Ben Affleck confirma por tercera vez su talento como director de cine Se ha comentado a menudo, y con justa razón, que Ben Affleck parece estar destinado a proseguir una carrera similar a la de Clint Eastwood como director de cine. Tiene más de un punto en común con el realizador de “Los puentes de Madison” y de hecho su primer largometraje (“Desapareció una noche”) está basado en un libro de Dennis Lehane, que también había escrito “Río místico”. El segundo film de Affleck (Atracción peligrosa”) mantuvo el nivel de su opera prima y ahora con “Argo” logra un triplete, que pocos realizadores han conseguido desde su debut cinematográfico. Lo notable es que las tres obras citadas tratan temáticas muy diferentes, lo que nuevamente valida la comparación con Eastwood. Aquí la trama está basada en un hecho verídico que tuvo lugar a inicios de la década del ’80, cuando el Sha Reza Pahlevi de Persia (Irán) ya había sido depuesto por una revuelta cuyo líder era el célebre ayatollah Khomeini. Los primeros minutos de “Argo” recorren en estilo documental y con razonable objetividad los diversos sucesos ocurridos entre mediados de siglo pasado hasta el año 1979. Es en ese momento que se produce la violenta irrupción de miles de manifestantes en la Embajada de los Estados Unidos, cuyos ocupantes en su inmensa mayoría fueron tomados como rehenes. Solo seis de ellos lograron escapar hasta la casa del embajador de Canadá, quien aceptó cobijarlos sin que se enterara el gobierno iraní. Pese a los esfuerzos que realizaron los ocupantes de la Embajada norteamericana de quemar o triturar toda la información confidencial allí contenida, momentos antes de ser ocupados, a la larga no pudieron evitar que trascendiera que entre los rehenes faltaban seis personas. Allí comienza una segunda parte, cuando la acción se traslada a Estados Unidos y más concretamente a la CIA, donde sus agentes y directivos comienzan a discutir la mejor alternativa para rescatar a sus conciudadanos en Teherán. Aparece entonces el personaje real de Tony Mendez (Ben Affleck mismo) un especialista en la extracción de gente en problemas. A él se el asigna la difícil tarea de rescatar a los seis funcionarios ocultos en la embajada de Canadá. Se imaginan varias estrategias posibles pero la que Mendez finalmente logró imponer fue una muy imaginativa consistente en montar una ficticia filmación de una película tipo “Star Wars” en Irán con capitales y personal canadiense y entre estos y con pasaportes falsos a los cuatro hombres y dos mujeres a rescatar. Para armar la producción de “Argo”, tal el título del guión seleccionado con acuerdo de la CIA, se contactó a John Chambers, maquillador por ejemplo de “El planeta de los simios” y a Lester Siegel, hábil productor. John Goodman y Alan Arkin encarnan a ambos personajes y logran los momentos más brillantes y memorables de toda la película, todo un acierto de “casting”. Hay aquí numerosas frases irónicas que intercambian ambos hombres de cine como cuando Siegel afirma que “se puede enseñar a un mono a ser director de cine en apenas un día”. Ambos personajes se burlan del guión seleccionado usando la expresión “Ar-goFuck Yourself”, que obviamente pierde gracia con los subtítulos locales. Algunos chistes son algo más obvios como la mención de Marx (Karl), que el productor confunde con su homónimo Groucho. Es notable en cambio la escena, que transcurre en el gran bazar de Teheran, cuando una de las dos mujeres le saca una foto supuestamente para la producción del film a un iraní que se revela molesto. Y también la partida desde allí del grupo de “técnicos” cuando las puertas y ventanas del vehículo que los transporta son golpeadas por una turba enceguecida. En ambas circunstancias lo elogiable es la credibilidad que Affleck consigue transmitir al espectador. Prueba de ello son las imágenes comparativas entre escenas del film e imágenes reales presentadas junto a los títulos finales de “Argo”. Quizás se pierda un poco ese rigor en la última parte del film, cuando en pleno aeropuerto el personal que controla los pasaportes parece dudar de la autenticidad de sus portadores y el avión de Swissair está a punto de partir. El film se transforma en un thriller, concesión que quizás pudo evitarse, sobre todo teniendo en cuenta que en verdad el retraso se debió a problemas técnicos del Jumbo 747. Y aún más objetable es el final edulcorado cuando Mendez regresa a su casa para reencontrarse con su hijo y su esposa, a punto de separarse de él, con una bandera norteamericana como fondo. Pese a dichas concesiones, muy típicas de las producciones de Hollywood, el conjunto es tan sólido que en el balance “Argo” sobresale como un producto que seguramente debería alzarse con justicia con varias nominaciones a los Oscar. Todavía un párrafo más para los actores, donde la dupla Goodman-Arkin merecería ser considerada por la Academia. Ben Affleck como actor está correcto aunque nunca descolló como tal (recordar “Peral Harbor”) y se luce en un rol secundario Bryan Cranston. Y al final habrá un “cameo”, que preferimos no revelar, de alguien que ya ganó más de un Oscar en su larga carrera como actor.
