Clásica y moderna Una de las cuestiones compartidas con los lectores de Cinergia en el artículo de Walter Pulero, además de la temática de la película, es si los hombres verían (o, en un caso hipotético) leerían, eventualmente, un libro como Mujercitas; y es interesante tomar el guante y partir de dicho planteo para hablar de esta nueva adaptación. Por suerte por la época casi cercana al pleistoceno en que, por poner un ejemplo, saludarse con un beso entre hombres era considerado lo menos poco hombre que podía existir, y cualquier cercanía con cualquier aspecto de lo femenino era motivo de burla, realmente yo me preocupaba por ello bastante poco y, ávido lector como era, arrasaba con cualquier libro que hubiera en la biblioteca familiar, la colegial, o la de mi hermana, sin pensar en esas nimiedades dignas de lo más básico del ser humano que me hubieran impedido, además disfrutar grandes jornadas y larguísimos veranos de lectura. Así que pasaba de Salgari a Poe a Dickens a Asimov a García Márquez a L. M. Alcott sin ningún tipo de pudor intelectualoide o temor a ser juzgado duramente por el amplio interés respecto de las obras literarias. Un poco de eso me permite hoy en día poder ver con buenos ojos todo tipo de géneros respecto de producciones audiovisuales y encontrar en cada una de ellas elementos e ideas que se rescatan. Es con esos ojos (y con la memoria de la muy buena versión de 1994, cuyo recuerdo más fuerte es, al menos para mí, Winona Ryder en el papel de Jo) que me acerqué a ver Mujercitas (2019) de Greta Gerwig. Si bien es muy difícil arruinar una historia como la que el libro original cuenta, y si tuviera que pensar en una analogía proveniente de otras actividades menos elevadas, podría decir que hacerlo sería como chocar una Ferrari, claro que eso podría suceder; y sería una posibilidad si la directora no fuera Gerwig, que pone magia en todo lo que toca. Desde el elenco excelentemente elegido: pocas actrices pueden hacer cualquier papel, y no creo que hubiera sido posible una mejor tía March que Meryl Streep. Laura Dern es, tal vez, el papel menos logrado, o llamativo, de los femeninos, pero bueno, te bancamos Laura, por estos buenos tiempos, y por Jurassic Park. Las comparaciones nunca son buenas pero la novela adaptada varias veces a la pantalla grande, en propuestas y épocas diferentes, tuvo protagonistas de excelencia. Tomen nota porque les voy a nombrar actrices increíbles y se les va a caer la mandíbula: Además de la versión muda de 1917, contamos con la entrega de 1933 en que Katharine Hepburn cumple con el papel de Jo y Joan Bennett (en su última etapa como actriz compartió créditos con Humprey Bogart y Peter Ustinov en la comedia de Michael Curtiz No somos ángeles (1955), y muchas décadas después intervino en Suspiria de Darío Argento) como Amy; en 1949 Janet Leigh (Psicosis) es Meg, Elizabeth Taylor (entiendo que no necesita presentación), Amy, y Peter Lawford (Ocean’s Eleven, uno de los fieles miembros del famoso Rat Pack) participa en el rol de Laurie. Como mencioné arriba, en 1994 una nueva entrega permitió ver a Ryder, en esta ocasión junto a Gabriel Byrne, Kirsten Dunst, Susan Sarandon, Claire Danes, Christian Bale y finalmente a Eric “ex Marty McFly” Stoltz. Es posible ver cómo cada nueva adaptación contaba con la base de “elencazos”para contar la historia de las cuatro hermanas March. Hay extremo cuidado en la selección de la música, del vestuario, la ambientación y el elenco de este nuevo encuentro con las mujercitas versión 2019. Por ello debe ser que cuenta con seis nominaciones: Mejor película, Mejor actriz para Saoirse Ronan, Mejor actriz secundaria para Florence Pugh, Mejor banda sonora para Alexander Desplat, Mejor guion adaptado para Greta Gerwig y Mejor diseño de vestuario para Jacqueline Duran. Timothee Chalamet repite bajo la dirección de Gerwig, tal como Ronan hizo junto a él en Lady Bird, y es evidente la química entre ellos. Suele pasar que uno lamente, sobre todo como espectador, que algunas películas justo encuentren en competencia otros títulos excelentes y de muy buena factura, como los que estarán enfrentados en la competencia por los premios Oscars a la película que nos trae aquí hoy. Pero en fin, no se puede todo, y supongo (o me gusta creer) que ganará el mejor, o el que lo merezca, y no el viejo y conocido lobby.
