Secretos de familia Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el clóset, la película de Nicolás Teté, narra en clave de extraña comedia la historia de Manuel, interpretado por Facundo Gambandé, quien debe lidiar como puede con una familia cuyas cabezas tildan de intolerable molestia social la homosexualidad. Eso nada más para arrancar, en un torrente de situaciones que rozan lo intolerable. Una vez que decide volver a su pueblo natal para enfrentar a sus padres y darles la noticia de que viajará para encontrarse con su novio, no solo vemos en carne viva los valores y costumbres de su familia a partir de viejos mandatos, sino además cómo sus planes se complican y cambia su realidad. La producción tiene buenos momentos y si la necesidad o el interés de la película fuera el de ocupar un espacio super comercial, lo lograría, tal vez, sin despeinarse. Y es que el tono que utiliza oscila entre cierto “naturalismo” actoral en el elenco y una especie de juego de videoclip que bien podría ser parte de un thriller prometedor. Sin embargo, el clímax desequilibrante se siente vibrando eventual en el transcurso de la duración del film, que parece no suceder nunca. Si la histeria de un padre que sabe vivir de las apariencias (y hasta es posible ver que lo disfruta) y una madre que se entiende sumisa en una felicidad proto fingida, en un accionar cuasi adolescente son lo formadores de los niños y adolescentes que el patriarca desea prodigios, es realmente cruel lo que puede esperarles en su crecimiento y desarrollo. Se espera el éxtasis, que se sienta real, que mueva (de forma sencilla o amenazante) la realidad de los personajes. Tal vez sea mi error, que no alcancé a empatizar del todo con Manuel y su familia. O porque sentí que le calzaría mejor otro género cinematográfico. Por suerte para todos, es el director el que elige, y no yo. Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el clóset es una película que se deja ver y tal vez estos elementos con los que la describo (y la misma historia es) puedan hacer más tolerable la vida para los “Manuel”, que poseen carnadura real en el mundo que hoy nos cobija ( y en este contexto es una manera de decir).
Catherine Deneuve, Juliette Binoche y Ethan Hawke La máscara del ego puede esconder una pátina suave (o no tanto) de inseguridad y eso es lo que le sucede, y se ve en las expresiones que llevan al personaje de Catherine Deneuve (Fabienne Dangeville), a mostrarse dura en La verdad, cuando en realidad su destello de estrella no es más que luminosidad inmanente. Respecto de las cuestiones técnicas primarias parece que uno se repitiera cada vez en el desmenuzamiento de la mirada y presentación estética, pero siempre es bueno e interesante hacer un punto de mención con la cuidadosa fotografía. El vínculo entre madre e hija parece estar basado en una disociación de las acciones y emociones que habitan ambas. Sumemos a eso que el círculo, las parejas de Fabienne y Lumir (Juliette Binoche), son apenas satélites del conflicto inicial y de quienes lo protagonizan. De alguna manera eso ayuda a resaltar las muestras de diferencia en el ser, los reproches que sobrevuelan los encuentros (que tienen la poesía que Fabienne pide para los guiones) y las conexiones con las figuras simbólicas de miedo de la infancia tejen una red de contacto generacional y transmisión de la comprensión entre cada una de las partes. La verdad, la nueva película de Hirokazu Koreeda, es una excelente opción para ver en esta posibilidad de regreso al cine como se debe vivir, en las salas, y es, sobre todo, narración sobre la familia y los vínculos que deja sentadas las bases para el lucimiento de un muy buen elenco.