Honesta propuesta de condena a regímenes totalitarios Este cronista, perteneciente a la misma generación que los dos personajes centrales y con vivencias relativamente similares a ellos, se siente ciertamente habilitado a juzgar con conocimiento de causa la veracidad de la trama de “El amigo alemán”. La nueva película de la directora Jeanine Meerapfel, nacida en Argentina pero residente en Alemania desde hace cincuenta años, continúa en la línea de sus producciones anteriores como “La amiga” y “Amigomío”, con las que curiosamente comparte similares títulos. Puede sorprender que en un mismo barrio hayan convivido familias alemanas tan disímiles como las de Sulamit, de origen judío y Friedrich, con padre nazi. Pero ello ocurrió con frecuencia en nuestro país apenas finalizada la guerra y pese a no estar especificada la localización es probable que corresponda a la zona norte de Buenos Aires (Vicente López, Olivos o Martínez por ejemplo). El inicio corresponde claramente a inicios de la década del ’50 (los carteles de Perón en la calle no pueden llevar a equívoco ninguno). Lo confirma también la escena en el aula donde a la niña le avisan que está enferma la maestra de “Moral”, mientras que el resto de sus compañeros van a la clase de “Religión”. La prematura muerte del padre (Jean Pierre Noher) de la joven dará mayor protagonismo a su madre (una excelente Noemí Frenkel), preocupada por la ola antisemita que comenzó a asolar Buenos Aires en la segunda mitad de la década del ‘50. Habrá referencias a una estudiante judía a quien le grabaron un pecho con una navaja (en realidad fue el caso de Graciela Sirota en 1962) y la propia Sulamit (ya encarnada por Celeste Cid) sufrirá una agresión física por parte de tres jóvenes de la agrupación Tacuara. Friedrich (el actor alemán Max Riemelt, visto en “La ola”) por su parte descubrirá el pasado nazi de su padre (Carlos Kaspar) y la complicidad de la madre (Katia Aleman) y se revelará contra ellos. Conseguirá una beca en Frankfurt y una vez llegado allí irá virando ideológicamente hacia la izquierda. Ella lo seguirá algo más tarde en Alemania pero no siempre sus visiones coincidirán, siendo Friedrich el más radical de ambos. Se sucederán los gobiernos militares (Onganía, Videla) y habrá momentos dramáticos como uno en la cárcel de Rawson. Pero finalmente la llegada de Alfonsín será el último capítulo de una larga historia de encuentros y desencuentros. Es probable que Meerapfel haya querido abarcar demasiadas temáticas y quizás hubiese ganado de haber limitado el espacio temporal a menos décadas de nuestra historia. No obstante, se rescata la honestidad intelectual de su propuesta y la clara condena a regímenes totalitarios (nazismo, Proceso). El mensaje central podría sintetizarse en que una persona no necesariamente es el producto inevitable de sus antecedentes familiares. O más aún, como se afirma en algún momento de “El amigo alemán”, que la historia de la condena a padres intolerantes “siempre se repite”.
