El género documental definitivamente le sienta más que bien a Santiago Loza, un realizador que nos tiene acostumbrados a películas muy particulares, de las más “autorales” de nuestro cine. Pero en esta ocasión, presenta un film que no solo ostenta el lujo visual que caracteriza a su cine, sino que es muy dinámico y original, sumándose a esta brisa renovadora que está respirando el género documental en Argentina, habitualmente asociado a la denuncia social, y lamentablemente, por ende, instalado en el imaginario popular como un cine triste, aburrido. Sin dudas, Rosa Patria no es el caso. Debo admitir que, en aquel momento cuando la vi en el pasado BAFICI –donde resultó ganadora de una Mención Especial en la Competencia Argentina–, llegué a la sala esperando nada. Tras la decepción sufrida en Mardel 2008 con Ártico, bien dice el refrán que "un tropezón no es caída", y Loza volvió para deleitarnos con una pieza única, indispensable. Rosa Patria es un recorrido por la vida de Néstor Perlongher, poeta y pionero de la militancia gay en la Argentina de los 70. Un personaje rico del cual Loza supo traducir en imágenes cada uno de sus mejores rasgos. De esta manera el film intercala entrevistas de quienes más lo conocieron –Rodolfo Fogwill, Fernando Noy, Alejandro Ricagno, entre otros– con pequeños fragmentos musicales e interpretaciones de alguna de sus piezas. Con el pintoresco agregado de breves pero precisas inserciones de la voz en off del propio director (con su leve y delicioso acento cordobés) como separador –y a la vez, conductor– de los diferentes bloques del relato. El film en su totalidad es de una belleza extrema, es exacto, nada sobra ni falta en él. Una narración precisa, que resulta interesante para cualquier tipo de espectador con ganas de conocer a un personaje tal vez desconocido para muchos, pero fundamental para la historia de la comunidad gay argentina. De principio a fin, en esta película se siente además la presencia de un realizador sin pretensiones grandilocuentes, pero dotado de capacidades infinitas para ganarse un lugar entre los mejores de la historia de nuestra cinematografía. Bien por Loza, un grande lleno de humildad, algo difícil de encontrar entre los realizadores actuales, lo cual lo hace más grande aún.
No, yo no quiero escribir más. Me siento frente al documento en blanco por segunda vez y les juro que lo intento, me esfuerzo, pero no puedo hacerlo. Me pregunto por qué ahora y no antes. Me pregunto también qué tendrá Desde mi cielo que provocó esto en mí. Muchos pensarán que es tan mala que me quitó las ganas. He leído comentarios de ese tipo, pero no; no hay nada más lejos de eso. Desde mi cielo es una película fascinante. Sí, aún a pesar de que el guión parece no cerrar por ningún lado; créanme que los entiendo a todos los que dicen eso, pero para mí sí cierra. El tema es que me cuesta explicarles por qué. En realidad, ni lo intento, porque tal vez no lo entenderían. Y no es porque los subestime, pero hay algo en esta historia que excede a la mera comprensión lógica. ¿Alguna vez se sintieron en contacto con alguien que no esté en este plano de existencia? No estoy hablando de ver fantasmas, porque Susie Salmon no es precisamente un fantasma – al que solo se haya quedado con eso, le pido que abra un poquito su mente, más que nada su corazón. Porque ahí radica el quid de la cuestión. Desde mi cielo no es una película para racionalizar. Es verdad que no se explica por qué varios de los personajes obran de determinada manera desde la muerte de Susie. Pero también es cierto que hay sensaciones en la vida real que resultan imposibles de definir. Vuelvo a preguntarlo, ¿nunca sintieron la presencia de alguien que ya no está físicamente en la Tierra? Bueno, yo lo siento muy a menudo y no puedo explicarlo. Entonces comprendo las “razones” de esos personajes, que actúan como motivados por nada, o quizás solo por una sensación, un movimiento, una brisa: por la presencia invisible de Susie, que para los suyos nunca se fue. Particularmente, creo que Jackson se arriesgó mucho al hacer esta película. Y tal vez por presión de los estudios, o de los medios, o simplemente de la audiencia popular que lo conoció masivamente gracias a su trilogía histórica (es obvio que no tengo ni que mencionarla) no se animó a jugarse del todo, y por eso planteó una historia fantástica, poética, que transcurre en esa especie de purgatorio celestial al que llega la