”El conspirador” (“The Conspirator”) fue filmada en el 2010 y estrenada en Estados Unidos hace un año. Su tardía llegada a la Argentina seguramente responde a las dificultades comerciales implícitas en este tipo de películas históricas, que interesan sólo mayormente en el país donde la trama real transcurrió. Se trata del asesinato de Abraham Lincoln acaecido en un teatro de Washington a pocos días de finalizar la Guerra Civil norteamericana. Fue un 15 de abril de 1865 que el actor John Wilkes Booth segó la vida del 16º presidente de los Estados Unidos con un único disparo. Los primeros minutos de “El conspirador” recrean con maestría dicho hecho en rápidas y simultáneas tomas. Gran parte del resto del film está consagrado al juicio aplicado a siete hombres y una mujer, acusados de ser los culpables materiales o intelectuales del tremendo asesinato. La única mujer fue Mary Surratt, dueña de una pensión donde se alojaban y/o reunían los presuntos asesinos. Hasta el día de hoy se mantiene la duda sobre la posible culpabilidad de ella y el film dirigido por Robert Redford no pretende dilucidar tal cuestión. En verdad lo que al célebre actor le interesa es mostrar cómo ya hace un siglo y medio en su país la Justicia, según su visión, privilegiaba sanciones ejemplares en juicios viciados como el que se le aplicó a la madre de John Surratt, quien estaba prófugo. Uno de los mayores hallazgos de la película es la composición que logra la ex de Sean Penn, Robin Wright, en la que probablemente sea su mejor actuación desde su papel en “Forrest Gump”. La acompaña el joven actor inglés James McAvoy (“El último rey de Escocia”, “X-Men: primera generación”) componiendo al abogado Frederick Aiken a quien el senador Reverdy Johnson encomienda la defensa de la señora. En el rol del senador sudista se destaca otro inglés, Tom Wilkinson, con recordadas participaciones en “Todo o nada” (“The Full Monty”) y “Shakespeare apasionado”. Las buenas interpretaciones no terminan en el terceto ya mencionado pues también hay un aporte interesante de Kevin Kline como el Secretario de Guerra de Lincoln, Edwin Stanton. Kline parece haber recuperado en esta película el nivel de los ‘80s cuando se lo vio en títulos como “La decisión de Sophie”, “Reencuentro” y “Los enredos de Wanda”. No desluce Evan Rachel Wood (“Secretos de estado”, “Que la cosa funcione”) como la hija de la Surratt y Danny Huston como el feroz fiscal Holt. Los alegatos de Aiken tropiezan contra la arbitrariedad del jurado, integrado por oficiales de la Unión. El pedido de “habéas corpus”, aprobado por un juez, que habría permitido un nuevo juicio esta vez civil (y no militar) llegó pocas horas antes del momento fijado para la ejecución. Al final se señala que el abogado abandonó su profesión legal para incorporarse al recién creado “Washington Post”. Redford, en lo que es su octavo film tras las cámaras, mantiene un buen nivel directorial aunque sin llegar a la altura de la que fue su mejor y primera obra: “Gente como uno” (“Ordinary People”). Muchos ven en “El conspirador” una crítica a situaciones legales como la de los prisioneros en Guantánamo en la actualidad, un gesto que lo enaltece. ”El conspirador” (“The Conspirator”) fue filmada en el 2010 y estrenada en Estados Unidos hace un año. Su tardía llegada a la Argentina seguramente responde a las dificultades comerciales implícitas en este tipo de películas históricas, que interesan sólo mayormente en el país donde la trama real transcurrió. Se trata del asesinato de Abraham Lincoln acaecido en un teatro de Washington a pocos días de finalizar la Guerra Civil norteamericana. Fue un 15 de abril de 1865 que el actor John Wilkes Booth segó la vida del 16º presidente de los Estados Unidos con un único disparo. Los primeros minutos de “El conspirador” recrean con maestría dicho hecho en rápidas y simultáneas tomas. Gran parte del resto del film está consagrado al juicio aplicado a siete hombres y una mujer, acusados de ser los culpables materiales o intelectuales del tremendo asesinato. La única mujer fue Mary Surratt, dueña de una pensión donde se alojaban y/o reunían los presuntos asesinos. Hasta el día de hoy se mantiene la duda sobre la posible culpabilidad de ella y el film dirigido por Robert Redford no pretende dilucidar tal cuestión. En verdad lo que al célebre actor le interesa es mostrar cómo ya hace un siglo y medio en su país la Justicia, según su visión, privilegiaba sanciones ejemplares en juicios viciados como el que se le aplicó a la madre de John Surratt, quien estaba prófugo. Uno de los