Está claro que ningún artista del mundo, en ninguna de las ramas del arte, está obligado a dar explicaciones, interpretaciones ni instrucciones para entenderlo. Una obra es. Y si se exhibe en algún lado está para ser apreciada poniendo todo de uno para dejarse llevar. Descontando la música (primera, lejos), el cine (y toda la industria audiovisual) puede ser una de las formas de arte de más fácil acceso para todos los habitantes. Nuestro cerebro tiende a darle a todo un orden y un sentido que se acomode a lo ya preestablecido y clasificado, ergo, si uno ve el afiche de “Colossal” no va a suponer otra cosa que estar frente a una de terror, ciencia ficción y aventuras; en ese orden. Luego de entender el género se puede establecer un gusto personal sobre lo que se pretende obtener de cada uno. En el caso de quien escribe, hay un regocijo especial cuando se utilizan los elementos de este tipo de cine para tomarlos como herramientas serviles a decir, opinar, fundamentar, teorizar y filosofar sobre distintos temas concernientes a la condición humana, de la misma manera que lo son la comedia de humor negro, la grotesca o la absurda como extrapolación del drama. No se le puede negar esta convicción al director, Nacho Vigalondo, de este estreno pero con eso no alcanza para tener claridad en la propuesta. Es cierto, los primeros veinte, veinticinco, minutos generan ese desconcierto saludable, de aire renovador. Esto de poner al espectador a preguntarse “de qué la va esto”. La introducción no deja dudas. Una noche en Seúl (sabremos que se trata de ésta ciudad más tarde) una nena anda en busca de su muñeca. La encuentra merced a la paciencia de su madre. Acto seguido, ambas quedan horrorizadas por la visión de un monstruo gigante que se presenta entre los edificios de la ciudad. Treinta años después, en otra ciudad del otro lado del mundo, Gloria (Ann Hathaway) tiene tantos problemas con su alcoholismo que pierde trabajo y pareja casi en el mismo acto. Vuelve a su ciudad natal y allí se reencuentra con viejos amigos, tratando de iniciar o reestructurar su vida. Tendremos larguisimos minutos de todo esto, amparados en la solidaridad de un viejo compañero de escuela, Oscar (Jason Sudeikis), quién gustaba de ella evidentemente, pero nunca se lo pudo decir del todo. Con semejante bifurcación de géneros contrapuestos, pero con narrativa similar, el espectador pondrá toda su paciencia esperando que en algún momento lo presentado en los primeros cuatro minutos se “encuentre” con el resto del planteo. Aquí es donde reside la mayor falla del guión. El único nexo de géneros son noticias en la TV sobre un monstruo (el mismo que vimos al principio) que está destruyendo todo en Seúl. La lenta e inconveniente dosificación de la información atenta contra el factor sorpresa, porque usando el sentido común y atando sólo un par de cabos hace que todo el relato se vuelva previsible y sin posibilidad de sorpresa, dejando así que la anécdota se devore todo intento de profundidad de la propuesta. Cuando la trama decide revelar su intención ya es demasiado tarde, porque lo fantástico desequilibra la realidad y el drama real ahoga lo que lo fantástico tiene para ofrecer como metáfora. Hay también un llamativo descuido en la dirección de casting. No es tan común ver tanto achatamiento en los actores secundarios, al punto de no recordarlos ni bien termina la proyección. La dupla central no termina de vincularse químicamente, y no porque el guión no tenga momentos que lo permita. Ann Hathaway y Jason Sudeikis pueden coincidir en cualquier película siempre y cuando el director pueda sacar algo más de estas estrellas en pos de lo que está proponiendo. Se los ve a ambos tratando de esforzarse en creerse lo que está pasando, como si se pudiese adivinar la tonelada de preguntas disparadas contra el guión, no debidamente contestadas a la hora de gritar “¡acción!” Eso sí, la parte correspondiente a lo fantástico tiene un sentido homenaje al animé y a las sagas japonesas de Godzilla, aún con las licencias abordadas en este caso. Pero ver “Colossal” es como tener un plasma de 50 pulgadas en el cual uno tiene sintonizados “Rosa de lejos” (1980) en la pantalla principal y “Animal lanet” (programa en TV de cable) en el recuadro inferior derecho, y que por puro azar pueden coincidir en la misma publicidad cuando van al corte.
