Una técnica riesgosa La guerra del fracking es el séptimo documental de la serie con la que Pino Solanas se propuso desde 2003, con Memoria del saqueo, abordar problemas medulares de la Argentina contemporánea. En este caso, la cuestión energética y, más precisamente, la extracción de petróleo y gas con la técnica conocida como fracking, que consiste en realizar perforaciones profundas para inyectar en la tierra agua con elementos químicos y lograr que emerjan los hidrocarburos. El propio Pino Solanas es el hilo conductor del documental, poniendo tanto el cuerpo como su voz en off. Y en ningún momento se priva de bajar línea: denuncia al fracking por contaminante y al Gobierno nacional y sus aliados provinciales por permitir su utilización en el país, con los riesgos que supuestamente conlleva. Al principio, la película resulta interesante: después de todo, es un tema del que se ha hablado mucho pero en el que se ha profundizado poco. Los problemas aparecen cuando empieza a notarse demasiado que se trata de una película forjada al calor de la campaña electoral. Al mismo tiempo que en pantalla aparecen banderas y militantes de Proyecto Sur, los argumentos de Solanas comienzan a ser endebles y sus palabras dejan de ser respaldadas por las imágenes y los testimonios.
Ser “adultescente” Un treintañero se separa y recobra su vida. Más que una comedia romántica, 20.000 besos es una película sobre la adultescencia, esa clasificación contemporánea que describe a aquellos treinta/cuarentañeros que mantienen usos y costumbres de la adolescencia. A grosso modo: andan en skate, calzan zapatillas All Star, usan auriculares gigantes y juegan a la Playstation, a la vez que son económicamente independientes. Y viven sus amoríos como colegiales. Uno de estos especímenes es Juan (Walter Cornás), que a partir de su separación recupera a su grupo de amigos de la secundaria. Además de algunas de las características de los adultescentes, todos comparten el código nerd de los que crecieron en los ‘80. Es decir: el recuerdo de videojuegos como el Wonderboy o el Punch-Out!, la devoción por películas como Volver al futuro o Star Wars, el amor por las historietas y los juegos de mesa. En este marco, plagado de citas y homenajes, vemos las peripecias románticas de Juan y su amigo fumón, Goldstein (Gastón Pauls), y el choque generacional que se produce cuando alguien de treintilargos trata de levantarse a alguien de veintipocos (pero que parece de doce). Con una estética de a ratos publicitaria y de a ratos inspirada en el cine indie estadounidense, la película tiene momentos simpáticos y tiernos, pero no consigue mantener un ritmo sostenido. Los diálogos se regodean demasiado en su pretendido ingenio, terminan siendo reiterativos y, a pesar de algunas líneas graciosas, se parecen mucho a esas charlas insustanciales que abundan en las FM líderes (el director, Sebastián De Caro, trabajó en la Metro). Las actuaciones son un punto a favor: en un elenco correcto, se destacan las apariciones de Eduardo Blanco y, sobre todo, del ascendente Alan Sabbagh, protagonista de los pasajes más divertidos en su rol del amigo-gordo-aparato-bueno-y-querible. También suman la música (del grupo Cosmo, de Pablo De Caro) y el final, digno de una buena comedia romántica.
Otra pareja despareja Cualquiera pensaría que la fórmula de la pareja despareja está agotada, pero se ve que algunos fabricantes de películas no están de acuerdo. De ahí que tengamos entre nosotros a estas Chicas armadas y peligrosas (curiosa adaptación al castellano del título original, The Heat, que en su acepción más común es “el calor”), dos policías que son el agua y el aceite, el yin y el yang, el día y la noche, y así sucesivamente. Una es prolija, obsesiva, ambiciosa, flaca, linda. La otra es desaliñada, bocasucia, violenta, gorda, fea. Gracias a la magia del guión, estos dos estereotipos terminan trabajando juntos en un difícil caso de narcotráfico. Parte de la industria del cine (en este caso, Hollywood) funciona así: primero se hacen películas en serie, llenas de lugares comunes, con personajes y giros dramáticos parecidos. Y después se hacen otras películas en serie, pero ahora cómicas, que son la parodia de las anteriores. Así, Chicas armadas y peligrosas trata de burlarse de las películas de policías. Pero además de los chistes, aquí también hay una trama policial. Que, por supuesto, también está escrita según un manual: el FBI vs. la policía local vs. la DEA; el momento en que a las buenas las apartan del caso; el malo termina siendo alguien inesperado que apareció de refilón en una o dos escenas... Tampoco falta el clip musical de momentos felices ni la parte en la que las protagonistas ensayan una desopilante coreografía. Todo esto en casi dos interminables horas. Si nos pusiéramos políticamente correctos, también podríamos señalar que quizá los apremios ilegales no sean algo tan divertido como la película sugiere. Pero bueno, ese desliz es compensado por dosis de feminismo explícito (incluso, por si a alguien le quedaban dudas, hay un comentario en contra de la misoginia). Si las dotes de Sandra Bullock para la actuación en general son más que dudosas, para la comedia son nulas. Por menos conocida, Melissa McCarthy merece un poco más de crédito: hay ráfagas, instantes, en que su gordita graciosa es efectiva. De todos modos, algo de esta pareja despareja atrajo al público: la película es un éxito de taquilla, al punto de que ya hay planes de una Chicas armadas y peligrosas 2 para 2015. La fábrica sigue en funcionamiento.
