Los relatos fantásticos han servido de puente para narrar todo tipo de historias, atravesando los géneros más diversos. El drama suele ser uno de los más recurridos, y el realizador español Juan Antonio Bayona parece no temerle. Un monstruo viene a verme adapta la novela homónima de Patrick Ness, y desde los papeles, parecía ideal para el director de Lo Imposible. Lewis MacDougall es Conor, un niño que vive en una campiña inglesa bucólica, alejada; junto a su madre (Felicity Jones). A Conor le cuesta empatizar, hacer relaciones con los chicos del colegio de los cuales es objeto de burlas y maltratos varios. Su vida es casi un infierno triste, pero – obviamente – posee una gran imaginación que lo hace fuerte de espíritu. Una noche, luego de hacer catarsis, comienza a ser visitado por un monstruo (voz de Liam Neeson), gigante y con forma del árbol del cual se desprende. Este gigante, que muestra una actitud agresiva respondiendo al ofuscamiento de Conor, le contará cada noche, siempre a la misma hora, una historia diferente, todas con un mensaje detrás, con el objetivo de que, la última noche, Conor le cuenta una historia, su historia, su verdad. No es la intención de este texto contar más de lo debido, adelantar algún dato revelador; pero es que el desarrollo sigue caminos tan previsibles que es imposible no hacerse una idea de lo que va a pasar – y va a pasar – con tan solo leer una simple sinópsis. Un monstruo viene a verme responde a una tendencia de hace ya varios años de recurrir al manual de autoayuda disfrazado de algo de misterio y melodrama como para llenar varios tanques. Todo lo que Conor “aprenda” de su nuevo amigo, le servirá en su vida diaria para ir avanzando en lo que internamente necesita, y que la película inútilmente intenta escondernos, aunque podamos adivinarlo a los cinco minutos. Bayona se hizo mundialmente conocido con su ópera prima El Orfanato. En aquella ya se vislumbraban la predilección por historias de fuerte contenido melodramático enmarcadas en un contexto de cine de género. Pero a diferencia de Un Monstruo…, en aquella oportunidad, las emociones fluían naturalmente, la historia atrapaba, y uno podía compenetrarse totalmente con el sufrimiento y desesperación del personaje de Belén Rueda. Aquí, es posible que lo que falle sea el texto original, que uno adivina una novela juvenil con consejos de vida en cada párrafo, mal disimulados. Lo que queda plasmado en la pantalla es una narración torpe, que fuerza cada momento dramático con todas las armas posibles; desde una fotografía cargada de ocres y verdes opacos, y una música que no nos abandona casi nunca, pero sube el volumen para que escuchemos más violines diciéndonos que debemos entristecernos un poco más. La dirección actoral sigue siendo lograda, el director ya lo había demostrado anteriormente, y acá imprime un buen direccionamiento para que el trío formado por MacDougall, Jones y Sigourney Weaver como la abuela, despliegue buena química y momentos de climax intensos convincentes desde sus labores. Los rubros técnicos son otro acierto, aunque intenten enfatizar esa veta dramática. La fotografía demuestra belleza, y el monstruo interactúa correctamente con Conor. Sabiendo de ante mano que Un Monstruo Viene a Verme intentará hacernos llorar con todas las armas posibles (algunas bastante sucias y tramposas), y aun así aceptándolo, es posible que el espectador se tope con una película correcta, que propone un ritmo lento pero que no decae. Eso sí, habrá que advertir a los padres que decidan llevar a sus hijos sobre la posible historia a la que pueden exponerlos, esto no parece ser ni por lejos algo infantil ni casi juvenil.
