Una bien dosificada trama con algunas sorpresas finales Los dos primeros largometrajes de Scott Stewart (“Legión de ángeles”, “Priest, el Vengador 3D”) no permitían albergar muchas expectativas con su siguiente producción “Los elegidos” (“Dark Skies”). Similar género, actores con escasos antecedentes y una temática a priori poco novedosa sustentaban una presunción que afortunadamente se reveló errada. La no aparición al inicio del habitual y muy trillado anuncio: “basada en hechos reales” revela que se está frente a una película con elementos fantásticos cuya aparición creciente está sabiamente dosificada. De hecho durante la primera media hora la familia de Daniel (Josh Hamilton) y Lacy (Kerri Russell) con dos hijos varones no parece diferir mayormente de los clásicos arquetipos de la clase media norteamericana. El padre atraviesa por una circunstancial crisis laboral, al no conseguir fácilmente trabajo, que obliga a la familia a recortar gastos, entre los cuales los sistemas de seguridad (alarma) de su hogar. Luego de algunos sobresaltos menores tendrá lugar un primer incidente serio cuando tres bandadas de pájaros se incrusten en forma simultánea contra las ventanas y paredes de la casa. Y uno de los vecinos les recriminará un “parece haber algo malo con ustedes”. La escena remite inevitablemente a uno de los más famosos films de Hitchcock, pero más que un plagio parece un homenaje al mago del suspenso. El hijo menor será quien tenga recurrentes pesadillas con el “sandman” (hombre de los sueños), lo que conducirá al padre a instalar un sistema de cámaras que filmarán en forma continúa las diversas habitaciones de la casa. Pese a tratarse de un recurso de muy frecuente uso últimamente en películas con “efectos paranormales”, lo destacable en “Los elegidos” es cierta originalidad en el planteo y resolución. Será de vital importancia la tardía aparición del personaje que interpreta J.K.Simmons (“El hombre araña”, “La joven vida de Juno”), experto en fenómenos sobrenaturales, al cual acudirá el desesperado matrimonio. En su casa por supuesto “habrá muchos gatos” como afirmará Daniel al ingresar a la misma y comprobar que hay muchos de dichos felinos. El insólito investigador, que someterá a la pareja a un nutrido cuestionario, sostendrá que las respuestas en general positivas “califican de qué se trata”. Arrojará cierta luz al sugerir que los “grises” pueden ser la causa de todo. Pero no agregaremos nada más para no develarle al espectador más pistas sobre lo que está realmente ocurriendo. Digamos solamente, a título de cierre, que hacia el final habrá alguna que otra sorpresa que bien podría titularse como vuelta de tuerca ingeniosa. Y que explica el nombre “Los elegidos” con que se ha titulado “Dark Skies” en Argentina.
Una mirada escéptica, teñida por la ideología de su realizador Desde 2003 Pino Solanas viene dirigiendo con cierta regularidad un conjunto de documentales cuyo primer eslabón fue “Memoria del saqueo”, donde atacaba principalmente al gobierno de Menem. Le siguió “La dignidad de los nadies” de igual excelencia que el anterior y hubo aún cuatro capítulos más hasta “Tierra sublevada II: oro negro” que pareció que cerraba la serie. Por ello puede sorprender la irrupción de “La guerra del fracking” que retoma el tema, ya presente en la anterior, de los hidrocarburos del petróleo y gas. La novedad es la referencia a una técnica de extracción (“fracking”), sobre todo del llamado gas de esquisto (Shale Gas”), que se viene aplicando desde hace algunos años, sobre todo en los Estados Unidos. Existen opiniones diametralmente opuestas entre quienes sostienen una fuerte contaminación por parte de los productos químicos utilizados, sobre todo en los acuíferos, versus aquellos que minimizan los riesgos resultantes. Cierto conocimiento del tema, que en la Argentina viene siendo objeto de numerosos congresos, seminarios, conferencias y artículos publicados nos permite afirmar que si se toman las precauciones necesarias el riesgo ambiental es bajo. Y que los beneficios, para una país en grave emergencia energética, considerables. No es sin embargo ésta la tesitura del film de Solanas donde se afirma por ejemplo que con este tipo de técnicas “se inyectan toneladas de sustancias radioactivas y químicas”, lo que en verdad está muy lejos de la realidad. Argentina ocupa por sus reservas de gas de esquisto el segundo puesto en el mundo detrás de China. Las mismas estarían localizadas principalmente en Neuquén y afortunadamente lejos de la capital de la provincia en zonas muy poco pobladas (Vaca Muerta). Esto lo muestra el cuarto capítulo (“Viaje a los yacimientos”) de su documental dividido (formato característico de Solanas) en un total de diez partes, cuando el propio realizador lo recorre en helicóptero. A partir del sexto capítulo (“Gelay Ko: tierra de sacrificios”) y durante casi toda la segunda mitad de un total de noventa minutos de duración la temática central deriva hacia el justo reclamo de los mapuches por lo que ellos consideran una usurpación de sus territorios. Aparece una muy fuerte crítica al gobernador José Sapag y su partido (MPN), siendo deplorable la represión con gases lacrimógenos y otros elementos de la que son objeto los manifestantes