (o mejor dicho, la primera hora de la primer película, antes de que Michael Bay se entregara a mostrar explosiones y hierro retorcido), o Ouija 2. Lamentablemente, Monster Trucks – que sí, se basan en una línea de “autitos” monstruosos – elige el camino de limitarse a vender la mercancía, y aunque tiene un arranque prometedor, decae rápidamente, algo similar con el citado film de Bay; de hecho, por momentos pareciera que estuviésemos viendo la misma película. La historia sigue a Tripp (Lucas Till), joven de pueblo, con deseos más grandes que el lugar. En realidad, se siente bastante frustrado por no tener auto propio. Un día Tripp descubre algo en el depósito de chatarra en el que trabaja; un ser, extraño, como un molusco, y que puede ser el causante de que los automóviles de ese pueblo estén sufriendo de la pérdida de su tanque de combustible. Claro, hay una historia previa que explica todo, y que involucra a una petrolera, comandada por alguien inescrupuloso (Rob Lowe), que perfora más de lo debido y daña un ecosistema preservado, e intenta mantener su error oculto. ¿Qué sigue? Tripp construye un camión, o una camioneta patona, bah un monster truck, e introduce a Creech (así llama al molusco con el que congenia muy bien) en el capó a modo de motor para que los de la petrolera no lo descubran. Me olvidaba de mencionar que hay un interés romántico para Tripp a cargo de Jane Levy (No Respires), llamado Meredith, y que cumple la función de… interés romántico. La idea del monstruo dentro del camión es bastante original y se nota que pusieron todo el esfuerzo ahí, no por nada, el director a cago es Chris Wedge, que proviene con bastante fama del mundo de la animación. Creech es adorable y cuando toma el control del automóvil hace todo tipo de locuras. Los chicos van a querer tener uno así en sus casas. El resto, es un film sin demasiados riesgos, repite la fórmula de “películas con mascotas” y específicamente la de “niño y personaje extraño” – aunque Tripp ya no es tan niño –. Desde E.T. a Lilo & Stitch, es esa fórmula. Sin embargo, algo falla en el guion de Derek Connolly, y falla en lo que debería ser fundamental en una película destinada a un público menudo, Monster Trucks rara vez es divertida. Con algo más de riesgo como para atraer a los adultos (¡vamos, hablamos de un bicho que se come los tanques de combustible!), y un poco más de consistencia para atraer a los chicos y no recaer tan rápido en la batería de efectos – que se notan mucho, no son reales – para aturdirlos, el resultado sería otro, realmente uno mucho mejor. Los personajes son planos, y responden a lo que la historia les pide para que todo continúe, tampoco nada grave para este tipo de película en donde no se espera otra cosa. Eso sí, Tripp/Lucas Till, puede ser bastante irritante y hasta opacar la química con Creech. Quizás si hubiese sido completamente en animación, también podría haber mejorado. Conclusión: Monster Trucks tenía todo para ser un producto infantil estándar y con una cuota de delirio interesante. Pero los tropiezos de su guion, la falta de dinámica, y un mayor esfuerzo por mostrar las destrezas de algo que notoriamente no es real, oscurecen el promedio.