mayores hallazgos de la película es la composición que logra la ex de Sean Penn, Robin Wright, en la que probablemente sea su mejor actuación desde su papel en “Forrest Gump”. La acompaña el joven actor inglés James McAvoy (“El último rey de Escocia”, “X-Men: primera generación”) componiendo al abogado Frederick Aiken a quien el senador Reverdy Johnson encomienda la defensa de la señora. En el rol del senador sudista se destaca otro inglés, Tom Wilkinson, con recordadas participaciones en “Todo o nada” (“The Full Monty”) y “Shakespeare apasionado”. Las buenas interpretaciones no terminan en el terceto ya mencionado pues también hay un aporte interesante de Kevin Kline como el Secretario de Guerra de Lincoln, Edwin Stanton. Kline parece haber recuperado en esta película el nivel de los ‘80s cuando se lo vio en títulos como “La decisión de Sophie”, “Reencuentro” y “Los enredos de Wanda”. No desluce Evan Rachel Wood (“Secretos de estado”, “Que la cosa funcione”) como la hija de la Surratt y Danny Huston como el feroz fiscal Holt. Los alegatos de Aiken tropiezan contra la arbitrariedad del jurado, integrado por oficiales de la Unión. El pedido de “habéas corpus”, aprobado por un juez, que habría permitido un nuevo juicio esta vez civil (y no militar) llegó pocas horas antes del momento fijado para la ejecución. Al final se señala que el abogado abandonó su profesión legal para incorporarse al recién creado “Washington Post”. Redford, en lo que es su octavo film tras las cámaras, mantiene un buen nivel directorial aunque sin llegar a la altura de la que fue su mejor y primera obra: “Gente como uno” (“Ordinary People”). Muchos ven en “El conspirador” una crítica a situaciones legales como la de los prisioneros en Guantánamo en la actualidad, un gesto que lo enaltece. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 7-04-2010 Publicado en Leedor el 7-04-2010
Jean-Jacques Annaud es uno de los más prestigiosos directores del cine francés, cuyo debut en 1976 con “Blanco y negro en color” fue toda una revelación. Siguieron varios títulos exitosos como “La guerra del fuego”, “El nombre de la rosa”, “El oso”, “El amante” y “Siete años en Tibet”. Pese a la diversidad de temáticas todas esas películas tenían algo en común al estar filmadas (y en general transcurrir) fuera de Francia. Hacía más de 10 años que no se presentaba una obra suya, siendo la última que aquí se vio “Enemigo al acecho”, ambientada en el sitio de Stalingrado. De hecho hasta allí (2001) todo lo que había dirigido tuvo estreno local, pero luego vinieron dos títulos que no llegaron a verse en Argentina. Ahora regresa con “El príncipe del desierto” un título posiblemente más comercial y banal que el original “Black Gold”, que claramente alude al petróleo y en particular a su descubrimiento en un “desierto” en pleno Medio Oriente, en la década del ’30. En verdad la historia refiere a la rivalidad entre el sultán Amar, interpretado por Mark Strong, muy frecuentemente visto en las últimas semanas en nuestras pantallas al punto que actualmente está además en cartel en “El topo”, “John Carter: entre dos mundos” y “El guardia” (¿será acaso un record?) y el emir Nesib. A este último lo corporiza Antonio Banderas, a quien preferimos en “La piel que habito” y que aquí se expresa en un algo ridículo inglés (además de hacer de… Banderas). Más interesante es el personaje de Auda, hijo de Amar pero que por acuerdo con Nesib fue adoptado por este último. Quien lo interpreta es Tahar Rahim, virtualmente desconocido por estas latitudes pese a su extraordinaria actuación en “El profeta”, que debió haber sido estrenada localmente. (No lo fue porque los derechos los tenía una distribuidora “major”). El tema central es el descubrimiento del “oro negro” en una zona de nadie entre ambos reinos, conocida como el cinturón amarillo” y la lucha por su posesión, mientras es explotada por un consorcio estadounidense. La historia no resulta demasiado impactante, aunque sí lo son las imágenes que muestran una gran producción con miles de camellos, caballos y extras filmadas desde diversos ángulos. A ello se agregan las batallas con tanques primitivos (de inicios de la década del ’30) y aviones también antiguos. Hay además una historia de amor, protagonizada por el príncipe Auda y la princesa Leyla, hija de Nesib, en aceptable interpretación de Freida Pinto (“¿Quién quiere ser millonario?”). En síntesis, un film recomendable sólo para quienes desean o se conforman con pasar un momento entretenido y gozar de bellas imágenes y de la buena música de James Horner.