frente al desproporcionado edificio de la legislatura. Hay protestas contra Chevron, mencionándose sus orígenes cuando aún se llamaba Standard Oil y su principal dueño era David Rockefeller así como el litigio que sostiene el actual presidente de Ecuador al acusar a la empresa por contaminación de la selva amazónica. Nadie desconoce la posición de Pino contra el gobierno actual aunque en este caso se siente que ha sacrificado algo del rigor cinematográfico y la calidad que caracterizaban a sus documentales anteriores. Por momentos uno percibe que la oportunidad de las próximas elecciones lo llevó a apurar la terminación del film y a que no todos los testimonios son de igual excelencia. Quizás uno de los más claros sea el de Monseñor Virginio Bressanelli, obispo de Neuquén cuando declara textualmente que en la aplicación de las técnicas de extracción “debe haber cien por ciento de seguridad de no contaminación”. No es posible asegurar en forma absoluta que ello ocurra. Sólo con auténtica voluntad política, castigo a la corrupción y atención a los reclamos ello sería altamente factible. No se trata sólo de los mapuches sino de otros pobladores afectados como los productores de frutas (peras, manzanas). Hoy la tecnología permite prácticamente minimizar la contaminación del agua y traer prosperidad a sus pobladores. La mirada de Solanas es más escéptica y puede estar teñida por su ideología abiertamente opuesta al actual gobierno. “La guerra del fracking” ya está disponible “on line”, con lo que su permanencia en los pocos cines en que se exhibe será presumiblemente breve.
Acierto en la elección de un experimentado realizador inglés La nueva película del inglés Paul Greengrass muestra como uno de sus mayores logros el acierto del “casting”, término aplicado generalmente a los actores. En este caso uno desearía extender ese concepto a su director, dado que los productores también acertaron al seleccionar al realizador de las dos últimas películas de la trilogía Bourne para dirigir “Capitán Phillips”. Retornando a los intérpretes es notable lo que se logra extraer del conjunto de cuatro debutantes africanos en el rol de piratas somalíes. Quizá no fue tan feliz la elección de Tom Hanks en el rol principal pese al atractivo que su nombre genera a la hora de atraer público. Hubiese sido quizás preferible que Matt Damon, que no sólo fue dos veces Jason Bourne con Greengrass sino que además estuvo en su penúltima “Green Zone”, no estrenada localmente, asumiera el rol del capitán del barco portacontenedores MV Maersk Alabama. La interpretación de Hanks sólo flaquea hacia el final al volverse melodramática, algo habitual en muchas películas estadounidenses. Es una pena porque él sostiene el relato durante tres cuartas partes de un film que no debió exceder las dos horas de duración Al estar basada en un hecho real que tuvo alguna difusión en su momento incluido su desenlace el suspenso es menor, siendo su mayor mérito la manera en que está contado. Algo similar ocurría con “Vuelo 93”, que también trataba un episodio verídico cuyo final era conocido y que muestra cierta predilección del director por hechos reales. Que el mismo se nutre a menudo de acontecimientos históricos lo certifica aún “Bloody Sunday”, otra de sus obras mayores, que ganó en 2002 el Oso de Oro de Berlin y nunca fue estrenado en nuestro país. Desde el inicio cuando Phillips se despide de su esposa, corto papel de Catherine Keener, para embarcarse en el barco de carga se percibe que todo girará alrededor del personaje que da nombre al film. Quien haya visto los avances (“cola”) del largometraje ya conocerá más de lo que sería deseable supiera. Cuando al poco tiempo aparezcan en el radar dos puntos acercándose a gran velocidad, el espectador ya sabrá que en algún momento el contacto entre tripulantes y piratas deberá producirse. Justamente una de las escenas más impactantes cinematográficamente será cuando se accionen las numerosas mangueras laterales tratando de hacer hundir o al momento impedir que los ocupantes del bote logren subir al navío. Habrá negación por parte de los somalíes de su pertenencia a Al Qaeda, pero no lograrán convencer a Phillips de que son simple pescadores. La parte central del relato será la más lograda, una vez que los invasores ingresen a bordo sin lograr capturar al grueso de los tripulantes, escondidos en la sala de máquinas. Si hasta aquí el relato parecía casi el de un documental novelado, la extensa parte final con la intervención de marinos de la flota norteamericana ya se acercará a una ficción del tipo “Bourne”. Aparecerán en escena helicópteros, barcos de guerra y comandos de “Navy Seals” con sofisticado armamento y se perderá algo del encanto que provocara la tensa relación entre los oficiales de a bordo del barco de carga y los africanos deseosos de obtener dinero, un bien tan escaso en su país. El balance muestra que “Capitán Phillipos” es una película de acción muy bien filmada con logrados aciertos de casting. No sería de extrañar que alguno de los hasta ahora desconocidos intérpretes africanos logre consolidar su futura carrera en alguna producción similar. En cuanto a Greengrass, se confirma que su nombre es usualmente garantía de un buen espectáculo.
