Django, la “D” no se pronuncia La carrera artística de Quentin Tarantino es sin duda envidiable y su nombre es hoy en día uno de los grandes e inevitables referentes de la cinematografía norteamericana. Por ello no puede sorprender que su nueva producción “Django sin cadenas” (“Django Unchained”) figure entre las nueve candidatas al máximo galardón de la Academia. Y ello pese a que su realizador, al igual que otros tres colegas, no podrá pretender ser elegido como mejor director, categoría reducida a sólo cinco aspirantes. Existe indudablemente un “toque Tarantino” como sucede por ejemplo con algunos otros grandes artistas tales como Woody Allen, Martin Scorsese o el propio Steven Spielberg, cualidad reservada a pocos exponentes del cine contemporáneo. En el caso del director que este año (recién) cumplirá cincuenta años la violencia suele ser una constante y no es casual seguramente que su segundo y renombrado largometraje “Pulp Fiction” fuera rebautizado aquí como “Tiempos violentos”. Pero para reafirmar lo anterior basta recordar otros títulos tales como su opera prima, “Perros de la calle”, las dos partes de “Kill Bill” o la penúltima en la serie (“Bastardos sin gloria”), donde la venganza, los excesos y la brutalidad resultaban una constante. Dentro de esa tonalidad, “Django sin cadenas” innova al ser un western, género en el que hasta ahora Tarantino no había incursionado. Hay en este caso una importante concentración de actores y personajes de raza negra, lo que además se entiende al tener lugar la acción mayoritariamente en estados del sur de los Estados Unidos (Texas, Mississippi) y dos años antes de la famosa Guerra Civil norteamericana. Además, el personaje central compuesto por Jaime Foxx, que da título al film, es al inicio un esclavo lo que refuerza la afirmación anterior. Su temprano encuentro y liberación por parte de un falso dentista europeo que lleva el germánico nombre de Dr Schultz (el ganador del Oscar y nuevamente nominado Christoph Waltz) le da un tono inusual y casi farsesco a este último y singular personaje. Lo que pronto sabrá el espectador es que Schultz es en realidad un cazador de recompensas (“bounty hunter”) y que formará una peculiar sociedad con su liberado compañero. Y también comprobará que a este último lo moviliza el deseo de venganza y más aún el de recuperar a su joven esposa Broomhilda (Kerry Washington) de raza negra pero criada en hogar alemán, idioma que ella domina. Obviamente esa coincidencia lingüística hará más fácil la búsqueda de la joven y su comunicación con el dúo central, una vez concretado el encuentro. Y aquí empezará a tallar un nuevo protagonista, Calvin Candie, a quien Leonardo DiCaprio dará precisa carnadura en el último tercio del film, sin duda el más violento, donde para muchos el nombre de Sam Peckinpah (“La pandilla salvaje”) podrá ser una referencia. Esa parte tendrá además a otro importante jugador en escena. Nos referimos a Stephen (Samuel L. Jackson, habitual actor de Tarantino), componiendo a un lacayo negro, que es vergüenza para los de su raza (y que seguramente explica la furia con que Spike Lee viene fustigando, se estima en forma equivocada, al director de esta película). La extensa duración, de casi tres horas, permite que la acción se traslade a distintos lugares siempre en busca de posibles recompensas, o premios como le aclara Schultz sobre el significado de la palabra “bounty”, a un Django que nunca la había escuchado previamente. Uno de esos sitios ocupará parte importante del metraje y producirá el encuentro con “Big Daddy”, un rico terrateniente a quien da vida Don Johnson, uno de los tantos actores “recuperados” por el cinéfilo director. Más adelante será el turno de Franco Nero, a cuyo itálico personaje el ahora más confiado Django le explicará que en su nombre la “D” no se pronuncia, afirmación que simbólicamente marcará como el ex esclavo va ganando confianza y seguridad. Durante ese episodio habrá una situación algo cómica, aunque no totalmente lograda en opinión de este cronista, pero que hará reír a más de uno relacionada con unas máscaras (tipo Ku Kux Klan) donde los agujeros para los ojos no están bien ubicados. Y que terminará con profusión de explosiones e incendios espectaculares, que pueden explicar una de las cinco nominaciones (mejor fotografía) que tiene la película. Hay como se decía verdaderos homenajes a varios actores, muchos en cortas apariciones y a veces difíciles de reconocer al portar en su mayoría barba y entre los nombres famosos basta citar a Bruce Dern, Russ Tamblyn (el de “Amor sin barreras”) y su hija Amber, Robert Carradine, James Russo, Don Stroud. Y también la mención del nombre de un personaje, Leonide Moguy, a quien algún viejo cinéfilo le resultará familiar. (Nota: se trata del homónimo de un director nacido en Rusia y que luego emigró primero a Francia y durante la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos, con un total de quince largometrajes en su haber). “Django sin cadenas” es una notable película que en ningún momento decae en interés. Tiene estupendas actuaciones y numerosos aciertos técnicos. La banda sonora tiene obras compuestas por el argentino Luis Bacalov, James Brown y varias de Ennio Morricone, artista predilecto de los “spaghetti westerns”. Hubiese merecido nominaciones a mejor vestuario y diseño de producción ya que logra perfectamente recrear el año 1858 en que la acción tiene lugar. Hay escenas muy fuertes pero no gratuitas pese a lo cual el humor está a menudo presente. Puede que se lleve algún Oscar y ya ganó dos Globos de Oro (mejor guión y actor de reparto -.Christoph Waltz) pero por encima de todo es una propuesta de un gran realizador que, desde su surgimiento hace 20 años, prácticamente nunca defrauda.