Saga que se reencuentra a sí misma reinventándose a favor del género Podríamos decir que este estreno es excelente. Listo. Todo se va a resumir en ese resultado aunque hay muchas aristas para tener en cuenta, aristas que a su vez tienen dos bases fundamentales sobre las cuales apoyarse: una, la más importante, es cinematográfica; la otra, es coyuntural respecto de la saga en sí misma, porque a lo largo de casi cuarenta años, desde su nacimiento, se volvió errática en su rumbo y hasta tomó ribetes tan cercanos al cómic que amagaron con desterrarla del podio de las grandes obras del género. Hagamos un poco de historia para ir justificando nuestra opinión desde la base coyuntural. En 1979 Ridley Scott dirige Alien, el 8º pasajero. En ella, una nave comercial llamada Nostromo navegaba con su carga hasta descubrir una señal desde un planeta a la cual la tripulación acude para ver de qué se trata. Uno de ellos es atacado por un ser que lo usa como “incubadora”, hasta llegar a una de las escenas más terroríficas que haya ocurrido en un desayuno. El guión de Dan O’Bannon, Ronald Sushett y Walter Hill hablaba de la supervivencia, del rol de la mujer como líder ante situaciones extremas con la Ripley (Sigourney Weaver) como abanderada. y de las corporaciones inescrupulosas dispuestas a sacrificar el capital humano en pos de descubrir e investigar sobre la existencia de un arma letal que le daría, obviamente, poder económico si la pudiese desarrollar. Siete años después (1986), la secuela se la dan a James Cameron, nada menos, quien se despachó con una bélica brillante; pero sin abandonar el interés corporativo. Otros siete años después (1993), David Fincher decidió centrar todo (como suele hacerlo en su filmografía) en el personaje principal y como este resuelve sus dilemas morales (e involuntariamente maternales) sumado a jorobarle el negocio a la “Corpo”. Muerta Ripley en la tercera, a la industria le vino bárbaro la progresión científica respecto de la clonación y fue Jean-Pierre Jeunet (en 1997) el encargado de revivirla e irse un poco al carajo con el planteo, timoneando hacia el cómic. Hagamos un flashback a 1987. Nace “Depredador” de John McTiernan. El guión era “Alien, el 8º pasajero” (también eran siete más uno), pero en una selva y con un extraterrestre que hacía gala sólo de su gusto por cazar todo tipo de seres vivos para coleccionar sus cráneos en lugar de usarlos para proliferar su especie. Como en el Nostromo, uno a uno van muriendo estos Boinas verdes acostumbrados a matar todo tipo de enemigos, excepto Arnold Schwarzenegger que con mucha astucia sobrevive y le da muerte aunque todo indicaba que el Depredador no estaba solo en el universo. Y claro, vino la segunda parte. Cuando la Foxlogró emparentar (disponer de los derechos intelectuales) de estos dos extraterrestres famosos por su crueldad y unirlos (ponerlos en contra en realidad) la cosa se desmadró. Así tuvimos “Alien Vs. Predator” (Paul W.S. Anderson, 2004) y “Alien vs. Predator réquiem“(Colin y Greg Strause, 2007). Todo porque a la Fox le encantó un plano general de “Depredador 2” (Renny Harlin, 1992) en el cual se descubría que éste cazador intergaláctico tenía una cabeza de Alien entre sus trofeos. Sabrá entender el lector este pequeño dossier, porque la idea es resolver la primera base. La coyuntural que pone nuevamente a Alien en las luminarias de lo mejor del género porque ya en “Prometeo” (2012) Ridley Scott anunció que ésta historia, precedente a los hechos contados en 1979, serán cuatro historias tendientes a encontrarse finalmente con el Nostromo y todo lo que ocurrió después. Lo bien que hizo porque el estreno de 2012 comenzó a retomar en forma muy concreta los principios intelectuales y filosóficos de ésta gesta. En resumen: Como hicieron Isaac Asimov, H.P. Lovecraft, Julio Verne, Philip K. Dick o Ray Bradbury, Ridley Scott se puso al hombro su creación original para, con los elementos de la ciencia ficción, decirle a los espectadores algo sobre el ser humano. Ahora sí nos enfocamos sobre la otra base de las aristas: la cinematográfica. Como dijimos, ya había hecho en la entrega de hace cinco años una especie de preámbulo con resolución propia; pero esta vez, el autor de “Blade Runner” (1982) da comienzo a su obra con una primera secuencia demoledora. En una habitación blanca, prístina, pura; el Sr Wayland (Guy Pearce), buscando la respuesta de la eternidad, interactúa con su creación de inteligencia artificial. Artificial = artificio = arte. En esta introducción ya está el séptimo, porque estamos en la butaca y