Crecer de golpe. Filmada en su totalidad en la provincia de Salta, la historia que nos cuenta pareciera tener un condimento universal. ¿Cómo es que jóvenes que no pasan los 18, a veces ni los 15 años, terminan inmersos en un mundo delictivo de alta peligrosidad? El guion de Barrozo y Maen Azzam se caracteriza por no estigmatizar, por dejar los prejuicios en la entrada y poder exponer sin ninguna ideología clasista. El planteo es sencillo; Leandro (Álvaro Massafra) es un adolescente de 14 años, vive con su madre, y, por lo que podemos ver, tiene un buen pasar, de clase media tradicional sin grandes lujos ni enormes necesidades. Se encuentra en esa edad en la que hay que romper con los moldes, y las malas amistades no ayudan. El grupo de amigos, todos del mismo status, es más bien dudoso; pero hay uno que resalta, el outsider, Chacota (Luciano Ochoa); de quien no sabremos mucho de su vida, pero sabemos que deambula, y presumiblemente, sí sea de una clase social inferior. Chacota es un delincuente de poca monta, y arrastra a los suyos con él, en especial a Leandro. En realidad, trabaja para Gustavo “El Gordo” Ovalle (Roly Serrano), que es el que le marca los lugares para ir a robar y le da un porcentaje. Ah, Ovalle también es dueño de un putyclub en el que sí, hay trata de blancas. Barrozo logra que toda esta trama de muchísima suciedad, sea vista con naturalidad haciéndola creíble. Sí, quizás haya un exceso de puteadas en el vocabulario de los jóvenes, o quizás ya pasé una edad en la que me distancié de las personas de quince años y quiero creer que no hablan así. En todo caso, son expresadas sin ningún esfuerzo, haciéndonos creer, más allá de algún desnivel interpretativo lógico y esperable, que todos los diálogos pueden ser verdad. Lo que no se perdona comienza como una suerte de film intimista, con el día de Leandro y sus relaciones con el exterior. Pero poco a poco se transforma en un policial noïr, plagado de personajes despreciables y antihéroes. La relación entre Leandro y Chacota sufre un quiebre, y El Gordo urde un plan para eliminar al soplón de su clan; plan que los incluye a los dos en un primer plano. Hablamos de un film de recursos escasos, simples, sin el presupuesto para elevarse en alto vuelo; pero esto no le impide que cumpla con su cometido, de incomodar y plantear una problemática tangible. No hay necesidad de edulcorar. El primer tramo del film, antes de ir deslizándose por el policial; si bien pareciera lento, y hasta demasiado hablado, permite una lograda construcción de los personajes, que no pasan por simples lugares comunes. A diferencia de buena parte de lo que fue el Nuevo Cine Argentino allá a principios de este nuevo Siglo; Lo que no se perdona no se enfoca en una clase social para hablar del germen del problema; más bien nos habla de una generación perdida. Sí, plantea una lucha de clases, pero en un nivel en el que nadie es limpio y las responsabilidades están tan repartidas como entre las generaciones. Porque sí, si los jóvenes están perdidos, hay una gran responsabilidad del mundo adulto, y el film lo demuestra. Conclusión: Incómoda, sucia, y certera Lo que no se perdona, posee varios atractivos para ubicarse como un testimonio notable de una temática que muchas veces es tratada superficialmente. En su andar nos deja pensando, y de paso, nos regala a un Roly Serrano que, aunque haga de un personaje realmente despreciable, no puede dejar de ser adorable.
El cine argentino de género independiente pide a gritos ser considerado en serio, y en muchos casos se elevó a niveles que nada tienen que temer frente a grandes realizaciones con otras características de producción. Pero también, satisfactoriamente, siguen existiendo películas más pequeñas, que representan los orígenes de esta nueva movida de género nacida en la total independencia; 5 AM, es un digno estandarte de estas. Cita a lo desconocido: El director Ezio Massa (lee nuestra entrevista él y la actriz Ximena Fassi AQUÍ) realizaba en 1996 su ópera prima Más Allá del Límite, y con aquella marcaba un hito dentro del cine independiente que apostaba a las historias de género, un elenco de nombres fuertes, un policial de importante factura, y el anhelado estreno en salas. Pero luego de eso, volvió a inclinarse por proyectos chicos (en cuanto a producción, no resultado) como Cacería, Villa, y 2/11 El día de los muertos, que respiraban del buen cine hecho a pulmón; convirtiéndose en un nombre insignia. Por eso, cada estreno suyo despierta curiosidad y expectativa. 