Más de un espectador encontrará puntos de contacto entre “Tesis de un homicidio” y “El secreto de sus ojos”, al estar ambas protagonizadas por Ricardo Darín en sendos personajes con más de una similitud, incluyendo la investigación de la violación y asesinato de una joven. Si algo tienen en común ambas producciones es el haber confiado el rol central al actor más taquillero y uno de los más talentosos de Argentina. Las recientes idas y vueltas en sus declaraciones, seguramente en forma involuntaria, ayudarán al seguro éxito comercial del presente estreno. Roberto Bermúdez (Darín) es un abogado que ya no ejerce en su profesión y dedica su tiempo a la docencia en la Facultad de Derecho dando cursos de posgrado en derecho penal. Ha publicado recientemente un libro titulado “La estructura de la justicia” y, pese a su prestigio, parece haber perdido el rumbo en su vida al estar separado de una psicóloga y ser proclive al alcohol (whisky). Cuando se incorpore a su curso el joven Gonzalo Ruíz Cordera (Alberto Ammann, actor argentino residente en España), que conoció de chico al haber tenido vinculación con los padres de éste, su vida sufrirá un inesperado giro. La causa será el feroz asesinato de una joven, que trabajaba en un bar cercano, en el estacionamiento de la Facultad de Figueroa Alcorta, justo en el momento en que estaba dictando su curso. Bermúdez trabará contacto con Laura (Calu Rivero), la hermana de la víctima y comenzará a sospechar que el asesino podría ser el propio Gonzalo. Dicha convicción se convertirá en una obsesión, alimentada por la soberbia del alumno que pone en dudas la eficacia de la Justicia, en sus discusiones con el docente. El joven director Hernán Golfrid vuelve a trabajar con Patricio Vega, quien ya había sido su guionista en “Música en espera”, su opera prima. El cambio de género, de la comedia a este drama policial basado en una conocida novela de Diego Paszkowski, está logrado y potenciado al contar con la muy buena fotografía de Rodrigo Pulpeiro y la acertada banda musical de Sergio Moure. En el plano actoral son pocas las figuras conocidas, apenas Arturo Puig en el rol de un juez y las fugaces apariciones de Fabián Arenillas y el recientemente fallecido Antonio Ugo. Los casi debutantes Ammann y Rivero no pasan de un nivel discreto en sus respectivas actuaciones pero nuevamente Darín es la gran figura. “Tesis de un homicidio” quizás necesitaba de un remate más contundente dada su condición de thriller pero, no obstante, logra su objetivo al mantener el interés y la incertidumbre sobre la verdadera identidad del asesino. El permanente choque entre ambos contendientes es uno de los puntos fuertes de este seguro éxito comercial que confirma que su director, de apenas 33 años, tiene cualidades que auguran un promisorio futuro. Esta entrada fue publicada en Cine y etiquetada Hernán Golfrid, Ricardo Darín por Fredy Friedlander. Guarda enlace permanente. Deja un comentario Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados * Nombre * Correo electrónico * Web Comentario
Supervivencia y singular convivencia de un joven y un tigre de bengala Algo sorprendente y digno del elogio está ocurriendo últimamente con la Academia del Cine y sus nominaciones y premios. Basta recordar que la elección como mejor film el año pasado recayó en una producción francesa y que hace apenas cuatro años otro tanto ocurrió con una de origen indio. Pues bien, este año ambas cinematografías vuelven a estar presentes. A muchos sorprendieron las cinco nominaciones recibidas por “Amour” incluida la de mejor actriz (Emmanuele Riva), pero quizás aún más que compita dos veces por el premio al mejor film al figurar entre las nueve que aspiran al máximo galardón. En cuanto a “Una aventura extraordinaria” (“Life of Pi”), pese a figurar como coproducción entre los Estados Unidos y China, también se la puede considerar (al menos en forma parcial) como india al ser sus intérpretes en su mayoría de esa procedencia. Ang Lee, su realizador, nació en Taiwán y este es su doceavo largometraje. Su carrera ha sido desigual aunque en el balance muy destacable. Basta recordar algunos títulos memorables para sustentar tal calificación. Nos referimos a “Sensatez y sentimientos”, “El tigre y el dragón “ y “Secreto en la montaña”, donde ganó como director y mejor música (Gustavo Santaolalla). El comienzo de “Una aventura extraordinaria” no es de lo mejor del film, estando ambientado en Pondichery, probablemente el sitio más “francés” de la India. Pi