Daniel Burman podría ser catalogado como el más metódico director argentino de los últimos quince años. Esto lo verifica el hecho de que cada dos años, y siempre en la primera mitad del correspondiente año (par), estrena una nueva película. Esta notable regularidad la logra al ser, junto a Sergio Dubcovsky, el productor de sus propios films pero también al tener un público que lo sigue fielmente. Varias de sus mejores obras fílmicas (“Esperando el Mesías”, “El abrazo partido”, “Derecho de familia”) giraban alrededor de un personaje central de la colectividad judía, interpretados regularmente por Daniel Hendler, quien parecía encarnar a un “alter ego” del propio Burman. “Dos hermanos”, su película inmediatamente precedente, se alejó de la temática anterior al apelar a Graciela Borges y Antonio Gasalla, dos figuras mayores de nuestro cine y televisión, logrando un producto más comercial pero con sobrados méritos. “La suerte en tus manos” se encuentra a mitad de camino entre su obra precedente y las antes mencionadas. Por un lado se trata de un producto que no oculta su costado comercial al incluir a actores de renombre y gran popularidad. Por otra parte, la temática vuelve a mostrar a un joven judío y su entorno y nos sorprende al no recurrir nuevamente a Hendler. En su lugar aparece el músico Jorge Drexler, también uruguayo, en lo que constituye un riesgo al ser ésta su primera aparición protagónica. Debe señalarse que el desafío que planteaba esta situación se constituye en un logro del director ya que el personaje de Uriel es todo un acierto. El guión, compuesto por Burman y Dubcosky, es un punto débil al transitar una temática algo reiterada como es el reencuentro de una ex pareja, luego de varios años. Uriel está separado y tiene dos hijos de su primer matrimonio, mientras que Gloria (Valeria Bertucelli), acaba de regresar de Europa acompañada de su novio francés, en momentos en que ha muerto su padre. El reencuentro se produce en Rosario, lugar elegido por el realizador seguramente para justificar la aparición hacia el final de los miembros de la famosa Trova Rosarina (Baglietto, Garré, Goldin, Abonizio). Ya una de las escenas iniciales es un poco tirada de los pelos, al menos para este cronista, cuando Uriel visita a un doctor con la intención de hacerse una vasectomía, para evitar dejar embarazada a alguna de sus usuales conquistas. No por casualidad, sus compañeros laborales y amigas/os lo designan “el rey de los telos”. Todo parece por momentos pensado para justificar la presencia de Luis Brandoni en el rol del médico especialista y los juicios y consejos por éste emitidos están impregnados de cierta innecesaria solemnidad. Aún más débil resulta el personaje de la madre de Gloria a cargo de Norma Aleandro, que trabaja en un medio radial como locutora con aires de intelectual. Resulta forzada la ocultación por parte de Uriel a Gloria de su trabajo en su propia financiera y casi un golpe bajo que ella se entere de la mentira a través de la hija del también fanático del poker y jugador empedernido. Un encuentro con un rabino dentro de un Casino y las opiniones del mismo sobre que está “prohibido jugar creyendo en el azar” y de que “suerte está en nuestras manos” sólo agregan menor verosimilitud a la historia. El final remonta un poco al transcurrir en un teatro (IFT) donde se presenta la Trova uruguaya, precedida por un show musical de un grupo de rock (los Azmuts) que aquí se autodenominan “los rabinos de la nada”. Esas escenas finales están bien filmadas aunque uno podría haber esperado del conjunto mayor sutileza que la que exhibe este desigual largometraje. Algunas curiosidades a señalar incluyen el coro que aparece a mitad de película y que pertenece al Colegio Pestalozzi. Otra es un nuevo “cameo” del perseverante Pascual Condito, quien ha dejado de ser el distribuidor de las películas de Burman, pero cuya aparición parece ser producto de un amable reconocimiento a una figura que tanto ha hecho en pos de la distribución de películas nacionales. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 31-03-2012
Fruto del azar se han conocido, casi en simultáneo, películas con temas afines y actores que se repiten. Esta misma semana hubo dos estrenos que comparten algunas coincidencias. “El guardia” y “Protegiendo al enemigo”, siendo la última la que motiva esta nota, tienen en uno de los dos roles centrales a sendos actor de color norteamericano. Aquí Denzel Washington es Tobin Frost, un ex agente de la CIA a quien custodia otro hombre de dicha organización. Se trata de Matt Weston, una adecuada interpretación del canadiense Ryan Reynolds a quien se ha visto con frecuencia últimamente (“Si fueras yo”, “Linterna verde”, “Enterrado”, “La propuesta”). En “El guardia”, Don Cheadle interpretaba a un agente de otra institución (FBI) y quien conformaba la dupla era el irlandés Brendan Gleeson. Ahora bien, este excelente actor a quien volveremos a ver dentro de poco en “Albert Nobbs” y “The Raven”, tiene en la que ahora nos ocupa el tercer rol en importancia como otro agente de la CIA! (A esta altura algún lector ya debe estar algo confundido por lo que apenas mencionaremos que Liam Cunningham también aparece en los dos estrenos). “Safe