Woody Allen y una inspiración que no se agota La increíble carrera de Woody Allen no tiene parangón en la historia del cine y su notable regularidad a lo largo de más de cuatro décadas, con un estreno por año, ya es un hito que difícilmente se vuelva a repetir. En el pasado hubo, dentro de la cinematografía norteamericana, casos similares pero lo que diferencia a Allen del resto es su resistencia a una declinación artística que títulos como “Blue Jasmine” desmienten categóricamente. Ya hace tiempo que cierta fracción no despreciable de la crítica internacional viene pronunciando expresiones agoreras sobre el agotamiento inspirativo del realizador de obras tan memorables como “Manhattan”, “La Rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”. Desde esta columna hemos sostenido lo contrario y no hay duda de que obras relativamente recientes como “Match Point” y “Medianoche en Paris” corroboran esta posición. La singularidad de este artista múltiple, nacido en Brooklyn hace casi ochenta años, es un fenómeno que trasciende las fronteras del continente americano y que explican que parte de su más reciente filmografía haya elegido a varios países de Europa como sitios donde transcurren sus películas. Lo impar de “Blue Jasmine” no es únicamente su regreso a los Estados Unidos sino que haya elegido a Nueva York y San Francisco, dos de sus ciudades más glamorosas, como escenario de la acción. Que la historia esté centrada en personajes femeninos como el que da nombre al film o al de su hermana por adopción refiere a una tradición de su cine donde tienen preponderancia las mujeres. Esto en parte puede haber sido producto de sus largas relaciones tanto con Diane Keaton como Mia Farrow, aunque no exclusivamente por esa única razón. Lo que parece a menudo atrapar al genial director es su (logrado) intento de disección de la psicología femenino. El comienzo del film nos muestra a Cate Blanchett (Jasmine) monologando con su ocasional compañera de asiento en su vuelo de Nueva York a California. Bastan unos pocos minutos para tener una clara percepción de que se trata de un personaje que arrastra diversos conflictos que a lo largo de la historia se irán develando. Pronto se sabrá que su ex marido (Alec Baldwin) era lo opuesto de lo que aparentaba ser, tanto en su profesión como en su vida privada. La actuación de la actriz de “Elizabeth” es tan superlativa que no se puede imaginar a otra ganando el próximo Oscar femenino. Lo notable es como un relato salpicado de tantos flashbacks hacen que a uno le parezca estar viendo simultáneamente dos películas separadas en la localización y el tiempo. En la más antigua el personaje de Blanchett vive con el mayor lujo (Vuittons, limousines) y parece la más feliz en contraste con Ginger, su hermanastra. En otro acierto de casting, quien interpreta a esta última es la gran Sally Hawkins (la inolvidable Poppy en “La felicidad trae suerte” de Mike Leigh). La versión más moderna (podríamos decir la actual) tiene continuidad cuando desde el aeropuerto se dirige a la casa de Ginger, donde piensa quedarse a vivir algunos días. Uno no termina de sorprenderse con la siempre acertada elección de actores, en su mayoría poco conocidos, para interpretar personajes en su mayoría secundarios en los films de Woody. Nombres del reparto como Andrew Dice Clay (Augie), Louis C.K. (Al) y Bobby Cannavale (Chili) resultan ilustres desconocidos, siendo sus roles relevantes en la historia al ser respectivamente el ex marido, el amante ocasional y el novio actual de Ginger. Es sobre todo el último de los tres quien más impacta al tener profundos roces con Jasmine, a quien sólo desea ver partir. A propósito, se cita a menudo a “Un tranvía llamado deseo”, donde también había un trío similar conviviendo, como posible influencia en la trama pero es poco probable que haya sido la principal fuente de inspiración. Aquí se enfatiza el contraste entre dos hermanas muy diferentes y donde no siempre la que más tiene es la más feliz. La riqueza de los personajes se extiende a los que rodean a Jasmine con acertadas actuaciones de los más conocidos Michael Stuhlbarg, como el dentista que la contrata (escenas cómicas y dramáticas a la vez) o Peter Sarsgaard (Dwight), el millonario californiano con ambiciones políticas. Woody Allen vuelve a demostrar que su inspiración es inagotable y hace desear que continúe puntualmente deleitándonos con su nueva producción anual. Sin duda no decepcionará a sus seguidores en su carrera futura.