Desde que el cine argentino emprendió un camino fructuoso hacia su industrialización, digamos a fines del siglo pasado, las historias de género han estado siempre a mano de los realizadores para convocar al público amplio a las salas. La promesa de buen clima de suspenso, siempre es un gancho para atraer espectadores; y Martón Hodara lo sabe. Asistente de dirección de Fabián Bielinsky, y co-director junto a Ricardo Darín de La Señal, aquel policial noïr que Eduardo Mignona nunca pudo concretar; Hodara debuta en el largometraje en solitario con Nieve Negra; propuesta que en los papeles se presentaba como un cargado thriller de suspenso, hecho y derecho, de esos que nos mantienen aferrado a las butacas. Dicen que, del dicho al hecho, hay un largo trecho. Los entuertos en familias disfuncionales son un recurso tan clásico como atractivo. Marcos y Laura (Leonardo Sbaraglia y Laia Costa) regresan de España debido al fallecimiento del padre del primero. Más que el dolor, pareciera que los que los trae, es la posibilidad del cobro de una herencia que se hará efectiva cuando puedan valer unos valiosos terrenos en donde se encuentra la cabaña patagónica en la que vivía Marcos de pequeño junto a su pare y sus tres hermanos. El abogado compuesto por Federico Luppi ya tiene armada toda la estrategia (posiblemente no muy legal) para que Marcos cobre su parte… y algo más. Pero hay un solo inconveniente; en la cabaña vive Salvador (Ricardo Darín), el hermano mayor; a quien deberán convencer de vender el terreno. El guion de Hodara y Leonel D’Agostino (Puerta de Hierro, A través de tus ojos) no tarda demasiado en ubicar a los tres personajes en ese paraje solitario, muy propicio para crear el clima de tensión buscado. Se sabe que hay un trasfondo familiar muy oscuro, y obviamente, en esos días, todo saldrá a la luz. Nieve Negra claramente cuenta con todos los elementos para ser un gran thriller; buena premisa, buena locación; y una producción cuantiosa que permite un despliegue técnico que terminará siendo lo mejor de la propuesta. Esa casa y ese bosque permanentemente nevado, presentados con una fotografía puntillosa y música correcta para el crescendo, no hará más que recordarnos a esa perla que es El Aura; pero probablemente, las comparaciones terminan ahí. Un buen film de suspenso debe contar con un buen guion para lograr su objetivo, un mecanismo de relojería aceitado en el que todas sus piezas encajen, y que se mantenga en constante movimiento para provocar tensión en cada plano. No es este el caso. Una vez establecida la premisa, una mente más o menos avispada podrá adivinar todo lo que sucederá a continuación, ni bien pasados diez minutos. Aun pasando por alto el elemento sorpresa, durante el primer tramo, la historia pareciera inclinare más hacia el drama familiar, con silencios y escenas típicas de un drama sobre lazos rotos que deben componerse; promediando su segunda parte, comenzará la tensión prometida. Los agujeros en su guion son tantos que es imposibles pasarlos por altos, demasiadas circunstancias que no cierran, que se resuelven de un modo apresurado – no por antes de tiempo, sino por no haber logrado una progresión paulatina – o directamente fuera de toda lógica. Ignoremos que, según nuestra legislación, si uno de los herederos quiere vender, se debe vender; aun así, el resto no cierra. En cuanto al conjunto actoral, si bien los ojos estaban puestos en Darín interpretando un personaje hosco y probablemente villano; las palmas, termina llevándoselas Sbaraglia, en el personaje más contenido y con más capas. Darín pone todo su empeño y talento, pero Salvador sigue sin ser un personaje para él; el carisma natural del actor se despierta hasta en un rol que no debería desplegar ningún tipo de carisma para que se sea creíble; de todos modos,los momentos de duelo actoral serán el plato fuerte del resultado. Costa se mantiene ajena y no aporta a flor de piel quizás la característica que más debió demostrar Laura. Nieve Negra suma sus partes y no todo parece estar correcto; sin embargo, por la pericia con la que la propuesta es encarada, la solvencia de sus intérpretes, y las intenciones de apostar a más; no podemos hablar de algo completamente fallido, hasta puede resultar convincente para un amplio público que busque un entretenimiento popular. ¿Pudo ser mejor? Una pulida al guion mostraría resultados bien diferentes.
Durante años, cine animado fue sinónimo de Disney, por lo menos en tierras de Hollywood. Aunque esos tiempos a no son tan así y han surgido varias contendientes y muchas veces ganadoras en la taquilla; a la empresa del ratón le alcanza con una propuesta como Moana: Un mar de aventuras, para desterrar las dudas sobre quién es el líder en la materia. Mientras otros apuestan a una supuesta originalidad buscada en la modernidad, aquí se aplica la misma fórmula que ya le vimos a Disney una y otra vez; que no deja de ser efectiva. Moana es otro eslabón más en esa extensa cadena de Princesas Disney. Las hay de todo tipo y clase; de las etnias más variadas para que ninguna niña se sienta excluida. Buscaron en el mapa y vieron que quedaba un cupo en Polynesia, y hacia allá fueron. La historia toma varios elementos de la mitología tradicional del lugar (más allá de que obtuvo varias críticas por alguna “infidelidad”) y se ubica miles de año atrás, cuando las islas Motu Nui pertenecían a ese sector de Oceanía y no al actual occidente de Chile. En los primeros minutos, a modo de introducción nos cuentan la historia de Maui, un semi-Dios que embebido en arrogancia decide robar una piedra preciosa conocida como el corazón de la Diosa Te Fiti, Madre Tierra del lugar. Este acto solo trajo caos en el equilibrio natural de la zona, y Maui desapareció sin que nunca más se sepa de su presencia. Motu Nui lleva años con un desequilibrio que hace peligrar su subsistencia, los recursos se están agotando si muchas explicaciones. Moana es la hija del líder de la tribu del lugar, que se