Viaje al pasado con una mirada moderna En una época como la que vivimos en la que la histeria colectiva ha dado un nuevo paso en la escala evolutiva fusionándose casi perfectamente con la cacería de brujas en una simbiosis brutal tanto como estúpida, desparramando desde los diversos poderes (sobre todo los que cargan con una abultada inoperancia) la idiotez del enemigo que no se ve o se desconoce, Akelarre es como una muestra gratis de lo que se vivía en la Europa del siglo XVII y se trasladó a la época moderna en forma de lo que firmemente está bien o mal, según quién lo señale. Y es que ciertos discursos se vuelven más peligrosos cuando viajan de la paranoia a la zoncera oficial sin límites, poniendo en riesgo la poca cordura que le queda a la humanidad. Porque, seamos justos, venimos hace rato funcionando con el olor de la nafta, esperando llegar pronto a la siguiente estación de servicio. La revisión que el director Pablo Agüero hace en Akelarre de los tópicos que menciono, además de hacer hincapié en la mirada del erotismo como algo oculto y peligroso (para quienes no pueden controlar sus impulsos), prefiere poner la culpa en quien “desencadena” y toma acciones desbordadas en las diferentes cuestiones de la vida social y política: “la culpa es de quien me provocó” “Yo me equivoqué pero mi intención es buena, el otro lo hizo peor”. (Alerta spoiler a medias) El final de la película es místico pero no por cuestiones de irrealidad mágica: los sucesos son los que se imponen por la locura del perseguidor. La estética buscada (y lograda) por Agüero es acorde y lleva al espectador a un recorrido que se siente como presencial. Un plus aparte para el trabajo sonoro, uno de los puntos que explica los premios obtenidos en España en esta muy buena coproducción argento-española- “netflixera”. La producción cambiando el ángulo de mirada, enfocando en las reacciones de las jóvenes con las que podrían ser unas adolescentes alocadas del hoy, acusadas falsamente por la ceguera y la obsesión enferma de un inquisidor pero en un contexto en que cualquier muestra de naturalidad era una amenaza. La película, rodada con actrices de la zona elegida como locación, y hablada en el dialecto local (Euskera) absorbe de alguna manera el empuje de energía y de lucha que flota allí, ante la “chatura” que deseaba imponer la inquisición de la mano de Pierre de Lancer, quien inició por entonces la caza de brujas más bestial de la época. Akelarre es una muy buena muestra de cine con excelente utilización de las herramientas técnicas a favor del relato.
Filmado en 2019 en la Provincia de Santa Cruz, en las localidades de Los Antiguos y Perito Moreno, y en el Parque Nacional Patagonia, la Meseta del Lago Buenos Aires y el Sitio Arqueológico Cueva de las Manos, Río Pinturas; éste documental retrata la situación del ‘Parque Patagonia’ proyectado por filántropos internacionales alrededor de la Meseta del Lago Buenos Aires (Provincia de Santa Cruz)– y también la situación de los productores tradicionales de la zona, que serían desplazados por la iniciativa.
La sociedad de consumo y las mayores posibilidades de acceso a bienes y servicios, sumados a varios derechos para los trabajadores de nuestro país, dieron origen a nuevos estamentos sociales, y allí es que toma fuerza la tan mentada clase media. Pero la idea no es aburrir con una clase sobre sociedad, consumo y economía. Luego hay toda una especie de culpa que remeda el golpe de pecho judeo cristiano en la que nadie es responsable de nada y a la clase media que engloba(ba) una porción importante de la población (una clase que, como tal, y en virtud de su definición original, localmente ya no existe hace mucho tiempo) se transforma en un espacio virtual al que nadie pertenece, como una mancha en el expediente.
