“Secretos de estado” (“The Ides of March”) destaca estupendas interpretaciones de un cuarteto de actores, que merecerían reconocimiento a la hora de las inminentes nominaciones al Oscar. Sin embargo, es posible que sus nombres aparezcan vinculados, el martes próximo, a otros títulos y no a este cuarto largometraje dirigido por George Clooney. Comenzando por el propio Clooney que aquí se ha reservado el papel del gobernador del estado de Pennsylvania (Mike Morris), y que parece tener más chances de ser nominado como mejor actor por “Los descendientes” de Alexander Payne. Ryan Gosling es aquí el personaje central (Stephen Meyers), un hombre con poderosa vocación por la política y cuyo mayor pecado es seguramente fruto de su inexperiencia y juventud. Gosling, a quien hemos visto recientemente en atractivos títulos como “Blue Valentine” y “Loco y estúpido amor”, posiblemente sea nominado también como mejor actor pero por “Drive”, un film aún no estrenado localmente y presentado en el último Festival de Cannes. El tercero de los notables actores es Philip Seymour Hoffman que compone a Paul Zara, el asesor principal de Morris en las internas por el Estado de Ohío del Partido Demócrata y que tendrá fuertes enfrentamientos con el impetuoso Meyers. El otrora ganador del Oscar podría quedar afuera de la contienda este año ya que es poco probable que sea considerado por su actuación en otra película ”nominable”. Nos referimos a “El juego de la fortuna” (“Moneyball”) del director Bennett Miller (“Capote”). Finalmente el cuarteto se completa con el más prolífico de ellos, Paul Giamatti, quien ya ha superado los cuarenta títulos en apenas veinte años. Recientemente se lo ha visto en “El mundo de Barney” e “Intercambio de almas”, ambas anteriores a 2011 y en “¿Qué pasó ayer? Parte II” de ese año. Giamatti podría sí ser nominado por su rol como jefe de la campaña del rival de Morris dentro del Partido Demócrata, al componer a un ser sin escrúpulos, que aprovecha la debilidad del ambicioso Meyers. Clooney vuelve a dirigir un film político (ya lo había hecho en “Buenas noches, y buena suerte”) y si bien está basado en la novela “Farragut North” de Beau Willimon (aquí uno de sus coguionistas) reconoce haber incorporado algunos datos autobiográficos, particularmente de su padre e inclusive abuelo (fue intendente de Cincinnati, Ohio). Aunque el relato pivotea en forma central alrededor de los cuatro hombres de la política, habrá algunos personajes femeninos que por vueltas de la trama adquirirán trascendencia en los tramos finales. Marisa Tomei, como periodista del New York Times no tendrá muchas oportunidades de lucimiento. En cambio, Evan Rachel Wood (“Que la cosa funcione”) como una joven pasante y pareja ocasional de Meyers le hará algunas revelaciones que tendrán trascendentes consecuencias en el devenir del relato. Aunque “Secretos de estado” roza por momentos lo que podría calificarse de relato convencional y ya visto en otros films anteriores norteamericanos, logra sobresalir por más de un motivo. En primer término las ajustadas interpretaciones no sólo de los actores ya mencionados sino de otros en roles menores. La música del notable Alexandre Desplat, que tuviera numerosas y recientes nominaciones al Oscar (“El discurso del rey”, “El curioso caso de Benjamín Button”) y el César de Francia, ganando por “El escritor oculto” de Roman Polanski, es otro elemento destacable. Y finalmente, y pese a las reservas ya señaladas, la temática elegida al subrayar la fragilidad de la lealtad en la política y las consecuencias inesperadas a que puede llevar la extorsión como herramienta de poder. Publicado en Leedor el 20-01-2012
