La danza de las hormonas Los amores de Charlotte, la película canadiense con guion de Catherine Léger y dirección de Sophie Loren, puede ser una buena muestra en tono artística, más “estéticamente presentable” por estar registrada en B&N, pero no halla el tono divertido que pretende y persigue en gran parte de su duración y la teórica y pretendida frescura juvenil no aporta la candidez natural para una película que procura emocionar desde la inocencia y la ternura de la historia de estas tres amigas que están entrando a descubrir el mundo del amor, sus dolores… y luego solamente el mundo. En términos realizativos y de creatividad, tiene algunos puntos bastante más decentes que la media, y algunos toques de “magia simbólica”, pero creo que al final termina exagerando un poco esa idea que parece determinante a la hora de calificar una película que va llevando a sus personajes en una vía inexacta, y a la vez confusa y por momentos ligeramente tediosa, sin que la comedia sutil tenga real consistencia. Al menos puede servir a modo de ligera guía sobre el comportamiento adolescente y el modo posmoderno de construcción de vínculos para quienes transiten esa etapa…y eventualmente para sus padres también. Aunque imagino que la idea al platear la propuesta de la película no fue esa. A mi ver le falta emocionalidad más real, menos construcción ligeramente falta de sustancia (con intentos de épica buscada a través de la inclusos de fragmentos interpretativos de ópera) que aporte al universo de las protagonistas una idea más sostenible de la travesía que vivencian juntas. Los amores de Charlotte es un intento confuso e inexacto de comedia juvenil y humana que no termina nunca de cuajar del todo.
María y Daniel tienen más de 40 años, llevan 8 años casados y no han podido cumplir su sueño de ser padres. Han realizado los trámites de adopción y viajan a una ciudad del norte argentino, para continuar el proceso. Al llegar, la asistente social los acompaña para iniciar el período de vinculación, pero en ese encuentro, tan esperado y deseado, las cosas no suceden como lo soñaban. La asistente le sugiere a la pareja esperar en un hotel y continuar por la mañana. Durante esa larga noche, María y Daniel comparten sus dudas, miedos e ilusiones. Mientras, en la ciudad, bajo una lluvia incesante, todos se preparan para una evacuación inminente. Una pareja en una espera que está fuera de poder ser calificada como “dulce” mientras se encuentran en un hotel alejado. Las esperas inabarcables, inmensas, que de alguna manera tiñen todo pueden tener una inmensa cantidad de caracterizaciones y pueden ser y ocupar varios diferentes temas y situaciones a lo largo de la narrativa, y en este caso, especialmente, la audiovisual. Es en este punto en que el director y guionista Mariano González construye un relato en el que una pareja que roza los cuarenta (de ello puede desprenderse más que probablemente, de manera subyacente, una pequeña crisis individual tanto como compartida) desea con mucho ahínco adoptar un niño y poder así consolidar una familia. Elena Roger y Javier Drolas cumplen de manera creíble y sentida sus roles de estas dos personas que al fin y al cabo tienen miedos como cualquiera. La noche y la lluvia pueden hacer inmensos los intervalos emocionales de una pareja que de momentos parece rota, disociada de sí misma, de sus necesidades, pero que en realidad está sostenida por la búsqueda. Recientemente vimos “Los Adoptantes”, una película que tocó en clave de comedia (de manera bastante acertada, y con un tono justo dado el género y la temática que nos ocupa), de modo que es bueno esperar que una historia como la que aborda “Lejos de Pekín” siga siendo de interés y de alguna manera cree conciencia en el público y en una sociedad que, en ocasiones, no ve ciertas realidades a pesar de tenerlas en su propio rostro, como consecuencia, también, de la comunicación institucional. “Lejos de Pekin” es el último largometraje de la trilogía, que González inició con las películas “La Soledad” y “La Guayaba”, en donde el hilo narrativo es la problemática social de la mujeres en la provincia de Misiones, en el norte argentino.