5 AM se inscribe en ese camino recorrido por sus últimos proyectos, en especial el último, al repetir el género de terror (aunque esta vez más ligado al misterio) y lo fantástico. Dos historias se cuentan en paralelo; por un lado, Mercedes (Cristina Alberó) se encuentra perdida, sumida en el dolor, dentro de su hogar en La Plata. Sufre por la muerte de su hijo, con quien tenía una extraña conexión; y en un altillo parece encontrarse con sus recuerdos. La mujer que la acompaña llamará a su sobrina, Fabi (Ximena Fassi), quien acudirá junto con Agustina (Victoria Maurette), una amiga. La historia de Mercedes, seré contada en paralelo con la de un personaje extraño (Adrián Spinelli) que convoca a cuatro amigos, también unidos por una extraña característica, todos tuvieron alguna experiencia paranormal al intentar conectarse con el más allá mediante diferentes “juegos”. Hay un propósito, 5 AM no son las cinco de la mañana, son Cinco Antes de la Medianoche… De este modo, 5 AM propone una estructura fragmentada en la que, cada personaje (con rostros muy reconocidos de nuestro genero independiente como el director Fabián Forte) contará su historia a los demás y a cámara, y de mientras, la narración de Mercedes nos va envolviendo. Todo hasta arribar a una conclusión que cierra correctamente y enlaza cada tramo. La creación de un clima ominoso, de extrañeza, que nos lleva a preguntar qué es lo que ocurre y qué tiene que ver un plano argumental con el otro, será lo mejor de esta propuesta que irá mejorando paso a paso hasta arribar a una media hora final muy interesante. El hecho de que cada historia narrada en primera persona a cámara haya sido realmente experimentada por el actor que juega el personaje, le añade más misterio aún. La experimentada Cristina Alberó compone un personaje desde los detalles, misterioso, y con una capa profunda de tristeza, su labor es meticulosa y lograda. Un apartado también para una escena planteada en otro plano temporal, en la que podremos rencontrarnos con rostros queridos como los del dúo dinámico del género argentino Chucho Fernández y Germán Baudino; convirtiéndose en una de las mejores secuencias del film. Massa y el asistente de dirección y montajista Tetsuo Lumiere aprovechan los recursos que tienen y hacen buen uso de los espacios reducidos y la creación artesanal. La estructura fragmentada será en definitiva un buen aporte para lograr resultados técnicos concretos sin necesidad de un despliegue mayor. Conclusión: 5 AM es un producto de género hecho a pulmón y a consciencia de los recursos limitados, pero bien aprovechados. Ezio Massa vuelve a demostrar que se puede hacer cine de género desde la independencia, con una estructura simple y concreta, y lo mejor, convence.
Amores como el nuestro. En los últimos años, el cine de temática LGBT tuvo una apertura cuantitativa, de la mano de directores que hoy son insignia como Marco Berger, Martín Farina, o Albertina Carri; hasta se logró la creación de un festival propio como el Asterisco, de reconocimiento internacional. Pero no solo se creció en la cantidad de películas, también se evolucionó respecto a los tratamientos. Si uno analiza, hasta comienzos del Siglo XXI, historias de amor homosexuales en el cine argentino eran las ochentosas, pudorosas y telenovelescas, Adios, Roberto y Otra Historia de Amor; o en todo caso, algún melodrama cuya historia oculta podría dejar entrever que se trataba de personajes del mismo sexo, como el mito detrás de Safo, historia de una pasión. Pero desde el arribo de obras como Plan B o Solos; pareciera que se está escribiendo una nueva página en nuestra filmografía respecto a este tema; y en este contexto es estrenada Esteros, que tuvo durante 2016 un interesante recorrido por festivales, alzándose con los premios del público y mejor director en Gramado, y mejor montaje en Tres Fronteras. La historia de Esteros es sencilla. Narrada en dos planos temporales, Matías y Jerónimo (Joaquin Parada, y Blas Finardi Niz, respectivamente) se conocen de chicos, como los hijos de dos familias amigas que viven los Esteros del Iberá en Corrientes. Entre ellos hay una profunda amistad, y también la sensación de qué, aunque chicos, puede evolucionar en algo más. Algo sucedió, la familia de Matías emigró a Brasil en épocas en las que el país vecino parecía el paraíso para quienes buscaban aprovechamiento económico; y los chicos no volvieron a verse; hasta ahora. Matías (Ignacio Rogers) regresa al país, y a Iberá; no está solo, lo acompaña su novia Rochi (Renata Calmon), brasilera. Querrá el destino, o las casualidades del guion, que Rochi conoce a Jerónimo (Esteban Masturini), que ahora trabaja haciendo efectos de maquillaje artístico, y solicita de su ayuda para una fiesta de disfraces. Matías y Jerónimo se cruzarán y nacerá la posibilidad, o no, de continuar con aquello que quedó (re)frenado. Es imposible no ver Esteros y recordar el cine de Marco Berger, en especial Hawaii, posiblemente la mejor de sus películas. Pero a diferencia de aquel, Curotto, y el guionista Andi Nachon, nos hablan más del amor eterno que de las pulsiones sexuales. En los diálogos se dejan ver claramente frases que podrían enmarcarse y