Mar adentro La posesión de Mary (Mary, en el título original) es la primera gran decepción del año en materia de terror. Decepción considerando que en algún momento hayamos estado esperando realmente algo… que no es el caso. Porque Michael Goi, en su rol primordial de director, no alcanza (perdón por la alegoría obvia) a llevar a buen puerto a la nave en que la familia que componen como pareja Gary Oldman, Emily Mortimer y en que llevan a sus hijas a un futuro teóricamente mejor, viaja. Los sustos muy previsibles, la construcción floja, flojísima, de los personajes hacen que la película no genere la menor empatía con sus protagonistas y deje librado al azar la historia que se pretende contar. El objeto inanimado desde el cual la maldición proviene y se proyecta sobre los tripulantes de la nave no provoca mucho más miedo que el empujado por los efectos de sonido para lograr forzadamente lo que no se consigue de manera natural a través del guion. Una de las preguntas más fuertes que me nacen es por qué Gary Oldman aceptó protagonizar este horroroso film (y no horroroso por lo que se supone debería ser). La pregunta casi no tiene respuesta, más allá de la que se desprende por lo natural; un actor de la talla de Oldman ni siquiera debería figurar en la nómina del elenco de esta película menor, fallida, mal construida, oportunista y creo que se me terminan los adjetivos. Pobres del resto del elenco, Mortimer incluida, quienes tal vez, solamente tal vez, se merezcan algo mejor para su futuro profesional. Ojalá la suerte los acompañe. La verdad es que podría seguir argumentando mi apreciación pero creo que es más que claro que es una película por la que no vale para nada la pena pagar una entrada de cine y ojalá que Goi pueda en un futuro más o menos cercano pueda reinvindicarse, y esta película quede rápidamente en el olvido. La posesión de Mary es una película obvia, mal pensada y mal construida, con una pareja protagónica sumamente desperdiciada y una idea del terror que no llega a ser ni lo mínimo esperable.
El espacio como metáfora social Para ser justos y estar a tono con la película que nos trae aquí, voy a ir desgranando mis sensaciones al respecto yendo fuerte, al hueso. No se cuántos de quienes hablan hoy, a partir del estreno de Parasite (la película de Bong Joon-ho que viene ganando premio tras premio, festival tras festival, y que tiene seis nominaciones al Oscar) saben cómo se siente encontrase privado de cosas mínimas aunque sea de manera temporal, saberse necesitado y no poseer lo suficiente para hacer frente a alguna que otra cuestión básica sabe siquiera de cerca de qué se trata esa sensación. Dada la vehemencia con la que hablan de ello, pareciera otra cosa más que la que se ve en la realidad. La tan mentada agenda mediática no es solamente medios que evitan hablar de los problemas que nos atañen como sociedad, o instalar otros un poco idiotas, menores, de manera burda, para no hablar de las cuestiones necesarias; también es hacer uso y abuso de esos temas sensibles y de los que es necesario ocuparse, haciéndolo adrede de manera idiota, maniquea, cuando ya el agua servida no se puede contener más y arrastre las pocas pertenencias y llegue al cuello; entonces ahí sí, el tema de la semana llegará ocupándolo todo porque ya es irremediable, pero se va a contar adaptado para que pase y a la semana siguiente ya nadie lo recuerde, tomados por la indignación pasajera que luego se ocupará de darnos un nuevo objeto de preocupación tratado livianamente para que no podamos profundizar lo suficiente y gritemos nuestra opinión en la redes como energúmenos. Todo este preámbulo es necesario, según creo, para ayudar a entender la temática que la película aborda desde un ángulo de drama angustiante y comedia negra, con práctico equilibrio entre ambas. Alguna vez, un creador cuyo nombre y