Una nueva película post apocalíptica, y van… Debo admitir que en parte me entusiasmé al ver el primer avance de esta película cuyo guion y dirección pertenecen al Affleck menos conocido, pero no por ello menos relevante. Lo que podría dejar de ser así, al menos en términos de lo que la fama y el reconocimiento simplón suelen ser, si no hubiera pensado una película intimista sobre la humanidad y sus oscuridades en medio de un embrollo en el que él mismo se mete, contando la historia de un padre y su hija y las circunstancias que deben enfrentar en su camino en la búsqueda de un lugar seguro, que cambia todo el tiempo. Mientras tanto, como es la única mujer con vida (las demás, incluida su propia madre, quien vuelve en flashbacks explicativo-emocionales, fue aniquilada por un virus de rápida expansión) debe esconder el género al que la niña pertenece para no ponerla en peligro. Si bien tiene puntos altos, decae de tanto en tanto, con algunas situaciones inverosímiles (sí, a pesar de ser una película que crea un universo en el que las reglas son nuevas, a veces cuesta creerlas) y con algunos simbolismos más o menos bien logrados responde a algo de lo que ofrecía en primera instancia, perdiendo luego la línea de creación de la historia en lo que podría ser una película sensiblera y sin demasiada expansión creativa. La mixtura de géneros que Cassey Affleck utiliza puede ser una buena idea en general, pero hace agua cuando se quiere forzar ello animando un encuentro de dos estilos narrativos, dos miradas sobre un mundo difícil en el que estamos expuestos a cierta crueldad, cierto miedo, a la angustia y a la inseguridad del mañana. Y tal vez, también, de hoy. De todos modos, y a pesar de ciertas fallas en la estructura y la utilización de la emocionalidad para armar la narración, puede verse más o menos de manera aceptable y es menos hiriente en lo visual que otras películas que se presentan en un mismo tono.
El artista oculto ¿Qué es y qué no es arte? Acaso una de las preguntas más viejas del mundo. En principio, y según mi humilde opinión, toda demostración construida a partir de profundas emociones y que más allá de su forma estética revele las mismas, encuentra su espacio en esa definición. Esto es lo que puede verse en Lo intangible, la película documental de Matilde Michanie sobre un artista que tuvo un primer contacto con las mieles del éxito en un viaje curioso a estados Unidos y al regreso comienza su trabajo de pintura y posteriormente, de escultura con la utilización de elementos rudimentarios tomados de diversos lugares e, inclusive, de la basura. Los más terribles miedos y las representaciones alegóricas de la fe, los monstruos que al fin y al cabo somos nosotros mismos en una representación variable y deforme, todos ellos visualizados y llevados a la forma física por este artista que se negó de manera firme a dejarse llevar por las profundas oscuridades que puede llegar a tener el circuito de establecimiento del mercado de artistas, y cuyo (des)trato fue mutuo. Recluido en su casa museo, en su San Pedro natal, García Curten acompaña sus días como uno más, rodeado de su obra, una obra que no es posible trasladar dadas las condiciones de emplazamiento y exhibición, y sumado a ello muy complicada de cuidar, sometida como se muestra en el transcurso de la película, a los avatares del clima y su erosión. Hasta allí llega Marcos kramer, quien oficia como la voz que la directora necesita para guiar el relato. La forma, la visión entre apocalíptica y tenebrosa de sus creaciones recuerdan miedos profundos que aquejan al ser humano desde el principio de los tiempos, en las más tenebrosas pesadillas sobre el futuro y lo desconocido, sobre la naturaleza y las amenazas imposibles de vislumbrar en su totalidad. En suma, el recorrido intimista tanto como sencillo, en el espacio en que Fernando García Curten vive y se entrelaza, tal vez sin saberlo, con sus creaciones, es una muestra de otras formas de arte, menos “vendibles”, menos fácilmente digeribles para un público que necesita de la complacencia y de construcciones artísticas cuyo entendimiento no requiera mucha expansión analítica.
Preguntas sobre lo maternal ¿Es la santidad, el despojo, el camino para la mejora de las personas que han perdido todo, o mucho, de lo que las desconecta de la sociedad (una sociedad que no funciona del todo bien, por motivos diversos)? Esa es una de las preguntas más urgentes que me nacen y algo de lo que muestra Hogar, la ópera prima de ficción de la directora italiana Maura Delpero, enfrentando a través de dos de sus protagonistas, Luciana y Sor Paola, a dos mundos que tal vez tengan un punto de conexión irremediable. En tanto, encerradas y sometidas por necesidad, se encuentran estas jóvenes en convivencia brutal junto a sus hijos, abandonadas por sus parejas, rechazadas y estigmatizadas por un mundo brutal. El sistema parece una cárcel y el trato se le asemeja mucho. Castigo, sometimiento y nada de solución, escondida detrás de una cortina de teórica piedad. La historia nos muestra a mujeres que parecen perdidas, instruidas en la base ideológica a través de la cual la posesión de objetos y personas es lo que prima, amparadas después por la piedad teológica. Que como instrucción primaria pareciera estar bien pero como toda idea inicial que se perpetúa limitando a las otras, a cualquier otra herramienta que impida desarrollar ideas y estructuras de pensamiento en estas mujeres desbordadas de temores y angustias, termina siendo limitadora de crecimiento. El realismo de la narración funciona en función de mostrar cierta crudeza y la violencia a la que las protagonistas se ven sometidas desde afuera hacia adentro, una violencia que se propaga como ondas y de la que siempre se ponen parches que, torcidos, terminan por hacer la estructura endeble de posibilidades de las mujeres que, a falta de una mejor fuerza que las ayude a definirse por sí mismas, terminará, indefectiblemente, encerrándolas en su propia inhabilidad para construirse una vida mejor para sus hijos y para sí mismas, libres de cualquier dependencia real o ficticia. Inhabilidad forzada por intereses de personas que las someten para cubrir sus propias expectativas.