House”, el título original de “Protegiendo al enemigo” refiere a lugares aparentemente aislados y aptos para alojar y eventualmente interrogar e incluso torturar a delincuentes y otras figuras peligrosas. Allí se encuentra al inicio Weston (Reynolds) en plena Ciudad del Cabo, cuando de golpe debe abandonar la “casa segura” junto a su custodiado Frost. Recalan en un estadio de fútbol con vuvuzelas incluidas (seguramente inaugurado o modernizado para la Copa del Mundo) y muy bien aprovechado por el director del film, Daniel Espinosa, de padre chileno y madre nacida en Suecia, donde mayormente filmó sus películas anteriores. De allí en más la acción no se detendrá nunca con la aparición de varios personajes, en desparejas interpretaciones. Vera Farmiga (“Amor sin escalas”) no está bien aprovechada como otra agente mientras que como el gran jefe de la CIA, Sam Shepard sale apenas a flote. Mejor le va a Ruben Blades, como un hábil falsificador de documentos, pero quien más se luce es el ya mencionado Gleeson. Sería injusto no recordar algunas de sus actuaciones anteriores en films tales como “Corazón valiente”, “The General” (de John Boorman) y “Escondidos en Brujas”, cuya dirección estuvo a cargo de Martin McDonagh, hermano de John Michael, el responsable de “El guardia” (más coincidencias aún). Entre los aspectos más interesantes del film corresponde destacar la relación que se establece entre el dúo central y los consejos que Frost (un sólido Denzel Washington) le brinda al algo inexperto Weston. Cuando le recomienda no matar a gente inocente e incluso cuando afirma estar orgulloso del joven, se comprenderá mejor el título en español de este vibrante film de acción. El final revela una sorpresa que gira alrededor de un archivo y que dejamos sin revelar para gozo del espectador.
El afiche de “!Esto es guerra¡” (“This means War”) es suficientemente explícito de lo que se va a ver, al presentar a Reese Witherspoon rodeada de un par de galanes. Lo que es menos claro es la elección de los dos actores que protagonizan el trío, al tratarse de figuras poco conocidas dentro de la cinematografía “hollywoodense”. Uno de ellos, cuyo personaje lleva el ridículo nombre de FDR, es Chris Pine, a quien algunos adictos a la ciencia ficción reconocerán de “Star Trek: el futuro comienza” del valorizado J.J. Abrams. El otro, Tuck en este film, es el inglés Tom Hardy quien estuvo en otro capítulo anterior de Star Trek (“Nemesis”), no estrenado por estas latitudes. También se lo vio más recientemente en “El topo”, además de “El origen”. Esta opaca comedia parte de un primer pecado capital que es contar con un guión que necesitó de tres (!) personas para su concepción. El producto resultante es absolutamente previsible y la pobreza del libro cinematográfico permite excusar, en parte, a los actores. Tanto FDR como Tuck son amigos y compañeros de trabajo en la CIA. Una fallida primera acción de ambos en una fastuosa fiesta en Hong Kong los condena a permanecer sancionados en sus escritorios contiguos. En sus ratos de ocio, en un caso por Internet y en otro vía un videoclub, conocen a una chica que fruto del “destacado” guión es la misma, se llama Lauren y obviamente la interpreta la rubia protagonista. La indecisa Lauren sale con ambos, asesorada por Trish, su mejor amiga, cuya “sabiduría” le permite por ejemplo expresar el siguiente consejo: “No elijas al mejor hombre, sino a aquel que te haga la mejor mujer”. La actriz que la interpreta es, la desconocida en cine, Chelsea Handler pero con vasta carrera en la televisión, de donde nunca debió salir. Su personaje es vulgar con frecuentes referencias primarias al sexo, que también hacen el resto de las figuras. Hasta la propia Witherspoon en algún momento le dice textualmente a su amiga que le “sudan los senos”. Siendo ambos pretendientes miembros de la CIA utilizarán, sobre todo una vez que descubran que la presa es la misma, los medios tecnológicos de que dispone la agencia. Cámaras ocultas, micrófonos escondidos y otros “gagdets” así como la colaboración de varios compañeros les permitirán saber que pasa cuando no están respectivamente con ella. E incluso molestar al otro, de allí el título del film. En paralelo habrá otra escena de acción, donde reaparecerá el malvado Heinrich en encorsetada composición del alemán Til Schweiger (“Bastardos sin gloria”). Es costumbre de este cronista no develar el final, pero en este caso la mencionada previsibilidad haría casi innecesaria dicha prevención. Por un lado, es obvio que los “buenos” vencerán. Por otra parte, el triángulo deberá tener alguna resolución y cualquiera fuera la misma: a) Lauren se queda con uno de los dos, b) abandona a ambos o c) sigue con ambos, daría exactamente lo mismo ya que desde el inicio la situación no resulta creíble para el espectador. Entre lo muy poco rescatable se destaca la música con temas populares como “We so horny!” y “My Heart will go on” de Céline Dion, ya usada en “Titanic”, película de la cual se ve alguna imagen al pertenecer a la misma empresa que produjo este olvidable engendro. Del director McG, sólo cabe recordar que sus títulos anteriores incluyen a “Los ángeles Charlie” y se secuela además de una enésima “Terminador: la salvación”.