ocasión debo admitir no recordar pero se me quedó grabado en algún lugar de una memoria cada día más frágil (no todo es posible obtener a un clic de búsqueda de Google) dijo que la construcción de una obra artística deja, queriendo o sin quererlo, no nos engañemos, un mensaje para quienes serán espectadores de ella; para el autor, simplemente es una experiencia creativa a la que hay que dejar libre, mientras ve, a lo lejos, cómo se transforma a través de las sensaciones de quien se torna en un constructor sutil, un “dador” inesperado pero no tanto, a través de la percepción de su realidad y la de otros que lo realimentan, modificando lo que ve, dándole un toque final, cerrando el mensaje. Un mensaje que a veces se vuelve tranquilidad de conciencia. Y eso es lo que pasa con Parasite; es, justamente, un mensaje sencillo, una pintura certera, una demostración directa aunque tal vez un poco maleable, sin estridencias ni críticas demasiado marcadas sobre el deseo de obtener cosas, status, ser más, alimentado en varias tipos de formas de sociedad y modos de vida o de gobiernos diferentes, y la sensación de no poder alcanzar ese lugar en que la comodidad y la tranquilidad se acomodan en el sofá de tienda de diseño en el que las penas y el vacío se esconderán mientras se come lo mejor o se usa la última novedad tecnológica, desapegados del mundo real. Un mundo real cada vez más lejano, al que algunos a veces nos aferramos usando algunos pocos recuerdos que se escurren entre nuestros dedos como arena, mientras vemos como para algunos no significan nada. Ese mensaje ya no es del creador, ya no pertenece ni a él ni a nadie, aunque los galardones lluevan a su nombre; porque los retratados en la historia que cuenta, la de estos desposeídos que se miran en el espejo de los ricos a los que quieren parecerse (los extremos se tocan, de modo que, aunque ninguno de ellos lo sepa, se parecen bastante ya) es deglutida por la comodidad interpretativa y se sube a la agenda de “lo que hay que hablar”. Ya no es posible esconderlo. Es el mensaje que no está bueno que se sepa. Tomemos ese mensaje que no se puede ocultar y hagamos un engrudo que luego no sirva para unir nada. Que el status quo no se toque. Luego, bueno; si seguimos desarmando la estructura, podemos ver cómo el director coloca a sus personajes enfrentados de manera armónica, en una especie de ballet macabro que no muestra su horror hasta que no es necesario; es oportuno, inteligente, sabe cómo armar la idea. Tal vez, dada la tradición de la producción audiovisual surcoreana, Parasite resalte por la diferenciación en cierto armado de lo que se desea contar a través de las herramientas estilísticas, sin perder por ello de manera absoluta la identidad desde la que proviene. Y es como esos golpes de efecto que llegan en el momento justo y ponen ciertas cuestiones en el tapete, pero los dejan flotando a la deriva hasta que desaparecen. Hay que ver si esa era solamente la pretensión. Es necesario saber si calará más hondo en nosotros, si algo se modificará, si será algo más que premios o si simplemente certificará que aún soy (somos) entes naif; si dejaremos de masticar una idea sensible que rápidamente el monstruo del que formamos parte va convirtiendo ante nuestros ojos en una caricatura pasajera, o en una serie, o en una colección de pinturas cuya interpretación se puede adaptar a lo que el espectador necesite creer, (o sea necesario para quien desgrana dicha interpretación) tal como las pinturas de Da-Song, el niño caprichoso con el miedo latente a aquello que no se ve. Parasite es una película técnicamente correcta, con algunos puntos ingeniosos, drama y comedia negra en dosis balanceadas adecuadamente, que roza el gore emocional (y no tanto) si nos ponemos finos, y deja a disposición del monstruo dinámico social que retrata la digestión del mensaje.