Un documental sentido y emotivo Ala hora de ver Abuelas, el documental de Cristian Arriaga, recordé algo que suelo pensar respecto de los documentales relacionados con momentos históricos, aún más en lo referido a temas tan pesados y dolorosos como la dictadura y los desaparecidos, y es que suelen ser complejos de abordar. Un inicio pleno de símbolos simples pero punzantes y efectivos, acompañados de una voz en off en plan tanto emocional como didáctico, plantea de ese modo establecer el contexto en que Abuelas de Plaza de Mayo se constituyó como asociación. Los diversos testimonios de muchas de las integrantes de la agrupación (llamativamente, y muchas de ellas lo remarcan, se ven más jóvenes de lo que son en realidad; algo del deseo de vivir que anida en ellas, tal vez) hacen hincapié, en un principio, en la historia de cada una de estas mujeres, logrando un acercamiento desde un lugar fuerte, que implica hacer historia sobre las raíces, y amplía la idea y la congoja de lo que pudo ser y no fue, que también significó una ruptura en la construcción de un país a partir de quienes lo construyen. Los testimonios respecto de los propios orígenes y la identidad (con todo lo que ello implica) generan ternura y emoción por la simpleza del recuerdo de un tiempo que nunca se olvida, en boca de Estela de Carlotto, Delia Giovanola, Sonia Torres, Ledda Barrreiro, Rosa Roisinblit, Ángela Barili, Aída Kancepolsky, Berta Schubaroff, Buscarita Roa y Emilce Flores. La calidez de la narración hace cercanas a cada una de las abuelas al espectador. Imposible no sentir. Estela es casi la única que se anima a decir que la persecución política comienza durante el gobierno de Isabel. Abuelas es, en definitiva, un documental sentido y emotivo respecto de historias que pueden ser comunes a muchos de nosotros. Todo está allí, al alcance de la mano. Y del corazón.
Una muestra de la fuerza de la acción Hay, en cada país y en algunas partes del mundo, realidades crueles relacionadas al contexto social y económico particular, pero que por suerte (y por voluntad también de quienes toman fuerza y deciden modificar ciertas cuestiones), se trastocan para bien. Esto es lo que es posible ver en Hermanas de los árboles, el documental dirigido por Camila Menéndez y Lucas Peñafort que tuvo su paso y fue premiado por diferentes festivales. En la sociedad india (atada a la miseria extrema, por un lado, y a ciertas cuestiones ancladas en lo cultural, por el otro), nadie da puntada sin hilo y es claro que como cuestión relacionada con la necesidad de supervivencia en un modo y sistema económico en que solamente el hombre puede ser sostén y herramienta válida como unidad de fuerza de trabajo, eso que menciono se ha empujado para que haga carne en el pensar y accionar. Ojo con lo que subrepticiamente se desea imponer; luego la lucha para desterrarlo es ardua. En un pequeño pueblo, en la localidad de Piplantri, un grupo de mujeres pudo (como adelantaba más arriba) mover y modificar esta realidad, acción acompañada de un fuerte mensaje simbólico, que luego se expandió a muchos otros pueblos de la región: la plantación de 111 árboles, relacionados con la cantidad de vidas de niñas salvadas de la muerte. A veces las distancias, que no son solamente geográficas sino también culturales, hacen más complejo comprender cuestiones tan fuertes y lejanas para el modo de vida al que estamos acostumbrados en estas latitudes, pero importante es no olvidar que las desigualdades se dan de diversos modos y con estructuras que por menos brutales no tienen, dado ello, menos peso en las vidas de las integrantes de una sociedad, tomando el caso que nos ocupa. La búsqueda del documental, desde ya, no es solamente estética sino comunicativa, pero cada espacio de construcción de acercamiento a la intimidad de estas mujeres que procuran torcer fuertemente una realidad avasalladora desde lo cultural es efectivo resaltando lo que no parece poder verse con tanta claridad. Y sin dudas cada paso es fuerte y es efectivo en ese camino. Consideración: Hermanas de los árboles es un fuerte documental, una muestra de la fuerza de la acción, que no es nada más simbólica.