El Festival de Cannes de mayo 2011 quedará en la historia como uno de los eventos de mayor jerarquía artística de los últimos años. Su selección oficial incluyó a “El artista”, la reciente ganadora del Oscar, así como varios títulos significativos tales como “El árbol de la vida”, “La piel que habito”, Habemus Papa”, “El chico de la bicicleta” y “El puerto” (“Le Havre”). El último día de la competición (viernes 20 de mayo), cuando ya parecía que se “había puesto toda la carne en el asador”, el Festival nos reservó una sorpresa que ahora nuestro público local podrá “saborear”. Se trata de “Drive” la octava película del danés Nicolas Winding Refn, menos conocido que su compatriota Lars von Trier quien también estuvo en ese mismo festival con “Melancolía” y sus torpes declaraciones durante la conferencia de prensa en Cannes. El día de la premiación von Trier no pudo asistir, pese a ganar el premio a la mejor actriz. En cambio, Refn sí pudo hacerlo llevándose un merecido reconocimiento como mejor director. “Drive” no es más que, lo que la jerga cinematográfica suele denominar, una película de género. Así dicho puede parecer peyorativo pero en realidad no es esa la intención de dicha caracterización. Se trata de un logrado film “negro” o policial, donde impera la violencia a lo largo de buena parte de su metraje. Su personaje central y omnipresente (la película bien podría haberse titulado “driver”) es un joven que se gana la vida manejando autos en más de una vertiente. Por un lado como “stunt” en filmaciones y por el otro aceptando trabajos que lo tienen como conductor acompañando a delincuentes que precisan de una escapatoria automovilística. Esto queda claro desde la vertiginosa escena inicial, justo antes de la presentación de los títulos. Este personaje, que tan bien interpreta Ryan Gosling (“Crimen perfecto”, “Secretos de estado”), trabaja además en un taller mecánico, propiedad de un “perdedor” (Bryan Cranston) con diversos contactos con la mafia de Los Ángeles. Los encuentros con Irene, una camarera y vecina de departamento, cuyo marido está por salir de prisión producirán un vuelco en la trama sin que se pierda credibilidad alguna. Mérito en gran parte de la sobria actuación de la inglesa Carey Mulligan (“Enseñanza de vida”, “Nunca me abandones”, la inminente “Shame”). La difícil relación amistosa con el marido (de alguna manera rival) de Irene contrasta con la ternura que el “driver” prodiga al hijo de la pareja. En la segunda mitad estallará la violencia con escenas de fuerte impacto como la que transcurre dentro de un ascensor, notablemente resuelta pese a lo reducido del espacio. Otra ocurrirá en un prostíbulo y vale la advertencia de que ciertas situaciones sangrientas, pero nunca gratuitas, pueden afectar a algún espectador sensible. Hay buenos actores secundarios como Albert Brooks y Ron Perlman, con personajes de discutible ética y con inevitables enfrentamientos con nuestro “héroe”. La estridente música es otro elemento a favor, acompañando muy bien a una cámara inquieta y a una fotografía donde descuellan las escenas nocturnas. Hubiese merecido alguna nominación más al Oscar que la única otorgada por la Academia a la edición de sonido, categoría que por otra parte no ganó. Publicado en Leedor el 1-03-2012
Chronicle”, tal el título original de la aquí estrenada como “Poder sin límites”, promete más de lo que realmente da. La película largó comercialmente muy bien el día de su estreno (jueves 23-2), superando incluso en número de espectadores a otras novedades nominadas al Oscar. Pero habrá que ver si ese buen comienzo logra continuidad con los días, lo que es de dudar. Se trata de un producto que uno podría calificar como típico del cine independiente, pese a que su presentación local es asumida por uno de los grandes estudios “major”. Director debutante (Josh Trank), un trío de actores virtualmente desconocidos (Dane DeHaarn, Alex Russell, Michael B. Jordan) en cine y más populares a nivel de televisión norteamericana confirman la independencia antes señalada. Y sin embargo a medida que el metraje del film, de apenas 84 minutos, avanza el espectador tiene la sensación de que mucho de lo que está presenciando le resulta familiar o ya visto en otras obras anteriores. Apenas iniciado, nuestros “héroes” llegan a una especie de cueva mientras que uno de los tres se empecina en filmar todo lo que van encontrando con su cámara, algo ya visto en “Cloverfield”, “Actividad paranormal o “El proyecto Blair Witch”, por sólo citar algunos de tantos títulos que utilizan similar esquema. La novedad consiste en que dentro de esa caverna una sustancia misteriosa les otorgará ciertos poderes sobrenaturales o “sin límites” como versa el título local, que el mismo Superman