Una comedia donde se lucen entre otros Inés Efrón, Gastón Pauls y Fernán Mirás En el que ya aparece como el año de mayor número de estrenos locales de la historia los géneros que más abundan continúan siendo el documental y el drama. La comedia, en cambio, muestra su tradicional escasa presencia por lo que es saludable señalar la irrupción de una con méritos suficientes para hacerla recomendable. “Días de vinilo”, tal su nombre, es la opera prima de Gabriel Nesci con antecedentes en la televisión (“Todos contra Juan”). Una decena de actores y actrices, en su mayoría populares, recrean diversas historias encadenadas cuyo núcleo central lo integran cuatro amigos desde la infancia. Facundo (Rafael Spregelburd), uno de ellos, se encuentra frente a la inminencia de su casamiento mientras que su pareja (Maricel Alvarez) trabaja en la radio junto a Luciano (Fernán Mirás) que hace de locutor. Marcelo (Ignacio Toselli) es un fanático de Los Beatles al punto de tener una banda tributo de equívoco nombre (Los Hitles). El restante integrante del cuarteto es Damián (Gastón Pauls), un director de cine olvidadizo cuyo nuevo guión escrito a máquina (sin copia) se perderá en más de una oportunidad. La desesperada búsqueda y recuperación de su libro cinematográfico generará algunos de los momentos más desopilantes además de vincularlo con el personaje de Inés Efrón, posiblemente el más logrado dentro de la amplia gama de caracteres femeninos. Es el caso de Emilia Attias, una cantante bastante desinhibida y también Carolina Peleritti, como una ácida crítica de cine a quien ama y odia al mismo tiempo Damián. El numeroso reparto incluye aún a una joven colombiana (Akemi Nakamura), de origen japonés que se cruza en la vida de Marcelo y cuyo nombre (iniciales) coinciden con la de quien fuera pareja del Beatle que él encarna. Hay todavía espacio para varios cameos (Pascual Condito, Lorena Damonte) y uno que en realidad es una personificación de si mismo (Leonardo Sbaraglia). Sus encuentros con el cineasta y los sucesivos cambios del texto del guión que le sugiere son momentos de gran comicidad. Desde su título la película anuncia que la banda sonora será un elemento vital y determinante de varias situaciones de la trama. Básicamente las canciones, en su mayoría “covers”, incluyen temas célebres de Queen (“You are my Best Friend”), Phil Collins (“Groovy Kind of Love”) y varios interpretados por The Beats. Un final, que lo acerca a muchas comedias norteamericanas, no le resta sin embargo méritos a esta producción nacional que logra mantener la sonrisa del espectador a lo largo de gran parte del extenso y justificado metraje.
Logra conmover este relato apocalíptico con dúo de actores notables Una película que trata sobre los últimos día en la Tierra, a punto de ser embestida por un asteroide, podría ser una más del género fantástico con importantes efectos especiales. Nada más distante de ello es “Buscando un amigo para el fin del mundo” (“Seeking a Friend for the End of the World”), cuyo género sería difícil de definir y que no encajaría dentro del rubro comedia, pese a que su actor principal suele protagonizarlas. Steve Carell, visto recientemente en una opaca performance en “¿Qué voy a hacer con mi marido?”, repunta notablemente en el rol de Dodge, un oscuro empleado de una empresa de seguros a quien su mujer acaba de abandonar ante el inminente Apocalipsis. Será su encuentro con su vecina Penny, lo que le dará nuevo significado, pese a lo tardío, a su vida. Ella lo acompañará en un viaje en auto escapando de la gran ciudad donde se suceden los disturbios, a la búsqueda de seres queridos y familiares. Keira Knightley (“Piratas del Caribe”, “Nunca me abandones”, “Un método peligroso”) presta su dulzura y profesionalidad a un personaje que tiene indudable química” con el de Carell. Se podría asimilar a “Buscando un amigo para el fin del mundo” con una película de camino, que sería una manera de especificar su género. A ello correspondería por ejemplo una lograda escena en un típico restaurant de la ruta, con mucha cerveza y sobre todo drogas y sexo. Y ya desde el inicio este clima, donde se mezcla la desesperación de algunos con los deseos de aprovechar hasta el último momento de otros, se manifestará en una fiesta familiar. Una curiosidad es la presencia de Nancy Carell, que no es otra que la esposa del actor, que ya había aparecido junto a su marido en “Virgen a los 40”. Notable es la banda sonora con temas de los setenta y uno, en particular, que afortunadamente se escucha completo en uno de los momentos más conmovedores del film. Se trata de “I Need the Air that I Breathe” del grupo británico The Hollies y la inconfundible voz de su vocalista Allan Clarke. La directora debutante Lorene Scafaria sale a flote ante tamaño desafío, logrando transmitir los afectos que afloran en circunstancias tan dramáticas. Es el caso de la doméstica de Dodge, que pese a la inminencia de la catástrofe quiere seguir viniendo a la casa de su empleador. O también la del reencuentro con el padre, otro saludable regreso de Martin Sheen, luego de “El camino”. Pero es sobre todo el dúo central de actores el que logra transmitir algo distinto de lo que usualmente deparan las últimas producciones del cine norteamericano,