protagonista, pero la entrelazó con una trama policial-terrenal poco sólida, en su afán de no decepcionar a nadie. Y lamentablemente no funcionó del todo, porque los personajes parecen poco desarrollados, como pobres a nivel dramático por momentos. Y creo que eso se debe justamente a lo que decía antes, a que no se jugó del todo. Se quedó a mitad de camino entre la lógica y el realismo. Pero – retomo palabras del principio – acá no vale ninguna de las dos componentes. Desde mi cielo podría tener su propia lógica, inexplicable para muchos, pero definitivamente el toque forzado de realismo en el que Jackson trató de anclar su película, en lugar de consolidar el relato, lo hace tambalear. Es que se está tan bien en el cielo que cuando la historia retorna a la Tierra, por momentos hasta irrita. Dan ganas de seguir volando eternamente por ese universo mágico y de una belleza visual incomparable. Entiendo a Peter, en serio; no es fácil animarse a hacer una película así en el circuito mainstream. Pero él lo hizo, y a pesar de todo, es admirable su osadía y el resultado final no deja de ser sorprendente. Sigo insistiendo, ya no quiero escribir… no cuando se trata de películas así. Sólo quiero sentirlas, porque para eso fueron hechas. Sólo me queda una duda… ¿todavía estaré acá, o me habré quedado entre esas nubes y océanos celestiales, contándoles todo esto “desde mi cielo”? La verdad, ya no me interesa saberlo. Sólo quiero seguir sintiéndome así…
Tengo muchas cosas que hacer, hace calor, tengo hambre y encima me levanté más temprano que de costumbre, solo para ver esta “cosa” de la que tengo que hablarles ahora. Así que intentaré ser breve para no invertir energía de más en algo que no vale la pena y además, porque “destrozar” el trabajo de otro –por peor que me parezca–, no es una actividad que me agrade. Hollywood lo hizo otra vez. Nos engañó con el viejo cuento de la “joyita indie”, “la revelación de los premios”, “el film más crudo y conmovedor”… Yo le respondo a todo eso como ellos mismo dirían: “bullshit!”. Llamar “culebrón de cuarta” a esta película es poco. Y no es que tenga algo en contra de los melodramas, ni de las películas “sentimentales” ni nada de eso; por favor, no quiero perturbar la memoria de mi querido y respetado Douglas Sirk quien, en su estadía en los Estados Unidos, supo dar los mejores exponentes de este género. Porque lo que hoy vi, he leído por ahí que pretende ser una suerte de “melodrama realista”, pero no es más que una sucesión de golpes bajos de mal gusto y totalmente carentes de respeto alguno hacia los delicadísimos temas que trata y hacia el espectador que merece ver cine, no una dramatización de hechos monstruosos que bien podrían formar parte de un informe del programa de Chiche Gelblung sobre el abuso, la pobreza, el analfabetismo, la discriminación y demás miserias, que Preciosa reúne en unos eternos e insufribles 110 minutos. Ya ni me esfuerzo en tratar de responderme a mí misma qué es lo que tanto le gustó a la crítica del mundo y a la Academia de este olvidable pastiche de aberraciones… Igual se me ocurre que tal vez podrían ser las “brillantes y muy premiadas” actuaciones, que en realidad no son tal, quizás porque el guión no ayuda demasiado… Tampoco ese montaje videoclipero sin ningún valor narrativo, ni artístico. Ni siquiera puede ser el “hallazgo” de contar con las actuaciones de unos irreconocibles Mariah Carey y Lenny Kravitz, cuyo único mérito es el de arriesgarse a aparecer en cámaras “al natural”, sin ostentar el glamour que los caracteriza arriba de los escenarios. Me retracto: esto es mucho más que un “culebrón”. Es una peligrosa especie de la fauna cinematográfica, cruza de culebra ponzoñosa con boa constrictora, que solo para ganar unos millones y algunos premios, te asfixia durante casi dos horas con una historia forzadamente deprimente, mientras te pica sin cesar con imágenes y diálogos morbosos y hasta nauseabundos (literalmente) y finalmente, como en un juego macabro, te deja ir, lleno de agujeros y amargado por tanto veneno que te hizo tragar sin sentido alguno. Sí, Preciosa es una película de muy mal gusto. Y no porque toque temas complicados, sino por la impunidad con la que lo hace. A diario en el mundo muchísimas niñas y mujeres de todas las edades sufren el calvario de este personaje en carne propia y en la vida real, por eso me indigna ver películas que hacen uso y abuso (nunca mejor dicho) de estas