Será más disfrutado por quienes no leyeron el libro La literatura de ciencia ficción ha perdido en las últimas tres décadas a sus maximos exponentes. Ya no están entre nosotros Asimov, Bradbury, Clarke o Dick, un verdadero ABCD alfabético, a quienes se deben obras maestras como la saga “Fundación”, “Crónicas marcianas”, “El fin de la infancia” y “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” respectivamente. Cualquier lista de los diez más grandes autores del género los suele incluir además de clásicos como Julio Verne y H.G.Wells. Orson Scott Card no suele integrar dicha clasificación aunque su novela “Ender’s Game” (publicada como libro en 1985 y previamente como un cuento corto en 1977) adquirió desde entonces gran notoriedad, ganando los dos más importantes premios de la ciencia ficción: Nebula y Hugo (homenaje a Hugo Gernsback, creador de la SF). Card nació en Estados Unidos en 1951 por lo que pertenece a una generación posterior a la de los autores antes citados siendo un escritor bastante polémico por sus actitudes tanto homofóbicas como (más recientemente) opuestas al matrimonio gay. Cuenta sin embargo con una legión de seguidores lo que explica el éxito de la saga, que se inició con la ahora película “El juego de Ender” y que ya va por su quinto libro. El guión del film fue escrito por Card en colaboración con su director, el sudafricano Gavin Hood, quien había ganado con “Mi nombre es Tosti” el Oscar al mejor film extranjero hace unos ocho años. Para quienes como este cronista hemos leído el libro la película se revela algo decepcionante al desviarse bastante del texto original y sobre todo al quitarles protagonismo a algunos de los personajes centrales de la obra literaria. Ender Wiggin, el tercer hijo de su familia, sufre la permanente agresión de su hermano mayor Peter, personaje importante en la novela y acá muy limitado a una única aparición al inicio. Su hermana Valentine, interpretada por Abigail Breslin (“Pequeña Miss Sunshine”), posee una participación algo más importante aquí sin alcanzar la relevancia que adquiere en la obra literaria. El otro problema tiene que ver con la edad del personaje que da nombre a la obra ya que aquí Asa Butterfield (“El niño con el pijama de rayas”, “La invención de Hugo Cabret”) es el único actor (nacido en 1997 en Inglaterra) que cubre ese rol, que en la novela lo tiene desde los seis hasta los doce años. Para quienes no leyeron la novela (seguramente la mayoría) dichas traiciones a la obra original pasarán algo desapercibidas y hasta es probable que disfruten medianamente del conjunto. Será el coronel Hyrum Graff, una aceptable interpretación de Harrison Ford, quien reclute a Ender desde niño al descubrir que su “difícil relación con la autoridad” como afirma la Mayor Gwen Anderson (Viola Davis), su colega y psicóloga lo hace perfecto para prepararlo para repeler un posible ataque extraterrestre futuro de los “Formics”, que ya lo habían hecho hace medio siglo, casi logrando sus cometido. Gran parte de la primera parte nos muestra el entrenamiento a que es sometido un grupo de niños en que Ender se destacará netamente. Logrará así desplazar a Bonzo, su ocasional superior, un chico apenas algo mayor de origen mexicano como lo revela el uso de términos como “pendejos” con el que suele calificar a sus subordinados. Habrá también una lucha entre ambos en un baño en que accidentalmente Bonzo se golpeará la cabeza y será hospitalizado con pronóstico reservado (en la novela en verdad es mortalmente herido por Ender). Y estará Petra (Hailee Steinfeld) que se convertirá en la fiel seguidora de nuestro héroe junto a varios de sus colegas. Los seis años que insumirá la preparación del nuevo líder pasan demasiado rápido en el film, algo que han objetado muchos de los lectores de la obra original para quienes la duración de casi dos horas es insuficiente para reflejar las casi cuatrocientas páginas del libro. Ya en el final aparecerá Mazer Rackham (Ben Kingsley) otro personaje central del texto literario que junto a otros militares asistirán a un último entrenamiento virtual en la “battle room” de la que saldrá triunfante el joven. En verdad no todo será lo que parece y es esa parte quizás la más lograda. Para evitar revelaciones es preferible cerrar aquí la descripción del argumento sólo adelantando que el planteo final será de tinte moral y de cierta actualidad. En síntesis “El juego de Ender” será más apreciado por quienes desconozcan el libro original y probablemente refutado por los seguidores de Orson Scott Card. Y ello pese a que dicho autor intervino tanto en la redacción del guión así como productor y responsable del traslado de su obra a la pantalla cinematográfica.