Una pintura de la realidad Los imperativos en los discursos “Lo que hay que hacer”, “Lo que tienen que saber” y similares suelen enfrentarse a la realidad del día a día a las desigualdades contra las que supuestamente luchan y a la que en teoría combaten, desinflándose como un globo de pésima calidad, como una mentira burda. Ello, sobre todo, cuando se construyen estas aseveraciones como verdades inequívocas, englobando muchas cuestiones encontradas, cuando claramente una sola de ellas puede ser la real. En esta idea sienta sus bases Planta permanente, la película de Ezequiel Radusky que grafica las bajezas y acomodos que los encargados políticos de las instituciones públicas utilizan tanto como fuerza de presión como As en la manga para congraciarse con las jefaturas (y devolver favores). Escoba nueva barre bien, reza el dicho, pero en el juego de las idas y vueltas lo que vale es la necesidad de la gente, enfrentada a las miserias y el exprimido de los recursos y el esfuerzo de la sangre de quienes ponen el cuerpo mientras el ninguneo se replica tal como sucede en el ámbito privado, con contratos basura que no le gustan a nadie pero cuya implementación jamás dejó de ser efectiva desde la década neoliberal por excelencia. La película, interpretada por Liliana Juaréz como Lili y la recientemente fallecida Rosario Bléfari como Marcela, crea un universo a partir del vínculo de estas amigas que siembran las bases de un espacio casi en clave familiar en el espacio en que trabajan, pero que es desarmado en lo efectivo y en lo emocional por la nueva jefa, Verónica Perrotta, a la que lo único que le preocupa es que “no pase nada en su gestión”. En definitiva, una excelente pintura de realidad a cargo de Radusky, que sabe llevar la narración de manera adecuada en lo técnico y lo emocional.
Dos amigas transcurren los días mientras esperan el viaje de una de ellas. El marco de ruptura entre escena y escena es el sonido de la vida. El tiempo pasa muy rápido, dice una de las protagonistas, y la cuenta de los días ha pasado y el momento de partir llega. Ese sentimiento mágico del lugar que se deja y del espacio nuevo que está por venir. Hay algo de romántico emocional del sitio al que se pertenece y la congoja poética de lo que ya no va a ser, de los lugares que ya no se visitarán, y del reemplazo de los nuevos.
Vida y obra de Francisco Piria, creador de Piriápolis “Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. ¿Alguna vez soñaron con llegar a un nuevo lugar y cambiarlo todo? ¿Con llenar de ideas y la forma de un nuevo paisaje plasmado con todo lo que su imaginación pudiera ofrecer? Eso parece ser lo que tenía en la mente Francisco Piria y es lo que fue llevando de cara a la construcción del futuro. Y así lo narra su director, Sebastián Martínez en su documental El mundo entero, del que hablaremos en esta reseña. Una herramienta compleja para un documentalista es construir poesía y un relato atractivo en su película. Con los imágenes de archivo, intercaladas por la voz en off que acompaña el nexo que hila cada segmento en los que el mito se convierte en realidad histórica a través de la voz de los testimonios de quienes se suman a contar la historia de Piria. Un visionario, un soñador, un idealista práctico que no temía arriesgar e ir más lejos, todo el tiempo, a cada paso. La educación que recibió luego que fue enviado a Italia por su madre tiñe las noticias respecto de la formación que le fue impartida; se dice que la misma había incluido elementos de alquimia. La cuestión de la magia engrandece al mito del gran fundador de la ciudad que llevó su nombre, y de la que habló en su novela, considerada la primera utopía literaria de Uruguay. El pasado del que se tienen certezas pero ocasionalmente suelen ser pocas, se refleja en las fotografías que sostienen la historia que construye el sustento del pasado. De nuevo, el archivo, a modo de recordatorio: el estilo de los locutores de la época, que llevaba a todo el que quisiera ver y oír la historia y la grandeza de los idealistas pragmáticos de principios del siglo. Es así que Piria genera siempre una posibilidad de crecimiento y una novedad en sí misma; un adelanto en potencia para el país y las nuevas generaciones. Plena de misterio y de imágenes sobre el futuro está la historia de este hombre con ideas sobre la alquimia y los grandes símbolos que modificaron muchas cuestiones de su visión de las cosas. Por razones que pueden entenderse a medias, en Montevideo Piria es el gran olvidado. Como uno de los testimonios indica durante el documental: “Quien tenga ojos para ver, que vea”.