envidiaría. A partir de allí se sucederán situaciones cómicas (en un supermercado por ejemplo) o más dramáticas como la que involucran un accidente en una ruta provocada por Andrew (DeHaarn), el más conflictuado de los jóvenes. Con una madre gravemente enferma, un padre autoritario y problemas de relación con el sexo opuesto, mucho de lo que ocurre en la historia tiene que ver con el comportamiento de Andrew y su descubrimiento de lo que puede hacer con la extraña fuerza adquirida. Entre los pocos logros de la película se puede señalar la eficacia de los efectos especiales que muestran como los tres pueden volar gracias a los poderes recibidos. Cuando los caminos y expectativas del trío comiencen a divergir se alcanzará un clímax dramático que seguramente será disfrutado por los amantes del género fantástico, pero que no agrega nada muy novedoso. Incluso los tramos finales serán algo previsibles y para quien busque algo diferente es poco lo que esta obra le aportará. Publicado en Leedor el 24-02-2012
LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET Martin Scorsese tuvo que esperar 26 años, desde sus primeras nominaciones a “El toro salvaje”, para que una película suya ganara los Oscars a la mejor película y director. Fue en el año 2007 en que “Los infiltrados” recibió esos premios así como dos estatuillas más, sobre un total de cinco posibles. Apenas cuatro años antes, “Pandillas de Nueva York” tuvo once nominaciones y se fue con las manos vacías, algo que pocas veces había ocurrido previamente (caso prácticamente idéntico fue el de Spielberg con “El color púrpura”). Luego de cinco años de ausencia vuelve a la contienda nuevamente con once nominaciones, una más que su más próximo rival (“The Artist”) y todo parece indicar que entre ambas producciones se llevarán un porcentaje importante de los galardones otorgados por la Academia. “La invención de Hugo Cabret” (“Hugo”) tiene suficientes atributos y guiños cinéfilos que permiten asignarle chances de ser la vencedora el domingo 26 de febrero. Y sin embargo, la historia y la suerte algo esquiva de su director plantean razonables dudas a la hora de las predicciones. Es muy curioso que las historias de las dos producciones estén ambientadas en épocas similares (segunda mitad de la década del ’20 y principios de los ’30), pero mucho más que ambas aludan a la era del cine mudo. No terminan allí las coincidencias ya que a modo de espejo mientras que “The Artist” es un film mayoritariamente francés pero filmado en Hollywood, la de Scorsese es una producción norteamericana pero que transcurre en Francia (Paris) y con reparto mayoritariamente europeo (en este caso inglés). Hay mezcla de ficción y realidad en “Hugo” y todo indica que el personaje central, un huérfano que vive en una estación de tren de Paris (se trata de Montparnasse, aunque cuánto se parece a la Gare du Nord!) sería producto de la imaginación de Brian Selznick, autor de la novela. Hugo Cabret, una excelente actuación del joven actor inglés Asa Butterfield (“El niño con el pijama de rayas”), recala allí cuando su padre (Jude Law, casi un cameo) muere. Es llevado a la estación por su alcohólico tío Claude (Ray Winstone, otro actor inglés a quien Scorsese ya había dirigido en “Los infiltrados”), responsable de que los relojes de la estación estén siempre en funcionamiento y en hora. Aparece entonces en escena otro personaje central a la historia, el inspector de policía que junto a su temible y voluminoso perro es el guardián del orden dentro de la Terminal ferroviaria. Sacha Baron Cohen, recordable en “Borat” y en la finalmente no estrenada y aún más zafada “Brüno”, compone a esta temible figura con una pierna mecánica articulada cuyo mayor placer parece ser atrapar niños sin familia para enviarlos a un orfanato. Lo que no sospecha es quien ahora “da cuerda a los relojes” ya no es el tío Claude, que murió al borde del Sena, sino su escurridizo sobrino. Pero, la historia sufre un giro importante cuando irrumpe en escena otro personaje, éste real y que hoy aún es reconocido en Francia y en el mundo como “el que llevó la magia al cine”. Nos referimos a Georges Méliès, que estuvo presenciando la función inaugural de los hermanos Lumière y que luego dirigió muchos cortometrajes, con la incorporación de historias y los primeros trucos del cine. “El viaje a la luna” es quizás su obra más popular y algunas escenas aparecen en “Hugo”, así como la recreación de su filmación. Es una pena que el inglés Ben Kingsley, que ya había ganado el Oscar por “Gandhi”, no haya sido seleccionado esta vez como actor de reparto. Al personaje de Méliès lo encarna en la época posterior a su fracaso en cine (y antes de su redescubrimiento) cuando realmente tenía un quiosco de golosinas y