Llamada perdida Que John Cusack es hoy por hoy un actor a la baja queda claro después de una retahíla de títulos olvidables, con los que nos lleva obsequiando desde hace unos años. Secuestrada; Dragon Blade; Jacuzzi al pasado 2; The Prince o Fuga al límite son tan sólo algunos de los engendros a los que algunos llaman película, que han contado con la participación de un intérprete que desde luego conoció tiempos mejores. En el 2016 tampoco es que le estén yendo mejor las cosas, con un pequeño papel en Chi-raq a las órdenes de un director como Spike Lee, quien tampoco está precisamente en su mejor forma. El pulso, film que ahora nos ocupa no es la excepción a la regla.
La pequeña salvaje Pues sí, aunque parezca mentira aquí tenemos la enésima adaptación al cine del clásico infantil escrito por Johanna Spiry a finales del siglo XIX. ¿Era necesario volver a explicar la historia de la niña que se crió entre cabras? Pues seguramente no, porque en el imaginario colectivo de los que ya tenemos cierta edad, recordamos la gloriosa serie japonesa dirigida por el maestro de la animación Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas) y que en Argentina se emitió por televisión hace ya más de treinta años.
El complejo de inferioridad de DC Tras haber visto Suicide Squad (2016) queda aún más patente un tema del que se ha venido hablando desde que las adaptaciones de superhéroes a la gran pantalla empezaron a proliferar de manera ininterrumpida: en materia cinematográfica DC y Warner tienen el mismo complejo de inferioridad para con Marvel Entertainment y Disney que tenía DC Comics con Marvel Comics en los tebeos. Es conocida la rivalidad entre ambas editoriales y ahora productoras, y sí, que es cierto el complejo de inferioridad de una para con la otra que ha llenado -y seguirá haciéndolo- páginas y más páginas en los medios de comunicación, pero tampoco ayuda a la entente el hecho de que el director de Suicide Squad, David Ayer (En la mira -2012-, Fury: Corazones de hierro -2014-) exclamara un “¡Jodete, Marvel!” (comentario inapropiado en toda regla del que se retractó públicamente y que ya ha tenido respuesta directa por parte de Stan Lee, quien ha intentado quitar hierro a tan espinoso asunto) en un evento publicitario tras haberlo oído de un fan y que además Jason Momoa (el actor que dará vida a Aquaman en 2018) había firmado un póster con la misma frase… No sé, como que tienen un poco de rabia dentro, ¿no?.
Todos aquellos que nos echamos las manos a la cabeza cuando el Estudio Ghibli anunció que cerraba sus puertas en cuanto a nuevas producciones animadas se refiere (en otras facetas como la de participar en proyectos ajenos en calidad de coproductores o en la venta de merchandising de la marca siguen actuando) podemos estar tranquilos, ya que su legado de indiscutible calidad sigue más vivo que nunca, gracias a una serie de autores y productoras -en este caso la Toho- que, si bien aún no han logrado alcanzar el nivel de excelencia de los Miyazaki o Takahata de turno (el listón es muy alto, no lo vamos a poner en duda), se les acercan bastante.
Terror de usar y tirar. Para todos aquellos que no estén familiarizados con las películas de cabañas de miedo, vamos a hacer un rápido repaso para ponerlos al día: Fiebre en la cabaña (2002): estrenada directamente en video. Una película extraña bastante sangrienta y con un tipo de humor negro no apto para todos los paladares, que dirigió el ahora mucho más conocido Eli Roth y que pasó a ser considerada cinta de culto por directores del prestigio de Peter Jackson (suponemos que le recordaría a sus terroríficos inicios con Mal gusto (Bad Taste, 1987) y Muertos de miedo (Braindead: Tu madre se comió a mi perro, 1992).
