LA BATALLA DEL MOVIMIENTO En la guerra interminable de la pantalla grande que enfrenta a los dos colosos provenientes del comic, DC y Marvel, está claro que el segundo reina en base a instalar el humor como motor de sus productos. El aire oscuro y sombrío de sus héroes más conflictuados es explotado por las series de Netflix y no pareciera existir un punto de convergencia con el universo cinematográfico tan risueño como colorido en cada una de las sagas, se crucen argumentalmente o no. DC entendió esto, quizás un poco tarde, y tal es así que en el tráiler de la inminente Liga de la justicia todas las líneas son bromas inspiradas con descaro en los personajes de su competidora. Pero cuando todo parecía indicar que el abuso del recurso podía lograr que las cosas se pongan más serias, James Gunn apuesta a convertir a la secuela de Guardianes de la galaxia en una comedia que no sólo tiene un despliegue infernal de acción y efectos especiales, sino el ritmo narrativo de una sit-com. Desde la escena de los créditos se intuye que todo será un mar de risas, cuando el cuarteto de protagonistas se bate en una encarnizada batalla con una criatura infernal, cada uno a su modo y con sus limitaciones, mientras el pequeño Groot hace de las suyas. Los gags físicos y gestuales van al mismo ritmo que los diálogos y hace que todo fluya de manera natural. Y marca la dinámica del film aunque necesariamente baje el ritmo para introducirnos en la historia. Cuando lo hace, se nota que las relaciones en el equipo están afianzadas y hasta un tanto contagiadas entre sus miembros, Peter Quill (Pratt) sigue siendo el payaso y Gamora (Saldana) la sarcástica compañera pero el humor de Drax (Bautista) definitivamente es mucho más verborrágico y mordaz. Su incapacidad para interpretar sentimientos fue reemplazada por una versión tan cruel como divertida de sí mismo que no pierde ocasión para sincerar lo que lleva dentro aunque eso nunca termine siendo algo amable o cordial. Por otra parte, Rocket (Bradley Cooper) repite al belicoso de la primera parte pero con una relación paternalista con el Baby Groot que derrocha ternura y gracia por igual. De los personajes nuevos, Mantis (Pom Klementieff) que ya desde el tráiler logra arrancarnos una risa, es la que tiene una simbiosis absoluta con Drax y le dará el pie justo para que se luzca por sus características que le brindan hipersensibilidad. Luego Ego (Kurt Russell), como el padre de Peter, será el ancla y quien aporte el peso de la solemnidad de la historia que sin algo que justifique las acciones y brinde peligro, correría serio riesgo de convertirse en una sucesión de secuencias de hilaridad sin sentido. Buenos momentos también nos brindan el personaje de Sylvester Stallone, aunque de brevísima aparición, y el de Michael Rooker cuyo lucimiento y peso en la historia será bastante mayor que en la primera. Claro que no todo es color de rosa (aunque la paleta esté casi toda entera en la sicodélica puesta en escena) y los huecos argumentales existen o al menos no le dan una cohesión a la historia, que no deja de entretenernos con un montaje paralelo entre situaciones casi inconducentes. Pero sería casi como preguntarnos hacia dónde lleva una montaña rusa y no permitirse disfrutar del trayecto. Jamás podría objetarse que Guardianes de la galaxia Vol. 2 deja de ser entretenida y es su mayor mérito. El humor es efectivo y eso basta, dados los resultados, y el resto podría mejorarse y mucho pero se nota con claridad que no está en la intención del director. Si bien pudo apelarse a profundizar la relación entre Ego y Peter Quill dado el vínculo, se aprovechó la situación para crear un conflicto algo diluido que no atente contra la estética festiva del film. Aún en los momentos que podrían considerarse de mayor gravedad y sordidez se mantiene el humor y eso podría quitarle algo de seriedad, que el director se empeña en demostrar que no es necesaria para contar una historia que implica además de movimiento y humor, muerte y destrucción. Guardianes de la galaxia Vol. 2 también se enmarca en el subgénero de las space opera, pero actualiza el concepto quitando la solemnidad. Lo más probable es que si le diesen a dirigir a James Gunn una de las secuelas de la saga de Star Wars, la convierta en una comedia espacial a mitad de camino entre una sátira de Mel Brooks (Spaceballs) y un episodio de los Looney Toons. Sería un buen experimento aunque no cambiaría el lacónico y electrizante “Yo soy tu padre”, pronunciado con tanta solemnidad y solvencia por Darth Vader por un “Yo soy Groot”.