desde la composición del cuadro está el teatro porque ocurre en tres paredes que nunca traspasan “la cuarta”. Los elementos en el lugar son un piano Steinway (la música), el cuadro de “la Natividad” de Piero Della Francesca (Pintura) y finalmente una réplica del David de Miguel Angel sobre el cual se produce la pequeña y enorme sutileza con la cual arranca esta producción: Wayland le pide a su robot inteligente que decida su nombre. Éste elige “David” (Michael Fassbender). De nuevo: ELIGE su nombre. El imperdible intercambio de palabras que se suscita en ese momento, no solamente establece la gran cuestión humana; también va a construir, solidificar y justificar todas las acciones implacables del personaje principal que no es ninguno de los seres humanos / personajes presentes en esta entrega. “Alien Covenant” es tal vez la primera película de la historia en la cual la humanidad es interpelada por su propia creación artificial, entendiéndose esta como la especie dominante a partir del uso de la razón que le fue conferida. “Si vos me creaste a mí, ¿quién es tu creador?” Luego: “Entiendo. Vos me creaste a mí, pero vos vas a morir. Yo no” Con semejante introducción, Ridley Scott sugiere las consecuencias de la tecnología usada en mérito propio más allá de la inutilidad de la búsqueda de la eternidad desterrada en el texto de Prometeo que hablaba de la vacuidad de entender “el origen de la evolución”. Por supuesto que estando frente a una reivindicación de la supervivencia, el film necesita de una excelente factura técnica porque ya no se trata de encontrar un planeta habitable, sino de potenciar la naturaleza dañina del ser humano como raza destructiva de cualquier ecosistema. De ahí la sutileza de construir un espacio nuevo en un planeta “lleno de oportunidades, al cual lo primero que le sucede ante la llegada de los humanos es que un tipo prende un cigarrillo, lo tira sin importarle demasiado sus consecuencias, y luego camina con sus botas, desatando en un evento (in)fortuito una calamidad dormida. Puede este ser un hecho azaroso, como sucedía en la primera, pero claramente es la primera secuencia lo que convierte el guión de John Logan y Dante Harper (dúo que ojalá escriban las dos que siguen hasta encontrarse con la original) en una suerte de sinécdoque que se transfiere a toda la saga, incluidas las citas anteriores. Por último, el concepto estético es realmente una invitación al juego del gato y el ratón en la mejor de sus acepciones. Tanto las naves como el nuevo planeta son personajes en sí mismos. El realizador se ufana de poder establecer su aventura tanto en espacios cerrados como en los abiertos sin relegar tensión dramática, porque también deja en claro su capacidad para construir personajes expuestos a lugares aparentemente amigables pero que se vuelven tan hostiles como impredecibles. Si comparásemos la original con esta, Daniels (Estupenda Katherine Waterston) es el antecedente perfecto de Ripley, tanto como David lo es de Ash (Ian Holm), todos ellos homenajeando a la perfección aquel concepto entre hombre y máquina instalado por Stanley Kubrick en “2001: Odisea del espacio” (1968). La saga de Alien se reencontró a sí misma en forma potente, poderosa, y lo que es mejor, se reinventó a favor del género. Espectadores agradecidos.
Entretenimiento puro en la galaxia Marvel Y sí. Es gigante. Enorme. Descomunal. Es galáctica la Marvel Studios. No parece haber freno creativo para este universo ya claramente definido como el más prolífico y rentable de la industria norteamericana. También es cierto que todos y cada uno de estos personajes vienen apoyados por décadas y décadas de guionistas y dibujantes, quienes a su vez generaron millones y millones de fanáticos que durante años esperaron por verlos fuera de la historieta y en acción en la pantalla grande. Tres generaciones casi completas es demasiada gente como para no ver el negocio. Hubo varios intentos de adaptaciones anteriores, casi todos fallidos sobre todo en lo visual aunque todavía tenemos pesadillas quienes en los 90’s vimos en el cine Capitán América (Albert Pyun, 1990). Definitivamente es este siglo, estos días, y esta tecnología aplicada a efectos especiales, visuales y de sonido, la que nos permite verlos casi tal cual fueron imaginados. Esto da pie a entender por qué “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” redobla la apuesta en todos los aspectos como para instalarse sólidamente en la grilla de