Joseph Gordon-Levitt y un debut algo fallido como director El norteamericano Joseph Gordon-Levitt ha venido desarrollando una interesante carrera como actor desde temprana edad. Cuando apenas tenía once años debutó en “Nada es para siempre”, tercer largometraje dirigido por Robert Redford, con una corta intervención que pasó totalmente desapercibida. Adquirió cierta notoriedad hacia fines de la década del ‘90 por su participación en la serie “Third Rock for the Sun” (con John Lithgow) y en el film “10 cosas que odio de ti” junto al fallecido Heath Ledger. Hubo que esperar otros diez años para que su nombre empezara a tener relevancia con títulos tan sugestivos como “500 días con ella” y “El origen”. “Batman: el caballero de la noche asciende” (también de Christopher Nolan), “50/50” y “Looper: asesinos del futuro” lo consagraron en el 2012 así como su papel como hijo de Lincoln en la película homónima de Steven Spielberg. Ahora por primera vez asume un doble rol como director y actor en “Entre sus manos”, torpe título local que alude a su adicción sexual por ver películas pornográficas en su laptop y que poco tiene que ver con “Don Jon”, nombre original del film, que alude a sus dotes donjuanescas. Acostumbrados a que los films estadounidenses raramente duren menos de dos horas, puede sorprender que el que ahora nos ocupa no exceda los noventa minutos. Lo que a priori aparece como un plus en realidad no lo es tanto, ya que en ese lapso de tiempo lo que abundan son las reiteraciones, que poco aportan al crecimiento dramático de la historia. Casi se podría decir que son apenas cuatro o cinco los repetidos escenarios en los que se desarrolla el grueso de la trama. Por un lado están los encuentros nocturnos de Jon y sus amigos en un bar-discoteca, donde ellos van calificando a las atractivas mujeres que desfilan y que a menudo terminan subiendo al auto de Jon, yendo de allí derecho a su departamento. Pero intercaladas entre estas escenas asistiremos a otras, en este mismo lugar privado, con actos de satisfacción “personal” donde ahora la compañía ya no será real sino virtual. Los otros escenarios serán: la casa de la familia del joven, junto a sus padres (con buenas interpretaciones de Tony Danza y Glenne Headly) y su hermana (Brie Larson). Y las clases en la universidad que darán pie a que aparezca un personaje de creciente importancia en el relato: una mujer bastante mayor que recientemente enviudó al perder al esposo e hijo en un accidente de tránsito. Julianne Moore compone a este carácter femenino que contrastará fuertemente con el que encara Scarlett Johansson (Barbara), la que parecería ser la mujer de los sueños. Sin embargo será Bárbara quien le reproche “tener más sexo con la computadora que con ella” al descubrir que Jon no puede abandonar su compulsión masturbatoria viendo porno. Para completar queda aún un último espacio, la iglesia, semanalmente visitado por el joven y su familia y donde él regularmente se confiesa. Lo que al principio causa gracia por las penalidades del/los cura/s (Aves Marías y Padres Nuestros) se transforma a la larga en un recurso que cansa y que, por sobre todo, carece de comicidad. Pese a los reparos señalados la película se sostiene durante casi una hora. Falla notoriamente hacia el final cuando la imaginación del director (y guionista) parecería haberse agotado. El cierre, convencional y poco convincente, no se ajusta a la psicología del personaje central y termina perjudicando al conjunto. (Para los muy cinéfilos señalemos que Michael Gordon, abuelo de Gordon-Levitt, fue un director de Hollywood con varias comedias muy populares como “Problemas de alcoba”, “Por amor o por dinero”, “Un favor muy especial” y una excelente versión de “Cyrano de Bergerac” con José Ferrer).