en realidad se llama Piscine y su nombre provoca la burla de sus compañeros de colegio. El cuadro familiar integrado por sus padres y un hermano es el típico de cualquier película de Bollywood y parece presagiar que se está frente a un melodrama de ese origen. Por suerte, a los pocos minutos la decisión del padre de emigrar a Canadá y transportar consigo los animales del zoológico propiedad de la familia produce un giro dramático en la trama. Y de golpe el escenario será un destartalado barco japonés donde aparecerá Gerard Depardieu, único actor conocido, en el rol de un muy desagradable miembro de la tripulación y que trabaja en la cocina del navío. Como consecuencia de una terrible tormenta serán pocos los náufragos y entre estos dos, que durante más de una hora, acapararán la atención del espectador. Uno será Pi y el restante un temible tigre de bengala (en verdad digital), que por error lleva el nombre muy humano de Richard Parker y que compartirá por varios meses un bote salvavidas. La “historia extraordinaria” del título alude a la supervivencia y convivencia de ambos protagonistas centrales y a las innumerables vicisitudes por las que deberán atravesar. La situación justifica la aparición de las más diversas especies marinas (tiburones, ballenas, peces voladores, delfines,etc) en un notable trabajo en la fotografía, edición y diseño de producción que justifican las numerosas nominaciones recibidas, casi tantas como la de la más nominada (“Lincoln” con doce). Hay aún otra cualidad mayúscula en la propuesta que tiene que ver con las dudas y convicciones religiosas y espirituales del joven Pi Patel (sobresaliente interpretación de Suraj Sharma). Cerca del epílogo la propuesta pierde un poco de fuerza, sobre todo en una escena en un hospital, pero la recupera cuando ya en el final hay algunas reflexiones que tienen que ver con la visión que tiene el protagonista desde su mundo, tan diverso al de nuestra civilización occidental.
Para lucimiento de Tom Cruise, actor y productor Christopher McQuarrie es más famoso como guionista que como realizador al haber ganado un Oscar por el libro cinematográfico de “Los sospechosos de siempre”. Su debut en la dirección en el 2000 tuvo poca trascendencia con el thriller “Al calor de las armas” (“The Way of the Gun”), género en el que reincide con “Jack Reacher: bajo la mira”, su segundo largometraje. Sin la presencia de Tom Cruise, en su doble rol de actor y productor, poca sería la atención que el público debería prestar a este entretenimiento con escasos aportes en cuanto a originalidad. El dramático inicio, en que un francotirador ultima a cinco personas que parecen elegidas al azar, remite aparentemente a un episodio reciente en un colegio de los Estados Unidos. El asesino es prontamente descubierto por la policía y su caso asignado a la abogada defensora Helen (Rosamund Pike), cuyo padre es el fiscal de distrito (Richard Jenkins, visto hace una semana en “La cabaña del terror”). Pero la película dará un giro cuando Jack Reacher, tal el personaje de Cruise y especie de vengador justiciero y ex compañero de armas del presunto asesino, se cruce un día en el camino de la letrada que contratará sus servicios. El la irá convenciendo de que, detrás del múltiple asesinato, hay algo más que un simple caso de gatillo fácil. Y que en verdad, lo que quiere disimular el luctuoso episodio, es una conspiración con la participación de poderosas corporaciones y quizás de algún miembro de la policía y hasta del padre de Helen. La trama irá introduciendo numerosos personajes, violentos en su mayoría, que se enfrentarán sucesivamente con Reacher al que no lograrán doblegar. La primera de estas contiendas será contra cinco malévos y la joven Sandy (Alexia Fast, en buena interpretación) que actúa como señuelo. Aún más intenso será el enfrentamiento con un trío de bandidos que rivalizan en cuanto a torpeza. Pero las palmas se las llevará una persecución con autos donde participarán, además de Cruise, numerosos policías y dos delincuentes en otro vehículo. Pese a lo espectacular de las tomas hay mucho de “déjà vu” e incluso en algún momento cuando nuestro héroe se ve obligado a circular en sentido opuesto al tráfico, la forma en que lo va eludiendo suena a falsa o demasiado “preparada”. Hacia el final el director logra levantar un poco la puntería al darles más protagonismo a dos personajes relevantes. Por un lado está Robert Duvall quien maneja un polígono de tiro y que apoyará al solitario justiciero. Por el otro Zec, un malvado europeo en otra excelente interpretación, nada menos que del veterano y habitual director de cine Werner Herzog. Todos confluirán en una cantera abandonada en plena lluvia y con numerosos disparos. El previsible final sin embargo tendrá un epílogo que por respeto al potencial espectador no será revelado pero que no aportará nada demasiado novedoso a este aceptable entretenimiento pensado para lucimiento casi exclusivo de su estrella central.