producciones futuras. Si es por lo que se ve aquí, podemos esperar una cada tres años más o menos. Desde el comienzo entendemos que todo va a estar bien. El tema Brandy de Looking Glass nos lleva a la década del ochenta y a un muy joven Ego (Kurt Russell, rejuvenecido con mucho botox digital y un extra de soporte, realmente un prodigio de los efectos especiales), en plena faena seductora de una bella muchacha. No hace falta adelantar más sobre esta introducción, pero es fundamental para la trama. Treinta y cuatro años después, muy lejos de allí Peter Quill (Chris Pratt), Gamora (Zoe Saldana), Drax (Dave Bautista), Groot (voz de Vin Diesel) y Rocket (voz de Bradley Cooper) andan luchando contra un tremendo monstruo intergaláctico que amenaza el universo. Pero como sabemos, en esta saga todo es por plata un comercio que casi siempre deja de lado la ética, la moral y otras cuestiones. Es decir, el equipo evita que la bestia se coma un set de “super pilas” pero uno de ellos se afana cuatro o cinco para hacer dinero extra además de intercambiar su lucha por la prisionera Nebula (Karen Gillian), hermana de Gomora. Claro, todos estarán a punto de ser acabados por el ejército de la reina Ayesha (Elizabeth Debicki) hasta que Ego reaparece para salvarlos a todos. Hay un giro interesante en el hecho de ver cómo Ego trata de hacerle entender a Peter que está frente a su padre, y que es dueño de su propio planeta. Justamente en este eje, el de la paternidad no ejercida, de un lado, y la que se puede elegir, del otro, es donde la trama pivotea y se apoya. Bien podría decirse que esta segunda parte hace hincapié en dos aspectos dramáticos realmente muy bien trabajados: la familia que se elige a partir de la extrema soledad de sus integrantes y los conflictos que cada uno sostiene. Conflictos manifestados fehacientemente pero también aquellos producidos por lo no dicho, lo oculto durante el tiempo. Excepto por Groot, el resto de los Guardianes (y también los cuatro personajes secundarios que aparecen) tienen problemas afectivos enmascarados por lo extrovertido de sus personalidades. Detrás de su accionar hay un dolor latente que por suerte el guión se lo toma en serio, siempre dentro de éste género. Todo el resto del relato más las subtramas (historia de amor, cuestionamientos existenciales, etc) son agigantados por el guión de Dan Abnett y Andy Lanning, que asumen junto con a la dirección de James Gunn, responsable del Vol. 1 la ardua tarea de tener un muy buen balance entre la acción y los momentos de transición muy bien apoyados gracias al sólido vínculo entre los personajes. Frase aparte para el enorme trabajo de Michel Rooker como Yondu. Se suele destacar poco el trabajo actoral en este tipo de producciones pero lo del actor de Mississippi en llamas (Alan Parker, 1987) es para recortarlo y ponerlo en un cuadro. Tal vez, para simplificar la cosa, uno deba entender que la gran virtud aquí es la de lograr rápidamente que hasta el espectador más reacio a este tipo de productos termine “entrando” en la propuesta, ya sea porque el ritmo narrativo no da mucho respiro o porque la construcción de personajes, lejos de estar empastada, también es un punto fuerte junto con el humor porque, a no confundirse, esta película es una comedia, de aventuras y en el espacio, pero una comedia al fin. Es difícil en este elenco numeroso no empatizar con un par de ellos. Por momentos el humor gana el primer plano y resulta extremadamente divertido y curioso sentir cómo este humor naif e inocente (como si hubiese sido escrito por chicos) funciona a la perfección. Algunos gags y remates del texto tienen un pequeño y levísimo (insisto, pequeño y levísimo) barniz a lo Mel Brooks, pero con tempo de sit-com. “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” es un llamado al entretenimiento puro. Es como estar en un cumpleaños visualmente repleto de globos, caleidoscopios, guirnaldas, payasos y Fanta Naranja y efectos de sonido de los viejos video juegos de arcade que dominaron los años ochenta incluidos dos homenajes clarísimos: el Pac Man y el Gálaga. Más acción, más efectos, más Guardianes (quédese en los créditos finales) y la seria promesa de seguir adelante con m´s volúmenes hasta hacer un “Grandes Exitos”