“Sigan a las ideas, no sigan a los hombres, fue y es siempre mi consejo a los jóvenes. Los hombres pasan o fracasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva la democracia”. Raúl Alfonsín Para quienes no tuvieron la posibilidad, dada su edad, de presenciar el recorrido y las situaciones históricas que narra el documental “Raúl: La democracia por dentro”, dirigido por Juan Baldana junto a Christian Rémoli, y producido por Martín Waisman y el propio Rémoli, esta es una excelente posibilidad de acceder a material que traza el contexto en que la figura de Alfonsín va forjando sus ideas hasta el momento en que llega a la presidencia. Repasemos la historia: saliendo de una atroz dictadura, la UCR gana las elecciones y el momento no podía ser más complejo. Inflación, falta de trabajo, conmoción política, y quienes habían tenido el poder aún al mando de tropas, además de una sociedad que exigía respuestas, y no quería ni aceptaba más ningún tipo de violencia. La maquinaria de vaciar de contenido ideológico fuerte a las figuras políticas, de someterlas a una validación liviana, es una práctica que se hizo común, y ha sido aceptada por todos en lo que respecta a los próceres de la gesta por la independencia, y ha comenzado a aplicarse en las grandes personalidades políticas del siglo XX. Raúl Alfonsín no escapa a ello, ya que además de “presidente honesto”, fue uno de los dirigentes más importantes y con mayor certeza y conocimiento de la política y las necesidades a la hora de tomar decisiones. Una de las virtudes de este documental es que no es ideológicamente tendencioso: deja que, con el correr de los testimonios, la narración hable por sí sola de un hombre, un dirigente (de alguna manera también un visionario), pero sobre todo de un político con una perspectiva real de trazado de herramientas constructivas con miras al futuro, inclusive en los casos en que quienes expresan su opinión pueden ser figuras repulsivas o al menos difíciles de aceptar sin, al menos, una sensación incómoda. La historia, sin embargo, no sabe de incomodidades y se cuenta mejor con la apreciación de los hechos, con un archivo que acompañe sin romantizarlos, aunque si remarcando la emotividad del personaje protagonista y su desempeño y decisiones frente a ellos. Un personaje que tuvo un lugar único en nuestra historia social y política, por ser un momento “bisagra”, dada la situación general y las necesidades (y posibilidades) que el futuro podía llegar a ofrecer. Según la opinión de uno de sus directores, Christian Rémoli, la reivindicación a Alfonsín, luego de años en que desde los más diversos espacios ideológicos hubiera sido ninguneado, insultado, o ambos, tiene más que ver con “la reivindicación de quienes lo ensalzan más que con el reconocimiento a la figura del fallecido ex presidente”. Claramente, cada quien puede tener su opinión, pero además del desprendimiento de lo narrado por la película, pueden verse en su duración (152 minutos) blanco sobre negro, en los testimonios y grabaciones de alto contenido histórico, un acto realizado por Alfonsín en La Plata en 1972, y las declaraciones de José Ignacio Rucci “definiendo” ideológicamente al que algunos años después sería Presidente. La revisión histórica es importante, y conocer hechos y situaciones del pasado más o menos reciente pueden contribuir a ver todo el mapa del tejido que ha llevado a nuestro país, a nuestra sociedad, a través de las últimas décadas, a ser lo que es hoy, para bien o para mal.
