UNA INVASIÓN DIVERTIDA Intentar hacer una sinopsis de la nueva película animada de Ayar Blasco es difícil porque el nivel de delirio es muy alto y la historia va teniendo cambios constantemente. En lo concreto, podríamos decir que Lava tiene como protagonistas a una tatuadora y su grupo cercano (integrado por una compañera de casa, su novio y un amigo), quienes serán los encargados de detener una invasión que comienza con gatos gigantes en las terrazas de los edificios. Lava está basada en una historia de Salvador Sanz, de la cual Blasco cambió varias cosas: una de ellas es, por ejemplo, volcar casi todo hacia el humor que le da más cercanía al universo del realizador de Mercano, el marciano. Hay muchas cosas que funcionan en la película, como los chistes relacionados con los intentos de uno de los personajes por seducir a la protagonista. O también la autoconciencia del mensaje en el que uno de los personajes rompe la denominada cuarta pared y dice que se va hablar de temas importantes que no se ven en otras animaciones. Sin embargo la película de Blasco tiene sus problemas, los cuales quedan en evidencia hacia el final, cuando tiene que cerrar la historia y no encuentra el tono adecuado. Lava abandona el ritmo más frenético en situaciones humorísticas y le da paso a un desenlace de ciencia ficción más clásica, lo que hace que caiga un poco narrativamente y pierda el interés que venía teniendo.
ENTRE LAS BUENAS INTENCIONES Y LA CONFUSIÓN Matar al dragón es una nueva apuesta del cine nacional con elementos fantásticos. En ella, una joven llamada Elena, que había desaparecido hace algunos años, es rescatada por su hermano: ella posee un virus, mientras que él se dedica a la medicina. La lleva a su casa, pero se encuentra con el temor de su esposa, que duda acerca de si la chica pueda contagiar o no a sus hijas. Todo esto se da en un contexto particular y bastante lúgubre: en la zona han desaparecida varias niñas, y de hecho esta situación está relacionada con la sorpresiva vuelta de Elena. La película de Jimena Monteoliva es un ejemplo de lo que le sucede a muchas películas de género nacionales: hay un germen de buena intención que se queda solo en eso. La presentación de personajes tarda mucho y la película tiene una primera media hora muy lenta y confusa. Hay dos líneas de tiempo que por el recurso visual de un sueño de uno de los personajes no termina de entenderse hasta que avanzado el relato. Los sucesos de Matar al dragón ocurren en una casa de clase alta de los años 30’s del Siglo XX, con los personajes están caracterizados como en esa época (especialmente la madre y las hijas), mientras que en una cueva se remite a un universo post-apocalíptico. Pero luego de una explicación, ambos universos se unirán. Los protagonistas, Justina Bustos y Guillermo Pfening, mantienen su registro durante todo el film, pero el resto del elenco está fuera de tono (el personaje de Luis Machín es el que más se nota). La falta de timing para generar climas de suspenso se hace notoria en varias escenas, muy claramente en una búsqueda en el bosque. En definitiva, Matar al dragón es una película que en el guion seguramente interesaba mucho más, pero ese interés no queda plasmado en la pantalla.