cuestiones para provocar una falsa emotividad o toma de conciencia en el espectador. Me da vergüenza ajena el solo hecho de pensar que todo el revuelo entorno a esta película pudiera tener algo que ver con esta creciente moda de “integrar” a la población negra que durante siglos sometieron, marginaron y maltrataron en Estados Unidos pero que, desde la asunción del primer presidente afro-americano, parece ser lo más “IN” del momento (léase con la entonación de Brüno, un personaje mucho más sincero que la película que estamos comentando). La demagogia expresada hacia esta película es tal que da la sensación de que todos los premios y halagos solo son una forma delicada que encuentra la sociedad para lavar culpas y así poder decir –hablando mal y pronto, diría mi abuela–: “¡Qué buenos que somos! ¡No solo les damos premios a los negros, sino que nos conmovemos con la miseria que pasan!”. Tal vez me esté yendo por las ramas y no es mi intención herir susceptibilidades, pero insisto en que toda esta película es una gran falta de respeto generalizada a muchos sectores. Basta, no quiero decir más nada porque me indigno más. Nadie les prohíbe verla pero yo no la recomiendo. No digan que no les avisé.
Desde los 60, podríamos decir que no hemos sido niños si en algún momento de la vida no vimos un capítulo de Astroboy. Este personaje adorable creado por Osamu Tezuka, admirador de Walt Disney – de ahí que, si miran con detenimiento los rasgos faciales de su personaje, notarán las similitudes con Mickey Mouse – ha cautivado a varias generaciones de niños y niñas desde su primera aparición en blanco y negro en el año 1963. Una segunda versión llegó a las pantallas en los 80s. Incluso a principios de este siglo, allá por el 2003, se estrenó una nueva, que combina la clásica animación 2D con algunos inserts de FX en 3D. Pero es sabido que de un tiempo a esta parte, la gran “máquina de sueños” que fue Hollywood en sus años dorados, se convirtió en algo parecido a una de esas máquinas retro en las que ponés una monedita y te sale una sorpresa. Si tenés suerte, te sale algo original y divertido, pero la realidad es que la mayoría de las veces, por el mismo precio, te toca un juguete de cotillón sin ninguna gracia. Bueno, eso es lo que pasa con las remakes. A Hollywood se le han acabado las ideas y empezó a desempolvar todos los clásicos (y a veces no tanto), todos los personajes que alguna vez fueron un éxito o los que nunca lo fueron, con tal de no crear nuevos. Entonces hace años que vemos remakes de remakes, secuelas, precuelas – algunas muy buenas, otras regulares y otras como Astroboy: lamentablemente, olvidables. Por empezar, debería existir una máxima universal que diga: “no convertirás un animé en animación 3D”. ¿Acaso no entienden que el animé es arte? ¿No les alcanza con ver que Miyazaki sigue haciendo películas maravillosas a fuerza de puño, lápiz y papel? No, no lo entendieron todavía, entonces tomaron a un clásico del animé y lo destrozaron. En vez de tener los rasgos de los que hablé al principio, este Astroboy se parece al pequeño Freddie Highmore, que le prestó su voz. La película comienza con una pintoresca animación 2D (creo que lo más rescatable a nivel técnico y narrativo de todo el metraje) que explica la génesis de la ciudad Metro. El 3D se inaugura contando la serie de eventos que devinieron en el nacimiento de Astroboy, tal como se relataba en la primera versión del animé. Pero lo que le sigue a continuación es una historia de aventuras – bastante aburrida, por cierto – que bien podría haber sido protagonizada por cualquier otro personaje, sin necesidad de “ensuciar” el buen nombre de nuestro querido niño-Átomo. Por momentos, los diálogos se reducen a la enunciación de las leyes la robótica de Asimov, tal como si fuera un manual para principiantes. Tiene algunos chistes simpáticos, sí, también alguna que otra secuencia emocionante y, por supuesto, un final “abierto”… Quizás los productores se tienen fe. Pero, particularmente, creo que lo único que salvaría a una segunda parte sería un poco de 3D estereoscópico (si, con anteojitos). Astroboy, muy a mi pesar, con suerte sea recordada como una de esas tantas películas infantiles 3D que se estrenan por año, que no son ni de Pixar ni de lo mejor de Dreamworks. Y también como una prueba más de que, aunque se tenga un personaje clásico entre manos, el éxito nunca está asegurado si no hay un buen guión detrás.