En la casa (de campo) No todas las películas basadas en cómics tienen que ser de superhéroes. Posy Simmonds, una ilustradora británica que conoció fama y prestigio dibujando novelas gráficas para The Guardian, ya ha conocido un par de adaptaciones cinematográficas de sus trabajos más adultos (también se han llevado a la pantalla algunas de sus novelas escritas para niños, caso de Mr. Frost). Y da la casualidad de que tanto El regreso de Tamara Drewe como La ilusión de estar contigo han sido interpretadas en cines por la misma actriz: Gemma Arterton, a la que por cierto le sienta muy bien el ambiente campestre donde se desarrollan las obras. Si ya en El regreso de Tamara Drewe su explosividad física campaba a sus anchas siendo con mucho lo mejor de una anodina película en esta Primavera en Normandía que ahora nos ocupa hallamos un poco más de lo mismo pero con un tono sensual un poquito más elevado (algunos críticos han utilizado directamente el término calientabraguetas, pero preferimos tirar por el lado más poético del asunto). Sus rotundas voluptuosidades y turgencias inundan la pantalla y permiten que el deseo y la pasión por poseerla se convierta en el epicentro de la acción. Y si encima la rodeas de otros placeres mundanos tan propios de la campiña francesa como son degustar el buen pan recién cocinado o beber un buen vino pues la fiesta de los sentidos está servida. En esta bucólica propuesta con título original evocador (Gemma Bovery) que juega al equívoco literario y que aquí, como siempre, han eliminado de un plumazo para pasar a titularla La ilusión de estar contigo (sic), Arterton da vida a una pizpireta inglesita que llega junto a su marido a un pueblecito de la provincia del noroeste de Francia para disfrutar de la tranquilidad y sosiego de la vida en naturaleza. Una vez instalados, enseguida se verá acompañada (y un poco asediada) por un vecino un tanto curioso que trabaja de panadero y que cree ver en ella la reencarnación de sus fantasías literarias. Y ocurre que como la mujer está de buen ver acabará despertando los instintos más primitivos de todo habitante masculino que la frecuente, incluido un joven querubín con el que acabará viviendo una historia pasional y un exnovio que aparece cuando menos se espera. Lo cierto es que la química que desprenden tanto Fabrice Luchini como Gemma Arterton es total. La segunda rezuma sensualidad, mientras que el primero, con esa cara de embelesado que pone representa a la perfección al hombre medio, ese tipo costumbrista que sobrevive a la rutina diaria gracias a sus devaneos fantasiosos y a sus ínfulas intelectuales (un tipo de rol que a Luchini ya le ha funcionado muy bien en otros títulos como En la casa o Moliere en bicicleta). Su rictus de incomprensión ante el paralelismo que descubre entre las aventuras de su vecina y el Madame Bovary de Flaubert va perfecto para ejercer como invitado de piedra de los trasuntos amorosos del objeto de deseo generalizado. Su torpeza a la hora de abordar a la diosa británica permite los momentos más divertidos y sugerentes del film. Hay escenas, como aquella en la que la protagonista aprende a amasar pan y se quita la camiseta y se recoge el pelo en las que la tensión sexual se puede llegar a palpar en cada fotograma. Y al panadero los perjúmenes de esa mujer le sulibellan, y de qué manera. Para el apocado lugareño el inicial elemento de curiosidad y de inspiración intelectual le trastoca y le lleva a confundirse entre la realidad y la ficción. Pero a partir de entonces se introduce en el relato una intriga romántica que le llevará a obsesionarse del todo. Todos estos detalles que podrían haber derivado en una dramática explosión pasional se ven salpicados de momentos descacharrantes que le hacen mucho bien al conjunto. La película funciona como uno de esos entremeses (en francés hors d´oeuvre) tan famosos en época cervantina, y no se toma nunca en serio a sí misma en su apuesta por la fina ironía y un cierto aire surrealista (esas conversaciones trascendentes con su impertérrita mascota) que harán esbozar una sonrisa en el espectador. Y cuando parece que la cosa no va a dar más de sí todavía hay un par de ases tragicómicos en la manga que nos dejarán con muy buen sabor de boca. En definitiva, una pieza ligera entretenida y a ratos divertida que satisfará a todos aquellos urbanitas que sueñan con trasladar su talante burgués a hermosas aldeas de fértiles prados y huertas frutales.
Las chicas son guerreras Cuando una secuela se estrena tan solo un año después de la original hay algo que no acaba de encajar. Buenos vecinos (estrenada en España como Malditos vecinos) tampoco es que fuera un alarde de virtudes aunque funcionó en taquilla de forma correcta. Aquella era una comedia del montón con dos o tres gags salvables que al menos garantizaba pasar un buen rato. Por lo que se ve, todos los que tuvieron que ver algo en la película también se lo debieron pasar bien, porque han tardado muy poco en reunirse para volver a incidir en las intrigas intergeneracionales que siguen siendo la base de Buenos vecinos 2.