EL PROBLEMA DE LA INSEGURIDAD No sería esta la primera película que intenta colarse en el terror demoníaco partiendo desde otro género, más específicamente del policial, terreno muy fértil para que la adrenalina fluya de otra manera y capte la atención del espectador hasta que la historia se convierta en lo que quiere ser. En el caso de La posesión (traducción anodina si las hay para el subgénero, a estas alturas) cumple con esa premisa de plantear el escenario de un hecho policial -en este caso el secuestro de una joven- que se les irá de las manos cuando la víctima no sea alguien fácil de manejar, al menos en este mundo. El director olvida las sutilezas y nos presenta un intento criminal violento sin demasiado sentido, sobre todo porque quien parece liderar y a la vez haber originado intelectualmente el crimen, es más bien complaciente con su víctima y hasta le explica el porqué de su proceder. El resto de los pandilleros son toscos, aunque parezcan preocupados por su estética y se ponen como locos ante cualquier eventualidad inicial sin ninguna razón práctica o justificación. Claro que dichas eventualidades pasan a hacerse cada vez más serias y van de las apariciones espectrales y visiones inquietantes a las acciones directas de esas ilusiones para dañar al grupo. Cuando piensen en hacer algo para revertirlo será tarde, ya que la víctima de su secuestro es quien origina el mal que los aqueja. El problema más grande que tiene la película es la coherencia, algo que pierde en la misma proporción en la que intenta captar la atención. Cuesta engancharse al principio por lo torpe de las acciones y cómo son presentadas, a pesar de que no parece faltar presupuesto en esta producción sudafricana. Si bien la protagonista Sharni Vinson viene de destacarse en un personaje digno en la bien valorada Cacería macabra, aquí se derrocha su intensidad y termina siendo poco disfrutada su participación. La chica poseída y los rufianes no están del todo mal, pero en ningún momento se los puede tomar en serio, quizás por sus líneas en el guión y lo poco sensato de lo que sucede a su alrededor. Cuando todo esto intenta encausarse en una explicación de manual, a través de una serie de videos, ya es un poco tarde para tomarse en serio al bodoque. Y más cuando esa explicación parece ser un permiso irrestricto para que el demonio o lo que sea que posee a más de un cuerpo a partir de allí, tenga unos límites a su accionar bastante extraños. Por ejemplo, es capaz de detener balas a lo Magneto de X-Men o Neo de Matrix y ejercer un dominio telekinético de lo que lo rodea pero no de quitarse un simple grillete, y al mismo tiempo puede recibir un palazo por la cabeza y ser afectado como un mortal más. Luego los poseídos -contagiados y de inmediato comportamiento típico de zombies- exhiben unas lenguas con protuberancias para atacar a su víctima pero se demoran en hacerlo una eternidad, y se ponen a jugar como si el equipo de fx estuviese orgulloso del resultado en pantalla y necesitara mostrarlo para que no quede ninguna duda. El final no se hace menos lamentable y aunque se trate de una película breve, desearemos con pasión que no se repita la experiencia, y que si tiene que haber secuestros se filmen con cierta seguridad de lo que se quiera contar.
El MARATON DE LOS QUE SABEN MANTENER EL RITMO Cuando en su momento me tocó ver El sobreviviente, alegato bélico sobre un pelotón de soldados norteamericanos acorralado en territorio enemigo, me sorprendió que además de la crudeza de las imágenes, la narración tuviese un ritmo sostenido y adrenalínico que la colocaba por encima de la media, sobre todo por lo poco atractivo que me resulta el género bélico si no se lo trata con cierta originalidad. Peter Berg no era un director a quien recordaba particularmente, salvo por la brillante comedia negra Malos pensamientos (1998) con Christian Slater y Cameron Díaz, pero sí referenciaba más como actor en series como Alias o Comando especial, entre otras intervenciones en largometrajes. Con los años además se convirtió en un productor prolífico y un director irregular con piezas como Batalla naval o Rundown. Pero en su rol de director, y luego de la buena recepción de la nombrada El sobreviviente, se animó a seguir la sociedad con Mark Wahlberg como estrella y a repetir la fórmula en Horizonte profundo, que narra el accidente catastrófico en una plataforma petrolera marítima y luego, dados los buenos resultados de crítica y público ahora repite la fórmula con Día del atentado, que resulta ser un tercer acierto. Para algunos, fuese intencional o no, ha completado una verdadera trilogía. Es evidente que Peter Berg aprovecha lo mejor de los tres mundos en los que se involucra y conoce (producción, actuación y dirección), sin dejar de prestar atención a las preferencias del público lo cual lo convierte en un realizador idóneo y prolijo. Y lo que se ha convertido en un género tan favorito y recurrente como lo es el de “hechos basados en casos reales”, elegido por directores consagrados como el mismísimo Clint Eastwood, es también un estandarte que Berg levanta y se posiciona como uno de los que mejor lo lleva a cabo. Día del atentado comienza narrando la historia de Tommy Saunders (Wahlberg), un policía con algunos problemas pasajeros de salud que complican su cobertura en la mítica maratón de Boston del día de los patriotas y que también pondrán en riesgo a su familia cuando dos hermanos fundamentalistas decidan atentar contra el público asistente al evento detonando dos bombas caseras. Pero luego la historia va posándose alternativamente entre algunas de las víctimas, los mismos terroristas y hasta las autoridades involucradas, logrando que la narración por momentos se haga coral. De hecho el engaño mayor es que el personaje de Wahlberg sea una fusión entre varios de los héroes intervinientes en ese incidente, mientras que el resto son personajes fielmente retratados de sus homónimos reales, que luego aparecerán en los créditos en clips documentales, juego al que los realizadores adeptos de este género ya se han acostumbrado demasiado (basta con ver Sully o Hambre de poder entre otras para comprobarlo). Esta decisión de ser tan acotado en cada una de las historias personales, a pesar de la cantidad de involucrados y la duración moderada de la película, es acertada y habla de la pericia del director para condensar los diálogos y situaciones que por lo general, requieren de más desarrollo para la necesaria identificación con el espectador. Pero la estrella real del film es la cámara, el movimiento y estética que por momentos nos hace creer que tenemos a Paul Greengrass manejándolas con su estilo de documentalista frenético que imprime acción agobiante y desbordada. Berg acierta una vez más con esto y logra que nos metamos en la piel de los involucrados y juguemos a seguir los pasos de los investigadores que quieren, necesitan y se ven obligados a encontrar a los culpables para lograr algo de paz en la ciudadanía. La crudeza de las imágenes luego del atentado sigue la línea de El sobreviviente y se hace necesaria. Las participaciones de los carismáticos e imponentes John Goodman, Kevin Bacon y J.K.Simmons hacen memorable la historia, así como el inusual personaje de Melissa Benoist (Superchica) como la esposa fundamentalista de uno de los terroristas. Quizás pueda molestar un poco el nacionalismo exacerbado y el deseo de revancha explícito que reina en los últimos minutos, pero no podemos dejar de reconocer que es una respuesta natural del ciudadano medio norteamericano y la película no puede dejar de reflejarlo, sea como testimonio o como regodeo de ese sentimiento que muchos “patriotas” enorgullece. En el caso de Peter Berg, es mejor creer que su orgullo pase por lo solvente de su trabajo. Día del atentado no es la mejor muestra de su género pero sí una película de referencia en cuanto a cómo un suceso real y contemporáneo puede ser recreado como entretenimiento sin resignar rigor histórico. Y que el verdadero atentado no sea morir de aburrimiento en la butaca.
PERSISTENCIA VERSUS INOCENCIA Es probable que estemos frente a la primera versión de teoría, prueba y error de los manuales de autoayuda en pantalla. Sobre todo de aquellos en los que se dice que la persistencia está por encima de cualquier valor. En este caso no importa la inteligencia, la creatividad, el profesionalismo ni la honestidad, no hay nada como la persistencia al ir tras un objetivo. Tal era la premisa auto impuesta por Ray Kroc, un vendedor de máquinas de hacer malteadas que no podía, a pesar del esfuerzo, vender su producto en las suficientes tiendas y locales como para que su negocio fuese todo lo rentable que necesitaba. Y sin perder ese objetivo, el de ser un líder, alguien merecedor de reconocimiento y a la vez acopiador de una fortuna que lo recompense, no dejaba de buscar utilizando su olfato, esa veta de la cual extraer la gema que coronaría su carrera, cueste lo que cueste. En este peregrinar es donde conoce a los hermanos Dick y Mac McDonald, que con mucho esfuerzo, ingenio y creatividad, proyectaron y construyeron la primera casa de comidas rápidas en la que elaboraban y entregaban en treinta segundos, una hamburguesa con papas fritas y gaseosa, en una ventanilla y para comer donde el cliente le diera la gana, pero fuera del lugar en el que eran expendidas. Kroc ve la maravillosidad del evento y de cómo responde la gente y les pide a los hermanos que le cuenten su historia con todo detalle. Ellos, inocentes, no sólo acceden a sus requerimientos sino que además lo hacen partícipe del negocio y firman un contrato con el cual lo empoderan para llevar adelante una franquicia. A partir de allí, el caos se apodera de la vida de todos los implicados, así como de sus parejas, ya que el paradigma de la empresa es el de la colaboración familiar en el negocio y todo evoluciona hasta caer en la historia que la mayoría de nosotros conoce, con todos sus matices. La principal habilidad del director al contar este biopic es la de no condenar de antemano a sus personajes, ni de tratar de manipular al espectador para que lo haga. Y si lo intenta, lo hace de manera tan sutil que no altera para nada el seguimiento de las situaciones y la empatía que uno pueda sentir por cada uno de ellos. Ray Kroc es todo un símbolo de lo que significa el esfuerzo de la persistencia, pero también de cómo se condimenta eso con la apertura de ojos y oídos para escuchar y aprender la mejor manera de llegar a ese destino. Michael Keaton hace un muy buen trabajo componiendo a Kroc, sobre todo porque lo despoja de tics o amaneramientos -inherentes a ciertos personajes encarnados por el actor- que ensucien la interpretación. Sus líneas son las de un verdadero evangelizador que comprende que nada está por encima de la determinación de conseguir su objetivo y las elabora de manera magistral. Laura Dern como la esposa que acepta su trabajo pero no comparte su pasión también es admirable y los hermanos McDonald se constituyen en la frutilla del postre por su excentricidad y cierto nivel de frikismo que los hacen tan adorables como irritantes. Y esa irritabilidad que generan los McDonald, así como los impedimentos que ponen para que la empresa crezca de la manera que finalmente lo hizo, son los que ubican el conflicto en la zona gris. Porque nadie tiene derecho a adueñarse o a explotar la idea de otro por odioso que sea. Y tampoco se obliga a nadie a invertir tiempo y dinero en una empresa en la que se sabe que se ingresa con tantas limitaciones operativas. Y aún así uno puede meterse en la piel de Kroc y entender, en la medida subjetiva de cada uno, su lucha. Hambre de poder es disfrutable y útil en muchos aspectos, porque puede aceptarse que la persistencia es un valor de peso pero también que la ética hace a los hombres y a su reputación. No es casual que a Kroc lo haya asesorado un abogado y, de manera brillante, le haya proporcionado su propia idea para hacerse del imperio McDonald’s, y eso también puede tomarse como muestra de que en ciertos casos, la creatividad y el ingenio pueden ser aún más efectivos que la persistencia, sobre todo si se los despoja de toda moralidad.