Un Scorsese potenciado por la elección de excelentes intérpretes El tema de “El lobo de Wall Street” (“The Wolf of Wall Street”) no parece novedoso al haber sido abordado en numerosas oportunidades en el pasado. En una extensa nota previa a su estreno el colega Mariano Kairuz sorprendía al citar más de diez películas, en su mayoría norteamericanas, con algún vínculo con la temática de la nueva obra de Martin Scorsese, Dicho listado lo iniciaba con “L’Argent”, un título francés de Marcel L’Herbier (“L’argent”) basado en una novela de Emile Zola y con notables intérpretes como Brigitte Helm, Jules Berry y Antonin Artaud. No podía faltar en dicha nómina “Wall Street”, la película de Oliver Stone que inmortalizó el nombre de Gordon Gekko y le brindó a Michael Douglas un merecido Oscar. ¿Ocurrirá algo parecido con Leonardo DiCaprio y Jordan Belfort, un personaje real que escribió una autobiografía en la que está basada esta película? Difícil afirmarlo, dado lo esquivo que ha sido el Oscar con el director de “Los infiltrados” que fue su único galardón como director luego de seis nominaciones previas. Ya superados los setenta años y con una extensa filmografía de unos veinticinco largometrajes en cuarenta y cinco años, Scorsese demuestra nuevamente que pocos realizadores son capaces de superarlo e incluso igualarlo en calidad. La que ahora nos ocupa quedará entre lo más logrado de su extensa carrera, demostrando además que no estaba todo dicho sobre el poder del dinero, que según afirma al inicio su personaje principal “nos hace mejor personas”. Hay en ese comienzo una escena antológica cuando un Jordan muy joven se reúne con Mark Hanna, increíble caracterización de Matthew McConaughey como un experto de la Bolsa, quien le explica con gesticulaciones y golpes en el pecho como triunfar en los negocios. Esa escena incluso aparece parcialmente en el trailer (“cola”) del film, muy inteligentemente insertada. Pese a su extensa duración, tres horas exactas, la atención del espectador no se distrae en ningún momento en gran medida por la enorme y muy rica variedad de situaciones que se generan a lo largo del metraje. Hay sin embargo algunos elementos constantes, pese a la diversidad, como ser la cocaína y otras drogas y las mujeres de todo tipo con predominio de las pagas (“hookers”). Por ahí afirma uno de los personajes que “nadie que esté casado es feliz” y ello se extiende al propio Belfort y a su infeliz esposa. La crisis del matrimonio se precipita cuando aparece la bellísima Naomi interpretada por la actriz australiana Margot Robbie, reciente visitante nuestra por una filmación junto a Will Smith y vista hace poco en “Cuestión de tiempo”. Otro que se destaca es Jonah Hill (“Supercool”, “Este es el fin”) en el rol de Donnie Azoff, un segundo del “lobo” que hacia el final y cuando éste va a la cárcel muestra la hilacha. Hay otros personajes singulares como el que compone el director Rob Reiner como padre de Jordan, Jean Dujardin como un banquero suizo que no simpatiza con los norteamericanos y Kyle Chandler (“La noche más oscura”, “Argo”) como un temible agente del FBI. Pero todo lo antes señalado no sería posible sin la omnipresente caracterización que brinda Leonardo DiCaprio. La sociedad que ha venido tejiendo con Scorsese desde 2002 con “Pandillas de Nueva York” y que casi no se ha interrumpido a lo largo de los últimos largometrajes del director de “Taxi Driver” es un hecho casi único y que registra un solo antecedente: Robert De Niro. De él DiCaprio debe haber aprendido mucho cuando en sus comienzos coprotagonizaron “Mi vida como hijo” en 1993. También ese fue el año de “¿A quién ama Gilbert Grape?” y cuatro años más tarde llegaría su consagración definitiva con “Titanic”. Lo increíble es que lo dirigieron casi todos los grandes: Spielberg (“Atrapame si puedes”), Eastwood (“J.Edgar”), Tarantino (“El gran Gatsby”) y obviamente Scorsese. Tres veces fue nominado al Oscar y tres veces no lo ganó. Pese a las reservas antes señaladas sería justo que se lo llevara esta vez por lo que muestra en “El lobo de Wall Street”. Inolvidables son sus reflexiones hacia el público, frente a la cámara, sus desbordes en las fiestas como la del Casino Mirage (las Vegas), su estado alucinado que lo lleva a destruir virtualmente su auto deportivo o sus alocuciones a sus empleados, muchos personajes de la peor calaña que lo ven como un líder indiscutido. Cuando el espectador vea esta película seguramente retendrá, entre muchas otras, una escena hacia el final en que simplemente enseña a sus circunstanciales acompañantes algo que parece tan simple como “vender una lapicera”. De perlitas como ésa está llena una obra mayor de un grande como Martin Scorsese.