Amable comedia apta para espectadores poco exigentes. El título local con que se conoce acá “Hope Spings” puede llevar a equívocos y hacerle pensar al potencial espectador que se va a encontrar con una comedia del estilo de la última producción de Adrián Suar. Hubiese sido preferible elegir un nombre similar a los utilizados en Brasil (“Un diván para dos”) o Portugal (“Terapia para dos”) por ejemplo, ya que de eso se trata. Sin duda el mayor atractivo de la nueva película de David Frankel (“El diablo viste a la moda”) es su dúo central de actores, pese a que en este caso quien sale mejor parado es Tommy Lee Jones. Aunque sea Kay, su esposa en la ficción interpretada por Meryl Streep, quien tome la iniciativa al intentar resucitar un matrimonio de 31 años de existencia, será Arnold (Jones) quien le pondrá el mayor condimento a esta comedia amable y al mismo tiempo dramática por su planteo. Kay logra convencerlo de viajar a Hope Springs, en el estado de Maine, para ser atendidos durante unos días por el Dr. Feld (un deslucido Steve Carrell), un terapeuta cuya fama ella registra al visitar una muy famosa cadena de librerías en Estados Unidos. La primera cita, que casi termina en un rotundo fracaso, logra sin embargo que la pareja acepte intentar la realización del primer ejercicio. Algo tan simple como probar permanecer abrazados en la habitación de su hotel (sin sexo, todavía) para acordarse como era. A esta altura ya sabrá el espectador que hace mucho que duermen en habitaciones separadas y que la última vez que hicieron el amor fue hace…varios años. Y el experimento no fracasa del todo pese a que Arnold sólo cree que el Dr. Feld es un charlatán y que el dinero (una obsesión muy norteamericana) gastado en el viaje podía haber sido destinado por ejemplo a comprar algún “gagdet” o a la adquisición de un plan más amplio de cable televisivo. Pero Kay, en uno de los escasos momentos donde asoma el talento de la reciente ganadora del Oscar femenino, nos transmite su satisfacción ante un primer logro, que no durará mucho. En efecto, en oportunidad de la siguiente sesión de terapia, ya no se hablará sólo de la falta de comunicación entre los cónyuges sino que se entrará en un tema más escabroso como es el sexo y las “fantasías” de ambos miembros de la pareja. Y de allí en más quien salvará al film de caer en la total banalidad será el actor de “Hombres de negro”. Su expresividad y la serie de gesticulaciones que realiza durante las sesiones así como los comentarios irónicos que irá haciendo serán el mayor sostén de la acción. Habrá incluso algún momento risible como una escena en un cine, donde se proyecta un famoso film francés (“La cena de los tontos”). U otro en una habitación de otro hotel donde será el turno de otro homenaje fílmico con la voz y la imagen de Humphrey Bogart en “El motín del Caine”, que pasan por la televisión. El desenlace es bastante previsible y por ende poco original y probablemente provocará el rechazo del espectador más exigente. Tampoco elevará el entusiasmo del cinéfilo la episódica presencia de dos actrices que tuvieron su momento. Ni Elisabeth Shue (“Adios a Las Vegas”) como una barman ni mucho menos Mimi Rogers, que fuera esposa de Tom Cruise y protagonista de “Peligro en la noche” de Ridley Scott y “Horas desesperadas” de Michael Cimino, aquí como una vecina, logran impactar. Pese a los reparos, esta comedia logra su objetivo de hacer pasar un rato amable merced a la muy buena actuación de Tommy Lee Jones y a un tema de permanente actualidad.
Al fin una película de Hollywood original y con varios hallazgos Cuando se repasan los títulos del cine norteamericano que llega a nuestras pantallas se observa un sello característico en la producción de Hollywood más reciente. La falta de originalidad, el abuso en la realización de “remakes” y nuevos capítulos que no parecen tener fin y la proliferación de muestras del género fantástico (terror, ciencia ficción, etc), films de animación y comedias “tontas” hacen al grueso de lo que suele exhibirse en las salas de cine últimamente. Por ello debe saludarse el estreno de “Ted”, al apartarse de los géneros más usualmente frecuentados por la cinematografía del país del norte. ¿Quién es Ted?: apenas un oso de peluche que es ofrecido a John Bennett, cuando aún es un niño algo introvertido, como regalo de Navidad a los ocho años. Hasta allí nada novedoso hasta que un día John y familia serán sorprendidos al revelarse que el muñeco milagrosamente habla y se desplaza como cualquier otro ser vivo. El espectador deberá desde el inicio aceptar que en Boston, donde transcurre la historia, este fenómeno o milagro de la naturaleza ocurra y no sea objeto de estudio de las autoridades norteamericanas, que no lo capturarán privándolo de su libertad. Transcurridas varias décadas reencontramos a John (Mark Wahlberg) y a Ted “adultos” y