encuentra en preparación para asumir su cargo. Pero también tiene un llamado místico con el agua, que su padre rechaza, pero al que deberá atender desobedeciendo para salvar el futuro de los suyos. Moana es llevada por el océano a buscar a Maui para que juntos reintegren el corazón a Te Fiti y se recomponga la armonía. Desde Ariel a Mérida (que es de Pixar rindiéndole homenaje a su socia), pasando por Mulan o Rapunzel; los elemento se repiten. Una princesa que debe cumplir su legado, que siente la rebeldía de la aventura y debe madurar, responde a un llamado que la llevará a salvar a toda la población y a un crecimiento personal. Tenemos al personaje que es la voz de la experiencia, padres que rechazan ese llamado a la aventura, y un personaje amigo – convenientemente un animal – que sirve como comic relief. Todo está ahí; no hay acá romance, esta parece ser la nueva era de Disney, pero si hay un dúo, formado entre Moana y Maui para formar una aceitada buddy movie. Si (casi) todo lo que se presenta ya se ha visto ¿Cómo es que funciona tan bien? Es la ventaja de jugar un juego conocido, a Disney estas películas les salen de taquito y como a ningún otro. Alcanza con ver los créditos para caer que en la dirección realizada entre cuatro; y el guion escrito por ocho; nos encontramos con los nombres líderes de Ron Clements y John Musker; expertos del mundo Disney y de las Princesas de la factoría. El dúo responsable de La Sirenita, Hércules, Aladdin, y La Princesa y el sapo; simplemente hace todo bien. Moana fluye como el agua en el océano, es muy entretenida, divertida, amena, con el mensaje correcto, y sin sobresaltos. No hay momentos en que decaiga. La animación es un regalo para la vista; y la cantidad de personajes no hacen más que comprarnos desde que aparecen (atención con los piratas). Moana es una ventura para el espectador, ya sea chico o adulto (sin necesidad de recurrir a gags propios para estos), nena o varón (es de las primeras Princesas Disney que entretiene a “ambos sexos” por igual); y tiene todo para convertirse en un clásico a la altura del resto. En este punto, la banda sonora es fundamental, como siempre, las canciones son entradoras y permanecerán en nuestra cabeza durante semanas. Disney demuestra que puede innovarse sin correrse de su eje, volviendo a demostrar por qué es un líder indiscutido; en esto son imbatibles. Párrafo aparte para decir lo mismo de siempre, llegue temprano a sala y no se pierdan el corto de inicio, Inner Working, imagínense la mezcla perfecta entre Intensa-Mente, Up y Wall-E paraque den una idea de lo precioso de estos seis minutos que nos preparan de la mejor manera para el plato principal.
Si revisamos los últimos estrenos en materia de terror, alcanza con hacer un rápido pantallazo parar ver que las películas de exorcismos han sido las que peor suerte han tenido. Si 206 fue un año plagado de títulos terroríficos de muy dudosa calidad, en un rápido conteo, la mayoría envolvieron algún poseído y/o algún exorcizado. Casi como si no pudiese innovarse desde aquella gema El Exorcista hace más de cuarenta años; se acumulan títulos que no presentan grandes variantes. Por estas razones es que se agradece el arribo a cartelera de un título como La Reencarnación, que intenta de algún modo presentarse con ciertos tópicos originales sobre lo ya archi conocido. Tome una porción de El Origen, extracto de Constantine, dos gotas de Pesadilla 3, un poco de Poseídos a gusto; y bátalo junto a la cantidad necesaria de El Exorcista; para obtener como resultado algo que a primera vista nos hace recordar a mucho pero no se parece a nada. Incarnate comienza con un ritmo arrollador dejándonos con la expectativa de lo que vendrá. Nos presenta al pequeño Cameron (David Mazouz) que luego de ser atacado por una vagabunda en la casa en a que vive junto a su madre reacciona de un modo que no dejará dudas, tiene un demonio en su interior. Alí conoceremos al Dr. Ember (Aaron Eckhart) un científico que posee la habilidad de penetrar en la mente de las personas poseídas y exorcizarlas desde adentro haciendo que el poseído reaccione y expulsando al demonio. Sí, así como lo leen, una locura. Ah, me olvidé de agregar en la receta algo de La Celda. Por supuesto, Ember y su equipo se encargarán de Cameron a pedido de una emisaria del Vaticano; y además tendrá asuntos propios que resolver. La Reencarnación respira estilo Clase B por todos sus poros, Clase b del bueno. Aquel estilo que se maneja con libertad para hacer lo que quiera y entregar una montaña rusa de diversión. De eso hay mucho acá; quizás no sea una propuesta profundamente aterradora, aunque otorga unos cuantos sobresaltos en buena ley; pero nunca deja de entretener. Ember y su grupo son personajes interesantes y de los que nos quedamos con ganas de saber más. Podríamos pensar hasta en la posibilidad de una extensión en serie de TV con estos mismos seres. No pidan lógica ni demasiadas explicaciones, se acepta lo que hay ¿Qué hay cosas que no cierran? Tampoco nada que haga perder su esencia. Eckhart disfruta de este personaje en una inversión de su carrera al estilo Nicolas Cage; pareciera que cuando se lo estaba tomando en serio como actor dramático de fuste, el hombre optó aceptar este tipo de papeles que permiten celebrar la sobreactuación y transmiten la misma diversión relajada que al interpretarlo. Quien se esconde detrás de un producto con poco presupuesto, pero fuerte corazón es Brad Peyton, un director que hasta la fecha conocíamos por tanques taquilleros como San Andreas. Aquí, sin el peso de una gran producción detrás, se entrega a un ritmo vertiginoso y a una deliberada falta de seriedad; algo que ya intuíamos en Viaje 2. No será La Reencarnación la película del año, tampoco ser un clásico del terror; pero con su modesta propuesta le alcanza para otorgar una pátina de originalidad a un subgénero demasiado desgastado; y en el trayecto nos entretiene en muy buena forma. La verdad, para nada poco.