La crítica no fue publicada en la edición online.
Kung fu tarantinesco Si el cartelito del mismo productor de... (puede cambiarse la palabra por director, actor, sonidista, meritorio o lo que fuera) suele ser un truco publicitario que invariablemente conduce a la decepción, ¿qué queda para el Fulanito presenta... ? Engaño puro. Quizás El hombre con los puños de hierro sea la excepción que confirma la regla. Porque llega apadrinada nada menos que por Quentin Tarantino, y cumple con las expectativas que despierta semejante nombre. Toda una sorpresa: ¿qué podía esperarse de una película de kung fu dirigida y coprotagonizada por un rapero que hace su debut como director? RZA, el hombre en cuestión, compuso música para Kill Bill (también para Django sin cadenas) y en ese momento se tomó el trabajo de presenciar la filmación y observar al maestro. Después se juntó con Eli Roth, otro compinche de Tarantino -actuó en Bastardos sin gloria y en A prueba de muerte; además, dirigió y escribió Hostel y Hostel 2- y entre los dos le dieron forma de guión a la historia que había escrito RZA. “Tarantino -definió el señor de las siglas- es mi mentor, me enseñó cómo convertime en este cineasta que soy. Y Eli Roth es como un compañero de clase”. RZA aprendió bien la lección: hizo una disfrutable película de acción y aventuras con toques tarantinescos que homenajea a los viejos filmes de artes marciales. Situada en algún lugar selvático de la China del siglo XIX, cuenta los conflictos que se desatan cuando el Emperador le confía el cuidado de su oro al Clan León. Conflictos que se resuelven a patadas, navajazos, cuchillazos, disparos y hasta abanicazos: acá no falta imaginación para los modos de matar ni para las coreografías de las peleas. Hay algunos desmembramientos y la sangre corre a chorros, pero todo es apto para impresionables: los toques gore son tan exagerados que, antes que nada, dan gracia. Como actor, RZA es apenas correcto (su herrero tiene mucho del killer de Forest Whitaker en El camino del samurai en la que RZA, amigo de Jim Jarmusch, compuso la música). Los que sí sobresalen son Lucy Liu, una madama que la tiene clarísima, y Byron Mann, el malvado León plateado. Y, sobre todo, Russell Crowe en la piel de un lord inglés libertino y pendenciero: otra sorpresa agradable.
Enredos en el Caribe Cuántas veces unas vacaciones que supuestamente serían idílicas fueron el principio del fin de una pareja. Cuántas veces uno envidió a esa gente que logra el sueño de trabajar y vivir en una isla paradisíaca, sin recordar que uno carga consigo mismo y la vida puede volverse un infierno en cualquier lado. Cuán agobiante puede resultar una estadía en uno de esos all inclusive promocionados como la panacea. Estos eran tres puntos de partida interesantes para Sólo para dos, que muestra la crisis de una pareja que regentea un resort en la Isla Margarita. Pero no pidamos peras al olmo. La comedia toma otro rumbo: el de los enredos. Ya de por sí decir “comedia de enredos” suena antiguo, pero no habría que descalificar al género en sí mismo: quizá todavía sea posible hacer una comedia de enredos efectiva. No es el caso: los enredos de Sólo para dos son forzados y ya fueron vistos cientos de veces. Bien podríamos estar ante una de Porcel y Olmedo, o una de Francella y Ledo como Papá se volvió loco. Así, con un guión flojo, todo el peso recae en las actuaciones. Y, aunque es interesante ver por una vez a Martina Gusman liberada del agobio del conurbano traperense, sólo el español Antonio Garrido consigue salir más o menos airoso del desafío. Pero claro, a él le tocó lo mejor: ser una especie de Camilo Sesto trucho, seductor serial, y decir el mejor chiste: “¿Cuál es el peor enemigo de la pareja?” “¿La rutina?” “No, la sinceridad”. Otro buen momento es el rescate -con el recuerdo de unas escenas entre Jeanette Rodríguez y Carlos Mata- de la telenovela Cristal y su temazo emblemático, Mi vida eres tú, algo que ya había ocurrido en Miss Tacuarembó (pero no se puede exigir tanta originalidad: es una cualidad sobrevalorada). Los paisajes de la Isla Margarita hacen el asunto más llevadero, y seguramente con el mismo fin se incluyeron también vistosos paisajes humanos. Para la platea masculina, la colombiana María Nela Sinisterra, ex secretaria de Sofovich, que ensaya un par de topless de lo más artísticos. Para la platea femenina hay más: Nicolás Cabré, que pasa gran parte de la película libre de camisa (aunque nunca consigue librarse del latiguillo de los titubeos) y el español Santiago Millán, que corretea desnudo por ahí.