Testimonio verídico y de gran sensibilidad social del mundo de los boxeadores. Jakob Weintgartner es un joven y entusiasta realizador nacido en Feldkirch (Voralberg), una de las ciudades más occidentales de Austria al punto de que casi linda con Suiza y Lichtenstein. A la Argentina vino para realizar un posgrado en la Universidad del Cine (FUC) de Buenos Aires. Además tuvo tiempo y ganas de filmar ?Boxeo Constitución?, su primer largometraje, que como él afirmara durante la primera presentación en el BAFICI fue hecha a pulmón y con poca plata. Con toda certeza el nombre del film condensa las dos temáticas centrales del mismo y en el orden de importancia. Porque ante todo se trata de un testimonio verídico y de gran sensibilidad social del mundo de los boxeadores, que en su mayoría como la película subraya provienen de las villas. Es lo que declara Nacho, quien tuvo además un grave episodio (coágulo en la cabeza), cuando dice que ?les sirve que seamos ignorantes pues así no reclamamos nada?. Se refiere obviamente a los oscuros intereses que se mueven detrás del negocio pugilístico. La segunda vertiente del cine se refiere a la estación Constitución, donde insólitamente en un subsuelo funciona un gimnasio y lugar de entrenamiento de boxeo. Ya en el documental ?Un día en Constitución? de Juan Dickinson, estrenado el año pasado, se mostraba que la estación es muy fotogénica permitiendo tomas desde lugares de aparente difícil accesibilidad. Es lo que logra ahora Weintgartner con la asistencia de su equipo binacional de fotografía, que integran el europeo Antonio Schade y el argentino Andrés Riva. La reiterada imagen de un tren que llega a la Terminal ferroviaria y el poblado interior de sus vagones destaca la proveniencia de los boxeadores desde humildes hogares provinciales y con escasos recursos. Incluso se ve a uno de ellos tomando un baño higiénico en un andén vacío, donde los únicos que lo ven son un grupo de perros posiblemente vagabundos. Hay una impactante escena frente al Congreso en que la abogada Miriam Peral de Trotzki encabeza una protesta en favor de los boxeadores amateurs en procura de un reconocimiento, ya que carecen de obra social y beneficios que otras agremiaciones poseen. Una de las mayores riquezas del documental son las declaraciones de la media docena de boxeadores y dos entrenadores ante cámara. Uno de los pugilistas se pregunta que sería de él si no fuera boxeador y llega a decir que no se ve en otra actividad, rematando lo dicho al afirmar que ?es feo ser obrero pues te forrean?. Otro hace una simpática alusión a sus movimientos durante una pelea y los compara con los de Michael Jackson. A rescatar además la actitud altruista de los entrenadores y la notable carrera del más veterano cuya carrera local e internacional empezó a inicios de la década del ?50. La presencia de casi todos los boxeadores y de los entrenadores al final de la función fue un digno y emotivo broche de oro para un documental que tiene muchos méritos que hasta justifican una segunda visión. Muy buena y apropiada la música de ?El Remolón?. Publicado en Leedor el 14-04-2012
No está al nivel de la opera prima El inglés Martin McDonagh sorprendió hace cuatro años con su opera prima “Escondidos en Brujas”. Ahora con su segunda película no ocurre lo mismo. Ambas tienen en común al actor irlandés Colin Farrell, además de compartir similar género. Pero las analogías terminan aquí. “Sie7e psicópatas” (“Seven Psycopaths”) cambia de escenario al trasladar la acción de Europa a los Estados Unidos y termina perdiendo, lo que quizás sea atribuible a que el realizador se pueda haber sentido más cómodo filmando en su propio continente que en Hollywood. La idea en si no era mala al mostrar a un guionista (Farrell) que, falto de ideas, busca ayuda en Billy, un imprevisible amigo (convincente Sam Rockwell) para establecer una lista y descripción de los siete psicópatas del t´tulo, para su nuevo film. La búsqueda se va encadenando con la aparición de varios personajes, algunos psicópatas y