Hay nombres detrás de cámara que aseguran un resultado fijo. Si Hollywood es sinónimo de espectáculo; Robert Zemeckis se ubica entre los principales nombres que lo erigen en esa característica. Perteneciente a esa camada renovadora de directores de finales de los ’70 y ’80; el hombre que se cansó de crear películas que definieron a una generación ahora se inclina por un relato clásico de la Segunda Guerra Mundial; no tanto en el campo de batalla (para eso en esta temporada lo tenemos a Mel Gibson), sino en el apasionante trasfondo de los espías. Y el término clásico no es algo al azar; si algo define a Aliados es su primordial clasicismo. Transcurre 1942, Max Vatan es un espía de los Aliados que se encuentra en Casablanca para cumplir una misión de extremo peligro. En la misma, deberá “trabajar” (no revelaremos el porqué de las comillas) con Marianne Beaséjour, colaboradora francesa. Entre ambos surge el amor, intentan conllevar una vida tradicional; pero comienzan las tormentas, los inteligentes giros argumentales que llevaran a los protagonistas y al espectador a la duda y a la revelación, o eso creemos… y a esta altura hay que decir que ojalá puedan concurrir a sala sin haber visto un tráiler innecesariamente revelador. Será mejor llegar sabiendo nada, que hay una historia romántica en el marco de la Segunda guerra; y nada más; para así sorprendernos y envolvernos en su argumento que depara sorpresas para quienes se entreguen al juego y no intenten dilucidar antes de tiempo. Como Max, Brad Pitt se esfuerza en parecer esos eternos galanes duros del espionaje de los ’50. Tanto el guion de Steven Knight (Promesas del Este, El Séptimo Hijo) como la férrea dirección de Zemeckis le otorgan todos los elementos para que así sea, para que despliegue un halo oscuro y seductor. Sin embargo, Pitt se desenvuelve mejor en los tramos en que el carril argumental sea el romance típico, que durante la segunda parte. Marion Cotillard el rostro de Marianne no llega a ser una femme fatale, pero se desenvueive con solvencia en os giros que se le otorgan a su personaje. Entre ambos protagonistas hay química, hay intriga, y creemos la situación que viven. Lo que diferenciará a Aliados de otro film de espionaje actual será el estilo con el que el realizador de Volver al Futuro maneja la puesta. Hay momentos en que parecerá una obra de teatro, se respira una falsedad, una impostura, que puede parecer incómoda, pero que luego tendrá su explicación. Zemeckis se convence de estar contando una gran historia y nos lo hace creer a nosotros. Desde la elección de fotografía de Don Burgess a la música de Alan Silvestri, sabemos que la apuesta es a la posteridad. Tampoco hablamos de un film anclado en un homenaje/copia permanente al film noïr, la referencia a Casablanca podría hacernos pensar eso, Zemeckis mira a los clásicos, pero desde una postura actual. Si todo apuesta a ser una película que se convierta en un clásico del género de espías instantáneo ¿Lo termina consiguiendo? Quizás a extensión del primer tramo; insistir con una idea cuando el espectador (aún el que no vio el desafortunado tráiler) ya intuye qué se esconde detrás; en definitiva, anclarse en el drama romántico, le juegue en contra en este cometido. Aliados pareciera un gran parte de su metraje, una propuesta demasiado simple. No obstante, cuando se apuntala, y el permanente magnetismo que despierta su director nos alcanzarán para asegurarnos que Aliados es una experiencia digna y rica de ser vivida sobre un tramo de la historia que el cine ya se ha cansado de revisar de todos los modos posibles. Entre tanta propuesta que invita a innovar, un viaje hacia el centro del cine como gran espectáculo es un recorrido que bien vale la pena hacer.