Film inclasificable en las antípodas del mainstream El cartel de calificación (prohibida para 18 años) que antecede a la proyección podría parecer excesivamente severo si uno sólo ve los primeros 45 minutos de “Starlet”. En efecto, el título alude a un inocente perro de raza chihuahua (hasta lleva el nombre artístico de Boonee) y lo único que merecía una calificación hasta allí era el consumo de drogas, algo que a esta altura se “castiga” con alguna prohibición para menores de 13 años y no más. Son pocos los personajes alrededor del cual gira esta cuarta producción dirigida por Sean Baker (“Four Better Words“, Take Out”, “Prince of Broadway”), conocido sobre todo por quienes frecuentan el BAFICI pero sin ningún estreno local hasta el presente. Jane es una joven de unos veinte años a quien da vida Dree Hemingway, un apellido inevitablemente significativo. Y no es para menos dado que su bisabuelo es el célebre autor de “El viejo y el mar”, Mariel Hemingway su madre y actriz de varias películas de Woody Allen y de “LIpstick”, donde debutara junto a Margaux, su trágicamente fallecida hermana. La joven, quien convive con Melissa (Stella Maeve) y Mikey (James Ransone), un día decide modernizar su habitación. Va a una especie de feria de ventas de productos usados (Garage sales) que organiza Sadie, una mujer mayor y le compra un termo. Para su sorpresa encuentra en su interior diez mil dólares en fajos y su primera intención es devolverlos. Pero ante el rechazo de la anciana a recibirla, regresa y convencida por Melissa decide conservar el dinero. Jane resulta ser una persona de buen corazón, logrando acercarse a Sadie quien se convence de que es “una buena samaritana”. Juntas hacen las compras, van a un bingo donde ella es la única joven y logran cultivar una relación sin conocer cada una mucho de la otra. Y aquí empieza una segunda película que puede tomar por sorpresa a quien no se haya interiorizado más, de lo hasta aquí señalado, sobre el argumento. Por un lado se revelarán aspectos de la vida privada de Jane, pero usando una terminología habitual en cine, esta crítica no propone ofrecer “spoilers” (revelaciones). Sólo señalemos que a modo de compensación económica, Jane decide invertir el dinero en la compra de dos pasajes en clase ejecutiva a Paris. Sadie le había mencionado la ciudad luz y en particular haber visto una película con Fred Astaire y Audrey Hepburn (se trata sin duda de “Funny Face”/”La cenicienta en Paris”). Un final algo abrupto pero revelador las tiene a ambas dirigiéndose al aeropuerto y parando un momento para que Jane deposite unas flores en la tumba del esposo de su ocasional compañera. Vale la pena agregar que Besedka Johnson, tal el nombre de quien personifica a Sadie, nunca había actuado hasta entonces. De profesión astróloga, su fallecimiento se produjo pocos meses después del estreno de “Starlet”, un film inclasificable aunque claramente independiente. Su presentación se produce en una semana con record de estrenos, de los cuales la mayoría de Argentina.