CARTAS DE AMOR El director Andrés Di Tella vuelve a articular lo público y lo privado en su nueva película, en la que utiliza una serie de cartas que se enviaron su padre (Torcuato Di Tella) y su madre cuando escapaban ambos de sus respectivos países (él de Argentina, ella de la India). En ese intercambio se puede conocer una estadía en Israel, la vuelta a la India, algún tiempo en Londres y la llegada a la Argentina. Andrés Di Tella utiliza imágenes de archivo, fotos, dos actores y un amigo de los padres (el también director Edgardo Cozarinsky) para recitar los textos de las cartas y reconstruir de alguna manera aquella historia de amor. En Ficción privada el director utiliza múltiples recursos narrativos. Por ejemplo, en la escena más lograda cuenta algo muy especial que le pasó a través del Google Street View: en esa secuencia se entera de la muerte de su madre (él estaba en Londres), sale a caminar de noche, las calles están vacías y en una de ellas cree verla. Todo esto lo cuenta utilizando el programa hasta llegar al punto exacto del encuentro. Toda la primera parte en la que, mediante fotos, Di Tella habla con su hija e imagina o inventan historias de lo que ven en esas fotos viejas, es otro gran momento. Ese trabajo sobre lo público y lo privado que Di Tella piensa a partir de su propia familia, integrada por una serie de nombres fundamentales de la historia cultural del país, de alguna manera trasciende la pantalla y moviliza al espectador. Cuando uno abandona la pantalla también quiere de alguna manera reinventar los textos que escucha en las cartas que escribían sus padres y crear su propio universo en torno a la historia que ellos vivieron. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
SIN NADA QUE DECIR Antes de su casamiento, una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llega a una casa quinta que le pertenece al padre de ella (Gerardo Romano) y en donde se realizará la fiesta. Luego de un intento fallido por tener sexo con su novio, ella decide dar una vuelta para despejar su cabeza. Camina a través de unos árboles y da con una fiesta que están haciendo en una casa vecina. Luego de tomar un trago comienza a bailar con auriculares (una fiesta cool en donde todos los participantes tienen auriculares puestos y no se escucha la música hacia afuera), situación que da nombre al film: La fiesta silenciosa. La protagonista tiene un juego de seducción con uno de los invitados y comienza a tener sexo, a lo que se sumará otro joven que la terminará violando. Esto, que es la primera parte de la película, dará pie a una historia de violación y venganza que incluye al padre y al novio buscando a los violadores. La película de Diego Fried tiene algunas acciones de los personajes que no son creíbles. El personaje de Stuart cae en esa fiesta y trago de por medio ya baila desaforadamente para seducir a uno de los jóvenes. El padre es el típico estereotipo de clase alta que le gustan las armas y va a cazar a los violadores. El novio es un tipo sin personalidad que no quiere involucrarse en la venganza por mano propia, pero cuando Stuart le dice que no tiene agallas para enfrentarlos tiene un cambio de actitud demasiado veloz. La fiesta silenciosa depende demasiado de estos clichés mal ensamblados. Sin posibilidad de empatizar con los tres protagonistas, la película juega con el humor negro (el novio disparando y matando por error) como una forma de generar interés, pero en verdad no aporta nada nuevo a un subgénero con tradición como el de violación y venganza.
EL HUMOR NOS SALVARÁ Emilia, la protagonista, viaja desde Ciudad de Buenos Aires a su pueblo natal en la provincia de Santa Cruz para retirar y cremar los restos de su mejor amiga, que se suicidó. Pero la vuelta a su ciudad, un tema recurrente en buena parte del cine independiente argentino, le trae viejos recuerdos (no sólo los de su amiga), sino de lugares, de su padre y de una ex pareja. La muerte no existe y el amor tampoco de Fernando Salem muestra ese encontrarse nuevamente con su pasado y cómo enfrentarlo en algunos casos. Por una cuestión de densidad, la película funciona mejor en los momentos en los que utiliza el humor, que está puesto como una válvula de escape al tema del suicidio. Las escenas en las que Emilia interactúa con su padre y su nueva familia tienen momentos muy divertidos: Antonella Saldicco (gran actuación) posee el timing para construir pequeños diálogos que generan risa. La relación con su antiguo novio también funciona y hay una escena, cerca del final, que pone la mirada en la mujer y hace pensar en esa frase que a todos nos dio vuelta alguna vez en la cabeza: “cómo hubiera sido mi vida con esa persona”. Sin embargo no todo funciona tan bien en la película de Salem. Por ejemplo, la relación entre la protagonista y su amiga fallecida no logra construirse de manera acertada. En la novela Agosto de Romina Paula, material de base para la película, la amiga se hace presente desde la voz en off, pero aquí se optó por eliminar ese elemento y por eso su presencia como personaje pierde fuerza. También le juega en contra que los actores con diálogos tienen tanta importancia en escena (Osmar Núñez es uno de ellos) que lo meramente físico que pueda aportar Justina Bustos (la amiga) a su personaje queda un poco eclipsado.