otros víctimas de los mismos, generalmente interpretados por notables actores. Entre ellos sobresale Hans a quien da vida Christopher Walken, recordado por su dramático personaje de “El francotirador” o el más cómico de “Tiempos violentos” (“Pulp Fiction”). No le queda en saga Charlie (Woody Harrelson) a quien Billy le ha robado su perrito, quien merecería ser nominado a algún premio otorgable a animales (recordar “El artista”). Hay aún algunas otras apariciones muy festejables como las de Tom Waits (impagable en el epílogo) o la muy episódica de Harry Dean Stanton pero lo que falta es justamente aquello de lo que trata la película, es decir un guión más coherente. Se adivinan diversas influencias en “Sie7e psicópatas”, en su mayoría asociadas al cine negro y al thriller. Por momentos evoca a Tarantino, en otros a Guy Ritchie (“Juegos, trampas y dos armas humeantes”) e incluso a los hermanos Coen sin alcanzar la precisión de estos en cuanto a consistencia en la trama en tempranos films tales como “Simplemente sangre” o “De paseo a la muerte”. Algunas escenas serán juzgadas violentas aunque su inclusión resulta justificada. La historia pierde un poco de fuerza en su tramo intermedio pero por suerte remonta hacia el final y si hay algo que puede destacarse positivamente es que el cierre convence al develar algunas incógnitas e identidades de más de un personaje, entre los cuales algunos afectados del síndrome del título. Lo más probable es que las opiniones de los espectadores sean disímiles por lo que, sin ser una obra mayor, puede ser del gusto de cierto tipo de público no necesariamente complaciente.
Clint Eastwood es el principal atractivo de un film intrascendente En los últimos veinte años Clint Eastwood se ha venido afianzando como uno de los mayores directores de la cinematografía mundial. Resulta imposible dejar de recordar títulos tan notables como “Los imperdonables”, “Río místico”, “Milllion Dollar Baby” o “Gran Torino” dentro de su larga filmografía de más de treinta películas como realizador. Desde la última mencionada que no se lo veía como actor, un hecho que es cada vez más esporádico. Por ello resulta a priori una noticia saludable recuperar al gran Clint como intérprete, tal cual acontece con el estreno de “Curvas de la vida” (“Trouble with the Curve”). Más difícil de entender es la causa por la cual es sólo actor y no es el director del film, un hecho que obliga a remontarse a 1993 (“En la línea de fuego” de Wolfgang Petersen). Quizás haya sido su avanzada edad (supera los ochenta años) lo que lo motivara a ceder la realización al debutante Robert Lorenz, su colaborador como asistente de dirección y productor en los últimos años. Pero la decisión no parece haber sido la más acertada. “Curvas de la vida” es una más sobre béisbol, un deporte con el cual la mayoría de los argentinos no estamos muy familiarizados. Gus (Eastwood) es un veterano cazatalentos al que la creciente pérdida de la vista le está jugando en contra. Pero es también un relato sobre la conflictiva relación entre padre e hija, esta última interpretada por la ascendente Amy Adams (“Encantada”, “Atrápame si puedes”). El es un cascarrabias que perdió a su esposa cuando la niña tenía apenas seis años y que la abandonó con unos tíos por motivos que recién se conocerán al mediar la trama. La primera mitad del film se sigue con bastante interés merced a la buena interpretación que hace Eastwood. Hay algunas situaciones insólitas sobre todo cuando está al volante de su auto y se queja al afirmar que “unos enanos diseñaron su garaje” luego de chocarlo al salir de éste. O también cuando su hija le pregunta que pasó con el auto abollado y él le responde que es su “garaje que se está encogiendo”. Cuando la hija se entera de los problemas de la vista del padre, decide ayudarlo en la tarea de búsqueda de promesas de jugadores noveles, al dominar además nuevas tecnologías electrónicas que el padre desconoce. Pero es en ese momento que aparece una especie de competidor encarnado por Justin Timberlake y la historia decididamente entra en un convencional melodrama con final previsible. Poco aporta John Goodman, que tan bien impresionara recientemente en Argo”, aquí como un directivo del club de béisbol. En otros roles secundarios tampoco se destacan Bob Gunton (también visto en “Argo”), Ed Lauter y Robert Patrick. El mayor atractivo de “Curvas de la vida” es la presencia del siempre eficaz Clint, uno de cuyos hijos (Scott Eastwood) también aparece en corto rol.