Interesante el caso del estudio de animación Illumination. Aquellos que iniciaron su actividad en 2010 con Mi Villano Favorito en una competencia con Megamente, del mismo año, por ver quién tenía mayor éxito con un villano como protagonista; más de una vez han visto cuestionada la originalidad de sus proyectos. Hop, parecía tener bastante de Alvin y las ardillas; y la reciente La vida secreta de las mascotas parecía un resumen de la trilogía Toy Story hecha con animales. Ahora es el turno de Sing, una propuesta que se define como un concurso de canto (tan en boga los últimos años), pero con animales. El protagonista es Buster Moon, un koala dueño de un teatro que supo tener cierta gloria otrora, pero ahora se encuentra bastante abandonado. Soñador, el hombre… perdón, el koala, inventa un concurso de canto, y por una confusión, el premio termina siendo una suma de dinero que no posee. Lo que queda es el casting, las pruebas, las eliminatorias, y la final. Como si se tratase de estos shows televisivos estilo American Idol. Ahí aparecen el resto de los protagonistas, un gorila con una familia complicada en asuntos delictivos, un ratón crooner estilo Sinatra, una elefanta tímida – que por supuesto, despertará una gran voz –, una puercoespín punk roquera (obviamente), y una cerda ama de casa que encuentra en el canto su liberación. Todos especímenes que, de ser humanos, perfectamente encajarían en esos programas que además de cantantes, buscan historias de vida. Ya podrán imaginarse que el punto alto de la propuesta será el momento de las canciones, esas que ya gastaron en los trailers y publicidades, y otras más. Todos cantan y lo hacen con buenas voces y en un show muy colorido y entrador, como en los concursos reales, y sin escatimar algún gag. Pero aquí encontramos lo primero que nos hace ruido. El playlist está integrado casi en su totalidad por canciones de la mitad de los años noventa para atrás. Es un gancho directo para captar adultos nostalgiosos. Nos será casi imposible no tararear cada vez que suenen. El resto del film, humor incluido (salvo un par de chistes algo fuera de lugar o de dudoso gusto o ideología), apunta a un público más bien menudo, me animaría a arrojar un menos de diez años, un público que, lo más probable, es que desconozca las canciones. Ambos polos no están bien balanceados, como sí sucedía en, por ejemplo, Happy Feet. Los niños pueden sentirse algo perdidos, y los adultos algo aburridos. El aspecto técnico de la animación también apunta al mismo desbalanceo, formas y colores propias de un film para muy chiquitos y un montaje furioso casi videoclipero más propio para los mayores. Cabe destacar que el doblaje argentino, tampoco se encuentra entre los mejores. Por último, retomando los primeros párrafos; la idea de una ciudad de animales antropomorfos ya se vio hace muy poco y en un sentido mucho más ingenioso, en Zootopia, sin dudas, la sorpresa de 2016; y como dijimos, es imposible no pensar en Happy Feet. Estas dos no serán las únicas películas animadas a las que Sing nos haga acordar. Puede que no hablemos de una copia en el estilo de la infame Video Brinquedo, pero sí de una propuesta que arroja grandes momentos de originalidad (más si se es adepto a los programas de canto en TV a los que hace referencia). Sing es una película animada modesta, simpática, y si no hay pretensiones, hasta divertida. También es un proyecto menor, olvidable y falto de originalidad. Quizás para pasar el rato con la familia completa sirva, aunque hay cosas mejores para el mismo target en cartelera.
Star Wars lo hizo otra vez. Desde su aparición en 1977 no solo se convirtió en la saga cinematográfica más exitosa de la historia del cine; es sin dudarlo la que mayores películas de excelencia ha otorgado, redefiniendo al género de aventuras de Ciencia-Ficción más de una vez. Ya el año pasado Episodio VII El Despertar de La Fuerza despejó todas las dudas sobre lo que la recién llegada a la franquicia, Disney, podría llegar a hacer. El desafío ahora era mayor, encarar una película de Star Wars, fuera de “Los Episodios”, una suerte de Sin-Off, y con varios de los elementos característicos de la saga que parecían quedar afuera. ¿Funcionaría un Star Wars sin un protagonista Jedi? La respuesta es un amplio Sí, Rogue One funciona en todo sentido; aunque la ausencia de todos esos elementos, y el término spin-off es relativo. Se supone que un spin off es una suerte de desprendimiento, dentro de un universo ya conocido y mayor, que cuenta una historia