Dirigida por Martín Campbell, un todoterreno del género, El implacable (The Foreigner, 2017) es una muestra bastante pulcra del cine de acción de nuestros días. Quan (Jackie Chan) es un humilde dueño de un restaurante que pierde a su hija en la explosión de un atentado adjudicado al IRA. En su afán por encontrar justicia, se inmiscuye en los planes del gobierno y desafía a Liam Henessy (Pierce Brosnan), un funcionario del Estado con un pasado oscuro. Quan no es un civil común y corriente, fue entrenado en su China natal y la vida le ha forjado un carácter a prueba de todo. El trabajo de Jackie Chan es impecable, no sólo por su plasticidad física (no es algo menor saltar por los techos y deslizarse escaleras abajo con movimientos de parkour a los 63 años) sino por sus dotes gestuales; es uno de los terrenos menos explorados a lo largo de su carrera y da muestras de ser un actor completo. Con un semblante devastado y temerario, Chan personifica a un padre que lo ha perdido todo y como consecuencia no tiene nada que perder. The Foreigner no es Rush Hour, se nutre de acción y drama en un 50 y 50, dando Chan la talla en ambas facetas. La historia intrincada entre espías y encubrimientos gubernamentales es el punto débil del film (la construcción del personaje de Chan y las chispas con Brosnan se ven interrumpidas), y el terrorismo se erige como un villano definitivo que no revela rostros. Las escenas de acción son logradas y la cámara encapsula las emociones mediante enfoques de virtuosismo. El director -con Casino Royale y Edge of Darkness como sus últimos buenos antecedentes- hace valer su experiencia en el campo. Se trata de un thriller interesante y vertiginoso con buen drama personal que dejará a la mayoría del público con las expectativas colmadas, pues supera el nivel de la media del género en este 2017.
En noviembre de 1992 en Vallecas, España, tuvo lugar un hecho inexplicable. Una joven de 18 años llamada Estefanía Gutierrez Lázaro encuentra su muerte tras jugar con el macabro tablero Ouija. Estefanía sufría de alucinaciones, visiones y pesadillas. En su casa se sentían presencias extrañas que perturbaban a sus propios padres. Varios policías se hicieron presentes en la vivienda y en el informe policial se señaló inéditamente “una situación de misterio y rareza”. Conocido como el Caso Vallecas, hasta la actualidad no se sabe con exactitud el motivo de la muerte de Estefanía. Verónica (título original de esta película) se basa vagamente en ese caso. Verónica es una chica de 15 años, concurre a la escuela y es la mayor de cuatro hermanos. Ella está a cargo de los menores, pues su madre suele estar ocupada con el trabajo. Un día decide jugar la Ouija con las amigas para poder hablar con su padre, al que perdió de niña. Desde ese momento abre una puerta que no puede cerrarse. Paco Plaza (uno de los responsables de la saga REC) presenta una historia de terror lejos de los fuegos artificiales. El miedo se va construyendo con un acertado uso de la sugestión, con sombras, extraños sonidos sin origen y planos claustrofóbicos. Desde El orfanato (2007) en España se viene haciendo terror donde los niños son la fuente del mal, en este caso las actuaciones de los infantes son aterradoras por la credibilidad y por un guión perturbador y felizmente malsano. Si en REC (2007) el horror se propagaba de forma tangible, en La posesión de Verónica crece desde adentro de la psiquis del personaje principal. Verónica añora volver a hablar con su padre ausente (con todas las inseguridades patológicas que esto significa) y termina sufriendo en la soledad al borde de la locura, la madre le recrimina sus acciones en vez de apoyarla y sus hermanos son muy pequeños para comprender la gravedad de la situación. Los miedos toman forma de brazos con garras que atraviesan la cama, de inscripciones anónimas, de sangre coagulada, de visiones que alteran la realidad. Verónica atraviesa su propio calvario y no hay a quién acudir. La banda sonora recuerda a It follows (2014) y su espíritu revival retro acompaña muy bien las misteriosas escenas nocturnas. Por su formalidad estética y narrativa La posesión de Verónica probablemente será material de estudio en las escuelas de cine del futuro, no es un film genérico más y es totalmente disfrutable para los fanáticos del miedo.