Segundo capítulo de una serie que es cada vez más una de Guy Ritchie y menos de Conan Doyle “Sherlock Holmes, Juego de sombras” (“Sherlock Holmes, a Game of Shadows”) es la segunda película sobre el célebre personaje de Arthur Conan Doyle que Guy Ritchie dirige. El realizador, cuya primera notoriedad fue adquirida cuando aún era pareja de Madonna, se hizo conocer cinematográficamente con títulos como “Juegos, trampas y dos armas humeantes”, “Snatch, cerdos y diamantes” y “RocknRolla”, todos thrillers con esquemas repetitivos que nuevamente aplica a la serie protagonizada por Robert Downey Jr. Para los seguidores de Ritchie, esta reiteración será seguramente bienvenida pero no pasará lo mismo para quienes añoren al personaje de Doyle, que ya tuvo intérpretes más fidedignos tal el caso de Basil Rathbone o Peter Cushing. La crítica suele reconocer dentro de las propuestas cinematográficas a una que califica genéricamente como de “entretenimiento”, entendiendo como tal a la que hace pasar un buen rato pero dejando pocos recuerdos perdurables al cabo de unos pocos días (e incluso a veces un número reducido de horas). Tal el caso de “Juego de sombras”, donde sin embargo se rescatan en primer lugar la notable ambientación (fines del siglo XIX) y además algunas de las interpretaciones, pese a cierta disparidad de las mismas. Robert Downey Jr es sin duda uno de los grandes actores del presente, que supo sobrellevar años de crisis personal y diversas adicciones. Nacido en Nueva York, aunque uno podría imaginarlo perfectamente inglés, tuvo composiciones inolvidables como la de “Chaplin” o destacadas como la serie “Iron Man”. Se podrá cuestionar con razón su parecido, no sólo físico, con el detective Sherlock Holmes pero lo que no podrá ignorarse es el magnetismo que le otorga a su personaje. Lo acompaña eficientemente, como el Dr Watson, el muy “British” Jude Law a quien puede recordarse como Lord Alfred “Bosie” Douglas en “Wilde”. La buena biografía del famoso escritor inglés contaba además en su reparto (curiosidades del casting), con Stephen Fry como el autor de “El retrato de Dorian Gray”, aquí como Mycroft, el excéntrico hermano de Holmes. Una de las escenas más divertidas lo tiene desnudo al recibir en su castillo a la prometida de Watson. En este rol vuelve a aparecer Nelly Reilly (“, que ya tuvo mejores oportunidades de lucimiento (Las muñecas rusas”, “Orgullo y prejuicio”), siendo además los roles femeninos uno de los mayores déficits de la película que nos ocupa. En particular desilusiona y casi podríamos decir desentona la participación de la sueca Noomi Rapace (Lisbeth Salander en “Los hombres que no amaban a las mujeres”) y está poco aprovechada, a causa de su personaje, Rachel McAdams (“Medianoche en Paris”). Para completar la descripción y de paso interiorizar a nuestros lectores sobre el argumento de la película es el turno de introducir a otro personaje esencial, de presencia casi insoslayable cuando de Sherlock Holmes se trata. Nos referimos al profesor Moriarty en estupenda caracterización de Jared Harris, otro inglés de célebre padre (Richard) ya desaparecido. Justamente alrededor de Moriarty girará la historia sobre un proyecto de Alemania para la construcción secreta de armamento (corre 1891) que permita llevarla a tener hegemonía en Europa luego de desatar una Guerra Mundial. Este tema parece que obsesionaba a Conan Doyle pero Ritchie le agrega una trama que recuerda en más de un aspecto a los dos conflictos mundiales del siglo XX. El enfrentamiento del científico con Holmes y el inefable Watson, quien verá así frustrado su ansiado proyecto de luna de miel con su joven esposa, conforman el grueso de la historia que se dilata excesivamente al ocupar algo más de dos horas. Objetable también es el abuso de recursos, que ya estaban en la película de 2009, tales como el uso de la cámara lenta y las imágenes anticipatorias de lo que la va a pasar, pergeñadas por la mente de Holmes. Ello sin embargo se compensa con el ya citado preciosismo de las imágenes y la adecuada música de Hans Zimmer. “Sherlock Holmes, Juego de sombras” repetirá sin duda las buenas cifras de su predecesora y dejará satisfechos a quienes no sean excesivamente exigentes y se conformen con pasar un rato ameno en una buena sala refrigerada y con alta calidad de imágenes.