Una producción pensada para la taquilla que por su calidad llega al corazón Indudablemente los clásicos son eternos y en el universo Disney es difícil encontrar uno que no lo haya sido automáticamente. Aún para aquellos que no resistieron con tanta solidez el paso del tiempo, por ejemplo “Bernardo y Bianca” (1977). Eso sí, hay un par que superaron a la propia Disney para transformarse en iconos culturales de una época. “La Bella y la Bestia” pisó fuerte en 1991, incluida la recordada polémica por estar nominada al Oscar a mejor película siendo una producción animada (todavía no existía la categoría exclusiva para la animación). Desde hace rato la compañía del Ratón Mickey viene pasando clásicos animados a la acción viva, por lo cual era de esperar que éste cuento fuese de la partida. Es de destacar que la primera gran diferencia es la duración. 130 minutos contra los 84 que duraba la original sobre la cual se basa el guión de Stephen Chbosky y Evan Spiliotopoulos. Las otras diferencias están dadas por nuevas canciones, nuevos personajes y, dentro de lo formal, por el hecho de pasar al formato con actores. La idea está intacta: un príncipe ególatra y soberbio es hechizado y convertido en Bestia (Dan Stevens), hechizo que se mantendrá en los pétalos de una rosa hasta que pueda amar a alguien por cómo es interiormente, y su vez ser correspondido de la misma manera. Conocerá a Bella (Emma Watson), habitante de un pueblo que de alguna manera también la consideran como una niña “rara” porque le gusta ver el mundo y leer libros. Apoyada en las canciones que todos conocemos y en un trabajo de arte y efectos especiales deslumbrantes, “La Bella y la Bestia” logra abrirse paso en una época difícil, sin renunciar al hecho de ser un musical romántico de brillantes coreografías, vestuario y maquillaje. “Los musicales son las transiciones. El cómo entrar y salir de cada número es más importante que lo que estos dicen”. En sus propias palabras Bill Condon, también director de “Dreamgirls” (2006), demuestra por qué: mas allá de la puesta como forma de carta de amor al género músical, incluyendo el homenaje a Robert Wise con dos tomas aéreas muy similares al comienzo de La novicia rebelde (1965), sabe conservar el mensaje de poder ver o sentir la verdadera esencia de los seres que nos rodean. Descubrir nuestros colores verdaderos para combatir los prejuicios. Aquí es donde reside el gran valor de esta historia. Dentro de la realización, los objetos que acompañan a Bestia son un verdadero prodigio de los adelantos tecnológicos: Lumière (Ewan McGregor), Din Don (Ian McKellen), la señora Potts (Emma Thompson), su hijo Chip (Nathan Mack) Madame Ropero (Audra McDonald) y el Maestro Cadenza (Stanley Tucci) lucen renovados aquí, por suerte con una buena participación. Kevin Kline en el rol del padre de Bella cumple como siempre, y un lugar destacado se llevan los antagonistas y compinches Gastón y Le Fou (Luke Evans y Josh Gad, respectivamente). Eso sí, Emma Thompson canta muy bien el tema principal, pero la cadencia y calidez de Angela Landsbury en la original no tiene rival. Una producción pensada para arrasar en la taquilla pero también para contar bien una historia que llega al corazón.
Para cualquier cinéfilo será menester la clasificación. Sale naturalmente cuando se concurre mucho al cine. Más allá de las intenciones del autor audiovisual de marras, es el público que va relacionando la proyección con la memoria de lo visto antes. Desde el afiche de “Sing, ¡Ven y canta!” se adivinan tres cuestiones obvias: 1) Es una película del género de animación 2) Es musical 3) Está directamente emparentada con el tipo de producciones televisivas que hacen gala del sentido de la oportunidad para cualquier ser humano que se anime a enfrentar un desafío, en este caso, el de cantar. Desde “American idol” hasta “Glee”, pasando por “High school musical”, “Camino a la fama” etc, etc, se ha hecho un “mega pop” de la cultura pop. El éxito como meta final, independientemente de quién lo logre,. “Sing, ¡Ven y canta!” transita por ese mismo camino, pero asume un riesgo al decidir el punto de vista desde el cual se cuenta el cuento. Supongamos que el guionista de éste estreno se sienta a contarnos la historia como para tentarnos ir a verla, pero abierto a que lo interrumpamos con preguntas. Si es sincero con lo visto en la proyección de prensa debería empezar más o menos así: - Esto ocurre en una ciudad grande, tipo Los Ángeles, habitada por animales - ¿Por qué animales? - Porque si no hay que contratar actores, bailarines, etc, etc y es más caro - Bueh… - Esto ocurre en una ciudad grande tipo Los Ángeles habitada por animales - De