Ben Stiller demuestra que no sólo es un gran actor sino eximio director Normalmente el nombre de Ben Stiller se asocia al actor, con predominio de películas cómicas en su vasta filmografía como la interminable serie de los “Fockers”, la de “Una noche en el museo” o las de los hermanos Farrelly (“Loco por Mary”, “La mujer de mis pesadillas”). Pero Stiller tiene algunas otras facetas destacables como lo demuestra su carrera como director de cine, en permanente superación. Ya en su tercera realización “Zoolander” mostraba cierto dominio de la comedia que se acrecentaba en la siguiente “Una guerra de película” (“Tropic Thunder), una lograda parodia del cine de Hollywood y sus estrellas. “La increíble vida de Walter Mitty” (“The Secret Life of Walter Mitty”), su quinto largometraje, es la más sólida de todas sus realizaciones, logrando diferenciarse claramente de tantas secuelas, precuelas y remakes. Justamente este último término remite al hecho de que ya hubo una versión anterior, aquí conocida como “Delirio de grandezas”, protagonizada por Danny Kaye en el año 1947. En verdad, todo se origina en 1939 cuando el escritor James Thurber publicó un corto relato en The New Yorker, pero ambas referencias resultan casi anecdóticas. El Walter Mitty “actual”, que protagoniza el director-actor, es un oscuro empleado de la sección fotografía de la revista Life justo en el momento en que la editorial tomara la trascendente decisión de no aparecer más en papel y pasar, como tantos otros medios, a ser una publicación virtual. La dramática situación por la que atraviesa la empresa contagia a todos sus empleados, muchos de los cuales perderán su empleo, incluida Cheryl (excelente Kristen Wiig), la compañera que ha robado el corazón de nuestro héroe. Y en verdad nada más apropiado que este término para describir a quien tiene momentos en que se imagina dotado de poderes, que se traducen en la pantalla en situaciones inverosímiles y muy graciosas. Cuando a Walter su transitorio y odioso nuevo jefe (bien Adam Scott) le solicite una determinada foto para la tapa del último número en papel, comprobará que la misma no se encuentra entre todos los negativos que regularmente envía el fotógrafo Sean O’Connell (casi un “cameo” de Sean Penn). Y entonces no le quedará otra posibilidad que la de intentar ubicar al experto, lo que lo llevará a desplazarse a destinos tan insólitos como Groenlandia, Islandia y Afghanistan. Serán momentos extremadamente divertidos como la escena en que, a bordo de un helicóptero comandado por un piloto borracho, se acerque a un destartalado barco y se le indique que el aterrizaje no resulta factible. Acto seguido saltará pero caerá en un mar infestado de tiburones mientras que el capitán desde el navío le previene que “le queda un minuto antes de congelarse en el mar”. Habrá otras escenas insólitas como su desplazamiento en patineta por tierras islandesas desérticas. Y también otras donde su imposibilidad de comunicarse en la lengua de sus habitantes lo llevará a enfrentarse con un volcán en plena “erupción” (El espectador será testigo de la confusión con un término que en inglés suena similar). La música es un elemento destacable particularmente cuando se escucha la famosa frase “Ground Control to major Tom” entonada por David Bowie en su clásico “Space Oddity”, que Stiller seguramente admira. Entre los personajes femeninos el más relevante será el de Cheryl, habiendo toda una historia paralela y quizás menos lograda alrededor de una página de Internet. Hay también una corta actuación de Shirley MacLaine, casi un homenaje a quien en momentos de estrenarse la primera versión de la película tenía apenas trece años y aún no había debutado en el cine. Su rol de madre es mucho menor que el de Fay Bainter en la versión de 1947, que este cronista volvió a ver para comparar ambas. Y en verdad, el parecido es mínimo. Apenas el mismo cartel inicial de “The Samuel Goldwyn Company” pero en cuanto a los personajes, el que encarnaba Virginia Mayo difiere considerablemente del que protagoniza Kristen Wiig. El de Boris Karloff aquí ni aparece. En ambos casos Walter Mitty trabaja en una editorial pero con distintas funciones por lo que no habrá mucho espacio para las comparaciones, no justificando ver la película con Danny Kaye que es muy inferior a ésta. “La increíble vida de Walter Mitty” es aire fresco en medio de tanto cine falto de originalidad. Ben Stiller merece nuestro aplauso al arriesgarse y conseguir plasmar un producto con cualidades, calidad e innovación, poco frecuentes últimamente.