La década del ’60 marcó un antes y un después para el género musical en Francia. “Los paraguas de Cherburgo", el film que lanzó al estrellato a Catherine Deneuve, y “Un hombre y una mujer” quedarán como hitos imborrables de un tipo de cine al que volverían a transitar muchos otros realizadores galos, tal el caso algo más reciente de Alain Resnais. Pero si bien “Canciones de amor” de Christophe Honoré reincide en el uso de las canciones como forma de expresión o lenguaje de sus personajes, en contraste con las anteriores le aplica un giro al mostrar que el amor puede tener diversas vertientes no limitadas al clásico “chico ama chica”. Y lo hace con gran naturalidad, atreviéndose a presentar situaciones que hace 50 años eran casi tabú. Honoré es un interesante realizador de sólida carrera y ocho títulos dirigidos en apenas diez años, a menudo invitado a festivales internacionales como el de Cannes donde en el 2007 “Canciones de amor” sirvió de cierre de tan magno evento. Ha de agradecerse al distribuidor independiente que finalmente ha logrado que una de sus películas sea la primera en llegar a nuestras pantallas. Y el hecho de que la película tenga algunos años no le quita nada en cuanto atractivo o actualidad. La división en tres partes precisamente designadas como “La partida”, “La ausencia” y “El regreso” se ajusta a momentos trascendentales en la vida de sus personajes. En el primer tercio domina el amor entre Ismael que interpreta Louis Garrel, actor fetiche del director al haber participado en seis de los ochos films de sus filmografía, y Julie actuada por Ludivine Sagnier (“La piscina”, “ocho mujeres”, “gotas de agua sobre rocas calientes”). Pero la relación entre ambos se ve complementada por la presencia de Alice (Clotilde Hesme) en lo que pronto se revela un triángulo amoroso donde todo se comparte. Sobrevendrá una desgracia y ya en la segunda parte cobrarán mayor trascendencia otros personajes, tal el caso de Jeanne, la hermana de Julie en otro rol destacado a cargo de Chiara Mastroianni. En lo que quizás sea un guiño a la ya señalada celebridad que alcanzó su madre en la vida real, la hija de Deneuve estuvo en todas la películas que siguieron a la presente, dirigidas por Honoré. Y en la última (“Les bien-aimés”), reciente cierre de Cannes, actúan ambas además de Garrel y Sagnier! El tercero y último capítulo ya tendrá a un nuevo personaje que supondrá el giro antes señalado en la trama. Se trata de la irrupción de Erwann (Grégoire Leprince-Ringuet) con lo que Ismael afirmará la tesis del film de que el amor tiene muy diversas formas de expresarse. Como sustento de la muy convincente propuesta están las canciones del título del film. Lo que podría haberse transformado en algo “invasivo” o poco natural, como en algunos musicales norteamericanos de la década del ’50, aquí la música compuesta por Alex Beaupain juega un rol tan esencial como los actores que la interpretan. Es posiblemente uno de los puntos más fuertes de esta nada convencional producción en lo que a temática y enfoque se refiere. Hay aún muchos otros detalles que serán disfrutados por los cinéfilos y hasta un cierto parecido entre el actor Louis Garrel, hijo del director Philippe y nieto del actor Maurice, y Jean-Pierre Léaud, actor este fetiche de Truffaut. No por casualidad el intérprete del personaje de Antoine Doinel es en la vida padrino del joven Louis Garrel. Publicado en Leedor el 24-12-2011