Amo los musicales. Y amo a Daniel Day-Lewis. Y les juro que quiero ser objetiva, pero no puedo. Traté de no crearme grandes expectativas antes de ver esta película y tal vez por eso es que me llevé más sorpresas de las que imaginé. Ante todo, Nine es un musical de Rob Marshall. No es el mejor, ni es una “remake” ni un homenaje a Fellini ni nada de eso, así que por favor, no vayan al cine esperando ver arte y vuelvan chillando porque vieron otro producto pomposo hollywoodense. Porque Nine tiene todo el lujo que se le puede pedir a un musical y más. Un elenco de diosas para todos los gustos y un protagonista que sigue siendo un sex-symbol. Sí, Nine es una película muy sensual. Y la verdad es que tiene muchas cosas objetables: salvo por el personaje protagónico masculino, las figuras femeninas parecen por momentos reducirse a un cuadro musical para cada una y nada más, se siente como que nunca llegamos a conocer a ninguna de ellas en profundidad. En especial sucede esto con el personaje de Kate Hudson, que no forma parte del musical original, y que acá no se entiende con qué propósito aparece, porque realmente si no estuviera la trama no varía en nada. También se podría decir que algunas secuencias musicales parecerían repetir estructuras estandarizadas ya en Chicago. Pero prefiero no focalizar en lo negativo, y por el contrario, realzar la belleza y la personalidad de esta película que tiene un ritmo muy particular, porque no avanza todo el tiempo sin descanso como Chicago, sino que se mueve a una velocidad muy dispar, conforme a las sensaciones del protagonista. Simplemente basta con prestar atención a la cantidad de veces que se pronuncia “Guido” (el nombre del protagonista) para darse cuenta que el centro de esta película es él, lo demás son complementos. Y Day-Lewis podrán decir que no está en su mejor papel tal vez, pero hace una excelente performance – sin dudas, mucho más digna que la de Richard Gere en Chicago. Incluso me atrevo a decir que algo del espíritu de Fellini hay en esta película. Quizás no necesariamente de 8½, pero en algún momento sentí ver (muy a lo lejos) alguna reminiscencia de La Dolce Vita – Guido huyendo en el descapotable perseguido por los paparazzi y una escena en una fuente con una blonda Nicole Kidman enfundada en pieles. Un punto elevado de la película: la actuación de la cantante Fergie. Si bien su personaje tiene una aparición muy breve, su cuadro es arrollador, tiene uno de los temas musicales más pegadizos y la voz y el imponente físico de la vocalista de Black Eyed Peas le aportan la fuerza y la cuota de sexualidad justa para el personaje que interpreta. Lo dije al principio y lo retomo al final: no puedo ser objetiva. Nine reavivó mi sueño de ser estrella de comedia musical. Les aseguro, mujeres, que no van a poder evitar sentir ganas de cantar y bailar como alguna (o todas) esas divas, porque además… ¿quién de nosotras no estuvo alguna vez en el lugar de alguna las mujeres de Guido? De más está aclarar que si los hombres quieren acompañar a sus chicas, no la van a pasar nada mal. Hay mujeres hermosas para todas las preferencias. Pulgares arriba para Nine, una de las grandes candidatas a los Oscar.