Los miedos más primitivos, los que tienen que ver con lo espectral, con el temor a los fenómenos físicos, a los astros o a las criaturas relacionadas con lo divino y la creación son, a la vez, los más pesados y los que durante mucho más tiempo se han sostenido entre nosotros. Algo de ello trae “Golem: la leyenda”, una película que toma un mito antiguo y despliega todo lo que sobre él se puede saber y entender, creando una historia con un clima magnífico, ayudado por una muy buena fotografía. Una de las opciones más directas y concretas de transitar el miedo en la narración audiovisual hoy es retroceder y volver a buscar en los inicios; el miedo primario, los sustos más efectivos, las historias más sencillas y a la vez mejor resueltas. En el último tiempo, algunas películas se han vuelto tan rebuscadas que han malogrado la oportunidad de una segunda película con resultados similares a su primer paso en el camino más complejo del séptimo arte: el horror. Si, casi como el coronel Kurtz quiero decir el horror, el horror, cuando veo algunas cosas que se hacen en nombre del género. Yoav y Doron Paz y realmente logran sostener en “Golem” el buen trabajo realizado anteriormente en “Jeruzalem” (2015), una muestra gratis del apocalipsis, protagonizada por Yael Grobglas. Todo está bien en estos 94 minutos, en que una mujer que desafía su rol (el de ser madre) en el contexto de una aldea israelí del siglo XVII, ubicada en territorio lituano, incursiona en el conocimiento de la kaballah, herramienta que por su género le están vedadas. Movilizada por la pérdida trágica de su hijo, desafía la imposición de ser madre nuevamente a partir de su accionar. Como la leyenda indica, ponerse en el lugar de Dios tiene consecuencias, y eso no pasa por alto en esta película con guión de Ariel Cohen y fotografía de Rotem Yaron. Un trabajo digno en términos de la estructura de una idea de horror místico-dramático en base a un buen guion y muy buen trabajo de la imagen y el ritmo.
Una nueva generación Los ángeles de Charlie es una película que realmente no puedo definir. Porque Elizabeth Banks es una muy buena directora, productora y actriz, y ha llevado hasta el momento una carrera que se podía definir como intachable, considerando el éxito en las producciones en que ha participado en los diferentes roles. Uno de los casos es la comedia Pitch perfect, la trilogía de películas en las que tuvo participación con un pequeño personaje en la primera parte, repitiendo el papel en la segunda entrega a la par que producía y dirigía la misma, solamente produciendo el capítulo final. Las cuestiones son las siguientes: el guion es flojo en prácticamente toda su construcción; los personajes no cuajan, se sienten irreales y poco solventes en su peso; las protagonistas se sienten desapegadas, como si el vínculo no tuviera la carnadura necesaria para un trío que debe ser la fuerza más importante en la pantalla. Pero es así, y aquí nace un nuevo problema. El casting es ciertamente fallido, no cumple lo mínimo requerido para mostrar la química necesaria en el desarrollo de la historia. La edición es desordenada, pero hace lo que puede con una serie de escenas filmadas muy poco prácticamente, secuencias de acción mal diseñadas y eso lleva indefectiblemente a lo que apunto. Son, entonces, estas tres patas de la película las que colaboran para que la entrega final de esta primera intención de establecer un nuevo trío para una saga que bien podría ser prometedora. Pero tristemente Banks no se tomó las posibilidades para ese establecimiento en serio y dinamitó sus posibilidades de ocupar un espacio fuerte como directora, aún con una serie de películas de entretenimiento liviano. ¿Es necesario un estudio tan profundo de este tipo de películas? En realidad lo que sí es relevante es pensar cuál es realmente el problema del fallido estreno y la respuesta débil del público. Tal vez la comparativa con el elenco de las películas anteriores tanto como el de la serie original es demasiado fuerte y eso deriva en el fracaso… aunque al menos en el inicio del metraje les rinde un “homenaje”. Y repite esto copiando a imagen y semejanza un villano con los mismos modos, herramientas y miradas que tuvo en la saga anterior Crispin Glover, a mi ver, un gran actor que ha obtenido poca validación. En suma, es de esperar que Banks piense bien antes de establecer las pautas de su próximo proyecto; ojalá que le vaya bien, porque se lo merece. Y no es porque yo ejercite la reafirmación masculina de sus capacidades de la querida Elizabeth. Ella puede hacerlo sin mí: talento le sobra.