Cuatro muertos ningún entierro No son muchas las producciones irlandesas que se estrenan en Argentina. “Cuatro muertes y ningún entierro” es el título local con que se estrena “A Film With Me In It”. El neto cambio de denominación responde seguramente a, al menos, dos razones. Por un lado, el poco atractivo comercial de la traducción literal del nombre original. Por el otro, a que remite a dos films de gran éxito en el pasado. La distribuidora que lo estrena fue la misma de “Muerte en un funeral”, que superó el medio millón de espectadores y al igual que este estreno contenía un reparto y director virtualmente desconocidos. La otra referencia se refiere a “Cuatro bodas y un entierro”, aunque en ese caso con actores (Hugh Grant, Andie McDowell, Kristin Scott Thomas) y director (Mike Newell) conocidos. El director Ian Fitzgibbon eligió Dublín como locación y a su compatriota Mark Dowerty para interpretar a un infeliz actor (al que llamó igualmente Mark) y eje del relato. David Doherty, también hermano de Mark en la vida real, hace aquí de cuadripléjico y para facilitar las cosas su personaje también se llama David. Para los hermanos Doherty, como ellos explican en una entrevista, esta decisión facilitó su trabajo. Relevante resulta el mordaz Pierce, interpretado por Dylan Moran, quien en la ficción vive en el mismo edificio que Mark. Keith Allen compone a Jack, el impaciente casero, cansado de que no lo paguen el alquiler en término. Hay además dos mujeres, una es la esposa del frustrado actor y la otra una policía, cuya llegada a la casa tendrá lugar cuando ya se han producido algunas de las muertes a que hace alusión el título local. Con muy pocos elementos, Fitzgibbon consigue armar un estupendo thriller alrededor de un personaje con marcada cinefilia. No por casualidad, Mark le cuenta a su vecino cuáles son sus preferencias fílmicas, que incluyen a “Fargo”, “Tarde de perros”, Gene Hackman en “La conversación” y a Martin Scorsese. Y para completar el homenaje cinematográfico, el realizador nos regala al inicio una escena en que Mark es entrevistado por un director de cine en un casting para un rol secundario. Quien aparece en este escena es otro realizador irlandés, el conocido Neil Jordan, responsable entre otras de “El juego de las lágrimas”, “Mona Lisa”, y la recientemente estrenada “Amor sin límites” (“Ondine”). Hacia el final, en breve aparición, se lo ve a Jonathan Rhys Meyers (“Match Point”), confirmando una vez más que “Cuatro muertos y ningún entierro” derrocha cinefilia por donde se la mire, para deleite de espectadores ávidos de buen cine. Publicado en Leedor el 14-11-2011
La directora norteamericana, de origen iraní, Massy Tadjedin debuta en el largometraje con “La última noche” (“Last Night”). Y lo hace con algunos aciertos, que no logran sin embargo compensar varios fallos de una propuesta sólo parcialmente lograda. La muy bonita Keira Knightley (Joanna) es el punto más fuerte de esta coproducción de Estados Unidos con Francia. La joven actriz inglesa se ha convertido en una de las figuras más sobresalientes de la cinematografía mundial mostrando una gran versatilidad a la hora de actuar. Se recuerdan títulos tan diversos como los primeros capítulos de la serie de “Piratas del Caribe” hasta otros más clásicos como “Orgullo y prejuicio” (primera nominación al Oscar), “Expiación, deseo y pecado” y la más reciente y muy dramática “Nunca me abandones” (nuevamente nominada). Joanna, tal el nombre de su personaje, es una esposa que al inicio del film comienza a desconfiar de su marido, al ver a éste haciendo arrumacos con una colega de trabajo. Lástima que a Michael, su esposo, lo interprete otro inglés (Sam Worthington) ya visto en “Avatar” en un rol que a diferencia del actual no exigía el mínimo de expresividad, cualidad que aquí se extraña. La acción que se desarrolla inicialmente en Nueva York, donde el joven matrimonio reside, sufre una bifurcación cuando por cuestiones laborales Michael debe trasladarse por un corto período de tiempo a Filadelfia, acompañado de otro colega y de la inquietante compañera de trabajo (Eva Mendes). Para completar el “cuarteto” y ya partido su marido, Joanna reencuentra a Alex, posiblemente un antiguo amor venido de Francia. Quien compone a este personaje es el actor y director francés Guillaume Canet (“No se