EL LOBO SIEMPRE ESTA La falacia de que el hombre pueda vivir aislado de la civilización, cuando ha crecido en ella y se ha hecho tan dependiente de la misma, es uno de los pilares en los que se construye cualquier historia que lo utiliza como punto de conflicto para enmarcar un contexto post-apocalíptico. En este caso sirve para narrar la historia de una familia cuyo padre viudo mantiene a sus hijas adolescentes consigo en un lugar tan recóndito como lo es una cabaña en el bosque, sin pretender aislarlas del mundo pero sabiendo de los problemas a los que se enfrentan cuando la tecnología decida no acompañarlos más. Nell (Ellen Page) y Eva (Evan Rachel Wood) crecieron con cierta engañosa independencia de la civilización -su padre las ha criado como expertas en supervivencia- y ante un apagón energético mayor al que creían posible, se ven obligadas a manejar su vida para sobrevivir en ese lugar tan lejano a lo que conocen como al entorno de mayor seguridad. Cuando se desata el problema energético que provoca el aislamiento, los conflictos se resuelven de manera adulta, sin espectacularidad y a pesar de eso, la tensión es constante y creciente, en base a las excelentes interpretaciones de Page y Wood que realmente llegan a comunicar de la mejor manera ese estatus de hermanas co-dependientes y protectoras cuyo vínculo se ve afectado por la situación crítica imperante. El bosque, un escenario elegido con frecuencia como ámbito para narrar cualquier tipo de historia, le da el marco ideal, sobre todo al transformarse en dos lugares totalmente distintos en cuanto a la luz que brinda durante el día y la espesa oscuridad de la noche, más allá de que lo más grave suceda independientemente de la iluminación y sin que esta lo predisponga. Porque la violencia está presente y sin descanso en la narración. No hace falta exhibir masas de gente huyendo de una catástrofe o saqueando tiendas para mostrar las miserias que nos inundarían en una situación semejante. Con muy pocos personajes, la directora, a la que se nota que no le interesa el género más que como vehículo para enmarcar el drama, se encarga de mostrar la crudeza y salvajismo a los que se enfrentan nuestros personajes que, paradójicamente, no se originan en el ambiente natural que las rodea sino todo lo contrario. En tiempos en los que el feminismo a nivel mundial es un tema recurrente y muchas veces malinterpretado, que estos dos personajes femeninos no hagan una bandera del mismo y se genere un buen muestreo de sus debilidades y fortalezas en base a su género sin imposturas artificiales, no es algo para menospreciar. Porque tanto Nell como Eva se saben tan mujeres como puedan gritarlo sus cuerpos pero a la vez tan novatas como en sus edades y deberán descubrir cómo manejarse para salir ilesas de esa adolescencia que, como si no fuese complicada sin agregados, ahora deben pasar en la más tremenda soledad de cuerpo y alma. En lo profundo del bosque podría perderse entre cientos de títulos similares pero sería muy injusto. Con suerte el espectador sabrá rescatar este drama que no se queda en el lucimiento de sus personajes y ahonda en su esencia para devolvernos una esperanza en la humanidad que comienza a perderse.