paralela, y con acciones que no deberían afectar (por lo menos en gran medida) a los acontecimientos de la línea general. Bueno, si entendemos eso, Rogue One no es un Spin Off, aunque tampoco es un Episodio más de la saga, su estructura es diferente. ¿Entonces qué es? ¿Importa roturarla? Lo que seguro es, es un gran film. La historia nos sitúa entre los Episodios III y IV, más cerca de este último. El Imperio despliega todo su avasallamiento, oprime al pueblo y parecieran intocables. Hay un grupo de rebeldes que intenta terminar con sus planes y reivindicar a los ocultos Jedi en su lucha, aunque de un modo más extremista. En esa guerra sin tregua, la Rebelión toma prisionera a una ladrona que mantiene oculto su verdadero nombre. En realidad, ella es Jyn Erso (Felicity Jones), hija del arquitecto Galen Erso (Mads Mikkelsen), rebelde al que creían muerto, pero quien en realidad debió aceptar trabajar para el Imperio a costa de la seguridad de su hija. Jyn y los demás rebeldes, con Cassian Andor (Diego Luna) a la cabeza, deberán descubrir los planos de la mayor arma imperial, la Estrella de la Muerte que se encuentra en plena fabricación. El argumento, si se quiere, es más bien sencillo, se entrega a un ritmo de batalla constante que no da respiro. Pero no necesitamos más. Hablamos de una historia clásica de rebeldes que saben que tienen todas las de perder, pero se entregan a una causa mayor, derrocar al tirano poder. El hecho de ser una película más “humana”, hace que la identificación sea más directa, por lo cual, hasta los recién llegados pueden comprender la historia como un gran relato de épica, coraje y valor. Claro, no sería Star Wars a esta altura si no entregase un caramelo visual enorme para los fanáticos, y créanme que acá eso abunda. Hay escenas enteras que se transforman en un Buscando a Wally de este universo (ya habrá tiempo de verla en nuestras casas y pararla en los momentos exactos), y hasta un increíble despliegue de efectos que también están no solo al servicio de la historia sino al servicio de la adoración de los fans. Sí, hay cosas que no las van a poder creer. Si por el lado de los rebeldes se muestra una ambigüedad muy tentadora cuando ellos mismos se reconocen como asesinos en pos de algo superior y se lamentan de haber cometido acciones contradictorias. El Imperio también tiene sus gamas, Orson Krennic (Ben Mendelsohn) es un gran villano ¿Por qué? Porque no es ni un Sith ni menos un Emperador, es un general, encargado de custodiar la construcción de la Estrella de la Muerte, que se muestra implacable frente a los héroes, pero puertas adentro es maltratado en la línea de mandos. Rogue One puede ser la película de Star Wars más realista desde la primera trilogía. El rubro interpretativo quizás sea el que genere más dudas, individualmente Jones y Luna funcionan, pero falta algo de química entre ellos; esa que había entre Carrie Fisher y Harrison Ford de conectarse con una mirada. La Fuerza aquí es humana, no se asemeja a telepatía ni se habla de Midiclorianos, aquí La Fuerza es lo que lleva a creer en algo, es la convicción que otorga al coraje, y se construye en conjunto, en la unión de todos con un mismo fin. No habíamos tenido ese concepto de La Fuerza desde Episodio IV. Arrolladora, impulsiva, deslumbrante, Rogue One ofrece un entretenimiento mayúsculo sin descuidar lo que nos quiere contar. La banda sonora de Michael Giacchino homenajea al clásico de John Williams, pero también se diferencia para recordarnos que esto es algo diferente. Más de acción y dramática que aventurera, esto es lo que diferencia su clima y la aparta de ser un Episodio; habrá también lugar para la comicidad, casi en su totalidad en manos del carismático K-2SO, un robot imperial reconvertido a rebelde que conjuga la mítica de R2-D2 y C3PO y le suma un arsenal de batalla. El clima irá creciendo hasta concretar unos últimos veinte minutos en donde todos los valores explotan, la épica golpea el pecho y los fanáticos aplaudirán una grandiosa escena que el director Gareth Edwards nos regala, imitando parcialmente a su anterior Godzilla. Edwards que viene de fallar en su adaptación del gigante japonés, aquí acierta al utilizar parte de la fórmula que aplicó a aquella, a diferencia de las películas de Godzie, en Star Wars las emociones humanas y lo que sucede entre los personajes, importa, y mucho. Hay mucha tela para cortar alrededor de Rogue One, uno de los mejores productos mainstream del 2016 para cerrar el año. Entréguense a La Fuerza, jamás defrauda.