La película de M (Judi Dench) Hace cincuenta años se estrenaba “El satánico Dr.No”, primera película basada en el personaje de James Bond creado por Ian Fleming. Quien entonces lo interpretara, un joven Sean Connery de algo más de 30 años, volvió a personificar al espía 007 varios años seguidos con títulos tan célebres como “De Rusia con amor”, “Dedos de oro”, “Operación trueno” y “Sólo se vive dos veces”. Y de repente el productor Albert R. Broccoli optó por un cambio radical en 1969 cuando reemplazó a Connery por el ignoto George Lazenby en “Al servicio secreto de su majestad”. Pero dos años después volvió al 007 original con “Los diamantes son eternos” y pareció que la fórmula se repetiría. No fue así y a partir de 1973 y con notable puntualidad británica cada dos años se estrenaron nuevos films del célebre agente secreto, ahora personificado por Roger Moore. De los siete títulos que compuso el actor de “El santo” rescatamos al menos tres: “La espía que me amó”, “Sólo para sus ojos” y “Octopussy” en 1983. Ese año fue además muy particular pues también se presentó “Nunca digas nunca jamás” con Sean Connery en el rol de 007. Pero como la producción no fue de Broccoli no se lo computa entre los 23 films de la serie que con “007: Operación Skyfall” cumple cincuenta años en 2012. La historia continuó con Timothy Dalton en dos oportunidades y Pierce Brosnan en otras cuatro a lo largo de otros 15 años en que Barbara Broccoli sucedió a su fallecido padre en 1996. No fueron grandes realizaciones y recién en 2006 con “Casino Royale” y el recambio de Daniel Craig como nuevo Bond se produjo una verdadera resurrección que pareció tambalear con la opaca secuela “007 Quantum of Solace” de 2008. Por suerte en su tercera caracterización como Bond, Craig nos devuelve al mejor 007 en varios años. “Skyfall”, tal el nombre original remite al pueblo de Escocia donde se supone nació el agente secreto y en donde transcurre la parte final de este nuevo opus. Pero antes de llegar a esta localización la acción habrá mudado varias veces de lugar geográfico, algo habitual en este tipo de producto. El comienzo es sorprendente con persecuciones en diversos medios de transporte en Estambul, incluyendo su Gran Bazar. La más espectacular será encima de un tren de carga y allí sobrevendrá la primera sorpresa cuando M (Judi Dench) le ordene a una joven agente del MI6 que dispare desde lejos intentando matar al villano. Claro que a esa velocidad y con los cuerpos de ambos combatientes tan juntos, Eve (Naomie Harris) corre el riesgo de no acertar su tiro y quien es alcanzado es nada menos que Bond que cae del convoy al agua. Y en la siguiente escena se la ve a M, su jefa, leyendo su obituario. Han transcurrido apenas unos pocos minutos de las (algo excesivas) casi dos horas y media que dura el film pero no se comete ninguna infidencia al informar que, aunque algo maltrecho, el agente 007 seguirá con vida. De todos modos hay ya aquí varios mensajes, que se vuelven a reiterar más adelante, sobre la fragilidad de la vida y la inseguridad en los tiempos que corren. La acción se trasladará ahora a Londres con la aparición de un nuevo personaje de la serie, Mallory (Ralph Fiennes), como máximo responsable del servicio de inteligencia. Tendrá sus roces con M, la jefa de Bond, al señalarle que ella ya está en edad de retirarse. Pero una tremenda explosión en las mismas dependencias del MI6, realizada a distancia por un “hacker”, postergará la partida de la mujer. Y la reaparición con vida de su agente llevará a éste a otros destinos sobresaliendo las escenas en China (Shanghai, Macao) y en particular en un vistoso casino. Allí conocerá a una típica chica Bond de sugestivo nombre (Berenice), interpretada en forma algo opaca por la modelo francesa Berenice Marlohe. Recién a mitad del metraje aparecerá el habitual malvado, de nombre Silva, interpretado por Javier Bardem. Su personaje recuerda en