lo digas a nadie”), aquí bien aprovechado en el rol de un hombre de la noche con mucho “charme” para las mujeres. Hay aún un quinto personaje, amigo de Alex, quien pese a su breve aparición tendrá un rol importante en el desarrollo de la trama. Quien lo personifica es Griffin Dunne, un actor poco visto últimamente y muy recordado por su aparición en “Después de hora” de Martin Scorsese. Una cena compartida con su amigo y Joanna en un restaurant será uno de los momentos más interesantes del film. Lástima que el último tercio de “La última hora” no esté a la altura del resto y que la película termine algo bruscamente y en forma convencional. La condición femenina de la realizadora se percibe al inclinarse la historia en favor del personaje de Joanna. Ello en si no sería objetable en la medida en que la evolución paralela de ambos personajes y sus respectivos encuentros justificasen la resolución adoptada. En opinión de este cronista la forma en que se resuelven ambas situaciones no es necesariamente la más lógica. En pos de no develar mucho más al espectador, se prefiere dejar que sea el mismo quien juzgue si la definición está en consonancia con el resto de la trama. Publicado en Leedor el 9-12-2011
"Time is Money" en el original y su traducción literal en castellano habría sido nombres más imaginativos para un film con excelente guión “El precio del mañana”, título local poco imaginativo del original “In Time”, desmerece una película cuyo primer y gran atributo es partir de una idea sumamente original. Acostumbrados, casi se podría decir resignados, a ver películas que parecen copiadas unas de otras y/o remakes de éxitos del pasado, cuál sería nuestra sorpresa al encontrarnos con una que sale totalmente del molde anterior. No parece casual la elección de Andrew Niccol como director del presente estreno ya que los dos primeros títulos de su corta filmografía, “Gattaca” y “SimOne”, pertenecen al mismo género que ésta. La ciencia ficción posee diversas vertientes dentro de las cuales las obras (y películas) sobre el futuro ocupan un importante lugar aunque no siempre con resultados elogiables. Imagine el espectador un mundo donde ya no circula el dinero y donde dicha mercancía ha sido reemplazada por el tiempo del que dispone cada uno de nosotros. Agréguese a esto que, como forma de combatir el crecimiento demográfico, todos los seres humanos estarán “programados” de igual manera. Y que tendremos la misma posibilidad de vivir primero 25 años y a partir de allí un año más pues comenzará a funcionar en nuestro brazo una especie de contador digital en que será posible ver como decrecen los días, horas, minutos y segundos de vida que nos quedan. Claro que el año de vida restante se verá reducido cada vez que consumamos ya que la única forma de pagar por un servicio o producto será usando los minutos disponibles. Y habrá también inflación y de golpe un café duplicará el número de minutos necesarios para su consumo. La trama es muy ingeniosa y difícil de resumir en el texto, pero anticipemos que habrá formas, muchas “non sanctas”, para conseguir años, días o horas de nuestros vecinos!. Habrá también un héroe, como es común en obras del cine fantástico. Su nombre es Will Salas y quien lo personifica es Justin Timberlake (“Red social”, “Malas enseñanzas”, “Amigos con beneficios”), en un personaje que bien podría haber sido interpretado por Jason Statham. El se vinculará con la hija de un magnate, dueño de un banco de tiempo. Ella, rol a cargo de Amanda Seyfried (“Mamma Mia”, “Cartas a Julieta”), al principio no lo apoyará en su lucha por repartir el tiempo que monopolizan gente como su padre, pero… No se trata de una obra mayor de la ciencia ficción. Pero la conjunción de un guión muy imaginativo, buenas interpretaciones y un ritmo que no decae hacen de este film un producto que será muy apreciado por los amantes del género.