EL PULPO ESTA CRUDO Recuerdo haber visto el tráiler de Monster trucks y asociarla inmediatamente con cosas como la saga Sharknado que, en mi opinión, son hasta un insulto para lo que nació como cine clase B o bizarro. Incluso, quizás a modo de campaña promocional, durante la dilatación del estreno de este film circuló la versión de que sería una de las realizaciones que dieran mayores pérdidas a un estudio. Claro que nunca sabremos si esto es obra del Big Data como la poderosa herramienta capaz de anticipar resultados electorales o un truco publicitario. Lo cierto es que el bodrio que se anticipaba que sería Monster trucks no fue tal y en su lugar tenemos una amable y divertida aventura. Tripp (Lucas Till) es un estudiante con los conflictos típicos que tiene la mala fortuna de ser hijastro del sheriff del pueblo (Barry Pepper) y de tener un padre que trabaja en una compañía petrolera y no se hace cargo, quedándole sólo el sueño de armar su camioneta “monster” con restos del desarmadero en el que trabaja (ni que fuese MacGyver). Tripp es acosado por su compañera Meredith (Jane Levy) que intenta de todos los modos posibles llamar su atención para ayudarle con su cursada, cosa que a él le interesa aún menos que tener algo romántico con la chica. En paralelo, la compañía petrolera de Reece Tenneson (Rob Lowe) permite que se escapen de una perforación unas criaturas extrañas semejantes a pulpos gigantes que comen petróleo. Logran encerrar a dos pero la tercera se les escapa y va a parar al complicado mundo de Tripp, que luego de un período de experimentación, logra utilizarla como “motor” de su camioneta. Esto que suena tan descabellado (y en realidad lo es) no molesta cuando el director se toma el trabajo de darle una base sólida de lógica al universo autoconsciente de esta aventura. No nos sentimos subestimados por una historia sin pies ni cabeza porque se ha decidido armarla con prolijidad e imaginación. Incluso los efectos especiales son decentes (algo que en el tráiler no se apreciaba lo suficiente) y la pegajosa e insufrible presencia de este ser se integra de manera aceptable al mundo real en el que suceden los hechos. Luego la historia no sale de lo convencional (tranquilamente se la puede comparar con E.T. y de allí para adelante) pero no con enojo sino con el disfrute de saber que se ha hecho un buen trabajo no desde cero sino respetando sus bases. Los pases de comedia también son dignos de apreciación. La villanía de Rob Lowe es un nicho que debiera aprovechar más el representante de este eterno intérprete de segunda línea, Lucas Till parece destinado a componer adolescentes al menos por una década más y el comediante Thomas Lennon acompaña con un personaje al que repite pero nunca deja de ser efectivo. Y hablando de comedia hay ocurrencias ingeniosas, como aquella en la que se le da al “ser” dentro de la camioneta combustible refinado como alimento, que no es lo mismo que el petróleo crudo que consume y esto produce que se comporte como drogado por los químicos que contiene. Si que un ser vivo se alimente de petróleo parece ridículo, que los agregados industriales le hagan mal es dotar de credibilidad a ese absurdo y que no lo parezca tanto. Y esa clase de elementos en la construcción del contexto de la historia es lo que se agradece. Chris Wedge (La era del hielo, Robots, El reino secreto) dirige esto que podría haber resultado un total despropósito pero que, sin embargo, es una muy disfrutable comedia de ficción.
HOMBRE AL AGUA Cuando hablábamos de esta película con uno de mis compañeros del staff me preguntó “¿te parece mala o te enoja?”. Y respondí casi sin pensarlo que lo mío era puro enojo y por eso mismo estoy dispuesto a justificarlo. Manchester junto al mar nos presenta en principio a Lee Chandler, un fontanero que trabaja para un consorcio que muestra un pragmatismo insoportable en su profesión -como si fuese un Dr. House de los desagües sin su jocosa ironía- que varias veces lo lleva al borde de la confrontación. Si bien es cierto que algunos de sus clientes son insufribles, podemos apreciar que Lee tiene su carácter o la térmica un poco sensible, como decimos por aquí. En ese trance, es convocado por un amigo de su hermano, dueño de un barco y padre de su único sobrino, que acaba de fallecer y le testó la custodia del mismo pero no en su lugar de residencia actual sino en la Manchester de la que Lee ha emigrado hacía tiempo. Este que es el punto de partida de la historia sirve para marcar el regreso de Lee a Manchester y la resistencia que le provoca. Por medio de flashbacks y de reacciones de gente que lo conoce -o conoce su nombre por una historia sombría que parece casi una leyenda urbana-, se nos va diciendo cuáles son los motivos por los que este hombre no quiere permanecer en la ciudad, aunque no le queden otras alternativas si es que desea cumplir el último deseo de su hermano y hacerse cargo de los últimos años de crianza de un sobrino ya adolescente. Las convenciones dicen que a partir de ese momento podíamos esperar dos cosas: el desarrollo de la relación tío / sobrino que florece para curar las heridas de ambos, y la revelación de eso tan grave que martiriza a Lee Chandler como para que termine de aceptarlo y también pueda sanar. Pero el director decide tomar otro camino que no es el de la redención sino el de la más insoportable languidez y la profundización del dolor. Casey Affleck que para muchos es “el bueno” de los dos hermanos tiene la dudosa ventaja de poder mover un par de músculos más de su rostro que Ben, cuya parálisis facial ya a estas alturas es alarmante, y por poseer una mirada más expresiva que se adapta a lo que el espectador espere de ella. La mirada de Casey es más empática y si la acompaña con media sonrisa, enternecedora. Esta sola característica parece haber conquistado a un sector del público que enaltece su interpretación cuando no se trata de otro Casey al