alguna medida a Hanibal Lecter aunque aquí se le ha agregado una cuota de afectación sexual y sobre todo una gran perversidad. Habrá una escena increíblemente filmada en el “tube” de Londres, cuando logre que una formación del subterráneo se le caiga literalmente encima a Bond. Y hacia el final, ya en Skyfall, será el turno de un ataque con un helicóptero de los delincuentes, con música ensordecedora, a la casa natal donde hará su aparición el viejo mayordomo de la familia en gran actuación del veterano Albert Finney. La dirección estuvo a cargo de Sam Mendes (“Belleza americana”). La fotografía de Roger Deakins realza los aspectos visuales y en roles secundarios debe destacarse a Rory Kinnear (Tanner), cuyo padre Roy se destacó en films como “Help” y “Melody” y Ben Whishaw como el nuevo Q así como la ya mencionada Naomie Harris (“Piratas del Caribe”), cuyo apellido resulta ser Moneypenny, para nostalgia de los adictos a la serie. Para estos este cronista les tira un pequeño “quiz” para el final con varias preguntas: 1) nombre del director que más películas de 007 hizo, 2) qué director de Estados Unidos dirigió alguna/s de las 23 películas de la serie y 3) qué actor o actriz actuó un mayor número de veces a lo largo de toda esta serie, que acaba de celebrar sus primeros 50 años.
Interesante nueva versión que es más que una remake del corto original Tim Burton dirigió media docena de cortometrajes antes de debutar en 1985 con su primer largo “Pee Wee’s Big Adventure”, curiosamente el único no estrenado en nuestros cines. “Frankenweenie” fue su último corto (1984), cuya primera diferencia notoria con la película que ahora se presenta es que tenía actores “de carne y hueso” como Shelley Duvall en el rol de la madre de Víctor Frankenstein. De una a otra versión pasaron nada menos que 28 años y quince largometrajes pero lo sorprendente es que la que ahora vemos no resulta una simple remake sino más bien la incorporación de diversos aspectos del universo que Burton fue construyendo a lo largo de casi tres décadas. Que ahora se trate de un film de animación no debería del todo sorprender para quienes tengan fresco “El cadáver de la novia”, uno de sus films más originales y en similar formato. Lo que si se advierte nuevamente es la recurrencia a un mundo muy negro y hostil, una constante en varias de sus obras. Tal el caso de “Beetlejuice”, “Marcianos al ataque”, “Sweeney Todd” y la más reciente “Sombras tenebrosas”, por sólo nombrar algunas con dichas marcadas características. Poco queda del corto original que duraba apenas 25 minutos y donde los detalles macabros eran mínimos. La cantidad de personajes es ahora mucho mayor pero sobre todo se multiplica el número de figuras monstruosas, especialmente hacia el final del relato. Lo que Burton conservó es el uso del blanco y negro, todo un acierto de ambientación en escenas tales como la del cementerio de animales y la que refiere directamente a “Frankenstein” en el altillo de la casa del niño (Víctor). El personaje del padre de Víctor adquiere aquí mayor relevancia al ser quien le advierte a Víctor que “reanimar un cadáver es cruzar la frontera entre la vida y la muerte y por ello algo bastante peligroso”. Por otra parte son innumerables los guiños del director a películas del género fantástico y de terror. La hija de un vecino se llama Elsa van Helsing, hay una tumba donde se lee Shelley RIP (clara referencia a Mary la autora de la famosa novela), en una televisión pasan un film y el actor no es otro que Christopher Lee y siguen las referencias. Al punto que seguramente al espectador más atento se le escapará alguno de tantos homenajes. “Frankenweenie” no aburre en ningún momento aunque hacia el final la parafernalia puede resultar algo excesiva. Pero sin duda los adictos a Tim Burton la pasarán muy bien y no se arrepentirán al renovar su fidelidad a un autor original, responsable absoluto del guión del film.