¡Al fin una de vampiros con sangre de verdad! Nada de esos vampiros modernos y metrosexuales que venimos viendo últimamente, que parecería que si ven una gota de sangre se desmayan. Daybreakers: Vampiros del Día le da una novedosa vuelta de tuerca al género de los hematófagos – no puedo contar demasiado porque sino estaría incurriendo en el spoiler, pero en líneas generales la historia transcurre en un mundo (el nuestro, dentro de 10 años) donde sólo el 5 por ciento de la población es humana, por lo tanto el suministro de “alimento” para los vampiros comienza a escasear. El Dr. Edward Dalton (Ethan Hawke) es un hematólogo que trabaja para el laboratorio encargado de regular el suministro de sangre en el mercado, que se obtiene de una suerte de “sembradío de humanos”. Pero el doctor en cuestión es, en realidad, un buenazo que no quería ser vampiro y que es previsible que en algún momento va a cambiar de bando (y después no me vengan con que Avatar es una copia de Danza con Lobos, porque este argumento del “malo” que se vuelve en contra de los suyos lo vimos mil veces y lo vamos a seguir viendo, ¡porque nunca deja de ser efectivo! He dicho.) El personaje de Willem Dafoe (con porte vampiresco de pies a cabeza – chequeá esos rasgos, Pattinson) constituye la base de esta novedad de la que hablé al principio, y funciona muy bien. Todo es lógico dentro del universo que se plantea en la peli, quizás al principio cuesta un poco entrar en el código, ya que incorpora algunos elementos tal vez un poco forzados o exagerados, pero rápidamente uno se familiariza con ellos y comienza a disfrutarlos. Se completa el cast con un brillante malvado encarnado por Sam Neill, a quien los colmillos y la palidez le sientan muy bien. La película es, a simple vista, un entretenimiento digno de la cartelera veraniega. Sin embargo, se permite darse el gusto de constituir una crítica al sistema médico y el imperio de los laboratorios. Lo que importa es la enfermedad, el negocio que se puede montar entorno a ella, no la cura, y ahí está la clave del mal en esta historia. Tal vez nunca se convierta en un clásico del cine de vampiros, pero celebro su originalidad, el retorno de la sangre sin restricciones y la apuesta por el gore, en un Hollywood cada vez más políticamente correcto y escaso de ideas. Los fanáticos de siempre de los vampiros la van a disfrutar mucho. Y los que no lo son, igual pueden verla con amigos y un buen balde de pochoclo… o con tu chica, para apretarle la manito cuando la cosa se pone violenta. Advertencia: No apta para teens generación Crepúsculo.
Vale empezar con ciertas aclaraciones. No soy fan de James Cameron, Titanic jamás me deslumbró y Terminator es un clásico de esos que a mi papá le encanta ver pero que yo recuerdo como esas pelis que de chiquita me espantaban. Por lo tanto, me enteré de la existencia de Avatar hará unos seis meses y hasta el día de hoy no sé muy bien la génesis de este proyecto ni por qué tardaron tanto en concretarlo y todas esas cuestiones “burocráticas”. Así que mi expectativa sobre esta película era moderada y aumentó conforme creció la campaña de prensa que se montó en los últimos meses. Lo que quiero decir con esto, es que no tengo demasiados preconceptos y tal vez este sea uno de los comentarios más objetivos que he escrito hasta ahora… o no, todavía no lo sé. Para mí, algo cambió cuando vi aquel adelanto de 15 minutos en ese histórico “Avatar Day”, el 21 de agosto, en simultáneo con el resto del mundo. Ahí recién supe de qué venía la historia y entendí un poco por qué tanta expectativa. Al margen del argumento –que en tan breves minutos no se pudo vislumbrar demasiado–, lo primero que me atrajo fue la utilización del efecto 3D: por primera vez noté que se estaba usando en pos de acompañar la narrativa del film y no sólo para bombardear al espectador e invadirlo con objetos que vuelan a cámara para que todos nos quedemos con la boca abierta, mientras la historia que pasa detrás no tiene demasiada trascendencia. Punto a favor, eso ya me dejó encantada en primera instancia. Además, esos seres azules me parecieron sumamente tiernos. Entonces, a medida que se acercaba el estreno, mis ganas de verla aumentaban exponencialmente. Tanto que decidí estar una