Una familia pasa el fin de semana en un pueblo fuera de la ciudad. Will (Hayden Christensen) ve la oportunidad para fortalecer lazos con su pequeño hijo mediante la caza. La estadía será interrumpida por robos en un banco del pueblo. Will y su hijo son testigos de un intento de asesinato. La policía (con Bruce Willis al mando) está tras las pistas de los sospechosos. La presa es un venado que se encuentra en la mira. Pese a esto, el niño cuestiona a su padre cómo se siente terminar con la vida de un animal. Will, posiblemente recordando viejas salidas de caza con su padre, saca a relucir su orgullo, pues la caza supone un acto de hombría que para el niño no deja de ser incomprensible; al sufrir abusos escolares se siente más identificado con una presa que con un victimario. El principal problema de En defensa propia (First Kill, 2017) está en su concepción. Es un thriller mal rodado con ambiciones netas. La historia es convencional, pero es a partir de la música sensiblera y la fotografía excesivamente iluminada u oscura que excede sus límites y no precisamente de buena manera. Tiene todo lo peor del cine hollywoodense de género: patriotismo implícito, golpes bajos (la familia y los niños como principal bandera) y un desenlace complaciente con el espectador. Las subtramas (la policía corrupta y un niño que sufre bullying en el colegio) no son debidamente abordados y claramente pudieron haber aportado mucha riqueza narrativa. Hayden Christensen nunca fue versátil y Bruce Willis no tiene peso, alguien debería decirle que lleva diez películas seguidas con la misma mueca en su rostro. La dirección de Steven C. Miller parece puesta en piloto automático. First kill es un film fallido porque no tiene pulso, el guión es totalmente predecible, las actuaciones son desangeladas, la narración carece de timing y termina siendo un producto manipulador e inofensivo.
Djam es una joven griega enviada a Estambul por su tío Kakourgos por una pieza para su barco. El viaje es un reto a superar que es sobrellevado muy bien por ella y su avasallante personalidad. Y es que su frescura juvenil, su poca vergüenza y su conducta temeraria la hacen impredecible, adaptándose a las circunstancias. Es un gran acierto del film que Daphne Patakia sea quien da vida a la protagonista, ya que inunda la pantalla con un carisma natural. Como sucedió con Adele Exarchopoulos (La Vie D’Adele, 2013) o Stacy Martín (Nymphomaniac, 2013), son actrices que desbordan sensualidad desde su sola mirada. De Patakia dependerá la continuidad de su carrera. Los habitantes griegos bailan, toman y comparten con la predilecta música rebétika (una especie de tango griego) de fondo, en cada bar y encuentro social. Los números musicales, que no son muchos, pecan de ingenuidad y llegan a la exasperación sin aportar mucho a la trama más que la lucidez de la misma Djam. Podría decirse es un film de fortalezas. Djam perdió a su madre a temprana edad, heredó la gracia, la voz y la impetuosidad. Lejos de mostrar fragilidad, se muestra inquebrantable. Ella logró adoptar la fortaleza masculina, muy probablemente por el entorno que la rodea: un barco lleno de hombres anclado en una costa griega. Luego vuelve sola desde Turquía, con Avril, a la cual protege de los peligros acentuando su lado viril y protector. Esto sin contar las escenas que coquetean con el lesbianismo que terminan dando la sensación de pura complacencia hacia la platea a costa de una sexualidad turgente. Ella dice: “no soy lesbiana” después de perseguir a su amiga por cuartos y balcones en una escena de angelical desnudez. Ahí radica quizás el aspecto más interesante de su personalidad: ambivalencia. Otro ejemplo: en un intento desesperado por pagarle a un chofer un largo viaje en auto, ella insinúa que el sexo oral es la única salida, pero termina pagando con un billete sacado de la galera cuando minutos atrás se quejaba porque no tenía más dinero. En cuanto al montaje y la narración, se notan algunos baches en ciertos pasajes del film; la dirección no está fina. Aún así, no se le puede reclamar autenticidad a Tony Gatlif, que es un director comprometido con la cultura gitana que retrata (la totalidad de su filmografía se basa en la peculiar cultura de los Balcanes). En definitiva, Djam se deja ver como un film sincero, con aciertos y desaciertos. Podría decirse que es un film sin muchas luces, pero la labor de su protagonista se encarga de que el barco no naufrague en altamar.