Verano eterno Frankie es una muestra de algunas cosas que no es necesario o no son tan convenientes en el cine: crear un universo en el que algunas de las reglas se hayan visto pero sean tan poco sutiles en su reutilización, y en el medio de ello la asistencia se vea entre abrumada y aturdida por el melodrama que pretende generar simpatía sin lograrlo, que es casi lo peor que puede pasar para quien entra a una sala de cine a ver una película con un gran elenco, pensando que puede ser una idea satisfactoria. Es mi humilde opinión, claro, pero Isabelle Huppert no para de hacer una película tras otra en las que no promete nada, y sin embargo, defrauda. No puedo entender la lógica a la hora de elegir sus guiones, siendo la máxima expresión de ello Blanche comme neige (Blanca como la nieve) una película que podría tranquilamente pasar por una porno soft y ser exhibida en las funciones “para oficinistas” de las salas de la calle Lavalle de los 80s. Ira Sachs, director de, entre otras películas, El amor es extraño (Love is strange, 2014) y Verano en Brooklyn (Little men, 2016), hace todo para construir con gracia, junto a Mauricio Zacharias, la historia de este melodrama sobre una exitosa actriz que reúne a su familia y seres queridos más cercanos con una motivación especial, y en paralelo, lograr modificar las vidas de algunos de ellos, y por desgracia lo hace mal. Claro, es muy probable que la armonía narrativa, las emociones mal fingidas y las circunstancias de bache que aburren más de lo que es posible hayan sido planificadas de ese modo. Y eso es lo más terrible. Ni que hablar de un elenco secundario (Brendan Gleeson, Marisa Tomei, Greg Kinnear, Jérémie Rénier) con muchas posibilidades, desaprovechado en su totalidad. En definitiva, para no hacer más larga mi expresión de la opinión general sobre la película que nos trae aquí, (tan larga como la película se vuelve) si tienen, como hay hoy en día, algo mejor que ver, ni lo intenten. Es tiempo que no se recupera. Frankie es una película fallida, intento de copia de otras fórmulas que tienen mejor finalización, con una muy buena actriz que no acierta en el último tiempo en la elección de los papeles que encarna.
Ahora es tarde: están tocando a mi puerta Guillaume Senez, director de Keeper (9 meses, de 2015) trae ¿Dónde está ella?, película en la que nos muestra que la construcción de los vínculos y a la vez, la lucha y las situaciones cotidianas en la vida referentes al trabajo y las condiciones de vida son temáticas que deberían preocuparnos a todos. ¿Cuánta gente entrega tiempo y espacio con sus seres queridos para proteger a los otros y sus derechos? No siempre sucede, al menos no de forma completa, que podamos identificarnos con los personajes que es posible ver en la pantalla como en esta oportunidad se presenta. Protagonizada por Romain Duris (A quien se pudo ver en Fleuve noir, conocida en Argentina como Sin dejar huellas, de 2015) es una película sobre las cuestiones que diariamente tenemos que enfrentar en los más diversos ámbitos y, de alguna manera, una pequeña muestra de lo injustas que son algunas situaciones (y algunas personas) que creen que siempre hay algo más importante que quienes las rodean y lo que les sucede. Son dramas tan íntimos, tan personales y dolorosos, que te conmueven hasta la médula. Si bien hablamos de cine, no deja de ser un arte y como tal, humano, y las cuestiones humanas no están exentas de ser tratadas aquí. Una buena idea sería dejar de pensar que las situaciones que están enmarcadas y por ello además, íntimamente relacionadas con las necesidades y los contextos en que la persona humana vive y se desarrolla en una sociedad compleja como la actual, en la que nadie parece estar preparado para cumplir con las exigencias que se imponen, no son temáticas de las cuales ocuparnos. Y a ello sumado que se confunden cuestiones “de organización política” y “estructura” con cuestiones de pura lógica de funcionamiento y coordinación social en que todos (podríamos) tener algo de dignidad. Porque al fin el poder y la aspiración de su obtención arrasa con el verdadero fin, que es poder resolver estas cuestiones humanas de las que hablamos, en un mundo que debiera (en el que sería bueno) pagar menos con nuestra salud mental y física el cheque carísimo de sobrevivir y demostrar éxito, pavoneándonos en la virtualidad. Porque al fin lo que ¿Dónde está ella? examina es la cultura del descarte del ser humano que siente que la exigencia personal es una de las pautas del ser y existir de manera plena. Y es algo de lo que no tomamos total conciencia hasta que no nos toca. Y tal como decía aquel poema de Bretch, entre tenebroso por la pavura que genera como conmovedor a la vez, que finalizaba así: “Ahora es tarde; están tocando a mi puerta”, nadie está librado de ser la siguiente persona en pagar las cuentas, como en una lotería violenta. ¿Dónde está ella? es una muestra visual de la lotería violenta en la que siempre pagamos con nuestra salud mental y/o física el costo de un mundo prácticamente incomprensible.