que no hayamos visto antes. Y si vamos a su papel aquí, le aporta la naturalidad justa para que soportemos todos los malos tragos a los que se nos somete. Porque la película toda es un tour de situaciones horribles que generan dolor y momentos incómodos que, a veces de manera sabia, se omiten en otros dramas del estilo y aquí se han colado para darles autenticidad. ¿Funciona? Claro que sí, todo luce demasiado real y descarnado. Desde los trámites que se hacen cuando fallece alguien hasta las reacciones de los presentes que acompañan al familiar cuando sólo expresan “no sé qué decir”. Incómodo, vergonzante, y cuando el recurso se repite varias veces, innecesario. Pero lo más molesto del film, lo irritante, lo imperdonable, es el mensaje. Un mensaje que a veces es igual de crudo y doloroso pero enunciado de manera sorprendente como en La La Land, pero que aquí es de carácter penitente. Lee Chandler sufrió un accidente por negligencia que lo llevó a perder lo peor que puede perder alguien en la vida. Esa negligencia, a su vez, pudo haber sido provocada por una disconformidad generalizada con su vida marital / familiar que lo llevaba a evadirse de manera leve, fugaz, sutil, con reuniones de amigos y alguna dosis de alcohol y sustancias en el sótano de su propia casa. Nada escandaloso, nada anormal pero sí lo suficiente para traer consecuencias nefastas en la vida de varias personas. Cuando dije la primera vez “accidente” alguien me corrigió “no fue un accidente” y ahí está la trampa. Lo que le pasó a Lee le pudo haber pasado a cualquiera, pero no es lo mismo -valga un ejemplo que no es lo que sucede en la película- chocar conduciendo ebrio que por una distracción pero 100% sobrio. Es decir, para las consecuencias del accidente sería lo mismo, pero no para el director que quiere decirnos que “eso no se hace” como si se pusiera en el lugar de un vecino que a raíz de lo que te sucedió -o hiciste- te mirará por siempre con una superioridad moral inaguantable. Y si se hace te pasará como a Lee, el que luego de ese momento no sólo tiene una vida miserable sino que, aunque intente salir de ella y le ponga su mayor esfuerzo, lo que lo rodea atentará por demolerlo una y otra vez y hasta quizás lo logre. Porque Lee se equivocó y debe pagar hasta el fin de sus días y si la película durara más de sus excesivas dos horas y cuarto, seguiría pasando desdichas por su error, que no fue error ni accidente y es lo que quiere que entiendas el bueno de Kenneth Lonergan. Michelle Williams de quien tampoco entiendo la nominación ni los elogios, compone a una mujer que nada hace, ni antes ni después de lo ocurrido, por la estabilidad emocional de Lee. Entiendo que sea efectiva en ese rol, pero tampoco es diferente a lo que se ha visto de su trabajo en otras realizaciones. Lúcido y creíble por otro lado resulta el trabajo de Lucas Hedges como el sobrino de Chandler, que supo escapar a los estereotipos de ese estilo de personajes. En este film la naturalidad está en todo, hasta en los árboles y en el mar, el punto es que valoremos a quienes han trabajado por conseguirla y no a los árboles, que sólo están allí como siempre. En definitiva si lo que quieren es la prueba de que la vida es dura, cruel, miserable y sin esperanza, esta es su película. Lo mismo si creen que existen cosas que no se superan jamás y ni vale la pena pelear por ellas. Los que pensamos distinto nos enojamos un poco, nada más.
EL PEREZOSO Y POCO ESFORZADO COPY/PASTE No creo que sea necesario hacer un repaso detallado de los orígenes de la película que permitió una digna reversión hollywoodense como lo fue La llamada, de Gore Verbinski, y que contó con Naomi Watts tanto para ese film como para la secuela, para poner al tanto al espectador que sin dudas debe saber de dónde proviene todo esto. A inicios de los 2000 hubo un auge del terror japonés aprovechado en Hollywood que propició esto, del mismo modo que pasó con El grito, con Sarah Michelle Gellar, y que permitiera una catarata de films creando un subgénero. En el mismo podían apreciarse fantasmas de pelo lacio negro azabache con articulaciones que les permitían movimientos infrahumanos, ojos grandes inyectados en sangre y de pupilas negrísimas, y que avanzaban en una especie de stop motion muy particular hacia su presa, para delicia de grandes y chicos de espíritu masoquista. Pero eso mismo ya se agotó y evolucionó como forma de aterrorizar y si se requieren de reinvenciones de las mismas ideas, es de esperar que se intenten vueltas de tuerca aceptables y que no subestimen de manera tan grosera al espectador. Claro que no es el caso de La llamada 3, que desde el minuto cero se juega a tratar al público como si fuese neófito en este tipo de cine y se asustara o reaccionara con facilidad pasmosa, sin que requiera del más mínimo esfuerzo. El teaser de presentación antes de los créditos, que sucede en un avión, es vergonzante y los intentos por intentar imprimirle ritmo a lo que está por venir son como mínimo decepcionantes. El director debió haber visto Destino final y creyó que de alguna manera podía homenajearla. El resultado es que termina estrellando la escena al igual que el vehículo que sirve a la escenografía. Pero no conformes con eso, los guionistas intentan reencontrarse con la historia de la manera más burda. La premisa sigue siendo la misma: el video de la joven Samara en el aljibe y todos los símbolos y pistas que lo integran son una maldición que desata, en el siguiente instante, un llamado que no hace más que avisar que le quedan 7 días de vida a quien lo ha observado, a menos que copie el video y se lo enseñe a alguien más transfiriéndole la maldición. Algo así como una cadena de cheques o una pirámide de la fortuna pero con consecuencias un poco más trágicas que la pérdida de ahorros. En la época del estreno de las anteriores, el formato VHS era todavía de uso normal hogareño, lo cual hacía posible que