Miguel Ángel Rocca posee una importante experiencia en cine como productor cinematográfico, junto a su socio Daniel Pensa. Juntos habían codirigido “Arizona Sur” hace algunos años. Ahora Rocca se lanza en forma individual en la dirección de un veterano actor de casi 90 años. Nos referimos a Alberto de Mendoza quien con 150 películas en su haber regresa al cine con “La mala verdad”, componiendo a un personaje cuyos costados más oscuros se irán revelando a lo largo del metraje del film. El actor, que debutó en cine en 1939 en un pequeño rol en “…Y mañana serán hombres” de Carlos Borcosque (padre), compone aquí a un abuelo autoritario y con particular debilidad por su nieta Bárbara (debut consagratorio de Ailén Guerrero) de apenas diez años. El extraño comportamiento de Bárbara en el colegio, manifestado entre otros rasgos por extraños dibujos que la niña compone, no pasan desapercibidos por su maestra (Jimena de la Torre) y sobre todo por la psicóloga del establecimiento educativo (Malena Solda). Los diversos intentos de esta última en entrevistar a la madre (Analía Couceyro) no parecen prosperar ya que en su lugar aparece siempre el abuelo o la pareja de la progenitora (Carlos Belloso). Hasta que un día decide ir a visitar a la madre a la librería familiar donde trabaja y sus sospechas de que algo extraño pasa en la familia parecen confirmarse. Pero serán ahora las propias autoridades del colegio las que pondrán freno a su investigación y provocarán el alejamiento de la profesional. El director no eligió el formato de “thriller” para “La mala verdad”, ya que desde el título mismo el espectador adivina que existen sentimientos enfermizos que vinculan a varios de los miembros de esta familia. Prefirió más bien un formato de denuncia de hechos que son más comunes de lo que parecen y que paradójicamente han aparecido últimamente en forma recurrente en los medios informativos escritos y audiovisuales. Tema poco tratado por nuestro cine y que finalmente encuentra en Rocca a alguien que con valentía decidió enfocarlo. Hay en particular un personaje aún no nombrado y cuya breve aparición, cerca del final del film, resulta fundamental en la resolución de la trama. Nos referimos al tío abuelo de Bárbara, que con maestría compone Norman Briski y que le permitirá a la niña, en una hermosa escena, finalmente desentrañar la identidad de su ausente padre.
La mayor virtud de “Eva de la Argentina” es su calidad técnica. Se trata de la poca frecuente combinación de dos géneros tan disímiles como la animación y el documental. El título del film y su afiche no arrojan ninguna duda sobre cual es la temática, centrada en un personaje varias veces transitado por el cine, inclusive hace muy poco en Juan y Eva. María Seoane luce más como realizadora que como guionista, esto último junto a Carlos Castro y Graciela Maglie. Este último reparo se realiza al considerar que nuestra cinematografía tiene una deuda pendiente, no habiendo aún logrado un retrato equilibrado de la figura de Eva Perón. La que aquí se muestra está más cerca de la “santidad” y casi en las antípodas de la “Evita” de Alan Parker. Hecha la objeción señalemos los numerosos aciertos que comienzan al enfatizar la belleza de los dibujos elaborados por Illusion Studios, los mismos de “Boggie el aceitoso”, de la mano del fallecido Francisco Solano López (“El eternauta”). La música es otro punto fuerte al haber sido confiada al talentoso Gustavo Santaolalla y en su parte final a León Gieco en la canción “Eva” que este último entona. También es destacable la presencia de un personaje animado que hace las veces de relator, nada menos que el trágicamente desaparecido Rodolfo Walsh y a quien le presta muy bien su voz Carlos Portaluppi. Es inevitable la referencia a su libro “Esa mujer”, que explica porque la película le dedica un metraje importante al tema del cadáver de Evita. Son acertadas las inclusiones de imágenes documentales de Perón y Evita en los momentos más importantes de la corta vida de esta última. Dichas imágenes, sobre todo las finales cuando ella ya estaba enferma, logran emocionar inclusive a quienes no necesariamente sienten devoción por ella. Ese es quizás uno de los mayores logros de “Eva de la Argentina” a tal punto que dicha sensación de tristeza resulta incluso transmitida por las imágenes animadas. El balance es positivo y es de esperar que, aún quienes no sean particularmente afectos a esta visión algo unilateral del personaje, sepan vencer el prejuicio para poder admirar una obra de rara belleza y singularidad.