Desaparecido es Halle Berry o Halle Berry es Desaparecido. En su vuelta al thriller, la perfomance de la veterana actriz es lo más destacable. Berry encarna a una madre que trabaja en un restaurant. Tras la finalización de su turno decide llevar a su pequeño al parque de diversiones. En el parque, es donde recibe una llamada del abogado de su ex esposo reclamando la tenencia de su hijo. Que quede claro Desaparecido es Halle Berry contra el mundo.En ese instante de descuido su hijo es secuestrado por una pareja de pueblerinos. El clásico redneck del cine norteamericano. En adelante se efectúa la persecución de la madre en una minivan persiguiendo el Ford Mustang de los villanos. El papel de madre imparable que no se detendrá ante nada le sienta muy bien a la actriz. La actuación a puro nervio de Berry está en la línea de The call (2013) y Perfect Stranger (2007). Es un film genérico, la historia y el guión no demuestran una gran complejidad. Sus 85 minutos se hacen llevaderos para un espectador entregado y sin pretensiones.
Asphalte es un curioso film francés. Su juego de roles entre el drama, el surrealismo, la comedia y la melancolía lo hacen una propuesta interesante.Está basada en los cuentos del mismo director Samuel Benchetrit “Las crónicas del asfalto”. Intrepretada por Isabelle Huppert, Michael Pitt y Valeria Bruni Tedeschi, entre los nombres más rutilantes. La historia transcurre en un edificio donde la incomunicación entre sus vecinos es moneda corriente. Los personajes son pintorescos: un señor que no quiere pagar por un nuevo ascensor porque vive en el piso 1, a causa de una mala pasada termina en silla de ruedas, tendrá que usarlo a escondidas de los demás vecinos y se siente atraído por una enfermera que fuma sola por las noches. Una actriz en el ocaso de su carrera que entabla relación con un chico que anda en bicicleta. Y un astronauta de la NASA que cae del cielo en una cápsula sobre la azotea del edificio, es refugiado por una amable señora argelina. Son 3 historias corales. Asphalte tiene personalidad, con bríos de misterio y situaciones varias hace cómplice al espectador. Las situaciones son estratégicamente menores y desde su austeridad va construyendo empatía con sus personajes. Inverosimilitud disfrazada de menor importancia. Asphalte es cine bienintencionado que habla de la soledad y la alienación y que no pretende mucho. Sus relatos pequeños e inconexos no apuntan a quedar en la historia. Y sin embargo, una vez finalizada la película deja mucho más de lo que se podría vislumbrar de un film en apariencia menor, triste y de personajes que viven en un sucio edificio sin mucho lustre.
Ruben Östlund retrató la problemática del bullying en los niños en Play (2011), con un realismo social que desnudaba las falencias del sistema en Suecia. Hasta el momento en que pude ver The Square, Play era lo más destacado en su filmografía. No habría que ignorar su laureada Force Majeure (2014), pero es que aún cuesta creer que su película menos arriesgada sea la más reconocida. Ahora no hay chicos peleando en las calles o una pareja en conflicto. The Square es protagonizada por Christian (un notable Claes Bang), un curador de un museo de arte contemporáneo que expone obras destinadas a fomentar valores humanos como la solidaridad y la empatía. The Square (la obra del museo que le da el título a la película) quiere mostrarnos que la bondad humana todavía existe, y está representada por un perímetro cuadrado luminoso de 4×4, ahí dentro todos están a salvo del mundo exterior. Como si de una burbuja protectora se tratase, The Square es el futuro perfecto. En paralelo, en un intento por ganar mayor notoriedad para el museo, unos jóvenes pasantes logran viralizar lo controversial en YouTube. Un video que por violento y gráfico va en contra del ideal del museo. Surge el conflicto. Östlund narra los hechos con la corrección técnica sueca que lo representa: planos milimétricamente estudiados, un guión férreo y el infaltable estilo nórdico. Hay escenas muy logradas sobre la marcha y funciona como una radiografía del comportamiento humano. Es una sátira que bastardea la corrección política, muchas veces de manera shockeante (memorable la escena del poster). No es para el público masivo, recomendable para quien quiera ver una historia bien contada y lejos de la risa fácil.