Da la casualidad de la cartelera local que en esta semana confluyan dos de los estrenos de “ciencia-ficción” más importantes del año. Sin embargo, esta oportunidad puede servir para apreciar las gamas diferentes de estilo que el género puede tener para ofrecer. Mientras que Star Wars-Rogue One es una catarata de acción cargada de épica y momentos deslumbrantes de batalla y gracia en la que, seamos sinceros, el nombre del director Gareth Edwards pareciera pisar menos que la influencia de la saga; en La Llegada todos esos tópicos están invertidos, y no podemos eludir que estamos frente al nuevo film de Denis Villeneuve. El director que transitó caminos de drama siempre con las tintas cargadas en la tensión del suspenso, esta vez se anima a una historia pura de Ciencia-Ficción ¿Tendremos que remitirnos a la críptica Enemy? Es imposible no pensar en dos películas que se convirtieron en clásicos cuando leemos su premisa, la impronta de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo y Contacto, es ineludible. Amy Adams compone a Louise Bank una experta en lingüística que será contratada por el mando militar para una tarea que difícilmente sea una más. Los extraterrestres están llegando a La Tierra, doce naves arribaron, y el gran interrogante es saber cuáles son sus fines, para poder prepararnos mejor. Olvídense de Día de la Independencia o V Invasión Extraterrestre, no hay alegría que pasa al pánico, al terror, y al contraataque rebelde; aquí el centro es la comunicación. Louise debe descifrar los mensajes extraterrestres y eventualmente descubrirá que tienen una forma de comunicarse. El tiempo corre y Louise debe desplegar todos sus conocimientos para llegar a una conclusión antes de que las cosas se agraven y se tomen decisiones que pueden exponernos a un peligro innecesario. Esto, que leído pareciera sencillo, no lo es para nada. A modo de los planteos de Carl Sagan en la serie Cosmos, La Llegada se inclina por la fascinación por la ciencia, expresada como si fuese un arte, que se discurre en explicaciones sin necesidad de ser didáctica o sobre explicativa, adentrándose de lleno en planteos filosóficos. No pretendan ni un ritmo vertiginoso ni explosiones que invadan nuestros ojos. Sí, tendremos riqueza visual para empalagarnos, pero transitará otros caminos. A diferencia de Christopher Nolan en Interestelar, Villeneuve pone los ojos sobre los personajes, pero sin la necesidad de cargar las tintas dramáticas a un punto telenovelesco, ni se expande en explicaciones de manual que hacen perder el interés, las explicaciones científicas llegarán de un modo dinámico. Sí, La Llegada puede tener alguna dificultad para penetrar en un público amplio, aquel menos acostumbrado a las ciencias lo puede sentir como un relato moroso, y hasta pretencioso. Quienes logren ingresar a su capa, se encontrarán con un film de una riqueza dramática y discursiva muy interesante y compleja, bastante inusual en el mundo de Hollywood. Amy Adams alcanza otra de sus celebradas interpretaciones, y logra lo imposible haciendo que las miradas se posen sobre ella ante tanta belleza visual hacia su alrededor. Lo suyo es hipnótico. Villeneuve trabaja con un equipo técnico consolidado que otorga lo mejor de sí para un film como este. Desde la fotografía de Bradford Young, la banda sonora de Jóhann Jóhannsson, y el montaje de Joe Walker; todo dispone un gran despliegue escénico para engolosinarnos. La Llegada es una apuesta diferente entre tanto pochoclo bombástico y vacío; quienes quieran emprender este viaje distintivo, bienvenidos a abordo.
En el año 1999 los ex Cha Cha Cha, Diego Capusotto y Fabio Alberti crearon un recordado programa televisivo de sketchs cómicos llamado Todo X 2 $. En el mismo, durante las primeras temporadas, desarrollaron uno de los segmentos más celebrados, Los Especiales de Luis Buñuelo: Madre; en el cual burlándose de ciclos como Atreverse o Alta Comedia, desfilaban varios personajes (entre ellos muchos famosos actores de prestigio) que mantenían tremendas conversaciones unísonas en las que confesaban todo tipo de hechos frente a una madre indiferente en primer plano. Lo que nunca nos dijimos, coproducción México/Argentina, ópera prima del mexicano Sebastian Sanchez Amunategui, estaría cerca de ser una aproximación al largometraje de aquel sketch; el asunto es que en esta oportunidad no hay autoconciencia paródica. Mariana (Flavia Atencio) regresa a su casa natal en Mendoza luego de irse muy joven a vivir a México cuando ganó una beca para sus estudios de arquitectura. En la casa la espera su madre Ceci (Ana María Picchio), una mujer de una clase media acomodada, orgullosa de ser la esposa del Dr. Di Mateo, que mantiene las apariencias como lo más importante en su vida. En ese viaje de visita, Mariana no solo irá recordando su vida en Argentina, recordará por qué se fue, y aprovechará para sacar varios trapitos al sol. Mariana es lesbiana, está en pareja con Fernanda (Sandra Burgos); y quiere dejar atrás su pasado mendocino. Pero el Dr. Di Mateo está enfermo, y lo que no sabe ella es que es terminal, y que, en lugar de estar en una clínica, se encuentra comatoso en el dormitorio contiguo al de ella. Hay más, Fernanda está embarazada, y Mariana no lo sabe, y esta piensa viajar a darle la sorpresa. Por supuesto, su madre no sabe que Fernanda existe y aún después de saberlo, se empeña en ocultarla y en llamarla Fernando. Todo así, y hay más, porque la familia tiene muchísimos secretos ocultos en el pasado y seremos testigos de cuando todo salga a la luz de una buena vez. La acción, que bien podría tratarse de una obra teatral, transcurre casi en su totalidad en las paredes de esa casa, que cada vez se enturbia más y más. Pero todo lo que se confiesa es tan apresurado y hasta absurdo, que es imposible que no nos cause bastante gracia. No hay progresión dramática, solamente picos en los que de la monotonía general, pasamos a una confesión tremenda, seguidos de, por ejemplo, una escena en la que ambas se tiran burbujitas de detergente corriendo alegres por el jardín. Ideológicamente tampoco es muy acertado analizarla, son tantos los tópicos que trata de tocar que termina por no resolver ninguno de ellos y queda un tufillo de abalar determinadas cuestiones muy, muy escabrosas. Atencio y Burgos (esta menos porque su participación es escasa), no dotan a sus personajes de matices, todo lo expresan en un mismo tono imposible de creer. Picchio y Juan Gil Navarro (un novio que Mariana dejó casi en el altar) logran mejores labores a fuerza de puro talento, pero lo que tienen para decir poco ayuda. Carente de sensibilidad, no obstante, como suele suceder en este tipo de películas, y como se advierte en el primer párrafo de este escrito; si Lo que nunca nos dijimos se observa con una mirada relajada, de un extraño modo, otorga momentos muy divertidos (no perderse la discusión por la torta o la enfermera hablando sobre el mejor estar muerto). Lo que nunca nos dijimos es a todas luces fallida, pero pasados los primeros minutos y cayendo en que lo que estamos por ver puede llegar a ser irremontable, entramos a un clima de sketch que no solo lo transformará en ameno, puede hasta ser disfrutable.