Coproducción latinoamericana con personajes en busca de venganza Hace apenas una semana el estreno de “El otro hijo” presentaba una situación que tenía como protagonistas centrales a palestinos e israelíes. Por esas coincidencias de calendario “Esclavo de Dios”, curiosa coproducción entre Venezuela, Argentina y Uruguay, vuelve a plantear el conflicto entre ambas etnias pero desde una perspectiva casi opuesta. Aquí no hay espacio para el optimismo pese a que un rayo de esperanza ilumine el sangriento final. Claro que hasta entonces el espectador será testigo de varias muertes tanto del lado árabe como de judíos e israelíes e inclusive de otras víctimas (atentado contra la AMIA). El realizador Joel Novoa Schneider nació en Venezuela, de donde es originaria su madre siendo su padre uruguayo. Este, su primer largometraje fue filmado en los tres países de la coproducción y la acción gira alrededor de dos personajes antagónicos. Ahmed Al Hassama asiste de niño, corre 1975, al asesinato de su padre en Líbano. Logra rehacer su vida en Caracas como el médico cirujano Javier Hattar (el actor Mohammed Al Khaldi), se casa y tiene un hijo ocultando a su esposa su verdadera identidad. En verdad está haciendo tiempo y esperando que lo convoquen para poder tomarse la revancha. Hasta que un día alguien le comunica que ha llegado “su turno” para dar su vida por Alá. Se dirige a Buenos Aires para un posible tercer ataque, esta vez a una sinagoga. Pero en Argentina está David Goldberg (Vando Villamil), agente del Mossad a quien su jefe le previene de la inminencia de un nuevo atentado. David también es un ser vengativo y tiene la foto de numerosos terroristas en su despacho. Cuenta además con la ayuda nada desinteresada y paga de un comisario de la policía (César Troncoso). A modo de un thriller la película va siguiendo los pasos de ambos personajes hasta llegar al final al momento en que se produce el inevitable encuentro entre ambos. Novoa Schneider maneja bien los tiempos, no toma partido y entre sus aciertos se incluye la inclusión de la música de Emilio Kauderer y un buen guión del uruguayo Fernando Butazzoni. Podrá cuestionarse la calidad de la fotografía, algo apagada y cierta pobreza en otros rubros técnicos. En una semana donde de seis estrenos cinco son locales y varios de pobre calidad, “Esclavo de Dios” se distingue por la trascendencia de su mensaje final. Pero además debe destacarse su condición de coproducción verdaderamente latinoamericana, iniciativa que sería bueno imitar más a menudo y que eventos como Ventana Sur, cuya quinta edición acaba de finalizar, viene incentivando.
La emoción prima en visión optimista de un largo conflicto “El otro hijo” (“Le fils de l’autre”), la tercera película de la francesa Lorraine Lévy y primera en estrenarse localmente, plantea una situación perfectamente imaginable en la que, al momento de nacer, son intercambiados dos bebés, uno israelí y otro palestino. Pero este hecho recién se revelara muchos años después cuando uno de ellos, adolescente casi adulto, sea sometido a una revisión médica para el servicio militar y se compruebe que su grupo sanguíneo es incompatible con el de sus progenitores. Será su madre, de profesión médica y única capaz de asegurar que el padre de la criatura es su esposo, quien comenzará a investigar lo ocurrido. Y serán las pruebas de ADN más el recuerdo de que, al momento del nacimiento, la caída de un misil SCUD en el hospital de Haifa pudo haber sido la causa del intercambio, lo que le confirmará que Joseph (Jules Sitruk) no es su hijo. Al profundizar la búsqueda hará irrupción Yacine (Medí Dehbi), quien vive en territorio palestino y en verdad es judío. La comprensiva reacción de ambas madres contrastara fuertemente con la intransigencia de sus respectivos maridos, lo que se manifestará por ejemplo durante una visita de los progenitores judíos a sus pares en territorio palestino. Orith, la esposa israelí, interpretada por la excelente Emmanuelle Devos (“Lee mis labios”, “El latido de mi corazón”), se irá acercando a Yacine. Pero aún más fuerte será el lazo que teja Leila (la sorprendente Areen Omari) con Joseph. Este sueña con ser músico y de hecho sabe cantar no sólo en hebreo sino también en árabe. Justamente una de las escenas más emocionantes se producirá cuando viaje solo a visitar a sus verdaderos padres y en el medio de la cena se ponga a cantar. Logrará que todos, incluido un hermano que hasta ese momento lo rechazaba, entonen juntos una canción en árabe, seguramente muy popular. También se producirá un acercamiento entre los jóvenes “intercambiados”, particularmente en una escena en las playas de Tel Aviv, donde Joseph suele ganarse unos pocos shekels vendiendo helados. Yacine se ofrecerá a reemplazarlo en dicha tarea y su carácter más extrovertido le rendirá mayores frutos (económicos) y en noble gesto propondrá compartir las ganancias. Hacia el final un mensaje más bien optimista dominará al film. Sin duda, la directora propuso una visión positiva sobre una situación que en verdad se revela conflictiva y de difícil solución. Quizás su mensaje pueda leerse como una crítica a el (los) gobierno(s) que impide(n) se encuentre una solución. Y también es probable que haya querido subrayar que finalmente, árabes e israelíes (todos semitas) comparten más puntos en común y afinidades que lo que ellos mismos logran percibir.