juntando dos videocaseteras uno pudiera hacer una copia sin demasiado esfuerzo (quién diría que se iba a hacer semejante apología de la piratería). Hoy en día, quedando tal metodología ya casi anacrónica, uno de los personajes de esta nueva entrega, un profesor universitario llamado Gabriel (Johnny Galecki), digitaliza el video desde un VHS que obtuvo de manera azarosa y lo copia y pega en formato digital para pasárselo a sus contactos cuando ve de qué se trata, no sólo para salvar su pellejo sino para darle un marco científico al asunto e intentar descifrar en qué consiste el traslado de la maldición. Si la película hubiera intentado bucear en esa premisa, quizás hubiese logrado algo más digno, que tuviese la vuelta de tuerca necesaria para mantener viva la expectativa. Como no fue el caso, y ante la incapacidad de desarrollar la punta de esa idea, la historia pasa a centralizarse en los personajes de Holt (Alex Ross) y Julia (Matilda Lutz), que son quienes tomarán la posta del nuevo formato de video y descubrirán, con un horror demasiado impostado, que el video no sólo ha cambiado en sus imágenes de origen sino que no se puede copiar. Esto los lleva a enfrentar el camino más complicado y amargo, que es el de tratar de averiguar qué es lo que la o las víctimas del video les quieren comunicar. En medio de este cambalache que no crea climas y se achancha todo el tiempo, aparece un sólido Vincent D’Onofrio que salva algunos minutos de la película con un personaje predecible pero medianamente interesante. El problema con La llamada 3 es que nunca logra ni reinventarse ni recrear la atmósfera original. La fotografía verdosa, apagada y pastosa no resulta agobiante sino adormecedora y la falta de ritmo no contribuye a que las escenas en las que debiéramos saltar de la butaca logren su cometido. Quizás en el clímax de la película, en sus últimos minutos -y D’onofrio mediante, hay que destacar-, podemos apreciar algo digno de espanto que nos rememora el origen de la saga, pero resulta poco para quienes esperaban esta entrega como una actualización digna de un neoclásico del terror. Mi recomendación sería que si van a esperar una llamada con un anuncio fatal, se tomen los siete días que les quedan para mirar cine de terror de décadas pasadas que sea un poco más respetuoso del género y así puedan morirse con la sensación de que los han matado con dignidad y no de puro aburrimiento.
NO RESPIRES SIN DECIRME A DONDE ENTRAS Las fobias son terreno fértil para contar cualquier historia. Todos las tenemos en mayor o menor medida y eso hace que de inmediato empaticemos con el personaje que las sufre. En el caso de la agorafobia, el temor a los espacios abiertos, brinda elementos de mayor interés por cómo puede este trastorno servir a los fines de quien quiera aprovecharse de la víctima que lo padece. Esa constituye la premisa de Intrusos, historia en la cual Anna Rook (Beth Riesgraf) es asaltada en su casa por tres delincuentes luego de la muerte de su hermano. La situación se da gracias a que la fobia de Anna le impidió asistir al funeral, momento que los ladrones tenían la intención de aprovechar para ingresar sin riesgos. La mujer, que se convierte más en rehén de sus propios temores que de sus asaltantes, irá mostrando que tiene otras recursos y fortalezas que le permitirán no solo repeler el ataque sino convertirse en cazadora de sus eventuales atacantes, convirtiéndolos en presas. Toda la primera parte de la película es una sucesión de escenas que de manera prolija y segura nos presentan a los personajes y su probable comportamiento según lo que nos están diciendo que se espera de ellos. Riesgraf no descolla interpretando a la fóbica Anna pero tiene una cara de circunstancia que ayuda a que no queramos ajusticiarla más rápido que a sus captores. La sorpresa es la notable solidez de Rory Culkin, el hermano de mi pobre angelito al que no pudieron cortarle las alas. Luego, a medida que el clima se torna denso y se producen ciertas revelaciones, la pericia del director se licúa al intentar salir del terreno en el que pisa más seguro y adentrarse en una trama que quiere ser más compleja pero termina siendo inverosímil. Que una casa rural en la que viven una chica y su hermano enfermo termine siendo una fortaleza tecnificada con fines ocultos tan precisos como retorcidos, es algo que no pasa por el tamiz de la credibilidad y puede desenganchar. Y más allá de esto que digo que adelanta algo de la historia, recomiendo de manera ferviente no ver el trailer porque cuenta demasiado. Entiendo que para vender la historia se necesita proveer al espectador de detalles escabrosos, pero allí es donde ante la falta de creatividad se lo subestima y termina dándole una guía visual de lo que está por ver hasta minutos antes del final. La crítica puede permitirse el pecado de adelantar algunos detalles del argumento en virtud de ilustrar y fundamentar, pero cuando se hace desde la misma producción del film, es simple falta de pericia. Hay algo de gore pero no estamos ni ante El juego del miedo, ni Hostel. Por otra parte, es tanta la cantidad de producciones que en los últimos años llevan por título -o dentro de él- la palabra “intrusos” y hablan de intrusiones al hogar, que casi se convierte en un sub-género con características propias. Si este fuese el caso, esta Intrusos se posiciona como una de las más relevantes aunque con un potencial que se aprovecha poco, y sino que lo diga Fede Álvarez, que meses atrás nos diera un hermoso ejemplo de cómo manejar este tipo de cine con No respires. Intrusos no es una película bisagra ni mucho menos, y puede que se pierda dentro de la cantidad de producciones similares pero para ser la ópera prima de un director novato como es Adam Schindler, merece un vistazo para ser testigos de la posible evolución de un director del que esperamos arriesgue mucho más para convertirse en alguien con una obra relevante.