Relato convencional y melodramático que sin embargo logra entretener El director sudafricano Neill Blomkamp tuvo un interesante debut en el largometraje con “Sector 9”, de la mano del neocelandés Peter Jackson como productor. “Elysium”, su segunda película, tiene algunos puntos en común con la filmada hace cuatros años, comenzando por un género similar (ciencia ficción), una temática cercana a la anterior, compartiendo además un mismo actor sudafricano (Sharlto Copley) que en la anterior asumía el rol protagónico central. Pero aquí terminan las similitudes ya que en el balance, la que ahora nos ocupa, es francamente inferior. Lo que aquí se presenta es un relato más convencional que transcurre en un futuro aún algo lejano (año 2154), en que una minoría o élite terrestre habita a apenas diecinueve minutos de viaje espacial en una especie de estación orbital, que da nombre al film. Se trata de un lugar idílico en cuyo interior hay mansiones que de alguna manera y pese a estar ambientada en el futuro recuerdan a sitios como Beverly Hills o Hollywood. Curiosamente en un Los Angeles absolutamente decadente, con aspectos de villa miseria, vive Max da Costa (Matt Damon), un latino en libertad condicional que al igual que el resto de los habitantes tiene vedado el corto viaje al paraíso cercano. Max trabaja al igual que miles de otros habitantes en fábricas que se asemejan a las “maquiladoras” existentes en México y cercanas al sur de California. De hecho esta Los Angeles del futuro, que aquí se nos muestra, fue filmada en algunas de las partes más pobres de la ciudad de México actual. El sistema policíaco y represivo cuenta con minoría de terrestres y mayoría de robots, cuya brutalidad conducen a que Max sufra una descarga radioactiva. Se dirige a un vetusto hospital donde reencuentra a Frey, una médica que fue su amiga en plena niñez. Alice Braga (“Ciudad de Dios”, “Soy leyenda”) encarna a la joven cuyo drama es tener una hija enferma de leucemia y cuya única posibilidad concreta de cura, al igual que la de Max, es que los traten en Elysium, donde la tecnología ha logrado notables avances capaces de sanarlos. Max decide el intento ilegal de abordar, junto a las dos mujeres, una nave “indocumentada”. Ya en escenas anteriores se ven varias tentativas similares, en general fallidas, al ser destruidas en destino por el equipo que comanda el tercer personaje femenino relevante. Se trata de la eficiente secretaria de Defensa Jessica Delacourt a la que da carnadura una Jodie Foster, que tiene pocas oportunidades de lucirse por lo esquemático de su personaje. Hay aún otros “malos” como el despiadado funcionario John Carlyle (William Fichtner) y sobre todo el espía Kruger, el ya nombrado actor sudafricano Copley, que actúa desde Los Angeles infiltrado como un poblador más. Hacia el final, “Elysium” mostrará su faceta más trivial con el enfrentamiento de Max, convertido en una especie de “robocop” por un tratamiento especial, con Kruger. Un exceso melodramático en el desenlace perjudica lo que hasta allí era un razonable entretenimiento. A Matt Damon se lo nota cómodo usando palabras de nuestro idioma, como cuando pronuncia la frase muy argentina “me estoy cagando de miedo” que seguramente habrá incorporado estando en compañía de su pareja y compatriota nuestra.
Aproximación didáctica a un personaje trascendente del siglo XX Margarethe Von Trotta había dirigido a Barbara Sukowa en varias oportunidades, entre otras su célebre “Rosa Luxemburgo”. Gran parte de sus films retratan a fuertes personajes femeninos por lo que era bastante lógico esperar que la realizadora convocara a la también actriz de Fassbinder en “Hannah Arendt”, su más reciente producción. Desde “La promesa” (de 1994), pasaron varios largometrajes más, aquí no estrenados, por lo que han transcurrido casi veinte años sin films de Von Trotta en nuestras latitudes. En verdad no se trata estrictamente de una biografía de la autora de “Los orígenes del totalitarismo” sino más bien de un extenso episodio de cuatro años (1960 a 1964) de su vida, durante los cuales tuvo lugar el secuestro (escena inicial de la película), juicio y ejecución de Adolf Eichmann. Pero el tema central que “Hannah Arendt” trata de dilucidar es la repercusión que tuvieron los artículos que publicara en la prestigiosa “New Yorker”. Fue ella quien se ofreció a actuar como periodista del conocido medio, convenciéndolos para que la enviaran a Jerusalén como corresponsal. Sus directivos no imaginaron el revuelo que causarían sus colaboraciones escritas incluyendo el libro “Eichmann en Jerusalem” y la famosa frase “la banalidad del mal”, que el distribuidor local acertadamente agregó al título local del film. Las escenas del juicio en Israel han sido acertadamente recreadas yuxtaponiendo imágenes reales de Eichmann dentro de una cabina de vidrio, declaraciones de testigos (en blanco y negro) con otras, mostrando a los periodistas y autoridades del proceso (en colores). De esa manera se evitó la necesidad de contar con un actor en el rol del asesino, algo innecesario cuando ya las imágenes reales resultan tan contundentes al mostrarlo negando categóricamente que hubiera participado de la exterminación de los judíos. Entre varios personajes