Se viene el zurdaje Un grupo de adolescentes resiste la invasión norcoreana a EE.UU. Es mucho más simpático estar del lado de los oprimidos que ser el opresor; queda más noble pertenecer a una valiente resistencia que a un ejército que aplasta todo a su paso. Quizás por eso, esta vez los yanquis son los débiles: invadidos por Corea del Norte, luchan por la libertad y la democracia -como siempre- pero ahora lo hacen en su propio territorio. “En Oriente Medio éramos los chicos buenos, los que trataban de imponer el orden. Ahora somos los malos, los que crean el caos”, resume, palabras más, palabras menos, Jed Eckert (Chris Hemsworth, conocido por Thor), el marine regresado de Irak que encabeza a los guerrilleros adolescentes encargados de enloquecer a los norcoreanos. Si el argumento suena viejo y disparatado para los tiempos que corren es porque Amenaza roja es una remake de una película de 1984 que aquí se llamó Los jóvenes defensores (el título original de ambas es Red Dawn, “Amanecer rojo”), y fue protagonizada por Patrick Swayze y Charlie Sheen. Los malos eran los soviéticos y los cubanos: el Muro de Berlín todavía existía y que la Guerra Fría terminara siendo caliente era una posibilidad. En los ‘80, la serie Amerika, con Kris Kristofferson, y unas cuantas películas planteaban el mismo escenario y, así, mantenían viva la paranoia anticomunista posterior a la Segunda Guerra. ¿Por qué ahora se decide rescatar una película así? Misterios de Hollywood. La decisión original era que los malos fueran chinos, pero para poder entrar en ese mercado, se decidió cambiarlos por norcoreanos (ayudados por rusos). Por la trama y los conflictos, se supone que se apunta a un público juvenil: ahí está, ametralladora en mano, Josh Hutcherson, uno de los protagonistas de la taquillera saga adolescente Los juegos del hambre, para confirmarlo. El problema en este sentido es que, acá, sólo podrán verla los mayores de 16. ¿Hace falta señalar que la película está plagada de lugares comunes, situaciones inverosímiles, chistes tontos, malvados malísimos y buenos buenísimos? A su favor tiene que, entre los tiros, las explosiones y las persecuciones, se hace bastante entretenida. Aunque quizás los adolescentes no opinen lo mismo: “Por fin: ¡¡¡sexo!!!”, gritó uno en una función de preestreno, tal vez aburrido de tanta pólvora y testosterona. Pero fue una falsa alarma: la situación amorosa queda interruptus prematuramente por un par de bombazos. La maldad norcoreana no tiene límites.
Vamos de paseo, en un auto lindo Desde el juego de palabras de su título, la mendocina Road July anuncia que se trata de una típica road movie (película de ruta), y que cumplirá la regla de oro del género: los personajes saldrán al camino -a la vida- y vivirán peripecias que cambiarán su forma de ver el mundo. En este caso, los protagonistas son Santiago y July (apócope de Julia): él es un ex tiro al aire que hace diez años tuvo una hija a la que ni siquiera conoció. Y ahora, por un capricho del guión, deberá llevar a la nena desde Mendoza hasta San Rafael en su antiguo y bonito Citroën 3CV. Las principales objeciones que se le pueden hacer a la película son, justamente, su excesivo apego al género y su falta de riesgos. Es demasiado clásica, demasiado correcta. Y, por esto mismo, termina siendo previsible. De todos modos, en algunos momentos se genera cierto clima que favorece a este viaje cinematográfico. Hay por lo menos tres factores que contribuyen en este sentido. En primer lugar, la química entre los protagonistas. Francisco Carrasco, un chileno radicado desde hace 15 años en Mendoza, es toda una revelación. Y está bastante bien acompañado por la pequeña Federica Cafferata, que pareciera ir soltándose a medida que transcurre la película. Otro protagonista rendidor es el paisaje que va atravesando el auto. Viñedos, montañas, ríos, cielos inmensos: todo embellece la historia. Mendoza está de moda: también es el escenario de Vino para robar y de Voyage Voyage, actualmente en cartel. En este caso, la película es made in Mendoza: contó con apoyo de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video, de la que egresó el director, Gaspar Gómez, mendocino al igual que gran parte del elenco y el equipo. La música es un elemento fundamental en las road movies . En esta, el ítem está aprobado con creces gracias a la banda de sonido compuesta especialmente por Maxi Amué, un cancionista reconocido en la escena mendocina. Así, un trayecto excesivamente lineal consigue ser agradable.