utilizarse como regalo para el Día de San Valentín; hay un juego de tensión constante entre ambos, pensado en un plano de formalización de la pareja. Por supuesto, el hecho de que Matías tenga pareja heterosexual servirá para hablar de lo reprimido, de aquello que no queremos asumir; de mismo modo funciona la línea argumental entre los niños y la mirada de los amiguitos de Matías. No habrá tantas lecturas sociales como en el cine subcutáneo del director de Taekwondo. Los Esteros del Iberá serán un marco ideal para esta historia, y la fotografía a cargo de Eric Elizondo la aprovecha al máximo, con planos abiertos, de contrastes claros. Uno se imagina que, de transcurrir en una ciudad, la historia sería otra. Rogers y Masturini exponen buena química mutua, pero quienes reamente sorprenden son Parada y Finardi Niz, gestuales y demostrativos a lo que propone el juego. Roles secundarios a cargo de María Merlino y Marcelo Subiotto, acompañan correctamente. Un apartado para la banda sonora compuesta casi por una sola canción, clásico de Los Charros, que servirá como leit motiv y hasta escucharemos una reversión final a cargo de Leo García; un condimento más que adecuado para esta película que más que de una cuestión de géneros, habla del deseo de querer pasar la eternidad con ese ser especial. Conclusión: Esteros es un producto digno de una época en que nuestro cine muestra una apertura sin tapujos y que se permite tratar una historia homosexual lejos del taboó. Para nuestra satisfacción lo hace con correctos rubros técnicos, y una delicadeza tal que nos convence de estar viendo algo más que un buen film.
De amor, de locura, y de muerte. Santiago (el debutante Pablo Ríos) decide regresar a su casa luego de una ausencia que caló hondo. Su llegada a la estancia, al mismo tiempo que la aparición de un perro salvaje, no será como él (o el espectador) podría esperar. Algo sucede en ese paraje perdido en Santiago del Estero. Cuando Santiago partió a la guerra (nunca sabremos bien qué guerra) y nunca regresó, sus padres se perdieron internamente. A Ernesto (Osmar Nuñez) le cuesta reconectar, y además le preocupan los inconvenientes que se suceden en la zona junto con el regreso de su hijo. Carmen (Mirella Pascual) lo toma aún peor, no reconoce en ese joven a su hijo, lo trata como a un extraño, y divaga por la casa y zona cada vez más sumergida en sus delirios, buscando algo de afecto. Hay otros personajes, Tesie (María Inés Sancerni), suerte de mucama o asistente del hogar, que debe lidiar con la personalidad de Carmén, que mantiene una relación complicada con Ernesto, y parece ser la única que acepta a Santiago; y Aguirre (Jorge Román), el ayudante del estanciero, con conocimientos varios, y una conexión con Santiago a descubrir. La sequía invade el paraje al igual que los recuerdos, los animales empiezan a morir, el perro parece tener algo que ver con las muertes, y la locura avanza en los personajes cada vez más alienados. Valiéndose de una dirección de fotografía a cargo de Matías Fleischer que no solo saca el máximo provecho a las locaciones, logra escenas de gran belleza enigmática; Ledesma construye una narración que requerirá de la atención constante del público. Con claras influencias en el cine de Lucrecia Martel, y algo de Leonardo Favio (al verla se darán cuenta de qué película hablo); Vigilia mezcla el drama familiar; un relato que pareciera inclinarse por la fantástico, onírico, y metafórico; con una historia de cierta crítica social más solapada en ese ambiente de olla a presión a punto de estallar. Su entramado no es continuo y habrá que prestar atención a los detalles para comprender qué es lo que sucede; hay una inclinación hacia la falta de diálogos, los silencios profundos, y las expresiones mudas. Más de una vez pareciera no haber una ilación simple entre escena y escena, o problemas de continuidad, que en realidad simbolizan un relato que se cuece por debajo en forma simbólica. La dirección actoral es precisa, cada uno, con su personaje, expresa esa locura en la que están inmersos, la furia que exudan, y lo incómodo de esas relaciones quebradas; hay entre ellos una química compleja pero lograda. Del conjunto de interpretaciones, se lucen Núñez y sobre todo Pascual a quien le tocarán las escenas más jugadas, extremas y cambiantes; siempre convincentes. Conclusión: Vigilia plantea una incógnita que intenta mantenerla hasta el final, aunque las pistas son bastante claras desde las primeras escenas. Su narración pausada, entre cortada y críptica, puede alejar a un espectador que busca relajarse en una construcción lineal. Pero esas falencias narrativas son suplidas por un apartado técnico e interpretaciones de un nivel superior y subyugantes. En todo caso, estaríamos hablando de una propuesta lo suficientemente atípica, lo cual no es algo menor para una ópera prima.