Cuando en enero de 2003 se estrenó la primera SAW en el Festival de Sundance, nadie sospechaba que el muñeco Bill continuaría haciendo de las suyas 14 años después. Tomó más de un año para que se exhibiese comercialmente en el Halloween de 2004 en Estados Unidos, luego desembarcaría en nuestro verano, en enero de 2005. Con una legión de fans y merchandising a la orden del día, la saga ideada por una de las mentes del terror Siglo XXI, James Wan, se erigió como una franquicia exitosa. En esta octava entrega los detectives siguen las pistas que dejan unos cuerpos que aparecen en la ciudad. La truculencia de los cadáveres sugiere que Jigsaw ha vuelto, lo cual es difícil de creer porque su muerte fue hace 10 años. ¿Quizá un nuevo personaje continúa el legado o hay un infiltrado en el cuerpo de detectives? En SAW todo es posible a esta altura. Sólo digamos que Tobin Bell aparece… y mucho. Los científicos forenses Logan (Matt Passmore) y Eleanor (Hannah Emily Anderson) son los encargados de recibir los cuerpos para su investigación. Logan tuvo un duro pasado: fue torturado y sobrevivió a la guerra de Irak. Eleanor tiene una secreta fascinación por los juegos de Jigsaw. La rivalidad surge entre los detectives Halloran (Kallum Keith Rennie) y Keith Hunt (Clé Bennett), quienes nunca llegaron a la mutua confianza e intentan recopilar información cada uno por cuenta propia. La sospecha cae sobre estos 4 personajes en mayor o menor medida, sin olvidar que Jigsaw sigue siendo Jigsaw, aquel psicópata que supo premeditar cada acción en las primeras entregas. Y debo citar que Tobin Bell es de esos actores que nacieron para el papel, el ejemplo perfecto de physique du rôle. Acá se muestra sombrío, seguro de sí mismo, como de costumbre; podría tener una secta oculta detrás con esa capucha negra y esa mirada misteriosa. Mientras ocurre la investigación, un grupo de cinco personas “juega” por sus vidas. Estos se levantan con cubos sobre la cabeza y son arrastrados hacia unas cuchillas. Esta es una de las fórmulas características de SAW para romper el hielo, la clásica primera escena sangrienta. Como película es un buen entretenimiento, pero si es pensada en base a la historia general su relevancia es menor. Si hay un cambio notorio está en su fotografía y montaje: luce más estilizada, menos “videoclipera” y algunas escenas se apoyan en la luz exterior como nunca antes (aunque esto último podría deberse al granero que se usa como locación). El mecanismo no ha cambiado, el gore, la sangre y los juegos están presentes y es loable que tras tantos años de hemoglobina aún se mantenga cierta originalidad en la natural perversión de los juegos. La culpa y el castigo de los pecadores puestos a prueba por un demente, es interesante ver cómo Jigsaw intenta persuadirnos de que hace una especie de servicio público. Después de varias entregas se puede vislumbrar algún que otro cabo suelto en la historia. Algo difícil de disimular en cualquier saga de 8 films y más en esta que claramente apunta al mercado de Halloween.