Santiago querido La curiosidad de un nieto por saber quién fue su abuelo se transforma en una road movie por la Argentina profunda, sobre una ruta salpicada por personajes queribles, al compás del bombo legüero y la guitarra. El protagonista de este documental en primera persona es Fernando Arnedo, que empieza investigando en Buenos Aires y decide viajar a Santiago del Estero tras los pasos de Mario Arnedo Gallo, un célebre compositor -padre de Diego Arnedo, bajista de Divididos- que no dejó grabaciones oficiales. En esa búsqueda personal termina (re)descubriendo todo un mundo: el planeta chacarera. Aunque es uno de los ritmos argentinos más populares, en Buenos Aires -como suele ocurrir con tantas artes de las provincias- es prácticamente ignorado. Para los neófitos, la mirada de Aire de chacarera es ideal: está narrada desde el punto de vista de un porteño que conoce algo del género y quiere profundizar. Así, a la par de que se va enterando anécdotas sobre su abuelo, va internándose en la chacarerología, mediante entrevistas tanto con próceres de bajo perfil como Vitillo Abalos o Elpidio Herrera, como con músicos desconocidos fuera de los límites de Santiago del Estero. Es una provincia que aportó cantidad y calidad de valores a la música popular argentina, pero poco explorada y promocionada. Por eso, ver imágenes de La Banda, Atamisqui, Salavina -donde se dice que nació la chacarera- e incluso Santiago capital, resulta casi tan curioso como contemplar paisajes de algún remoto país asiático. Lugares donde es un ritual juntarse a tocar y bailar, una costumbre olvidada en las grandes ciudades. En el retrato de esos bailes y festivales -como La Salamanca-, donde bailan desde chicos de primaria hasta los ancianos, está lo más potente de la película. La cuestión no termina de ser redonda porque la historia por momentos es confusa: hay datos que faltan y otros que parecen darse por sobreentendidos y que dejan al espectador afuera. A esto contribuyen las dificultades de sonido: el subtitulado ayudaría muchísimo, tanto en los testimonios como en las imágenes de archivo de Arnedo Gallo. Así y todo, la película logra un clima atractivo y contagioso: joyitas de Arnedo Gallo como La flor azul o Pelusitas de totora dan ganas de ponerse a tocar y a bailar.
Viaje al mundo narco Logrado filme de acción y suspenso, con Dwayne Johnson. Ver el afiche de El informante es sinónimo de arrugar la nariz: ahí está Dwayne Johnson, un ex luchador devenido actor de cine de acción/aventuras (El rey escorpión, Rápidos y Furiosos 5 y 6, G.I. Joe: La venganza), cuyo sobrenombre, The Rock (La Roca), podría responder a sus dotes actorales. Pues bien, esta vez el radar prejuicioso falla: el héroe es de piedra, pero El informante tiene algunos condimentos que hacen que se deje ver. Lo interesante de la película es su pátina social, gracias a la cual nos enteramos de algunos vericuetos asombrosos del sistema legal estadounidense. El narcotráfico es una ofensa federal con penas altísimas: según la cantidad de droga, un traficante sin antecedentes puede enfrentarse a, como mínimo, diez años de cárcel. Tal como explican los títulos finales, la condena promedio para alguien que es arrestado por primera vez es mayor que las condenas promedio por violación, abuso de menores u homicidio. Lo más perverso es que la única manera de ver reducida la condena es delatar a otros traficantes. Es decir, convertirse en un buchón. En esta situación se encuentra, ridículamente y de la noche a la mañana, el hijo adolescente del protagonista. Entonces John Matthews (Johnson) deberá decidir cuál es su límite moral y hasta qué punto pone en riesgo al resto de su familia, y a terceros, en pos de ayudar al chico en apuros. A partir de aquí sólo cabía esperar tiros, patadas y persecuciones, a la manera de, por ejemplo, Taken. Sobre todo si se tiene en cuenta que el director y coguionista del filme, Ric Roman Waugh, desarrolló la mayor parte de su carrera cinematográfica como doble de riesgo. Y sí, hay acción, pero también una trama de suspenso que la sostiene y justifica. Al final del camino están los cárteles mexicanos tan en boga en la actualidad, pero, de todos modos, el máximo villano es el Poder Judicial, encarnado en una fiscal ambiciosa (Susan Sarandon, que con su sola presencia compensa la escasa expresividad de Johnson), que quiere mostrar eficacia a cualquier precio. Y ése es uno de los detalles que diferencia a esta película de otras parecidas.