Destino final En las misma línea, o al menos una bastante similar que Destino final, y también en la de las variadas películas del último tiempo que incluye la idea de aplicaciones telefónicas que predicen de algún u otro modo la hora del fallecimiento de quienes la poseen, va La hora de tu muerte. Tal cual explico, cada quien, seducido por la tentadora idea de adelantarse a los hechos y saber en qué momento exacto del tiempo dejará de existir, instala en su celular la aplicación que rápidamente se convierte en moda. La película de Justin Dec, en su primera producción para la pantalla grande, es lograda en algunos aspectos; tiene varios de los condimentos del terror de hoy, sumados, tal vez, a sustos bien trabajados y oportunos. De verdad que esperaba menos al inicio del film, o más bien, desde que vi el trailer. No fue una sorpresa reveladora pero tiene puntos de comedia bien utilizados, excelentes ideas para los personajes secundarios, y un transcurrir de los sucesos que derivan en el descubrimiento del por qué de la aplicación en cuestión se va llevando uno a uno a los usuarios cuya fecha de deceso es más cercana. Una buena sincronización en su desarrollo, bastante buen criterio en el elenco, entre quienes contamos a Elizabeth Lail, de muy buena performance en la temporada 1 de You. Peter Facinelli (de la saga Crepúsculo) y Jordan Calloway (Black Lightning), son las herramientas elegidas por Dec para contar la historia. Tal vez puedo criticar ligeramente algunos puntos sobre los efectos, pero nada relevante ni que haga perder el hilo de la narración o restarle puntos al susto oportuno, las que finalizan en un punto en que se conforma una buena película de miedos bien logrados y con posibilidades de (ATENCIÓN, ES ALGO CASI COMO UN SPOILER) al menos una película más. Tal vez el director y guionista aproveche la posibilidad y, tal vez de una manera ingeniosa como pudimos ver en Feliz día de tu muerte (en lo que a mí respecta dos entregas magníficas trabajadas sobre una idea pre-existente de la manera más maravillosa que es posible), genere una vuelta más de tuerca y logre darle más peso aún a una segunda parte de la historia de la aplicación mortal.
“La guerra destruye la vida de millones; hoy más que nunca necesito ir al mar para demostrar que sigue habiendo soñadores, románticos, visionarios.” -Vito Dumas ¡Qué hermosa musicalidad, qué oda tan maravillosa al deseo de aventura, que remite de manera casi directa a las grandes obras de la literatura (y tal vez a algunas menores, por qué no) sobre largos viajes en el mar, proezas increíbles, odiseas mágicas, y tantas otras increíbles narraciones sobre el hombre y sus posibilidades, que es este documental! No hay otra forma de describir lo que sentí al ver éste film de Rodolfo Petriz; por un momento, al escribir estas palabras, la sensación que me atravesó fue la que, (de haber sido una persona real, claro) vivió Joaquín Monegro hablando de las pinturas de su amigo Abel Sanchez, aquel que le da nombre a la famosa novela de Miguel de Unamuno. No encuentro manera alguna que no sea la que utilizo para describir los sentimientos que me produjo ver este maravilloso documental; las emociones a flor de piel de los diferentes referentes, conocedores y biógrafos del gran Vito Dumas, un hombre deseoso no solamente de trascender con su propio nombre, también de dejar en lo alto una idea, una demostración de la posibilidad individual de lograr hazañas impensadas en pos de su propia trascendencia, es verdad, pero también sobre una idea en común, de ejemplo de fortaleza para un logro colectivo (no confundir con individualismo, un concepto utilizado mecánicamente, sin ton ni son, y en muchas ocasiones de manera incorrecta). Es verdad que es posible pensarlo de este modo a la distancia; en la época en que Vito Dumas vivió, la idea del héroe inalcanzable era moneda corriente, pero, así también generaba fantasía en quienes seguían sus proezas, y muy probablemente ello fuera fogoneado de algún modo con objetivos