El lenguaje como arma mortal. Adaptación italiana de la comedia de situación francesa Le prenom (que a su vez era la traslación al cine de la pieza teatral homónima), que en Argentina se estrenó con el título de El nombre, nos hallamos ante un claro ejemplo de ejercicio de teatro dentro del cine. Una cena, un puñado de amigos y familiares, una anécdota compartida que actúa como detonante y a partir de entonces a sacar todos los viejos trapos sucios y a echarse todas las cosas en cara.
Cuando comer duele. De entrada no deja de ser sorprendente el título que se le ha dado en Argentina a esta coproducción sueco-alemana. El título original (Min lilla syster) se podría traducir como Mi hermana flaca, pero puestos a inventar no entendemos cómo se ha cambiado el género y no se estrena como La hija perfecta (en España, por cierto, llega a los cines la semana que viene con el título de Mi “perfecta” hermana. Pero bueno, misterios de la distribución aparte, vamos a recomendar de forma encarecida esta película pequeña en cuanto a presupuesto pero grande en cuanto a contenidos.
Tengo la cabeza loca Habría que hacer un estudio sobre cuántas veces le han practicado en sus películas al bueno de Ryan Reynolds operaciones extrañas a lo largo de toda su filmografía: tanto en In/mortal, como en Deadpool y ahora en Mente implacable Reynolds acude a la sala de operaciones para que le hurguen de mala manera y le cambien el cerebro o le metan superpoderes. En esta ocasión da vida a un agente de la CIA que es abatido en una operación encubierta. Antes de que sus recuerdos y vivencias profesionales pasen a mejor vida los Víctor Frankenstein de turno deciden extraerle todos sus recuerdos y traspasarlos a la cabeza de un exconvicto peligroso, uno de esos criminales en potencia a los que soplas y ya te están arreando. El cartel de actores que aparecen en la película es de los que quitan el hipo por su perfil alto: el citado Ryan Reynolds, Kevin Costner, Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Alice Eve… incluso aparece por allí nuestro Jordi Mollá como villano de la función, un malvado que no pasará precisamente a la historia de los antihéroes dado su propensión al histrionismo y a la exageración. Quien lleva la batuta en el desarrollo argumental es Kevin Costner, recién salido de su participación en la megataquillera Batman V. Superman: el origen de la justicia. Se pasa media película con la mano en la nuca tocándose la cicatriz fruto de la laboriosa operación, y la otra media dando mamporros y huyendo de la injusticia en una serie de continuas persecuciones a pie o en vehículo más o menos afortunadas. Aunque lo que nos propone el guion (firmado a cuatro manos por los veteranos Douglas Cook y David Weisberg, responsables entre otras de Doble riesgo y La roca) no sea precisamente algo muy original (esta historia la hemos visto mil y una veces y la seguiremos viendo hasta que Hollywood desparezca) la acción entretiene y el ritmo no decae en ningún instante. Otra cosa es que a uno le guste otro tipo de cine más reflexivo o que al menos tenga cierta base empírica. Aquí ni lo uno ni lo otro. El libreto no admite una segunda lectura donde quedarían claras todas sus fisuras, y además la sinrazón de su planteamiento (a lo loco y con la mente de otro) se acentúa en un desarrollo convulso donde nada tiene ni pies ni cabeza. El protagonista, como si del Doctor Jeckyll y Mr. Hyde se tratase, a ratos se comporta de manera educada y en otros momentos se le cruzan los cables y se vuelve violento e inestable. El director del film, el israelita Ariel Vromen, ya ha demostrado con creces en sus anteriores trabajos tener al menos buen pulso a la hora de inyectar adrenalina a sus rocambolescas narraciones. En Iceman, por ejemplo, nos explicó a base de peleas y explosiones la doble vida de un padre que por la mañana era padre de familia y por la noche un temible asesino a sueldo. Pero poco más se le puede pedir. Mente implacable se ve de un plumazo y se olvida más rápido de lo que tarda Jericho Stewart, el héroe de la función, en dejar atrás su turbulento pasado a base de pastillas milagrosas. En definitiva nos hallamos ante un curioso híbrido que se mueve de manera solvente entre géneros aunque seguramente no acabe de contentar ni a los amantes de la ciencia ficción ni a los seguidores de los thrillers de acción al uso., ya que no se toma en serio ni a unos ni a otros. Pero algo de bueno tendrá el asunto cuando sus casi dos horas de metraje se pasan como un suspiro.