CONSTRUIR LA EMPATÍA Una película simple es a veces mucho mejor que una película con pretensiones que quieren dejar mensaje, palabra usada hasta el hartazgo cuando hay que justificar cierto cine. Las buenas intenciones, ópera prima de Ana García Blaya, es extremadamente simple en su construcción, pero tan conmovedora que uno empatiza por todos los lados posibles sin necesidad de subrayar todo lo que nos va mostrando a medida que avanza. El film aborda la historia de tres niños y sus padres divorciados contando con una trama de ficción que también utiliza fragmentos de videos caseros de la realizadora (aunque algunos están ficcionalizados). La relación de la hija mayor de la pareja con su padre es como un hilo conductor. Los demás personajes, que son los otros dos hermanos, la madre y su nueva pareja, más los amigos del padre, terminan de darle forma para que este relato personal de la directora (un homenaje al padre y su banda de música) adquiera un carácter universal. Todo el elenco está muy bien, aunque Javier Drolas y Amanda Minujín tienen timing para hacer pensar que son padre e hija en la vida real. El título puede remitir a todo lo que uno puede poner de su parte para tratar de cambiar algo, aunque sepa que eso nunca pasará. Es decir, esa terquedad inherente a todo ser humano que muchas veces queda explícita en los vínculos más íntimos y personales. Eso queda reflejado en una escena conmovedora entre el padre y su hija mayor en la que tratan de convencerse de que es mejor que cada uno siga por su cuenta. La niña se tendrá que ir a vivir con la madre y los hermanos a otro país aunque haya hecho todo lo que tuvo al alcance para quedarse con el padre. Y es precisamente el padre quien le dice que ya volverán a juntarse cuando termine la escuela primaria, sabiendo que no cambiará su forma de ser por más que le prometa cosas. La sensibilidad que exhibe García Blaya para narrar esto la posiciona como una cineasta a tener en cuenta a futuro.
SEGUNDAS OPORTUNIDADES Los Knacks fue una de las bandas que salieron por estas tierras luego del éxito de The Beatles. Y si bien su carrera fue mucho más efímera (1967-70), lograron ser reconocidos en nuestro país. Sus integrantes siguieron con sus vidas (algunos se dedicaron a sus proyectos solistas, como opr ejemplo uno que tuvo una banda de covers de The Beatles y que apareció en el programa de TV Badía y Compañía). Pero esta historia que parece ocupar un pequeño espacio de tiempo tiene un giro sorpresivo: en 2010 descubren que un disco con varios temas que no habían llegado a sacar cuando terminaron su contrato con la grabadora Emi-Odeon en Argentina, fue editado en Europa. Ahí es en donde realmente comienza el documental de los hermanos Mariano y Gabriel Nesci. Los Knacks: déjame en el pasado aprovecha esa vuelta de la banda, que en realidad significó un comenzar de nuevo. Porque si bien algunos de sus integrantes tenían expectativas realmente altas, paulatinamente las tuvieron que ir bajando. Todo ese camino de reinventarse está contado de manera brillante y parece guionado, aunque es lo que realmente les sucedió. Cambios de integrantes, intentos de videoclips (es muy gracioso escuchar algunos de los integrantes cuando ven el resultado), shows en boliches, despedida en un teatro, presentación en una competencia televisiva (gran momento cuando Vitico de RIFF, que es uno de los jurados, les da su veredicto) son algunos de los momentos que el documental rescata, entre constantes ensayos y charlas con los integrantes. Con un gran trabajo de montaje que aborda varias décadas y hace un recorte preciso, el documental de los hermanos Nesci tiene entre sus temas principales las segundas oportunidades. Pero también, y fundamentalmente, la perseverancia y el acostumbrarse a que no van a ser lo que ellos pensaron que serían y que el tiempo ha pasado. Los Knacks: déjame en el pasado sigue a una banda que hubiera merecido mejor suerte.
EL SUBRAYADO IMPONIÉNDOSE A LA SUTILEZA Lola (Sofía Brito), vuelve a su casa y no encuentra a su hija Rosita. Sus otros dos hijos le dicen que salió con su abuelo Omar (Marcos Montes) y todavía no volvió. Lola comienza a preocuparse porque tardan en volver. El contexto de escuchar sobre casos de violación y muerte en los noticieros no ayuda para que se calme, el tiempo pasa, hace una denuncia y en la comisaría se entera que su padre tiene antecedentes. La niña regresa, tiene una lastimadura, y el relato del abuelo presenta lagunas, por lo que Lola empieza a sospechar que su padre ha abusado de la niña. Toda esta primera parte del relato de Rosita está correctamente ejecutada pero los problemas comienzan cuando se entra en una remarcación constante de ciertos elementos para que se pueda entender que la relación entre padre e hija viene arrastrando inconvenientes previos. La película de Verónica Chen quiere tocar un tema importante, pero se desvanece porque no tiene sutilezas, se quiere trabajar sobre el terreno de lo que no se dice y se termina diciendo de más por la carga constante en los textos. Las breves apariciones de Javier Drolas y Luciano Cáceres tienen aspectos positivos, aunque el personaje de Cáceres termina siendo muy anecdótico y solo está en función de explicar un evento del pasado del padre de Lola, que en el final de la película servirá para subrayar de forma excesiva otra de las subtramas. Algunos actores están fuera de registro y su forma de expresar los diálogos queda sobreactuada, lo cual, paradójicamente, va a la par de una película como Rosita, que subraya en exceso lo que quiere transmitir.