siempre juntos. El primero está ahora de novio con la bonita Lori (Mila Kunis de “El cine negro”). El oso conserva su tamaño pero lo que ha cambiado diametralmente es su comportamiento. Lo demuestra su predilección por las prostitutas y las drogas, estas últimas a menudo compartidas con su amigo del alma. He aquí el conflicto central del film, ante el cual se debate John al no lograr elegir entre su pareja femenina y su mascota. Y pese a las reiteradas promesas a su novia, Ted siempre logrará atraerlo como en una escena, una de las más divertidas del film, en que John escapará de una recepción en casa del jefe de Lori. Al llegar a lo de Ted se encontrará con una fiesta donde uno de los invitados es el mismísimo Flash Gordon (Sam J. Jones), que demostrará su fuerza haciendo un boquete en casa de un vecino. Claro que lo que no esperaba era encontrar del otro lado de la pared a un oriental airado, especie de reencarnación del emperador Ming, con un amenazante pato en la mano. Otra de las escenas más graciosas aunque algo violentas del film es la pelea entre John y Ted, donde el espectador asistirá maravillado a lo que la técnica puede lograr hoy en día. Entre varios cameos uno será protagonizado por la hija de Ravi Shankar, Norah Jones, en un imponente recital al que Lori, separada de su novio, asistirá en compañía de su jefe seductor. La sorpresa vendrá durante la interpretación de la canción de Rita Coolidge del film “Octopussy”. Hacia el final la trama adquirirá cierto dramatismo cuando Ted sea raptado por un padre (Giovanni Ribisi), ansioso de satisfacer el sueño de su obeso hijito de tener un oso parlante. Habrá una clásica persecución en auto hasta un enorme estadio y un final algo previsible pero refrescante. La película abunda en imágenes no aptas para los niños y de hecho su visión está limitada a los mayores de dieciséis años. Cierta escatología, muy habitual en comedias del cine norteamericano, aparece también aquí así como escenas de sexo de tono subido pero todo bastante medido y justificado por la trama. Lo que es notable es el nivel de la tecnología que hace de Ted un personaje más al que, en este caso no se le puede aplicar el famoso refrán que dice “sólo falta que hable” ya que lo hace y muy locuazmente. Quien le presta su voz es Seth MacFarlane (la serie “Family Guy”), el director debutante mientras que el relator no es otro que Patrick Stewart. La banda sonora contiene varios éxitos de Queen y son muchas las referencias a otros films, personajes famosos (John Lennon, Susan Boyle, Sinnead O’Connor, etc) y una divertida parodia de “Fiebre de sábado a la noche”.
Muy libremente inspirada en la famosa obra “La Ronda” del austriaco Arthur Schnitzler, a quien Sigmund Freud admirara e incluso conociera, nos llega ahora “360” de Fernando Meirelles. La primera versión dirigida por Max Ophuls en 1950 difícilmente pueda ser superada sólo sea por el hecho de contar con un notable elenco que incluía mayoría de franceses y nombres tan rutilantes como Simone Signoret, Danielle Darrieux, Jean-Louis Barrault, Serge Reggiani, Simone Simon, Daniel Gelin y Gérard Philippe. La siguiente de Roger Vadim de 1964 tenía lo suyo con la inclusión de Jane Fonda, Anna Karina, Maurice Ronet y Catherine Spaak, aunque sin el brillo de la primera. Hubo varias más incluyendo una local de Inés Braun con Sofía Gala, Mercedes Morán, Fernán Mirás y Rafael Spregelburd en un promisorio debut de su realizadora. La nueva versión que cambia su nombre pero mantiene la idea de un círculo que se cierra reúne también a famosos y a otros que no lo son tanto. Pero a diferencia de las anteriores no sólo cambian los personajes, en su mayoría episódicos, sino también los países e idiomas. Que se hayan respetado las lenguas originales en que se expresan los diversos personajes es un hecho que merece ser resaltado. La acción se inicia y termina en Viena, el sitio donde transcurren los momentos de mayor interés del film. Dos hermanas eslovacas se trasladarán con frecuencia desde Bratislava a la capital austríaca, donde la mayor (Lucia Siposova) ejercerá la prostitución y la menor (Gabriela Marcinkova) hará de una especie de acompañante. La clientela de la primera estará básicamente integrada por altos ejecutivos como el inglés Michael Daly (Jude Law), a quien no todo saldrá como planeado. Claro que su esposa (Rachel Weisz) en Londres tampoco desaprovechara los frecuentes viajes de su cónyuge, mostrando ambos similar debilidad por gente más joven. Pero a la hora de fingir ella, a su retorno, le agradecerá las amables palabras (“nice words”) que su marido le dejara en el celular y que ella obviamente no pudo atender en el momento del llamado. Cambio de escenario en Paris con nuevos personajes que incluyen a un dentista argelino que interpreta Jamel Debbouze (“Días de gloria”, Háblame de la lluvia”, “Tres hermanos, tres destinos”), quien sostiene un affaire con Valentina (Dinara Drukarova), su ayudante rusa casada. Las charlas con el imán de la mezquita que suele frecuentar y con la psicoterapeuta que lo trata son un reflejo