El increíble Gran Premio de la América del Sur de 1948 Los años 2010 y 2011, con unos 110 estrenos de films nacionales cada uno, parecían a priori señalar que se había alcanzado un techo en el número de novedades cinematográficas locales anuales. Esta suposición tendría además sustento al observarse que la cantidad de estrenos por año en Argentina, alrededor de 300, no ha venido sufriendo sensibles modificaciones en varios años a la fecha. Y que por ende en el bienio 2011-2012 la producción nacional estrenada ya se estaba acercando a un elevado porcentaje de casi 40%. Pero 2013 demuestra que la presunción señalada precedentemente no era la correcta. Al terminar octubre ya se han estrenado tantos films locales (alrededor de 110) como en todo 2011 o 2012 y el porcentaje del total ya está próximo al 45%. Esta situación permite más de un enfoque, desde quien festeja la elevada producción como manifestación de una riqueza de talentos hasta aquel otro que considera que esta verdadera “inflación” de producto es excesiva y sin posibilidad de ser absorbida por el acotado número de espectadores locales. Incluso el aumento esperado de espectadores del presente año frente al anterior (se estima un 10% más) no se debe a que se vea más cine nacional. Todo lo contrario dado que el público local tiene una fuerte preferencia por las películas norteamericanas. Toda esta introducción tiene que ver con el estreno (local) que ahora nos ocupa de “La Caracas” que sale en dos salas y con apenas cuatro horarios diarios entre ambas. ¿Correrá la misma suerte que otro excelente documental (“Maradona, médico de la selva”) que por falta de espacio ya salió de cartel? Lógicamente si continúa la seguidilla de tres o cuatro estrenos locales por semana las chances de “sobrevida” de estas películas es mínima. “La Caracas” es uno de tantos films documentales que se estrenan en nuestro país, pero es también uno de los pocos cuyo nivel roza la excelencia. Es probable que interese más a un público adulto, como este cronista pudo apreciar en una función de la tarde de hoy. Antes de empezar ya se escuchaban comentarios de parte del público a favor de Oscar y Juan Gálvez a quienes consideraban los máximos maestros del turismo de carretera. Ahora bien si, a usted lector, esos nombres no le significan gran cosa o nada es probable que la película no le provocará interés. Pues bien, la recomendación es justamente que no deje de verla y si es muy joven le pregunte luego a sus padres sobre qué sentían ellos cuando se corrían carreras como la de Buenos Aires a Caracas en catorce etapas y 10.000 kilómetros de distancia. El director Andrés Cedrón, portador de un apellido famoso y parentesco con el Tata Cedrón, pudo imponer su relación familiar al utilizar las composiciones del célebre músico. Y dicha incorporación se constituye en uno de los máximos aciertos de su debut cinematográfico. Pero además armó una trama dramática que sobre todo será apreciada por aquel que no conozca los detalles de la muy accidentada carrera. Aparecerán nombres tan célebres como Fangio, los nombrados Gálvez, Domingo Marimón, José Froilán Gónzalez (que vive con 90 años!), Eusebio Marcilla (un caballero) y otros no tan famosos como Risatti, Taddía, Urrutia (de destino trágico), Semperana, Víctor García. Y pueblos del interior del país (Balcarce, Cosquín, Junín) así como la presencia institucional del ACA y de YPF. Dado que la mayoría de los participantes del Gran Premio de la América de Sur del año 1948, hace 64 años, han muerto los testimonios en su mayoría son de parientes directos incluyendo el muy valioso de Eduardo, hijo del inolvidable relator Luis Elías Sojit. Porque en esas épocas, donde aún no existía la televisión y muchos menos los celulares e Internet, la RADIO era el medio por excelencia. Los más veteranos recordarán la famosa frase “coche a la vista” y la competencia feroz entre Ford y Chevrolet y más de uno se sorprenderá al comprobar que Oscar Gálvez, ganador de la primera etapa Buenos Aires-Salta, lo hizo a un promedio de 122 kilómetros por hora. Habrá momentos dramáticos como el accidente que casi le costó la vida a Fangio (su acompañante Urrutía no lo sobrevivió) o la definición de la carrera al llegar a Caracas. Hacia el final la película hace referencia a un recorrido parcialmente similar que realizaran el Che Guevara y Alberto Granado varios años más tarde, aunque obviamente los medios de transporte y los objetivos eran otros, quizás no tan diferentes al compartir cierta idea de unidad de América del Sur. Son un acierto los títulos donde aparece una a una las fotos de los 141 autos participantes junto a las de su piloto y copiloto.