reales conviene destacar al amigo Kurt Blumenfeld, que ella reencuentra a su llegada a Jerusalén y donde éste se ha establecido. Hacia el final una escena dramática nuevamente en Israel mostrará como los escritos de la ocasional periodista habrán afectado la sólida amistad pasada. Es interesante mencionar que Michael Degen, el veterano actor que personifica a Kurt, ha escrito una apasionante autobiografía conocida como “No todos eran asesinos” (Una infancia en Berlín), donde revela como sobrevivió escondido en su ciudad natal, junto a su madre durante toda la Segunda Guerra Mundial. El texto es además una reivindicación de una parte de la población alemana que, no estando de acuerdo con el nazismo, arriesgó su vida cobijando a judíos como el propio Degen. Heinrich Blucher, el segundo marido de Hannah, es otro de los personajes centrales de la trama. Axel Milberg, quien lo interpreta se luce mostrándolo como era en la vida real. Políticamente comunista, con una diferente visión a la de su esposa, mantuvo a pesar de eso una convivencia armónica. Entre los personajes femeninos sobresale Mary McCarthy, su gran amiga y exitosa escritora norteamericana (“El grupo”), con una destacada interpretación de Janet McTeer, que fuera nominada al Oscar en dos oportunidades (“Tumbleweeds”, “El secreto de Albert Nobbs”). Julia Jentsch (“Los edukadores”, “Sophie Scholl: los últimos días”), secretaria de Arendt, tiene menos oportunidades de lucirse en el rol de Lotte e incluso, en una escena donde lee la indignada carta de una lectora, roza la sobreactuación. Otros personajes importantes son los que encarnan Ulrich Noeten (dos veces como Himmler en “La caída” y “Mi Fuhrer”), aquí como Hans, Nicholas Woodeson como William Shawn del “New Yorker” y Klaus Pohl como Martin Heidegger. A este último la película lo muestra sobre todo en los flashbacks cuando Hannah era su alumna y luego amante. Esta etapa por si sola podría justificar otro film sobre todo por que, como es de público conocimiento, abrazó la ideología nazi decepcionando a su mentor (Edmund Husserl, que era judío) y a Karl Jaspers. Una reciente y muy sustanciosa biografía del alemán Alois Prinz y que lleva el nombre de “Hannah Arendt” o “El amor al mundo” describe su vida desde su nacimiento en Hannover (14 de octubre de 1906) hasta su fallecimiento en 1975. Aporta muy interesante información sobre cómo logró salir del campo de detención en Gurs, Francia y sobre su extensa vida en los Estados Unidos. Al referirse a la “banalidad del mal” Prinz señala los intentos de Hannah para explicar por qué el “mal” parece tan “banal”. Ella no creía que alguien fuera malo por tener mal corazón y que ello no tenía que ver con la inteligencia o la estupidez. Pensaba que el origen del mal estaba en el pensamiento y al igual que en la película hay una referencia al “diálogo mudo” (“Stummes Zwiegesprach”) según lo expresara Sócrates. Sería muy deseable y bastante probable que la obra sea traducida al inglés y quizás al castellano. Dado que todo ya pertenece a la historia no se comete ninguna infidencia al revelar al potencial espectador que los escritos y declaraciones de Hannah Arendt decepcionaron a muchos de sus colegas y amigos, como se muestra en el film, y que probablemente fueron mal interpretados. Aunque sin duda, una de las cuestiones que más irritaron a parte de la comunidad judía fueron las referencias que ella hizo de los “consejos judíos” (“Judenrat”), los que actuaron dentro de los campos como nexo entre sus desdichados pobladores y los victimarios nazis. Una visión bastante diferente es la que ofrece Claude Lanzmann en “Le dernier des injustes” (“El último de los injustos”), su más reciente obra presentada en el último Festival de Cannes. Margarethe VonTrotta logra en su película más reciente volver sobre un tema que pese al tiempo transcurrido continúa en plena vigencia. Lo hace de una manera didáctica evitando claramente tomar partido, a favor o en contra, de su personaje. Subraya en cambio que burócratas y no pensantes como Eichmann hicieron posible que las perversas ideas de una figura totalitaria como Hitler dieran lugar al mayor exterminio en la historia de la humanidad
De no estar Darín quizás ni se habría estrenado o producido Luego de “El secreto de sus ojos” y de “Tesis sobre un homicidio” más de un espectador encontrará ahora en “Septimo” cierta recurrencia por parte de Ricardo Darín en la interpretación de personajes ligados a cuestiones jurídicas. El actor parece sentirse cómodo en este tipo de roles aportando además su habitual profesionalismo. Pero en el balance queda la impresión de que sin él la película quizás no se hubiese filmado. Y aún en el caso hipotético de que igualmente hubiese sido producida, su estreno local tendría pobre repercusión en las boleterías. El director español Patxi Amescua (“25 kilates”) es uno de los autores de un guión poco novedoso, en formato de thriller, que gira casi exclusivamente alrededor de Sebastián (Darín), un abogado cuyo matrimonio está en crisis. Delia, su esposa, no le perdona que lo haya estado engañando durante más de un año con su mejor amiga. Viven separados y el tema es la tenencia de los dos hijos. Ella es nacida en España, donde se conocieron, siendo