de sus dos mayores conflictos, uno religioso y el otro más ligado a lo carnal. Aún un otro europeo, un ciudadano inglés (Anthony Hopkins) cuya hija abandonó el hogar ante el descubrimiento de las infidelidades de su progenitor, hará de nexo con mayoría de personajes del continente americano. En el avión que tomará hacia los Estados Unidos para verificar si el cadáver encontrado en Phoenix es el de su hija, se topará con la brasilera Laura (Maria Flor) que regresa a su Rio natal, ante las repetidas infidelidades de su ex novio de igual origen. Pero las conexiones aéreas en Denver se verán demoradas ante la incesante nieve que obligará a los pasajeros a alojarse en el hotel del aeropuerto. Y como en “360”todo se encadena aparecerá una nueva figura, la de un pervertido sexual recién liberado de la prisión bien caracterizado por Ben Foster (“El mensajero”, “El mecánico”). Una pena que la situación que se deriva del encuentro de una algo borracha Laura y el poco confiable ex convicto en la habitación del hotel de la primera, en que debe esperar hasta continuar vuelo, sea algo ridícula y poco creíble. Tampoco ayuda mucho lo que puede aportar Hopkins, incluso en una escena posterior en reunión de Alcohólicos Anónimos. Meirelles dirige con oficio sin alcanzar el nivel de su obra máxima (“Ciudad de Dios”) y de “El jardinero fiel”, donde ya actuaba Rachel Weisz. Las actuaciones en “360”son desparejas con mayor lucimiento para los personajes eslavos y algunos errores de “casting”, en particular de los personajes que le tocan a Anthony Hopkins y al actor argelino, meritorio por actuar pese a su discapacidad en la mano derecha que suele estar escondida en su bolsillo (también acá). Darle el rol de un dentista no parecía lo más acertado. Por suerte la película levanta fuertemente hacia el final cuando la acción regresa a Viena. Allí el espectador asistirá a los mejores momentos del film cuando a las jóvenes eslovacas se les sumen un grupo mafioso ruso, incluyendo un curioso guardaespaldas.
Pese a algunas vacilaciones la debutante Ana Piterbarg logra en el balance un interesante film de género. Cuando se cumplen dos tercios de año y un número record de novedades locales (75) es muy poco lo rescatable hasta el presente. En ese sentido, el estreno de “Todos tenemos un plan” representa un poco de aire fresco dentro de la alicaída producción nacional. Su realizadora, Ana Piterbarg, debuta en el largometraje y resulta una agradable sorpresa que haya logrado convencer a Viggo Mortensen para su primer protagónico en un film argentino. Como ella misma lo revelara había escrito un guión y se lo envió al reputado actor, nacido en Estados Unidos pero con un pasado de casi diez años en nuestro país. Y a Viggo le gustó, aceptando participar del proyecto que ahora es posible ver hecho realidad. Vale la pena destacar la ascendente carrera del actor que se hizo famoso al interpretar el personaje de Aragorn en la trilogía de “El señor de los anillos”, a inicios de la pasada década. Sin duda fue David Cronenberg quien lo ayudó a consolidar la carrera con otra trilogía muy distinta conformada por “Una historia de violencia”, “Promesas del Este” y “Un método peligroso”. Pero lo que ahora parece fácil no fue así al inicio de su carrera. Como él mismo reconociera Woody Allen lo había convocado para “La rosa púrpura del Cairo”, pero lo filmado quedó en la mesa del montaje. De todos modos, su debut fue en un corto rol en 1985 en “Testigo en peligro” (“Witness”), un gran film de Peter Weir. De allí en más y durante quince años y el doble de films nunca logró trascender hasta que Peter Jackson le ofreció el rol consagratorio. (Como señalara en una entrevista fue su propio hijo, un fanático de la obra de Tolkien, quien lo alentó a protagonizar la célebre trilogía). “Todos tenemos un plan” es un film de género, básicamente un thriller con un doble rol para Mortensen. Al inicio vemos a Pedro, hombre con barba, que opera su propia colmena de abejas en pleno Delta y del que pronto sabremos que está gravemente enfermo. Luego la acción se traslada a la capital donde su hermano gemelo Agustín, casi una copia imberbe, ejerce la profesión de médico. Su esposa (Soledad Villamil) le comenta que los trámites de adopción de un bebé van por buen camino, pero el marido le confiesa que no quiere adoptar a ese chico. Y ella le replica que él necesita urgentemente pedir ayuda y le espeta un “sabes que andas mal”. La siguiente escena es fundamental en la trama cuando el hermano enfermo visita al otro en su casa y por causas que no conviene develar Agustín asume la personalidad de Pedro. Las escenas donde se juntan ambos personajes y un único actor (bien Mortensen) las interpreta están técnicamente logradas y el “truco” no se nota y funciona. A partir de allí comienza otra película cuando Agustín, ahora con barba, llega al Delta pretendiendo ser su hermano. Los únicos que al principio no lo reconocen son los perros que no dejan de ladrar. Pero logra engañar al resto incluyendo a la joven Rosa (excelente Sofía Gala Castiglione), ayudante