hora y media antes de la función en la puerta de la sala para conseguir la mejor ubicación. Y todo salió a la perfección y ampliamente superado. Conseguí un sitio privilegiado dentro de la sala y mis primeras impresiones sobre el film fueron confirmadas en los primeros 10 minutos: el trabajo con el 3D es lo mejor que se ha visto desde que se popularizó el efecto, ya que trabaja más con la profundidad de campo que con el relieve, por eso no tiende a alejarnos de la butaca sino a provocar la cercanía necesaria para adentrarnos al mundo mágico de Pandora. Quizás es una percepción mía nada más, pero noté que en las escenas que transcurren en el mundo de los humanos, el 3D se vuelve un poco más invasivo: vemos las pantallas de las computadoras que parecen estar sobre nuestras narices y todos los demás artefactos electrónicos que manejan son mucho más voluminosos que la frondosa vegetación de Pandora. Todo está puesto en función de que nos enamoremos de esos paisajes y de sus habitantes para comprender la actitud del avatar protagonista Jake Sully, que elige convertirse en “uno de ellos”. En cuanto a la trama, podrán decir que la vimos mil veces, que Danza con Lobos, que Pocahontas, que El nuevo mundo, hasta Matrix, etc etc etc… Escuché por ahí que también se la acusa de naif, de “new-age”, como si todo eso fuera para desmerecerla… Que digan lo que quieran; en mi humilde opinión, siento que Avatar es una película que está en perfecta sincronía con las necesidades actuales de la humanidad. En tiempos en que cineastas, escritores, periodistas, científicos y otros, se dedican a lucrar indiscriminadamente con el miedo al fin del mundo, esta película se juega a volver a las raíces, a enseñarnos el amor por la tierra, a comprender que en nuestra conexión con ésta radican todas las respuestas, todos los poderes. En la película, los humanos al fin encontramos otra tierra habitable; Pandora tiene agua y al margen de algunas limitaciones, es el paraíso ideal para volver a empezar… Pero el mensaje de Cameron parece ir más allá: ¿para qué volver a empezar cuando aún estamos a tiempo de salvar nuestro propio planeta? La historia de Avatar transcurre en un futuro algo incierto, pero esta película la estamos viendo Hoy, Aquí y Ahora, por eso podemos todavía podemos aprender a conectarnos con nuestra Tierra, que siente y vibra por y para nosotros, aprender a escucharla y entender sus mensajes. Cameron entendió que nuestro mundo está cambiando y Avatar es una película para esta Nueva Tierra. Ahora sí lo entiendo. Abramos sin juicios el corazón, dejémonos sorprender con ojos de niño y recibamos el 2010 con esta maravilla que tardó, se hizo esperar, pero llegó en el momento preciso para todos.
Es una paradoja postmoderna que de un film que no me gustó nada, tenga tanto para decir. Tanto que no sé ni por donde empezar. Vayamos por partes. Capítulo 1. La primera vez. Primero, la confesión: sí, cometí un delito. No me aguanté y tuve que ver una copia pirata de Actividad Paranormal. Fue hace casi un mes. Es que me resultaba imposible no hacerlo, sentía que me estaba quedando afuera de un fenómeno mundial. Casi como haber vivido cuando el hombre llegó a la Luna y no haber estado frente a la tele para verlo en directo. Lo hice. La vi y automáticamente se me dispararon las primeras reflexiones sobre la película. Solo tenía una certeza: la película no me había gustado. Ahora bien, ¿se puede llamar “película” a Actividad…? Ahí aparece la segunda cuestión: ¿Qué decir de Actividad Paranormal en un sitio sobre cine? Creo que sería más apropiado hablar de un producto así en una web dedicada al marketing. Porque lo que vale de esta película es la campaña publicitaria montada a su alrededor: que Spielberg la vio y le encantó, que se quedó encerrado en su cuarto la noche que la vio, que se filmó con tan solo 15 mil dólares, que cosas “raras” sucedían mientras se rodaba… Y un trailer filmado con nada, simplemente las caras de asombro de los espectadores en la proyección de testeo. Todo eso alcanzó para que el mundo estuviera hablando de esto. Con inteligencia, alguien que sabe mucho de cine me dijo: “esta película no costó 15 mil dólares”. No, realmente se podría haber hecho con mucho menos, pensaba yo. Pero el quid de