La estación de los amores. La directora francesa Catherine Corsini ambienta esta historia de amor entre dos mujeres a principios de los 70’s en un momento histórico para el movimiento liberador feminista que le da un marco contextual por demás interesante. Algunas reiteraciones argumentales no alcanzan a socavar sus muchas virtudes cinematográficas absolutamente esperables viniendo de la creadora de El ensayo (2001) o Partir (2009).
Decepcionante secuela Segunda parte del mayor éxito comercial del cine español de todos los tiempos: "Ocho apellidos vascos", un auténtico boom de público que ha pasado a ser uno de los misterios más inexplicables de la reciente historia de la cinematografía hispana. El boca a boca y una campaña mediática inusual dieron como resultado que una comedia aparentemente menor arrasara en taquilla, aunque los críticos ya hicieran constar su desagrado ante una propuesta de pretensiones cómicas que se dejaba ver y poco más. El éxito de la película también se tradujo en la consecuente fama para su protagonista, Dani Rovira, un monologuista televisivo que de la noche a la mañana se vio encumbrado a un altar que no hubiera imaginado ni en sus mejores sueños…o pesadillas, porque desde entonces se ha dedicado a proclamar al mundo que está harto de su reconocimiento y que le gustaría volver al anterior anonimato sobre todas las cosas. Pero vayamos a esta secuela, que es lo que nos interesa. En España no estamos muy acostumbrados a que ninguna producción patria alcance las cifras que Ocho apellidos vascos aglutinó. Esta locura colectiva de espectadores que acudieron en masa a los cines a ver el producto de moda pilló por sorpresa a todos los que habían participado en el proyecto, quienes habían cobrado unos sueldos muy inferiores a los beneficios finales obtenidos. Así que todos se pusieron manos a la obra y decidieron aprovechar la corriente favorable y de prisa y corriendo preparar la segunda parte. En esta ocasión, se trataba de repetir la fórmula con la independencia de Cataluña como tema central. Hasta ahí todo puede parecer más o menos lógico. Pero nadie podía llegar a imaginarse que la continuación iba a resultar tan bochornosa, y que se iba a notar tanto el descuido y la poca gracia de una comedia que produce sonrojo ajeno y que no hace reír en ningún momento. La historia resulta ya un tanto forzada desde el principio llevando el extremo desde Andalucía a Cataluña con una novia que se ha separado de Rafa y que está a punto de casarse con un catalán (Berto Romero) que quiere dar a su madre (Rosa María Sardá) una boda en una presunta República catalana independiente. Pero a esta secuela le falta todo: le falta la música (me enganchó la banda sonora de la primera); le falta el ritmo; le falta guión... es más, parece un batiburrillo de cosas mal pegadas. Lo que antes pretendía ser ingenioso, ahora es totalmente desastroso. No funciona nada. Ni una pizca, ni un atisbo de la frescura y simpatía de la aceptable película original, que conocía bien sus modestas ambiciones y sus limitaciones y resultaba un agradable entretenimiento para el gran público teniendo más calidad que otras películas de su género. En la secuela todo es infinitamente inferior. No hay ni un solo momento que arranque no ya una risa, sino una simple sonrisa. Todo suena forzado, falso y carente de buenas ideas. El pretendido choque cultural entre las distintas autonomías tan solo funciona como simple excusa para proponer una peripecia de enredo sentimental vista una y mil veces. El chico se entera que la chica se va a casar con otro y corre raudo al rescate de la amada. Cuatro tópicos, una colección importante de chistes malos y situaciones improvisadas y muy atropelladas componen el esqueleto de una pseudopelícula que debería avergonzar a todos los que han tenido que ver en su ejecución. Hace pocas semanas llegó a los cines argentinos Los exiliados románticos, la maravillosa película dirigida por Jonás Trueba que en los cines españoles duró nada y menos en cartel. Si quieren ver algo de cine español, y tienen que elegir entre ésta u Ocho Apellidos Catalanes, no se lo piensen dos veces y vayan a ver la primera. En España todo el mundo fue a ver la segunda, así nos va…
Amor y otras catástrofes. A pesar del carácter minoritario y experimental de su obra, la trayectoria de Philippe Garrel ha gozado de un prestigio crítico creciente, tanto en festivales de cine (como los de Cannes o Venecia) como en publicaciones especializadas del estilo de Cahiers du Cinema. Su cúspide llegó en 2005 cuando estrenó su exitosa Los amantes regulares, una reflexión acerca del impacto de los hechos de Mayo del 68 sobre la juventud francesa de la época.