ése el país donde su esposa desea emigrar con ambos niños, para lo cual requiere de él la firma de los papeles legales correspondientes. Belén Rueda compone convincentemente al principal personaje femenino, siendo el suyo un rostro bien conocido en nuestro país (“Mar adentro”, “El orfanato”, “Los ojos de Julia”). El “Séptimo” del título es el piso de un antiguo edificio donde vive Sebastián, a menudo en compañía de sus hijos. El único ascensor que conduce a su departamento es vetusto y muy a menudo los hijos prefieren bajar por la escalera en una carrera con su padre cuando a la mañana van al colegio. Abajo está el portero (Luis Ziembrowski) quien integrará una larga lista de sospechosos (o mejor sería decir sospechables), cuando un día Sebastián llegue a la planta baja y ellos no estén. Un vecino, el comisario Rosales (Osvaldo Santoro), otro que lo acompañó en el ascensor y a quien llaman “el oso” por su aspecto sombrío, se agregarán al conjunto de posibles secuestradores aunque también habrá otros entre los que participan de un proceso judicial. En breve papel aparecerá un desaprovechado Jorge D’Elía como el jefe del bufete y algo inverosímil será la situación en la que Sebastián lo amenace con reventarle la cabeza si no accede a un pedido suyo. El celular del infortunado abogado será un protagonista más y por supuesto en algún momento decisivo se quedará sin batería. Las violentas reacciones como aquélla cuando enfrenta a su jefe o inculpa a su portero aparecen como algo forzadas, pero como se señalaba al inicio son más producto de las impericias en la confección del guión que en las interpretaciones de los actores. Lo mejor serán los rubros técnicos: música del español Roque Baños, fotografía del argentino Lucio Bonelli. Queda una reflexión sobre los últimos quince minutos donde se revela algo bruscamente la verdad sobre lo ocurrido y una escena final en el aeropuerto que no mejora una trama que empieza razonablemente pero no logra sostenerse hasta el final.
Visión positiva de dramática situación en relato autobiográfico La actriz Valérie Donzelli tiene 40 años y tres largometrajes como realizadora. “Declaración de vida” no es una traducción literal del original “La guerre est declarée” pero por una vez parece acertado el cambio de título que ya desde el mismo afiche local se enfatiza (y donde está tachada la palabra “guerra” y reemplazada por “vida”). El tema es doloroso y está basado en una experiencia similar por la que atravesaron Donzelli y Jerémie Elkaim, su coprotagonista y ex pareja. La primera escena es reveladora de lo que se va a ver cuando Adam (Gabriel Elkaim, el hijo en la vida real de ambos) a los ocho años se somete a un examen rutinario para terminar comprobando con gran felicidad que la remisión de su tumor cerebral ha sido total. El resto del film, a la manera de un gran flashback, nos muestra las diversas etapas por la cuales pasaron Juliette y Romeo, tal su nombre de ficción, desde su encuentro inicial en una fiesta. Seguirán el nacimiento de Adam y sus primeros pasos acompañados por abuelos bastante singulares como la paterna (Brigitte Sy) o la más comprensiva materna. Frecuentes vómitos de la criatura y una disimetría facial harán que la pediatra (Béatrice de Stael) recomiende la consulta a una eminente neuróloga, aprovechando el viaje de Juliette a Marsella. La doctora Fitoussi, convincente interpretación de Anne Le Ny (“Amigos intocables”) realiza el diagnóstico adecuado y recomienda al cirujano y especialista Saint-Rose, otra ajustada caracterización del actor Frédéric Pierrot, poco conocido localmente. Los hospitales en los que se filmaron las principales escenas del film son los mismos donde transcurrió la historia real. En particular está el Hospital de Niños (Necker) en pleno Paris, donde ocurre la operación de nueve horas de duración y el centro especializado (Hopital Roussy) en Villejuif (sur de Paris). Hay un especial reconocimiento en los títulos finales a la Seguridad Social de Francia, servicio que virtualmente salvó la vida de su hijo pese a no contar la pareja con muchos medios económicos, obligados incluso a vender su casa. Donde “Declaración de vida” innova es en la forma en que presenta una situación extremadamente dramática como la que debieron sobrellevar. Por momentos puede producir desconcierto verlos cantar al mejor estilo de “Los paraguas de Cherburgo” y otros films musicalizados, como algunos de Resnais. Pero es evidente que la gran honestidad intelectual de Donzelli la impulsó a elegir esta modalidad sorteando con total éxito la posible caída en el melodrama o peor aún en el golpe bajo. La banda sonora apela a temas clásicos como “Mañana de Carnaval” de Luis Bonfá, aunque debidamente adaptados a nuestra época y otros que en algunos casos aparecen como “remasterizados” y muy ruidosos. Podría decirse que logran el efecto de aturdir a los protagonistas para que puedan sobrellevar mejor tantas vicisitudes. Hay además una segunda temática, además de la médica, que tiene que ver con la relación de pareja y que suele ser uno de los puntos fuertes de la cinematografía francesa. Esa aproximación por si sola justifica ver una película que nos revela a una actriz y realizadora a seguir en sus próximos pasos.