Las películas “Mi pie izquierdo”, “En el nombre del padre” y “Golpe a la vida”, una verdadera trilogía interpretada por Daniel Day Lewis, hicieron conocer en el mundo al director irlandés Jim Sheridan. Su carrera posterior fue irregular pero aún en sus obras menos logradas afloraban elementos de calidad, propios de su virtuosismo. “Detrás de las paredes”, ridículo título local de la original “Dreamhouse”, lo muestra en su peor momento artístico pese a contar con un elenco que muchos realizadores envidiarían. A diferencia de obras anteriores en que habitualmente era coautor del guion, éste elaborado por David Loucka, podría explicar en parte la fallida historia. Y a poco de avanzar en el metraje, el espectador ya adivina lo que le está ocurriendo al personaje central, anulando uno de los pocos elementos rescatables que creaban cierto enigma dentro del argumento. Daniel Craig es Will Atenton, un escritor a quien se ve renunciando a su puesto de editor para poder dedicarse de lleno a su proyecto de redacción de una novela. Tal decisión motiva las felciitaciones de sus colegas laborales y sobre todo de su familia integrada por su bella esposa, también en la vida real (Rachel Weisz) y sus dos hijas. Sin embargo la llegada a la nueva casa no le depara satisfacciones idénticas a su resolución de cambio de vida. Un aparente vecino lo mira con malos ojos y la esposa de éste (Naomi Watts) lo evita, aunque parece saber cosas que tienen que ver con Will y con el propietario anterior de su casa. Podrían darse aún más datos de la trama, pero eso sería quitarle al espectador los pocos elementos que le faltan para entender qué está aconteciendo. De todos modos, y como ya se anticipara, no pasarán muchos minutos más para que todo quede medianamente claro y para que la obviedad se instale y el interés decaiga. La resolución es extrañadamente convencional y si después de todo lo apuntado algún desprevenido decide ir a ver el film no podrán, después de haber leído esta crónica, acusarnos de no haberles advertido.
David “Coco” Blaustein ostenta una ya extensa y exitosa carrera como documentalista en la que viene recorriendo temas políticos y sociales de nuestra actualidad. Títulos como “Cazadores de utopías”, “Botín de guerra” y “Hacer patria” dan prueba de ello. Ya en su film precedente (“Porotos de soja”), que al igual que ahora “La cocina” fue codirigido por Osvaldo Daicich, se percibía su cercanía con el pensamiento político del gobierno actual, cosa que el director, con total honestidad y convencimiento, no procura ocultar en su nuevo “opus”. En esta oportunidad se trata de la tan debatida Ley de Medios, cuya dificultosa aprobación fue conseguida hace dos años exactamente. El comienzo puede desorientar a más de un espectador al estar ambientado en Neuquén en una pequeña emisora de radio de nombre Wiñelfe. Algún inadvertido hasta podría pensar que se trata de un nuevo film sobre una comunidad que como la mapuche ha sido tema recurrente, dicho esto no en sentido peyorativo, en los últimos años. Pero a poco andar se comprobará que lo que aquí se desea enfatizar es la importancia que tiene la libre expresión de ideas y el pluralismo de opiniones y que no estaba en el espíritu de las leyes anteriores, básicamente originadas durante las varias dictaduras que asolaron a nuestro país durante el siglo pasado. El grueso del metraje de “La cocina” está referido al proceso de aprobación de la actual Ley de Medios y si bien se percibe que ambos directores no ocultan su simpatía con el presente gobierno (la persistente referencia al canal TN es testigo) han sabido dosificar las imágenes con amplia presencia de opiniones de opositores al mismo. Desfilan, así entre otros, opositores tales como Patricia Bullrich, Ernesto Sanz, Oscar Aguad y Graciela Camaño, cuyas opiniones el documental registra y que se equilibran con figuras del kirchnerismo como Agustín Rossi, Eduardo Fellner o Felipe Boccoli. Y en el medio aparecen entre otros Claudio Lozano o Francisco Delich que, sin pertenecer al gobierno, apoyaron en su momento la aprobación del proyecto. Sin esconder su filiación política, el documental constituye un valioso testigo de un debate que finalmente y luego de numerosas enmiendas (y suspensión de artículos) arribó a cristalizarse en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual actualmente vigente.