La verdad está ahí dentro. En 2008 J. J. Abrams produjo Cloverfield (2008), siendo Matt Reaves el realizador, un curioso experimento narrado a través de, se supone, una cámara de vídeo. La idea base era contemplar cómo el terror iba dominando a una ciudad, y sobre todo a un grupo, reunido para una fiesta de despedida ante la llegada de una tan sorprendente como inesperada aparición. Al fin y al cabo una especie de representación de una angustia colectiva ante un oscuro futuro.
Sin ella. De entrada, si observamos la ficha técnica de De ahora y para siempre y atendemos a la cantidad de buenos profesionales que participan en esta producción norteamericana podemos afirmar que existen suficientes mimbres para poder fabricar un buen cesto. Participación de actores consagrados e instalados con comodidad en el estrellato de ahora 6hollywoodiense (Julianne Moore, Ellen Page, Steve Carrell, Michael Shannon), un guionista reconocido con un Oscar en 1993 por Philadelphia (Ron Nyswaner, autor también de algunos capítulos de Prisionero de guerra y Ray Donovan); un realizador experimentado que ya ha demostrado con creces su buen hacer detrás de las cámaras -Peter Sollett, con títulos como Nick y Nora, Una noche de música y amor (2008) o Educando a Víctor Vargas (2002)- y una buena historia, de esas en las que tienes que ser un poco torpe para no rascar algo en temporada de premios, basada en el caso real de una cruzada por la equidad de beneficios y ante la ley de una pareja del mismo sexo. En fin, que nos las podíamos prometer muy felices, pero por desgracia, el resultado final desmerece en parte tan jugosas premisas.
¿Película o videojuego?. Londres ha caído y nadie sabe cómo. Bueno, una razón tan simple como esta película que nos ocupa es la de que si la capital inglesa acaba en ruinas es porque en ella habitan más terroristas que ciudadanos de a pie.
La estación de los amores. Según se ha venido refrendando a lo largo de sus respectivas y muy estimulantes carreras cinematográficas, a la familia Trueba le encanta la forma de ser y de hacer de los franceses.
El viejo y el mal. Siempre supone una buena noticia ver que actores con una vasta carrera cinematográfica a sus espaldas siguen teniendo la oportunidad de demostrar su buen hacer en la senectud. No nos referimos precisamente a intérpretes como Robert de Niro, Al Pacino o Robert Redford, quienes desde hace un tiempo se arrastran de mala manera en producciones de medio pelo, donde da un poco de pena verlos languidecer.
Una cuestión de fe. Que bien que sienta una película con trasfondo bíblico justo antes del atracón de torrijas, pestiños y buñuelos con los que celebraremos el recogimiento y pasión espiritual de esta semana festiva que se avecina. Al menos hay que reconocerles a los responsables de La resurrección de Cristo (Risen) el esfuerzo llevado a cabo a la hora de proponernos un relato original que se aparte del biopic hagiográfico con el que suelen bombardearnos por estas señaladas fechas.
El alumno se convierte en maestro. La animación de Dreamworks se encuentra en una clara desventaja, si la comparamos con otros estudios como la Disney-Píxar, en cuanto a términos de calidad se refiere en la producción. Sin embargo, en los últimos años, sus diversas franquicias (Shrek, Madagascar y Kung Fu Panda) han mostrado cierta tendencia a la simplicidad conceptual. La animación sigue siendo brillante, colorista y visualmente muy atractiva, y las historias cuentan con grandes dosis de acción y comedia, con un gusto por la ironía muy disfrutable, pero algo no acaba de cuajar.