ocasional en la recolección de la miel. Rosa, o la “pichona” como la suelen apodar, será el hilo conductor de un relato donde harán irrupción una serie de personajes de la vía acuática que incluye a Adrián, un oscuro y peligroso delincuente, otra buena actuación de Daniel Fanego y muy visto últimamente (“¡Atraco!”, “Rehén de ilusiones”). La joven junto a Agustín y Adrián conformarán un peligroso triángulo de amor y odio, a los que se sumarán varios habitantes de las islas y miembros corruptos dela Prefectura.Todo girará alrededor de un crimen anterior (Oscar Alegre como víctima) y la aparición de Rubén, ahijado del hampón, bien caracterizado por Javier Godino (“El secreto de sus ojos”). Habrá aún mucha violencia y varios muertos más, incluyendo la reaparición algo fugaz de la esposa de Agustín. Pero sin duda el personaje de Soledad Villamil tendrá poco peso en la historia ya que el grueso del protagonismo se lo llevará la hija de Moria Casán. Como acertadamente señala el título del film todos los protagonistas tienen algún problema y pese a algunas vacilaciones del guión y un exceso de idas y vueltas, la directora logra en el balance plasmar un digno film de género policial. Excelente la música de Federico Jusid y Lucio Godoy, elemento fundamental para ambientar un clima sórdido y destacable la fotografía de Lucio Bonelli.
Un relato de espías convencional con mucha acción y logradas interpretaciones pero sin Matt Damon ni Greengrass. “Bourne: el ultimátum”, tercera con el personaje de Robert Ludlum y segunda consecutiva de Paul Greengrass, sigue siendo el punto más alto de una serie que ahora, con “El legado de Bourne” (“The Bourne Legacy”), parece tener un nuevo principio. Ya no está Matt Damon ni tampoco Greengrass y de hecho el propio personaje, Bourne, es ahora reemplazado por otro espía de nombre Aaron Cross a quien corporiza Jeremy Renner, recordado por su interpretación central en la ganadora del Oscar “Vivir al Límite”/”The Hurt Locker”. Algunos seguramente recordarán que, antes de dicho premio, el film había sido presentado en la inauguración oficial del Festival de Mar del Plata 2008 en el teatro Auditórium con la presencia de Kathryn Bigelow. Y también que, debido a nuestra mala costumbre de incumplimiento en los horarios, muy pocos se quedaron hasta el final de la proyección para gran decepción de su realizadora que casi pasó desapercibida durante el evento. ¿Qué ofrece de novedoso este cuarto capítulo frente a los anteriores? No mucho, ya que se trata de un relato convencional, donde el espectador atisba de antemano lo que puede ocurrir. Habrá varios cambios de escenarios desde un inicio, bastante tranquilo en apariencia en Alaska, hasta un final electrizante en Manila. En este último lugar Aaron y su compañera,la DraMarthaShearing, serán perseguidos por la policía de Filipinas y por un sicario temible de nombre LARX (Luis Ozawa Changchien) en una carrera en moto por la ciudad que será el plato fuerte de quienes amen las películas de acción. La trama en sí es algo compleja pero la duración del film (133 minutos) permite ir atando cabos y relacionando personajes. Toda la parte inicial en el estado más septentrional de Norteamérica nos muestra al agente Cross expuesto a lobos hambrientos y a un experimento genético en su cuerpo que busca en definitiva su eliminación. A destacar la persecución a que es sometido, desde la misma central dela CIA, con aeronaves no tripuladas y a como logra zafar de este acoso. La película pasa a continuación al laboratorio genético donde trabaja Martha, una notable composición de Rachel Weisz (“La momia”, “El jardinero fiel”). Ella es quien le administra un tratamiento con pastillas de diversos colores al agente Cross. Cuando uno de sus colegas inicie una matanza (algo que se está repitiendo en la vida real de los norteamericanos) logrará escapar pero cuando llegue a su casa otra sorpresa desagradable la esperará. Aunque allí empezará la fuga de la bella doctora y su paciente primero por los Estados Unidos y luego su embarque en avión al Lejano Oriente, previa falsificación de pasaporte y cambio de identidad de ambos fugitivos. Quien haya visto el anterior capítulo de la saga reconocerá nuevamente la presencia de varios personajes interpretados por eximios actores tales como Albert Finney, David Strathairn, Joan Allen y Scott Glenn. Entre los nuevos, además de Renner y Weisz sobresalen Edgard Norton y Stacy Keach (inolvidable en “Fat City” de John Huston). A Matt Damon apenas se lo ve en una foto por lo que seguramente en la próxima de la serie nuevamente estará Jeremy Renner (qué parecido su nombre al del actor belga de “Elefante blanco”). “El legado de Bourne” fue dirigido por Tony Gilroy, muy conocido como guionista, inclusive de las anteriores de la serie. Aquí comparte el libro cinematográfico con uno de sus hermanos y en su corta carrera como director conviene recordar su debut con “Michael Clayton”, un inteligente thriller. Sin llegar al nivel de dicho film el que ahora se estrena logra entretener y puede justificarse su visión.