Parecido a un capítulo de una serie televisiva pero más largo De Nicole Holofcener sólo se había estrenado en cine su tercera y no muy lograda “Amigos con dinero”, donde actuaba Catherine Keener quien lo ha hecho en todos los cinco largometrajes de la directora, incluido “Una segunda oportunidad” (“Enough Said”). En esta oportunidad (valga el juego de palabras) quien asume el rol central femenino es Julia Louis-Dreyfus, más conocida por su prolongada actuación en “Seinfeld” y otras series que en cine ya que sólo estuvo en diez películas, incluidos roles menores en “Hannah y sus hermanas” y “Los secretos de Harry”. Ella es Eva quien, al igual que Albert (James Gandolfini), está separada y lo conoce al inicio del film durante una fiesta. Al actor de “Los Soprano” y de varios films del fallecido Tony Scott (“Escape salvaje”, “Marea roja”) se lo ve aquí en un rol dentro de un género (comedia dramática) poco habitual en él. Y lo hace muy bien, aunque lamentablemente su repentina muerte nos privará de ver en el futuro a una figura carismática, simpática y muy querible. Eva es masajista y por esas casualidades que sólo Hollywood imagina conocerá muchos detalles de la vida de Albert sin revelárselos a él. Ambos andan por la cincuentena de años, arrastrando vicios que son quizás la parte más sabrosa del relato y que sin embargo se asemeja mucho a un capítulo algo alargado de una serie televisiva. El es bastante obeso, cuidándose poco en las comidas (mención a una tabla de calorías en el film) y bebidas lo que extrañamente lo acerca a lo que parece haber sido su comportamiento en la vida real. Hay numerosos personajes más jóvenes, en su mayoría femeninos, que incluyen a las hijas de ambos y a la amiga de una de estas, todos roles a cargo de actrices juveniles con mayor experiencia en televisión que en cine. El título local es bastante ambiguo ya que podría tanto referirse al encuentro inicial de ambos o también a la última escena. Lo que es más discutible es la actitud de Eva que podría tildarse de “políticamente incorrecta” al aprovecharse de él. De hecho en algún momento Albert le confesará textualmente “que aunque suene cursi me rompiste el corazón”. En roles secundarios se lucen no sólo la ya mencionada Catherine Keener sino también Toni Collette, recientemente vista en “Un camino hacia mí”. Pero quien sobresale sin duda es James Gandolfini, cuya reciente desaparición potencia el interés en verlo, en un rol al que no nos tenía acostumbrado.