El futuro llegó es un documental denuncia que aborda las consecuencias ambientales y sociales que produce el polo petroquímico instalado en Bahía Blanca. Ingeniero White es una localidad bahiense que tuvo su auge en los ’50 gracias a la pesca y un buen sistema ferroviario. Hoy sus habitantes viven del recuerdo, la pesca ha disminuido y los trenes están obsoletos. Los habitantes cuentan en primera persona las peripecias que vivieron en carne propia. Hay mucha indignación en las palabras de quienes desfilan ante la cámara, sienten que alguien finalmente les está dando una voz. Y no es para menos. La pequeña ciudad tiene mucho para hacerle frente a la gran industria. Las empresas manipulan elementos de alto riesgo para la salud: cloro, soda cáustica, etileno, polietileno, amoníaco puro, etano, kerosen, entre otros. Los errores no podían hacerse esperar. En 2001, una nube de cloro se elevó sobre la central de la empresa Solvay Indupa, el viento se llevó hacia el mar lo que podría haber sido una catástrofe en tierra; “un centenar de gaviotas la pagaron” según un habitante de White. Los accidentes en las plantas no son un tema menor. En una narración tristemente gráfica, un hombre había sufrido quemaduras de soda cáustica en la totalidad de su cuerpo tras caer al apoyarse en una baranda floja, luego falleció. Un accidente de varios. Un caso que sigue impune es la muerte de Juan Cruz Manfredini. Es un caso emblemático porque se dan todos los factores que indican la precarización laboral. Juan trabajaba en Camin Cargo Control, una empresa con sede central en Linden, New Jersey, cuya función principal es realizar análisis de laboratorio, inspecciones y controles de calidad para empresas petroleras, petroquímicas y de gas. Un día en su laboratorio clandestino (la empresa no estaba en regla) sufrió una explosión que le dejó el 95% del cuerpo quemado, “excepto el cuello, la parte donde estaba la billetera y los pies porque estaban apoyados en el suelo”. Juan murió 4 días después. Tenía 25 años. La respuesta del fiscal del caso José Marra para la madre fue “La justicia no es para los pobres, señora”. Según cálculos, la retribución que deja el polo petroquímico en Ing. White es del 4% sobre el total de sus ganancias. Un porcentaje ínfimo para una industria que sostiene “el beneficio económico es superior al impacto ambiental”. El futuro llegó aporta datos para conocer la causa y lo hace sin adornos.
Llega a las salas porteñas Sinfonía para Ana, basada en una novela de Gaby Meik y en hechos reales. Sinfonía para Ana es una historia de amor, pasión y amistad entre unos alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires en el marco de la militancia estudiantil y la dictadura militar. Ana e Isa (Isadora Ardito y Rocío Palacín respectivamente) son dos amigas inseparables que creen en dos cosas: cambiar el mundo y encontrar el amor verdadero. Ellas militan en la UES en tiempos del regreso de Perón. El film dirigido por Ernesto Ardito y Virna Molina comienza en tono sencillo y apacible, con la amistad, la curiosidad y las hormonas en ebullición de las dos amigas. A medida que avanza se torna histórica, a modo de una elegía, esta es la elegía de Ana. El tiempo del amor coincide tristemente al tiempo de la tiranía de estado para Ana. En este aspecto se podría decir que la película está dividida en 2 partes y la primera es claramente superior. La presentación del Colegio Nacional como un centro de ideas es un acierto para el despliegue de los jóvenes actores. Es una película netamente peronista y no voy a entrar en debate por ello, sí a remarcar que el afecto hacia el general y su esposa Eva queda explícito. En el colegio los alumnos podían expresar libremente sus ideas y, como en todas las vetas humanas, habían diferencias pero nunca censura ni persecución. Es así que se ve cómo se debaten los ideales “montoneros”, comunistas y hasta maoístas. Todo bajo el techo la institución. La persecución en la escuela orquestada por los llamados “milicos” genera el terror y ocurre al mismo tiempo que la protagonista encuentra (o cree haber encontrado) el amor. Algunos profesores quedan fuera de cargo y los alumnos optan por tomar el colegio en señal de protesta. Si bien la imagen está muy cuidada (el tono es frío-azul, la fotografía minuciosamente retro y las imágenes de archivo son coherentes con la melancolía de una época pasada) son las historias las que no llegan a cerrar. Puede ser entendible que los alumnos tengan que usar sobrenombres como “Gaviota” (en el caso de Ana) o que griten “¡Hasta la victoria!” y culminen con un “¡Siempre!” grupal. Pero en la segunda parte de su metraje todo apela al golpe bajo. Los archivos que antes eran representativos para ilustrar el ayer (por ejemplo el gentío en plaza de mayo y el general Perón desde arriba en el balcón) se tornan repetitivos. Los amores histéricos de Ana que cobran poca importancia y ocupan mucho tiempo en pantalla. La música que es insufrible (no hay otra palabra). El abuso de la voz en off. Hacia el final, este film podría ocupar el subgénero “detectivesco”. Todo es en clave y estos niños (excepto Rodrigo Noya que ya está bastante grande para hacer de un colegiado) son perseguidos como si de criminales se tratase. Una película de alumnos de escuela, no de masones del noveno orden… Sinfonía para Ana va de mayor a menor y tiene una ambición muy grande. Apunta a retratar una época de manera fiel, pero en su intento por abarcar todo y querer emocionar cae ante su propia grandilocuencia.