EL ESCUADRON SUICIDA DE LA B Cuando una saga resurge luego de tantos años -quince desde la primera parte, doce desde la secuela- es de esperarse una evolución que justifique el salto. Incluso cuando vuelve su protagonista original luego de que rechazara hacer la segunda parte en su momento. Pues no es el caso de xXx: reactivado que no marca más que la decadencia absoluta de un título que si bien no era la gran cosa, podía aspirar a un cierre medianamente digno. Y conste que hablo de cierre porque tengo la vana esperanza de que dejen de insistir, algo que en apariencia sólo quedará en mis deseos, si es que el público acompaña. Pero no sería prolijo descalificar así al producto sin dar asidero, así que vayamos a lo que nos ocupa: en este universo los agentes Triple X no remiten a ningún alfajor de doble capa de dulce y tres de masa sino a un grupo de agentes especiales capaces de congeniar su pasión por los deportes extremos con su rol de espías del gobierno norteamericano. Sin ser sofisticados como sus pares del MI5 británico, ni solemnes ni tristes como Jason Bourne, estos activos híper cool que se la pasan sobrando a todo el que se les cruce sin distinciones y presumiendo de sus habilidades, también arrasan con el personal femenino que se les sirve en bandeja, sin importar la ocasión. Hablo en plural pero el troglodita que se comporta de esa manera no es otro que Xander Cage, esta personificación de Vin Diesel que parece el hermano adolescente retardado de Dom Toretto -que por lo menos sufre y se ocupa de intentar un poco de realismo en esa otra saga-. El es además quien debe reclutar a su antojo a los miembros del equipo encargado de cumplir la misión que los ocupa -el rescate de “la caja de pandora”-, lo que provoca que estos personajes vayan siendo presentados con el recurso estético de Escuadrón suicida, que ya de por sí era un refrito de lo mostrado en Snatch y otras herederas pero utilizado de la peor manera, es decir, con placas estáticas con los apodos de los personajes y una música reconocible que no pega con nada. Más desaciertos para lo que de por sí es un cambalache. De todos modos sería injusto adjudicar todos los problemas de esta realización al pobre Diesel que a estas alturas no tendrá ni la onda ni las posibilidades de crecimiento artístico de su par Dwayne Johnson pero tampoco debe soportar todo en el peso de sus espaldas. Mucha de esa responsabilidad la tiene el director D.J. Caruso, quien nos aburriera recientemente con la anodina En el ático con Kate Beckinsale pero constituyera una promesa hitchcockniana por aquella Disturbia con el incipiente Shia Labeouf. xXx: reactivado es una película de acción que no tiene verosímil que ayude al espectador a compenetrarse en la historia. Comienza con una escena bastante graciosa en la que participa el futbolista Aymar y el personaje de Samuel L. Jackson (muerto en la precuela, resucitado en esta), quienes son incinerados a los pocos segundos por la caída de un satélite. Al rato, Xander Cage (muerto en la precuela, resucitado en esta) aparece esquiando en medio de un paraje selvático, deslizándose a alta velocidad con esquíes de nieve (algo tan ridículo como pretender tocar el piano con guantes de boxeo). Esta escena sería la más absurda si no fuese porque minutos después vendría otra de persecuciones en moto (de calle, no de agua), también con esquíes saltando sobre las olas en el mar como si fuesen médanos. Y es inevitable comparar con la otra serie de films en la que interviene Diesel (Rápido y furioso) y ver cómo en aquella todo toma visos de realidad mucho más consistentes. Incluso cuando muere un personaje (recurso abusado si los hay) su reaparición causa sorpresa y no como aquí que la sorpresa sería que no reaparezca. Tampoco se trata de algo autoconsciente o paródico a lo Austin Powers -lo cual se agradecería infinitamente-, sino que entre tanta acción inverosímil, hay diálogos que intentan ser tomados en serio. Lo peor es que se me ocurren muchos otros ejemplos por los cuales xXx: reactivado podría ser un producto más digno, sin ir más lejos la divertida Kingsman, que también cuenta con Samuel L. Jackson para variar, pero con un estilo que define el tipo de entretenimiento con precisión y nos lo deja disfrutar. Como dije el sábado en Funcinema Radio, si se van a animar a pasar por la experiencia de ver esto, el antídoto es un maratón de películas de acción (y por qué no comedias o aventuras) de Dwayne “The Rock” Johnson, quien no sólo es el resucitador de sagas por excelencia sino que resulta mucho más versátil y empático que Diesel en cualquier cosa que actúe. Están avisados.