Film menor de Ridley Scott, del que se extraña su sello personal Ridley Scott integra una reducida lista de directores de cine que generan expectativas, cada vez que presentan una nueva obra. Sus comienzos fueron espectaculares como lo demuestran sus tres primeros títulos: “Los duelistas” (gran debut) y dos clásicos de la ciencia ficción: “Alien, el octavo pasajero” y “Blade Runner”. Su dilatada carrera muestra grandes éxitos como “Thelma y Louise”, “Gladiador” (ganó cinco Oscars incluyendo mejor film) y “La caída del halcón negro”. Otras realizaciones, dentro de las cuales encaja “El abogado del crimen” (“The Counselor”), muestran un menor nivel artístico. Está basada en una novela del exitoso Cormac Mc Carthy, quien por primera vez participa también en calidad de coguionista. Y los resultados son inferiores a “Sin lugar para los débiles”, otra adaptación de una de sus novelas con temática similar. Claro que en este último caso los hermanos Coen se reservaron en forma exclusiva el rol de guionistas. Y bien que lo hicieron ya que da la impresión después de ver “The Counselor” que el fuerte de su autor no es la elaboración de guiones. Más aún, hasta puede especularse que hubiese resultado un mejor film si Mc Carthy hubiese limitado su rol. Un notable elenco resulta quizás el mayor atractivo de la propuesta. De los cinco personajes principales es el de Brad Pitt (Westray) el más logrado pese a su limitado número de apariciones. Será él quien prevenga al abogado (Michael Fassbender) sobre el juego peligroso en que se está metiendo al tratar con narcotraficantes. Gran parte de la acción transcurre en Ciudad Juárez y El Paso, a ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos. Al inicio habrá una escena en Amsterdam, única aparición de Bruno Ganz como un experto en diamantes y hacia el final otra en Londres con el siniestro personaje (Malkina) al que da vida una Cameron Diaz en un registro inhabitual en ella. Ella es la pareja de Reiner, un Javier Bardem que repite de alguna manera algunas características del personaje que componía en la nombrada película de los Coen. Su pareja en la vida real (Penélope Cruz) es aquí la inocente novia que ignora en que anda el abogado que interpreta Fassbender (“Hunger”, “Shame”). Dos escenas “de sexo” marcan el contraste entre ambas mujeres, donde en la primera predomina la sensualidad y en la otra Malkina hace el amor con… el auto de Reiner. Hay algo de “déjà vu” en “El abogado del crimen” en cuya trama hay cierta acumulación de convencionalismos. Por otra parte, la visión de Ridley Scott es bastante negra con una escena cerca del final que hasta puede tildarse de cruel y que en todo caso resultará poco tolerable para cierto tipo de público sensible. En síntesis, un film algo menor de un director talentoso del que se extraña su sello personal.
Richard Curtis, mejor guionista que director, en una propuesta liviana pero cálida El británico Richard Curtis ha adquirido mayor popularidad como guionista que como director de cine. De él se recuerdan entre otras películas “Cuestión de tamaño (su primer trabajo importante), “Cuatro bodas y un funeral” por el que fuera nominado a un Oscar y “Un lugar llamado Notting Hill” en 1999. Su carrera como realizador es más corta ya que debutó en 2003 con la deliciosa “Realmente amor” a la que siguió la no estrenada “The Boat that rocked”. “Cuestión de amor” (“About Love”) es apenas su tercera película y probablemente la menos lograda de ellas. Apenas iniciada, el padre que interpreta Bill Nighy (Davy Jones en “Piratas del Caribe”) le revela a su hijo Tim (Domhnall Gleeson) un “secreto de familia”, que será la base de todo el relato. Se trata de un singular atributo cual es la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo cuando cumple veintiún años. Tim al principio toma con sorna la confesión de su progenitor. No obstante hace una prueba, consistente en meterse en un armario y extender hacia abajo los puños de la mano, y se sorprende pues efectivamente dicho fenómeno tiene lugar. La siguiente larga escena, en verdad una serie de idas y vueltas en el tiempo, será quizás una de las más logradas cuando Tim conozca a Charlotte (Margot Robbie) y vaya “ajustando” su plan de seducción a la muy bella joven. Contra lo esperado no será éste el personaje femenino primordial como por otra lo revela la presencia de Rachel McAdams (“Medianoche en Paris”) al tope del reparto. Ella es Mary, norteamericana, y curiosamente y en forma similar al nombrado film de Woody Allen tendrán cierto protagonismo sus padres, de paso por Londres. El proceso de seducción a Mary también tendrá reiteraciones temporales, voluntariamente provocadas por el dotado joven, que le permitirán evitar un encuentro de un potencial rival con la que se convertirá en su pareja. El recurso de viaje en el tiempo será repetidamente utilizado como en aquella circunstancia en la cual Kit Kat (Lydia Wilson), la hermana de nuestro héroe, sufrirá un accidente automovilístico. Y en algún momento hasta podrá tornarse algo reiterativo. Inclusive sugerirá la posibilidad de que se juegue con el destino (“efecto mariposa”) de algunos de los protagonistas, planteo éste que resulta algo más interesante. Por momentos hasta puede volverse algo confuso y discutible, pero para el grueso del público no afectará su apego a la película. Efectivamente en una función en una sala bastante colmada, este cronista pudo verificar que en general la reacción mayoritaria de los espectadores era positiva, algo así como lo que los norteamericanos califican como “a feel good experience”. Pero como bien observaba un colega, el problema con “Cuestión de tiempo” es la falta, mejor sería decir la poca presencia, de conflicto. Pese a las reservas antes apuntadas hay varios elementos a destacar que incluyen a la banda sonora (“Friday I’m in Love” de The Cure), las abundantes referencias cinéfilas (“Amelie”, “High Plains Drifter”/”La venganza del muerto” de Clint Eastwood) y cierta calidez, pese a la liviandad de la propuesta.