la cuestión está en que sí, puede el rodaje haber costado 15 mil dólares, sólo el rodaje, pero el resto de los millones que por lo general Hollywood invierte en la realización de superproducciones plagadas de FX y grandes estrellas, con mucha astucia la gente de Actividad… optó por invertirlo en la campaña de difusión. Entonces el costo real de la película no es de unos pocos miles de dólares sino de los muchos millones que se gastaron en publicitar las opiniones del Spielberg, y hacer que la prensa y la opinión pública mundial estuvieran hablando de este producto. Insisto, de esta manera se puede vender una película, o un auto (¿recuerdan el “Caso Mascherano”?), o un sachet de leche. El “caso Actividad Paranormal” es simplemente otra novedosa estrategia de marketing. Pero atención, no estoy criticando mal a la película, todo lo contrario. ¡Doble chapeau para los productores! Ojalá el cine argentino aprendiera (y contara con el dinero) para explotar este tipo de ideas, porque no deja de ser brillante: en un momento en el que todos los productores se devanan los sesos buscando la manera de sorprendernos con explosiones, mutantes varios, todo en un 3D súper invasivo, en pantallas de más de 15 metros de altura, Actividad Paranormal puso al mundo a sus pies con dos protagonistas desconocidos, en una casa común, que podría ser la de cualquiera de nosotros, sonido de cámara y un mínimo trabajo de edición. Pero que quede claro: eso no se hace gratis, con lo que una sola película promedio de Hollywood invierte en publicidad, el INCAA financia casi un tercio de todas las películas argentinas que se realizan en un año. Capítulo 2. Ahora, en el cine. Ya está, después de un primer visionado de la película tenía las herramientas suficientes para emitir mi opinión. Es una película clara, sencilla, superficial, no hay mucho más para analizar, no requiere segundas lecturas, ni nada. Y encima muy aburrida, no sentí en ningún momento que cumpliera con mis expectativas ni con un “objetivo” claro desde el guión, no se sabe cual es el tono de la película, porque no llega a inquietar, ni a asustar, ni a impresionar... Nada más lejos de El proyecto Blair Witch –comparación que parecía obligatoria cuando se hablaba de esta película. Pero no sabía que faltaba más. A pocos días de la función privada de prensa, un mail nos advierte que las copias piratas que estaban circulando no tenían el mismo final que la versión estrenada en el cine. ¡Bingo! La campaña publicitaria funcionaba cada vez mejor. Más aún, cuando se aclara que el final que se ve en cines fue elegido por el mismísimo Steven Spielberg al asumir la producción del film para su estreno comercial. Entonces me parecía poco ético de mi parte hacer pública mi opinión sobre una película vista en estas condiciones. Así que me decidí a verla en cines, sabiendo de antemano que, aunque el final cambiara, no iban a variar demasiado mis apreciaciones sobre la misma. Aún así, la volví a ver entera, solo para ver los últimos 6 o 7 minutos. Y la verdad es que mis predicciones no fallaron pero rescato algunos detalles interesantes. El final elegido por el productor estrella es justamente eso: un final de productor. Mientras que la versión “original” de la copia pirata tiene un final contundente y determinante, al final de los cines apenas le falta la típica placa de “Continuará…”. Lógico: hay que asegurarse que el éxito no se agote acá. A modo de Epílogo. Ya está todo dicho. Como producto publicitario, Actividad Paranormal es la película del año, una genialidad, la envidia de todos los productores del mundo. Definitivamente le daría el puntaje mayor. Pero estamos hablando de cine, y se supone que yo en este site debo hacer eso. Y lo que menos vi en esta “película” fue cine. Solo unas grabaciones caseras que bien podrían ser las que mi mejor amigo hacía a los 15 años acercando un dinosaurio de plástico a la cámara y un personaje corriendo a lo lejos para que el muñequito pareciera una bestia feroz que lo atacaba. Sólo que mi amigo no tuvo la suerte de que a Spielberg le encantaran sus videos (y sí, es entendible, no creo que hubiera querido comprar una película con firmes posibilidades de quitarle el trono de los “clásicos de dinosaurios” a Jurassic Park).