Hay realizadores a los que, parece, el merecido reconocimiento nunca les llega. Ese quizás sea el caso de Gore Verbinski, un director que puede no ser un nombre referencia inmediata para el público general; pero que sabe darle a cada uno de los proyectos en los que se embarca, su sello particular. La cura siniestra probablemente sea su película más personal, por lo menos en cuanto a visión creativa, y en eso, es probable que influya el ser poseedor de la idea original. La historia comienza sencilla, Lockhart (Dane DeHaan) es un joven ejecutivo, atrapado por sus despiadados jefes en la estafa que estaba realizando. “Al contrario” de ser penalizado o despedido, sus jefes le encargan una tarea que, en la teoría es más molesta que complicada. Debe convencer y traer de regreso a Nueva York a Pembroke (Harry Groener), socio de la empresa, del que necesitan una firma fundamental, y se encuentra hospedado indefinidamente en un spa clínico. Ah, el spa queda en los Alpes Suizos. Al llegar al lugar, Lockhart se cruzará con Volmer (Jason Isaacs), director del lugar; y notará que llegar a Pembroke no será tan sencillo como creía. ¿Qué se esconde en aquel lugar? A los pocos minutos de iniciada La Cura Siniestra nos daremos cuenta que estamos frente a una suerte de mundo que maneja sus propias reglas. Verbinski, a mano con el guionista Justin Haythe, nos proponen algo cercano a la ensoñación, a lo pesadillezco sin necesidad de llenar la pantalla de sombras y oscuridad; más bien hablamos de algo turbio. Cada escena, sobre todo en la primera hora, está pensada como si fuese una obra pictórica plagada de detalles, el universo dentro de ese spa se mueve como una perfecta coreografía sincronizada de movimientos, formas y colores. Simplemente no podremos despegar los ojos de la pantalla. A medida que avance el argumento, se irán sumando capas, hechos que parecen, y lo son, un delirio, que pueden ser incongruentes y hasta terminen resolviéndose con alguna grieta sin lógica; pero que en el juego que nos propuso Verbinski, encajan a la perfección. Un mundo fantástico en el que ancianos de muchísimo poder adquisitivo son convencidos de poseer un mal que los corroe por dentro y deben ser desintoxicados; un lenguaje crítico al capitalismo sutil y bello. Los misterios se suman y suman, las explicaciones mucho no importan, y lo que sucede parece ir cambiando minuto a minuto; nunca decae, y siempre convence en su locura. Dane DeHaan y Jason Isaacs son los protagonistas ideales para esta propuesta, DeHaan nació para interpretar roles al borde la insanía, es algo natural, Y Jason Isaacs se divierte en estos personajes que nunca explotan de histrionismo, pero ofrecen muchísimas gamas de perversión. Lo dicho, desde la fotografía de Bojan Bazelli; al equipo de Dirección de arte integrado por cinco personas; realizan un trabajo formidable, plagado de tonos ocres y verdes que expresan lo ruinoso, extraño y putrefacto del lugar; a la vez que ese movimiento coreográfico expresa un extraño e incómodo bienestar. La composición musical de Benjamin Wallfisch acompaña armoniosamente. No todas las películas de Gore Verbinski fueron buenas, algunas son olvidables como La Mexicana y otras son corsets fílmicos como la trilogía de Piratas del Caribe y El Llanero Solitario; pero siempre, desde la sorprendente Un Ratoncito Duro de Cazar, se las ingenió para otorgar algo de su propia visión del universo cinematográfico. La Cura Siniestra es un regalo visual, y un entretenimiento argumental tan disparatado como intrigante. Es de esas películas que no conviene dejar pasar.