El cine argentino que el público argentino ve Hace algo más de dos meses, se comentaba bajo el título “el cine argentino que casi nadie ve” y en oportunidad del estreno de la producción local “Hermanos de sangre”, que “el día de su estreno en catorce salas que incluyen a los principales circuitos cinematográficos la vieron apenas doscientos personas, es decir un promedio de 14 espectadores por sala”. El comentario anterior era suficientemente explícito sobre la pobre respuesta del público argentino a cierto tipo de cine que lamentablemente conforma la mayoría de los estrenos locales. En casi ocho meses del año ya se presentaron ochenta títulos nacionales, lo que significa que casi un 50% de lo estrenado es cine argentino que en la mayoría de los casos casi nadie ve. Claro que en taquilla, al menos durante el primer semestre, el porcentaje se reducía a un escaso 8%. Pero en apenas seis semanas del segundo semestre del año la situación se ha revertido notablemente con los sucesivos estrenos de “Metegol”, “Vino para robar” y ahora “Corazón de león”. Y hoy las películas argentinas ya representan el 15% de lo recaudado, casi duplicando el magro porcentaje del primer semestre. Todo lo anterior es apenas el anticipo de la crítica de “Corazón de león” de Marcos Carnevale que se acaba de presentar en nuestro país. De su producción pasada se recuerdan por lo menos tres títulos exitosos: “Elsa y Fred”, “Anita” y “Viudas”, pero todo indica que éste, su séptimo largometraje, superará a todos los anteriores en lo que a cantidad de público se refiere. León (Guillermo Francella) es un exitoso arquitecto que parece tener todo a su favor: buena posición económica, éxito profesional, un hijo que lo aprecia y que vive con él en una lujosa casa. Sólo una cuestión le juega en contra, su tamaño ya que mide apenas un metro y treinta y seis centímetros. Un día percibe en la calle a Ivana (Julieta Díaz) una bella mujer en el momento en que ésta arroja con mucha rabia su celular. Recoge el teléfono y logra ubicar a la joven en su “casa” ofreciendo devolvérselo en un encuentro. Una vez éste producido, ambos quedan prendados y él le ofrece una experiencia única como es la de tirarse desde su avión a cuatro mil metros de altura. La relación evoluciona en tono de comedia pero el espectador adivina que algún tipo de conflicto deberá surgir tarde o temprano. La trama se vuelve algo más dramática cuando empiezan a tener mayor protagonismo el ex de Ivana (Mauricio Dayub) y socio en un estudio de abogacía así como su madre (Nora Cárpena). En esos momentos de tensión de la pareja, despareja según la perciben los parientes de la joven, adquiere relevancia el rol que tiene Toto, el hijo de León, en una excelente interpretación de Nicolás Francella, quien lo es además en la vida real. Hay aún otro personaje, algo pintoresco, que es el que compone Jorgelina Aruzzi como la secretaria del estudio jurídico. Hacia el final, la comedia convertida en drama pierde algo de fuerza sobre todo en una escena entre madre e hija que parece forzada o poco creíble. La conclusión, que por norma no revelamos, no difiere mucho de la que nos ofrecen tantas producciones foráneas, pero aparece como aceptable. Lo que resulta acertado es el tema musical que la acompaña, “Always on my Mind”, que aquí interpreta John McInerny, el actor de “El último Elvis” y que hiciera famosa el rey del rock cinco años antes de su trágica muerte. También es elogiable la interpretación del dúo central y en el caso de Guillermo Francella se advierte su crecimiento actoral, al que sin duda contribuyó de manera decisiva cuando fue dirigido por Juan José Campanella. Mérito final para los efectos visuales y trucos utilizados para lograr hacer creíble la diminuta figura de su personaje.