A más de un año de su estreno en Estados Unidos y luego de haberse visto por primera vez en nuestro país en la sección BAFICITO, dedicada al cine infantil en la última edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, finalmente llega a las salas Igor, este adorable monstruo que, aunque se empeñe en ser malo, en el fondo tiene un corazón noble. Cuenta la historia que en Malaria, la tierra que habita Igor, todos los jorobados son los lacayos, los “Igores” de los inventores, científicos desquiciados que trabajan en pos del mal. Un detalle particular en Malaria es que la economía de este lugar se mantiene en base al dinero que reciben del resto de los países, a cambio de no liberar a todos los maléficos inventos que podrían acabar con el mundo… ¿no les suena conocida esta historia? ¿Acaso no es una inteligente metáfora del desequilibrio que reina el mundo, del terror que insuflan los grandes sobre los más pequeños y desprotegidos? Volviendo al argumento de la peli, nuestro Igor es inteligente y quiere ser inventor, pero el defecto físico de su espalda se lo impide. Cierto día un experimento fallido de su amo, el doctor Glickenstein, le da la oportunidad a Igor de darle vida a su máximo invento: Mela, una monstruo mezcla de Hulk y Sally, la novia de Jack. Con la ayuda de otros dos de sus inventos con vida –un conejo inmortal y un “cerebro”– que Igor tiene escondidos, intentará ganar el Concurso Anual de Ciencia de Malaria, pero los problemas no tardarán en llegar cuando el más malvado (y fracasado) de los inventores le quiera robar su creación. Las similitudes a nivel estético y argumental con El extraño mundo de Jack saltan a la vista desde el primer minuto del film, aunque la calidad con la que está realizada en ambos aspectos la deja lejos de poder competir con este clásico. Pero aún así, Igor no deja de ser una historia original, con profundos valores de camaradería y un gran sentido de la bondad. Porque, por supuesto, en un mundo donde reina la maldad, finalmente triunfa el bien, demostrando que con el poder del corazón se puede cambiar el mundo. Los chistes pueden ser poco efectivos por momentos, pero la película tiene el timming justo para no terminar aburriendo. Además, la acompaña un soundtrack que los grandes disfrutarán de principio a fin, de esos que dan ganas de saltar como un niño sobre la butaca y ponerse a bailar. Igor es una película que merece ser vista, porque estamos viviendo en un mundo que no dista demasiado de la caricatura planteada en Malaria, y necesitamos historias con finales felices, con el amor triunfando sobre el mal, y con personajes que, a pesar de tener todas las de perder, no dejan de luchar por sus ideales. Un mensaje claro y puro para los niños y por qué no, para los grandes, porque un poquito de esperanza nunca viene mal…
Dos personajes. Soledad. Silencio. Obsesión. Un viaje incierto. Y la carne, siempre la carne. El cuerpo humano cosificado por el dolor, por la ausencia de sentido, por la extrañeza. Santiago Loza sorprende una vez más con una película inexplicable, en el mejor sentido de la expresión. Porque el cuerpo es indefinible, y hay impresiones que no se pueden nombrar. ¿Cómo explicar sensaciones como el dolor, el hambre, la angustia? No hay palabras que describan los sentimientos, las necesidades más profundas del ser. Las razones de estos personajes son universales, hay una cuestión con lo orgánico que atraviesa toda la película pero que además nos atraviesa como seres humanos: la necesidad de afecto, la búsqueda de sentido, el instinto de procrear, conservar la raza, superar nuestra propia existencia. La carne es el significante estrella de esta historia. La sutileza con la que está filmada la convierte en algo etéreo, tanto que por momentos se pierde la noción de forma, espacio. Cada uno de esos planos detalle de la piel despliega un abanico de sensaciones al servicio del espectador: la carne conmueve, impresiona, excita. Vuelvo al principio, La invención de la carne es una película inexplicable. Porque nada de lo que se dice tiene sentido en sí mismo. Sólo viendo y principalmente sintiendo con el alma y con el cuerpo es que se puede llegar a comprender el significado profundo de esta película, de estos personajes que nos parecen extraños, alienados, pero que en realidad esconden en su esencia sentimientos y deseos que nos son comunes a todos. La elección de los protagonistas es insuperable. Sus cuerpos y sus rostros son únicos, son la encarnación perfecta de la complejidad de este relato, es como si hubieran sido “creados” exclusivamente para esta película. Cada parte de sus físicos habla y cuenta mejor que las palabras todo aquello que con maestría Loza quiere comunicar. Cuesta no volverse repetitivo cuando se habla de esta película, porque es imposible poner en palabras sensaciones tan íntimas, tan humanas y a la vez tan instintivas que nuestra razón no puede explicar. La invención de la carne es devastadora y a la vez maravillosa. Una obra de arte, un viaje al mundo de las sensaciones.