Brillante producción que refleja una notable rivalidad Ron Howard es el miembro más renombrado de una familia que merece, con justa razón, se le aplique el epíteto de “cinematográfica”. Su padre Rance continúa actuando a la edad de ochenta años, habiendo participado en muchos de los films dirigidos por su hijo (“Cocoon”, “Horizonte lejano”, “Frost/Nixon”, Apolo 13”, “El Grinch”). En los tres primeros también actuó Clint Howard, hermano menor del realizador, quien a su vez empezó su carrera actoral cuando aún se lo conocía como Ronnie. Tenía apenas 18 meses cuando se lo vio en un film olvidable (“Frontier Woman”) pero es de destacar que continuó haciéndolo en títulos más significativos como “Rojo atardecer” (con Yul Brynner y Deborah Kerr) “American Graffiti” y el “El tirador”. Esta última, del gran Don Siegel, fue además la película final de John Wayne en 1976. Al año siguiente debuta en la dirección con “Aventuras sobre ruedas”, donde por única vez actuaron juntos los tres Howard. Para completar el cuadro familiar conviene señalar que su hija Bryce Dallas Howard también alcanzó cierta celebridad en “Manderlay” de Lars von Trier. “Rush, pasión y gloria” es su opus 22 y está entre lo mejor de su vasta producción, donde destaca “Mente brillante”, que ganó el Oscar a mejor film y director en 2001. Está basada en la histórica rivalidad entre Niki Lauda y James Hunt, dos grandes pilotos de Fórmula Uno en la década del ’70. Luego de una fugaz escena inicial ambientada en el muy peligroso circuito de Nurburgring, en la dramática carrera del primero de agosto de 1976, la trama retrocede seis años. Se los ve a Lauda (Daniel Bruhl) y Hunt (Chris Hensworth) en sus comienzos en Fórmula 3, que es donde empezó la pugna. Mientras que el primero, de origen austriaco, llevaba una vida ordenada y sin desbordes su par inglés gustaba de la noche y las mujeres. Dicho contraste está muy bien reflejado incluso a nivel de sus respectivas parejas. Alexandra Maria Lara interpreta a Marlene (nota: fue su esposa durante 21 años de casado) que lo acompañó en momentos difíciles. Olivia Wilde es Suzy Miller que estaba cansada de las infidelidades de Hunt y tuvo un sonado affaire con el actor Richard Burton, quien estaba aún casado, por segunda vez, con Elizabeth Taylor. Lauda había sido campeón con Ferrari en 1975, mientras que Hunt harto de correr con Hesketh se pasó a Mclaren a fines de dicho año. La mayor parte de las dos muy disfrutables horas que dura “Rush” transcurre en el año 1976 y casi todas las carreras de dicho periodo han sido recreadas. El esfuerzo de producción es notable logrando que el espectador se sienta inmerso en las feroces competencias donde hasta se menciona en una oportunidad a nuestro compatriota Carlos Reutemann (Monza). Para quien no conozca los detalles de las carreras de la Formula Uno de 1976 la película se convertirá en un verdadero thriller desde la primera competencia en Brasil (Interlagos) hasta la final en Japón, pasando por la dramática situación vivida en Alemania con que se inicia el relato. Los memoriosos y los entusiastas del automovilismo apreciarán en cambio la precisión de numerosos comentarios a lo largo del metraje. Tal el caso de la frase que pronuncia Hunt al inicio al afirmar que “cuanto más cerca estás de la muerte, más vivo estás”. O la que su competidor expresa al poco tiempo de casarse: “la felicidad te debilita cuando tienes algo que perder”. Todo ello se resume en el saludo cómplice que ambos dedican al otro desde sus respectivas máquinas, poco antes de iniciarse el último Gran Premio en Japón, cuando Lauda le llevaba apenas tres puntos de ventaja a su bravo rival.