La dupla Suar-Kaplan funciona mejor que en Igualita a mí, aqui en tema serio en clave de comedia Hace exactamente dos años, “Igualita a mí”, una película dirigida por Diego Kaplan y protagonizada por Adrián Suar se convertía en el film más taquillero del cine argentino del 2010, con algo más de 800.000 espectadores superando así a “Carancho” que hasta ese momento era la nacional más vista. Como si fuera un espejo, llega ahora “Dos más dos” con la expectativa de repetir lo acontecido en 2010 para lo cual deberá sumar más espectadores que los 750.000 de “Elefante blanco”, la última de Pablo Trapero. Si uno se guía por el espectacular arranque del jueves 16 de agosto, día de su estreno, parecería que la tercera película de Kaplan (“¿Sabes nadar?”) estaría en condiciones de repetir el resultado de su predecesora. Pero hay otras razones que apuntalan esa predicción y que tienen que ver con el tema del film y con los actores que acompañan a Suar en esta oportunidad. “Dos más dos” hace referencia a dos parejas, donde los maridos son médicos y socios desde hace una decena de años. Justamente la escena inicial muestra a Diego (Suar) y Richard (Juan Minujín) en el momento en que reciben un premio en las XII Jornadas Vasculares. El discurso de agradecimiento lo hace el primero de los nombrados y omite mencionar a su socio, quien lo cuestionará amargamente al haber sido tratado en el evento como un simple asistente. Pero no todo parece tan favorable en la vida de Diego cuando Emilia (Julieta Díaz), su esposa, le revela una impactante noticia que le acaba de hacer Betina (Carla Peterson), la mujer del socio, confesándole que son “swingers” desde hace tres años. Y Emilia, de rutinaria vida sexual, comienza a madurar la idea de probar la experiencia con sus amigos tratando de convencer a su marido para que hagan la prueba. La primera reacción de Diego es de estupor y rechazo. Sin embargo, sus charlas con su colega y la seguridad con que éste le afirma las virtudes del intercambio de parejas empiezan a desmoronar su resistencia. Finalmente deciden ir, básicamente como espectadores, a una fiesta en la casa de un amigo común (divertido Alfredo Casero), totalmente descarriado y libertino. Será uno de los momentos más logrados y jocosos del film con un verdadero “zoológico” humano que sin embargo no logrará doblegar al renuente Diego. Claro que una nueva prueba con los cuatro bajo un mismo techo arrojará resultados diferentes y durante la segunda mitad del film se producirán situaciones fluctuantes, bien resueltas por el guión elaborado por Daniel Cuparo y Juan Vera (también productor en Patagonik). El tono elegido es de comedia pese a la seriedad del tema. Se podría hasta objetar cierto desequilibrio entre lo que dicen los personajes (con numerosas expresiones sexuales explícitas) y lo poco y nada que se muestra (desnudos pudorosos). Pero lo que puede festejarse es la autenticidad de los diálogos, totalmente creíbles lo que suele ser un defecto de muchas producciones locales. Hay también espacio para la reflexión del espectador/a, que seguramente se sentirá más identificado con alguno/s de los cuatro personajes centrales. O acaso será con el de Alfredo Casero? En este último caso, la novedad del fenómeno “swinger” presentada por “Dos más dos” no lo sorprenderá seguramente. Finalmente una mención especial a los aspectos técnicos, todos muy cuidados con la participación de maestros como Félix Monti en fotografía, Iván Wyszogrod en música y la inclusión de “Fanky”, la canción de Charly García en el cierre.