Hace dos años nos sorprendíamos con una película de acción que respiraba mucho del estilo clásico del género. Una historia sencilla pero efectiva, una puesta sin gran despliegue que daba lugar a la acción humana, y algo así como el rescate de una estrella que estaba quedando en el olvido. John Wick (que acá conocimos como Sin Control) dejó satisfecha a la platea que no esperaba más que otro producto de los que salen de a montones, y se encontró con algo artesanal, con gracia y carnadura. El anuncio de la secuela no se hizo esperar, y hoy podemos hablar de John Wick 2: Un Nuevo Día Para Matar. La historia comienza situándose justo donde nos dejó la anterior, a modo de darle un cierre al guion anterior, con Abram (Peter Stormare en ese tipo de personajes que parece se los hacen para él) intentando cumplir la venganza contra el personaje del título, nuestro anti héroe (Keanu Reeves). Claro que esto ocupará no más de quince minutos iniciales para luego sí, hablar de la nueva historia; todo, todo, está pensado para que lo que vimos en la anterior entrega (esto huele a saga que continúa y continúa) lo dejemos a un lado y nos adentremos en lo que John Wick 2 tiene para ofrecernos. John tiene todo preparado para su retiro de una vez por todas, las deudas han sido sadadas, el nuevo perrito está sano y salvo, y pareciera que por fin puede enterrar su pasado bajo tierra (literalmente). Pero no pasan muchos minutos, ni en el metraje ni en la historia, para que nos digan que no, que no todas las deudas han sido saldadas; y el nuevo acreedor golpea a la puerta de Wick. Santino D’Antonio (Riccardo Scamarcio) quiere reclamar el trono que según se merece heredar dentro de la mesa grande de la mafia italiana; trono que su difunto padre no le legó. Para eso, necesita de John, quien le debe alguna deuda. El pedido es simple, debe asesinar a Gianna (Claudia Gerini), la heredera y hermana de Santino. John Wick 2 repite equipo, Chad Sttahelski en la dirección (sin la colaboración desacreditada de David Leitch) y guion de Derek Kolstad; repite protagonista y algunos personajes (como los encarnados por Ian McShane y Lance Reddick, y hasta una aparición pequeña de Bridgette Moynahan); pero lo que no repite es el esquema. Decía Scream 2 en esas reglas establecidas para las secuelas, que las segundas partes intentan hacer todo más grande. Esa regla se cumple en John Wick 2, desde el momento en que termina la primera historia, hay un quiebre en el relato y en las formas, viaje a Italia y a toda Europa mediante. John Wick 2 es más grande, y mucho más torpe. El despliegue escénico es mayor, se destacan grandes escenarios abiertos, puestas fastuosas, y hasta el arte coreográfico de las escenas de acción es más “imponente”; pero las premisas huelen a excusas, y las resoluciones a “había que cerrarlo de algún modo”. Si la primera entrega se mantenía en una regla de mafias que parecían un grupo familiar de conocidos, y escenarios cotidianos (para los estadounidenses, claro); esta secuela está decidida a traicionar todo lo que construyó su primera entrega y lo que los espectadores podrían esperar; convirtiéndose en algo más cercano a una entrega más de El Transportador. Si la venganza por un perro muerto, el recuerdo de una amada fallecida, y el robo de un automóvil clásico, constituían un punto de venganza empático, aquí no hay con qué sentirse compenetrado; es más, la premisa de venganza es más bien contradictoria. Plagada de escenas que traspasan el ridículo involuntario, y con una meda hora que se estira muy por demás (en su plan de más que la anterior, dura media hora más, cuando sus ideas apuntaban a que durara media hora menos), John Wick 2 puede convertirse en una experiencia no muy cómoda si no se entra en su juego de pirotecnia fastuosa y sin mucha lógica. Reeves salva a su personaje, este ser de pocos gestos y voz apagada es ideal para él, y le suma un gran entrenamiento físico que se nota, verlo a él es lejos lo mejor de la propuesta. No siempre ir a más significa mejores resultados, John Wick 2 se olvida de lo que hizo memorable a la primera, y se convierte sí, en otra más de acción vacía de las que salen miles por año. Por suerte el perrito está a salvo.