menos loables que los del buen navegante solitario. En nombre de él, y tomando de manera libre sus palabras, su causa era la de los soñadores y aventureros, los románticos empedernidos que necesitaban siempre un poco más; era una época en que el mundo parecía todo aún por hacerse, a pesar de que ya casi todo estaba prácticamente construido de cara al futuro que al final heredamos. La utilización del doble recurso de la voz en off narrativa que le da indicación y guía a la película (acompañado de archivos de diferente tipo), tanto como de la recreación de la palabra de Dumas a través de sus propias declaraciones y memorias, resulta muy útil para llevar el relato sobre las circunstancias de sus viajes y su vida, incluyendo testimonios de sus descendientes. El marco del contexto histórico político también tiene su momento, dado que buena parte de ello atraviesa la historia de Dumas y es utilizado de manera prolijamente descriptiva a fin de ayudar a comprender los momentos finales de la vida y las circunstancias de descrédito y desprecio a los que el navegante solitario estuvo sometido. Lamentablemente la idea que prevaleció con los años al respecto de las posibilidades “diferentes” propias de los argentinos, de las condiciones de superación de los obstáculos más complejos, se han modificado de tal modo que no queda de aquello, más que, tristemente y en la mayoría de los casos, una pantomima plena de bravuconadas. El mundo es otro, es verdad, pero al fin y al cabo, y tomando la famosa frase de la más que conocida canción de John Lennon, a la vez que otorgándole otro sentido: “tal vez soy un soñador, pero no soy el único”. “La de Vito Dumas es una vida que merece ser contada. Es una historia que no sólo relata sus éxitos y fracasos, sino que también nos interpela acerca de que hacemos los argentinos con la memoria de nuestros compatriotas más destacados.” – Rodolfo Petriz
La crisis, la idea falsa de la notoriedad y el éxito (empujadas la mayoría de las veces por la presión externa que reclama triunfo), son algunos de los temas que aborda “La protagonista”, la película de Clara Picasso que se estrenó ayer. La personificación en carne y cuerpo de Rosario Varela, la actriz que interpreta a Paula, el personaje cuya historia nos trae aquí, refleja la idea de la presión (y la propia mirada) sobre el reconocimiento y el “deber ser”, un deber ser agobiante, agotador, un deber ser que siempre es para otro y no para satisfacer las necesidades propias. La revisión desde el planteo y el guion de la directora no podría ser mejor. Tiene momentos de incertidumbre, de desconcierto, de dudas que parecen no tener fin, en un camino casi desequilibrante, que hace que cada uno de nosotros, a la hora de procurar cumplir con estos requisitos sociales de éxito, termine tambaleándose en su propio miedo, y, a veces, cayendo a un vacío emocional infinito. Una de las preguntas más fuertes que nos hacemos es cuándo dejar de insistir en algo que, a todas luces, parece no funcionar. Tal vez en ello se nos esté yendo la vida y no lo sepamos. Si cada una de las personas que asiste a “La protagonista” puede ver el proceso por el que el personaje transita, y además de ello logra ver su propia realidad en estas circunstancias, será también un logro del film, trasmitiendo un mensaje que atraviesa la pantalla, aún cuando no haya sido la idea inicial. La puesta general es cuidada en función de la necesidad de mostrar al personaje y ese agobio del que parece no poder salir, y los planos que acercan al espectador a la protagonista, que la exponen a un punto en que no dejan nada que no se pueda saber en ese rostro que parece impávido pero es todo lo contrario, aunque guarde para sí misma, en su mirada, su propio miedo e inseguridad ante lo que vendrá. “La protagonista” es una película profunda desde su planteo, es íntima sin dejar de incorporar a quien observa y sentirse en reflejo de una mujer expuesta a las dudas y exigencias externas. Alguien que todos somos. O podemos ser.