todas las especies. Buster Moon (Voz de Mathew McConaughey doblado por Benny Ibarra) es un Koala… - ¿Por qué un koala es el productor? - Porque es un animal raro - Bueh… - Moon es un koala que hace rato no pega una en la producción de espectáculos. Al principio lo vemos con la señotita Crawley (voz del propio director Garth Jennings doblada por Gloria Obregón) su fiel secretaria quien le anuncia que un grupo de artistas está en la puerta para reclamar sueldos atrasados - Moon es un garca, digamos… - Si, pero simpático. No es mal tipo. Sólo que las cosas no le van bien, y… Y así durante todo el metraje en el cual grandes y chicos deben arrancar de una premisa en la cual habrán de simpatizar con un personaje que no parece sentir mucho remordimiento frente a un reclamo legítimo. Una piedra en el camino hacia la empatía con un protagonista que, lejos de hacerse cargo del problema, se escapa por la ventana. Como siempre, tendrá su momento de aprender la lección, etc, etc. Aquí se presenta un dilema moral interesante que los guionistas pasan por alto a favor de imponer la idea de que cualquiera puede tener la oportunidad de triunfar. Una suerte de obligación tácita que apunta a conceder los manejos nefastos del productor que juega con los sueños ajenos. Es curioso también la falta de originalidad con la tangente, porque nunca el guión se ocupa de parodiar la “gran idea” que Moon tiene para salir del pozo: convocar a gente común (animales comunes) a participar de una selección de talentos que competirán para ver quién es el ganador de una suma escueta de dinero. Por error de impresión, la suma pasa de 1,000 a 100,000 dólares, cifra que a hoy día tampoco parece cambiarle la vida a nadie. “Sing, ¡Ven y canta!” se aferra a una fórmula que cuenta con la supuesta complicidad de un público masivo que ya vio este tipo de concursos en la tele, y por ende no habrá de reparar en la falta de escrúpulos del protagonista por seguir adelante con un proyecto injustificado desde su concepción: prometer lo que de entrada se adivina imposible de cumplir. Hasta ese punto entramos. Concedemos. Hay sensación a guión políticamente incorrecto estilo “Los Simpsons” o cualquier producto de Seth mcFarlane, incluso algo de South Park si hablamos de animación. Aquí ocurre lo contrario. Al escribir un guión que se compadece y justifica las acciones de un productor de estas características, el discurso transita por lugares cínicos, y si bien no estamos para criticar eso, lo cierto es que extraña la ausencia de situaciones que contradigan las acciones del personaje principal. Desde la instancia de casting, descartando personajes que proponen aristas mucho más interesantes que los finalistas (un caracol pegado al micrófono o una jirafa a la cual no le llega el mismo), hasta la decisión de limpiar autos con el propio cuerpo para salir de pobres (¿alegoría al sub empleo?), todo parece forzar la gracia a partir de un humor más físico que profundizado, o de personajes delineados a partir de cierta lástima forzada, salvo alguna excepción como Mike (voz de Seth McFarlane doblado por Leonardo Sbaraglia) Es curioso, la estructura narrativa es absolutamente convencional e inherente a las características de una idea más televisiva que cinematográfica, y eso que se trata de salvar un teatro tradicional tipo el Cervantes. Hasta ese amague nos “comemos” al principio. Por momentos es fácil confundirse entre algunos gags bien logrados con canciones cuyas letras funcionan como remates (“My way”, por ejemplo) y algo de humor físico. En este aspecto, se puede decir que la dirección de Garth Jennings no está exenta de dinamismo, sobre todo en la primera media hora, aunque luego se “ameseta”. De hecho, las canciones aletargan el relato, como ocurría en las viejas producciones con Palito Ortega o Donald, cuando las mismas servían como muestra para vender más discos en desmedro del ritmo narrativo. Así y todo, la música es la verdadera estrella aquí. Algunos clásicos re-versionados edulcoran el oído. Sólo eso. ¿Los chicos la van a pasar bien? Es muy probable. Los grandes posiblemente (si recuerdan las melodías reemplazadas por el doblaje). También está en carrera para discutir una nominación al Oscar pero hay demasiado buen material para que este producto llegue. El año pasado ganó ese rubro “Intensa-mente”, de Pixar. No se va a superar fácilmente esa propuesta. Hay que ver cuánto están dispuestos los miembros de la Academia a bajar el nivel.