juguetes en la estación de tren. Su destino se cruza con Hugo, que intenta cobijarse del asedio de la policía. Al principio lo rechaza pero pronto se interesa por la capacidad inventiva del niño, quien había heredado de su padre un muñeco mecánico (“autómata”) que tendrá un rol decisivo hacia el final de la película. Hay aún otro personaje interesante tanto por lo que representa al ser un experto en libros, como por quien lo interpreta. Nos referimos a un señor actor (otro inglés más) que el 27 de mayo próximo cumplirá 90 años y que está más activo que nunca. Lejano está el tiempo en que personificaba a Frankenstein o a Drácula (una decena de películas). Christopher Lee, en la década pasada, estuvo en grandes producciones (“El señor de los anillos”; “Star Wars”) e incluso en “Charlie y la fábrica de chocolates”. Se recuerda su paso por el Festival de Cannes hace algunos años y la generosa atención que prestaba a miles de fans que lo querían saludar o le pedían firmara un autógrafo. Un mínimo reparo a la película podría ser la vinculación que tendrá el policía (Baron Cohen) con la joven Emily Mortimer (“La isla siniestra”) en la segunda mitad del film, pero es apenas una pequeña concesión a una historia llena de logros. Por último cabe señalar que para los cinéfilos, ésta es su película con imágenes de films clásicos de Buster Keaton, Douglas Fairbanks o Chaplin. Y también de Harold Lloyd, colgado de la inmensa manecilla de un reloj, una situación que en la historia de Hugo tendrá su réplica. Se verá tanto en 3D como en 2D y si bien es preferible la primera opción, ambas se disfrutan. Publicado en Leedor el 7-02-2012
Alexander Constantine Papadopoulos, pese a su origen griego, nació en los Estados Unidos y desde hace quince años es conocido como Alexander Payne. “Los descendientes” (“The Descendants”), su quinto largometraje luego de “Entre copas”, es un intenso drama en que se amalgaman su herencia helénica y su conocimiento de la sociedad norteamericana. Ambientado en Hawaii nos presenta a Matt King (George Clooney), quien atraviesa una dramática situación al encontrarse su esposa en coma, luego de sufrir un accidente náutico. Ese padre de familia, normalmente ocupado y ausente, se ve de golpe obligado a ocuparse de Scottie (Amara Miller), su hija menor de 10 años con serios problemas de conducta escolar. Su hija mayor Alexandra (Shailene Woodley) se encuentra pupila en otra isla y acompañada por Sid (Nick Krause), un colega también adolescente. Una vez reunida la familia, Matt percibirá el profundo odio que profesa Alexandra por su madre, por cuya situación no parece sentir pena alguna. La película se toma su tiempo para ir presentando a varios personajes que incluyen a numerosos familiares, amigos y otros que no lo son tanto. Pero una vez revelada al padre la causa del desprecio de la hija mayor hacia su progenitora, la película adquiere otro ritmo y gana en interés en la última media hora compensando en gran medida la algo rutinaria marcha que venía teniendo hasta entonces. Payne logra los momentos de mayor intensidad cuando se dedica a escarbar la intimidad de las relaciones entre algunos de sus personajes. El apoyo moral que Alexandra aporta a su padre tiene varias instancias memorables. El compañero adolescente de su hija choca fuertemente con Matt al principio, pero se convierte en un fuerte ladero a medida que el drama se ahonda. Notable también el personaje del suegro encarnado por Robert Forster (“El camino de los sueños – Mullholland Dr.”) y conmovedora su escena hacia el final con la hija en el hospital. Beau Bridges, hermano en la vida real de Jeff e hijo del ya fallecido Lloyd, logra por una vez una buena interpretación como uno de los numerosos parientes de Matt mostrando que lo suyo no es sólo portación de apellido. En un pequeño papeñ, que recién aparece hacia el final, también se luce Judy Greer (“De amor y otras adicciones”) Seguramente sea esta la mejor película de George Clooney como actor. Como director ya había venido mostrando sus cualidades desde “Confesiones de una mente asesina”, su primera realización en 2002, a la que siguieron “Buenas noches y buena suerte” y “Secretos de estado” (“The Ides of March”), aún en cartel en nuestro país. Clooney en verdad empezó en la televisión y sus inicios en cine hace 25 años fueron con títulos tan olvidables como “Return to Horror High” o “Retorno de los tomates asesinos”. Hubo que esperar el paso de unos diez años hasta que Robert Rodríguez lo dirigiera en “Del crepúsculo al amanecer” en 1996. De allí en más su carrera como actor fue creciendo de la mano de los hermanos Coen (“¿Dónde estás hermano?, “Quémese después de leer”) o de Steven Soderbergh (“Un romance peligroso”, “La gran estafa”). Su único Oscar como actor de reparto lo obtuvo con “Syriana” en el 2005 y ahora va por más. Claro que tendrá que competir con Jean Dujardin, cuya candidatura en “The Artist”, parece bien posicionada. Es seguramente su principal rival, al haber obtenido ambos actores sendos Globos de Oro. Similar desafío deberá enfrentar Alexander Payne como mejor director (y película) contra las once nominaciones de “Hugo” y las diez de “The Artist”. Sus chances parecen pequeñas, pero el Oscar siempre reserva sorpresas. Publicado en Leedor el 1-02-2012