Game Over Para los poco memoriosos (o tal vez los más jóvenes seguidores) Jumanji se basa en la película original (Joe Johnston, 1995) protagonizada por el gran Robin Williams, sobre el juego de mesa que cobra vida y lleva a quienes lo juegan a la selva, mientras resuelven los pasos a seguir para terminar la partida y volver a la vida real. Años más tarde, la idea fue renovar la narración, sumar una nueva página y convertirla en una franquicia estilo pop, reuniendo a actores con estilos diferentes (Jack Black, Dwayne “La roca” Johnson, Kevin Hart, Karen Gillian, Nick Jonas) para copar todas las posibilidades de público. En una vuelta de tuerca más, pasan tres años, los protagonistas ya están en la universidad, y vuelven a encontrarse en la cafetería que será uno de los puntos relevantes de la historia por cuestiones varias que, obviamente, no adelantaré aquí. La incorporación de Danny DeVito y Danny Glover suma algo fresco, sobre todo dada la talla de los mencionados. Y aquí nace la pregunta central, al menos en lo que a mí respecta: abrir esta nueva puerta ¿era necesario? Bueno, para los estudios claramente parecía una buena idea y la nueva entrega llega a los cines. En términos generales es una película correcta, entretenida, aún con algunas sorpresas, con secuencias emocionales integrantes de una parte que las engloba y le da una significación al final. Para un público infanto/juvenil (si es que aún ambas partes de un segmento etáreo coexisten) puede funcionar y tener algo de éxito en taquilla. Ahora sí, y esta es una absoluta sorpresa, porque no suelo utilizar la herramienta: Alto: ¡SPOILER MÁS O MENOS LIGERO! Lo que seguro no era necesario era dejar abierta una nueva puerta… ¡para otra película! Cuando uno cree que ya está más que bien y entiende que ha sido un cierre dentro de todo honorable, doblan la apuesta y prometen una secuela para completar una saga de tres películas. Parece que no se dan cuenta cuándo es necesario desenchufar el respirador. Es una pena porque hasta ahora las diferentes películas han rendido sus frutos y funcionan. Pero estamos en una época en que al público potencial, un público huraño y descreído de las sagas interminables, este tipo de cosas no le agradan demasiado. Es de esperar que, la pericia de años y años de resolver guiones y películas que pueden parecer a todas luces innecesarias ayude a no terminar definitivamente (y de la peor de las maneras) con Jumanji.
La metáfora más cruel de Brasil Bacurau, la película de Kleber Mendonca Filho y Juliano Dornelles, es una locura salvaje y por momentos confusa en la que un pueblo despojado de casi todo se enfrenta, por un lado, a una estructura política malvada, corrupta y violenta (y a su representante, por momentos casi una caricatura) y por el otro a un grupo misterioso de hombres (y mujeres armados encabezados por el personaje interpretado por Udo Kier. El tono gore se vuelve intenso, luego crítica social y política, también western distópico y luego comedia lisérgica, de manera alternativa (no necesariamente en ese orden) volviendo a iniciar el ciclo cada vez hasta el final. Esa confusión que sacude por momentos, en la montaña rusa de emociones tanto como de géneros superpuestos es la que hace que la claridad de lo que se narra se esfume y nuble la vista a la hora de la visualización, pero sin embargo rinde a la hora de la evaluación general de la película. El mensaje sobre el cuidado del medioambiente, de mayor interés en las noticias (y en los cuidados discursivos de ocasión de las celebridades) en estos días por las situaciones acaecidas en Australia, también tiene lugar en esta creación border que no olvida impresionar a quienes estén interesados en la propuesta estilística que la cabeza creativa ofrece e interpreta. Las alegorías rituales y la mirada “alegre” de la muerte es otro de los puntos que puede considerarse valiosas en la propuesta y decisión narrativa de los directores para con Bacurau y la mirada de la sociedad y la vida que ambos desean ofrecer al público, además de la exquisita participación de la excelente actriz Sonia Braga. En suma, Bacurau es una película que permite ideas y visiones tan mágicas como sangrientas de la realidad, con una especie de mensaje en una botella que se descubrirá al final. Que al fin y al cabo es lo que vemos diariamente en la vida cotidiana, detalles más o menos.