Formas de asustar existen varias, pueden ser originales o remozar algún truco ya viejo y conocido pero eficaz. También se puede hacer el intento de asustar, acumular todos los recursos, y morder el polvo. Presencia Siniestra echa mano a unas cuantas ideas que ya vimos, trata de crear un halo de originalidad alrededor de ellas; y sí, fracasa rotundamente. Naomi Watts, quien alguna vez perfiló como esas estrellas capaces de vender con su solo nombre en el afiche, pero el thriller le fue siendo esquivo luego de la prometedora primera entrega de The Ring; es el centro de la escena y quien tendrá que cargarse todo el asunto al hombro. La rubia es Mary Portman, una psicóloga infantil que ni bien iniciado el film ya la encontramos a pleno drama. Tiene un hijastro problemático, Stephen (Charlie Heaton), al que su pareja llevará a una de esas escuelas pupilas ´para reformarlo durante una temporada. Hay llantos, despedidas, negación, y un forcejeo que hará que en medio del viaje Stephen y su padre sufran un accidente en el cual, el hombre perderá su vida. Tras un salto de seis meses, Mary parece estar condenada a más sufrimiento. Debe hacerse cargo de Stephen el cual perdió toda movilidad y capacidad de reacción; soporta su viudez reciente de un modo bastante aceptable; atiende a sus pacientes que también cargan con algunos inconvenientes; y para más vive en uno de esos pueblos típicos de película de terror, separado de todo el resto, con mucho bosque, y una tormenta de nieve que está por llegar y amenaza con aislarlos todavía más. ¿Puede soportar más Mary? Pues sí, porque se compromete afectivamente con uno de sus pacientes, el niño sordo Tom (Jacob Tremblay que se está haciendo especialista en hombrecitos traumados), quien también tiene algunas reacciones violentas y debe ser llevada a una institución de tratamiento pese a las sugerencias de la psicóloga. Una noche Tom se aparece imprevistamente en casa de Mary, el auto que lo trasladaba a la institución está estacionado frente a su casa averiado, y el niño solo y lastimado. Cuando Mary quiere asistirlo, Tom habrá desaparecido. Sí, hay más argumento; los días pasan y Tom no aparece, pero Mary comienza a sentir una presencia que la acosa de noche. Todo empeora cuando Tom sea considerado muerto, pero la mujer siga presintiéndolo. Increíblemente todo este argumento que podría ser descripto como una catarata de desgracias, se desarrolla en no más de veinte minutos. Lo que resta para la hora restante es ver el colapso de una mujer que es asustada no sabemos muy por qué, pero es cada vez peor. A una película de terror, o de suspenso que amenaza con bordear lo sobrenatural, no se le suele exigir demasiada verosimilitud, son las reglas del juego. Pero aun obviando los muchos baches, y lo poco creíble de que una persona pueda soportar todo eso en tan poco tiempo sin querer volarse la tapa de los sesos, le debemos sumar una total ineptitud desde el guion por generar empatía o interés por lo que sucede. ¿Cómo es que alguien que sufre tanto nos importe tan poco? Todo lo que la rodea, inclusive el ritmo de los hechos, es profundamente aburrido. Ni el director Farren Blakburn, ni la guionista Christina Hodson cuentan con experiencia fuerte en cine. Quizás esa sea una de las razones por las que Presencia Siniestra se parezca tanto a otras, desde Mente Siniestra, a The Ring Two, hasta la reciente Before I Wake. Como sea, la mezcla entre todos los tópicos conocidos genera cierta originalidad en la incertidumbre sobre lo que puede pasar, y mínimamente genera una curiosidad por cómo resolverán el misterio que han creado. Sin adelantar, la resolución ofrecida no podría ser más inadecuada sobrepasando todos los límites de la credulidad. Presencia Siniestra es fallida por querer enroscar más de lo necesario lo que pudo ser una idea más sencilla, práctica, y más eficaz. Desde la premisa todo parecía más interesante.