Un selecto grupo de directores norteamericanos (Woody Allen, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Steven Soderbergh, alguno más) mantiene una notable y exigente regularidad al venir dirigiendo en promedio una película por año. A ellos se suma Clint Eastwood, el más veterano de todos al menos en edad con sus casi 82 años, quien nuevamente se hace presente en la cartelera cinematográfica a inicios de año en Argentina (y generalmente fines del anterior en los Estados Unidos). Poca duda cabe de que las fechas de los estrenos de sus películas en su país natal tienen bastante que ver con las nominaciones al Oscar, pero por primera vez en varios años “J. Edgar”, tal el nombre de su nueva produccion, no compite en ninguna categoría. ¿Será acaso un olvido de la Academia?. ¿O es que se trata de un film algo menor y/o de contenido no digerible para cierto sector de Hollywood? Difícil dar una respuesta definitiva a tales preguntas, aunque es probable que en parte la omisión obedezca a que por una vez la excelencia que tanto caracteriza al director de títulos inolvidables como “Los imperdonables”, “Los puentes de Madison” o “Million Dollar Baby” estuvo ausente. El personaje elegido, J. Edgar Hoover, tuvo una muy prolongada actuación al frente del FBI solapándose con nada menos que ocho presidentes de los Estados Unidos que van desde Calvin Coolidge en 1924 hasta Richard Nixon en 1972, año en que J. Edgar fallece a los 77 años. Fue una figura oscura y sin escrúpulos que no titubeaba en utilizar información que guardaba en los archivos del FBI y que podían comprometer a presidentes, políticos y familiares de los mismos a modo de extorsión y para conseguir más poder. Con lujo de detalles se muestran los poco ortodoxos procedimientos que empleaba, logrando una acertada caracterización de tan perversa personalidad merced a una buena interpretación de Leonardo DiCaprio, que hubiese merecido sin duda figurar entre la lista de actores nominados al Oscar. Es notable el parecido físico que logran los responsables del maquillaje con el rostro de Hoover anciano y que hacen que DiCaprio esté casi irreconocible. Por la historia desfilan numerosos personajes famosos tales como Charles Lindbergh y el célebre episodio del rapto de su hijo, al que la película dedica apreciable metraje. También aparecen logradas caracterizaciones de Robert Kennedy y de la pequeña Shirley Temple y numerosas menciones a la persecución de famosos delincuentes como John Dillinger y Alvin Karpis (Machine Gun Kelly), que fueron liquidados por Hoover. La película es distribuida mundialmente por el estudio Warner, famoso porque en las décadas del ’30 y ’40 fue el mayor productor de films de gangsters. Aprovecharon al disponer de una importante filmoteca para intercalar imágenes de películas en su mayoría protagonizadas por James Cagney, notablemente “El enemigo público” y “La patrulla implacable” (“G-Men”). Pero donde “J. Edgar” introduce innovaciones, frente a versiones anteriores de la vida de Hoover, es en el tratamiento de su vida privada y familiar. Por un lado se enfatiza el rol de una madre castradora (la siempre eficaz Judi Dench) y por el otro la ambigua relación que mantuvo con su mejor amigo y colaborador Clyde Tolson. Quien aquí lo encarna es el casi desconocido Arnie Hammer (“Red social”) y la clara insinuación de una relación gay es lo máximo que Eastwood y su guionista Dustin Lance Black (“Milk”) hacen, dado que no existirían pruebas fehacientes de dicho vínculo. Del resto del reparto sólo se destaca Naomi Watts entre los conocidos. Su personificación de Helen Gandy, la eterna secretaría que lo sobrevivió, es una muy medida actuación y nuevamente los lauros se lo llevan los responsables del “make-up”. Pese a los varios aciertos que se han venido señalando a lo largo de esta nota, queda la impresión de que el personaje no es suficientemente atractivo, al menos en nuestras latitudes, como para generar un interés similar al de otras producciones del gran Clint. Sus incondicionales, que son muchos, no saldrán defraudados pero el resto coincidirá en que por una vez la falta de nominaciones (salvo la omisión a DiCaprio antes señalada) resulta entendible. Pubklicado en Leedor el 27-1-2012