JUEGO CON LO ANACRÓNICO Víctor es un director de cine (unos cortometrajes y una fiesta de 15 lo avalan) que está a punto de casarse. Harto de que su suegro lo manipule demostrándole todo el tiempo que sin su ayuda monetaria él y su hija no tendrían nada, decide involucrarse en la realización de una película porno financiada por un mafioso. Ese es el punto de partida de Porno para principiantes, nueva película del uruguayo Carlos Ameglio. Para empezar, uno de los méritos del relato es que esta coproducción justifica la aparición de tres países, logrando que el ensamble actoral no quede forzado. El contexto de la década del 80 le ayuda mucho a que el tema abordado y los chistes estén fechados pero aún así aggiornados, dando la impresión de que si Porcel y Olmedo hubieran sido bien dirigidos y contando con buenos guiones en sus películas, quizás hubieran logrado algo así. Hay mucho más humor verbal que físico (extraño si pensamos que se filma una porno), y ahí es en donde el film logra tomar altura y puede jugar con chistes que hoy en día no podrían hacerse por la corrección política sin ser tildados de sexistas. Hay un equilibrio en ese tipo de chistes, al reformular la mirada con los cambios sociales, pero no lo subrayan. Los actores tienen un timing para el humor -por la dificultad de hacer reír, esto es el mayor halago que se le puede hacer a un actor- y no desentona ninguno. Ojalá que Porno para principiantes sea la punta de lanza para que comiencen a tener más continuidad este tipo de comedias por toda Latinoamérica; es bienvenida la calidad al género.
RECUPERANDO EL POLICIAL CLÁSICO Un novelista de policiales (Osmar Núñez) viaja a una charla de escritores que se realiza en un hotel de la campiña. Un crítico (Luciano Cáceres) lo desafía para que le entregue su última novela inédita. Cuando espera la devolución de la crítica que este escribió, lo encuentra muerto en la habitación contigua del hotel. Junto a un escritor novato (Rodrigo Guirao Díaz) tendrán que resolver el misterio del crimen, ya que la habitación estaba cerrada por dentro: entonces cómo es posible hay entrada o salido el asesino. Se pueden encontrar muchas virtudes en Punto muerto, lo nuevo de Daniel de la Vega, un policial de enigma con atmósfera de cine clásico de los 30 y 40. Un film donde los diálogos son parte fundamental del entramado para que el guión sea sólido y fundamentado, acompañado de actuaciones sublimes como las de Núñez (entre los mejores actores de esta generación), Cáceres y la sorpresa de un Guirao Díaz que no desentona en ningún momento y termina funcionando apropiadamente como ese co-equiper en la línea Watson que estos relatos necesitan. Asimismo, los personajes secundarios están muy bien (cosa poco frecuente en el cine argentino, que no tiende a darle importancia a los papeles más chicos): por ahí pasan Natalia Lobo, Daniel Miglioranza y Diego Cremonesi, que acompañan con altura el relato, sin olvidarnos el papel fundamental que juega el personaje del gato Boris. Del mismo modo, los rubros técnicos se muestran sumamente sólidos: desde el sonido marcado/exagerado que tanto necesitan este tipo de películas, realizado por Germán Suracce; hasta la fotografía en blanco y negro de Alejandro Giuliani; pasando por la música de Luciano Onetti, que genera los climas de tensión, y la textura conseguida por la imagen gracias a Pablo Parés. Todo lo anteriormente mencionado se va complementando de forma fluida, decantando en un relato atrapante, que utiliza estereotipos y esquemas conocidos pero por vías realmente productivas y atractivas.