El regreso del fantasma cansado El aro: Capítulo final es, acaso, muy a pesar del director que ha llevado adelante la saga de películas originales, la segunda parte de la versión estadounidense y, claro, esta última entrega, una película casi olvidable, si no fuera por algunos de los planteos con los que invita a redescubrir (o entender, tal vez) la historia del personaje que desde la narrativa popular, luego desde la literatura hasta llegar a la pantalla grande, provocó sustos bastante importantes para generar miedo de interferencias en la televisión, las más odiadas luego de Poltergeist. La cuestión es que la idea de darle un cierre a la historia, utilizando convenientemente cierto humor y personajes torpes, por un lado, y luego otros emocionales y sufridos, no supo dar las pisadas adecuadas en la búsqueda de la ecuación: Narración-terror-personajes que la fábula que aborda la película podría entregar. Falla, también, en la búsqueda al incorporar situaciones y personajes que pueden atraer a las nuevas generaciones, en una vuelta de tuerca detrás de otra, capas que definen a una cebolla con pocas posibilidades de consumo sin traer aparejada una ligera indigestión. Creo que si, tal vez, el director hubiera generado menos presión sobre la forma narrativa y no provocara una especie de jenga desequilibrante de lo que buscaba contar, las opciones de la película hubieran podido ser diferentes, sobre todo en lo que tiene que ver con la definición y cierre de la historia de Sadako. Si bien la fallida estructura de El aro no va a ser una huella destructiva ni en la historia del cine de terror japonés ni una mancha en el expediente de Hideo Nakata, es una pena que la propuesta no lograse llegar tan lejos como podía llegar a ofrecer, según lo esperado. Para cerrar, puedo decir que El aro: Capítulo final es una entrega plena de buenas intenciones para darle un marco definitorio a una saga de terror que rindió sus frutos por un poco más de dos décadas pero a la que, es evidente, es necesario desconectarle el respirador. Como en muchas otras situaciones de la vida, las buenas intenciones no son suficientes.
El gran escape En tono de comedia, Nosotros tres, la película de José Alcala (con guion de Alcala y Agnés Caffin) toca de cerca la vida y los problemas de una pareja que ha convivido por años pero en realidad lleva lejos la disconformidad encubierta, sobre todo de parte de Simone (Catherine Frot) quien tiene una nueva relación con un amigo y vecino (Ettiene, encarnado por Bernard Le Coq) a la vez y gracias a quien, partir de el nuevo vínculo y según sus propias palabras, ha recuperado la tranquilidad y la libertad, tras años de frustración,. En paralelo, la otra parte de esta pareja, Gilbert (Daniel Autiel) toma contacto con su nieto a quien empieza a conocer, y por medio de quien retomará a su vez la relación con su hija y madre del niño, de quien se ha distanciado años atrás. Mientras tanto, comienza a tener con su (ex) un vínculo de a tres que puede funcionar… si todas las partes están de acuerdo, claro. Los tintes de comedia estilo francesa (que también podría pasar por italiana) generan un cierto atractivo y pueden lograr en el espectador acercamiento a las vicisitudes de las caracteres protagonistas de la historia que no parece tan lejana de las que podemos ver a diario, tal vez con un toque más melodramático en la realidad que nos toca. Si bien carece de sutilezas, los conflictos y los personajes tienen algo de carnadura realista aunque tal vez la ligera exageración pueda de alguna manera jugarle un poco en contra para un público que no se encuentre en el rango de edad que tenga mayor cercanía con los conflictos de los personajes y las historias retratadas. Nosotros tres es una película con un estilo de comedia ligero que puede generar empatía en un público que, dada su cercanía con la edad y conflictos de los personajes, pueda comprender sus vivencias y emociones.